Estas criaturas que son para nosotros una costumbre, no sólo buena sino además feliz, y a quienes extrañamos cuando transcurre un tiempo sin tratarlos. Los amamos y los leemos y pensamos en ellos y están con nosotros umbilicalmente unidos al pensamiento, al sentimiento, que los evocan con tal intensidad que la evocación pasa a ser una invocación. Estas criaturas son los siemprevivos Shakespeare, Dostoievski, el rey David, Mozart, Einstein, Proust, Baudelaire, Buber, Miguel Angel, Spinoza… Sé bien de las crujías de Dostoievski y de la tragedia de Mozart y de las desesperaciones y exasperaciones de Michelángelo y de los tormentos de otros elegidos a los que el Señor mandó al mundo para que mostrasen las posibilidades del genio y el ingenio humanos, pero creo que ninguno de los martirizados fue más digno que Spinoza y ninguno mayor víctima de la indignidad de los demás.