Coloquio

Edición Nº26 - Octubre 1994

Ed. Nº26: Judaísmo y post-modernidad

Por Egón Friedler

El concepto de post-modernidad es objeto de un gran debate cultural en nuestro tiempo. Acuñado por el filósofo francés Jean François Lyotard, ha dado lugar a las más diversas interpretaciones y la discusión engloba un amplio espectro que abarca desde la cultura al pensamiento metafísico, del arte al clima espiritual de nuestro tiempo, de la política a la moda, de la arquitectura a las costumbres. 

Para empezar no hay definiciones inapelables o definitivas. Según el pensador judío francés Alain Finkielkraut «la cultura post-moderna es el pasaje de la autocomplacencia al pesimismo». En su visión crítica, la post-modernidad tiene una identidad triunfal, la del adolescente. Para él «toda la sociedad post-moderna trabaja para la exaltación de este nuevo «sujeto» (que sustituye a la burguesía y al proletariado) al que se ha incapacitado para conocerse a sí mismo». Otros pensadores no comparten para nada esta certidumbre. Norbert Lechner cree ver en la cultura post- moderna una crisis de identidad. En un brillante ensayo, quizás el más serio y penetrante sobre el tema, Gilles Lipovetzky define a la post-modernidad como la era del vacío“. La extensión del debate ha permitido que la idea de post-modernidad sea utilizada en las más variadas aceptaciones. Refiriéndose a este caos semántico comentó con humor el célebre lingüista y escritor Umberto Eco: Tengo la impresión de que hoy el término «post-moderno» se aplica a todo lo que le gusta a quien lo utiliza”. Y añade: “Parece que se está intentando desplazarlo hacia atrás: al principio parecía aplicarse a ciertos escritores o artistas de los últimos veinte años, pero poco a poco ha llegado hasta comienzos del siglo, y aún más allá, y, como sigue deslizándose, la categoría de lo post-moderno no tardará en llegar hasta Homero”. Pero no es sólo el uso que se da al concepto lo que está siendo controvertido, sino también su propia existencia. A juicio del filósofo alemán Jürgen Habermas, no debe hablarse de post-modernidad sino de la “modernidad como proyecto incompleto”, mientras que para el sociólogo de Cambridge, Anthony Giddens, “mucho más que estar ingresando en la post-modernidad, estamos viviendo una radicalización de las consecuencias de la modernidad”.

Del mismo modo en que no hay consenso sobre definiciones, existe una variedad de opiniones sobre el origen y el marco temporal del post-modernismo. El filósofo italiano Gianni Vattimo sitúa sus raíces en el pensamiento de Nietzsche porque el filósofo alemán fue el primero que planteó de manera descarnada un nihilismo que cuestiona el sentido de la vida humana. Otros analistas ubican su origen en los años cincuenta, otros en los sesenta. Para el sociólogo francés Alain Touraine el fenómeno es mucho más reciente. El resume el proceso en estos términos: “Primero es el optimismo de la filosofía del progreso que se desarrolla nuevamente a partir de la Segunda Guerra Mundial: después, la visión crítica, estructuralista, marxista, posterior al 68 americano, alemán, italiano o francés, que predominó durante la década del setenta. Y finalmente la liquidación violenta de todo eso, que suprime cualquier tipo de referencia a un proceso global y a veces elimina la noción misma de modernidad. A nivel de la vida intelectual occidental, no se trata de fenómenos muy dramáticos sino de que durante algunos años: cinco, seis, ocho para los más lentos como Francia, se desarrolló la idea de la antimodernidad, de la no-modernidad, de la post-modernidad. Es decir, el abandono total de cualquier sistema de referencia a entidades histórico-sociales más o menos globales”. En la misma línea de pensamiento de Touraine, hay quienes sitúan el verdadero comienzo del post-modernismo en el año 1989, el año de la quiebra definitiva del socialismo real y de la más poderosa ideología de la modernidad: el marxismo. Por ejemplo, un ejemplo definido de postmodernismo puede haber sido el fugaz éxito de la ingenua y fallida fórmula de Francis Fukuyama acerca del fin de la historia, un concepto típicamente po8t-moderno.

Por mi parte, me inclino a aquellas opiniones que sitúan el origen del post-modernismo en la década del cincuenta. Por ejemplo, el sicoanalista judío brasileño Gregorio Baremblitt relaciona el post-modernismo con lo ocurrido en las ciencias, las artes y las sociedades avanzadas desde 1950. A su entender, allí se cierra el modernismo, que rigió entre 1900 y 1950. Desde su punto de vista el post-modernismo “nace con la arquitectura, la computación y la informática en los años 60, con esa revolución de las costumbres que se llamó «hippismo». Crece al entrar en la filosofía en los años 70 como una crítica no sólo de la filosofía sino de la cultura occidental; madura hoy infiltrándose en la moda, en el cine, en la música y en lo cotidiano programado por la tecnociencia, es decir, una ciencia totalmente volcada a la tecnología”.

Pero ya ha llegado el momento de las definiciones y de decir al lector qué es lo que coloco en mi canasta al término de mi rápido paseo por el supermercado mundial de las ideas sobre post-modernidad.

El post-modernismo está marcado por el desencanto de la idea de progreso. Desde esta perspectiva constituye el rechazo más radical del positivismo del siglo XIX. Es una filosofía esencialmente individualista, en la vida, el arte, la política, la economía. Postula la variedad, la diversidad, la libertad de opciones. Frente a la politización exagerada de la modernidad, la post-modernidad es esencialmente apolítica. Representa el triunfo de lo lúdico, lo circunstancial, lo fugaz. A diferencia de la seriedad esencial de todas las concepciones de la modernidad, el post-modernismo reinvindica el humor y la muy soportable levedad del ser parafraseando el título de la célebre novela de Milán Kundera. Es básicamente hedonista y representa los objetivos de una sociedad capitalista avanzada en la que el ser humano es, antes que nada, un consumidor, un cliente codiciado, un blanco de la omnipresente publicidad. Tal como lo dice Gregorio Baremblitt “Así como la fábrica era el altar del capitalismo y del socialismo, el altar del post-modernismo es el «shopping center». Es una época de exaltación del placer, de la revalorización del cuerpo, del deporte, del ideal de juventud. En el plano artístico, su expresión por excelencia es la post-vanguardia que, agotada su capacidad de escándalo, ha terminado por burlarse de sí misma. Es el coqueteo con teologías pre- modernas, con misticismos insubstanciales o con búsquedas más o menos excéntricas de la trascendencia que nunca desemboca en una cosmovisión completa y abarcativa, religiosa o secular. Como escribe José Luis Pinillos en su análisis de la filosofía de Gianni Vattimo: ”El nihilismo post-moderno carece de tragedia. El fin de la modernidad tiene, en cierto modo, un final de ballet, sobre las puntas: un tercer acto donde el elemento lúdico y la estética encuentran un protagonismo singular, entre alegre y decadente“. Se trata, entonces, de una curiosa celebración de la nada, de la falta de sentido de la existencia, de la imposibilidad de entender un mundo rápidamente cambiante, y del individualismo a ultranza. El post-modernismo parece reñido con conceptos de clásico cuño modernista como misión, deber, responsabilidad, imperativo, visión, ideal, revolución. Existe sí la nostalgia, pero esa añoranza del pasado es tan epitelial y poco significativa, como lo es la muy precaria aspiración de trascendencia de su arte. En el plano político y social, la fiebre privatizadora que ahora recorre el mundo, el cuestionamiento del estado, el énfasis dado a la libertad y a la iniciativa más que a la solidaridad social, la reacción anti-burocrática, han sido consideradas manifestaciones post- modernas, tanto en lo que puedan tener de positivo como de negativo.

Coincido con distintos pensadores que ven en el post-modernismo un fenómeno de transición, aunque nadie tiene claras ideas de si será una transición breve o prolongada, m qué es lo que vendrá después de este período. En suma, el post-modernismo es una especie de termómetro que sirve para medir muchas incertidumbres contemporáneas.

¿Cómo debe situarse el judaísmo frente a este fenómeno? Obviamente, antes de responder a esta pregunta, debo clarificar a qué clase de judaísmo me refiero.

Trataré de ser lo más amplio posible e incluiré en esta categoría a todas aquellas corrientes que ven valores positivos en la Modernidad, la Emancipación, la salida del ghetto, la asimilación de valores universales y la evolución de un grupo religioso disperso en un pueblo con un estado y una identidad nacional. Es decir, tengo en cuenta tanto a la ortodoxia moderada y sionista como al reformismo, al conservadorismo como al judaísmo humanista secular, a judíos sin definición religiosa precisa o a tradicionalistas. En grandes líneas, mi acepción del judaísmo en el contexto de este artículo abarca a religiosos o laicos a los que su identidad judía les preocupa, pero no la encuentran incompatible con las formas de vida extendidas en la sociedad industrial avanzada de nuestros días ni con sus requerimientos en todas las esferas de la vida. O a aquellos que, en algún caso en que encuentren dificultades para conciliar su concepto de vida judía con las realidades existentes, estén dispuestos a aplicar fórmulas conciliatorias. En una palabra, excluyo a los ultraortodoxos en todos sus grupos ya que todos ellos bregan por la pre-modernidad, por un estilo de vida arcaico, por una sociedad teocrática, por ideales que predominaban en la humanidad medieval, pero al mismo tiempo trato de abarcar el mayor espectro religioso, filosófico y cultural posible.
 

    * * * *


    
En el marco de la citada aceptación amplia y laxa del concepto de judaísmo, éste choca con la post-modernidad en siete aspectos fundamentales.
     
El primero es el rechazo por el judaísmo del individualismo como filosofía. Para el judaísmo es esencial la grey, la colectividad, la comunidad, la responsabilidad colectiva. No existe un judaísmo individual, ni es posible en ninguna concepción judía escapar a normas básicas de solidaridad social, preconizadas una y otra vez en los textos bíblicos. Con razón, podemos sospechar que el individualismo cultivado por la post-modernidad puede desembocar muy fácilmente en el egoísmo libre de todo freno ético. El judaísmo en todas sus manifestaciones rechaza esa opción.
     
La segunda divergencia básica afecta al aspecto ludico del postmodernismo. El judaísmo puede aceptar al juego en la sociedad adulta como un elemento de recreación, pero no como actitud existencial. Una visión lúdica de la vida, fácil, sin ataduras, enamorada del riesgo, es incompatible con toda filosofía de vida con raíces en el judaísmo. Lo ludico es la evasión por excelencia. El judaísmo rechaza la evasión de las responsabilidades esenciales del hombre en su relación con sus semejantes y consigo mismo.
     
La tercera divergencia atañe a la pugna en torno al tema ontològico y al sentido de la vida. El vacío agradable del post-modernismo, su nihilismo vistoso y aparentemente inofensivo, sus manías de seducción, no tienen nada que ver con la sensibilidad judía. Más aún, la enfrentan frontalmente. El judaísmo exalta la vida porque considera que tiene sentido y que es un deber humano encontrarle ese sentido.
     
La cuarta divergencia tiene que ver con el hedonismo. El judaísmo nunca fue demasiado lejos en su rechazo del placer, pero tampoco aceptó nunca la consagración del placer como valor central en su visión del mundo. El hedonismo elevado a la categoría de valor primario lleva necesariamente a la transgresión en el campo moral. Y si existe un principio unificador en todas las corrientes del judaísmo, es la primacía esencial de los valores éticos. Por lo tanto, el rol protagónico del hedonismo en la post-modernidad es esencialmente antagónico al judaísmo.
     
La quinta divergencia tiene que ver con el carácter esencialmente relativista del post-modernismo. En contraste con éste, el judaísmo no se ha cansado de su sed de lo absoluto. Las distintas variedades de mesianismo social judío siguen vigentes aún en un mundo de quiebra de valores. Las contingencias cambiantes del post-modernismo son esencialmente ajenas al remoto, pero vigente, mensaje profético judío, así como a sus postulados éticos esenciales. El post-modernismo propugna una indiferencia frente a valores esenciales, mientras que el judaísmo es compromiso permanente, vocación de servicio, interés incansable por el mundo y el prójimo.
     
La sexta diferencia tiene que ver con diferencias de esencia y no de concepto. El post-modernismo es el reino de lo efímero; el judaísmo es el triunfo de lo permanente. El post-modernismo es frágil, volátil, precario, pese a su alcance universal. Apuesta a lo inmediato, lo alcanzable, lo fácil, lo cómodo; mientras el judaísmo apuesta a lo incómodo, lo inalcanzable, lo difícil, lo eterno.
     
Por último, está la diferencia entre el humor judío y el post-moderno. Gilles Lipovetzky habla en su ensayo sobre ”La sociedad humorística», de una “humanidad narcisista sin exuberancia, sin risa, pero sobresaturada de signos humorísticos”. Efectivamente la post-modernidad está impregnada de humor, pero es un humor de reflejos, de nuevos convencionalismos, de estereotipos aceptados. Es un humor funcional que nunca trasciende lo superficial, mientras que el humorismo judío es un recurso reflexivo, una confrontación con realidades más profundas que las meramente aparentes, una evaluación de la medida humana de lo judío.
     
Por supuesto, cada uno de estos puntos puede ser desarrollado más extensamente y seguramente podrían encontrarse otros puntos de divergencia entre post-modernidad y judaísmo que estos siete someramente expuestos. Pero con lo escrito hasta aquí es suficiente para llegar a la conclusión que tuve en mente al iniciar este artículo: Una vez más en nuestra historia estamos nadando contra la corriente. El judaísmo está vivo.