22 de noviembre de 2022 - vaticano
Palabras del Cardenal Kurt Koch durante la inauguración de la reunión del Comité Ejecutivo del Congreso Judío Mundial en el Vaticano
El Cardenal Kurt Koch, Presidente del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, inauguró junto a Ronald S. Lauder el proceso Kishreinu en el Aula del Sínodo. Fue la primera vez que una organización judía mundial sesionó en el Vaticano.
Señoras y señores:
En primer lugar, quisiera agradecer su amable invitación a tomar la palabra en la Reunión del Comité Ejecutivo del Congreso Judío Mundial aquí en Roma. Es realmente inédito que una organización judía se reúna un día en la Sinagoga de Roma, y otro día en el Vaticano. Es una clara señal de que nosotros como judíos y católicos debemos estar juntos, y que existe una relación singular entre nuestras tradiciones religiosas. Desde la promulgación de la Declaración “Nostra Aetate” (No. 4) del Concilio Vaticano II en 1965, la Iglesia Católica ha mantenido un diálogo sistemático con el pueblo judío. Gracias a la implementación progresiva de este documento, de maneras tangibles, nuestras relaciones han sido cada vez más cálidas y fraternales. Esta declaración del Concilio Vaticano II sigue siendo el documento básico y vinculante, y en nuestros futuros esfuerzos seguirá siendo nuestra brújula y nuestra “Carta Magna”. Nuestro diálogo con el pueblo judío no es simplemente un compromiso externo, sino que se relaciona con nuestra propia identidad cristiana; por ende, para nosotros no se trata de una opción posible sino de una obligación y responsabilidad internas. “Nostra Aetate” (No. 4) habla del patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, y busca promover y alentar el entendimiento y el respeto mutuos, particularmente en el campo de los estudios bíblicos y teológicos. En el curso de los últimos cincuenta y siete años, sobre la base de esta declaración revolucionaria, nuestra relación ha cambiado de manera irreversible no sólo para nuestro beneficio mutuo –cosa que esperamos y pretendemos- sino para el bien de toda la humanidad. En estos años se han superado viejos prejuicios y enemistades, se ha fomentado un mejor entendimiento mutuo, se han iniciado la reconciliación y la cooperación, y se ha consolidado la amistad personal.
Actualmente nuestras tradiciones religiosas están amenazadas por un espíritu militante de secularización y un ateísmo prevalente que tienden a relegar nuestros valores morales, cuyos orígenes compartidos se encuentran en la revelación de Un Dios. Quienquiera trate de cercenar estas raíces religiosas corre peligro de destruir nuestras culturas. Por ende, tanto católicos como judíos tienen la tarea común de dar testimonio del Dios único que reveló a la humanidad cómo vivir en correcta relación con uno mismo y con otros. El Papa Francisco está persuadido de que “judíos y cristianos… compartimos una rica herencia espiritual, que nos permite hacer muchas cosas juntos. En una época en que Occidente está expuesto a un secularismo despersonalizante, corresponde a los creyentes buscarse y cooperar para visibilizar aún más el amor divino a la humanidad”. (Discurso del Papa Francisco a miembros del American Jewish Committee, 8 de marzo de 2019).
En efecto, nuestro patrimonio espiritual común es tan amplio que no podemos apartarnos. Con nuestra herencia compartida tenemos la responsabilidad común de trabajar juntos para el bien de la humanidad, rechazando actitudes antisemitas, anticatólicas y anti cristianas, y todo tipo de discriminación; de trabajar por la justicia, la solidaridad y la paz; de difundir compasión y clemencia en un mundo frecuentemente frío y despiadado. Esto no se puede hacer una vez y para siempre; es una tarea permanente, que se debe abordar de nuevo en cada generación. Por eso, deseo resaltar la importancia de la educación. El futuro de nuestro diálogo depende de la formación de las jóvenes generaciones, que no sólo deben aprender la historia del diálogo judío- católico y el avance que hemos logrado en las últimas décadas, sino que deben involucrarse de manera activa y responsable, participando incluso en etapas tempranas.
Trabajar juntos, activamente, por la paz en nuestro mundo se ha convertido en algo incluso más importante desde el comienzo de la guerra en Ucrania, que afecta tanto a judíos como a cristianos. Es nuestra obligación común ayudar a los refugiados y a las personas que están sufriendo debido a este conflicto violento y cruel. Juntos debemos aportar para poner fin a esta guerra lo más pronto posible a través de medios diplomáticos. Toda guerra es una derrota de la humanidad, que crea inmensos sufrimientos y dolor.
Ojalá vuestro encuentro aquí en la Sinagoga y en el Vaticano sea un paso positivo y constructivo en el camino a la profundización de nuestra amistad, y sirva como testimonio al mundo del entendimiento y el respeto mutuos. Sólo juntos, hombro a hombro, podemos continuar nuestro camino bendecidos por el Eterno. En este sentido les deseo a todos una reunión fructífera y provechosa.