Edición Nº21 - Octubre 1989
Ed. Nº21: "Martín Fierro" y la Biblia
Por Heriberto Heber
Resulta indudable que la lectura detenida de algunos versos de “Martín Fierro”, el poema nacional de la literatura argentina, nos llena de asombro por ciertos aspectos de similitud que ellos guardan con otros tantos pasajes análogos de la Biblia hebrea, aunque es difícil establecer si estos múltiples puntos de contacto con las Sagradas Escrituras se deben a influencias que éstas ejercieron sobre José Hernández, o si provienen de coincidencias de temas humanos universales que son tratados en una obra tanto como en la otra.
Sin ir más lejos, el tema central -Martín Fierro, el gaucho fugitivo y exiliado en tierras extrañas- bien podría evocar al patriarca Abraham bíblico, forzado a abandonar su ciudad natal, Ur de los Caldeos, por desavenencias entre su propia fe monoteísta y la idolatría circundante. O bien a su nieto el patriarca Jacob, quien huye en dirección contraria -de la tierra de Canaán hacia la Mesopotamia- temeroso de la venganza de Esaú, su hermano mellizo, al que había arrebatado mediante un ardid la bendición de la primogenitura. También presenta analogías con el joven Moisés, quien por cometer un asesinato moralmente justificable (¡igual como Martín Fierro!) debe huir de Egipto al desierto de Sinaí. O con David, el joven vencedor del filisteo Goliat, quien escapa de los ataques del rey Saúl, que le cela su fama, yendo a vivir un tiempo al país de los filisteos, los acérrimos enemigos de las tribus de Israel (tal como los indios entre los cuales se refugió Martín Fierro, lo eran del hombre blanco).
* * *
Si bien los versos iniciales de la primera parte del poema gaucho presentan una coincidencia innegable con la literatura clásica latina:
“Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela” (M.F. 1-2)
frente a:
“Arma virumque cano…” (Virgilio, “Eneida”, II)
(“Canto a las armas y al varón…”),
sin embargo al mismo tiempo nos recuerdan también el arrebato lírico del profeta bíblico que también comienza con las palabras:
“Cantaré para mi amado el cantar de mi amado a su viña” (Isaías 5.1).
Y más patente todavía resulta el parecido de los versos iniciales de la segunda parte de la obra de Hernández:
“Atención pido al silencio y silencio a la atención…” (V.M.F. 1-2)*
con lo que solicita Moisés cuando también él está por comenzar el canto con que se despide de los hijos de Israel:
“Escuchad, cielos, y hablaré,
y oiga la tierra los dichos de mi boca” (Deuteronomio 32.1).
* * *
Entre los siete mil versos del poema hernandiano agrupados en casi medio centenar de cantos, queremos elegir aquí uno solo, el canto XV de la segunda parte (también conocido como “Los Consejos del Viejo Vizcacha”), para señalar algunas de las múltiples coincidencias (¿o influencias bíblicas recibidas por Hernández?) entre el poema gaucho y la tradición judía, encarnada en las Sagradas Escrituras, y en algunos casos, en el Talmud (que es, en cierto modo, la continuación de éstas).
Pues así empieza a aconsejarle el Viejo Vizcacha al segundo hijo de Martín Fierro, con el que está dialogando:
“Jamás llegués a parar
adonde veás perros flacos” (V.M.F. 2311-12)
“Perros flacos…’, animales flacos como símbolo de tierras estériles o de tiempos de sequía ¿no es esto lo que en el primer libro de la Biblia ya le anunció José al Faraón en Egipto? Allí leemos:
“Las siete vacas flacas… serán siete años de hambre” (Génesis 41.27).
Y cuando a continuación Vizcacha anuncia que:
“El primer cuidao del hombre es defender el pellejo” (V.M.F. 2313-14)
¿no coincide, acaso, con la constatación talmúdica de que:
“Cada hombre se cuida a sí mismo” (Talmud Sanedrín 9 B)?
Y al final de esta misma estrofa del poema, el viejo gaucho le explica a su joven colega de dónde proviene la sabiduría de los hombres experimentados en la vida, y le dice:
“El diablo sabe por diablo
pero más sabe por viejo” (V.M.F. 2317-18).
¿Qué leemos a ese mismo respecto en el ya mencionado himno de despedida de Moisés?
“Pregunta a tu padre y te lo contará,
a tus ancianos y te lo dirán” (Deuteronomio 32.7).
* * *
Pero en la próxima estrofa del poema hernandiano, en cambio, leemos algo que contradice por completo una norma bíblica fundamental:
“Hacete amigo del juez,
no le des de qué quejarse…
…pues siempre es güeno tener
palenque ande ir a rascarse” (V.M.F. 2319-20 y 2323-24).
Vale decir: procura amigarte con el juez, para que éste, en el caso de un eventual juicio, te favorezca como a uno de sus allegados.
La Biblia, en cambio, a ese respecto nos dice en tono contundente:
“No reconozcáis la cara (de los litigantes, para favorecerlos o para perjudicarlos) en el juicio” (Deuteronomio 1.17).
Y de ese juez no tan imparcial del viejo Vizcacha, el poema gaucho además nos cuenta que:
…“a uno le da con el clavo y a otro con la cantramilla” (V.M.F. 2329-30).
Y esto nos evoca a un personaje bíblico de la época de los Jueces en Israel, Shamgar ben Anat, que también usó el “clavo” o la “cantramilla” -una especie de picana para acicatear a los bueyes- como arma para luchar contra los hombrres:
“E hirió a los filisteos, seiscientos hombres, con una aguijada de bueyes” (Jueces, 3.31).
* * *
Después el poema de Hernández pasa a otro tema: el de las personas engreídas. Y dice lo siguiente al respecto:
“El hombre, hasta el más soberbio,
con más espinas que un tala…” (V.M.F. 2331-32).
La comparación del hombre soberbio con una planta espinosa también se halla en la Biblia, por ejemplo en el noveno capítulo del Libro de los Jueces, en el relato conocido como la “Parábola de Iotam”. Refiriéndose a su propio hermano Abimélej, quien aspira a erigirse en rey de todo Israel, Iotam cuenta que también los árboles se eligieron un rey: el “atad”, una cierta zarza espinosa, y ésta, en su engreimiento, todavía se atreve a proponerles a las otras plantas que figuran en esta historia:
“Venid, abrigáos en mi sombra” (Jueces 9,15).
¡Como si una zarza sin hojas pudiese brindarla!
El fin de esta misma estrofa del poema se refiere al hecho de que en la pampa, en tiempos de sequía, aun el ganado más arisco se ve obligado a acercarse al pozo, de donde el hombre le dará el agua que el animal necesita para sobrevivir:
“Hasta la hacienda baguala
caí al jagüel en la seca” (V.M.F. 2335-36).
Y esta escena del rebaño reunido alrededor del pozo, esperando la intervención de la mano del hombre que le provee el agua, en seguida evoca a varios cuadros bíblicos parecidos: el pozo de Eliézer y Rebeca (Génesis 24, 15-16), el de Jacob (id. 29.2), el de Moisés (Exodo 2.15-17) y algunos otros más.
* * *
A continuación, el viejo gaucho le recomienda a su pupilo lo siguiente:
“No andés cambiando de cueva,
hacé las que hace el ratón:
consérvate en el rincón
en que empezó tu esistencia:
vaca que cambia querencia
se atrasa en la parición” (V.M.F. 2331-42).
La vaca que se perjudica con el cambio de “domicilio”, por así decirlo, en seguida nos hace recordar el refrán popular hebreo de que: “Quien cambia de lugar, cambia de suerte”, derivado a su vez de una sentencia talmúdica (Talmud Rosh Hashaná 16 B). Y también nos evoca la historia del patriarca Abraham, a quien Dios ordenó abandonar su tierra natal, prometiéndole que “te convertiré en un gran pueblo” (Génesis 12.2). Y nuestro comentarista medieval Rashí (Rabí Shelomó ben Itzjac, 1040-1105), en su glosa a este texto, acota que la migración de un país a otro provoca, entre otros males, una disminución en el poder generativo del hombre, razón por la cual Dios prometió a Abraham que a pesar de ese debilitamiento, él se convertiría “en un gran pueblo”.
Y de la vaca que se muda de un campo de pastoreo a otro -cuando “cambia querencia” -afirma don Vizcacha que también ella “se atrasa en la parición”…
* * *
En otra estrofa cercana, refiriéndose al anciano gaucho, el poeta quiere subrayar la avanzada edad de ese personaje, y dice:
…“Aquel viejo como cerro” (V.M.F., 2344).
Esta asociación de ideas entre viejo y cerro, en seguida nos recuerda pasajes bíblicos como las palabras del profeta que anuncia:
“Y fueron destrozados los montes eternos” (Habacuc 3.6).
O el mismo Moisés también dice en el contexto de su bendición de despedida:
“Y de la cumbre de los montes antiguos, y del fruto de los collados eternos” (Deuteronomio 33.15).
¿Y qué otras normas de conducta le recomendaba el anciano a su joven discípulo?
“Que el hombre no debe creer en lágrimas de mujer
ni en la renguera del perro” (V.M.F. 2346-48).
Al estilo de ese profeta que anunció la llegada de un futuro descendiente de la rama de David, que “no juzgará según lo que ven sus ojos” (Isaías 11.3).
* * *
Unos versos más adelante, don Vizcacha recomienda:
“Lo que más precisa el hombre
tener, según yo discurro,
es la memoria del burro
que nunca olvida ande come” (V.M.F. 2351-54).
¿No es esto lo que ya dijo también Isaías al comienzo mismo de su libro de profecías? Pues allí leemos:
“El buey conoce a su dueño, y el burro, al pesebre de su amo” (Isaías 1.3), vale decir, el sitio “ande (donde) come”.
Siempre dentro de las imágenes tomadas del mundo animal, el viejo Vizcacha afirma pocos versos después:
“El cerdo vive tan gordo y se come hasta los hijos” (V.M.F. 2359-60).
En las Escrituras también el salmista ya sabía -si bien sólo por referencias, pues es asaz conocida la prohibición bíblica que rige contra el cerdo- la naturaleza omnívora de este animal, capaz de engullir cualquier cosa, con tal de alimentarse bien y de mantenerse gordo. En una referencia a la “vid de Egipto” mencionada pocas líneas antes, el texto bíblico dice que “la roerá el cerdo del bosque” (Salmos 80.14). ¡El puerco salvaje hasta es capaz de comerse una vid…!
Y. en una referencia a un nuevo animal, afirma nuestro poeta:
“El zorro que ya es corrido,
dende lejos la olfatea” (V.M.F. 2361-62).
En otro profeta de la Biblia hallamos, también, una alusión al zorro como animal que avizora desde lejos la presencia de un peligro:
“Como los zorros en las ruinas han sido tus profetas, Israel…han
previsto vanidad” (Ezequiel 13.4-6).
* * *
En la próxima estrofa el viejo Vizcacha recomienda lo siguiente: “El que gana su comida, bueno es que en silencio coma” (V.M.F. 2367-68). Y también aquí retornamos a lo que dijo una vez el salmista: “Cuando comieres el fruto de tus manos, serás bienaventurado y te irá bien” (Salmos 128.2).
Más adelante hallamos en sus consejos otra vez un ejemplo tomado del mundo animal, y en esta oportunidad se trata de un diminuto insecto:
“Aprendé de las hormigas:
no van a un noque vacío” (V.M.F. 2377-78).
¿Y qué decía Salomón en su Proverbios?
“Contempla a la hormiga, perezoso, mira sus caminos y aprende” (Proverbios 6.6).
Un poco más adelante el viejo gaucho previene a su pupilo contra un vicio que ya se prohibe en el Decálogo:
“A naides tengás envidia;
es muy triste el envidiar” (V.M.F. 2379-80).
Es decir, al estilo bíblico:
“No codicies la casa de tu prójimo… y todo lo que es de tu prójimo” (Exodo 20.14).
Conformarse con lo que uno tiene… ése es el secreto de una vida feliz. Así lo afirma el final de esta misma estrofa del poema, recurriendo otra vez al ejemplo del cerdo:
“Cada lechón en su teta
es el modo de mamar” (V.M.F. 2383-84).
Y esto nos hace recordar la famosa sentencia de Ben Zoma, un sabio del Talmud que sostenía lo siguiente:
“¿Quién es rico? El que está contento con lo que posee” (Talmud Abot 4.1).
* * *
En este conjunto de consejos no podía faltar tampoco la opinión del viejo gaucho acerca de las mujeres y del casamiento. Y así aconseja don Vizcacha a su discípulo:
“Si buscás vivir tranquilo dedicáte a solteriar” (V.M.F. 2391-92).
Vale decir que acá estamos en flagrante contradicción con el punto de vista bíblico que movió a Dios a crear a la primera mujer, Eva, como compañera necesaria para Adán:
“Y dijo el Eterno Dios: No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2.18).
Pero sabiendo las duras condiciones que semejante celibato impone al varón que lo practica, el viejo sigue diciendo, en esa misma estrofa:
“Mas si te querés casar,
con esta alvertencia sea:
que es muy difícil de guardar
prenda que otros codicean” (V.M.F. 2393-96).
¡Que lo diga, si no, Urías el heteo, ese valiente guerrero a quien el rey David le quitó la esposa llamada Bat Sheva (o Betsabé) según el detallado relato de II Samuel Cap. 11!
* * *
Otro tema interesante que toca el viejo gaucho en sus consejos es el de la defensa propia: ¿qué corresponde hacer cuando uno sufre de repente un sorpresivo ataque de algún enemigo?
“Ansina, si andás pasiando, y de noche sobre todo, debés llevarlo de modo
que al salir, salga cortando” (V.M.F. 2411-14).
Se habla, por supuesto, del facón, ese largo cuchillo que el gaucho llevaba metido debajo de su cinto. Y lo que aquí se recomienda es, en otras palabras, el conocido adagio talmúdico:
“Si uno viene a matarte, madrúgalo y mátalo tú” (Talmud Berojot 58 A).
Y cerca ya del final de sus consejos, el viejo Vizcacha también toca el tema del ahorro:
“Los que no saben guardar
son pobres aunque trabajen” (V.M.F. 2415-16).
Tal como lo leemos en la Biblia en el relato de José, ascendido en Egipto al cargo de ministro del Faraón:
“Recogió todo el alimento de los siete años…” (Génesis 41.48).
Ahorró trigo en los tiempos de la abundancia, como medida preventiva para poder sobrevivir durante los años de la futura escasez.
Y una estrofa más adelante en nuestro poema, hallamos un breve paralelo más, que no requiere mayores explicaciones:
“Cuando una tristeza encuentro
tomo un trago pa alegrarme” (V.M.F. 2423-24).
Tal como también ya lo expresó el salmista:
“Y el vino alegra el corazón del hombre” (Salmos 104.15).
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Llegado así al fin de sus consejos, el viejo Vizcacha todavía le recomienda al hijo de Martín Fierro:
“Vos sos pollo, y te convienen toditas estas razones; mis consejos y lecciones
no echés nunca en el olvido” (V.M.F. 2427-30).
Tal como lo dijera, en ese mismo sentido y si bien con otras palabras, el autor de los Proverbios bíblicos:
“Oye, hijo mío, la lección de tu padre, y no abandones la enseñanza de tu madre” (Proverbios 1.8).
Y este nuevo tema, la relación entre padres e hijos, ya nos llevaría a un nuevo canto en la segunda parte de “Martín Fierro”: el número XXXII, donde el protagonista principal de la obra se despide de sus hijos y les da su postrera bendición, tal como el patriarca Jacob lo hace en Génesis Cap. 49 o el legislador Moisés al despedirse de su pueblo, en Deuteronomio Cap. 33.
Pero todo esto ya constituye materia para un estudio aparte…
Notas:
* M.F.: «»El Gaucho Martín Fierro», de José Hernández.
* V.M.F.: «La Vuelta de Martín Fierro » de José Hernández.
(Los números señalan los versos respectivos)