Edición Nº23 - Octubre 1990
Ed. Nº23: La encuesta de la revista "Claridad" de marzo de 1939
Por Allan Metz
Opiniones de argentinos democráticos, entre ellos socialistas, sobre el antisemitismo, la cuestión judía y la persecución nazi de los judíos europeos.
Datos biográficos*
Se inserta a continuación un listado alfabético de los intelectuales estudiados en este trabajo, incluyéndolas fechas de nacimiento y muerte y sus profesiones, siempre que tales datos hayan estado disponibles. Se hace esto confiando en que esta información adicional puede serle útil al lector. Estas personas representan un corte vertical de la intelectualidad izquierdista argentina a fines de los años treinta.

Bunge, Augusto (1887-1948). Político socialista, médico, sociólogo. Corona Martínez, Enrique Urbano (1897-1964). Educador y político.
Frondizi, Arturo (nacido en 1908). Político del Partido Radical. Presidente de la Argentina entre 1958 y 1962.
Mandolini, Hernani (1892-1945). Médico, escritor, pintor.
Moreau de Justo, Alicia (1885-1986). Médica, profesora, periodista, política socialista.
Palacios, Alfredo Lorenzo (1879-1965). Abogado, político socialista. Destacada figura de su época.
Introducción
Entre el crescendo del antisemitismo alemán que culminó en la «Noche de Cristal»** del 9 al 10 de noviembre de 1938, y el estallido de la Segunda Guerra Mundial el 1° de setiembre de 1939, la revista socialista argentina Claridad1 confeccionó una encuesta de opinión, que fue formulada a prominentes personajes de la vida política e intelectual de la Argentina. Dicha encuesta concernió a las «persecuciones raciales» que se estaban produciendo en Alemania Nazi e Italia. Las razones para la confección de esta encuesta fueron presentadas como sigue:
La Opinión Argentina sobre las Persecuciones Raciales
Frente a las criminales agresiones de que es víctima en Alemania una parte indefensa de la familia humana, en la que el sombrío terrorismo nazi se adiestra cobardemente antes de desbordarse sobre otras poblaciones débiles o desprevenidas del mundo, como ya lo ha hecho con Austria y Checoeslovaquia, y como lo está haciendo con España, Claridad ha solicitado la opinión de algunos hombres representativos de diferentes sectores del pensamiento democrático argentino, sometiéndoles el siguiente cuestionario:
1. ¿Qué opina Ud. de las persecuciones de que son víctimas los judíos en Alemania e Italia?
2. ¿Existen, a su juicio, caracteres diferenciales en la moral, la conducta y las costumbres israelitas, con respecto a los demás pueblos?
3. ¿Cree usted que el judaísmo contribuye en alguna forma a agudizar este problema, mediante su adhesión a principios religiosos y restricciones raciales, por ejemplo?
4. El antisemitismo, en consecuencia, ¿es sólo una cuestión específica de los países totalitarios o puede, también, plantearse en las democracias?
Alfredo L. Palacios, Alicia Moreau de Justo, Augusto Bunge, Hernani Mandolini, Arturo Frondizi y Enrique Corona Martínez contestaron a la encuesta de Claridad2, revista que representó una tendencia de las publicaciones izquierdistas argentinas de la época en enfatizar tópicos internacionales además de los del propio país3. Sin embargo, incluso en una publicación de la izquierda como Claridad, es posible detectar sospechas respecto a los judíos, tal como se ha reflejado en las preguntas número dos y sobre todo en la número tres, cuya mera redacción refleja un prejuicio4, como están prejuiciadas especialmente las respuestas socialistas de Bunge, Palacios y Moreau de Justo. Fue por esto que las opiniones que vertió el grupo que acabamos de nombrar suscitó una respuesta judía representada por el periodista León Kibrick y el dirigente comunitario Nicolás Rapoport (las que serán presentadas luego). Si bien Rapoport participó en la encuesta, las respuestas de los no- judíos constituyen el foco de este estudio, puesto que las mismas reflejan la opinión democrática argentina interna sobre los judíos, y también los prejuicios existentes en la misma contra ellos.
La encuesta de «Claridad»
La revista judía argentina «Judaica» comentó así esta encuesta: «La popular revista «Claridad», dirigida por Antonio Zamora, ha dedicado un número especial al estudio de las persecuciones raciales en general y al antisemitismo en particular. Conocidas firmas de nuestro medio (que incluyeron a Félix Asnaourow, Emilio Troise y J. Zoilo Sczyzoryk***) y del exterior (como Benicio Rodríguez Vélez y Aldo Mollea, de Cuba y Rodrigo Chávez González, de Ecuador), cristianas y judías, abordan los más diversos aspectos del racismo, señalan su absurdo y denuncian el peligro que representa para los países de América. Este número de «Claridad», que es todo un volumen, encierra un valioso material de lectura contra el antisemitismo», dice Judaica, concluyendo que «hoy más que nunca» (marzo de 1939) hay necesidad «de que se ataje el veneno antisemita que se viene infiltrando» en «todos los países de América»5. Era en dicha edición de Claridad que se incluyó la encuesta entre intelectuales argentinos que es tema del presente estudio.
La presentación de la encuesta de «Claridad» de marzo de 1939.
A continuación ofreceremos una sección organizada pregunta tras pregunta, agrupando las respuestas. Los respondedores socialistas (como Palacios, Moreau de Justo y Bunge) serán presentados en primer lugar, seguidos por las respuestas ofrecidas por la izquierda democrática (como Mandolini, Frondizi y Corona Martínez).
1. ¿Qué opina usted de las persecuciones de que son víctimas los judíos en Alemania e Italia?
Alfredo Palacios comienza a responder a la pregunta número uno declarando que: «Todas las persecuciones sectarias son infames y monstruosas». Palacios las repudia «con toda el al ma» y afirma que «las repudiaría, aun cuando los perseguidos fueran los más implacables adversarios de mis ideas».
Consecuentemente, su denuncia contra «la tiranía nazi que oprime a los judíos» es «natural», considerando «la conducta inexplicable de las grandes democracias europeas que perdieron, antes, su prestigio y su dignidad, permaneciendo impasibles ante el sacrificio del noble pueblo español». Como preludio a su opinión ante la embestida nazi, trata del «dolor milenario» de los judíos vinculando lo que le ha sucedido desde Salomón hasta las promesas incumplidas por el Mandato británico. Todos los pueblos han sido crueles con los judíos, insultándolos, vejándolos, humillándolos, y así «convirtieron su martirio en energía que agitó al mundo».
La persecución nazi de los judíos es «una evidente muestra de reacción social y política» según Alicia Moreau de Justo. Semejante persecución evoca períodos históricos, considerados como pertenecientes a un pasado lejano, «en el que las diferencias religiosas» causaron violentas divisiones. Aunque las naciones totalitarias justifican semejante represión con argumentos raciales «e invocan así motivos biológicos», la verdad es que «el substrátum sentimental es el odio religioso hereditario», odio por el cual la Iglesia Católica es responsable.
Los judíos sólo sumaban en Alemania el 0,8% de la población total. ¿Podía, acaso, este pequeño porcentaje afectarla pureza de la raza», teniendo en cuenta especialmente la tradición judía de casarse dentro del judaísmo y no contraer exogamia? Resulta difícil admitir «sin suponer una extraña debilidad del resto de la población» alemana, que ella sea incapaz de «neutralizar la acción de ese reducido porcentaje» de judíos. Moreau de Justo piensa que «la razón es otra», o sea la explotación de «un viejo estado sentimental de la mayor parte de la población»: el antisemitismo, como excusa para «saquear impunemente» a gente capaz, los judíos, «que por su laboriosidad unas veces, su aptitud para el comercio otras, representaban un apreciable botín». Tal campaña también procura «eliminar de buenos puestos o de situaciones envidiables a hombres y mujeres sin elementos de defensa, ni fuera ni dentro del país, y dejar así el lugar libre para otros». Moreau de Justo termina su respuesta a la pregunta N°1 como sigue: «En resumen: el pretexto, la pureza biológica; la verdad, el saqueo».
De acuerdo al socialista Augusto Bunge, «el fascismo, o sea la dictadura terrorista a que apela el capital monopolista en descomposición», «allí donde lo hacen posible las circunstancias — la flojedad y división de las fuerzas populares — tiene en el racismo el primer fundamento básico de su tiranía». Invocando al racismo, el fascismo «pretende justificar el derecho inmanente de dominación de la «raza» superior» formada por «la clase privilegiada a la que sirve». «Corolario muy cómodo del racismo es el antisemitismo». «Explotando y cultivando un prejuicio ancestral», «se consigue un chivo emisario de todos los males del propio régimen: «el judío tiene la culpa»».
Tras estas observaciones básicas acerca de los fundamentos del racismo y el antisemitismo, Bunge se refiere a las persecuciones en sí mismas, a las que califica de «doblemente infames», «por lo que son y por su motivo». Pero «no lo son tanto, sin embargo, como las sistemáticamente organizadas contra los militantes gremiales, socialistas, comunistas o simplemente liberales, ni como la expoliación creciente de las masas, que es el objetivo central del terror fascista». La «única diferencia», para Bunge, consiste en que «los judíos perseguidos y expoliados como «raza» y no como el ase», cuentan en su seno con «muchos banqueros y otros grandes empresarios e intelectuales llegados a la eminencia, que han conseguido, y tenían que conseguir por la clase a que pertenecen, un eco en la gran prensa capitalista que no han tenido los más espantosos horrores del fascismo». Bunge recuerda a sus lectores, una y otra vez, que estas son las causas de la persecución anti judía.
El Dr. Hernani Mandolini contestó a la pregunta N° 1 con energía y brevedad: «No hay nada que pueda justificar las persecuciones antisemitas en Alemania y en Italia. Constituyen, con el servilismo colectivo y el misticismo de la fuerza, una reacción contra el espíritu humanista, amplio, tolerante y realmente superior. Sus propósitos reales pueden reducirse a dos: Primero, necesidad de dinero para compensar el grave desequilibrio económico de las dictaduras. Segundo: derivativo que se ofrece a las masas para engañarlas y desviarlas, apartándolas de sus legítimas reivindicaciones».
El Dr. Arturo Frondizi (quien años más tarde sería presidente de la República Argentina, de 1958 a 1962) también expresó su opinión respecto de la persecución de los nazis a los judíos. «Ya he tenido — dice — oportunidad de expresar mis puntos de vista al respecto. Las persecuciones antisemitas no plantean un problema a los judíos, sino a todos los hombres libres del mundo. Las pretendidas teorías raciales, en nombre de las cuales se quiere excluir a los judíos de la comunidad civilizada, no tienen fundamento válido alguno», pero «no es éste el aspecto fundamental. Lo que importa es que los judíos, en tanto hombres, tienen derechos que deben ser respetados».
Frondizi aventura que «si los judíos de Alemania e Italia estuvieran acusados de una actividad ilícita determinada, la cuestión debería ser examinada bajo una faz distinta. Pero nada de eso; los judíos son perseguidos por ser judíos. Ello es lo que da al problema magnitud humana. La enérgica protesta del mundo entero se explica, entonces, por un sentimiento primario de solidaridad con un sector de la humanidad que debe ser respetado en su condición de tal».
La encuesta de Claridad también solicitó su opinión al Dr. Enrique Corona Martínez. «Las persecuciones de que son víctimas los judíos en Alemania desde la implantación del régimen nazi, y en Italia recientemente, son típicamente criminales, como la mayoría de los actos de violencia que se ejercen sobre los pueblos sometidos, para mantenerlos sojuzgados». El racismo, ««mito del siglo XX»», pretende «establecer la preeminencia del pueblo nórdico — «ario puro» — sobre los demás pueblos de la tierra». Corona Martínez es de opinión que «los judíos han sido las primeras víctimas del sistema de violencia que sirve de instrumento de acción al régimen, y no serán las últimas si el mito traspone las fronteras del Tercer Reich». Recuerda al respecto que un ideólogo nazi «ha calificado a los pueblos sudamericanos de inferiores e idiotas. Así se nos juzga y como a tales se nos tratará si no lo impedimos a tiempo».
2. ¿Existen, a tu juicio, caracteres diferenciales en la moral, la conducta y las costumbres israelitas, con relación a los demás pueblos?
En su respuesta a la pregunta N°2, Palacios dice que «esta vez, el victimario es el dictador alemán. El clima moral de la Alemania actual es el mismo que conocíamos en la época del Káiser (recuérdese que esto fue escrito en 1939). «La Constitución sancionada en Weimar, donde la Asamblea Nacional parecía inspirada por los espíritus de Goethe y Schiller, fue abolida y la bandera de la República reemplazada por la del Imperio». Así es que «el ímpetu guerrero ha reaparecido amenazador, haciendo peligrar la cultura de Occidente. En nombre de un principio bárbaro de raza, los judíos han sido declarados fuera de la ley, fuera de la vida económica, política y social de Alemania. Se elimina de toda actividad a los magistrados, abogados, médicos, funcionarios, intelectuales, artistas y estudiantes de esa raza. No se trata de un boicot transitorio, sino de una exclusión total. Es una situación peor que la del ghetto medioeval». Palacios registra que «Francia protestó con indignación porque su cultura es humana y universal» y testimonia que «desde la frontera alemana presencié el éxodo de los judíos en 1933. He sentido vibrar en París en las grandes asambleas populares, donde se defendía a los israelitas. En las tribunas hablaban hombres de todos los partidos, de todas las religiones, de todas las clases». Relata Palacios que allá oyó «a un sacerdote católico fustigar a la barbarie hitlerista, en nombre del «judío Jesús»».
Indica Alfredo Palacios que «se ha considerado a Hitler como el heredero del antisemitismo racista de Schoenerer, que es anticristiano. Jehová y Jesús eran para Schoenerer dos dioses exóticos; venían, ambos, de Oriente y manchaban la pureza del alma germánica. Señala que Goyau denunció «esta absurda doctrina en honor de viejas divinidades germánicas» y que «había en Francia, en los comienzos de la persecución, mucho católicos que temían, con razón, que la pasión racista, brutalmente desencadenada en Alemania, se dirigiera también contra su religión, salida de Israel y que siempre tendrá, para el racismo, la tara de ser internacional». Temían con razón: «Ya no hay distinción de judío ni de griego; ni de siervo ni de libre; ni tampoco de hombre ni de mujer, porque todos vosotros sóis una sola cosa en Jesucristo», había dicho Pablo de Tarso en su epístola a los Gálatas, Cap. III, 28″.
Moreau de Justo comienza su contestación a la pregunta N° 2, observando que «creo que existen caracteres diferenciales entre los israelitas y los católicos, entre éstos y los protestantes, entre todos éstos y los masones, librepensadores o ateos. Como creo que existen diferencias de moral, conducta y costumbres entre los fascistas y los demócratas y socialistas», dado que «¿cómo suponer que opiniones y creencias, cuando son sinceras y bien arraigadas, no han de influir sobre el concepto que se tiene de la vida y la manera de conducirse en ella? Y cuando se trata de religión, esto es, de lo que se inculca en el individuo junto con las primeras palabras que aprende, las primeras impresiones que recibe, previamente a todo proceso de razonamiento, la influencia es enorme. Por esto, nada ha servido mejor que las religiones para dividir a los hombres, y los seguirá dividiendo, hasta que desaparezcan».
De acuerdo a Augusto Bunge, ««La Cuestión Judía», de Carlos Marx, «trata el asunto en forma insuperable» en lo que atañe a la pregunta N°2. «Los rasgos que se atribuyen como característicos a los judíos — el chalaneo, la codicia, los procedimientos comerciales turbios, etc., que se resumen en la mentalidad del ghetto — no son, en suma, como lo destaca Marx, sino los de la mentalidad burguesa cristiana llevada a su extremo lógico. Y cualquier peculiaridad judía, allí donde subsista, es con toda evidencia producto de la segregación y las limitaciones que la rivalidad comercial burguesa nativa, combinada con el fanatismo religioso — tan conveniente para el caso — ha impuesto durante siglos a los judíos».
Bunge concluye en esto que «no se trata, pues, de caracteres diferenciales como nación o «raza» — que niego existan sino como grados y matices culturales — sino de rasgos de adaptación a condiciones que han sido impuestas a los judíos, como la prohibición de hacerse agricultores, industriales, etc.».
Hernani Mandolini es de opinión que si bien «sería anticientífico negar estos caracteres diferenciales», los mismos «en realidad, no tienen mucha importancia», puesto que «en el seno de lo que hoy se entiende por pueblo o nación, las diferencias raciales — originadas por la diversidad de los estratos históricos—pueden ser enormes». Por ejemplo, indica Mandolini, «muy poco hay de común entre un prusiano y un bávaro, mucho menos entre un siciliano y un lombardo, y en cualquier región de Italia—a veces en una extensión de pocos kilómetros — ofrece en este sentido notables divergencias».
«Pero lo que en realidad tiene importancia—y de primer orden— es el valor social de estas agrupaciones étnicas», sostiene Mandolini, agregando que «si el judío -en cierto sentido y en forma general— presenta fallas (¿qué pueblo no las tiene?), constituye, bajo otro punto de vista, un elemento progresivo indudable. Sus cualidades superan en mucho a sus defectos; y allí donde el judaísmo pudo desarrollarse sin trabas, ha contribuido en primera fila — ya veces en forma realmente extraordinaria — al progreso de las actividades filosóficas, científicas y artísticas».
Al responder a la segunda pregunta, Arturo Frondizi replica que «no puede negarse la existencia de caracteres diferenciales en la conducta y las costumbres israelitas, con relación a los demás pueblos, como existe entre los hombres de distinta nacionalidad o de distintas épocas. Pero tales características específicas, que los judíos han mantenido a través del tiempo, no los transforman en seres indeseables para las colectividades civilizadas. Por el contrario, cabe señalar la importante contribución de los judíos al progreso de la cultura humana».
«Más de una vez — dice Frondizi — se ha acusado a los judíos de ser los capitalistas explotadores, o de dedicarse a ésta o aquélla actividades ilícitas, como si la estructura capitalista o las distintas formas del delito tuviesen nacionalidad. Los capitalistas explotadores y los delincuentes son seres deleznables, con abstracción del hecho de ser o no judíos».
En contraste con algunos otros respondientes, Corona Martínez desestima que haya diferencias: «Todas las colectividades humanas se distinguen entre sí, en mayor o menor grado, por sus hábitos, su moral, su conducta. La judía no tiene características substantivas y propias. Hay marcadas coincidencias con las que practican los demás pueblos de Europa y América, y sólo podríamos señalar diferencias de detalle, que pasan desapercibidas para la mayoría de los hombres sin prejuicios».
3. ¿Cree Ud. que el judaísmo contribuye en alguna forma a agudizar este problema, mediante su adhesión a principios religiosos y restricciones raciales, por ejemplo?
Palacios replica, en parte, a la tercera pregunta, haciendo la observación de que «el ejemplo de los dictadores ha sido imitado en otros países» y que «se persigue a los judíos, a veces, lo que es absurdo, en nombre de Jesús». Palacios expresa seguidamente su convicción: «Sostengo que los movimientos y teorías antisemitas son, en realidad, procedimientos de socavación del cristianismo». Y para esto, Alfredo Palacios transcribe a «aquel católico exasperado que fue León Bloy», en el párrafo siguiente que cita Maritain:
«Suponed que la gente a vuestro lado estuviese hablando continuamente de vuestro padre y de vuestra madre, con el mayor desprecio, y quo sólo tuvieran para ellos injurias y sarcasmos ultrajantes. ¿Con qué ánimo escucharíais? Pues bien: eso mismo le ocurre a nuestro Señor Jesucristo. La gente olvida, o más bien so propone ignorar, que Dios hecho hombre, es judío; el judío por excelencia, el Loán de Judá; que su madre es una judía, la Flor de la Raza Judía; que todos sus progenitores fueron judíos, y también los Profetas; y, finalmente, que nuestra Liturgia ha tomado la mayor parte de sus textos de los libros judíos. Ante esos hechos, ¿Cómo expresar la enormidad del ultraje y de la blasfemia que consiste en vilipendiar la raza judía? («Le Vieux de la Montagne»)».
Moreau de Justo sostiene en este punto que «el judaísmo, o mejor dicho el filo-judaísmo, adolece de los graves y fundamentales errores que encontramos en otras manifestaciones humanas análogas», ya que, según ella, «todo orgullo de raza, toda idea en la predestinación, en la acción mesiánica y salvadora, son peligrosos errores, que la humanidad paga siempre con sangre, y favorecen la reacción en contra de otros grupos». AJ respecto, los judíos del mundo entero tienen un marcado espíritu de cuerpo, tienden a agruparse en forma más o menos cerrada. Todos explican esto por la natural reacción ante la milenaria persecución de que han sido y son objeto, que trajo como contraproceso el desarrollo de esta actitud —verdadero reflejo de defensa—». Alicia Moreau de Justo concede que «es posible que esto sea así, pero hemos podido observar muchas veces que cualquier judío patrón explota a sus obreros judíos, si los tiene, con la misma tranquilidad con que lo hace un católico». Y por otra parte, «los judíos ricos actuarán en estrecha solidaridad con los católicos ricos en contra de las demandas de un proletariado que despierta, importándoles poco la raza y la confesión».
«El judaísmo es, en suma, un nacionalismo y un racismo al uso judío», opina Augusto Bunge. «Explicable en su origen como reacción de defensa al nacionalismo y racismo cultivados por las clases dominantes, en los países en que los judíos son forzosamente minoría, y explicable en su reviviscencia (sic) en los países donde vuelvan a ser perseguidos (se los obliga a sentirse judíos aun cuando lo hubieran olvidado), desempeña en los hechos la misma función que el nacionalismo y el racismo en todas partes». ¿Y cuál es esta función judía? Pues «justificar la explotación del proletariado y el campesinado —cristianos o no—por la minoría «elegida»; crear una solidaridad espurrea de las clases judías explotadas con las minorías judías explotadoras, para facilitar su explotación». ¿Y «dónde adquirió ese nacionalismo judío aspectos más odiosos?». Augusto Bunge responde de la siguiente manera: «Naturalmente, en la propia Palestina, persiguiendo brutalmente al proletariado judío que pretendiera organizarse, y despojando de sus tierras a los campesinos árabes «comprándolas» a los emires.
Bunge resume su contestación a la pregunta N°3 con la observación de que «el nacionalismo y el antisemitismo se condicionan recíprocamente», y dice que el nacionalismo judío «me resulta el más antipático de todos, porque por la posición de minoría de los judíos, es el más hipócrita», sosteniendo que «es, pues, inevitable» que dicho nacionalismo judío «favorezca el antisemitismo, así como el antisemitismo es la fuente principal del nacionalismo judío, es un círculo vicioso».
Hernani Mandolini ofrece una interesante respuesta a esta pregunta. «No puedo negar —escribe—que el judío, desde la Antigüedad, ha tratado de conservar —como casi todos los semitas— la integridad de sus principios étnicos. Mientras los demás pueblos se han fundido en las grandes corrientes históricas, constituyendo conglomerados nuevos, el judío pasó por ellos, no diré con su virginidad racial, pero con un mínimum de mezcla. Pueblo agrícola y pacífico, rodeado por imperios fuertes y agresivos en la Antigüedad; perseguido más tarde en el seno de las agrupaciones entre las cuales se vio obligado a vivir, buscó en el aislamiento un medio de defensa. Se enquistó. Y este enquistamiento puede considerarse como una verdadera resistencia, pasiva».
La pregunta N°3 es contestada por Arturo Frondizi de la siguiente forma: «No creo que las características en la religión o en las costumbres puedan agudizar el problema de las persecuciones antisemitas, que se desatan por motivos bien distintos de aquéllos».
«Esto no implica —pues el problema se plantea en otro terreno— que no viera con agrado que los judíos residentes en la Argentina se incorporasen a familias de las distintas razas que residen en nuestro suelo, y viceversa», declara Frondizi, quien opina que «quizás no sea cuestión sino de algunas generaciones más, que sepan superar las diferencias religiosas o de costumbres que pudieran existir».
Corona Martínez contesta queriendo mostrar, como Frondizi, que tiene una percepción profunda («insight») de la condición judía. Dice que «el judaísmo, que no es sino el conjunto de ritos, solemnidades y prácticas de las leyes de Moisés, que han orientado la marcha del pueblo judío en la historia, no agudiza el «problema judío»». Ni siquiera «lo ha engendrado». Los judíos «no son perseguidos en la actualidad porque practiquen el judaísmo, sino por razones económicas y políticas exclusivamente. Los motivos de orden religioso, preponderantes quizá en el pasado, hoy carecen de toda importancia y significación real, ante los otros que he señalado». Y termina su respuesta afirmando que «no creo que exista una raza judía, porque no admito la artificiosa tesis racista».
4. El antisemitismo, en consecuencia, ¿Es sólo una cuestión específica de los países totalitarios o puede, también, plantearse en la democracia?
Contestando a la pregunta N°4, Palacios sostiene que «odio todas las persecuciones y anhelo fervorosamente que nadie alce pendón de guerra contra los judíos en nuestra Argentina noble y generosa. Pero anhelo, también, que los judíos se vinculen a la tierra; se asimilen definitivamente para no ser «colonia»; que los jóvenes trabajen con amor, donde trabajaron sus padres y donde son libres, gozando de todos los derechos, sin suspicacias ni temores, pero siendo argentinos antes que judíos, entregándose a la patria que los cobijó bajo su pabellón sin mácula».
Palacios continúa diciendo que «he contestado hace pocos días a una encuesta iniciada por una gran revista israelita» a la cual, desafortunadamente, no nombra, «sosteniendo que la acción de los judíos, como individualidad étnica, dentro de un país, no podrá conseguir más que provocar el ataque de sus enemigos a quienes servirá como eficaz agente colaborador. Considero que en las condiciones actuales, el semitismo, pretendiendo subsistir en carácter de colectividad autónoma, no trabaja por los intereses de la humanidad».
La «tenacidad» y «persistencia» del judaísmo «en mantenerse enquistado, es funesta». Por el contrario, «deben los judíos fundirse en la colectividad de países, como el nuestro, donde no hallan resistencia». Pero con su actitud pueden crear tal resistencia hasta entonces inexistente, «lo que sería lamentable». Recomienda Palacios finalmente a los judíos, que «deben ayudar, con todo su poder, a los pueblos que mantienen todavía la enseña de la libertad y de la unidad humana».
Al responder a la cuarta pregunta, Moreau de Justo indica que «el antisemitismo no es específico de los países totalitarios, existe en otros». Por ejemplo, «bástenos recordar la ola antisemita que envolvió en Francia al asunto Dreyfus. Creo que puede despertarse en cualquier país llamado democrático». Y en lo que atañe a la Argentina, agrega: «¿No lo tenemos más o menos encubierto entre nosotros?».
La Dra. Moreau de Justo reflexiona que «si en Alemania e Italia se ha agudizado, es porque, evidentemente, estos pueblos no viven desde hace años más que bajo el imperio de los latigazos. El terror —bajo sus formas más groseras o más sutiles— es el gran instrumento de dominio». La respondente pasa a señalar con que «el dolor de algunos hace también olvidar el dolor de otros, y los que ven a gentes prósperas y honorables reducidas, de un día para otro, en pordioseros arrojados a los campos de concentración, empujadas al suicidio o a la huida desesperada, éstos han de creer que la mejor manera de seguir viviendo es no hablar, no pensar, hacer que los amos y sus esbirros se olviden de la pequeña existencia que se desliza silenciosa». Su conclusión es la de que «la única solución a estos problemas es la desaparición de los mitos de religión y de raza, hacia lo cual la humanidad se encamina, pero con una lentitud que es, a veces, desesperante».
Del mismo modo que en sus respuestas a las otras preguntas del cuestionario, Augusto Bunge también en ésta recurre a una perspectiva socialista. Comienza con la observación de que «el antisemitismo es muy anterior a nuestra época y está difundido por todas partes donde hay numerosos judíos», aunque «encuentra su expresión más brutal y repugnante en el fascismo, tan solo por ser éste el régimen más brutal y repugnante de explotación de las masas por una pequeña minoría privilegiada». En una democracia política «el antisemitismo puede atenuarse en ella hasta hacerse latente». Pero el antisemitismo «no puede desaparecer mientras subsistan clases opuestas, porque «la cuestión judía» forma parte de la cuestión social. Ello hace que el antisemitismo y su pendant, el nacionalismo judío, se intensifiquen cuando se intensifica la lucha de clases», como estaba sucediendo, según Bunge, en los Estados Unidos. «Porque el antisemitismo es, para los potentados no judíos una de las armas ideológicas de la explotación del hombre por el hombre, como lo es a su vez el semitismo para los potentados judíos… cuando no creen que les conviene más renegar de su origen».
«Uno y otro sólo pueden desaparecer en una democracia integral, o sea, en el socialismo». Bunge declara al respecto que esto «lo demuestran la historia y la teoría; y lo prueban hoy prácticamente dos hechos bien evidentes: por una parte, la cuestión judía ha desaparecido radicalmente en la U.R.S.S.; por otra, en ninguna parte está tan exacerbada como en Palestina, el «Hogar Nacional», acordado a la burguesía judía por el imperialismo británico, para que le cuide allí la cabecera del oleoducto a Mosul y del camino terrestre a la India».
Según el parecer de Hernani Mandolini, «las democracias no pueden admitir el problema antisemita». Las causas: «Primero: porque no han menester de los justificativos y derivativos absurdos de las dictaduras. Segundo: porque no cuadra con sus principios». «Una democracia que hiciera distingos raciales —dice Mandolini— dejaría de ser, por eso mismo, verdadera democracia. Todavía más: creo que en una democracia auténtica, basada sobre un régimen económico y social más amplio y justo, y muy distinta, por lo tanto de nuestras democracias —conglomerados heterogéneos y ambiguos—, el problema judío, bien o mal planteado, ya no tendría razón de ser, pues el judío mismo acabaría por desaparecer como tipo étnico, como pueblo entre los pueblos».
«En tal caso —prosigue—, no hallando ya motivos para su aislamiento, debería confundirse con los demás grupos sociales».
Mandolini termina su exposición con una Nota: «Todo lo dicho en favor del hebreo como hombre merecedor, no sólo de tolerancia sino de respeto, no reza para algunos individuos israelitas. Ridículo y sospechoso sería apiadarse por la suerte de un gran capitalista como Rothschild, o de un propagandista del fascismo como Gino Arias».
En contraste con las respuestas brindadas por algunos otros respondientes (como Alicia Moreau de Justo) a la pregunta N9 4, Arturo Frondizi enfatiza que la persecución antisemita «es evidentemente incompatible con el espíritu democrático y sólo es posible en un régimen totalitario». Indica que «es realmente inconciliable cualquier forma de persecución social, religiosa, racial o política, con la democracia como régimen de organización de las sociedades humanas, en que los individuos gozan de derechos y garantías».
«No puede, por tanto, aspirar a ser considerado una democracia un país en que se ejercite o permita la persecución antisemita, pues ella significa la privación de garantías fundamentales para una parte de sus habitantes».
«El antisemitismo es anterior a los regímenes totalitarios», contesta Corona Martínez. «El nazismo lo adoptó en su programa y lo implantó, con las abominables características que todos conocemos. Es incompatible con la democracia, porque es característica substancial de ésta el respeto de las minorías, con prescindencia absoluta de ideologías políticas, económicas, religiosas o de cualquier otra naturaleza semejante».
Reacciones judías por la encuesta de «Claridad»
El periodista y editor León Kibrick, quien también había dirigido encuestas de opinión en la revista Vida Nuestra y en el periódico Mundo Israelita, rápidamente reaccionó a la encuesta de Claridad reconociendo su «loable propósito» de «aportar su contribución a la campaña contra las persecuciones raciales», tema «de palpitante actualidad», habiendo «requerido la opinión de destacadas personalidades argentinas».
El análisis que hizo Kibrick de esta encuesta se enfocó en los respondientes socialistas (o sea Alfredo Palacios, Alicia Moreau de Justo y Augusto Bunge). «Es obvio decir que todas las respuestas condenan la bárbara persecución racial, que retrotrae nuestra civilización a los más tenebrosos tiempos del pasado. Pero cabe observar que algunos de los que participan en la encuesta no encaran el problema con suficiente conocimiento de causa. Y lo más curioso es que esta falla se nota principalmente en los socialistas», advierte Kibrick.
En primer lugar, Kibrick pasa a analizar las respuestas remitidas al cuestionario de Claridad por Alicia Moreau de Justo. «Entre otras cosas que (ella) reprocha a los judíos, es su supuesto «orgullo de raza, su idea de predestinación, en la acción mesiánica y salvadora» como «peligrosos errores que la humanidad paga siempre con sangre y favorece la reacción en contra de los otros grupos». La señora de Justo parece deducir esto del hecho que «los judíos del mundo entero tienen un marcado espíritu de cuerpo, tiende a agruparse en forma más o menos cerrada»».
«Sin necesidad de negar ese «espíritu de cuerpo», de ello no se concluye necesariamente que los judíos tengan «orgullo de raza», y mucho menos que eso favorezca la reacción contra otros grupos. Los judíos son perseguidos y no perseguidores, por la simple razón de que su «orgullo de raza» no está, ni ha estado nunca en estos últimos siglos, en condiciones de transformarse en imperialismo racial, que es la condición necesaria para oprimir a los otros grupos. El imperialismo es una expresión de fuerza expansiva, y los grupos minoritarios no pueden llegar jamás a esta etapa sin haberse convertido previamente en grupos dominantes, es decir, mayoritarios.
«Como socialista que es, la señora Moreau de Justo, en vez de buenos consejos a los judíos para que sean o dejen de ser esto o aquello, debiera buscar la explicación del fenómeno de la persistencia de Israel a través de la historia, en causas más hondas que la simple voluntad humana. Una vez hallada esta explicación, debería procurar transformar la sociedad para que el fenómeno desaparezca, si es que debe desaparecer. Su actitud no está de acuerdo con la posición de un verdadero determinista, de un militante marxista, que atribuye todos los fenómenos sociales al materialismo histórico. Tanto valdría que la señora Moreau esperara transformar la sociedad mediante buenos consejos a los capitalistas para que dejen de explotar a los obreros. Pero la distinguida propagandista de la redención social no tarda en darnos otra prueba de su posición sentimental y, por ende, antisocialista, al decirnos, en el mismo párrafo, que, no obstante ese «marcado espíritu de cuerpo» de los judíos, ha podido observar «muchas veces que cualquier judío patrón explota a sus obreros judíos, si los tiene, con la misma tranquilidad con que lo hace un católico». Pero si esto no es más que natural. El espíritu de cuerpo puede inducir a que un patrón judío prefiera emplear a un obrero judío, mas no a obrar contra las leyes económicas y contra sus propios intereses de clase».
Concluyendo su crítica de la posición asumida por la Dra. Alicia Moreau de Justo, León Kibrick dice que la misma termina «afirmando que «la única solución a estos problemas es la desaparición de los mitos de religión y raza». ¿Está segura de que eso basta? ¿Y el nacionalismo? En ninguna parte alude a él. Sin embargo, él es hoy el mayor peligro. Alicia Moreau de Justo prefiere no tocar este asunto, porque esto la obligaría a poner la mano en una llaga demasiado extendida entre los hombres, y no parece estar dispuesta a atraerse su encono. Sea. ¿Pero cuál de las religiones o racismos debe desaparecer primero: la religión o la raza oprimidas, o las que oprimen?» Kibrick subraya aquí que «desde el punto de vista socialista, eso no es indiferente. Limítese, pues, la señora de Justo a predicar contra el racismo asesino y deje de sermonear a los que sangran por su culpa».
El Dr. Alfredo Palacios fue francamente criticado por prominentes judíos argentinos, por su posición. Kibrick, en su análisis, comienza diciendo de Palacios que «él también termina aconsejando a los judíos que dejen de subsistir como individualidad étnica, porque esto provoca el ataque de sus enemigos. Lo hace, naturalmente, por su bien y movido por un hondo sentimiento de simpatía humana».
«No cabe duda —continúa León Kibrick— que esa podría ser una solución», a pesar de que la tendencia del antisemitismo en los días que corrían, como lo demostraba su adopción por parte de Italia, «es excluyente» respecto de los judíos. «Pero mucho nos tememos —dice Kibrick— que no sea la mejor. Porque hay dos maneras de hacer desaparecer una enfermedad». ¿Cuáles son esas maneras? pues, «una, curándola; otra, eliminando al paciente. El Dr. Palacios nos propone la segunda».
Kibrick agrega que semejante «solución» o alternativa, «por lo demás, no creemos que eso sea tan fácil y sencillo como parece. Si lo fuera, lo más lógico para evitar conflictos y gérmenes de guerra sería pedir a los checos que se despojen de su individualidad nacional; a los españoles que consientan ser una colonia italiana; a los chinos que se dejen dominar por el Japón. Y así llegaríamos a reconocer el derecho del más fuerte, hasta que no pueda más que un poder avasallar el mundo y la humanidad se convierta en una inmensa colmena con una expresión monocorde».
Y Kibrick recuerda que, empero «el humanista que hay en el doctor Palacios no lo aconseja (que desaparezcan) a esos pueblos sojuzgados, y entonces tampoco debe aconsejárnoslo a nosotros, los judíos. La solución no está, pues, ahí. Hay que buscarla en otra parte, no en el «suicidio» sino en la liberación. La liberación no sólo del judío hombre, sino del hombre judío».
Kibrick dirige ahora la atención a Augusto Bunge, quien «es otro de los socialistas que se expiden en la encuesta».
Este «es el más avanzado de los tres, y por ello cabría esperar que la suya fuera la respuesta más radical, por su amplitud y por su universalismo». Fustiga el director de ‘Mundo Israelita» «el parangón que hace entre las persecuciones a los judíos como raza y las que sufren los militantes de izquierda. Y luego, por su descubrimiento de que los judíos, gracias a la eminencia a que han llegado muchos de ellos, han conseguido un eco en la prensa capitalista que los otros no han logrado. ¿Se necesita haber llegado a la «quintaesencia» del marxismo para confundir el horror de una persecución contra una comunidad por el solo hecho de haber nacido judíos, con la inhumanidad de que son objeto adversarios políticos de un régimen dictatorial? Cualquiera, aún sin ser un doctrinario puro, comprende que se trata de dos fenómenos completamente distintos, y que la diferencia no es de grado sino de esencia. Se puede discutir la mayor o menor crueldad con que tratan los fascistas a los comunistas, o viceversa, pero nadie negará que se trata de una lucha entre enemigos. No la pasan bien, sin duda, los revolucionarios en Italia y Alemania, pero tampoco lo pasan mejor los reaccionarios en la U.R.S.S. Mas los judíos son maltratados, despojados y asesinados no por sus ideas, sino por su nacimiento. Por otra parte, a los enemigos del fascismo o a los del comunismo, a fuer de que no hay nadie que denuncie sus ideas, les queda el recurso de abdicar de ellas o simular que abdican». ¿Y los judíos? «Los judíos, en cambio, «no pueden dejar de ser lo que son. Los adversarios ideológicos de los dos regímenes dictatoriales, cuando son expulsados de sus respectivas patrias, encuentran una fraternal acogida en sus nuevas patrias ideológicas; pero los judíos, declarados parias, no encuentran hogares que los acojan, no tienen gobiernos que los defiendan, y vagan por todas las fronteras, sufren todas las inclemencias y mueren sin el consuelo de que entregan sus vidas en holocausto a un ideal».
«En cuanto a lo del eco en la gran prensa, que tanto envidia el ex líder socialista independiente (en referencia al Dr. Bunge), convendrá con nosotros, seguramente, en que no compensa las horrendas penurias que les toca soportar (a los judíos). ¿Pero eso es cierto, siquiera? La gran prensa, con algunas pocas excepciones honrosas, contempla impasible el espectáculo de millones de hombres proscriptos de la vida civil y de los derechos más elementales. Los grandes estados siguen la política de no inmiscuirse en los asuntos internos de otros estados (colocando, también ellos, en un pie de igualdad a los delincuentes políticos —comunistas o fascistas—y a los judíos, como lo hace el Dr. Bunge). Es tanta su pasión «no intervencionista»’ que incluso se niegan a recibir a los pocos fugitivos que han tenido la suerte de salir del infierno nazifascista. Si el Dr. Bunge lee la ««prensa capitalista«» o la otra, se habrá enterado, con toda seguridad, de casos muy recientes de devolución de inmigrantes que «no tenían los papeles en regla»». Acá Kibrick exhorta a que «no se cite otra vez el caso de los refugiados antifranquistas que, además, Francia no ha devuelto violentamente a España facciosa, como se hace diariamente con los judíos». Y prosigue: «Pero tampoco es exacto que la gran prensa se apiade de los judíos víctimas del racismo. Todo lo contrario: nunca la propaganda antisemita ha encontrado tanta difusión como hasta ahora, y no precisamente en el periodismo avanzado salvo, naturalmente, algunas excepciones en ambos casos».
Kibrick toma nota de que «el doctor Bunge ha hecho otros descubrimientos estupendos, tales como el de que el nacionalismo judío, como todos los nacionalismos y racismos, tiene por objeto «crear una solidaridad espurrea de las clases judías explotadas con las minorías judías explotadoras, para facilitar su explotación»; que «donde adquirió ese nacionalismo judío aspectos más odiosos es, naturalmente, en Palestina, persiguiendo brutalmente al proletariado judío que pretendiera organizarse y despojando de sus tierras a los campesinos árabes «comprándolas» a los emires»». Al respecto anota el periodista que, con perdón del que efectuó semejantes reflexiones, «no se pueden haber dicho más insensateces en menos líneas». Y «en lo que concierne a la persecución del proletariado judío en Palestina y al despojo de los árabes, aconsejamos al doctor Bunge que se informe mejor y proceda con mayor honestidad intelectual. En Palestina los obreros están perfectamente organizados y tienen el predominio político. La Histadrut (Confederación del Trabajo) cuenta con no menos de 120.000 afiliados, lo que representa más del 25 por ciento del total de la población judía». También rebate «la afirmación del señor Bunge sobre el «despojo» de los árabes. El solo hecho de que él mismo afirme que la tierra es comprada a los emires, demuestra que los dueños de ella no son los campesinos árabes. Pero aun cuando así no fuera, sería el caso de decir que todo hombre que adquiere tierra para trabajarla él mismo, la usurpa a aquél de quien la ha adquirido. Precisamente Palestina da el más grande mentís al doctor Bunge. Allí los árabes pobres se han beneficiado con la colonización hebrea y gozan de un relativo bienestar auténtico que antes no conocían».
«Y qué decir de la afirmación extraordinaria de que la cuestión judía ‘en ninguna parte está tan exacerbada como en Palestina, el «Hogar Nacional», acordado a la burguesía judía por el imperialismo británico, para que le cuide allí la cabecera del oleoducto a Mosul y del camino terrestre a la India’.» Decir que en Palestina existe la cuestión judía, es lo mismo que afirmar que en Checoeslovaquia existe la cuestión checa, en Polonia la cuestión polaca, etc., etc. No, señor Bunge: lo que existe en Palestina, si es que existe, es una cuestión judeo-árabe, como hay un problema checo-germano o polaco-germano. Y esto también lo comprende cualquier muchacho de la escuela. En cuanto a lo del imperialismo inglés, burguesía judía y otras afirmaciones, no merecen ser tomadas en serio», pues el acontecer diario de esos días «desmiente, lamentablemente, al señor Bunge». Y «finalmente, algunas palabras sobre la solución dada por la U.R.S.S. a la cuestión judía. Efectivamente, allí no hay más tal cuestión. Pero el régimen soviético no ha pedido a los judíos que dejen de serlo, sino que, al contrario, les ha ofrecido garantías de subsistencia, cediéndoles incluso regiones y territorios. Lo que hizo el gobierno de Moscú es suprimir a los antisemitas. Eso debieran hacer, o propender a que se haga, los socialistas»6.
Nicolás Rapoport, casi veinte años más tarde, evoca «una interesante encuesta» llevada a cabo por «la importante revista ‘Claridad’ cuyo subtítulo ya era una declaración de principios: ‘La Revista de los hombres libres’. Este autor califica a las respuestas de «sugestivas y sustanciales» y se refiere a las preguntas 1,2 y 4 (aunque omite u olvida la pregunta que originariamente fue la N9 3). Menciona específicamente la participación de Moreau de Justo, Palacios, Frondizi y Bunge y dice que intervinieron también «otras personalidades que se me escapan».
Rapoport era una figura muy prominente en la comunidad judía de la Argentina, en su calidad de escritor, presidente de la DA.I.A. (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas) y de la Sociedad Hebraica Argentina, y director del Hospital Israelita. Fue amigo «personal» de muchos socialistas7. Es por esto que «ha quedado grabado en mi memoria las conclusiones a que arribaban los socialistas*. Si bien destaca que «todos los entrevistados condenaban duramente las persecuciones», indica que «la Dra. de Justo hallaba una solución a esos problemas en la desaparición de los mitos de religión y raza».
Nicolás Rapoport comenta sarcásticamente: «Evidentemente inteligente la respuesta». Y referido a la asimilación, el Dr. Rapoport reprocha también al Dr. Palacios, quien «hallaba otra solución no precisamente original: anhelaba que los judíos se vinculen a la tierra, se asimilen definitivamente para no ser colonia». Dice sobre Palacios que éste «consideraba que el semitismo, pretendiendo subsistir en carácter de colectividad autónoma, no trabaja para los intereses de la humanidad. Terminaba diciendo que la tenacidad y la persistencia en mantenerse enquistados (los judíos) era funesta y que debían los judíos fundirse con los demás pueblos y… esa era la solución; desaparecer como pueblo y así, claro está, terminaba el problema y el desenlace del milenario drama era simple y teatral. Muerto el perro, ya se sabe, termina la rabia».
Y continúa así Nicolás Rapoport sobre la posición del Dr. Alfredo Lorenzo Palacios: «Pero, convengamos en que al Dr. Palacios, tan eminente valor, tan experto político, tan óptimo maestro, le flaqueaba la memoria en un detalle de observación de hechos incontrovertibles y concretos: según las leyes raciales de los socios Hitler-Mussolini, sólo se admitía como raza sin mácula judía, sangre aria químicamente pura, a los de la cuarta generación. Una minucia, un pormenor que invalidaba la portentosa solución».
«Enquistado el pueblo judío, según Palacios, no trabaja para la humanidad. Decididamente, la memoria del líder socialista se debilita, flaquea. Podemos decirle al Dr. Palacios que, en nuestro deleznable e incomprendido orgullo, nos sentimos satisfechos no sólo con nuestras tradiciones sí que también con nuestro aporte a la humanidad. Enquistados porque nos enquistan, dimos al mundo valores de cierta importancia. Cinco judíos, cinco cerebros, han revolucionado el pensamiento de la humanidad: Moisés, Jesús, Marx, Freud y Einstein. Para qué citar a Maimónides, al Rabí Don Santo de Carrión, a Spinoza, Mendelssohn, Lischetitzky, Kreisler, Milaud, Ravel, Ehrlich, Haber, y más y más; todos ellos enquistados, deplorablemente enquistados, seguirán volcando, dando siempre para la humanidad que los enquista la prodigalidad portentosa de sus mentes geniales».
Continúa Rapoport: «Podemos decirle al doctor Palacios que seguiremos soportando el vendaval bimilenario que azótalas espaldas judías; seguiremos hasta que el mundo se humanice con la verdad de otro judío, el profeta Isaías y hasta que el homo homini lupus sea una frase sin realidad. Seguiremos; porque cabe preguntar: ¿qué de la idealidad judía, secular, milenaria? ¿Qué de la vida de ese pueblo que cruzó la historia con alta dignidad, con perenne cerviz altiva, con heroísmo sin par, con angustias y sufrimientos inenarrables?» Y subraya: «Nada importa eso. Debe desaparecer, esfumarse, desvanecerse como el humo en la atmósfera, perderse en la nada. ¡No!».
A continuación dice el Dr. Nicolás Rapoport que «también recuerdo párrafos de la inteligente respuesta del Dr. Arturo Frondizi. Sostenía el joven político que esas pretendidas teorías raciales no tienen fundamento válido alguno, que los judíos de Alemania e Italia son perseguidos por ser judíos y que eso era lo que da al problema magnitud humana. Que no puede negarse la existencia de caracteres diferenciales en relación a los demás pueblos como existe entre hombres de distintas nacionalidades, pero tales características no transforman a los israelitas en seres indeseables para las colectividades civilizadas». Frondizi, «por el contrario», contestó que «cabe señalarla contribución judía al progreso de la cultura humana y a su civilización general»8.
Conclusión
El propósito de este trabajo ha sido presentar las opiniones que fueron expresadas en la encuesta de la revista Claridad de marzo de 1939, las cuales, según la propia presentación de la revista, fueron vertidas por «hombres representativos del pensamiento democrático argentino». Como lo hemos advertido en la introducción, la pregunta N9 2 y particularmente la N9 3 fueron redactadas prejuiciosamente, y así también fueron las respuestas de los participantes socialistas, o sea Moreau de Justo, Bunge y Palacios. (El periodista judío León Kibrick caracterizó a Bunge como el más avanzado de los tres socialistas en lo que atañe a las actitudes de los mismos hacia los judíos, pese a haber reservado precisamente para Bunge el grueso de sus críticas).
En comparación, las respuestas de los democráticos pero no socialistas (vale decir, Frondizi, Mandolini y Corona Martínez) reflejaron actitudes más favorables hacia los judíos y una mayor comprensión de los mismos, que lo que se evidenció en los socialistas.
De esta manera, en tanto que el tema de la encuesta era la persecución de los judíos en Alemania e Italia, las respuestas también revelaron las actitudes locales respecto a los judíos, aunque no todas ellas eran enfocadas tal como las reflejaron los respondientes socialistas y las preguntas N°2 y N°3 de la encuesta misma. Las respuestas también reflejaron opiniones sobre tópicos relacionados, o no relacionados directamente, como por ejemplo la posición antirreligiosa de Moreau de Justo, el socialismo doctrinario de Bunge y la apología de la asimilación hecha por Palacios. El último tramo de nuestra investigación consistió en la presentación de reacciones judías a la encuesta, por parte del periodista León Kibrick y del dirigente comunitario Nicolás Rapoport, quienes criticaron y refutaron muchas de las afirmaciones efectuadas por los socialistas.
Puede parecer por lo menos sorprendente que algunos miembros del Partido Socialista Argentino9, cuyas posiciones progresistas apelaban al apoyo (y lo obtenían) de los trabajadores urbanos entre los que se incluían un significativo número de judíos, hayan sostenido actitudes semejantes. También judíos participaban en el partido (como, por ejemplo, Enrique Dickmann). Dado el «carácter progresista» del partido y su familiaridad con los votantes judíos, «cabría esperar que (los líderes socialistas) hubieran tenido una mayor sensibilidad para con la preservación de la identidad judía» y hacia los asuntos judíos en general. Pero no era así. En realidad, la figura más egregia del Partido Socialista, Juan B. Justo, era bastante hostil a los judíos (en contraste con su aprecio por otros grupos inmigrantes como los italianos y los españoles) vía su prédica a favor de la asimilación y el resentimiento que sentía por la segregación de los mismos, la cual él consideraba reflejo del «orgullo secreto» que sentirían los judíos por sí mismos, con lo que ofendían a los ««sentimientos nacionalistas»» del doctor Justo. Estas opiniones, y otras más, están contenidas en su famoso artículo de 1923 titulado «Por qué no me gusta escribir en una hoja que se dice israelita»10.
Similarmente, otros socialistas, como Américo Ghioldi, veían a la Argentina como un crisol de razas del que emergería la argentinidad, en la cual no habría lugar para el separatismo judío ni para instituciones judaicas.
Estas actitudes reflejan, también, la apreciación general de los argentinos con respecto a sus compatriotas judíos como grupo humano11. Es por esto que, como lo señala Leonardo Senkman, la expectación comúnmente sostenida en la Argentina por todo el espectro político (incluyendo, por consiguiente a los respondientes socialistas y democráticos aunque no socialistas, al cuestionario sometido por Claridad) era que, para participar plenamente en la vida argentina, los judíos y los demás grupos inmigratorios debían colaborar en la formación de la argentinidad12. Lo cual implicaba la asimilación, y reflejaba la suspicacia de los argentinos respecto al mantenimiento de una identidad judía, que era considerada una amenaza contra la identidad y las instituciones argentinas»13.
(Traducción del inglés: Pedro J. Olschansky)
Teniendo a la vista los textos originales en castellano de las publicaciones mencionadas en este estudio, que han sido consecuentemente transcriptos según su redacción primigenia.
* Entre las obras consultadas para información bibliográfica figuraron: Diego Abad de Santillán, Gran enciclopedia argentina, 8 vols. (Buenos Aires: Ediar Soc. Anón. Editores, 1956 y Apéndice, 1964; P. A. Fontenla Facal, Primer diccionario biográfico contemporáneo ilustrado (Buenos Aires, 192-?); William Belmont Parker, ed. Argentines of Today, 2 vols. (New York: Hispanic Society of America 1920); Dionisio Petríella. Los italianos en la historia de la cultura argentina (Buenos Aires: Asociación Dante Aíighieri, 1979).
** Ver, respecto a este tópico, Gerhart M. Riegnor, «De «La Noche de Cristal» a la Solución Final»», «Coloquio» N°20 (1989), págs. 7 a 27.
1 El título completo de esta publicación era: Claridad. Revista de arte, crítica y letras, ciencias sociales y políticas. La revista de los hombres libres. Para más información sobre Claridad, ver Borges ante la crítica argentina, 1923-1960 por María Luisa Bastos (Buenos Aires: Ediciones Hispamérica, 1974), págs. 60 a 69 y 316, Las revistas literarias argentinas, 1893-1967 por Héctor Roñé Lafleur, Sergio D. Provenzano, Fernando P. Alonso, Biblioteca de Literatura, Literatura argentina / Obras de referencia (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1966), págs. 82,108,160; Sur: A Study of the Argentine Literary Journal and Its Role in the Development of a Culture, 1931-1970, por John King, Cambridge Iberian and Latín American Studies (Cambridge: Cambridge University Press, 1986), págs. 16,17, 25, 26 y 27; «Opinión sobre Claridad», Claridad N°200 (febrero de 1930).
2 «La opinión argentina sobre las persecuciones raciales», Claridad (febrero- marzo de 1939), sin numeración de páginas.
3 The Last Happy Men: The Generation of 1922, Fiction, and the Argentine Reality, por Christopher Towne Loland, primera edición (Syracuse, Nueva York: Syracuso University Press, 1986), pág. 43; y Sur, por King, página 25.
4 «El 4 de junio de 1943 y los judíos», por Leonardo Senkman, en Todo es Historia, año 17, N» 193 (junio de 1983), pág. 69.
*** Irónicamente, Jacques Zoilo Sczyzoryk redactó después muchos escritos antisemitas como «La conspiración judeo-sinúrquica en Medio Oriente y Argentina» (1973), «Invasión sionista» (1969), «Los planes ocultos del imperio sionista» (1976), «La sinarquía sionista conspira contra la paz mundial», (1974).
5 «Un número de Claridad contra el racismo», en Judaica, año 6 números 68- 69 (febrero- marzo de 1939), pág. 125.
6 «En torno a una encuesta sobro las persecuciones raciales», por León Kibrick, en Mundo Israelita, 8 de abril de 1939, págs. 1 y 12.
7 Los prejuiciados de honrada conciencia, por Samuel Tarnopolsky (Buenos Aires: Editorial Candelabro, 1969), págs. 55 y 56.
8 Desde lejos hasta ayer, por Nicolás Rapoport (Buenos Aires: Talleres Gráficos «Zlotopioro Hermanos», 1957), págs. 110 a 113. Una crónica sobre la refutación de Rapoport a Palacios puede hallarse en Los prejuiciados…, por Tarnopolsky, págs. 114 y 115.
9 Para información adicional sobre esto partido, ver The Socialist Party of Argentina, 1890-1930, por Richard J. Walter, Latin American monographs, n°42 (Austin: Instituto of Latin American Studies, University of Texas at Austin, 1977).
10 «Por qué no me gusta escribir en una hoja que se dice israelita», por Juan B. Justo, Vida Nuestra, Vol. 6, N° 9 (marzo de 1923).
11 «Argentino Culture and Jewish Identity», por Leonardo Senkman, en The Jewish Presence in Latin America, editado por Judith Linkin Elkin y Gilbert W. Merkx, Thematic studies in Latin America (Boston: Alien and Unwin, 1987), págs. 265 a 269.
12 La identidad judía en la literatura argentina, por Leonardo Senkman, Colección «Ensayos y Estudios» (Buenos Aires: Editorial Pardés, 1983), pág. 203.
13 «Argentine Culture and Jewish Identity», por Leonardo Senkman, pág. 269.