Coloquio

Edición Nº3 - Abril 1980

Ed. N°3: Freud y el humanismo

Por León Grinberg.

Lo esencial de las significaciones contenidas en la imagen política, social y ética del hombre en las distintas épocas puede resumirse en el concepto enunciado por el término dignidad.
 
J. L. Romero sostiene que el humanismo debe ser comprendido como una actitud que equivale a una postura frente al mundo, a la cual el hombre no puede renunciar.

En el siglo XVI surgió la valoración del hombre como algo diferente, en contraste con la imagen denigrada que lo había caracterizado durante la Edad Media y la época feudal, Erasmo de Roterdam, Petrarca, Descartes, Spinoza y Kant, entre otros, destacaron la importancia de la revaloración del hombre. Kant planteó la formula categórica y simple de que «el hombre es un fin en si mismo».

Goethe fue el último profeta de la concepción humanista que había quedado afianzada en el siglo XVIII. El humanismo surgió en momentos de crisis sustanciales en el orden de las ideas de las ideas. Más tarde, se consolidó a través de nuevas crisis que se expresaron por medios de dos fenómenos trascendentales como lo fueron la Revolución Industrial y el Romanticismo. De esta manera, se defendía una imagen del hombre y se la creaba al mismo tiempo. Todo ello para beneficio del hombre y de la sociedad en que vivía.

Para Julián Huxley el humanismo es un sistema integral de ideas que vinculan al individuo y a la comunidad en el marco del proceso psicosocial permanente, reconcilia la «mente» y la «materia» en un monismo de aspecto dual y asigna al hombre su verdadero lugar en la naturaleza, mostrándole su auténtico destino. Lo considera además, como un sistema abierto que se puede desarrollar indefinidamente. Según él, en el hombre del siglo XX, el proceso evolutivo está adquiriendo el fin consciente en si mismo y comenzando a auto estudiarse con el propósito de orientar el curso futuro.

Precisamente, el psicoanálisis constituyó uno de los intentos más logrados por el hombre para alcanzar la conciencia de sí mismo sobre la base del «conocimiento primario» y del «autoestudio». Fue además el método que nos proveyó de los principios que «iluminan la condición humana en general». Por lo tanto, contribuyó enormemente a ampliar la concepción humanista gracias a su enfoque acerca de la naturaleza del hombre.

Freud, creador genial del psicoanálisis, fue un verdadero humanista en el más amplio sentido. Sobre todo porque pudo integrar la concepción humanista con la concepción terapéutica. Este es el significado fundamental de la teoría de la libido y de las relaciones objétales, de su concepción del aparato psíquico, de su concepción tolerante y sabia del hombre tal como es, en toda su complejidad psicológica y en su desarrollo psicosocial. Introdujo profundamente el respeto a la personalidad en la conciencia de su época. Fue el más osado, el más revolucionario y, en un sentido profundo, el que tuvo más insight humanista.

Tal como lo sostuvo Bruner, hubo una profunda corriente de romanticismo en Freud, un sentimiento de dramaticidad de la vida y del poder del simbolismo. Logró que el terapeuta pudiera entrar en el drama de la vida del paciente, haciendo posible que -a través de la transferencia y de la correspondiente corrección interpretativa- el paciente elaborara y entendiera el drama, logrando así la sabiduría necesaria para ser libre.

Gracias a Freud se puede comprender la discontinuidad entre la intencionalidad racional de la durante la vigilia y la aparente irracionalidad del sueño y del mundo de la fantasía. El reconocimiento freudiano de los profundos procesos inconscientes en el acto creativo ha contribuido en mucho a nuestra comprensión de la relación entre el artista, el humanista y el científico. La notable imaginación de Freud permitió integrar los puntos de vista trágico, dramático y científico de las necesidades del hombre. En definitiva, Freud proporcionó una imagen del hombre que lo ha hecho comprensible.

La genialidad de Freud residió en su resolución de las polaridades entre realidad y fantasía, mundo interno y mundo externo, sujeto y objeto, infancia y adultez. Uno de los grandes méritos de Freud fue haber logrado romper la dicotomía entre individuo y sociedad. Sostuvo que la psicología individual constituía, por su propia esencia, una psicología social. Así, cada una de las actitudes del ser humano, en su expresión más profunda, solo podía ser comprendida en su relación con el otro: su semejante. En última instancia, el estudio de las neurosis significa el estudio de las relaciones humanas pero encarándolas en todos sus aspectos y, en forma muy particular, en el conflictivo. Desde los primeros instantes de la vida, el niño está en permanente contacto con su ambiente social representado entonces por su madre.

Si bien es cierto que cada niño nace con un determinado bagaje constitucional, su personalidad se estructurará según la calidad e intensidad de la influencia ambiental. Freud introdujo la valiosa teoría de las relaciones objétales (desarrollada luego por Melanie Klein y sus colaboradores) a través de su descubrimiento de la transferencia. Toda emoción está ligada no sólo a una fuente instintiva, si no que se encuentra referida siempre a un objeto en la experiencia inmediata. Subrayó especialmente que en la vida mental de cada individuo hay siempre algún otro implicado como modelo, como objeto de ayuda, como enemigo, etc. Otra de sus grandes contribuciones fue el reconocimiento de la importancia decisiva del medio ambiente en el desarrollo del individuo. Su teoría sobre la instancia del superyó es una verdadera teoría operacional en cuanto explica en qué forma la sociedad actúa sobre el individuo. Parte de la base de la interacción entre un mundo de objetos externos y un mundo de objetos internos; el superyó es el sistema constituido por el sistema de objetos internos y es el resultado de la incorporación de imágenes externas provenientes de la familia y del ambiente social. La suma de los factores constitucionales por un lado y de los ambientales, por el otro, constituye lo que Freud denominó «series complementarias».

Freud no cayó, por supuesto, en la dialéctica simplista o sutil de oponer el «sujeto individual» al «ente social». Afirmar la primacía de uno u otro equivale a prejuzgar que existen entre ellos fronteras rigurosas, desconociendo los elementos sociales de la personalidad, o los elementos personales de la sociabilidad. Este descubrimiento del psicoanálisis, más que ningún otro, superó la antinomia reinante en los siglos pasados entre individuo y sociedad. Ya no se puede hablar de ellos aisladamente, ambos están representados por igual en la naturaleza íntima del yo. Esto no es una mera metáfora; para el psiquismo es una realidad actuante. El sociólogo Durkheim intuyó, en ese respecto, mucho de lo que después fuera explícitamente formulado por Freud y sus continuadores.

En un pasaje de su «Sociologie et Philosophie» señala que : «(…)Al mismo tiempo que la sociedad es trascendente con respecto a nosotros, no es inmanente y la experimentamos como tal; al mismo tiempo que nos desborda, nos es interior puesto que ella no puede vivir sino en nosotros y por nosotros. O más bien, ellas es nosotros mismos en cierto sentido, y nuestra mejor parte además».

Un aporte importante de Freud al humanismo fue el de su esclarecimiento y aplicación del concepto de libido, nombre con que se designa la energía del instinto relacionado con todo aquello susceptible de ser comprendido bajo el concepto del amor. Con ese término, el lenguaje ha creado una síntesis perfectamente justificada de todos los contenidos y matices implicados en el concepto de libido. Freud ha recalcado la importancia de Eros en el mantenimiento de la cohesión en los grupos humanos.

Otro concepto esencial para la comprensión de la dinámica del hombre con su relación con los demás es el de la identificación. Freud ha puntualizado que «la base del proceso de identificación consiste en que un yo se transforma en otro yo; el primero se comporta, en ciertos aspectos, de la misma manera que el segundo; lo imita y, por así decirlo, lo incorpora». En todo momento de su evolución, el individuo se identifica con alguna de las reacciones, actitudes, formas de conducta o sentimientos de las diferentes personas con quienes entra en contacto. La identificación es el resultado de las distintas relaciones de objeto. Melanie Klein complementó lo estudiado por Freud estableciendo la importancia de la interacción entre la identificación introyectiva y la identificación proyectiva (mecanismo especialmente investigado por ella) como base de las relaciones de objeto más tempranas en la vida del niño y su influencia en la evolución posterior hacia la condición adulta.

En este sentido, es pertinente tomar en consideración la comparación establecida por Freud entre la infancia humana y la infancia de la cultura, cuya forma más primitiva en la historia fue el totemismo. El hombre primitivo, lo mismo que el niño en las primeras épocas de su vida tuvo que recurrir a mecanismos defensivos arcaicos y de naturaleza mágica para protegerse. A través de la técnica animista los seres primitivos adjudicaban cualidades humanas a los objetos de la naturaleza como una manera de controlarlos.

En la actualidad, llamaríamos a esa técnica identificación proyectiva, mecanismo de defensa fundamental por el cual el individuo de nuestra cultura proyecta aquellos objetos propios que le angustian, en los objetos externos a los que muchas veces quedan totalmente subordinado. Pero la identificación proyectiva constituye también la base de la empatía y de la comunicación entre los seres humanos.

La actitud humanista de Freud se inspiró en distintas fuentes. Cabe destacar la admiración que sintió hacia figuras como Goethe, Kant y Descartes. Goethe ejerció una poderosa atracción sobre él. El hecho de haber leído su famoso ensayo sobre la Naturaleza fue el factor esencial que decidió a Freud a comenzar el estudio de la medicina. No hay duda que el humanismo de Goethe, y el de alguno de los filósofos y literatos de la época, ejercieron una profunda influencia en su pensamiento. La tradición judía, con la que Freud mantuvo un estrecho contacto, fue otra de las fuentes importantes que gravitaron en el modelamiento de su espíritu. Jones destacó el hecho de que Freud se sentía judío hasta lo más hondo de su ser. Agregó que era dudoso que Freud hubiera podido realizar la obra que nos legó, sin ciertos rasgos heredados de sus antepasados judíos: una peculiar agudeza innata, una actitud escéptica frente a la ilusión y al engaño y un decidido coraje que le hizo mostrarse imperturbable frente a la hostilidad de la opinión pública y la injusticia de sus colegas. Sus primeras ideas sobre la interpretación de los sueños la presentó en la B’nai B’rith de Viena en 1897. Allí Freud expuso también su relación con el judaísmo a través de lo que denominó una «identidad interior», descartando la fe religiosa y el orgullo nacional como «vínculos primarios». Pero indicaba su atracción tanto consciente como inconsciente hacia el judaísmo. Mencionaba dos rasgos que creía deber a su ascendencia judía: la tendencia a «vivir en oposición» y la «libertad de prejuicios» que estrechan el uso del intelecto. Según Bakan, parecía haberle impactado especialmente la filosofía de vida impartida por uno de los movimientos judíos más trascendentales, el Jasidismo, que proponía un tipo de vida diferente basado en los aspectos placenteros, en la alegría de vivir y en el respeto por el hombre. El jasidismo -síntesis dialéctica entre el «Sabbatianismo» y el judaísmo rabínico- corría paralelo a los objetivos del Romanticismo como un modo de integrar el hombre medieval al mundo moderno.

Freud -en un nivel- pareció haberse identificado con el contenido mesiánico del Jasidismo. En ese sentido, cumplía con la misión «mesiánica» de librar al ser humano de la esclavitud de su propio inconsciente. También se puede destacar la influencia que tuvo para él la figura de Moisés, el héroe y libertador de su pueblo. A raíz del ensayo «El Moisés de Miguel Ángel», Jones se preguntaba si Moisés representaría para Freud la imagen del padre, o aún, si se identificaría con él, o ambas cosas en diferentes períodos.

El Humanismo se interesa por la verdad de los hechos; no tanto por la verdad absoluta, sino por aquella verdad que permite establecer relaciones adecuadas entre los fenómenos. J. Huxley llama humanismo evolutivo a aquel que afirma la posibilidad de acrecentar el conocimiento y la comprensión, que reúne los conocimientos dispersos y los ordena para ofrecer una nueva visión del estilo humano. Tal como fue señalado anteriormente, la toma de conciencia de sí mismo y el autoestudio son esenciales para fortalecer el conocimiento humano.

Jones destacó que, en el verano de 1897, Freud emprendió la hazaña más heroica de su vida: el psicoanálisis de su propio inconsciente. Resulta difícil imaginar en todo su valor la trascendencia de dicho acontecimiento. Freud no contaba con ninguna ayuda para una empresa tan riesgosa. «Una necesidad poderosa de alcanzar la verdad a toda costa». Puntualiza Jones- «era el resorte interno más poderoso en la personalidad de Freud; algo a lo que todo lo demás- comodidades, éxito, felicidad- debió sacrificarse». Para expresarlo con las palabras de Goethe: «La condición primera y última de todo genio es su amor por la verdad».

La concepción humanista del psicoanálisis se relaciona también con un aspecto específico de la ética: aquel que se refiere a la verdad. Desde Sócrates, la ética había surgido como el resultado del afán de salvación del hombre. Lo característico de la ética griega, la identificación de lo bueno con lo verdadero, se desarrollo posteriormente cuando se tendió a calificar lo verdadero como existente, en contraste con la calificación de no existente a lo falso.

Racker señalo que el psicoanálisis como ciencia comparte con la ética el valor del descubrimiento de la verdad, su afirmación y su defensa.
Money-Kyrle señala que el psicoanálisis es el método que permite ampliar los límites de nuestra conciencia. El efecto principal del análisis sobre nuestras emociones y nuestros deseos se debe únicamente al conocimiento que proporciona. Lo importante es ayudar al paciente a ver la verdad acerca de sí mismo. El análisis es un proceso racional que actúa por el solo descubrimiento del error y reemplazo por la verdad.

Según Bion, la verdad parece ser esencial para la salud psíquica. Sostiene que intentar conocer la verdad respecto a algo implica necesariamente un sentimiento doloroso que es inherente a la experiencia emocional misma del conocimiento. Agrega que conocer la verdad a través del sentido de la realidad es una necesidad tan vital para el desarrollo de la personalidad psíquica como lo es el comer para el desarrollo corporal.

De modo que si la ética es conocimiento e implica la adquisición de la verdad, lleva a la necesidad de encarar y admitir todas aquellas verdades que por ser penosas y angustiantes fueron negadas o eliminadas del campo de la conciencia. Creo que es esencial lo sostenido por Racker, Bion y Money-Kyrle, cuando enfatizaban el aspecto ético del psicoanálisis en cuanto tiene como objeto principal el descubrimiento de la verdad por más dolorosa que ésta sea.
Freud afirmó que «(…) Las verdades más espinosas acaban por ser escuchadas y reconocidas una vez que los intereses heridos y los afectos por ellas despertados han desahogado su violencia. Siempre ha pasado así y las verdades indeseables que nosotros los psicoanalistas tenemos que decir del mundo correrán la misma suerte. Pero hemos de saber esperar».

Pienso que hablar acerca de la verdad en psicoanálisis implica, entre otras cosas, la adquisición del conocimiento de la realidad exterior y de la realidad psíquica en una relación madura y discriminada. Tan importante como alcanzar el conocimiento de sí mismo, es llegar al conocimiento del otro. Como ya fue señalado, el psicoanálisis no descarta, sino más bien integra la dimensión social acerca de la vida del hombre. Erikson señalo que Freud trabajó constantemente en un área de investigación relacionada con la «organización coherente de los procesos mentales», que en todos los conflictos y las situaciones de peligro garantiza a la persona humana una medida de individualidad, de sexualidad madura, de inteligencia e integridad. En el psicoanálisis, el yo es un organismo selectivo, integrador, coherente y básico para la formación de la personalidad. El yo, que fue estudiado primero clínicamente en sus estados de deterioro, ha relevado también su condición de regulador y control, de resistencia y poder notables. Es el «órgano» interno que permite que el hombre agrupe los dos grandes procesos evolutivos: su vida interior y su planificación social.

Quisiera terminar este artículo con las palabras de Thomas Mann:

«No me cabe ninguna duda de que este médico-psicólogo (Freud) será honrado alguna vez como el hombre que halló el camino hacia un humanismo del futuro que ya entrevemos vagamente y que experimentará muchas cosas que el humanismo anterior no conoció. Será un humanismo colocado en una relación diferente con los poderes del mundo interior, el inconsciente, el ello: una relación más audaz, más libre, más creadora…».