Coloquio

Edición Nº4-5 - Agosto 1980

Ed. N°4-5: Filosofia y etica en Erich Fromm

Por Félix Gustavo Schuster

Erich Fromm, recientemente fallecido, el 18 de marzo, próximo a cumplir los 80 años, es un pensador muy cercano a nosotros, que ha considerado los problemas de la filosofía y de la ciencia con una profunda humanidad, ha advertido claramente el avance de lo deshumanizado e irracional y nos ha alertado dramáticamente acerca de estos peligros. Es también, en ese sentido, un pensador actual, porque todavía hoy su palabra merece ser escuchada a través de sus libros que, siendo clásicos, constituyen un incentivo vivo y estimulante para el espíritu humano.

Son varias las facetas a través de las cuales desarrolló su personalidad y es así que, junto al tratamiento de problemas psicológicos ( y en el ámbito psicoanalítico), sociales, religiosos (provenía de una familia de rabinos), los temas filosóficos no les fueron ajenos.

Es este último punto de vista el que está más directamente ligado con actividad filosófica y constituirá el objeto central de nuestro sucinto análisis.

El mismo Fromm señala, en “Ética y Psicoanálisis”, que las ideas de la Ilustración enseñaron al hombre que puede confiar en su propia razón para establecer normas éticas válidas y que pueden depender de sí mismo para saber lo que es bueno o malo. Pero la creciente duda sobre la autonomía humana y la razón crearon un estado de confusión moral en la que el hombre a quedado sin la guía de la razón ni la de la revelación. Piensa Fromm que el resultado de esto es la aceptación de una posición relativista que afirma que los juicios de valor y las normas éticas son cuestión de gusto y preferencia arbitraria y que en el campo ético no puede hacerse ninguna afirmación objetivamente válida. Y al no poder vivir el hombre sin normas y valores, este relativismo lo convierte en presa fácil de sistemas irracionales de valores que, en principio, habían sido ya superados. Aparecen así las exigencias del Estado, el entusiasmo por las cualidades mágicas de líderes poderosos, la potencias de las máquinas a través de un cada vez más acentuado desarrollo tecnológico, los triunfos materiales, todo ello fuente de las normas y juicios de valor del ser humano. Recordemos que, en “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea “, Fromm menciona el verso “una rosa es una rosa es una rosa”, pleno de sentido en su reiteración en un mundo en el que una casa de cien millones de pesos vale más que una casa de diez millones y un puente de mil millones más que uno de quinientos, en un mundo, diríamos, que no solamente pretende cosificar al hombre sino que hasta llega a descodificar a las cosas mismas (haciéndoles perder su propio sentido para el hombre), reduciéndolas a simples etiquetas con un precio.

Pero Fromm se cuestiona esta abandono de la razón en el campo ético y sostiene, por el contrario, que solamente la razón humana puede elaborar normas éticas válidas, y que el hombre puede elaborar válidamente juicios de valor.

Fromm se ubica a este precepto, y lo sostiene expresamente, en el legado de lo que llama Ética Humanista, que nos da los fundamentos para sistemas de valores basados en la autonomía y en la razón del hombre, ética que ha de fundarse en un más profundo conocimiento de la naturaleza humana, lo que nos muestra ya la importancia que asigna Fromm, para una mejor obtención de ese conocimiento, a la psicología y al psicoanálisis (en “Psicoanálisis y religión” sostiene que el estudio detallado del proceso de racionalización es una contribución significativa del psicoanálisis al progreso humano).

A través de este conocimiento Fromm intentará mostrar que no se ha de llegar a un relativismo ético sino al convencimiento de que las fuentes de las normas para una conducta ética han de encontrarse en la propia naturaleza del hombre.

Esta Ética Humanista se inserta en la tradición aristotélica (recuerda Fromm que, de la naturaleza del hombre, deduce Aristóteles, en su “Ética a Nicómaco”, la norma de que “virtud” es “actividad”, con lo que se está refiriendo a actividades peculiares del hombre, y la felicidad es el resultado de la actividad, no un bien estático). Señalemos, de paso, el hecho histórico de que, tradicionalmente, como sostiene Eduardo Rabossi en “Estudios éticos”, los filósofos que se han ocupado de la moral han tenido como motivación arribar a cierto tipo de conclusiones que tuvieran un carácter y un peso  normativo. Esa motivación y esa finalidad se ven claramente en algunos de los diálogos de Platón en los que se discuten cuestiones morales, en la “Ética a Nicómaco”, de Aristóteles, en obras del período helenístico-romano y del medioevo y en algunos textos filosóficos modernos. Es en nuestro siglo en el que comienza a manifestarse la tendencia –luego de gran auge- a desconocer esa motivación normativa.

También Spinoza llega a un concepto de virtud que consiste en la aplicación de una norma general a la existencia del hombre (en su “Ética”, Spinoza nos dice que “obrar absolutamente de conformidad con la virtud no es otra cosa que obrar, vivir y conservar nuestro ser, como la razón nos indica partiendo de la búsqueda de nuestro propio provecho”).

Herbert Spencer puede ubicarse en esta línea y, finalmente, John Dewey tiene también como meta el crecimiento y el desarrollo del hombre y comparte con Spinoza la idea de que proposiciones de valor objetivamente válidas pueden lograrse por el poder de la razón humana.

Sócrates, con su ética del amor y del deber, tan preocupado por el conocimiento de sí mismo y por el cuidado de su alma para mejorarla, como base del concepto socrático de la virtud, concepto que, como señala Mondolfo en su “Sócrates”, continua siendo típicamente griego en tanto identifica virtud y felicidad (se trata de “obrar bien” y “estar bien”), y Kant, al margen de alguna discrepancia que Fromm plantea (como en su interpretación del concepto de “egoísmo”), puede también insertarse en esta tradición. No en vano la ética kantiana encuentra la moralidad en su autonomía de la voluntad, recogida por imperativos categóricos (“obra siempre de tal manera que puedas querer que la máxima de tus actos se convierta en principio de legislación universal”), autonomía que lo conduce a la idea de libertad, idea tan cara al propio Fromm. Naturalmente, no deja de constituir un problema conceptualizar la libertad, así como su mismo ejercicio presenta dificultades. En efecto, si atribuimos a la libertad, en principio, un carácter absoluto, que se expresaría en una total posibilidad de elección para el ser humano, entre todo lo posible podríamos elegir convertirnos, en esclavos. Es decir, el máximo ejercicio de la libertad puede conducirnos a la esclavitud. Por esto, pareciera que habría que fijar ciertos límites, por ejemplo: se puede elegir cualquier cosa, menos una (la esclavitud). Pero el problema, claro está, es quién establece los límites. Aquí nuevamente podemos entrever el papel de la razón humana, un tema constante en la preocupación y el pensamiento de Fromm.

Esta Ética Humanista se basa entonces en el criterio de que es el hombre por sí mismo quién puede determinar el criterio sobre virtud y pecado y no una autoridad que lo trascienda. En este sentido se opone a una Ética Autoritaria, donde  lo que es bueno para el hombre se establece a través de una autoridad, que prescribe las leyes y normas de conducta (por supuesto, se está pensando aquí en una autoridad irracional, que tiene poder sobre la gente). Naturalmente, la Ética Humanista no es incompatible con el ejercicio de una autoridad racional.

Por otra parte, aceptar la Ética Humanista significa también, al menos en la corriente en la que se inscribe Fromm, la aceptación de la capacidad del hombre para llegar a principios normativos objetivamente válidos. Es decir, elegir el humanismo no significa abandonar la objetividad y, una aclaración importante, “objetivamente válido” no es idéntico a “absoluto”.

Este, creemos, es un punto de interés para entender más cabalmente el pensamiento ético de Fromm, quien de ninguna manera esta postulando absolutos que nieguen la posibilidad de un progreso y desarrollo constante del ser humano, un acercamiento progresivo hacia la verdad que también postula como característica del desarrollo científico, de una manera similar a caracterizadas filosofías de la ciencia contemporánea.

Llevado al problema del relativismo, Fromm, pensamos, no niega las variedades de concepciones y actitudes humanas, pero si quiere encontrar un fundamento común a todas ellas, con el ser humano como centro.

En este sentido, un objetivista haría la diferencia – como lo señala Risieri Frondizi en “¿Qué son los valores?” – entre la valoración y el valor. La valoración es subjetiva, aceptaría el objetivista, pero el valor es anterior y, si no hubiera valores, ¿qué habríamos de valorar? Confundir la valoración con el valor es como confundir la percepción con el objeto percibido.

El hombre, más allá de diferencias subjetivas, debe intentar la búsqueda de su interés propio, que no debe confundirse con un mal entendido “egoísmo”, y debe bucear en su conciencia humanista, que le permitirá enfrentarse a la fuerza y el poder.

La Ética Humanista, frente al problema moral de la indiferencia del hombre consigo mismo, sostiene que, si el hombre esta vivo, sabe lo que está permitido y vivir significa ser productivo y poder acceder a una libertad espontánea y activa, libertad positiva que le permita establecer su conexión con el mundo en el amor y el trabajo, tal como lo sostiene en “El miedo a la libertad”.

También la libertad, frente a sus límites, deberá desarrollarse como realización activa y espontánea del yo individual, y deberá lucharse por ella como una manera de enfrentarse a concepciones nihilistas y autoritarias.

No nos extraña, pues, que a su interés filosófico, estas concepciones unan un contenido social e ideológico que fue tan crucial en las preocupaciones y problemas planteados por Erich Fromm, ese gran humanista.