Edición Nº10 - Mayo 1983
Ed. N°10: El holocausto y la generación actual
Por John P. Fox
Traducción: Pedro J. Olschansky
A los 40 años de la Rebelión del Ghetto de Varsovia
El Holocausto, el intento nazi de destruir totalmente al judaísmo europeo durante la Segunda Guerra Mundial (la “Solución Final”, Endlósung) es virtualmente único en el sentido de que este suceso histórico específico ha sido, y continúa siendo, significativo para todas las generaciones de judíos y de no judíos siguientes a su ejecución.
Por supuesto que muchos otros grandes sucesos históricos como la Primera y la Segunda guerras mundiales, la disolución después de 1945 de los imperios británico, francés y holandés, y así sucesivamente, dejaron un impronta y decidieron los destinos de los pueblos y naciones directamente involucrados, tanto en los colonialistas como en los nuevos nacionalistas. Pero sin embargo hay diferencias fundamentales e importantes entre la significación continua del Holocausto y los efectos en los días actuales de otros sucesos o desarrollos históricos.
¿Por qué esto es así?
Para comenzar este examen es importante reconocer que, por lo menos a un nivel, estamos enfrentándonos a una especie de paradoja al sugerir siquiera una “significación continua” para un acontecimiento histórico único que tuvo un comienzo definido y un final definido en la historia. Debería ser obvio enfatizar el hecho de que al igual que el Holocausto nazi sucedió, también “finalizó”- Pero desafortunadamente, y también sorprendentemente, hay mucha gente que no ve esto con suficiente nitidez y que, por consiguiente, trasluce en sus declaraciones y escritos una evidente Gaita de claridad y de perspectiva. Una vez más tenemos que retomar a las paradojas: solamente si el “experimento” nazi es advertido como algo totalmente distinto en la historia, que empezó pero también que terminó, podemos entonces percibir los otros importantes atributos de “continuidad” con que comenzó y que son de significación incluso hoy día.
Tenemos, por consiguiente, que distinguir entre lo que fue específico del Holocausto en ese período de la historia, y qué otros aspectos lo circundaron que puedan ser descriptos como conteniendo algún grado de significación universal para las generaciones siguientes.
Un vínculo, o puente, entre la especificidad del Holocausto y el nazismo por una parte, y la posibilidad de una significación universal de todo esto que sea útil para las generaciones siguientes por la otra parte, está dado inicialmente por esta pregunta: ¿cuáles son estos tópicos para examinar desde el punto de vista de las generaciones posteriores a 1945? Tales puntos de vista están grandemente determinados por las actitudes que adopten los historiadores con respecto a Hitler, el nazismo, el Holocausto y las respuestas judías y no judías al Endlosung. Porque es según los historiadores tratan estas cuestiones —qué hechos establecen, sus diferentes campos de investigación, cuáles conclusiones específicas y quizás universales extraen de su trabajo— lo que determina las actitudes de la sociedad hacia esos temas históricos y hacia sus lecciones y su significado contemporáneo (si es que los tiene) para la sociedad moderna.
¿Explicación y comprensión?
Inmediatamente esto suscita el tema fundamental de si conocer el pasado es lo mismo que comprenderlo. Porque únicamente si somos capaces de comprender apropiadamente qué sucedió cuando el Holocausto y cómo fue, seremos capaces de discernir toda significación posible, o incluso perdurable, del mismo. Para mucha gente, sin embargo, tratar de explicar el Holocausto equivale a buscar respuestas para lo inexplicable, un intento de buscar racionalidad en la más completa e inimaginable irracionalidad de todos los tiempos.
En un reciente artículo Saúl Friedlánder enfocó precisamente este dilema: “Tres décadas han aumentado nuestro conocimiento de los sucesos como tales, pero no nuestra comprensión de los mismos. No tenemos hoy en día una perspectiva más clara ni una comprensión más profunda que las que tuvimos inmediatamente después de la guerra… Todo intento de evaluar la significación histórica del Holocausto significa tratar de explicar en un contexto racional sucesos que no pueden ser enmarcados en categorías racionales únicamente, o descriptos solamente en el estilo usual del análisis histórico”. Con casi desesperación Friedlánder sugiere que “el carácter absoluto de la conducta antijudía de los nazis hace imposible integrar el exterminio de los judíos no solamente en la estructura general de las demás persecuciones nazis, sino también en los más amplios aspectos de la conducta política ideológica contemporánea tales como el fascismo, el totalitarismo, la explotación económica, etcétera”. El profesor Jacob Katz también apoya la opinión de Friedländer cuando escribe: “El Holocausto fue algo nuevo, inesperado, incluso para aquellos que estaban bien enterados de la historia de los sufrimientos judíos en el pasado. La antigua depreciación cristiana de todo lo atingente a los judíos y al judaísmo no basta en sí misma para explicarlo. Tampoco los anales específicos de las relaciones entre judíos y no judíos en la Alemania moderna, sobrecargadas como lo estuvieron por la excesiva autoestima nacional del pueblo alemán y la difamación racial contra los judíos”.
A excepción de muchos otros temas históricos, en el corazón del tema del Holocausto está el más problemático e intratable de todos los temas: el prejuicio racial y/o religioso, el cual, a la vez, implica la irracionalidad y el subjetivismo humanos. Por sobre todo, hay que tener en cuenta que vamos a tener que considerar el estigma particular de Hitler de prejuicio y antisemitismo. Como lo ha subrayado el profesor Bracher: “El odio fanático de Hitler a los judíos desafía toda explicación racional; no puede ser medido por normas políticas ni pragmáticas”. Saúl Friedländer también tuvo un comentario idóneo a esto: “La Solución Final sólo puede comprenderse en el contexto de una obsesión mórbida”. Este elemento irracional en el sujeto de estudio suscita, por consiguiente, en el historiador problemas de comportamiento y motivación humanos, áreas que son (o deberían ser) más bien provincia de psicólogos y psiquiatras que de historiadores. Pero en este caso envuelven al historiador por causa de las consecuencias y decisiones históricas, es decir políticas que, en definitiva, derivaron del antisemitismo (irracional) de Hitler y del hecho de que él se convirtió en canciller (jefe del gobierno) de Alemania y luego en amo militar de Europa y estuvo en consecuencia en posición de politizar sus sentimientos personales y también los de muchos otros europeos contra los judíos.
Sin embargo, puesto que estamos preocupados por la naturaleza y comportamiento del hombre en las sociedades políticas modernas, el reconocer la cualidad única del Holocausto y el hecho de que la irracionalidad humana fue su fundamento, no puede ni debe excluir ni evitar puntos emergentes de más amplia significación. Incluso si, tal como arguye Saúl Friedländer, saber no es lo mismo que comprender —una afirmación efectuada más recientemente por el profesor Walter Laqueur — nosotros sólo podemos seguir a la procura de un mayor conocimiento del Holocausto en la confianza de que tal búsqueda nos llevará a algún grado de entendimiento, por más elusivo que pruebe ser el mismo.
La característica central del Holocausto o Solución Final fue, por supuesto, la que Lucy Dawidowicz utilizó tan pertinentemente como título de su reciente libro, la “guerra” contra los judíos. Tal característica provino de dos desarrollos históricos, uno de los cuales yo considero de mucha mayor importancia que el otro. El primero, y desde mi punto de vista el más importante, fue la ascensión al poder de Hitler y del Partido Nazi en Alemania y después en Europa. El segundo, indudablemente, fue la tradición europea de anti judaísmo y, a partir de la última parte del siglo diecinueve, el desarrollo del antisemitismo político moderno, especialmente en Alemania.
Una vez más, en este tema tan absolutamente embebido de paradojas, se debe establecer con mucha claridad que el anti judaísmo europeo tradicional no fue ni es necesariamente lo mismo que el moderno antisemitismo político. Está lo que puede denominarse anti judaísmo “social” o “instintivo”, el cual debe ser distinguido del antisemitismo político, que implica varias formas de prejuicio activo. Si bien es cierto que el “leitmotiv” de la política nazi fue de odio y hostilidad sin concesiones para con los judíos, se tiene que evitar la equivocación fundamental de suponer que el Holocausto solamente concernió a los judíos, o tuvo importancia únicamente para ellos. Claro que fue una catástrofe para los judíos, y no solamente para aquellos judíos efectivamente atrapados por el terror nazi. Porque fue también una catástrofe para los que gustamos de pensar en una civilización del siglo veinte.
La Solución Final fue perpetrada por no judíos contra los judíos en un medio ambiente europeo predominantemente no judío. Y la mayoría de esos ejecutores o administradores no judíos de la Endlösung nazi eran, o al menos habían sido, cristianos profesantes y practicantes de todas las denominaciones y credos de las iglesias cristianas de Europa, muchos de cuyos líderes espirituales permanecieron en silencio cuando se estaba ejecutando el crimen. Mas a medida que los componentes de los Einsatzgruppen hacían su carnicería a través de Rusia en el verano y otoño de 1941 , lo que afectó a las victimas difícilmente pudo haber dejado a los perseguidores sin marcas ni afectación.
Interpretaciones “sociopolíticas” y “religioso-morales”
Era de esperar que un tema tan variado en sus partes componentes como el Holocausto sea considerado en una multitud de enfoques, aunque eventualmente todos dichos enfoques acaben vertidos en las categorías de cómo tendrían que calificarse los ejecutores, las víctimas y los espectadores del Holocausto. Sin embargo, por obra del debate o por pura conveniencia práctica un autor ha suscitado la atención en los que él considera son los dos enfoques principales del tema, cada uno de ellos subdividido en cuatro categorías principales, que él denomina las interpretaciones “sociopolíticas” y “religioso-morales”.
Según David Blumenthal, entonces, la categoría inicial del primer enfoque adopta la posición de que el nazismo y el Holocausto fueron la suma de ciertos factores sociopolíticos claramente identificables que precedieron a los sucesos en sí mismos. En otras palabras, el Holocausto fue el resultado de la existencia y fusión mutua de ciertas tendencias históricas acumulativas que, en parte, pueden ser identificadas y explicadas. De manera que, por ejemplo, los factores del nacionalismo, especialmente del nacionalismo Völkisch (populista) alemán, el racismo, el antisemitismo y el fascismo son rápidamente identificados y su larga historia en la moderna cultura europea rastreada e identificada. A esos factores debe añadirse el derrumbamiento de la situación alemana: el Tratado de Versailles como resultado de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, la depresión económica, el fracaso de la República de Weimar y la figura carismàtica y autoritaria de Hitler, junto con el establecimiento del régimen nazi en Alemania desde 1933. La guerra y la Solución Final son consideradas entonces como el resultado histórico “natural” de estos y otros factores.
¿Pero, con todo, esto basta para explicar el Holocausto? Saul Friedlánder, para dar un ejemplo, no queda satisfecho con semejantes interpretaciones “tradicionales” (¿racionales?), teniendo en cuenta la naturaleza única del Holocausto con su núcleo central, la “naturaleza absolutamente sin concesiones” de la “campaña exterminadora” nazi contra los judíos. Porque como él señala, la campaña de exterminio nazi contra los judíos sigue siendo indudablemente singular: “los nazis fueron innovadores incluso en el contexto de la larga historia de las persecuciones antijudías… Solamente en el caso de los nazis rigió la idea de exterminio sistemático elaborado e implementado”. Pero incluso Friedlánder es finalmente forzado a admitir que hay que analizar lo inimaginable mediante lo que se puede comprender.
Tratando de escapar a la banalización del Holocausto mediante el uso de generalizaciones inadecuadas o evasiones abiertas, no caigamos en el otro extremo, o sea hacer del Holocausto un suceso tan único en la historia humana que no nos sea posible calificarlo de ninguna forma. A este dilema se puede contestar tentativamente que el Holocausto ciertamente no cae dentro de la estructura de categorías explicativas de una especie general, pero que a pesar de esto es el resultado de tendencias históricas acumulativas que pueden, al menos en parte, ser identificadas y explicadas. Dichas tendencias nos llevan necesariamente a las preguntas mayores (…): la conducta de los exterminadores, la de los espectadores y la de las víctimas“.
Jacob Katz trata este dilema con mayor propiedad: ”Se necesitó la mentalidad de los nazis, combinada con las circunstancias históricas especiales bajo las cuales operaron —factores ambos impredecibles por anticipado— para que actuaran los principios inherentes a la situación“.
La ”impredictibilidad“ en que se apoya Jacob Katz suscita otras dos cuestiones importantes y directamente relacionadas. El historiador tiene que determinar y registrar cuál única yuxtaposición de factores, sucesos y personalidades —uniéndose como lo hicieron en esa forma especial— produjeron un evento histórico particular y no ningún otro.
Sin embargo, el tema del Holocausto infiere en una forma muy aguda el más difícil de todos los problemas analíticos y metodológicos para el historiador: el de la teleología, o sea razonar después del suceso, recurrir al patrón de sucesos como prueba para argüir que lo que finalmente ocurrió estaba predeterminado o planificado con anticipación, y fue —por consiguiente— algo inevitable. O como ha argüido Jacob Katz, algo ”predecible“. Para la mayoría de los historiadores la teleología es una tentación natural que hay que evitar, pero para los otros —y lamentablemente, éstos son los más abundantes en el campo de los estudios sobre el Holocausto— es la herramienta a que más recurren para ”probar“ un caso determinado que, en sí mismo, suscita cuestiones fundamentales de metodología histórica, de los textos disponibles y aun de las motivaciones. Todo lo que está relacionado con Hitler, el nazismo y los judíos generalmente ha sido visto e interpretado como formando etapas predeterminadas o deliberadamente planificadas de la sucesión de eventos que llevó a lo que finalmente sucedió en la Rusia Soviética y en la Polonia de la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial: el intento del exterminio total de los judíos en Europa. Es por esto que el Holocausto, quizá más que todo otro tema histórico, viene a ser el epítome de lo que Katz ha descripto como una dicotomía intrínseca entre el pasado y el futuro:
”Solamente en retrospectiva las declaraciones efectuadas acerca del futuro asumen la naturaleza de la profecía (…). El hecho es que hay una diferencia esencial entre el anuncio de una intención y la resolución de actuar para lograrla. Nadie, incluyendo a Hitler mismo, podía haber sabido si alguna vez iba a tener la oportunidad de .concretar sus intenciones y cuán lejos iba a ir en su cumplimiento. Únicamente en retrospectiva esta diferencia esencial tiende a esfumarse, por lo que contribuye, una vez más, a la distorsión del pasado“.
La segunda de las categorías sugeridas por Blumenthal está representada por Emst Nolte, autor de un clásico estudio y análisis del fascismo. Sugiere Nolte que el fascismo en sí mismo fue la filosofía o ideología de la contrarrevolución antimarxista, convirtiéndose así en la muletilla de todos los miedos que sentían las clases recientemente emancipadas hacia los otros grupos que estaban embarcados en el proceso de emanciparse a su vez. El fascismo, entonces, era una posición ultraconservadora perfectamente respetable en la moderna filosofía política. Cuando tomó además la forma del nazismo y del régimen nazi, los nazis fueron capaces de demostrar que pese a dos siglos de revolución democrática y de presunto iluminismo políticos en Europa, el autoritarismo no estaba desacreditado en absoluto como forma de gobierno. Fue esto, en consecuencia, lo que suministró mucho de la estructura de la Solución Final nazi.
Mientras Nolte, seguidamente, se ocupa de subrayar la preeminencia de la personalidad y del rol de Hitler, Saúl Friedlánder rechaza la identificación hecha por Nolte del fascismo y del antimarxismo como causas del Holocausto. En tal contexto la persecución y exterminio de los judíos viene a ser una consecuencia de una tendencia general antimarxista contrarrevolucionaria. En opinión de Friedlander, sin embargo, la cruzada antimarxista de los nazis provino de su posición antijudía y no al revés, y surgió de la centralidad que detentaba el antisemitismo en la ideología personal y política de Hitler.
La tercera sugerencia de Blumenthal respecto del Holocausto es examinarlo desde el punto de vista de la estructura y naturaleza de las modernas sociedades industriales. Se hace el intento de descubrir una especie de lógica intrínseca a la sociedad industrial, analizando la racionalización de la administración o burocracia y de las otras ”fuerzas sociales“ intervinientes en la moderna sociedad industrial. Así, por ejemplo, cuanto más desarrollada se vuelve tal sociedad en lo que atañe a la administración o burocracia, tanto más sus agentes se despersonalizan o deshumanizan y —a nivel personal— se desvinculan totalmente de lo que sucede más allá de sus escritorios. De esto se puede argüir que la violencia real del Holocausto fue la ”violencia de papel“ de los burócratas que, sin tener una relación directa con las víctimas y posiblemente sin ningún odio verdadero ni ningún sentimiento en absoluto, participaron en este proceso de reclasificación de los judíos como no-ciudadanos y después en el vasto —y a la postre paneuropeo— sistema requerido para asegurar el funcionamiento fluido de la ejecución de la Solución Final. En adición a los Einsatzgruppen que actuaron ”en primera línea“ junto a los verdugos en los campos, este operativo involucró a un ejército entero de servidores públicos, por ejemplo funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores alemán, el Reichsbahn (ferrocarriles del Reich). el Reichsjustizministerium (Ministerio de Justicia del Reich), el Reichsbank (Banco del Reich), los Ministerios de Finanzas y de Correos, sin olvidarse por cierto de los funcionarios e investigadores de las compañías de productos químicos que produjeron el gas venenoso para las cámaras de gas.
La cuarta interpretación sociopolítica del Holocausto, según Blumenthal, está representada por Lucy Dawidowicz, en cuyo libro el antisemitismo está presentado como el prime- rísimo factor, considerado por ella un activo ”continuum“ histórico desde la Alemania del siglo diecinueve directamente hasta la Solución Final de los años ’40. Si el antisemitismo puede ser incluido en la categoría de racismo, entonces ciertamente que el profesor George L. Mosse coincide con Dawidowicz cuando él señala que ”la ‘Solución Final’ del problema judío no representó meramente el triunfo del racismo en la práctica, sino también su victoria como la ideología más difundida de la época. (…) Los nazis no inventaron el racismo; ellos meramente lo activaron“.
Dawidowicz parecería discutir, y en esto ella ciertamente no está sola, que puesto que el Holocausto tuvo sus más profundas raíces en el antisemitismo, el asunto —en su más elemental esencia— es un asunto totalmente judío con consecuencias, ramificaciones y una significación más o menos particular para todos los judíos (¿solamente para ellos?) en la era posterior al Holocausto.
En esto, sin embargo, el profesor Mosse parecería discrepar con la estrecha interpretación de la señorita Dawidowicz, cuando él señala que ”el racismo no se acabó con Adolf Hitler. La implementación nazi de la política racial fue esencialmente el clímax de un largo desarrollo que hemos analizado desde su fuente en el siglo dieciocho. Esa corriente sigue fluyendo hacia el futuro“.
El otro gran enfoque de Blumenthal, el religioso-moral, cuyo aspecto central él concentra en ”la banalidad del mal“ —un concepto supersimplificado y de uso abusivo — lo subdivide en cuatro categorías.
La primera concierne al argumento de ”la tradición cristiana del antisemitismo y su rol como factor preparatorio de la mentalidad que posibilitó el Holocausto“, con su corolario de que ”el cristianismo simplemente no protegió a los cristianos mismos, en la mayor parte de Europa, de convertirse en partícipes del mal del Holocausto; y por esto, en conjunto, el cristianismo no extendió su protección a los judíos“. En otras palabras, cuando llegó el momento de prueba durante el Holocausto, la moral cristiana y la vigilancia cristiana de la moral ”fracasaron“, no solamente en perjuicio de las victimas —o sea los judíos— sino también en detrimento de loa cristianos como tales.
La segunda categoría se enfoca en el Holocausto como representación del rechazo del valor de los elementos judíos y cristianos en la cultura occidental, punto de vista propuesto en los escritos de R. Rubinstein: ”Hay solamente una vía en la cual la tradición judeo-cristiana, en sus formas laicas si no religiosas, puede ser dejada de lado: una monumental catástrofe mundial en la cual son destruidos centenares de millones de seres humanos y desaparece la civilización que nosotros conocemos“. En otras palabras, y como el profesor Uriel Tal lo expresó en otra ocasión, el Holocausto nazi no fue solamente un rechazo de la civilización occidental, sino que además se trató de un intento deliberado de destruirla junto con premisas y ética fundamentales. Al mismo tiempo, ya que la Solución Final fue en parte exitosa, parecería asimismo que ”la tradición de derechos humanos y civiles simplemente no protegió a los judíos. En vez de eso, dicha tradición se quebró por sus junturas bajo la presión de las fuerzas totalitarias“.
La tercera categoría de Blumenthal sigue la argumentación de E. Fackenheim, quien enfatiza —refiriéndose a los judíos en la era post-Holocausto— que los judíos deben perseverar, tanto éticamente como en lo religioso:
«¿Qué ordena la voz de Auschwitz? Los judíos tienen prohibido conceder a Hitler victorias póstumas. Les es ordenado sobrevivir como judíos, para que no perezca el pueblo judío. Les es ordenado recordar a las víctimas de Auschwitz para que no perezcan sus memorias. Les es prohibido desesperar del hombre y de su mundo, y huir hacia el cinismo u otras mundanidades, para que no cooperen en desviar al mundo en manos de las fuerzas de Auschwitz. Finalmente tienen prohibido desesperar del Dios de Israel, para que no perezca el judaísmo“.
Corolario de esto es ”que la comunidad judía esté vigorosamente alerta en relación al renacimiento del nazismo y al antisemitismo latente en cualquier parte del mundo. También se requiere la solidaridad extraordinaria de la comunidad judía mundial con los judíos del Estado de Israel, donde la política se desarrolla bajo la sombra de dos Holocaustos —uno que aconteció y otro que puede sobrevenir—».
La cuarta categoría se refiere más específicamente a las dimensiones religiosas y morales del Holocausto, planteando preguntas tales como: ¿Quién es responsable? ¿Qué debería hacer yo? ¿Cómo pudo haber sido impedido?
La responsabilidad central de Adolf Hitler y del nazismo
Tratar de explicar el Holocausto, por consiguiente, tiene un doble propósito: señalar las culpas por su comienzo y desarrollo, en lo que atañe a individuos, circunstancias o tendencias; y la esperanza que del conocimiento así ganado de la investigación histórica, se obtendrá cierto grado de comprensión por el papel actual del hombre en las modernas sociedades políticas, además de que esto contribuirá a comprender mejor el pasado. Si extendemos este enfoque lo suficientemente lejos, indicará (como lo mostraremos más adelante) ciertos puntos de continua importancia sobre el Holocausto. Hay otras tres tendencias de más reciente identificación que servirían para iluminar algo que tiene que constituir no solamente el punto medular de todo examen del pasado sino además influir en las lecciones —si obtenemos lecciones— que puedan aprovechar a la sociedad contemporánea: que la responsabilidad inicial y final por la monstruosidad de la Solución Final recae en Adolf Hitler y en el nazismo.
Sin Hitler y sin el nazismo no hubiera habido Segunda Guerra Mundial ni, por ende, Solución Final. Todo lo demás involucrado en la tragedia del Holocausto tiene que ser considerado en relación a este punto central.
Sin embargo, dos de las recientes tendencias de investigación parecen ignorar este precepto fundamental.
La primera de estas tendencias es el intento de trasladar la acusación del Holocausto de los hombros de los verdaderos criminales —Hitler y los nazis— para hacerla recaer sobre las espaldas de los así llamados “espectadores” , especialmente las naciones aliadas, sus gobiernos y funcionarios. El argumento central de esta tendencia parece concentrarse en que, en primer lugar, a otras naciones no les importó el destino del judaísmo europeo bajo el nazismo; de que mediante su política de restricciones a la inmigración dirigida especialmente contra los judíos por lo menos desde el año 1933 aseguraron, en la práctica, que los judíos europeos quedaran inermes sin poder escapar de las garras del nazismo; que durante la Segunda Guerra Mundial la continuación de tal política y la adopción de otras hicieron que los aliados realmente hayan “contribuido” en la práctica al Holocausto “fallando” en rescatar a los judíos de Europa. Estudios sobre la política estadounidense han sido recientemente seguidos por los concentrados en la política británica, especialmente el estudio de Bemard Wasserstein.
Mientras su tesis general está abierta a grandes dudas, resulta por lo menos gratificante que Martin Gilbert haya reconocido el hecho de que “el comienzo de la Solución Final en marzo de 1942 coincidió con el momento en que los aliados estaban en su punto más débil”; que “la tragedia fue que en Europa, en diciembre de 1942, los aliados no tenían cañones”; y que en noviembre de 1943 “poco podía hacerse desde fuera de la Europa nazi para ayudar a esos esfuerzos (de la Resistencia) o para impedir las matanzas”.
La segunda tendencia también trata de desplazar la culpa de los nazis, pero esta vez en dirección de las víctimas. Tal tendencia se hizo más conocida con motivo de los preparativos del juicio a Eichmann y la versión de Hannah Arendt, que pretendió sugerir que los judíos se prestaron a la matanza “como corderos”, no presentaron resistencia a las persecuciones nazis y, mediante la formación de los Consejos Judíos (“Juedenrat”) participaron, voluntariamente o no, en la máquina de muerte nazi. Pretender que las víctimas son las culpables parece satisfacer más psicológicamente a cierta gente que ahondar en la monstruosidad del crimen cometido contra las mismas.
Sin embargo, importantes estudios sobre la resistencia judía y los Consejos Judíos han ayudado a poner estos temas bajo la debida perspectiva, lo cual —afortunadamente— ayudó a que la atención fuese reenfocada para responsabilizar firmemente del crimen del Holocausto a quien realmente corresponde.
Es la tercera tendencia, más reciente, la que no solamente es la más importante sino también la más contenciosa. Trata de englobar dos de los elementos más cruciales del Holocausto: la irracionalidad y las motivaciones de Adolf Hitler. Combinando el examen de esos dos factores, el nuevo estudio de la “psicohistoria” trata de develar los móviles del Holocausto recurriendo a la psicología, por ejemplo, los orígenes personales, subjetivos —e irracionales— de las actitudes y los actos políticos de Hitler, especialmente su antisemitismo. Esta nueva “ciencia” ha sido justificada so argumento de que “las categorías históricas convencionales de conceptualización” han probado ser inadecuadas en lo que se refiere a los niveles de irracionalidad manifestados por el Tercer Reich; y que la mención de irracionalidad en el tema no debería finiquitar una discusión, sino “más bien iniciar la investigación más seria de las bases irracionales de tamañas decisiones históricas” como las órdenes de Hitler de matar a los judíos e invadir Rusia.
Uno de los más destacados proponedores de este nuevo campo de estudios, Rudolph Binion, trata de averiguar los orígenes del antisemitismo personal de Hitler, y por consiguiente Auschwitz, en términos de la psicología personal de Hitler en relación directa con su trasfondo familiar y experiencias emergentes: en lo que se refiere a la relación de Hitler con su madre Klara y el médico judío que la trató de cáncer de mamas; el perdurable y terrible efecto sobre Adolf de la muerte de su madre en 1907; el gaseamiento de Adolf y su ceguera temporaria en octubre de 1918; y la derrota de Alemania cuando terminó la Gran Guerra en noviembre de 1918. De todo esto Binion infiere una continuidad directa a la invasión alemana de Rusia en 1941 y finalmente la Endlósung y el gaseamiento de los judíos en campos especiales. Hay que conceder a los psicohistoria- dores su punto de arranque, puesto que tenemos que admitir que en la carrera de Hitler hay aspectos y acciones políticas que no son explicables dentro de los parámetros del análisis histórico y de la investigación histórica tradicionales. Pero es su metodología, su exigüidad de fuentes confiables y, finalmente sus conjeturas, su difícilmente probatorias (o del todo imposibles de probar) hipótesis sobre Hitler y los motivos de sus políticas antisemitas y en procura del Lebensraum (espacio vital para el pueblo alemán) —temas que comparten con los demás historiadores— lo que a la postre tiende una espesa capa de nubes sobre sus conclusiones.
Los efectos prácticos del Holocausto
La posibilidad de que el Holocausto nazi tenga una significación contemporánea consiste, en definitiva, de dos elementos. Primero lo que puede ser denominado efectos prácticos y continuadores; y en segundo lugar, y en igual importancia que el primer punto, conceptos sobre la naturaleza y el comportamiento del hombre en las modernas sociedades políticas. Estos dos enfoques son englobados por esa pregunta, natural y muy frecuentemente repetida, pero en mi opinión totalmente desubicada, de si podrá producirse otro Holocausto. El sólo mencionar esto en tal contexto ya señala otra moderna controversia: la insistencia de los escritores judíos de que la palabra “Holocausto” sólo sea aplicada al experimento nazi y a ningún otro desastre producido por el hombre o por la naturaleza.
No quedan dudas de que el factor más importante de la primera categoría concierne a una consecuencia directa y práctica del hecho histórico de Alemania Nazi y del Holocausto: los sobrevivientes de tal tragedia. Los judíos que sobrevivieron tienen que vivir con algo que el resto de nosotros no puede conocer: el peso psicológico que les implica seguir con vida. En otras palabras, los sobrevivientes, con mucha frecuencia, viven sus vidas cotidianas con limitaciones circunscriptas por la sensación de culpa: “¿Por qué yo quedé vivo mientras los otros perecieron?” Las consecuencias de este estado de cosas va mucho más allá de las personas directamente concernidas y afectan a otras relaciones, hijos, amigos y colegas. El eminente psicólogo Robert Jay Lifton describe una aproximación a las cargas psíquicas de los sobrevivientes. Lifton ha rastreado por lo menos cinco temas psicológicos en los sobrevivientes, el primero de los cuales es la fijación de la muerte, que está relacionada con la ansiedad por la muerte, la que involucra imágenes indelebles no exactamente de muerte sino de grotescas y absurdas formas de muerte.
La segunda categoría es la de culpabilidad frente a la muerte o culpabilidad del sobreviviente, ejemplificada por la más horrible de las preguntas: “¿Por qué yo sobreviví, mientras que él (o ella) murió?”. Tal obsesión contiene en el sobreviviente un sentimiento de deuda para con los muertos y de responsabilidad hacia ellos.
La tercera categoría del síndrome del sobreviviente es el de entorpecimiento psíquico, o de disminución de la capacidad de sentir. Generalmente considerada como una defensa psicológica necesaria contra imágenes y estímulos abrumadores, esto puede, sin embargo, abrir la puerta a posteriores expresiones de retirada de la realidad, apatía, depresión y desesperación.
Una cuarta categoría concierne a la sensibilidad del sobreviviente para con el falseamiento o el recelo de que se abona un engaño, de modo que mientras el sobreviviente sigue sintiendo los efectos de la oidalia rechaza al mismo tiempo la ayuda del terapeuta porque aceptarla le parece un signo de debilidad, de que quiere engañarse a sí mismo huyendo de su realidad personal.
La quinta categoría, en fin, según Lifton, es lo que él denomina la lucha por hallar un sentido por parte de los sobrevivientes:
“Los sobrevivientes de los campos de muerte nazis han sido llamados ‘recaudadores de justicia’. Ellos buscan algo más allá de la restitución económica o social, algo más cercano al conocimiento de los crímenes cometidos contra ellos y el castigo infligido a los responsables, por el propósito de restaurar al menos una apariencia de universo moral. El impulso de atestiguar, comenzando con un sentido de responsabilidad hacia los muertos, puede extenderse rápidamente a una ”misión del sobreviviente“, una obligación perdurable que extrae significación de lo absurdo, vitalidad de la muerte mas i ya. Para muchos judíos, sobrevivientes del Holocausto nazi, la misión del sobreviviente tomó la forma de involucramiento en la creación del Estado de Israel”.
La discusión sobre las víctimas sobrevivientes también suscita la cuestión de los perseguidores sobrevivientes. También ellos experimentaron y vivieron algo terriblemente único en la historia. También ellos tienen que “vivir con sus experiencias” y, desde mi punto de vista, también esto es de tremenda importancia. Aparte de las cargas psicológicas que también esa gente debe llevar encima, la cuestión es significativa porque el análisis y la investigación de postguerra de los perseguidores sobrevivientes ayuda a establecer un grado más elaborado de conocimiento, si no de comprensión, acerca de la pregunta más comúnmente formulada en relación al Holocausto: ¿Cómo pudo haber sucedido? Determinando, tan profundamente como se pueda, el conocimiento de quiénes y qué tipos de gente fueron los perseguidores, se confía en que dispondremos de un más amplio conocimiento de la sociedad pasada y presente en relación con temas tan centrales como la obediencia a la autoridad, la moral y la legitimación de la autoridad, responsabilidad e intención, brutalidad y respuesta emocional, y la cuestión de los juicios morales y la influencia de los iguales. En este sentido John M. Steiner, en su examen de los SS, ofrece un rayo de esperanza acerca de la sociedad actual, pero al mismo tiempo una advertencia salutífera sobre el futuro:
“Durante un período de tiempo las sociedades atraviesan cambios significativos de modo que pueden proveer diferentes estructuras organizacionales para tipos de personalidad y vertederos para la expresión de necesidades personales. (…) Aunque la estabilidad personal es común en el comportamiento de los miembros de la SS, el aspecto destructivo de su obrar parece haber estado relacionado con su afiliación a la SS y al movimiento nacional-socialista en general, del cual la SS fue parte integral y decisiva. (…) Las situaciones son consecuencia de interacciones y no pueden ser vistas separadamente o fuera de un contexto cultural, puesto que también ellas son productos socio-culturales. (…) Hemos tratado de demostrar que la situación tendió a ser el determinante más inmediato del comportamiento de los SS, una relación cerradamente imbricada. Esto disparó una cadena de sucesos que —entre otras catástrofes— produjo el Holocausto”.
De importancia contemporánea, y no solamente para las víctimas y los perseguidores sobrevivientes, es la cuestión de la realización en la postguerra de procesos judiciales a los crímenes de guerra nazis, el principal de los cuales fue, por supuesto, el asesinato masivo de judíos europeos y otras víctimas clasificados bajo el título general de “Crímenes contra la Humanidad”. Los juicios de los mayores criminales de guerra se realizaron en Nuremberg durante los años 1945 y 1946, a los que siguieron lo que se conoce como “los juicios de Nuremberg subsiguientes”, los procesos contra ex funcionarios de varios ministerios alemanes. Desde entonces, tanto en la República Federal de Alemania como en muchos otros países —incluyendo, por supuesto, a Israel en 1961— se realizaron numerosos juicios a criminales de guerra nazis en los que, desafortunadamente, se lograron resultados demasiado diferentes y desalentadores .
Si bien se ha sugerido que los juicios de Nuremberg merecen nuestra atención “porque se trató de un episodio crucial en los modernos esfuerzos del hombre para hacer que líderes enfrenten su responsabilidad por desatar la guerra y causar atrocidades en masa”, sin embargo también se ha planteado la cuestión, patentemente inquietante, de si “en realidad, Nuremberg fue un juicio o meramente una venganza ilegal disfrazada con una supuesta legalidad ex post facto . En otras palabras, si Nuremberg y todos los demás juicios no fueron otra cosa que lo que pudiera calificarse de ”justicia de los vencedores“ como opuesto a la ”justicia legal“. El hecho es que, por supuesto, la realización de juicios a criminales nazis en la postguerra ha sido mucho más que un asunto legal; también es un asunto muy emotivo además de su interés legal. Dadas las dimensiones de los ”crímenes contra la Humanidad“ cometidos bajo el nazismo, es muy natural el sentimiento de que todos los involucrados, directa e incluso indirectamente, en semejantes crímenes sean traídos a juicio y castigados. No todos lo fueron, ni era posible que lo fueran. Las víctimas sobrevivientes y otras personas se sintieron espantados al enterarse, temprano en la historia de la República Federal de Alemania, que los que ”dieron las órdenes para los asesinatos, deportaciones, despojos y esclavitud, no solamente habían sobrevivido: en muchos casos ellos habían retomado a sus despachos y estaban en posición de impartir órdenes“. Y aparte de la cuestión de la compensación financiera alemana a las víctimas judías del nazismo como factor constante en las relaciones germano-israelíes, también estuvo la cuestión tan emotiva —tanto para alemanes como para judíos, naturalmente que por razones diferentes— de la posibilidad de que, por presión de la opinión pública alemana, la República Federal de Alemania adoptase una fecha de prescripción para el lapso en el cual los crímenes de guerra nazis son pasibles de ser procesados y juzgados en Alemania.
La referencia al Estado de Israel enfatiza una significación o consecuencia continua particularmente importante del Holocausto: de que en cierto sentido aquél no hubiera sido posible sin éste. Por otra parte el recuerdo y la experiencia del Holocausto han determinado las actitudes de auto-supervivencia que distinguen a Israel y a su política de relaciones exteriores desde su fundación. Como lo expresó Simón Hermán, ”no puede haber una apropiada comprensión del judaísmo contemporáneo y de Israel sin tener en cuenta el impacto, profundo y perdurable, del Holocausto“. Mientras el antisemitismo nazi ha desaparecido, no lo han hecho otras formas de antisemitismo, de modo que el anti judaísmo en ciertas partes del mundo consiste en la hostilidad hacia Israel y los israelíes bajo la forma de antisionismo. Hermán y otros escritores están, por supuesto, plenamente justificados en analizar las actitudes judía e israelí de postguerra como habiendo sido condicionadas por el Holocausto nazi. Respecto de Israel en particular, él sugiere que ”entre los acontecimientos que han servido para reactivar la memoria del Holocausto, tres se destacan: el juicio a Eichmann, la Guerra de los Seis Días y la Guerra de Iom Kipur“. Pero esta yuxtaposición de pasado y presente lleva a Hermán a una confusión conceptual y lingüística natural, pero equivocada: ”el resurgimiento mundial del antisemitismo —que actualmente tiene su más virulenta expresión en la URSS y en los países árabes— ha tornado conscientes a los judfos del hecho de que otro Holocausto no es imposible“. Semejante lenguaje falla en no distinguir entre la especificidad del Holocausto nazi —y el profesor Iehudá Bauer y otros están en lo absolutamente correcto al insistir en que la palabra ”Holocausto“ sea únicamente aplicada a la Endlósung der Judenfrage de los nazis — y los factores de continuidad más generales que hicieron posible aquel suceso y todos los otros sucesos surgidos de aquél, pero que nunca podrán producir precisamente el mismo suceso de nuevo.
Naturaleza y comportamiento del hombre
Entre estos “otros sucesos” están las cuestiones teológicas suscitadas por el Holocausto, de interés tanto para judíos como para cristianos, compendiadas por la pregunta de si Dios “murió” en Auschwitz. Entonces, esto significa que para mucha gente la monstruosidad de Auschwitz y del Holocausto ha puesto en duda no solamente la validez de la religión organizada o formal, sino esencialmente la base misma del pensamiento y del sentimiento religioso: la creencia en Dios.
Para los judíos en particular, lo que les sucedió a los judíos en los ghettos y en los campos de exterminio llevó a una crisis de fe religiosa: ¿dónde estuvo Dios en ese tiempo? ¿Cómo pudo Él soportar impávido la inflicción de tales sufrimientos y degradación sobre inermes millones de personas, entre ellos cantidades inauditas de niños inocentes? ¿O, quizá, la respuesta a la cuestión de cómo Dios pudo tolerar tanto mal puede hallarse en el concepto judío de El Mistater, el Ocultamiento de Dios? No obstante, tanto en los ghettos como en los campos de concentración y de exterminio se produjeron casos cotidianos de práctica del Kidush Hashem, la Santificación del Nombre de Dios, precisamente en la época y momento de la persecución y la muerte.
Similares son los problemas para la fe de los cristianos, que surgieron del Holocausto. Porque, ¿Auschwitz realmente señaló la bancarrota moral de la civilización cristiana y la bancarrota espiritual de la religión cristiana? Esto conduce a la pregunta más pertinente aún, de que la cuestión que verdaderamente suscitó el Holocausto no fue “¿Dónde estuvo Dios?” sino “¿Dónde estuvo el hombre?”. Mientras la presencia de Dios en la historia, o su ausencia de la misma, son un grave problema teológico, es un hecho que la presencia o ausencia del ser humano en tanto agente ético y moral, es un asunto de la realidad palpable. Y es en esta conexión que ha sido planteada —una y otra vez— una de las más fundamentales, obsesivas y ciertamente espantosas de las significaciones continuas del Holocausto nazi: de que “la experiencia judía en los ghettos y en los campos de muerte puso de manifiesto en nuestros días el colapso del hombre como ser moral”.
Es este aspecto moral lo que impregna lo que puede llamarse “la literatura del Holocausto”, porque como uno de los más destacados escritores de este campo, Elie Wiesel, ha escrito: “en Auschwitz no solamente murieron hombres, sino también la idea del hombre”.
O, como lo expresó Lawrence L. Langer: “la existencia de Dachau y de Auschwitz como fenómenos históricos no solamente ha alterado nuestra concepción de la realidad, sino la naturaleza misma de la realidad”.
¿Es que puede realmente existir algo así como la “literatura” sobre alto tan horrendo como la Solución Final? Muchos escritores adoptaron la posición de que no solamente es imposible escribir sobre el Holocausto sino quizás hasta inmoral intentar hacerlo: “Todo intento de transformar el Holocausto en arte degrada al Holocausto y tiene que resultar en un arte pobre”. Incluso Elie Wiesel, cuyas obras, y quizá más que las de ningún otro, contribuyen a la posibilidad de que haya una literatura del Holocausto, está muy bien enterado del dilema básico que enfrenta el escritor en esto: “Una novela sobre Auschwitz no es una novela o no es sobre Auschwitz. El mero intento de escribir semejante novela es blasfemia”.
Esto suscita una pregunta doble ¿Qué es la literatura del Holocausto y cuál es su propósito? Como con la discusión teológica sobre el Holocausto, en los años recientes la discusión literaria ha producido una tremenda cantidad de trabajos sobre una gran variedad de temas. Todo lo que se puede hacer en este punto es indicar una respuesta general a las mencionadas dos preguntas, y esto ha sido hecho por Alvin Rosenfeld.
Él sugiere que si por “literatura del Holocausto” se quiere decir una desordenada colección de novelas, poemas, ensayos y dramas sobre un tema tan enorme y desalentador como lo es el genocidio nazi contra los judíos, sin embargo respecto a eso “nuestro interés, por más interesante y legítimo que sea, no es lo suficientemente apremiante”. Más bien, a él le parece que la literatura del Holocausto es, y debería ser, de otra dimensión, obligándonos “a contemplar los que pudieran ser cambios fundamentales en nuestros modos de percepción y de expresión, nuestra forma alterada de ser en el mundo”. De modo que como la “mentalidad renacentista”, la “sensación romántica”, el “temperamento Victoriano” han sido utilizados para indicar anteriores cambios de conciencia y de expresión, él siente que tendríamos que comenzar a ver que “la literatura del Holocausto es un intento para expresar un nuevo orden de conciencia, una variación reconocible del ser. La imaginación humana después de Auschwitz, simplemente no es la misma que antes. (…) Auschwitz significa que en la actualidad sabemos cosas que antes ni siquiera eran imaginables”.
En lo que atañe al propósito de la literatura del Holocausto, debe ser —como lo ha declarado Elie Wiesel mismo— “arrebatar aquellas víctimas del olvido. Ayudar a los muertos a vencer a la muerte”. Porque lo que esta literatura hace es comunicar y hacer que la gente sepa: “El Holocausto exige hablar incluso cuando amenaza con imponer silencio. Pero permitir que el silencio prevalezca equivaldría a ceder a Hitler una victoria póstuma. Es blasfemia, pues, intentar escribir sobre el Holocausto; y es una injusticia contra las víctimas —mucho más grande la injusticia y mucho mayor la blasfemia— permanecer en silencio”.
Finalmente, en la categoría de efectos continuos o de la significación que surge del Holocausto, hay un reciente desarrollo que no puede ser ignorado, especialmente porque ofende no solamente a las victimas sobrevivientes sino también a la racionalidad misma. En esencia, ilumina muchos de los puntos a que hemos hecho referencia en lo concerniente a la degeneración moral táctica de la civilización occidental durante y después del Holocausto. Se trata del intento de cierta gente de negar la existencia y los hechos del Holocausto.
De una manera, por cierto, cuanto menos se diga de esa gente y de su obra, es mejor. Por la otra parte, es bueno y necesario que los escritores serios tomen nota de dichas publicaciones y las descarten por las absurdidades que son. En suma, la publicación y consiguiente refutación de tales intentos de “desmentir” o “difamar” el Holocausto solamente contribuyen —o por lo menos deberían hacerlo— a que más gente se entere no solamente de los hechos del Holocausto en sí, sino también de sus lecciones y significado para el hombre en la sociedad contemporánea.
Las lecciones continuas y significación del Holocausto
¿Y cuáles son las lecciones continuas y el significado que mana de un acontecimiento terminado y único que, en realidad, es del pasado? Una vez más vale la pena repetir las palabras del profesor Mosse: “Los nazis no inventaron el racismo. (…) El racismo no terminó con Adolf Hitler (…) sino que su corriente fluye al futuro”. O, para decirlo de otra manera, “el suceso es del pasado, el fenómeno sigue vigente”. Ciertamente, en la era post-Holocausto cristianos y judíos se han venido viendo los unos con los otros a una luz completamente diferente. O quizás habría que calificar esto señalando que son los judíos los que ven a los cristianos a una luz diferente por causa del conocimiento, experiencia y conciencia que tienen del Holocausto; en tanto muchos cristianos estaban, sorprendentemente, ignorantes del mismo, no se preocuparon de lo sucedido y convenientemente lo olvidaron —salvo para recibir ciertas ilusiones del pasado, esclarecidos, e incluso conmovidos, no por trabajos históricos serios sino por aquella serie de televisión de 1978 estilo telenovela de Hollywood que se denominó “Holocausto”.
Sin embargo, dos cosas en particular parecen incidir sobre el Holocausto en sí mismo y toda significación que el Holocausto podría tener para las generaciones siguientes. La primera, y muy obvia, es que llama nuestra atención en algo que siempre está con nosotros y no frecuentemente lo vemos con una luz suficientemente clara: la cuestión del comportamiento humano en las modernas sociedades políticas, pero más específicamente ese comportamiento en situaciones anormales.
El segundo punto, que es absolutamente fundamental, se desprende de éste, y ha sido brillantemente expresado por el profesor Noman Rich: “La catástrofe nazi sacudió cualesquiera ilusiones que los hombres hubieran abrigado acerca del progreso moral de la humanidad, revelando con rudeza cuán delgado es el ‘enchapado’ de la civilización humana en el mundo moderno”.
Esto lo dice todo, pero el profesor Rich va más allá cuando añade que “lo que es más siniestro todavía, es que los nazis demostraron cuán fácil es para el hombre encontrar motivos racionales, incluso idealistas y morales, para perpetrar acciones inhumanas”. Y ciertamente éste debe ser el motivo por el cual tanta gente no quiere saber sobre el tema del Holocausto ni que se le recuerde del mismo, simplemente porque ello suscita demasiadas y obvias dudas en su mente acerca de sus propias posibles reacciones y conducta en circunstancias tan extremas, especialmente dado el hecho de que el racismo en todas sus formas no murió en Auschwitz, sino que “su corriente fluye a nuestro propio futuro”. Incluso la controvertida Hannah Arendt, cuando discute el comportamiento de los judíos en el Holocausto, dice que el examen de la respuesta judía al terror nazi “ofrece la más estremecedora vista de la totalidad del colapso moral que los nazis causaron a la respetable sociedad europea —no solamente en Alemania sino en casi todos los países, no solamente entre los perseguidores sino también entre las víctimas”. En esta conexión el comentario de Bruno Bettelheim merece la más atenta consideración: “Nosotros no podemos aprehender plenamente la naturaleza y las implicaciones de los campos de muerte si nos abstenemos púdicamente de enfrentar las tendencias destructivas que subyacen en el hombre. (…) No podremos comprender el fenómeno de Hitler (…) a menos que reconozcamos en las acciones de Hitler y las de sus verdugos que el impulso hacia la muerte superó completamente los impulsos de la vida. La creencia de Hitler en que su acariciado hombre de pura sangre aria podía florecer únicamente cuando las razas inferiores fueran completamente exterminadas, creó una manía de muerte que, si bien comenzó con los judíos, no terminaba con su exterminio. Muchos otros tenían que ser igualmente exterminados: los gitanos, los deficientes mentales o físicos, mientras que los polacos, rusos, negros y miembros de otras razas ‘inferiores’ debían ser radicalmente reducidos en número bajo el Reich de Mil Años de Hitler”
Estos comentarios, entonces, subrayan muchas cosas que se pueden decir sobre el Holocausto y la sociedad contemporánea. Ciertamente que Auschwitz, como el símbolo del Holocausto, tiene realmente que ser considerado como el suceso central del siglo veinte, por lo menos en lo que concierne al comportamiento del hombre en las sociedades modernas. No hay analogías históricas para los sucesos de los cuales Auschwitz, Treblinka, Chelmno y todos los otros campos de exterminio y de concentración sólo constituyeron una parte. Y mientras todos esos sucesos fueron, y siguen siendo, de tremenda significación para los judíos en el mundo, fajando naturalmente la totalidad de la conciencia judía en la era post-Holocausto, dichos acontecimientos fueron y son de significancia no solamente para los judíos.
Lo que aconteció en aquellos años nos dice algo a todos nosotros, por lo que Auschwitz y la maquinaría de la muerte nos mostraron sobre la Humanidad en general. Una vez más, como dijo el profesor Rich, “uno de los aspectos más aciagos del experimento nazi fue que, aparte de todo el sufrimiento, el baño de sangre y la destrucción que los nazis infligieron al mundo, el movimiento nazi no contribuyó con nada a la cultura y a la civilización humanas. Nada salvo una lección terrible acerca de cuán frágil y vulnerable es la civilización humana”.
Pero, con todo, esta cuestión de la fragilidad de la civilización moderna —lo que el profesor Rich llama “el enchapado de la civilización humana”— es la piedra de tropezadero con la cual tanta gente choca cuando trata de examinar el Holocausto nazi, sea como un acontecimiento histórico específico, o a la búsqueda de cualquier significación contemporánea que pueda extraerse del mismo.
Fue un acontecimiento histórico específico y único que surgió de una conjunción excepcional de circunstancias, personalidades y políticas que, precisamente de la misma forma, nunca podrán repetirse jamás en el mundo. Judíos y otros que, por causa de las formas contemporáneas del antisemitismo y del antisionismo van por el mundo con los temores, y hasta visiones, de otro “Holocausto nazi” se equivocan completamente de concepto y, en realidad, se están haciendo a sí mismos (y a la sociedad moderna) un perjuicio, por fallar —en sentido negativo— en reconocer la especifidad única del experimento nazi, especifidad que es abrumadora.
En vez de esto, lo que debería hacerse más positivamente es reconocer dos de las lecciones fundamentales del Holocausto. La naturaleza básica y por cierto constantemente irracional del hombre; y la fragilidad de lo que gustamos de llamar, o de pensar, como civilización moderna. Y hacer las paces con estos conceptos en la sociedad contemporánea, dedicándonos a la búsqueda de aportar una mayor estabilidad e incluso racionalidad al presente y a todos los problemas que presenta el presente: el mantenimiento de los derechos de las minorías religiosas y raciales; la protección de los derechos de las personas contra los del Estado; el resguardamiento de los intereses de la sociedad en conjunto contra los de un individuo o un grupo particulares; la protección de la sociedad contra el poder desenfrenado de la policía o de otras formas de “control” estatal o de “fuerzas de seguridad”.
El Holocausto empezó y terminó, pero sigue estando el hombre en las modernas sociedades políticas: “Lo que ocurrió es pasado, el fenómeno persiste”.
Summary
Historians and other scholars are still struggling to understand and explain the Holocaust. Covering a wide range of recent books and articles, John Fox assesses the various kinds of interpretations now current and considers the problem of the Holocaust’s contemporary significance. In his view it revealed the basic irrational nature of man and the frailty of modern civilization.