Coloquio

Edición Nº61 - Junio 2023

La extinción de la diáspora judía

Por Santiago Kovadloff

Tras la creación del Estado de Israel, la diáspora se ha extinguido como destino y  caracterización ineludible de los judíos. Es que Israel ha puesto fin a la diáspora como fatalidad histórica. ¿Pero quiere decir esto que al desaparecer como expresión de lo irremediable en términos geopolíticos, ha dejado la diáspora de ser una vivencia culturalmente activa? Ciertamente, no. Perdura como estela tenaz de una trayectoria que  sin embargo llegó a su fin.

Me identifico con quienes, siendo judíos, están persuadidos de que la realidad del judaísmo mundial no israelí ya no es diaspórica sino posdiaspórica. Israel, con su renacimiento estatal, ha liberado a los judíos de lo diaspórico como destino. El hecho alcanza enorme trascendencia. Ha posibilitado, a quienes estaban condenados a la dispersión, a proceder a una elección innovadora: decidir si se quieren israelíes o no israelíes. Si optan por la nacionalidad como nuevo rasgo distintivo de lo judío o, ratificando como propias las nacionalidades ganadas en la diáspora, afirman su pertenencia a lo judío sin supeditar esa pertenencia a una identidad nacional judía.

Esta decisión, hasta 1948, les estaba vedada desde hacía dos milenios.

Ahora bien: sea cual fuere la decisión que se adopte, ella solo es posible gracias         a la fundación del Estado de Israel. Es éste el que, al constituirse, faculta la opción y decreta con ella la extinción de la diáspora judía.

Reitero lo evidente: antes de 1948 tal opción no existía. Lo judío, en Medio Oriente y hasta entonces, ponía en juego su existencia sin contexto nacional propio. Ese   año decisivo traza una frontera: un antes y un después de la dispersión. Llamo posdiaspórico, entonces, a ese después

¿En qué consiste? ¿Cuáles son sus características? A mi ver, en una tarea y esa tarea es doble. Por un lado, el judío posdiaspórico puede no ser israelí pero no puede, como judío, vivir de espaldas a Israel. Israel es el fundamento objetivo de su libertad subjetiva. Israel le ha dado la oportunidad de ratificar libremente su situación. Con su creación la referencia a la diáspora, a la que estuvo obligado hasta entonces para ser y darse a conocer como judío, pierde vigencia aunque no se mueva de donde está.

Siendo ello así, la existencia del Estado judío le atañe íntimamente. Lo constituye y lo  compromete como ser habilitado para elegir libremente como no pudo hacerlo hasta ese momento.

Por otro lado, si ya no es un judío de la diáspora, le corresponde volver a determinar dónde se encuentra y cuáles son sus rasgos distintivos como judío posdiaspórico; como alguien que ha resuelto no hacer aliah, no ser israelí.

¿Es posible un judaísmo posdiaspórico que responda a esta doble caracterización? ¿O lo posdiaspórico solo está llamado a ser residual, saldo agónico en suma del derrumbe de una configuración cosmovisional que, en el caso occidental, cuenta con dos mil años pero que, como realidad histórica, precede en mucho a esos dos milenios? 

Tal como lo señalé en otra oportunidad,1 mi convicción es que Israel, aun sin conformar el centro excluyente de lo judío, sí es, para el judío posdiaspórico, condición fundante de su libertad.

La realidad de Israel no es la de todo lo judío pero sin ella nada de lo judío puede tener viabilidad posdiaspórica.

Reconocido este rasgo ontológicamente habilitante mediante el cual Israel hace posible la irrupción de lo posdiaspórico, cabe emprender la relectura de los valores aportados por la tradición en consonancia con la experiencia de cada generación y en cada uno de los contextos donde lo diaspórico ha pasado a ser posdiaspórico. Ésta es una labor de renovada autoconstrucción a ser emprendida. Aquí vuelven a incidir los factores contextuales no judíos (nacionales) pero ya no como condiciones de posibilidad de la supervivencia de lo judío sino como recursos con los que el judaísmo posdiaspórico deberá contar para constituir su nuevo cuerpo identitario.

El riesgo de extinción que pesa sobre el judaísmo posdiaspórico –aun cuando éste se encuentre todavía en una etapa seminal– no proviene, primordialmente, de la incidencia de factores disolventes generados por la asimilación. Proviene, eso sí, del marcado desapego a la cultura judía por parte de la mayoría de los mismos judíos posdiaspóricos. Este profundo desinterés se traduce en el predominio de una sola inquietud: la que generan las expresiones antisemitas, recaigan sobre Israel o sobre las comunidades del mundo. Solo ellas logran despertar un vivo interés en reaccionar por parte de quienes se encuentran, con mayor o menor conciencia, en la posdiáspora.

Si se exceptúa esta expresión reactiva ante el prejuicio y el terrorismo, plenamente justificada por lo demás, se diría que nada hay en el patrimonio espiritual judío que motive y dé sustento a otro interés de intensidad equivalente ni que alimente, como fuente de identidad, la médula del proyecto espiritual del judaísmo posdiaspórico.

Podemos aplicar a esta caracterización del judaísmo posdiaspórico las palabras de David Hartmann (La tradición interpretativa): “Mientras los valores compartidos por la sociedad judía estuvieron del todo claros durante largos periodos de la historia, hoy, por desgracia, no hay consenso sobre cómo el pueblo judío debe manifestar el brit ié´ud (aspiración espiritual del pacto). Dado el actual colapso de la tradicional sociedad judía, ¿es posible crear una comunidad de valores compartidos? ¿O el sentido de comunidad de los judíos ha de limitarse a la lucha por la subsistencia?”.

La reapropiación del brit ié´ud por parte del judaísmo posdiaspórico tras la disolución de la diáspora homologada a un destino y por lo tanto a una realidad irreversible, exige mucho más que una “lucha por la subsistencia”. Exige pasión por la construcción de la existencia propia como proyecto no deudor de la judeofobia. Una cosa es hacer frente al antisemitismo desde una identidad judía contundente y provista de valores propios como ocurre con y en Israel; otra muy distinta es hacerlo desde una identidad espiritualmente anémica solo asentada en una afición de dudosa consistencia a lo ritual y proclive a hacer de lo gastronómico y de lo exteriormente litúrgico los escenarios privilegiados del encuentro con lo judío.

Sin la menor duda, no faltan en Occidente pensadores y analistas que se interrogan sobre lo que significa la condición judía después de 1948 y la consecuente caída de la diáspora concebida como ineludible. Sin embargo la cuestión, a mi entender, es otra: ¿hasta dónde la obra de esos pensadores nutre la enseñanza de lo judío en escuelas, centros de estudio públicos o privados y facultades no israelíes? En otros términos: ¿goza la posdiáspora de credibilidad social como hecho histórico y desafío cultural allí donde hasta hoy se habló de diáspora y aún hoy se lo sigue haciendo como si no hubiera ocurrido lo que sucedió? 

La anemia de la palabra judía no proviene entonces de su presunta pobreza en el periodismo, la filosofía y la literatura; proviene en cambio de quienes, como judíos, se han alejado de su frecuentación y del estudio reduciendo el judaísmo a una práctica epitelial apartada de la lectura y la meditación y solo reactiva ante la impugnación antisemita.

En resumen: en la actualidad el judaísmo posdiaspórico es un judaísmo esencialmente desguarnecido e insustancial. Sin discernimiento cabal, sobre todo en Occidente, de los desafíos a los que está expuesto a raíz de la escasa percepción que tiene del tiempo en que le toca expresarse.

Recordemos, por último, a Emanuel Levinas. Así nos dice en un libro no casualmente titulado Difícil libertad: “Interrogarse acerca de la identidad judía ya es haberla perdido. Pero es todavía, en cierto sentido, seguir aferrándose a ella; de otro modo, uno se ahorraría la pregunta. Entre ese ya y este todavía, se dibuja el límite, tirante como una cuerda tensa, sobre el cual se juega, no sin riesgos, el judaísmo de los judíos occidentales.”

 

Notas:

La extinción de la díáspora judía, Emecé, Buenos Aires, 2013.


Santiago Kovadloff es Filósofo (Universidad de Buenos Aires). Doctor Honoris Causa (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales). Personalidad Destacada de la Ciudad de Buenos Aires. Ensayista, poeta, traductor de literatura portuguesa y conferencista internacional. Colaborador permanente del diario La Nación. Profesor Honorario de la Universidad Autónoma de Madrid. Miembro de Número de la Academia Argentina de Ciencias Morales y Políticas, de la Academia Argentina de Letras, y Miembro Correspondiente de la Real Academia Española. Recibió las siguientes distinciones: Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía por su obra lírica, Premio Konex de Platino, Premio Nacional de Literatura, Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes, Orden del Rey Dom Henrique el Navegante en el grado de Comendador (otorgado por el Gobierno de Portugal) y el Premio Santa Clara de Asís (otorgado por el Episcopado Argentino).