Coloquio

Edición Nº59 - Diciembre 2022

Ed. Nº59: Del archivo: El idioma Hebreo y su influencia

Por Gustavo Perednik

La mitad de la población mundial habla en diez lenguas. De las casi seis mil restantes, la mayoría desaparecerá en menos de un siglo.

El criterio de la cantidad de hablantes colocaría al idioma hebreo en el puesto setenta de las lenguas humanas, pero su influencia es mucho más amplia de lo que ese rango podría indicar.

 

Por ejemplo, de los 270 lenguajes que tienen Wikipedias, el hebreo está entre los treinta más importantes: exhibe más de 100.000 entradas, y es considerado el segundo por la calidad y profundidad de sus artículos. La Wikipedia hebrea es utilizada cotidianamente por casi el 40% de la población de Israel, uno de los porcentajes más altos del mundo.

En cuanto a la influencia de la lengua, vaya un párrafo revelador:

 

Desde el comienzo un pajarito me contó que no hay nada nuevo bajo el sol: no sólo de pan vive el hombre, ni por su espada. Somos guardianes de nuestro hermano y no del becerro de oro. Pongamos la casa en orden con el sudor de nuestra frente. La escritura está en la pared; comer, beber y alegrarnos porque todo tiene su tiempo, y…Punto.

 

Las pocas oraciones anteriores, con una docena de locuciones conocidas en la mayoría de las lenguas, deja ver la estampa del hebreo en nuestras vidas. Todas y cada una de las expresiones incluidas son bíblicas, y podríamos continuar sin pausa:  «hágase la luz; bálsamo de Guilad; torre de marfil; tiempo de curar; jardín del Edén; dedo de Dios; ciudad de refugio; jeremiadas; elegir la vida; zarza ardiente; falso profeta; jaula de los leones; día del juicio; tierra prometida; chivo emisario; ojo por ojo; Matusalén; sodomía; polvo y cenizas; espadas en arados; fruto prohibido; caída de los poderosos; amar al prójimo» 

 

En decenas de voces la influencia es directa, como lo es en las palabras que fueron incorporadas a los vocabularios de cientos de lenguas y de pueblos: «aleluya, amén, gólem, hosanna, jubileo, leviatán, maná, mesías, pascua, sabático, serafín».

 

Adicionalmente, hay un influjo indirecto. Por ejemplo, la voz kirios en un contexto griego no es un término religioso: significa «dueño, jefe». Cuando los traductores de la Biblia eligieron esa palabra para verter a la Septuaginta el tetragrama (el nombre divino), kirios dejó de significar meramente dueño y pasó a implicar un dominio universal. Al latín pasó a ser dominus, y por vía del griego y del latín la semántica hebrea penetró inadvertidamente en todos los idiomas.

 

Lo explica el lingüista Antoine Meillet en su ensayo sobre La influencia de la Biblia Hebrea en las lenguas europeas (1928): «Entre nuestras palabras y frases más comunes, muchas no muestran signos del hebreo, pero sin él no habrían llegado a nosotros, o habrían tenido un significado bien distinto del que portan».

 

Otro modo de analizar la influencia hebraica es rastrear el origen del alfabeto. Un pueblo semita, los fenicios, fue en la antigüedad marítimo por antonomasia. En sus travesías hacia el Oeste se encontraron primeramente con los griegos, quienes los deslumbraron con su poder, su música, su arte y su ignorancia de la grafía. Por ello, les enseñaron las 22 letras de su idioma hebraico-fenicio, moldes exactos de las 22 letras del hebreo actual.

 

Además de las palabras y la escritura, una tercera vía es hurgar al hebreo en nuestras ideas y narrativa, una buena parte de las cuales fueron moldeadas por la Biblia Hebrea o Tanáj, el texto más influyente de la humanidad, escrito a lo largo de mil años, y que abarca dos milenios de la vida de Israel.

 

En 1455 se transformó en el primer volumen en ser impreso, y fue traducido a 1.850 lenguas y dialectos (para justipreciar el dato, considérese que el segundo libro más traducido  lo fue a unos 200 idiomas). Ningún texto ha inspirado tanto ni ha sido tan citado. Ninguna otra obra ha definido moral y filosofía, ni concitado la atención de las artes y la ciencia, de la arqueología y la historiografía, e incluso de las disciplinas más avanzadas como la informática. Hay más de un millón de obras sobre la Biblia Hebrea.

 

En el antiguo Israel hubo ambiciosos proyectos industriales, pero quedaron rezagados por la palabra escrita. Ni la fundición de cobre que el rey Salomón hizo construir a orillas del Mar Rojo, ni el acueducto en roca sólida erigido durante el reinado de Ezequías, pueden parangonarse en su perdurabilidad con la Palabra grabada. En Israel hubo, y hay, por sobre todo, un Libro.

Sólo él pudo superar a los vecinos imperiales de Egipto y Babilonia; una colección de veinticuatro libros  con enseñanzas éticas, mundanas y religiosas, redactadas con una sapiencia y belleza deslumbrantes. 

 

El hebreo, uno de los cuatro idiomas semíticos que perviven, tiene su origen en lo que fue Canáan y es Israel, y fue similar al idioma de su vecino del norte, los fenicios. 

 

Es primordialmente un lenguaje de verbos. El noruego Theodor Boman lo contrastó en sus estudios con el griego, y concluyó que los verbos hebreos son eminentemente dinámicos, lo que dota a la lengua de gran plasticidad.

 

Por su antigüedad única, se escribe en bloques de derecha a izquierda, ya que cuando las palabras se graban en piedra resulta arduo escribirlas en dirección inversa. Los helenos, por lo tanto, además de tomar del hebreo sonidos que no tenían, procedieron a dar vuelta las letras para facilitar el trazo de izquierda a derecha (que es la dirección recomendable al escribir sobre papiro, para evitar manchas de tinta).

 

El resultante alfabeto griego (que eventualmente pasó al latín) trastocó las letras hebraicas álef, bet, guimel, en alfa, beta, gama, y así, el alfabeto hebreo-fenicio fue padre de casi todos los demás.

 

Desde esta perspectiva, es válida la consideración del hebreo como madre de las lenguas, como lo plantearon grandes pensadores, desde Yehuda Haleví en el medioevo hasta Moisés Mendelssohn en la modernidad.

 

Las batallas del hebreo

 

Las palabras son depósitos culturales, por lo que hablar hoy hebreo implica viajar en el tiempo hacia tres milenios atrás. Al revivirlo, Israel ha consumado con éxito un experimento social sin parangón: un niño judío educado puede leer con cierta facilidad textos milenarios.

 

Más que revivir se trató de una criogénesis, o renacimiento de un idioma que se había preservado congelado en la liturgia y la lectura bíblica. Sobrevivió, gracias a que fue una parte inseparable de la religión de los judíos; en rigor resulta difícil entender el judaísmo sin saber hebreo.

 

De las 45.000 palabras del hebreo moderno, casi la mitad son talmúdicas. Bíblicas hay 8.000, y 800 de las mil más necesarias en el habla cotidiana.

 

Recordemos que Luis de Torres, un judío converso que acompañó a Colón como intérprete en su primer viaje, sabía hebreo y se ha supuesto que en ese idioma pretendía poder comunicarse con los nativos de las tierras a las que arribaran. A partir del siglo XVI se difundió el estudio del hebreo, también gracias a los estudiosos renacentistas y luego a poetas como William Blake.

 

En efecto, ocupó un lugar prominente en el movimiento puritano en Inglaterra, especialmente durante el interregno de Oliver Cromwell, cuando el hebraísta John Milton fue designado Secretario de Lenguas Extranjeras.

 

El impulso llegó a América, donde el primer libro publicado fue el salterio hebreo (1640), y donde el gobernador William Bradford (uno de los peregrinos del  Mayflower, y segundo gobernador de la colonia de Plymouth), era un devoto estudiante de la lengua.

 

John Cotton, uno de los líderes de los primeros puritanos en América, estableció la enseñanza del hebreo en instituciones educativas. Cuando en 1636 se fundó en Harvard la primera universidad norteamericana, el hebreo fue obligatorio para todos los estudiantes. Hasta 1817, el discurso de apertura del año de estudios se pronunciaba siempre en hebreo. La misma línea fue seguida por Columbia, Brown, Princeton, Johns Hopkins, Dartmouth y Pennsylvania. En Yale, el presidente Ezra Stiles enseñaba hebreo, y en este idioma está el emblema de la universidad. 

 

William Gifford adujo en su Quarterly Review, que algunos miembros del Congreso norteamericano proponían que el inglés fuese sustituido por el hebreo como idioma nacional . 

 

En Francia, el poeta Guy de la Boderie hacía derivar «Gallia» (la Francia original) del hebreo «olas», y «París» del hebreo «gloria humana». En Inglaterra fueron más lejos, y se concibió la religión del anglo-israelismo, que imaginaba la procedencia hebraica del inglés, y explicaba el término «Brit-ish» como «hombre del pacto» en hebreo.

 

En su meteórica revitalización durante los dos últimos siglos, el hebreo debió vencer la rivalidad de otros idiomas. El Yiddish, que recibe del hebreo un 15% de su vocabulario, fue proclamado «el idioma nacional judío» en el congreso de Czernowitz de 1908. Un lustro después, los hebraístas respondieron en el Congreso de Viena: la lengua nacional judía es el hebreo, la única con continuidad histórica milenaria.

 

Otro rival fue el esperanto, cuyo creador, Lazar Ludwig Zámenhof estaba muy familiarizado con el hebreo. Probablemente en éste se basara para dotar de simpleza a su idioma artificial, por ejemplo en la economía lógica de raíces consonánticas, y el uso de prefijos para transformar al verbo en pasivo. Hacia 1880, Zámenhof aspiraba a que el esperanto no sólo fuera un idioma internacional, sino también uno nacional para el pueblo judío.

 

La verdadera lid del hebreo en su vigoroso renacimiento fue la llamada «batalla de los idiomas» que tuvo lugar en la ciudad de Haifa en 1913. Cuando se fundó allí una academia tecnológica con el permiso de las autoridades otomanas, se empezó eligiendo al alemán como idioma de estudio, con el argumento de que el hebreo aún carecía de suficientes términos técnicos.

 

Los sionistas, y a la cabeza de ellos el gran renovador del hebreo, Eliezer Ben Yehuda, reivindicaron el idioma, y lograron por medio de una huelga docente que se desplazara al alemán. En 1914 el hebreo fue irreversiblemente elegido como idioma de instrucción para el naciente «Tejnión». A los pocos años (1921) fue reconocido como uno de los idiomas oficiales de Palestina, y la lengua se difundió por doquier. 

 

La derrota de la antigua Roma sobre Grecia fue pacífica, absorbiendo gran parte del legado griego en mitología, filosofía y leyes. En contraste, los otros dos rivales romanos fueron vencidos violentamente: el Israel hebreo y la Cartago fenicia, que compartían gran parte de la tradición semítica en su lenguaje, y una pertinaz resistencia al dominio imperial.

 

Además de su religión diferente, los rebeldes hebreos eran también asociados por los romanos con el enemigo cartaginés y su lengua púnica. Por ello, los romanos reconocieron su deuda cultural para con Grecia, pero se negaron a otorgar crédito alguno a los derrotados judíos y cartagineses. Acaso de esa displicencia deriva cierta ingratitud de Occidente para con sus raíces hebraicas.

 

Gustavo Perednik es graduado de las Universidades de Buenos Aires y Jerusalén, completó en Nueva York sus estudios de doctorado, complementados en Lock Haven (Pensilvania), La Sorbona (Francia), San Marcos (Perú) y Uppsala (Suecia). Asesor educativo de diversas instituciones en varios países, dirigió el Instituto para la Capacitación de Líderes de Jerusalén y los programas Cuatrienal y Preparatorio de la Universidad Hebrea, donde fue distinguido como profesor sobresaliente.