Coloquio

Edición Nº55 - Mayo 2021

Ed. Nº54: Algunos aspectos de la nueva política exterior de Biden con relación al Medio Oriente

Por Atilio Molteni
El 20 de enero de 2021 Joe Biden asumió la 46a. presidencia de Estados Unidos. En dicha ocasión pronunció un mensaje de unidad y reconciliación nacional. Sin mencionarlo por su nombre a Donald Trump, su alocución también estuvo dirigida a cuestionar los cuatro años de su mandato. Habría que remontarse a Abraham Lincoln para encontrar allí una división interna semejante, sumada ahora a la tensión global. 
 
La nueva Administración, enfrenta en lo doméstico una agenda difícil debido a crisis múltiples y a tensiones internas que son consecuencia de problemas económicos, tecnológicos, demográficos y la degradación del medio ambiente, mientras que en las cuestiones internacionales tiene el propósito de mejorar sus alianzas, transmitir confianza a otros Estados y priorizar nuevas estrategias con relación a China, Rusia e Irán.
 
Los elementos centrales de la política internacional y de la estrategia de la geopolítica no son estáticos y evolucionan rápidamente, en especial, en Medio Oriente.
 
Allí existen tres conflictos simultáneos: 1) Irán enfrentado con Israel, que lo considera un peligro existencial, 2) el que existe entre los Estados sunitas contra los chiitas, por diferencias religiosas, ideológicas y de poder, y 3) el que se manifiesta entre los Estados sunitas, entre sí.
 
A estas crisis se suma la subsistencia del terrorismo de Al-Qaeda y del Estado Islámico y guerras civiles, como las que tienen lugar en Siria y Yemen, la situación de Estados fracasados, en el caso de El Líbano y, en cierto sentido, el de Iraq.
 
Al mismo tiempo, Estados Unidos que fue hasta hace pocos años el poder hegemónico, está condicionado por la acción de Rusia y el desarrollo de los vínculos de China con la región (fundamentalmente económicos).
 
Por su parte, los Estados del Golfo, están divididos y condicionados por los precios del petróleo, que limitan sus posibilidades de inmiscuirse en la evolución militar y política de la región.
 
El problema central consiste en lograr una región más estable y disminuir las posibilidades de conflictos. La apertura diplomática de los EAU, Bahréin, Sudán y Marruecos con Israel (que se formalizaron a partir del 15 de septiembre de 2020), demuestran que algunos de los Estados árabes, han dejado de lado el condicionamiento previo que significa la solución de la cuestión palestina y están dispuestos a actuar juntos para condicionar a Irán.
 
Este desarrollo parece tener en cuenta, la posibilidad de un menor compromiso de Estados Unidos con los acontecimientos geopolíticos en Medio Oriente, que se retrotrae a la Administración Obama. Hay dos temas que tienen especial relevancia y se relacionan con dos países de la región: Irán y Arabia Saudita.
 
IRAN
 
Uno de los objetivos de la nueva Administración, consiste en que Estados Unidos vuelva a participar en el Plan de Acción integral Conjunto (PAIC), acordado con Irán por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania, en julio de 2015, con el objeto de condicionar y tener seguridades acerca del fin pacífico de su plan nuclear.
 
El PAIC fue el resultado de varias etapas de una negociación diplomática con Irán y presiones económicas durante más de diez años, donde Estados Unidos y sus aliados fueron los principales gestores, con la aquiescencia de Rusia y China.
 
El entonces presidente Obama lo consideró como su legado internacional más importante y una pieza central de un proceso de distención orientado a consolidar las fuerzas moderadas en Teherán, representadas por el presidente Hassan Rohuani. Por otro lado, este proceso fue visto con preocupación por Israel, Turquía, Arabia Saudita y algunos países del Golfo, que interpretaron que lesionaba la balanza del poder regional.
 
Este Acuerdo fue endosado por la resolución 2231 (2015) del Consejo de Seguridad que reemplazó otras anteriores adoptadas desde 2006, que limitaban las distintas capacidades de Irán. De esta manera se extendió su obligatoriedad a todos los miembros de la ONU, pero en algunos temas fue más amplia, incluyendo la prohibición de la transferencia de armas desde o hacia Irán, por cinco años (plazo ya concluido). 
 
El expresidente Donald Trump denunció unilateralmente el PAIC en mayo de 2018, afirmando que sus cláusulas no impiden a Irán continuar con el proceso para obtener un arma nuclear, buscando obtener un acuerdo más favorable a los intereses de su país. Optó por reinstalar sanciones bilaterales a sus actividades financieras, transporte marítimo y energía.
 
Al mismo tiempo, puso en marcha una campaña de “máxima presión”, que incluyó medidas para limitar la capacidad económica de la teocracia islámica y sus relaciones con el mundo, un refuerzo de su despliegue militar en la región (y acciones cibernéticas) e incrementó sus vínculos con los países sunitas de la región. Constituyó una de las decisiones de Trump más importantes con relación al Medio Oriente, pero su resultado no fue el esperado.
 
Los demás países participantes del PAIC, incluyendo a Francia, Reino Unido y Alemania, continuaron con su aplicación y criticaron esta decisión estadounidense, sosteniendo que era muy difícil negociar su modificación y se preocuparon por la mayor inestabilidad que provocaría en la región. Para Rusia y China -siempre atentas a ampliar su influencia y su relación con Irán- el Acuerdo no presenta objeciones y acusaron a Estados Unidos de violarlo haciendo causa común con Teherán, y buscando cooperar con su Gobierno, que lo siguió aplicando en forma cada vez más condicionada.
 
Sin embargo, varios analistas comentaron que nunca existió una estrategia efectiva de Trump. Entre otras razones, por no tener en cuenta la importancia que Teherán otorga a sus objetivos geopolíticos desde la Revolución Islámica de 1979, que forman parte de la reorientación total de la sociedad y de su Gobierno mediante una ideología religiosa y nacionalista que ya lleva más de 40 años de aplicación, transformándola en un protagonista fundamental de la política regional. Por otro lado, las acciones de Washington lesionan al sector iraní moderado, que demostró ser el más interesado en una negociación.
 
Trump estuvo dispuesto a reunirse (en julio de 2018) con el presidente de Irán Rohuani sin condicionamientos y en cualquier momento, reiterando su adhesión a la diplomacia personal para resolver los conflictos, que le valió críticas tras sus poco consistentes encuentros con el líder norcoreano, Kim Jong Un, y con el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin. En este caso, la respuesta de los ayatolas fue negativa, salvo que se levantaran previamente todas las sanciones existentes.
 
En junio de 2019, cuando se produjo el derribo del avión no tripulado estadounidense en el Golfo, se organizó una respuesta militar por medio de misiles crucero Tomahawk y aviones contra blancos iraníes, pero Trump decidió detenerla minutos antes de que tuviera lugar, alegando razones humanitarias e inquietud por sus daños colaterales. Posiblemente tuvo también en cuenta su posible incidencia en las elecciones presidenciales de noviembre de 2020, debido a su crítica anterior de las acciones militares de gran envergadura, demostrada en los casos de Afganistán e Iraq.
Pero otros desarrollos escalaron la confrontación, que incluyeron la eliminación por Estados Unidos del general Qassam Soleimani, el mítico comandante de la Fuerza Al-Quds. Fue una acción limitada con un fin disuasorio, pero pudo provocar un conflicto mayor, cuando en enero tuvieron lugar represalias iraníes, que se sumaron a los incidentes a la seguridad marítima en el Golfo y a la infraestructura energética de sus aliados en esa región, gestionados por los proxies iraníes.
 
En consecuencia, sólo existió una escalada de tensiones y provocaciones recíprocas, a los que se sumaron la pandemia y sus efectos económicos en Irán (que han sido muy significativos, y se agregaron a los efectos de las sanciones). Se puede suponer también que su Administración buscó un cambio de régimen en ese país, que estuvieron presentes en las políticas estadounidenses desde 2003, esperando un levantamiento de la población contra el Gobierno, que nunca ocurrió. 
 
En su campaña electoral Biden afirmó que terminaría con la campaña de máxima presión, restablecería la suspensión de las sanciones y pondría nuevamente en funcionamiento al PAIC, siguiendo el camino iniciado en su momento por el expresidente Obama, donde se organizó una negociación que permitió llegar a dicho acuerdo con Teherán.
 
Biden condicionó esta propuesta a que Irán regrese al estricto cumplimiento de sus obligaciones respecto al PAIC, pues Teherán aumentó la cantidad de uranio enriquecido en su poder más allá de los límites establecidos de 200 kilogramos a tres toneladas (y del 3.67% al 20% de pureza), lo que le permitiría tener un arma nuclear en un tiempo estimado de cuatro meses, a lo que se sumó la instalación de nuevas cascadas de centrífugas de enriquecimiento más sofisticadas. Irán reiteró que como paso previo a la negociación debían levantarse todas las sanciones.
 
En abril de 2021 las políticas de Biden en Medio Oriente comenzaron lentamente a tomar cuerpo. Con relación a la capacidad nuclear de Irán, se iniciaron en Viena conversaciones entre su delegación (a cargo de Robert Malley quien es el enviado especial para Irán) y representantes de los 4+1: Reino Unido, Francia, Rusia, China, Alemania y la Unión Europea, con el objeto de acordar un “mapa de ruta” para volver a ejecutar el PAIC, que todavía continúan (fines de mayo).
 
La delegación estadounidense no participa directamente, pero es informada de sus desarrollos y de los puntos de vista iraníes por los negociadores europeos. El marco general de este difícil objetivo consiste en analizar el levantamiento de las sanciones estadounidenses (es un sistema complejo de unas 1600 decisiones legales que comprenden actividades no limitadas a lo nuclear), mientras Teherán debería reducir su producción de combustible nuclear y permitir el acceso total a sus instalaciones nucleares a los inspectores del OIEA, para determinar el carácter de las actividades que se desarrollan allí.
 
Otro factor significativo es el poco el tiempo disponible para alcanzar un acuerdo, pues en junio se celebran elecciones en Teherán, pudiendo ser electo un representante de la línea dura en reemplazo del actual presidente Rouhani y la consolidación de esta tendencia en el Majlis (Congreso), en perjuicio de la línea moderada que en 2015 permitió suscribir el PAIC.
 
El objetivo de Washington es que las máximas autoridades de Irán (que detentan el poder real, como el Líder Supremo Khamenei, y el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, GRI) y no sólo los moderados acepten la renegociación del Acuerdo, comprendiendo también sus desarrollos misilísticos y el apoyo de los ayatolas a las facciones armadas chiitas en Iraq, Siria, Líbano y Yemen (y también a Hamas en Gaza), así como la actividad militar de sus efectivos Al-Quds -de la GRI-, que no estaban previstos en las negociaciones que llevó adelante el expresidente Obama, lo que implica una ampliación que es resistida por Teherán.
 
Además, la Administración intenta obtener que Irán acepte prorrogar por más tiempo sus compromisos más allá de los plazos establecidos en el PAIC, debido a que algunas cláusulas fundamentales perderán vigencia por los siete años transcurridos.
 
Incluso de llegarse a un acuerdo con los iraníes, la Administración deberá obtener su aprobación por el Senado donde un grupo de sus miembros (en su gran mayoría republicanos) se oponen al levantamiento de las sanciones, esperando que Teherán acepte limitaciones más estrictas y tienen en cuenta el cuestionamiento de Israel a los desarrollos iranés. Esta situación se agravó desde el 10 de mayo, día en el cual Hamas comenzó sus ataques con misiles a Israel, para lo cual contó con el apoyo tecnológico y material de Irán.
 
Teherán tiene diversos objetivos, uno de ellos es que se le permita seguir utilizando el equipamiento desarrollado con posterioridad a que Trump abandonara el PAIC, pero el más importante es el levantamiento total de las sanciones para facilitar su desarrollo económico que se deterioró en los últimos años y afecta directamente a la población (que incluyen relaciones financieras con numerosos bancos occidentales), y que tenga lugar antes de la puesta en práctica de sus propias obligaciones conforme al PAIC. Es decir, existe un problema a resolver con relación a la secuencia de implementación de las obligaciones de las partes. La primera decisión de los negociadores fue constituir dos grupos de trabajo para analizar ambos temas.
 
Los problemas relacionados con la economía iraní, incrementados por las sanciones, facilitaron el 27 de marzo de 2021 la creación de una “Asociación Estratégica Comprensiva” con China, por la cual Beijing se compromete a realizar inversiones por 400.000 millones de dólares en la infraestructura energética de Irán en el lapso de 25 años, a cambio de la seguridad de exportaciones continuas y a menor precio de petróleo.
 
China tiene acuerdos de asociaciones estratégicas con diversos países, y en la región con Iraq (2015), Arabia Saudita (2016) y los Emiratos Árabes Unidos (2018). Para los analistas representa el intento de Irán de elevar sus relaciones con Beijing al nivel de las que mantienen otros países de Medio Oriente. Por otro lado, no significa un desinterés chino en llevar adelante el PAIC, pero importa un avance de su influencia en el Golfo Pérsico que se inscribe en su rivalidad sistémica y estructural con Estados Unidos.
 
ARABIA SAUDITA
 
Otro tema de interés estadounidense en Medio Oriente es cooperar en una salida diplomática para concluir con la guerra en Yemen, mediante la gestión de un enviado especial para la cuestión. Además, Arabia Saudita intervino en dicha guerra civil (en una coalición con otros países del Golfo) por medio de la operación “Tormenta Decisiva”, para desalojar a los rebeldes huties chiitas de la capital Sanaa y restablecer en el poder al presidente Rabbu Mansour Hadi. Su duración fue prevista por los saudíes en seis semanas, pero continúa desde hace seis años. Debido a los enfrentamientos armados murieron más de 112.000 personas y se convirtió en la mayor catástrofe humanitaria del momento.
 
En ningún momento Donald Trump limitó la cooperación militar con Arabia Saudita. En cambio, Biden se comprometió en terminar con su apoyo a todas sus operaciones ofensivas, y dejó de lado la decisión del expresidente de calificar a los huties como un grupo terrorista, que cuenta con apoyo iraní.
 
En los últimos años Arabia Saudita se convirtió en el mayor importador de armas en el mundo, de las cuales el 75% proviene de los Estados Unidos, siendo su mercado más importante (desde 2010 se notificó al Congreso ventas potenciales de armamento por 134.000 millones de dólares).En 2019 alcanzaron a 3.100 millones, dentro de un universo de 24.000 millones de exportaciones estadounidenses a ese país,
 
Hasta ahora no avanzaron las negociaciones entre las partes en el conflicto, a pesar del interés saudí. Se debe a que los huties se sienten vencedores al controlar la capital y gran parte del territorio donde vive el 80% de la población, mientras llevan adelante una ofensiva contra la ciudad de Marib, de gran importancia estratégica y asiento de sus oponentes gubernamentales, utilizando misiles potentes y drones proporcionados por Irán (incluso contra el territorio saudí). Además, la unidad del país está en peligro pues Yemen está dividida no sólo entre el norte y el sur, que en el pasado fue una división histórica, sino también en otras zonas controladas por cinco fuerzas locales de distintas tendencias e intereses.
 
Estados Unidos y Arabia Saudita tienen una larga relación estratégica, vinculada con su gran poder energético, su importancia religiosa para los musulmanes, una voz significativa en las negociaciones para lograr un acuerdo de paz entre Israel y los palestinos, una fuerza valiosa contra el extremismo islámico y un líder de la división entre sunitas y chiitas e, incluso, entre las tendencias opuestas que existen entre los mismos sunitas.
 
En virtud de estos objetivos, Trump coincidió con los puntos de vista sauditas al denunciar el Acuerdo Nuclear con Teherán (y de Israel), que ya estaban presentes en las reservas de los senadores republicanos al discutirse el proyecto del PAIC. También convirtió a este país en una pieza central y un aliado en su política en Medio Oriente, donde tuvo especial participación su yerno Jared Kushner, e ignoró una de las ideas centrales de su antecesor Obama, quien apostó a un equilibrio regional entre Arabia Saudita e Irán.
 
Además, durante el Gobierno del expresidente Trump, no sólo se dio más fuerza a las relaciones con el príncipe heredero Mohamed bin Salman (conocido por su iniciales MBS), sino que también se ocultó su responsabilidad en el asesinato el 2 de octubre de 2018 en Estambul, del periodista saudí Jamal Khashoggi, quien trabajaba para el Washington Post.
 
En cambio, Biden cumpliendo con una promesa electoral, su defensa de los derechos humanos y el pensamiento mayoritario en su Partido afirmó que seguiría un enfoque distinto con Arabia Saudita. El 24 de febrero el director de la Inteligencia Nacional dio a conocer un informe referente al asesinato de Khashoggi, comentando las circunstancias en las cuales tuvo lugar y los orígenes de esta acción criminal. Días después se negó el eventual otorgamiento de visas estadounidenses a 76 ciudadanos sauditas vinculados con ese hecho, pero no se tomó ninguna decisión con relación a MBS.
 
A partir de 2015, fecha en que llegó al trono el rey Salman, que es el de mayor edad de los hijos supérstites de Al-Aziz ibn Saud, fundador de Arabia Saudita, comenzó una nueva etapa en el Reino, que consistió en modificar las responsabilidades de una nueva generación de la monarquía, convirtiendo a su hijo MBS (36 años), en la figura central del país y quien ejerce el poder efectivo, donde nada sucede allí sin su autorización.
 
Después de esta revelación, Biden tomó contacto exclusivamente con el rey Salman, pero teniendo en cuenta su edad (86 años), su estado de salud y la posibilidad cierta de que MBS lo suceda como Jefe de Estado, en el futuro podría estar comprometido el diálogo directo entre ambos gobernantes, situación sin precedentes en los 75 años de relaciones entre ambos Estados. Estas comenzaron cuando concluía la II Guerra Mundial y constituyó un gran avance para consolidar sus intereses geopolíticos de Washington en Medio Oriente.
 
MBS comenzó una etapa de cambios internos y enfrentó problemas muy significativos, ante la crisis originada por el bajo precio relativo del petróleo, factor que provee el 75% de los ingresos fiscales y el 90% de sus divisas de exportación, llegando a acuerdos sobre las políticas a desarrollar por los países proveedores miembros de la OPEC y con la Federación Rusa. Ahora, debe tener en cuenta la posibilidad cierta de su pérdida de relevancia en el mercado energético debido a los desarrollos de la tecnología.
 
En abril de 2016, MBS dio a conocer lo que llamó “Visión 2030”, que es una estrategia para reformar y diversificar su economía, para vivir sin petróleo y desarrollar las nuevas tecnologías para pilotear un futuro menos próspero y estratégico, lo que implica la necesidad de buscar otra clase de inversiones y modificar la estructura económica del Reino, que actualmente enfrenta una realidad que se modificó debido a la pandemia.
 
La política de la actual Administración estadounidense en Medio Oriente parece orientarse a tener en cuenta las nuevas condiciones regionales y el cambio en las relaciones de poder, que incluyen la constatación que la transferencia masiva de armas a sus socios y su presencia militar no ha ayudado a la estabilidad regional. En su lugar, la prioridad consistiría en reducir las causas y los conflictos existentes por medios diplomáticos y económicos.