Coloquio

Edición Nº51 - Noviembre 2019

Ed. Nº51: El papel subjetivo y social de la lucha de las mujeres

Por Mirta Goldstein

Quiero destacar el valor subjetivo y social de las luchas que libran los distintos colectivos de mujeres, luchas que tienden a desnaturalizar la violencia padecida durante siglos y a salir de la impotencia que paraliza la libertad de acción, de pensamiento, de movimiento.

Comenzaré diciendo que las luchas que libran los distintos colectivos de mujeres, tienden a desnaturalizar la violencia padecida durante siglos y a salir de la impotencia que paraliza la libertad de acción, de pensamiento, de movimiento.
Las mujeres fueron restringidas en su libertad de acción, expresión y movimiento. Confinadas al interior del hogar, tardaron en darse cuenta que podían ser dueñas de su cuerpo, su afectividad, de sus bienes y recursos.

También tardaron en manifestar su derecho a la creatividad, al trabajo, a la intervención social.
 
Los movimientos de lucha estuvieron y están constituidos por mujeres reales, es decir, con contradicciones, conflictos, frustraciones, alegrías y logros.
 
Esto supone sacarse de encima la idealización a la que fueron sometidas como vírgenes y madres, con el solo objetivo de que no se expresaran con libertad.
 
Las mujeres no solo nacen, sino se hacen y se construyen a sí mismas enlazadas a una cadena generacional de abuelas, madres y nietas y de modelos de resistencia. Es difícil pensar en una mujer que no requiera de otras. La identificación con las otras, es un pilar en la construcción de la subjetividad de la mujer y esto las vuelve también reales.
 
Las mujeres reales libraron y libramos batallas para romper con los estereotipos de cada época. Estas luchas necesitan del apoyo de otras mujeres que vencen a su vez el temor y el miedo en sí mismas. Primero vencieron el miedo a hablar y a estar en desacuerdo con los valores familiares, y luego llevaron esa disconformidad a la acción concreta en el seno de las sociedades y comunidades a las que pertenecen.
 
Quien tiene miedo se somete, quien lucha no por ello deja de tener miedo, sino que deja de escucharlo para atender a su propia necesidad de proyectarse socialmente. En este sentido es importante destacar que las luchas de mujeres tienden a transformar la naturalización de su confinamiento y desarrollar su potencial.
 
A la mujer se le hizo creer que el hombre era su única fuente de estabilidad y protección. Esta creencia minó sus propios recursos intelectuales y psíquicos.
 
En épocas de guerras las mujeres tuvieron que enfrentar los traumas propios de la persecución, el hambre y las carencias y hasta sostener con valor la ausencia del hombre. Se dieron cuenta que podían trabajar y abastecer.
Para enfrentar realidades diversamente traumáticas, violentas o conflictivas como el antisemitismo, las mujeres judías han tenido que hacer sus propias luchas; a veces unidas a movimientos internacionales feministas, otras en el seno de sus propias comunidades buscando ampliar su espacio y reconocimiento.
 
Principalmente tuvieron que vencer los fantasmas de la Aguná, la Akará y la Almaná. La abandonada, la estéril y la viuda, han dejado de constituir figuras vulnerables y despojadas gracias a que pueden hoy pueden bastarse a sí mismas si se les permite hacerlo.
 
La madre de Sansón, considerada “estéril”, fue rescatada del menosprecio cuando el ángel le promete un hijo entregado a D´s. Pero el destino de otras mujeres estériles fue menos complaciente. Muchas fueron abandonadas sin posibilidad de rehacer sus vidas quedando como Agunot.
 
Si Sara, nuestra matriarca, no hubiese sido bendecida con un hijo en la vejez, ¿qué hubiese sido de ella?
Hoy estamos observando realidades cambiantes debido al entrecruzamiento de culturas.
 
En Occidente la mujer ha salido de su lugar de mero objeto y adorno, para incluirse e integrase a la sociedad plural. Si bien para el judaísmo el lugar privilegiado y valorado para las mujeres es el hogar y la educación de los niños, la heteronorma del matrimonio y la maternidad, no han perdido valor sino ha perdido poder de sumisión.
 
La sexualidad ya no es aceptada en una sola dirección; las diversas orientaciones sexuales están revolucionando la vida familiar. Hasta no hace muchos años atrás, la homosexualidad era denostada y perseguida en su orientación masculina y poco se conocía de las distintas facetas del lesbianismo. Hoy se está incorporando la familia mononuclear y la familia de dos madres.
 
Este nuevo panorama hace necesaria la confraternidad femenina ante la soledad, la enfermedad o la vejez. La mujer ya puede manejarse sola sin hombre, pero debe encontrar recursos para no vivir de la Tzdaká o beneficencia.
En el Libro de Rut encontramos la realización de la confraternidad entre mujeres y la necesidad de estar juntas y acompañarse pero también la dependencia a la Ley del Levirato y a la protección del hombre.
 
Rut y Noemí, nuera y suegra, ambas viudas, quedan solas en Moab. Noemí decide volver a Israel. A poca de andar les dice a Rut y a su segunda nuera que regresen a sus tierras junto a sus progenitores. Rut le responde: ‘¡No trates de hacer que te deje! Déjame ir contigo. Donde tú vayas, yo iré, y donde vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, yo moriré, y allí me enterrarán.’ Al fin las dos mujeres llegan a Israel. Se establecen allí. Rut en seguida empieza a trabajar en los campos, porque es tiempo de recoger la cebada. Un hombre llamado Booz, pariente lejano, quien cumplirá la Ley del Levirato, le deja recoger cebada en sus campos. Un día Booz le dice a Rut: ‘He oído mucho de ti, y de lo bondadosa que has sido con Noemí. Sé que dejaste a tu padre y a tu madre y tu propio país y has venido a vivir entre un pueblo que nunca antes habías conocido. ¡Te deseo que Jehová sea bueno contigo! Poco tiempo después se casan y tienen su primer hijo, llamado Obed, abuelo del Rey David.
 
La ley judía del Levirato intenta asegurarle descendencia al esposo muerto. Según esta norma, la viuda de un hombre sin hijos debe casarse con su cuñado o con el pariente más cercano para que el nombre del difunto se inscriba en Israel.
En esta emotiva historia de Rut se puede observar el trasfondo que considera a la mujer sola desprotegida y la necesidad de que un hombre la recoja. Así como Rut recoge la cebada dejada como Tzadaká a las viudas, la mujer necesita ser recogida por un hombre para no perecer.
 
Es así que las mujeres judías libran dos batallas simultáneas: dentro de la ortodoxia contra los fantasmas de su debilidad, y en la sociedad liberal contra los acosos que quieren volverlas nuevamente débiles.
 
Las luchas de las mujeres empiezan a temprana edad: en la pubertad y adolescencia cuando el cuerpo y la palabra se vuelven un factor importante sexual y socialmente.
 
A lo largo de la historia, las mujeres han sido acalladas de muchas maneras humillantes y torturantes. Esos gritos ahogados son también la fuerza de las luchas que se siguen manteniendo.
 
Las luchas son posibles no solo porque se vence el miedo, sino el rencor. Las luchas femeninas gritan la necesidad de liberación de los tabúes que las oprimen, al mismo tiempo que descargan el rencor acumulado durante siglos.
Cuando se ha tenido un hijo indeseado, se ha perdido un amor porque los padres han elegido al esposo o la han vendido a un hombre, cuando ese esposo mantiene relaciones violatorias porque la mujer está obligada a satisfacerlo, esa mujer acumula rencor, y con ese rencor mueren sus ganas de vivir.
 
Muchas mujeres murieron porque perdieron el deseo de vivir, es decir, morían de melancolía ante tantas frustraciones, morían porque las enfermaba el rencor acumulado y el deseo de venganza.
 
Los hijos de mujeres violadas conocen la ambivalencia de sus madres y el desprecio social; estas mujeres se debaten entre el amor al hijo y el odio a ese varón cruel e insensato.
 
Las luchas de las mujeres han sido y son luchas de resistencia contra los autoritarismos y la opresión moral. Una mujer primero ha tenido que revelarse contra su padre y luego contra el sistema moral de su comunidad para encontrarse a sí misma. Esto no significa desconocer la autoridad paterna, sino rebelarse contra su arbitrariedad y excesos.
 
En tanto las lucha de mujeres lo hacen contra las dominaciones, amenazan a los poderes sociales por lo cual fueron quemadas y hoy asesinadas bajo el rótulo de: Femicidios.
 
El descomunal aumento de estas muertes de género, revela que la violencia familiar se desencadena por la diferencia de poderes entre los miembros de la pareja. La diferencia de poder económico, de conocimientos, de aptitudes, se pone al servicio de la dominación de un sexo sobre el otro. Entonces, cuando no hay suficiente elaboración de la diferencia entre femenino-masculino surge la violencia y uno de los integrantes de la pareja pasa al lugar de víctima, generalmente la mujer.
 
Las luchas de las mujeres son luchas resilientes porque las saca del trauma y de la necesidad de no banalizar el perdón. Poner la otra mejilla es inducir a la mujer maltratada a un perdón ficticio. Una cosa es el perdón emocional y otro el racional, una cosa es justificar al opresor por sus propias carencias y otro perdonarlo. Por eso las mujeres luchan para elaborar ambivalencias inconscientes y contradicciones y prejuicios consientes, o sea, luchan por transformar el dolor en sí mismas.
 
En estas luchas por la equidad para las mujeres, están involucrados todos los géneros y hoy vemos que adhieren muchos hombres a las marchas. A pesar de lo cual aun en aquellos que se suponen a sí mismos liberados de la discriminación sexual, vemos aparecer restos de poder machista.
 
Un pensador como Eduardo Galeano, quien defiende públicamente la equidad de género, ha escrito un libro cuyo título invita a reflexionar: “El miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo.” Obviamente se deducen de este título dos bandos: las mujeres sin miedo y los hombres con miedo.
 
Si hay dos bandos relacionados por el miedo, nada bueno puede salir de allí. Sabemos que el miedo engendra violencia y sometimiento, por lo cual cabe preguntarnos: ¿Cómo salimos de la reiteración de la violencia de género en la pareja, en la familia, en el trabajo, en la sociedad?
 
Las luchas tienen dos aspectos: uno contra la violencia explícita y otra contra la violencia inconsciente cuyas raíces son originarias en la civilización desde el mito bíblico de Adán y Eva.
 
La civilización nunca ha podido terminar de elaborar el duelo por la pérdida de la completud que supone la diferencia sexual o la pérdida del Uno; esta diferencia es irreversible desde la mujer creada de una costilla del varón.
A pesar de los adelantos tecnológicos en materia de cambios de sexo, reproducción asistida, lenguaje inclusivo, etc. no hay manera de reunir la división sexuada en Uno, por ello la violencia solo se puede mitigar y resurge en todo tipo de fantasías y prejuicios y, sobre todo, provoca que se confunda la tenencia del órgano fálico con la potencia, la inteligencia, la razonabilidad y la eficiencia; en cambio, la no tenencia del órgano masculino y de la función activa que se le atribuye, es fantaseada como debilidad emocional, física, laboral. Esta supuesta deficiencia de las mujeres produjo que se las trate de locas, irrazonables, caprichosas, pérfidas, herejes, deformes, ineptas.
 
Quiero destacar que la angustia es mutua. Cuando un varón no ha elaborado la angustia que le supone el encuentro con lo femenino, traumatiza a una mujer. Cuando una mujer no ha elaborado el encuentro con la sexualidad viril, impotentiza a un hombre. Otras creen ver en el control y la posesividad celosa de los hombres signos de amor, gozan de la paliza en el hogar y de la cultura patriarcal en lo social. Se gesta así el círculo de la violencia doméstica que se repite:
 
1.    La denigración a través de la indiferencia, el grito, la invisibilización y la humillación en público.
2.    El descalificativo o insulto que reemplaza al nombre propio.
3.    El abandono, el encierro, las acusaciones celotípicas y la golpiza.
4.    El arrepentimiento, el pedido de perdón y la repetición de todo el circuito nuevamente hasta el desenlace feminicida u homicida.
 
No se sale de este circuito sin ayuda y, cuando se lo logra, podemos hablar de resiliencia o de “realidad psíquica sobreviviente”.
 
En el capítulo: La experiencia sobreviviente de la escritura, del libro: Xenofobia, terror y violencia, Erótica de la Crueldad, de editorial Lugar, escribí: “Sobreviviente no es solo el que escapa a la muerte biológica…sino quien re-arma su mundo simbólico y real después de un accidente psíquico, inventando para sí y para los demás un nuevo enlace con el mundo.»
 
La reconstrucción subjetiva sobreviviente no solo es postraumática sino también anticipatoria. Por eso tomo el relato de Scheherezade como ejemplo de una mujer que lucha para evitar el femicidio de muchas otras mujeres y nos enseña que algo se puede hacer para salir del atolladero de la discriminación. El relato cuenta que el sultán desposaba una virgen cada día y la mandaba matar al día siguiente. Ya lo había realizado con tres mil mujeres cuando conoció a Scheherezade quien se ofrece al rey con el fin de aplacar su ira. Una vez en las cámaras reales le pide al sultán dar un último adiós a su amada hermana, Dunyazad que sería asesinada a la madrugada. Al regresar inicia una a narración que dura toda la noche y mantiene al rey despierto, escuchando con asombro e interés su relato. Transcurren mil y una noches y ya con tres hijos, no sólo había salvado a su hermana y a muchísimas mujeres, sino que el rey había sido apaciguado y Scheherazade pasó a ser esposa de pleno derecho. Final feliz de una historia de crueldad y dominación.
En síntesis, para ejemplificar el valor cívico y social de las luchas de mujeres y de sus líderes, voy a referirme brevemente a Ruth Joan Bader Ginsburg, mujer judía y liberal nacida en Brooklyn, Nueva York el 15 de marzo de 1933 y considerada como un símbolo de la resistencia pública y de la justicia.
 
Desde el 10 de agosto de 1993 es jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos, nombrada por el presidente Bill Clinton. El Senado confirmó su nombramiento con una votación de 96 a 3. En 1972 fundó la sección de derechos de la mujer en la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles.
 
Estudió derecho en la Universidad de Harvard y gracias a sus luchas en 1971 el tribunal dictaminó, por primera vez en los Estados Unidos, que tratar a una mujer diferente a un hombre violaba la Constitución y era ilegal. Esto fue conocido como el caso Reed v. Reed.
 
Durante sus años en el Tribunal, Ginsburg ha votado a favor del derecho al aborto, en contra de la pena de muerte y a favor de los derechos de los homosexuales. No solo ha luchado por las mujeres, sino por la pacificación social de las diferencias. Su ejemplo nos honra.