Esta última visita (no lo niego) siempre que estoy en Berlín siento algo de miedo, por todo lo que allí se incubó a lo largo del último estremecimiento de máxima envergadura que vivió el planeta. No se me hace sencillo entender la dimensión del terror en su peor rostro cuando se ocupó de exterminar al otro (humano) de manera regular, cotidiana y sin sentir que semejante desmesura era lo que era.
Volví pararme en la calle Hannah Arendt, paralela al memorial que recuerda a los judíos asesinados en la guerra y advertí, una vez más, que la metáfora de la situación era maldita. Y tomé nota, otra vez, que Hannah entendió mejor que nadie como el mal se puede anidar en gente que parece común y corriente, que casi podría ser un vecino en un barrio cualquiera y sin embargo se transforman en mecanismos de relojería de un sistema de asesinatos masivos.
La gente que estaba por los alrededores del monumento, sin embargo, la gente que visitaba el lugar, creo yo, mucha gente en estos tiempos de posmodernidad vacía, de consumos de marcas, de turismo de grandes masas, de youtubers que importan más con lo que dicen que el mejor analista del New York Times, considero que no captaba la dimensión de la barbarie que se realizó con el pueblo judío en la segunda guerra mundial.
Si tenía alguna duda acerca de que la ignorancia era masiva, la mala información y el prejuicio eran ordinarios en lo cotidiano, invito a cualquiera que lo desee a ver como el monumento no es comprendido por -buena parte- de los visitantes que pasan por allí y creen que están ante un registro turístico más. (La puerta de Brandenburgo, a dos cuadras del lugar, se permite la libertad de tener un flashmode y es bonito advertirlo allí; sin embargo el silencio que debería reinar en el monumento ante el sufrimiento judío no se hace presente en el memorial.)
En este viaje, hice algo hice algo que no había hecho nunca: ir hasta donde estaba el bunker de Adolfo Hitler (porque hace algunos años no mostraban el lugar preciso con una postura negacionista), ver su lugar, conocer el barrio que está edificado sobre él, y de paso mostrarle a mis hijos que semejante bestialidad había pasado justamente, ayer nomás, en ese ámbito físico donde supuestamente se terminó suicidando el criminal (y su esposa) luego de incendiar a todo el planeta con su delirio.
Más tarde, caminando por la ciudad solo les conté -lo que ya saben de memoria, pero solo explicando y repitiendo es que las verdades se las puede comprender a profundidad- que en cualquier momento siempre puede haber explosiones de violencia inusitadas de odio hacia el otro basadas en lo étnico, en lo religioso, en la supuesta “raza” o en base a cualquier fundamento. El odio no necesita legitimación alguna, la procura de por sí. Espero sinceramente que mis hijos hayan comprendido como el hombre es el lobo del hombre como pensaba Herman Hesse y como puede llegar al mal en cualquier circunstancia inimaginable (o no tanto).
Por desgracia la historia de la humanidad tiene momentos de degradación, de indignidad y de vergüenza que no son fáciles de remediar sino con el paso del tiempo y la recuperación del sentido superior del humanismo. El humanismo es una filosofía de vida que requiere educación, conocimiento y formación en valores. No se nace aceptando al otro, se educa para eso en tolerancia y se debe profundizar semejante talante. De lo contrario la ignorancia cobija al prejuicio y al odio.
Vuelvo a lo que venía explicando en relación a que me parecía una metáfora: el comportamiento de la gente delante del monumento en recordación a los judíos muertos en la guerra. Sentí que el decoro, la mesura y el recogimiento no eran la regla común en los visitantes. Por cierto visitantes de todo el mundo, ahora ya no cabe responsabilizar a nadie de la frivolidad ante semejante tema, menos a los alemanes del presente (no la tienen, en los hechos empiezan a reconocer cada día más su pasado trágico y comienzan a procesar el “mea culpa” de forma explícita). Sería injusto si así lo hiciera. El turismo planetario suele ser ignorante en su mayoría de movimientos. No se dice eso porque suena “feo” (aunque Mario Vargas Llosa de una manera abierta lo ha venido sosteniendo en algunos de sus últimos libros) o se teme a la censura: pero muchos de los que visitan un memorial no saben ni cuanta gente murió en la guerra, ni como el nazismo fue un movimiento totalitario desde siempre con una ideología que desprendía odio desde el primer día, ni quien era Adolfo Hitler en el año 1933, y menos como actuaron buena parte de los países de Europa que iban claudicando ante su agresividad y su prepotencia. (O los que le hicieron el juego diplomático para no tener que pagar sus consecuencias).
Y muchos de los grandes países que hoy se admiran por su esplendor, en realidad, si dijéramos toda la verdad veríamos que fueron hipócritas con el dictador, cínicos con el mundo, cobardes y acomodaticios en su propia ventaja. Tengo claro que son pensamientos incorrectos. Sucede que a la altura de mi vida, ya no me importa lo correcto o lo incorrecto, solo me interesa merodear la verdad para estar más tranquilo conmigo mismo. Supongo que nos pasa a todos los que sabemos que buena parte de la existencia está recorrida y no hay tiempo para los “acting” empáticos. Ya solo importa la verdad y nada más que la verdad, y esos relativistas que todo lo difuminan por detrás de efectismos disuasivos deben ser señalados con el dedo y refutados con datos precisos: los muertos hablan desde el más allá pidiendo ser recordados y ese imperativo moral no es una sugerencia baladí. Los muertos ordenan mostrar, recordar y enseñar que la violencia nunca sirve de nada para con nadie.
El drama del antisemitismo actual es que ya no es antidemocrático. No hace mucho tiempo los antisemitas eran personas que defendían, por conveniencia o por convicción, una filosofía basada en el odio pero “antidemocrática” por excelencia. Lo sabíamos todos.
Lo que ha sucedido en los tiempos actuales es que la nueva guerra fría (¿o caliente?) viene mezclando asuntos y el Islam radical (su minoría) genera un relato de antisemitismo abierto y explícito que a muchos no los impacta. En las democracias del presente absortas por los temas migratorios el antisemitismo no es el pecado de algunos años atrás.
En los hechos como la democracia no es un asunto universal, solo algunos países de la totalidad del planeta la asumen íntegramente respetando los derechos humanos como algo connatural al existir democrático, este tiempo turbulento viene perfecto para la expansión del antisemitismo. Es probable que Alemania no sea el espacio apto para esto, pero varios países de Europa donde el Islam se expande de manera impresionante son el caldo de cultivo para que en poco tiempo veamos lo que muchos no quieren creer. Es que la mezcla multiétnica, plural, compleja tiene todo lo bueno de integrar culturas, pero los que no se sienten parte de la fiesta (porque son desplazados) algunos de ellos acuden al mismo y eterno mecanismo del terrorismo para llamar la atención de lo que ellos consideran la validez de sus reclamos. Europa del presente es contradicción pura: el lujo aumenta en sus élites, las clases medias cada vez tienen más estado de bienestar (si lograron insertarse en la movilidad social) y los desplazados e inmigrantes vagan por las calles o los suburbios sin saber que hacer y viviendo de manera que no se puede creer. Todo está ante los ojos del buen observador. Solo hay que saber mirar lo que sucede y no lo que se cree que sucede.
El antisemitismo actual no guarda relación con el antisemitismo de otras épocas. Esta es otra evidencia que resulta sencilla de comprender. Por cierto la segunda guerra fue el epítome de la locura antisemita, pero en la actualidad el relato antisemita se lo verbaliza de manera abierta y explícita casi sin demasiada vergüenza en diversas partes del mundo que conozco bien.
Así Irán lo expone hasta el colmo de negar la historia y buena parte del mundo islámico termina coincidiendo con semejante talante. Habría que preguntarse si no han sucedido más desgracias planetarias como consecuencia de la polarización chiita (Irán) y sunita (Arabia Saudita). Una paradoja que ni los más sólidos en cultura islámica saben cuanto durará porque es un equilibrio precario y frágil que se sostiene por amagues mutuos pero sin demasiada consistencia.
De cualquier forma, es verdad, no estamos en la época de los Protocolos de los Sabios de Sion, pero no hay año en que en mis clases de la universidad no aparezca algún estudiante recitando semejante estupidez. Y lo paradojal es que eso se produce en medio de un clase universitaria y ante el silencio inicial, o la pasividad de buena parte de los estudiantes. Lo que me demuestra, año a año, que existe un antisemitismo pasivo de dimensiones mayúsculas, como le llamo yo al convencimiento de que los judíos, para mucha gente ignorante son “mala cosa” aunque no corresponda hacer nada contra ellos porque sería “antidemocrático” o a poco “republicano” en los países que –por suerte- tienen instituciones democráticas firmes.
La teoría del enemigo de Carl Schmidt nunca estuvo más presente que en la actualidad, solo que ahora es asumida de manera explícita ante la supuesta “agresión” israelí. Estoy hablando ahora de política internacional. Digamos la verdad, buena parte del relato “anti-Israel” es anti semitismo puro y duro, odio o prejuicio, no vale la pena mentir más. Cualquier otra lectura solo mira partes del problema y nunca ubica la verdad como un dato a tener en cuenta. ¿Cuántos saben en serio de los enemigos de Israel? ¿Cuántos entienden de veras el problema palestino y no lo utilizan para su conveniencia? ¿Cuántos conocen de geopolítica para comprender el grado de defensa que tiene que poseer Israel para disuadir ataques bélicos de entidad desconocida? ¿Cuántos recuerdan las otras guerras luego de la segunda guerra que tuvo que vivir Israel para hacerse respetar y no ser pulverizada?¿Cuantos saben como se como se vive en las fronteras de Israel?
Por eso vuelvo a la evidencia empírica, hace años que estoy escribiendo para diarios, plataformas internéticas, hago consultorías jurídicas-políticas y sostengo que nada debería impresionarnos sobre nada. Lo que no quiere decir pasividad, todo lo contrario, conviene saber que el mundo presente es aún mucho más peligroso que el que se vivió en el pasado. El poder de destrucción de muchos países actualmente es algo inconmesurable.
¿Cuál sería la razón para no saber que en demasiadas partes del planeta hay antisemitismo y que si mañana pudieran borrar a Israel del mapa lo harían a gusto y placer? Por eso a la distancia, y haciendo muchos años que no visito Israel, entiendo perfectamente el comportamiento electoral de la ciudadanía de ese país. Los pueblos cuando eligen no se equivocan nunca, luego al que eligen puede que los defraude, los traicione o los salve, pero los pueblos intuyen en esta contemporaneidad quien los defenderá más ante la evidencia de la amenaza violenta. Luego, repito, la vida dirá y el destino construirá su propia peripecia.
Cuando Shakespeare escribió en El Mercader de Venecia sobre Shylock lo hizo con el prejuicio, como tantos, sin embargo, de alguna forma logró con su monólogo que se entendiera que el sufrimiento de un judío al ser discriminado es el mismo que el de cualquier otro individuo. Por eso, literariamente, le permite a Shylock pensar en que si lo que se le hace a otro y en otro produce una respuesta, lo mismo le pasará a un judío si se lo hacen a él. Un pensamiento que no siempre la humanidad ha estado dispuesta a aceptar. Hay como cierta “capitis diminutio” a las reacciones judías en el mundo. Y en eso los medios de comunicación nunca ayudan demasiado.
Lo que hay que saber es que nunca como en el presente se impuso tanto la educación como método para que la barbarie no gane la partida. No queda otro camino y buena parte de los pesimistas deberían saber que los que creemos en la misma, en educar, estamos convencidos que de aplicarla, el mundo será mejor para todos. Pero replicar educación, conocimiento, tolerancia y respeto por los derechos humanos no es un asunto de pocos sino masivo.
Ese es el desafío de los tiempos venideros. Como un día aprendimos a vivir en familia, de igual forma hay que aprender que vivir dentro de la comunidad planetaria que ordena roles y obligaciones para el correcto desenvolvimiento de todos.
La libertad solo vale si es real, los derechos solo valen si existen y la vida como bien superior a ser protegido solo vale si todos la entienden y la respetan.