Coloquio

Edición Nº44 - Mayo 2018

Ed. Nº44: Somos un pueblo que tiene un Estado que tiene un pueblo

Por Itamar Sternberg

Nací en Uruguay y emigré a Israel con mis padres y mi hermana cuando tenía 7 años. Crecí y fui educado en Israel. Fui miembro de un movimiento juvenil, serví en el ejército (FDI), fui comandante, luche en las guerras de Israel. En ellas perdí algunos de mis mejores amigos, defendí “mi casa, mi hogar”. Estudié y obtuve dos títulos, me casé con mi pareja, Mazal, y tuve tres hijos. 44 años después del día en que inmigré a Israel, elegí, como representante del Ejecutivo de la OSM, regresar a América Latina donde todo comenzó.

Cerrar círculos y abrir nuevos. Elegí ayudar y fortalecer la identidad judeo-sionista, la afinidad y el amor por el Estado de Israel.


En cada coyuntura decisiva que la vida me puso por delante, he mirado hacia el pasado y reencontré a ese pequeño niño que con ojos brillantes sostenía la bandera de Israel en la celebración del 24 ° Aniversario de la Independencia de Israel en la Escuela Judía Ivria en Uruguay. Soy judío, sionista e israelí. Estos son mis círculos de identidad. Con ese niño estoy comprometido.


El sionismo tuvo éxito en darle un nuevo significado al judaísmo después de dos mil años de exilio. Durante dos mil años, el calendario hebreo constituyó la base y el punto de referencia para el ser judío. La sinagoga era el hogar nacional de los judíos. Cada judío, que se desplazaba de un lugar a otro, sabía que tan pronto como llegara a la sinagoga de pueblo, en cada pueblo, lejos y fuera de su lugar de nacimiento, se sentiría relativamente “en casa”: conocía la plegaria (aunque no siempre la melodía) y era invitado a quedarse. El judaísmo era una religión y una tradición, historia y cultura. En el siglo XIX, el judaísmo se convirtió también en una nación. La nacionalidad judía se convirtió en sionismo.


Hoy, sionismo y judaísmo son uno. Sin embargo, hay una diferencia en la forma en que lo experimentan los judíos que viven Israel y los que viven en la diáspora. Esta es una diferencia que se encuadra en la globalización, en la vida en un espacio global. Ambos viven en el espacio global. Pero en la diáspora, es imperativo que cada judío sea mucho más activo para preservar su identidad como tal: ya sea el judaísmo como religión, tradición, historia o nacionalidad. El judaísmo israelí ofrece un nuevo hogar para el pueblo judío: un hogar nacional. Patria, idioma, literatura y cultura hebrea, fiestas y celebraciones nacionales, ejército hebreo, sistema educativo. En la diáspora, en los países de la dispersión todo esto se está debilitando, volviendo más volátil. El espacio público en la diáspora y en Israel es diferente.


Es nuestro deber apoyar y fortalecer cada marco judío y encontrar juntos la narrativa judeo-sionista común.
El hebreo no llegó y se instaló a expensas del judaísmo. La lengua de la nación se integró al legado milenario. Es un desafío encontrar, por un lado, una forma adecuada de incorporarla en la diáspora y, por otro lado, permitirle un lugar cómodo en el “Israelismo”.


La tradición judía se expandió y enriqueció al fusionarse con las tradiciones del judaísmo disperso en el mundo. Cada vez más jóvenes muestran un interés renovado en el legado de nuestra tradición, pero no necesariamente para adoptar un modo de vida halájica, sino más bien desde la propia necesidad de diseñar una identidad judía-democrática que se adapte a su forma de vida. Las culturas minoritarias son cada vez más reconocidas y florecen. El futuro de Israel lo determinaremos todos: los ciudadanos de Israel y los judíos del mundo.


Para ello, debemos conocernos, los unos y los otros, y reconocernos en nuestras diferencias. Debemos continuar desarrollando el emprendimiento sionista por excelencia: el Estado de Israel, juntos tanto en Israel como aquí, en la diáspora.


Hemos establecido el Estado de Israel, hemos establecido a MEDINAT ISRAEL, y la lucha por su seguridad es (desafortunadamente) una realidad cotidiana. Pero el objetivo y la misión educativa y social es la principal prioridad. Ahora es nuestro deber afianzar el vigor de la sociedad, en Israel y en la diáspora. La sociedad ejemplar con la que soñó Biniamin Zeev Herzl se extiende entre la Tierra de Israel y la diáspora. Somos un pueblo que tiene una tierra que tiene un pueblo, desde hace 120 años.


Ya hace dos años que estoy en esta función. Todos los días me encuentro, como representante de la Organización Sionista Mundial para américa latina, como Israeli judío sionista, con el niño cuyos ojos brillan. Todos los días conozco otra comunidad judía especial. Todos están buscando su camino, para preservar los círculos de identidad judía y sionista. Y estoy orgulloso de mi misión. En los últimos dos años, mi identidad como israelí, judío y sionista se ha fortalecido, gracias a Uds.


Porque la historia no es lo que sucedió en el pasado, sino quién soy hoy como consecuencia de lo que hubo en el pasado.