Coloquio

Edición Nº44 - Mayo 2018

Ed. Nº44: Israel 70 años: poderosa, pero vulnerable

Por Samul Feldberg

A un alumno que haya estudiado la historia de Israel hace dos décadas le hubiesen enseñado las docenas de países árabes hostiles alrededor de Israel y las organizaciones terroristas que amenazaban a la existencia del estado judío. Pero a lo largo de los últimos cincuenta años, las amenazas convencionales se han diluido, especialmente después de los acuerdos de paz con Egipto y Jordania, del desarrollo de la tecnología israelí que ha aprendido a enfrentar misiles y túneles, después de que Síria casi ha desaparecido como país independiente y ahora que la amenaza nuclear iraní ha transformado los principales países sunitas en aliados no declarados de Israel.

Israel ha construido una poderosa máquina de guerra y sus soldados están entrenados para enfrentar cualquier tipo de conflicto. Sus fuerzas armadas se han adaptado a los cambios estratégicos en la región y el desarrollo tecnológico, que incluye un arsenal nuclear no declarado, garantizan su supervivencia.

 

La resiliencia de la sociedad israelí y su determinación de no rendirse a los ataques terroristas ha permitido superar las Intifadas y, junto con la construcción de la barrera de separación, se ha conseguido neutralizar gran parte de las amenazas terroristas. Y la implacable reacción a las acciones de Hizballah y Hamas ha creado un “equilibrio de terror” frente a estas organizaciones.

 

Iran es el único enemigo de Israel que se ha fortalecido. Aliado de Israel en los primeros treinta años de existencia del país, miembro del grupo de países periféricos no árabes (que incluían a Turquia y Etiopia), Iran se ha vuelto, después de la revolución de Khomeini, en la principal amenaza al país, especialmente en función de su programa nuclear. Por más absurdos que suenen los discursos de los líderes iraníes, la memoria del Holocausto se mantiene como una espada de Damocles, que impide a los gobiernos israelíes de considerarlos irracionales.

 

En el ámbito diplomático, Israel tiene hoy relaciones formales con casi todos los países no árabes y relaciones informales con la mayoría de los países árabes sunitas. Además de la estratégica alianza con los Estados Unidos, se han profundizado los vínculos con China, Rusia y India, lo que compensa, ampliamente, la perdida de Turquia como importante aliada. Con los países musulmanes no árabes, especialmente en Asia Central, las relaciones se han desarollado con la mayoría de los ex-miembros de la extinta Unión Soviética.

 

La economía israelí también ha evolucionado de manera sorprendente: en estos setenta años se ha transformado, de una economía socialista de base agrícola que permitió absorver una enorme inmigración, en una vibrante economía liberal, adaptada al concepto de la globalización y basada en el desarrollo de nuevas tecnologías. La suerte también ha tenido su papel, con descubrimiento de enormes reservas de gas frente a la costa en el Mediterráneo, que le han brindado a Israel independencia energética y tornado viable la desalinización de agua a costos razonables. Israel se ha tornado, desde el 2010, uno de los pocos miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), que reúne a los países desarollados y democráticos.

 

En la educación los logros no han sido menores; Israel tiene, per capita, el mayor número de graduados, de artículos científicos publicados y de patentes registradas en todo el mundo. Y es el país con el mayor porcentaje del PBI invertido en investigación y desarrollo.

 

Pero no faltan debates en la sociedad israelí y en la diáspora sobre el futuro del estado judío. La izquierda y los sectores liberales apuntan a los riesgos que amenazan a la democracia israelí y su legitimidad internacional, así como su capacidad de administrar un conflicto de baja intensidad con los palestinos.

 

Los gobiernos israelíes de los últimos años se han alejado de diversos sectores judíos de la diáspora, especialmente en lo que se refiere a la discusión sobre los rumbos del judaísmo. La necesidad de obtener los votos de los partidos ortodoxos, para formar coaliciones mínimas, han aumentado el peso de esos partidos en las definiciones de las políticas gubernamentales, muchas veces alienando los sectores liberales de la sociedad. Lo mismo pasa con el apoyo brindado a los asentamientos en la Cisjordania, que cuentan con el respaldo del sector nacionalista religioso de la población israelí.

 

Y los últimos datos de la Agencia Central de Estadística señalan a que se producirá una radicalización en los próximos cincuenta años: en 2065 mas del 60% de la población en Israel (sin los territorios ocupados) será compuesta de judíos ortodoxos o ciudadanos árabes, una vez más poniendo en juego el papel de una minoría liberal y la relación del estado con la diáspora. Y si miramos los datos de la población total entre el Mediterráneo y el rio Jordán, la mayoría judía, mínima, depende de un amplio crecimiento de la población ortodoxa.

 

25 años de los Acuerdos de Oslo y las recientes manifestaciones en la frontera de Gaza

 

Los últimos setenta años han demostrado que no se puede vencer a Israel por la fuerza de las armas. Todas las tratativas de la mayoría musulmana en Medio Oriente de expulsar a los judíos han terminado en tragedias y frustraciones. El estado judío es hoy más poderoso que en cualquier momento de la historia de su pueblo y Netanyahu puede darse el lujo de compararse al rey David.

 

No hay en toda la región ningún país que pueda compararse a Israel, en cualquier aspecto, y la realización del sueño sionista es un hecho.

 

Pero también los palestinos han aprendido la lección y, por medio de sus pruebas y errores comienzan a entender que camino deben seguir: la oposición popular, no violenta. No es el camino preferido de organizaciones como Hamas y Hizballah, que tienen la violencia en su DNA y por medio de ella se han legitimado. Por ahora, han cambiado de táctica y adoptado los cócteles Molotov y las piedras como las armas del momento a cambio de túneles y misiles; pero las recientes incursiones populares al alambrado que rodea la Franja de Gaza empiezan a demonstrar el costo que Israel tiene que pagar para impedirlos. Interna y externamente. Si la historia del Imperio Británico en India sirve de modelo, y si Israel va seguir siendo un estado democrático, las lecciones de Gandhi y Mandela demuestran que la amenaza en el futuro está en la fragilidad del civil desarmado.

 

Más de cien años después del inicio del conflicto no hay ninguna perspectiva de acuerdo entre Israel y los palestinos y cada vez más se escucha hablar de un estado bi-nacional como la única alternativa viable, lo que determinaría el final del proyecto sionista. Y la tragedia de la Primavera Árabe les ha demostrado a los palestinos, adentro y afuera de Israel, el valor de la democracia en Medio Oriente.

 

Veinticinco años después de los Acuerdos de Oslo y los traumas de la segunda Intifada y el asesinato de Rabin, el gran desafío que se plantea para la próxima generación es alejar a los extremistas y darle una oportunidad a los que creen que los dos pueblos pueden vivir, sino en paz, por lo menos reconociendo sus mutuos derechos.