Edición Nº32 - Septiembre 2015
Ed. Nº32: Evolución de la actitud cristiana hacia los judíos
Por Baruj Garzon
El 8 de Mayo de 2015 se celebró el septuagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y el 28 de Octubre de este mismo año, el quincuagésimo aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II, titulada ´Nostra Aetate´, punto de partida de un cambio radical aunque, para algunos, tardío y lento, de la mirada de la Iglesia sobre los judíos y de una seria reflexión cristiana acerca del fenómeno del antisemitismo.
¿Existe alguna relación entre ambos acontecimientos?
No cabe duda que los horrores de la guerra y sobre todo, la aniquilación del judaísmo europeo, despertaron la conciencia cristiana al mal radical que es el antisemitismo, auténtica causa del ´holocausto´. Una vez terminada la contienda, las iglesias cristianas, católicas y evangélicas, comenzaron a interrogarse sobre su propia responsabilidad directa o indirecta, en la casi total aniquilación del judaísmo europeo. La reflexión sobre los posibles orígenes cristianos de ciertos aspectos del antisemitismo occidental, llevó a las iglesias a considerar sus propios orígenes judíos, a redescubrir las raíces judías del cristianismo, y a constatar la vitalidad del judaísmo post-bíblico que, con demasiada facilidad, se había calificado de fósil. Así comenzaron las distintas iglesias a redefinir su relación con el pueblo judío.
Claro exponente de esta larga y profunda reflexión es la historia dramática del Documento conciliar ´Nostra Aetate´publicado hace ahora cincuenta años, acerca de las relaciones de la Iglesia católica con las religiones no cristianas, en cuyo párrafo IV se presenta desde una nueva y prometedora óptica, la relación particular con el pueblo judío, sin eludir el doloroso tema del antisemitismo que desde los orígenes de la iglesia romana, había envenenado las relaciones entre cristianos y judíos. Lo que sólo iba a ser una simple declaración sobre el antisemitismo, destinada a figurar al final del decreto sobre ecumenismo, se convirtió en la declaración oficial acerca de las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, y especialmente con el pueblo judío. Como veremos, el Papa Juan XXIII ya tenía intención de dar un nuevo impulso al diálogo de la Iglesia con el Judaísmo, mucho antes del Concilio. Pero la celebración del Concilio le proporcionó la oportunidad de proclamarlo y promoverlo al más alto nivel eclesiástico.
Y lo hizo, hasta el punto que, en su carta apostólica «La proximidad del tercer milenio», de Noviembre 1994, el Papa Juan-Pablo II dirá: «En ningún otro Concilio anterior se había hablado con tanta claridad… del sentido específico de la Antigua Alianza y de Israel…».
Pero no fue fácil. Dentro y fuera del Vaticano, surgieron desconcertantes controversias e incluso intentos de sabotear el documento. Los que vivimos, a través de la prensa, su accidentada singladura, no podemos olvidarlo. Pero nada logró impedir el compromiso final. Contrariamente a lo que temían aquellos que se aferraban a los estereotipos del pasado, se puede constatar hoy retrospectivamente, que el verdadero diálogo religioso conduce a un cambio de actitud de la persona en sus relaciones humanas, pero en ningún caso conduce a la alteración de su fe. No se trata de cambiar el contenido de la fe, sino la mirada de cada creyente sobre los fieles de otras religiones o defensores de otras ideologías, suscitar la confianza mutua que permita «desfacer entuertos», reducir tensiones y enfrentamientos, conduciendo a todos los hombres y mujeres que hablan de Dios, hacia el reconocimiento mutuo y la colaboración, con vistas a la instauración de la paz y del bienestar de los pueblos.
Asher Finkel, miembro del Departamento de Estudios judeocristianos de la Seton Hall University de New-Jersey, escribió una vez, que desde el Concilio Vaticano II de hace tres decenios, y la publicación, diez años más tarde, de las ´Orientaciones y sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar Nostra Aetate´, reina una nueva actitud hacia el judaísmo, tanto en el campo del estudio de las raíces comunes, como en la evolución posterior de las relaciones entre las dos comunidades religiosas. La enseñanza del desprecio y del enfoque a partir de la confrontación teológica, ha cesado.
Sin embargo el erudito profesor estadounidense, Jacob Neusner, sigue hablando, no de diálogo sino de monólogos yuxtapuestos (Telling Tales, Westminster/John Koox Press, 1993). «Buscamos, acercamientos prematuros, un terreno común y atenuamos las diferencias entre ambas religiones que, respecto a algunos puntos, resultan opuestas, incompatibles, irreductibles». Mientras Lawrence E. Frizzell, Director del Instituto de Estudios judeocristianos de la Seton Hall University de New-Jersey afirma por su parte que el impacto de la evolución aludida ha sido mucho más importante para los cristianos que para los judíos.
Lo cierto es que, inspirados en ´Nostra Aetate´, nuevos documentos eclesiásticos empiezan a ver la luz, dentro y fuera de la Iglesia católica, dando lugar al repudio de la llamada ´enseñanza del desprecio´, a la revisión de la teología de sustitución en virtud de la cual la Iglesia se presentaba como el ´verus Israel´, y conduciendo, finalmente al reconocimiento de la especificidad del judaísmo y de la legitimidad del Estado de Israel.
Hoy ya no queda lugar a dudas, el diálogo judeocristiano y en general el diálogo entre las tres religiones monoteístas de notorio arraigo en Occidente, judaísmo, cristianismo e islam, puede considerarse como de capital importancia, no sólo para los creyentes sino para la construcción misma del futuro de Europa.
Poco a poco, la relación entre la Iglesia y el judaísmo se institucionaliza y se refuerza. Pablo VI crea el Secretariado -más tarde Consejo Pontificio- para la promoción de la unidad de los cristianos y, en su seno, una subcomisión específica para proseguir el diálogo con los judíos. En 1966 se crea la Oficina para las relaciones entre judíos y católicos en el marco del Secretariado para la Unidad.
Tras su histórica visita a la Sinagoga de Roma en 1986, Pablo VI recalca la especificidad de la relaciones judeocristianas….Y el ´Comité Internacional de enlace entre la Iglesia católica y el judaísmo´, afirma en una reciente declaración que «tras dos mil años de enajenación y hostilidad, los católicos, así como también los judíos, tienen la sagrada obligación de promover un verdadero clima de estima e intereses mutuos.
«Este nuevo espíritu de amistad y mutua solicitud, es quizás el símbolo o el signo más importante que nos es posible percibir hoy en un mundo inquieto y desorientado», escribía recientemente el Cardenal Franz Koënig, uno de los pioneros del diálogo judeocristiano.
Culmina este largo e interesantísimo proceso con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede e Israel y la presentación al Papa de las cartas credenciales por parte del primer Embajador de Israel, Excmo. Sr. D. Shemuel Hadas.
Pero veamos más despacio, cómo se produjo esta importante evolución del pensamiento de la Iglesia y de la actitud cristiana respecto a los judíos, y en particular, en cuanto al antisemitismo se refiere. Una evolución positiva que ha de ser considerada, por su valor intrínseco, por supuesto, pero también como modelo de restauración de las relaciones humanas entre grupos ideológicamente enfrentados durante siglos. Enfrentados, es cierto, pero a la vez tan próximos en sus objetivos y hasta en su lenguaje religioso.
El Papa Pío XI muere el 11 de febrero 1939. En su escritorio deja prácticamente terminado el proyecto de una encíclica condenando el racismo y el nacionalismo. Ya en 1938 había declarado ante un grupo de peregrinos belgas: «El antisemitismo no es admisible. Nosotros somos espiritualmente semitas» y en 1937 había condenado el paganismo nazi, en la encíclica ´Mit Brennender Sorge´. Asimismo, había ya publicado el 25 de Marzo de 1928, un decreto condenando «el odio hacia el pueblo que D. había elegido, aquel odio vulgarmente denominado hoy antisemitismo».
El silencio posterior no sólo del Papa Pío XII, sino de toda la jerarquía católica, se justifica desde la Iglesia, por el deseo de mantenerse neutral en la contienda mundial o por el temor a un cisma en la iglesia alemana.
Al conocerse la dimensión de la catástrofe provocada en Europa por el odio racista, y en particular el llamado ´holocausto´ sufrido por el pueblo judío, la reacción en la opinión pública y en los medios eclesiásticos provocó la más profunda reflexión jamás conocida, acerca de las relaciones del cristianismo con el pueblo judío, una reflexión que daría nacimiento a un cambio paulatino pero radical de la actitud de la jerarquía y de los creyentes hacia los judíos.
El primer documento que marcó el origen de la nueva orientación, lo constituyó, con toda seguridad el conocido como ´Los diez puntos de Seelisberg´, redactado por una minoría visionaria liderada por el eminente historiador Jules Isaac. La iniciativa se la debemos a un comité internacional formado en 1946 por cristianos y judíos, ´The International Council of Chistians and Jews´, entre cuyos destacados miembros, figuraban el citado historiador Jules Isaac y el pensador Jacques Maritain. El Consejo se reúne, del 30 de julio al 5 de agosto, en la ciudad de Seelisberg en Suiza, para una conferencia internacional extraordinaria cuyo objeto es combatir el antisemitismo. La Conferencia reconoce que cierta presentación del mensaje cristiano así como ciertas expresiones corrientes en la predicación y en el lenguaje de los cristianos, pudieron haber contribuido al desarrollo del antisemitismo, un mal que, además de haber causado los horrores ya conocidos, seguía constituyendo un grave peligro.
La declaración de Seelisberg es el primer programa de acción para la renovación de la relación de la iglesia con los judíos. Por su lucidez conceptual y sus recomendaciones prácticas, esta declaración logrará inspirar multitud de trabajos y acciones posteriores, incluso hasta nuestros días.
Los diez puntos de Seelisberg se pueden resumir así:
- Recordar que es el mismo D. vivo quien nos habla a todos nosotros tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
- Recordar que Jesús nació de una madre hebrea, de la estirpe de David y del pueblo de Israel…
- Recordar que los primeros discípulos, los apóstoles y los primeros mártires, fueron judíos.
- Recordar que el precepto fundamental del amor a D. y al prójimo promulgado ya en el Antiguo Testamento, obliga a cristianos y judíos….
- Evitar disminuir el valor del judaísmo bíblico y post-bíblico, en el intento de exaltar el cristianismo.
- Evitar el uso del término «judíos» en el sentido de «enemigo de D.»….
- Evitar el presentar la pasión de manera que el odio por la muerte infligida a J. recaiga sobre todos los judíos o sólo sobre los judíos…pues C. murió por los pecados de todos nosotros. Recordárselo a todos los padres y educadores cristianos….
- Evitar referirse a la maldición «que su sangre recaiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos» sin recordar que no puede prevalecer sobre la oración del mismo J. «Padre, perdónalos pues no saben lo que hacen».
- Evitar dar crédito a la opinión impía según la cual el pueblo judío es réprobo, maldito, y condenado a un destino de sufrimientos.
- Evitar referirse a los judíos como si no hubieran sido ellos los primeros en pertenecer a la Iglesia.
La Conferencia de Seelisberg se proponía crear, para las relaciones judeocristianas, un futuro distinto, un futuro mejor. Jules Isaac invitaba ya en su libro ´Jesús e Israel´, a los cristianos, a emprender un examen de conciencia y a modificar lo que durante siglos se pudo calificar como «enseñanza del desprecio» hacia los judíos.
Pero una inquietante pregunta queda en el aire: ¿En qué medida el antisemitismo, a veces soterrado y otras oficial, y alimentado durante siglos en el mundo cristiano, había podido ser responsable del nacimiento de un antisemitismo ateo y pagano y cuánto de lo ocurrido en la Europa del siglo XX, era imputable a la afirmación tantas veces repetida en el pasado acerca del pueblo deicida y maldito por D.?
La fascinante historia del cambio iniciado en Seelisberg, está en los documentos de todas las iglesias cristianas y al menos, los más significativos, merecen ser leídos en su sucesión cronológica para apreciar la toma de conciencia progresiva y la profundización de la reflexión acerca de los judíos en todo el mundo cristiano. Con delicadeza y extremada prudencia, pero decididamente, se van tratando en ellos, hasta los puntos más delicados y conflictivos que habían envenenado en el pasado, la actitud del cristianismo hacia los judíos, con las graves consecuencias por todos reconocidas.
Los documentos elaborados en América parecen más pragmáticos. En los redactados en Europa y sobre todo, en Alemania, abundan el deseo de cambio y las peticiones de perdón, pero en todos sin excepción se esboza una reflexión de alto nivel teológico que garantiza el sustento ideológico y por lo tanto también el éxito del cambio de actitud de las iglesias cristianas hacia los judíos.
El fenómeno no se limita al mundo católico sino que se extiende al mundo cristiano en general. En Agosto de 1948 tiene lugar por fin, en Amsterdam, una Asamblea preparada 10 años antes pero cuya celebración había sido impedida por la guerra mundial. Las grandes corrientes de la Iglesia evangélica, confluyen creando el Consejo Mundial de las Iglesias con sede en Ginebra. El tema de la Asamblea era: Designio de D. y desorden humano. Uno de los aspectos de dicho desorden, estudiados en el curso del encuentro, es el antisemitismo y las persecuciones de las que habían sido objeto los judíos, con la consiguiente denuncia del fenómeno como consecuencia de la falta de caridad y amor cristianos. Pero el motivo confesado de la denuncia era que el antisemitismo de los cristianos constituía un obstáculo para la evangelización de los judíos. A pesar del afán proselitista de la Declaración de Amsterdam, la citamos aquí para compararla con otra que algunos años más tarde emitirá el mismo Consejo Mundial de las Iglesias.
La primera declaración de una iglesia germana tras el exterminio de la comunidad judía de Alemania, una tragedia con la que hasta entonces pocos se habían atrevido a enfrentarse en ese país, fue la Declaración sobre los judíos y el antisemitismo de la Katholikentag o Asamblea de los católicos alemanes, reunida en Maguncia del 1 al 5 de Septiembre de 1948. A pesar de su carácter apologético y eclesiocéntrico, aún anclado en la óptica tradicional, hay que resaltar su valiente llamamiento a la lucha desde la iglesia contra el antisemitismo y al espíritu de penitencia cristiana que debía acompañar cualquier consideración en cuanto al pasado.
También la Iglesia Evangélica Alemana toma posición decididamente sobre el particular, en la declaración del sínodo de Weissensee de fecha 27 de Abril de 1950. Tras haber votado en Stoccarda, el 18 de Octubre de 1945, ´la confesión de nuestra culpa´ y reconocido la responsabilidad compartida de los cristianos y de las iglesias en todos los sufrimientos causados por el nacional-socialismo, la iglesia evangélica alemana invita ahora a sus fieles a rechazar el antisemitismo reconociendo de la manera más explícita posible la responsabilidad cristiana:
«Nos declaramos solidariamente culpables, por nuestras omisiones y por nuestros silencios, ante el D. de la misericordia, de los crímenes que han sido cometidos con los judíos, por parte de miembros de nuestro pueblo».
Un grupo de teólogos, protestantes y católicos, reunidos en la localidad alemana de Bad Schwalbach, en Mayo de 1950, emprende y culmina con éxito la ardua labor de proveer a los Diez puntos de Seelisberg, de una base escrituaria y teológica que presagia ya importantes desarrollos en la fascinante aventura espiritual que viven los cristianos en cuanto a su actitud hacia los judíos.
Tras unos años de silencio, el primer acto significativo es el gesto del Papa Juan XXIII, ´el buen Papa´, como le llaman aún muchos cristianos y no pocos judíos, que ordenó suprimir de la oración del viernes santo el adjetivo «pérfido» con el que se encabezaba la oración por los judíos.
Poco tiempo después, el 14 de Febrero de 1960, aparece la Carta pastoral del arzobispo de Lille (Francia), el Cardenal Liénart, que marca un hito en el proceso de evolución del pensamiento cristiano respecto a los judíos. Provocada por el súbito resurgimiento de un violento y agresivo antisemitismo en Europa, un movimiento inquietante contra el cual quiere el Cardenal poner en guardia a sus fieles, esta carta, verdadero documento histórico, condena sin paliativos cualquier forma de racismo y anticipa los principales temas que animarán más tarde, los debates del ya próximo Concilio Vaticano II:
«Ciertas manifestaciones de hostilidad hacia los judíos han tenido lugar recientemente en diversos países, en Alemania, Inglaterra, Bélgica, Italia…y también en Francia: cruces gamadas, proclamas antisemitas pintadas en los muros de las sinagogas, una de las cuales ha sido incluso incendiada…son el signo inquietante de un despertar del antisemitismo que ya vimos, durante la pasada guerra, hasta qué extremos puede conducir. Por aquel entonces tuvieron lugar en Francia, deportaciones en masa de familias judías en condiciones espantosas y el asesinato de masas indefensas por el único crimen de pertenecer a la raza judía. Disposición de ánimo tan peligrosa no debe hallar complicidad alguna entre los cristianos, a pesar de los pretextos religiosos con los que intenta justificarse….La doctrina poco conocida de la iglesia acerca del destino del pueblo judío…obliga a rechazar absolutamente el antisemitismo, adoptando respecto a este pueblo una actitud de respeto y amor que se sitúan exactamente en el lado opuesto».
Justo es recordar aquí que, al término de la visita de Jules Isaac al Papa Juan XXIII, en junio de 1960, el historiador preguntó si, respecto a la presentación al Concilio Vaticano II de un documento acerca de los judíos, en el espíritu de los diez puntos de Seelisberg, podía abrigar alguna esperanza. El buen Papa le contestó simplemente: «Usted tiene derecho a algo más que una esperanza».
Volviendo a Alemania, es fácil imaginar el revulsivo que supone para las conciencias cristianas, la celebración en 1961, del proceso contra el verdugo nazi Adolf Eichmann. Este proceso por crímenes contra la humanidad, reaviva la intranquilidad en las conciencias cristianas y da lugar a multitud de comentarios y declaraciones. La publicación, con motivo del proceso de documentos, cifras y escalofriantes detalles acerca de los crímenes cometidos por los nazis contra los judíos, provoca en Alemania, dos reflexiones principales: La del Sínodo de la Iglesia evangélica y la de la Conferencia episcopal católica. En ambas se invita a reconocer la responsabilidad y la culpa de muchos fieles en dichos crímenes, y se menciona a aquellos que intentaron impedirlos o trataron de mitigar sus efectos poniendo en juego sus vidas. Tras una serie de indicaciones prácticas, que conservan aún hoy su plena vigencia, la declaración de la iglesia católica concluye con la afirmación del Apóstol Pablo en su Carta a los Romanos 11,2: «D. no ha repudiado a su pueblo».
De nuevo, el Consejo ecuménico de las Iglesias, reunido esta vez en Nueva Delhi, en 1961, ratifica la condena expresa del antisemitismo publicada ya en Amsterdam, en 1948, calificándolo de «pecado contra D. y contra los hombres» y recomendando a educadores cristianos, catequistas y predicadores, tener en cuenta los dolorosos precedentes históricos, extremando las precauciones con el fin de que a partir de sus enseñanzas, no se pueda alimentar la tentación antisemita, de modo que la enseñanza cristiana no siga generando ni favoreciendo sentimientos de odio, de repulsa o de desprecio…respecto al pueblo hebreo, el pueblo de J.C., de sus primeros discípulos y de los apóstoles».
La azarosa aventura de un famoso artículo del Cardenal Agustín Bea, preparado para ser publicado en Civiltà Cattolica, en junio de 1962 y publicado efectivamente, pero veinte años después, da una ligera idea de la magnitud e importancia de las resistencias internas que ha de superar el liderazgo de la Iglesia católica para emprender su nueva andadura respecto a los judíos. El título, justo es reconocerlo, parecía entonces una provocación: «¿Son los judíos un pueblo deicida y maldito por D.?» La Secretaría de Estado impide discretamente, su publicación, pero aunque con ciertas modificaciones, el artículo logra salir de Roma, apareciendo en la revista alemana ´Stimmen der Zeit´. Un judío genovés, Raffaele Nahum, lo traduce del alemán al italiano, enviándolo a los padres conciliares. A través de ellos, el controvertido artículo ejercería posteriormente una marcada influencia en la Declaración del Concilio Vaticano II respecto a los judíos.
La idea del Documento surge ya en la fase previa a la preparación en sí del Concilio. Pero el sólo anuncio de la reflexión vaticana acerca de los judíos, levanta tal ola de protestas por parte de los países árabes que la discusión del esquema presentado a la Congregación General el 19 de Noviembre de 1963, por el Presidente del Secretariado para la Unión de los Cristianos, el Cardenal Agustín Bea, ha de ser provisionalmente retirado «por falta de tiempo».
Pero las deliberaciones del Concilio Vaticano II inaugurado por Juan XXIII, ponen pronto de manifiesto la necesidad de elaborar una declaración oficial de la Iglesia acerca de los judíos. La conmovedora espera judía de una nueva actitud de la Iglesia, así como el itinerario personal de algunos protagonistas del Concilio, entre los cuales el mismo Papa Juan XXIII y el citado Cardenal Agustín Bea, aceleran los acontecimientos. Poco a poco se enfoca al pueblo judío, no como objeto de misión sino como partícipe de un posible y hasta necesario diálogo. Corren los años sesenta y un profundo movimiento de renovación anima a toda la Iglesia católica, un movimiento que encontraría en el Concilio Vaticano II su más cumplida y perfecta expresión, y en el capítulo IV de su Declaración Nostra Aetate, los elementos más decisivos de renovación de la actitud cristiana respecto a los judíos.
No se puede omitir en el desarrollo de esta reflexión, el discurso dirigido por el Cardenal Bea, el 15 de Enero de 1964, al Capítulo General de la Congregación de N.S. de Sión. Fundada en el siglo pasado, por dos judíos convertidos al cristianismo, esta Congregación cuyo fin era ocuparse especialmente de los judíos, y todos sabemos lo que aquello significaba en aquellos tiempos, cuando aún se afirmaba que «fuera de la Iglesia, no hay salvación», es en nuestros días, testigo de excepción del profundo cambio de perspectiva y de actitud de la Iglesia católica respecto a los judíos. Porque precisamente, en la actualidad, esta Congregación se especializa progresivamente y con notables éxitos, en la aplicación de las ´Orientaciones y sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar Nostra Aetate´, llevando a los fieles católicos a un mejor conocimiento y aprecio del hecho judío, además de manifestarse valientemente en nuestros días, ante cualquier rebrote del antisemitismo o del nazismo.
En la citada reunión de la Congregación General de N.S. de Sión en Roma, y apoyándose en el nuevo clima creado por la presentación al Concilio del Documento sobre los judíos y por el viaje de Pablo VI a Tierra Santa (4-6 de Enero 1964), el Cardenal Bea insta a la Congregación de N.S. de Sión, a dedicarse prioritariamente al estudio de la historia, de la lengua y de la cultura judías, sin descuidar los aspectos teológicos y participando siempre activamente y en todo el mundo, en el reanudado diálogo judeocristiano. A tal efecto, se crea en Roma el SIDIC, Servicio Internacional de Documentación judeocristiana.
La Federación Luterana Mundial no se queda atrás en esta renovada consideración del judaísmo y, en 1964 también, reflexiona, reunida en la localidad danesa de Logumkloster, produciendo un documento decisivo para sus fieles, en el que señala particularmente:
«El antisemitismo es una alienación del ser humano en su relación con sus semejantes. Tiene su origen en los prejuicios humanos, niega la imagen de D. en el judío y representa una forma demoníaca de rebelión contra el D. de Abraham, de Isaac y de Jacob, constituyendo, en última instancia, un repudio de J. el judío, bajo la forma de un ataque contra su pueblo. El antisemitismo cristiano es un suicidio espiritual.
Este fenómeno plantea un problema particular a la iglesia cristiana sobre todo si se piensa en la larga y terrible historia de la responsabilidad de los cristianos en el antisemitismo. Ningún cristiano tiene derecho a declararse exento de sentirse envuelto en esa responsabilidad….
Como luteranos, confesamos nuestro pecado y asumimos avergonzados la responsabilidad en la que incurrió nuestra iglesia y su pueblo. Sólo podemos implorar el perdón de Dios y el del pueblo judío».
Siguen tres recomendaciones prácticas y expresas a todas la iglesias afiliadas a la Federación Luterana Mundial, invitándolas a unirse a la lucha contra el antisemitismo.
Por fin, el 28 de Octubre de 1965, el Concilio Vaticano II adopta el texto definitivo de la ´Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, Nostra Aetate´, cuyo capítulo IV trata exclusivamente de los judíos. Este documento es quizás el más significativo de todos los mencionados en este breve estudio acerca del cambio positivo de actitud de los cristianos en cuanto al pueblo de Israel. La ambigüedad que supone su inclusión entre las consideraciones acerca de las religiones no cristianas, no resta importancia a la influencia posterior de este importantísimo documento, decisivo, junto a las orientaciones y sugerencias para su aplicación, en el desarrollo de las relaciones y del diálogo entre judíos y cristianos hasta nuestros días.
El texto de la Declaración conciliar merece ser leído e incluso estudiado detenidamente, por su espíritu innovador. Pero ciñéndonos al tema del antisemitismo, es necesario citar, al menos, el breve pero contundente párrafo que se le dedica:
«Además la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos e impulsada, no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos».
Y concluye: «La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo, cualquier discriminación o vejación realizada por motivo de raza o color, de condición o religión».
Tras la promulgación de la Declaración conciliar Nostra Aetate, la minoría que en el curso de los debates se había opuesto a su aprobación, sigue manteniendo su polémica actitud. Una vez más, las necesarias puntualizaciones salen de la pluma inspirada del Cardenal Bea, en un largo y documentado trabajo que publica la Civiltà Cattolica en el volumen IV de 1965.
De nuevo el Concilio Ecuménico de las Iglesias reunido en Bristol, en Febrero de 1967, reflexiona acerca de los judíos. Pero el espíritu proselitista de la citada primera declaración de Amsterdam queda muy atrás, dejando lugar a la condena explícita del antisemitismo, e instando a la revisión de los textos de enseñanza y de la predicación, e incluso de las afirmaciones teológicas acerca de los judíos.
La Conferencia episcopal de los Estados Unidos de América, país en el que reside la más numerosa comunidad judía del mundo, crea una comisión especial encargada de llevar a la práctica las nuevas orientaciones del Concilio Vaticano II respecto a los judíos, así como un Directorio destinado a guiarlas. De ella emana el Documento publicado en Marzo de 1967 que, conforme a la mentalidad anglosajona, no insiste en los aspectos teóricos y doctrinales, ciñéndose estrictamente a las indicaciones para la aplicación concreta, en la práctica, del texto conciliar.
La Declaración Nostra Aetate continúa despertando ecos altamente positivos, extendiéndose sus efectos a América del Sur donde primero el Sínodo Pastoral Católico de Santiago de Chile, en Septiembre de 1967 y luego la Conferencia Episcopal de Latinoamérica (Celam) en 1968, elaboran y aprueban recomendaciones prácticas para el cumplimiento de la Declaración Conciliar.
En Europa, sigue actuando en vanguardia, la Iglesia Católica Holandesa. Tras la publicación del innovador Catecismo holandés, el Concilio Pastoral holandés, reunido en Abril de 1970, elabora un proyecto de informe sobre la Iglesia e Israel en el que, tras reconocer la contribución del pueblo judío a la historia y a la civilización, analiza los efectos de la destrucción de la comunidad judía holandesa durante la ocupación nazi, entre los años 1940 y 1945, tomándolo como punto de partida de una profunda reflexión ante el coraje y la fe de las víctimas , pero también, y cito textualmente, «para no olvidar que muchos cristianos faltaron en aquel momento a su deber, como consecuencia de siglos de antisemitismo cristiano».
En el mismo año 1970, la Iglesia reformada holandesa publica una «Propuesta para una ´reflexión teológica sobre Israel, pueblo, tierra y estado´. Es la primera vez quizás, que una iglesia cristiana aborda la realidad judía, a la luz de la existencia del Estado de Israel, en profundidad y desde la perspectiva bíblica y teológica a la vez. La argumentación y la delicadeza en el tratamiento de problemas tan espinosos como por ejemplo, el de Jerusalén, hacen que este texto pueda ser estudiado con provecho por judíos y cristianos hasta hoy.
La actitud de la iglesia austríaca hacia los judíos, tras la anexión de 1938, seguía siendo objeto de un sincero examen de conciencia que culmina en 1970, en la Declaración del Sínodo Diocesano de Viena. Concluye con este llamamiento: «Todos los cristianos deben alejarse de cualquier sentimiento antijudío y oponerse a eventuales discriminaciones antisemitas por parte de otros. La Iglesia requiere de los católicos no escatimar ningún medio que pueda contribuir a superar la distancia, alimentada por malentendidos tradicionales, que aún existe entre ellos y los judíos.
Católicos y evangélicos reunidos de nuevo en Augsburg, en Pentecostés del año 1971, emiten una declaración común en idéntico sentido.
Y ahora una breve mención a la importantísima Resolución relativa a los escritos de Martín Lutero sobre los judíos, adoptada por el Sínodo metropolitano de Nueva York de la Iglesia Luterana de América. Recordemos que tras la Segunda Guerra Mundial, se suscita en Inglaterra y otros países, una controversia respecto a la responsabilidad de ciertos escritos antijudíos de Martín Lutero, en la creación del ambiente antisemita en toda Europa. El detonante en Norteamérica es la publicación de estos escritos por la Comisión editorial de la Iglesia Luterana de América, con el título original «Los judíos y sus mentiras». La citada Resolución toca diversos puntos esenciales de los cuales destacaremos el siguiente: «Considerando que en el curso de los cuatro siglos transcurridos desde su composición, este tratado ha sido frecuentemente citado por los antisemitas para justificar la persecución del pueblo judío…..este Sínodo recomienda …someter a la próxima Asamblea de la Iglesia una declaración que exprese el arrepentimiento de los cristianos por los daños que su antisemitismo causó al pueblo judío, particularmente el antisemitismo alimentado en la opinión de Lutero».
La Iglesia greco-ortodoxa de los Estados Unidos publica también, en Enero de 1972, una Declaración de su máxima autoridad, el Arzobispo Jakovos, auténtica toma de posición contra al antisemitismo, de la que merece destacarse por su claridad, el siguiente párrafo: «En la segunda parte del presente siglo, especialmente después de las atrocidades y masacres cometidas contra los judíos alemanes, por el régimen hitleriano, nos hemos sentido nosotros, los cristianos de occidente, agobiados por el peso de una terrible y pesada culpa, porque hasta entonces habíamos atribuido a los judíos la crucifixión de Jesús».
La Asamblea General de la Iglesia Metodista de los Estados Unidos, reunida en Atlanta, en 1972, se suma al movimiento cristiano de acercamiento al pueblo judío, con una importante declaración, en la que, tras exaltar las raíces comunes, invita a los cristianos a compartir la potencialidad espiritual de los judíos y reconociendo, cito, «la deuda cristiana hacia los que fueron aniquilados en el holocausto provocado por los nazis».
Con ocasión de la Pascua judía del año 1973, el Comité Episcopal francés para las relaciones con los judíos, creado en 1969, publica las Orientaciones Pastorales, uno de los documentos más importantes sobre este tema. A pesar de su contenido puramente religioso, suscita reacciones muy vivas al referirse explícitamente a la realidad judía, intentando situarla en una perspectiva teológica, sin olvidar la renovada condena del antijudaísmo.
A finales del mismo año 1973, el Comité ´Iglesia y pueblo de Israel´ de la Federación protestante francesa se suma al mismo espíritu que anima a las ya citadas Orientaciones Pastorales de la Iglesia Católica.
La Comisión para las relaciones religiosas de la Iglesia Católica con el judaísmo, publica el 1º de Diciembre de 1974 las «Orientaciones y sugerencias para la aplicación de la Declaración Conciliar Nostra Aetate» (cap.4), a la que califica de ´importante giro en la historia de las relaciones judeocristianas. Firmadas por su Presidente, el Cardenal Johannes Willebrands, estas orientaciones, dirigidas a los católicos, condenan por primera vez, expresa y solemnemente, desde la Iglesia católica, vtodas las formas de antisemitismo y de discriminación´ hacia el pueblo judío.
El Comité de enlace entre la Iglesia y el judaísmo se constituye en el curso de una reunión celebrada en Roma en Enero de 1975. Esta vez, judíos y cristianos reunidos, planifican el futuro de sus relaciones, en un dialogo cada vez más habitual y más fluido, al que asiste el Papa Pablo VI, dirigiendo a los congregados un memorable discurso en el que resalta los paralelismos existentes entre los pensadores judíos y los cristianos. Respecto a las persecuciones de las que fueron objeto los judíos en ciertos países de predominio cristiano, durante siglos, el Papa destaca las numerosas intervenciones de personalidades religiosas y fieles católicos en favor de los judíos, particularmente las del Papa Pío XII de las que él mismo fue testigo.
Volviendo brevemente a Alemania, uno de los países más empeñados por su reciente pasado, en el establecimiento de relaciones correctas con los judíos, la Iglesia Evangélica alemana, produce en Mayo de 1975 un largo y substancioso documento de trabajo sobre los orígenes comunes y la posterior separación de los cristianos del tronco original, para analizar finalmente, la realidad del pueblo judío contemporáneo y la del Estado de Israel, a la luz de dicho proceso histórico. En cuanto al racismo germánico afirma:
«El odio antijudío aparece con particular virulencia durante los siglos XIX y XX, fundado en una ideología racista y como una especie de germanismo cristiano. Sus últimas consecuencias fueron la persecución de los judíos a partir de 1933 y finalmente, el exterminio de cerca de seis millones de judíos europeos…..Las iglesias cristianas mantuvieron el silencio durante mucho tiempo. Pocos fueron los que, arriesgando la vida, ayudaron a huir a los judíos o los escondieron….La catástrofe del ´holocausto´ está ligada para el pueblo judío, tanto en Israel como en la diáspora, al nombre de Auschwitz en Polonia, el mayor campo de exterminio. Como Hiroshima, Auschwitz se ha convertido en el símbolo del horror del exterminio y marca, particularmente en el judaísmo, un giro histórico en la reflexión histórica y teológica.»
Con ocasión del décimo aniversario de la Declaración Conciliar Nostra Aetate, la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos envía a sus fieles un mensaje en el que tras recordar las numerosas iniciativas surgidas en el curso del decenio transcurrido, en el campo de las relaciones judeocristianas, propone una renovación del enfoque teológico tradicional.
«Gran parte del distanciamento entre judíos y cristianos, tiene su origen en cierta teología antijudía que a lo largo de los siglos, no sólo acarreó la marginación de los judíos sino incluso las persecuciones dirigidas contra ellos. Uno de los desarrollos más esperanzadores de nuestro tiempo es precisamente el rechazo, fírmemente incentivado por ´Nostra Aetate´, del viejo antijudaísmo así como la renovación de las exposiciones teológicas cristianas acerca del judaísmo, en una línea más constructiva».
Por fin y a continuación del ya citado documento titulado «Israel, pueblo y tierra», el Grupo de Estudios sobre las relaciones judeocristianas de los Estados Unidos, publica en Mayo de 1973, una importante declaración, en la que referente al antisemitismo se afirma:
«El antisemitismo aflora de vez en cuando bajo distintas formas y disfraces. La literatura de la nueva izquierda descalifica ahora a los judíos, no como judíos sino como ´sionistas´. El antisemitismo es un virus difícil de combatir, posee una capacidad de contagio susceptible de infectar a nuestra civilización entera, manifestándose en la educación, en los hogares, en el trabajo y en la vida social. Afortunadamente, algunas iglesias cristianas están trabajando para extirpar de su liturgia y de sus enseñanzas, cualquier referencia antisemita. Los que se niegan a aprender de la historia, caen en los errores y crímenes del pasado. En tiempos de desorden civil, surgen y seguirán surgiendo en nuestra sociedad, agitadores que pretenden convertir a los judíos en chivos expiatorios de los males de la época. Si problemas como la inflación y el paro siguen creciendo, puede producirse una depresión que, con toda seguridad, aprovechará la derecha o la izquierda radical para acusar a los judíos de ser los culpables de la situación».
Son muy interesantes los documentos eclesiásticos que se refieren primero tímidamente y luego abiertamente al Estado de Israel. Quizás el más constructivo sea el emitido precisamente en el Monte Sión, por la Fraternidad Ecuménica de Investigación teológica en Israel, en Noviembre de 1975, a raíz de una Resolución política de las Naciones Unidas, equiparando sionismo y racismo, resolución que afortunadamente fue posteriormente anulada. El documento se titula ´Llamamiento a las iglesias de todo el mundo sobre el verdadero significado del sionismo´. Se trata de un intento de explicación del sionismo, dirigida a los cristianos para evitar que la condena del sionismo se convierta en una forma más o menos larvada y encubierta de antisemitismo. En uno de sus párrafos más significativos se afirma:
«Los cristianos deben darse cuenta que el sionismo, lejos de ser un movimiento racista, es por parte de los judíos la única respuesta vital al racismo antijudío que alcanzó su punto culminante con la aniquilación de los judíos de Europa durante el ´holocausto´ perpetrado por los nazis. Deben reconocer los cristianos que la enseñanza del desprecio impartida por la Iglesia durante siglos, así como la larga historia de las medidas antijudías practicadas por los cristianos, han contribuido, en gran medida a hacer posibles delitos atroces contra los judíos….La falta de una justa evaluación del sionismo se debe en gran parte a una profunda incomprensión de la naturaleza del judaísmo, incomprensión expresada por ejemplo, en la Carta Nacional Palestina…. No es acusando a Israel de racismo ni negándole el derecho a la existencia, como se le podrá ayudar a ser más abierto, tolerante y justo, sino brindándole la posibilidad de ser él mismo, invitándolo con toda la insistencia de la amistad y del amor cristiano, a permanecer fiel a su vocación judía».
Es precisamente un autor judío quien escribe, a propósito del antisemitismo, que «…para superar definitivamente el antisemitismo, es necesario superar aquella actitud típica de la sociedad arcaica en la que no se toleraba la convivencia con los seres diferentes, en la que no habían aún madurado la conciencia de la auténtica libertad, entendida como el derecho de cada uno a conservar sus propios signos de identidad, sus propias ideas en un pluralismo cultural que es la verdadera riqueza».
Destaca por su particular sinceridad, la declaración de la Iglesia Mennonita, fundada en el siglo XVI, por el holandés Menno Simons. Fechada en Mayo de 1977, afirma en el párrafo sexto: «El que ante la persecución de los judíos, la más atroz de todas la conocidas en la historia de la humanidad,.. se haya permanecido silencioso e inactivo, constituye un delito y un pecado de omisión que nosotros debemos confesar ante Dios y del cual debemos reconocernos culpables».
Expresión del nuevo espíritu que anima a las relaciones de la Iglesia con los judíos es esta carta que el Cardenal J. Willebrands, presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con el Judaísmo, dirige al Cardenal L. J. Suenens el 28 de Octubre de 1977, con ocasión de un acto celebrado en la catedral de Bruselas en desagravio de una decena de víctimas judías injustamente asesinadas bajo la falsa acusación de la supuesta profanación de una hostia. Siguiendo el ejemplo de la iglesia de Trento que ya en los años sesenta, había prohibido el culto a San Simonino, un niño víctima de un supuesto crimen ritual jamás cometido por los judíos, y jamás reconocido ni siquiera por la Iglesia católica, la Catedral de Bruselas decide rehabilitar la memoria de las víctimas, descubriendo una placa conmemorativa de los hechos que el Cardenal Willebrands en su carta califica de ´triste episodio que se inscribe en una serie de hechos, afortunadamente superados, que costaron la vida, sin motivo alguno, a muchos de nuestros hermanos judíos´.
«La iglesia católica y el nacionalsocialismo», obra del Secretariado de la Conferencia episcopal alemana, es el título de una declaración, de fecha 31 de Enero de 1979, que, partiendo de la emisión de la serie ´Holocausto´, en la televisión estatal, invita a los cristianos a reflexionar seriamente acerca de sus relaciones pasadas y presentes con los judíos. Refiriéndose al boicot de los comercios y profesionales judíos promulgado por los nazis en Abril de 1933, a las leyes racistas de Nuremberg de Septiembre 1935, así como a los salvajes actos de la Noche de Cristal, en Noviembre de 1938, la declaración episcopal afirma:
«Resulta tan difícil comprender hoy que la iglesia no haya adoptado entonces una postura suficientemente clara». Y prosigue: «Con razón, el episcopado alemán declaró en la carta pastoral colectiva del 23 de Agosto de 1945, y fue la primera en hacerlo, que ´actos terribles fueron cometidos por los alemanes, ya antes de la guerra en Alemania y posteriormente durante la guerra, en los territorios invadidos. Nosotros los deploramos muy profundamente: numerosos alemanes, incluso de nuestras propias filas, se dejaron fascinar por la falsa doctrina del nacionalsocialismo, permaneciendo indiferentes ante aquellos crímenes cometidos contra la dignidad y la libertad humanas».
Las intervenciones del Papa Juan Pablo II acerca de las relaciones judeocristianas en las cuales por cierto nunca ha dejado de condenar más o menos explícitamente al antisemitismo se inician el 12 de Marzo de 1979 y duran hasta la fecha en una serie digna de un detenido y profundo estudio.
En el curso de los últimos años del periodo que cubre este estudio, se multiplican las declaraciones desde distintos ámbitos de la iglesia alemana favorables a un nuevo enfoque de la realidad judía desde la perspectiva cristiana y refiriéndose siempre valientemente al fenómeno singular del antisemitismo, para condenarlo sin paliativos. Dos obras publicadas también en Alemania resultan decisivas y de obligada referencia, por el alto nivel y el admirable rigor científico de sus autores. Nos referimos a «Teología cristiana de los judíos» de Karl Thoma, y al «Tratado sobre los judíos» de F. Mussner, de las cuales no conozco ninguna traducción al castellano, aunque sí una de la obra de Mussner publicada en 1982 en italiano, bajo el título «Il pópolo della promessa». Esta última obra inspiró ampliamente la citada Declaración del Episcopado alemán una de cuyas frases que no fue obra de ningún duende de imprenta, da todavía que hablar. Se trata de la siguiente consideración respecto a la Shoá: «Aunque es justo subrayar que Auschwitz fue claramente la consecuencia de la falta de fe, tanto por parte de los judíos como de los cristianos….». El profesor A. Segre, en su obra «El pueblo de Israel y la Iglesia», se pregunta: «Admitiendo, la hipótesis absurda, de que así hubiera sido, ¿cómo explicar entonces que de las dos partes pecadoras, la judía y la cristiana, la primera haya tenido el privilegio de ofrendar en tan trágico altar, millones de víctimas entre las cuales un millón de niños, mientras la segunda ejercía la función de verdugo?».
Este y muchos otros prejuicios arraigados durante siglos en la mentalidad colectiva con el decisivo aval de ciertas autoridades religiosas cristianas, están siendo superados paulatinamente gracias a la paciencia y a los sacrificios personales consentidos por judíos y cristianos, en aras de la apertura de nuevas vías que conduzcan al mutuo aprecio, a la comprensión y a la admisión recíproca de las legítimas diferencias.
En el decimoquinto aniversario de la Declaración Nostra Aetate, el gran Rabino de Roma, Rabbí Eliyahu Toaff, pionero del diálogo judeocristiano, reflexionaba esperanzado con estas palabras, que hoy, en el quincuagésimo aniversario de dicha declaración, conservan toda su actualidad: «Para concluir, se puede serenamente afirmar que tanto la Declaración como las Orientaciones constituyen dos hitos en la historia contemporánea del acercamiento de la Iglesia y del judaísmo. Mucho se ha hecho, mucho se está haciendo, pero queda aún mucho por hacer».