Coloquio

Edición Nº26 - Octubre 1994

Ed. Nº26: Las comunidades "centrífugas"

Por Ignacio Singer

Introducción
En los quince años que he pasado en la dirigencia de una pequeña comunidad del interior de Argentina, he tenido suficiente tiempo como para estudiar su estructura y por cierto, las falencias que nos aquejan. Me refiero a las kehilot de no más de cuarenta o cincuenta familias y así he tenido oportunidad de escribir numerosos comentarios y asistir a tantas otras reuniones de entidades. El problema central de estas reuniones pivoteó en la disminución alarmante de sus miembros.

Esta merma obedece a causas exógenas que no podemos evitar: la pérdida de interés por la vida judía (en su totalidad), la aliáh (radicación en Israel) o la mudanza hacia otros centros.

No obstante -y este será el motivo de la monografía que brindo- existen otras causas endógenas. Es decir, las que provoca la misma estructura comunitaria como tal, el rol que le compete a la dirigencia y a la falta de estímulo para la pervivencia de ese interés por los valores judíos (cuando está al alcance de la misma «estructura» mantenerlo).

Es de hacer notar la diferencia existente entre estas comunidades pequeñas del interior de Argentina hoy, y las intenciones que tuvieron en vista nuestros abuelos cuando las fundaron. Por entonces no existían cuestionamientos acerca de qué es «ser judío» ni de formar una «base de reunión» para los judíos: el punto central radicaba en la defensa de los valores de la tradición, el mantenimiento de la religiosidad a través de la celebración de los oficios, la observancia de la Torá y la cashrut, el matrimonio judío (sociabilización) y el sepelio en los cementerios que se crearon. Cuando estaba al alcance, se procuraba el establecimiento de escuelas judías (aunque fuese de primeras letras). Por otra parte, estas comunidades originales aglutinaban a toda la familia y había pocas diferencias en razón de la capacidad económica de sus miembros. Más aún, los más pudientes ayudaban a los no tanto y algunas comunidades cobraron forma a través de “sociedades de socorro mutuo”.
Hoy el panorama ha cambiado sustancialmente.

Existe un peligro (bastante latente) de desintegración por el fenómeno de «centrifugación». Es decir, la misma comunidad, aun sin haberlo previsto nunca, está expulsando a sus miembros. Y de esto casi no hablamos en las numerosas reuniones, ni observo que sea motivo de interés en la Argentina.

La estructura


Las comunidades pequeñas de la Argentina se han diseñado en base a modelos estructurales propios de otras asociaciones de inmigrantes o colectividades extranjeras. Es decir, a verdaderos “clubes” (sociales, culturales y deportivos) con una cabeza dirigencia! que toma la forma de “comisión directiva” y la vertebración legal a través de “estatutos” a los efectos de la concesión de una personería jurídica, tanto como para cumplimentar lo que se vislumbró como el medio ideal de trabajo cuanto para actuar como entidad distinta a sus miembros.

Empero, la comunidad de este fin de siglo debe ser sustancialmente distinta.

Estos “clubes” pueden hacer “su parte” en la continuidad de la vida judía y en la supervivencia de los valores de la tradición. Empero, son totalmente inoperantes cuanto se ven impelidos a asumir un rol comprometedor. Ya se sabe que los clubes (y no abordo ninguna similitud peyorativa, sino de esencialidad), una vez conformados en consonancia con su modelo original, van perdiendo, con el tiempo, los acuerdos que le dieron vida. Las comunidades “estandarizadas” comienzan a hacer valer a miembros que son preponderantes en desmedro de otros que no lo son tanto. Lo formal se incrementa en desmedro de lo vital. El contenido se diluye. El ingreso depende de la voluntad del postulante y de la aprobación por parte de la directiva. Hay que dar cabida a determinados procesos de recambio en la dirigencia, ya que en las pequeñas comunidades pueden erigirse algunos dueños que acaparan el poder. Se forman círculos y lobbies. Algunos no pueden hacer frente al pago de cuotas o a los derechos de sepultura. Otros se ven disminuidos por no poder contribuir a los gastos que demanda la estructura que, poco a poco y pese al reducido tamaño, empieza a burocratizarse. Comienza entonces el primer paso hacia la “centrifugación”, es decir, hacia la expulsión (indeseada, por ende) de la familia judía hacia medios extracomunitarios y hacia la extrajudeidad. Ya un postulante puede ver desbordada su capacidad de ingreso y la misma directiva constituirse en sujeto de lo que, por sentido común, debe ser representativo.

La dirigencia

Las comunidades pequeñas de la Argentina se encabezan por esas directivas que, en camino de la burocratización y el cumplimiento de formas legales, no desempeñan funciones vitales dentro de la kehilá. Los cargos se hacen rotativos. Se cree representar pero no se lo hace. En las grandes comunidades existe el proceso eleccionario. En muchas de las pequeñas que conozco, los dirigentes se suceden unos a otros en cargos que se desempeñan en forma bianual. No existe -dentro de la estructura- manera de captación de nuevos dirigentes. La estructura comunitaria ya se ha encargado de centrifugarlos. El que no quiere ocupar una vocalía (v. gr.), no es en razón de la falta de tiempo o de su desinterés. Es (por la experiencia que he recogido) porque ya está a punto de deshacerse completamente de la vida judía organizada. Ha sufrido bastante en su actuación, se ha rozado con intereses externos a los propiamente judíos, no desea ofrecer ningún blasón para que ”otros“ lo vean como dirigente y no manifiesta voluntad de integrarse. La misma dirigencia expulsa. A pesar -paradójicamente- de que con cada renovación estatutaria, se invite a tal o cual persona. El «compromiso» del que ya cumplió su función se diluirá y tropezará con un ”establishment“ lo suficientemente impermeable a nuevas ideas. El que no ocupó cargo alguno se encontrará con rostros que vienen sucediéndose a través de quince o veinte años; rostros acostumbrados a la inercia, al cumplimiento de lo mínimo y -lo que es peor- a la ausencia de una cultura dirigencial que le permita ser un buen ascán (voluntarista).

Dejo de lado las buenas intenciones. Por supuesto, ¿quién puede dudar de que, al dirigir una kehilá, se tienen todas las buenas intenciones? Pero, ¿realmente se sabe ser dirigente y hacer todo lo posible para no expulsar a otros noveles o a no centrifugar a la colectividad toda que está bajo su dirigencia (que así puede que suceda)? ¿Quién le dice al dirigente que está actuando mal? ¿Su propia conciencia o la voluntad de quienes dice representar?

Siempre dentro de las falencias dirigenciales (que son las que deben enseñar a subsanar los defectos) he propuesto (y no creo ser el único) una manera lo suficientemente simple como para dar vida a viejas estructuras de clubes y abandonar el pago de las consabidas cuotas sociales. He diseñado un plan de sostenimiento a través de un fondo permanente constituido por las familias más pudientes y así afrontar todos los gastos que demande una comunidad que desee ver desarrollada la actividad judía.

La mayoría de la dirigencia del interior no está acorde con esta nueva percepción, incluso a sabiendas de que, mediante un fondo fijo (que puede tomar la forma de una fundación), podrán llevarse a cabo obras de permanencia y sustento de toda la vida comunitaria sin que se esté dependiendo de factores circunstanciales o coyunturales.

Lo que expongo es una breve muestra de que las ideas nuevas no son aceptadas o no lo serían tan fácilmente en el futuro, para cuando las necesidades de erogaciones sean mayores. Quienes no son escuchados seriamente pueden verse también centrifugados y no querer participar de la vida judía.

Los valores judíos

Las pequeñas comunidades deben imperiosamente enfocar, con claridad, precisión y valentía, el sustrato de la vida judía en la diáspora y en su conexión íntima hacia Israel.

La vieja estructura, la dirigencia sedentaria y la comodidad de no hacer ante el esfuerzo de hacer inteligentemente, han extrañado esos valores que nuestros abuelos ya los tenían desde siempre y se daban por consabidos. Debemos, en cierta forma, volver a las raíces fundacionales.

He escuchado atentamente a numerosos y eruditos oradores que han hablado elocuentemente de esta permanencia de valores incidiendo, como es natural, en la educación de niños y jóvenes. ¿Quiénes, si no van a ser depositarios de “lo judío”? Yo agrego: los niños, los jóvenes y la familia, porque ¿acaso la familia no cría al hijo que asiste a la clase de la ”morá“ (maestra de judaísmo) y debe en el hogar velar por el mantenimiento de esa “judeidad” aprendida aunque sea a cuentagotas?

Aquí otra vez la comunidad centrifuga a sus miembros. No existen escuela ni ”morá“ en las kehilot de cuarenta o cincuenta familias. No existe educación parasistemática. Y lo que es peor aún, tampoco existe educación sionista.

Hoy como nunca, esa educación sionista debe impartirse y, si es brindada mínimamente, intensificarla. Considero que es bizantina la cuestión acerca de lo válido que es para la diáspora el ser sionista como tal, esto es, la aceptación y asunción de la centralidad del Estado de Israel en la vida judía.

En muchos casos observo que esta educación judía y sionista es autodidacta. Así han aparecido los nuevos intelectuales desde el interior de Argentina.

Pero la comunidad (y el ser judío es esencialmente comunitario) debe hacer preponderar lo sionista en todas sus facetas: cuando elevamos nuestras plegarias miramos hacia Jerusalem, cuando celebramos nuestras fiestas rememoramos lo acontecido en Israel.

Aunque la “forma” (mera inercia de hacer mecánicamente lo que el calendario hebreo nos indica) otra vez ignora los contenidos.

Punto aparte merece lo que sucede en Israel y lo que cotidianamente un judío diaspórico debe saber. Hoy no es posible -gracias al avance impresionante de las comunicaciones y de los comunicadores- que no se conozca la historia del movimiento sionista, de la formación del Estado de Israel y del esfuerzo de sus dirigentes para desarrollar una vida en paz, desarrollo y armonía.

Al momento de escribir esta monografía (enero de 1994) he tenido oportunidad de chequear ese conocimiento a raíz de los procesos que se están dando para lograr la paz con los palestinos y los países árabes, y es realmente desalentadora la conclusión a que he arribado (no muy distinta de la que me tocó en otras oportunidades).

La mayoría de los miembros de la pequeña comunidad no conocen ni se nutren en la prensa judía y menos todavía reciben de la prensa israelí. Tampoco se leen autores judeoisraelíes.

Solamente los actos de gran sofocación (como las guerras de 1967 y de 1973) hicieron despertar un interés mayor.

Los que están realmente interesados, acuden a lo que pueden proporcionarse por sus propios medios y si así es, se debe a esta centrifugación que cada vez expulsa más cuando la misma comunidad no realiza actividades de esclarecimiento, educación y cultura.

La comunidad (a la manera comteana) obedece a un símil familiar. Lo que la familia o la comunidad no brinda es sumamente peligroso: algunos miembros (quizá los más esclarecidos) se nutren por sí mismos, en desmedro de lo comunitario. Los demás se autoexcluyen, porque ya comenzó un proceso expulsorio.

En suma, la comunidad se va desintegrando y con el tiempo, de no revertirse las falencias, desaparecerá. Quedarán individuos judíos aislados a quienes, en ciudades poco desarrolladas, les será muy difícil mantener su judeidad y lo que es peor aún, en corto lapso podrían asimilarse totalmente.

Conclusión

Este breve trabajo refleja una experiencia. Como apuntara yo en un principio, las verdaderas causales de disminución de la vida judía y de las familias judías dentro de las kehilot, aún no han sido analizadas.

La dirigencia esta casi conteste acerca de que los miembros no tienen interés en participar. Pero ¿cuáles son los motivos de este desinterés o de esta vida extracomunitaria? Hay que introvertir, hay que mirar hacia adentro de cada una de esas estructuras, de esas cabezas dirigenciales y de los programas de mantenimiento.

En más de una ocasión he manifestado que el proceso desestablizador no es irreversible.

Pero para que así sea, es preciso actuar. Cuando ya es demasiado tarde, todo está perdido. Una kehilá que cede y cierra sus puertas, no puede ser refundada. Por ningún medio.