Coloquio

Edición Nº24 - Marzo 2014

Ed. Nº24: La judeofobia

Por Moisés Garzon Serfaty

Origen, causas, formas y fases

Aclaración

 

Empezaré aclarando que no empleo los términos “antisemitismo” y “antisemita” porque son términos en los que se incluirían a los árabes que también son semitas. Al hacer esta necesaria precisión, quiero dejar sentado que el odio y la intolerancia que aquí estoy considerando son los dirigidos contra los judíos y que, de ninguna manera, ha afectado ni afecta a los árabes. 

De lo que se trata es de la judeofobia o antijudaismo, el odio al judío por el solo hecho de serlo, expresado de muchas formas a través de los siglos por los creyentes de otras religiones y los seguidores de diversas ideologías políticas con una persistencia y extensión que hasta florece en aglomeraciones humanas en las que no hay judíos.


El término del prejuicio antijudío, inadecuadamente llamado “antisemitismo” fue acuñado por Wilhem Marr, en 1879 en un artículo judeofóbico publicado en el Neue Freie Press de Austria, titulado “Zwanglose Antisemitische Hefte”, tomando el término semita de la lingüística al considerarse el hebreo como una lengua mesoriental hermana del arameo y del árabe, cuyo linaje se remonta a Sem, uno de los hijos de Noé.


Hecha esta aclaración y fijado el origen del término antisemitismo, entremos en materia para reflejar otros aspectos de este dramático fenómeno añejo, persistente, sin igual y mutable, en el aspecto de presentarse con diferentes disfraces cuando así conviene a los sembradores del inhumano flagelo.


Factores desencadenantes, contribuyentes y determinantes

La judeofobia o antijudaismo, que desde la fundación del Estado de Israel ha derivado en un antisionismo antirreligioso y militante, tiene como factores desencadenantes, contribuyentes y determinantes, la ignorancia, la mala fe, la envidia, los intereses políticos y económicos y los dogmas religiosos que son campo abonado, un caldo de cultivo propicio para su propagación y arraigo. Hay quienes consideran que ese desconocimiento de los judíos y de lo que es el judaísmo como religión, pensamiento, cultura y forma de vida, lo confiesan muchos de los que se manifiestan como antijudíos, al reconocer que en su vida se han encontrado con un judío y, obviamente, poco o nada saben de judaísmo. Ellos han oído campanas y no saben dónde.


Recuerdo un hecho anecdótico de mis tiempos de adolescente, ilustrativo de lo que afirmo. En el edificio donde vivíamos mis padres y hermanos, teníamos unos vecinos gallegos, cuya única hija era amiga y compañera de juego de mis hermanas. Cierta vez recibió a una prima suya de Galicia, llegada para pasar una temporada con sus tíos. Cuando la vecina amiga presentó a su prima y la comentó que mis hermanas eran judías, la prima se sobresaltó y dijo: A los judíos nunca los ví…. Y exclamó estupefacta: ¡Si son como nosotras! ¡Pero si no tienen rabo!


El sentimiento y la actitud antijudíos vienen de antiguo y han quedado plasmados en las mentes, en el imaginario de las masas gentiles y fijados en el idioma, como en el español, a través de expresiones como judiada que significa “acción malintencionada o injusta ejecutada por alguien” (el pérfido judío), o sinagoga, que además de “Templo para los judíos”, sería “una reunión de personas que traman algo ilícito o una intriga” (complot judeomasónico y conspiración internacional). Más adelante trataré con más detalle estas acusaciones.


Tal ignorancia es difícil de erradicar o paliar y, desde luego, no basta para ello con eliminar entradas de un diccionario que lo que reflejan es el uso de la lengua española que hacían y aún hoy hacen sus hablantes. Se necesitaría mucho tiempo, esfuerzo y paciencia para educar a esa masa ignorante y/o malintencionada y/o comprada para que se internalicen de la realidad, distorsionada sin piedad, del judaísmo y del pueblo judío, uno de los pocos pueblos de la Antigüedad que supervive a pesar de haber sido y seguir siendo víctima de un arraigado prejuicio, de un odio secular, de un desprecio cósmico y de una descarada y cruel discriminación. Ninguna otra nación o religión ha sido y es tan odiada y perseguida. Me pregunto: ¿Por qué? ¿Qué o quién sembró este odio? ¿Qué o quién lo estimula o alienta? ¿Qué o quién será capaz de destruirlo y transformarlo en amor?


El judío ha sido siempre señalado, vituperado y consentido, por caridad o por necesidad, en los núcleos de distintas sociedades. Elegido como el blanco de todas las venganzas y de todas las iniquidades. Se le tolera por egoísmo o por humanidad, pero, con excepciones, no se le ama. Los que le odian lo hacen con todas sus fuerzas. Sus enemigos lo son a muerte, mas sus amigos, si le aman, lo hacen con reservas y su amistad carece de pasión, generalmente, aunque hay que reconocer la existencia de los “jasidei umot haolam”, los justos de las naciones.


El judío es el eterno personaje de mil leyendas negras tejidas con ensañamiento y reiteración, sus “hazañas” son transmitidas de padres a hijos a través de innumerables generaciones y salvando sin dificultad las barreras de las distintas edades de la Historia. Esta transmisión se efectúa, en la mayoría de los casos, con desconocimiento absoluto del asunto, como señalé antes. En todo caso, la transmisión se hace con saña, mascándose el odio, cerrándose las puertas de la comprensión y del razonamiento. Para el judío, el veredicto está dictado de antemano e invariablemente es de culpabilidad, sin excusas ni atenuantes. Ni siquiera se le brinda el recurso de la apelación. Alguien dijo en cierta ocasión que para hallar la causa de algo no es preciso buscar mucho: “Cherchez le juif”. En esta frase está condensada la esencia del antijudaísmo y es la mejor prueba de que el judío está considerado como el promotor y causante, cómplice o encubridor de cuanto mal existe o ha existido en el mundo. Las mayores felonías le son atribuidas. Los más horrendos crímenes le son cargados en cuenta.


El origen del odio

Me dijo cierta vez un amigo que, desde que el mundo es mundo, existe la judeofobia y el ataque a los judíos. Rebatí su aserto explicándole que en la Antigüedad los ataques provenían de reinos enemigos por intereses geopolíticos y económicos, como la posesión de los pozos de agua, de los terrenos ricos en pastos para el ganado, de los campos fértiles para la agricultura, el control de las rutas de las caravanas y alguna otra razón circunstancial, ataques de los que los reinos de Israel y Judea se defendían con las armas.


Algunos historiadores sitúan el nacimiento del antijudaísmo en la Grecia antigua, a raíz de la traducción de la Biblia al griego, la Septuaginta, en la que se afirmaba que el Dios de Israel triunfaría sobre los demás dioses, es decir, todo el Olimpo griego. En mi opinión, esta fue una reacción a nivel de la Academia y aunque los griegos profanaron el Sagrado Templo introduciendo en él sus ídolos, siendo combatidos heroicamente por los Macabeos, igual hicieron con otros pueblos conquistados a los que querían imponer su cultura, por lo que de ninguna manera se puede considerar como manifestación antijudía como es la que originó la judeofobia en el Imperio romano, donde el emperador era adorado como un dios, lo que los judíos no aceptaban. La rebelión de Bar Cojba contra los romanos los llevó a tomar la decisión política de esclavizar a unos y dispersar a otros, lo que se evitaba si algún judío o judeocristiano se postraba ante un dios romano. Pero el antijudaísmo religioso se inició y propagó como una epidemia al producirse la cristianización del Imperio Romano.


La judeofobia religiosa

A decir de Néstor Garrido, profesor de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), de Caracas y Director de la Revista Maguén-Escudo, “con la diáspora, las comunidades judías y judeocristianas (percibidas por los romanos como una misma cosa) se esparcieron por Europa. El cristianismo, guiado por Pablo de Tarso, comenzó a alejarse de las prácticas, comunes a todas las sectas judías, que resultaban chocantes para los gentiles para poder incorporarlos a la nueva religión. Así, se volvieron dogmas cristianos algunas creencias incompatibles con el monoteísmo desde el punto de vista judío. Aquí, el cristianismo comenzó a encontrarse con una dificultad: ¿Cómo explicar la herencia judía de la religión si hay elementos doctrinarios básicos como el carácter dual de Jesús – hombre y dios a la vez- ante una comunidad gentil que también conoce el judaísmo? Surge entonces la teoría del testigo incómodo; el cristiano no puede prescindir del judío porque su religión tiene sus raíces en él, pero a la vez éste representa un peligro que puede contradecir su sistema de creencias. La respuesta a este dilema la dio San Juan Crisóstomo, doctor de la Iglesia, quien comenzó a predicar en contra de los judíos como una raza pérfida (es decir traidores, desleales y quebrantadores de la fe), que aún conociendo la verdad (es decir, el carácter mesiánico de Jesús) no la admiten, porque están aliados al Demonio, una vez que quienes lo mataron habían sido precisamente ellos, por lo que la solución al problema era aislar al judío del resto de la población cristiana, para que no siguieran confundiéndola.


Todos estos prejuicios, desarrollados no solo por la Iglesia católica, sino también por sus hermanas ortodoxa y protestante tuvieron una larga vigencia, desde la época de Constantino hasta nuestros días, lo que a lo largo de la historia resultó en aislamiento de los judíos en guetos, expulsiones continuas, incluyendo las mayores como la de España, en 1492, conversiones forzosas como la de Portugal, en 1496,y su posterior expulsión, sanciones, cargas impositivas, pogromos, autos de fe, pruebas de limpieza de sangre y la Inquisición”. . .


La acusación de deicidio

Es creencia general, alimentada por la ignorancia y la mala fe, que los judíos mataron a Cristo. Bueno es recordar que Cristo era judío, un rabino, conocedor de la doctrina mosaica, al que muchos de sus correligionarios consideraron como el esperado Mesías que auguraron los profetas, en una época propicia a que esta creencia arraigara y se propagara, apoyada en determinados hechos atribuidos a él, a los que calificaron de milagros. Posteriormente, los Apóstoles propagaron esta nueva creencia en el resto del mundo conocido, que en su totalidad era politeísta o fetichista.


La diferencia primaria entre judíos y cristianos estriba en el reconocimiento de Cristo como el Mesías y su carácter divino como hijo de Dios y concebido por una virgen, y además, en que los judíos siguen los preceptos de la Torá sin los cambios introducidos por los Evangelios.

 

Existen pruebas de que no fueron los judíos los que dieron muerte a Jesús. Su muerte puede atribuirse, con razón y base, a los Romanos ocupantes de Palestina en aquellos remotos tiempos. Jesucristo debió suponer para los dominadores un peligro, por cuanto arrastraba tras de sí inmensas masas encendidas de fe y arrebatadas de entusiasmo. Estas masas, podría llegar un momento en que no fuera posible controlarlas y no es descabellado pensar que el gobernador romano decretara su muerte para evitar posibles disturbios que amenazaran el poderío de Roma.


Esta teoría se ve apoyada por el hecho de que Jesucristo murió en la cruz y no lapidado, cual era la forma de ejecución empleada en esa época según se puede leer en la Torá. La crucifixión era un método de suplicio y muerte netamente romano y de ello dan fe los miles de cautivos cristianos que de sus catacumbas eran llevados a las arenas de los circos para ser crucificados o dados como pasto a las fieras. Y no se olvide que estos valientes mártires, en gran proporción, eran judíos antes de abrazar la nueva fe.


Otras acusaciones y mi defensa

Como judío, es mi deber defender, con la verdad, el buen nombre de mi pueblo. La judeofobia es hija, también, de un sentimiento de inferioridad encubierto con las patrañas y el odio, pero, aún el más acérrimo de los antijudíos, en la más recóndita fibra de su ser, no deja de reconocer que no puede vivir sin él. Para el antijudío, el antijudaísmo es como una droga y es tal el vicio que le domina que no puede pasarse sin el judío. El judeófobo necesita del judío como del aire para respirar porque le conforta y le hace sentirse superior a sus propios ojos y a los de los demás. Que de otra forma no podría serlo.


Proliferaron las leyendas negras como setas, como por ejemplo la del amor de los judíos por el dinero, tildándolos de sanguijuelas de la sociedad que les cobijó en un alarde de misericordia y caridad.


No olvide esta sociedad que cerró al judío las puertas de acceso a oficios, profesiones o actividades estimadas como más honorables, que se reservaron para los “fieles”. A los judíos se les limitó su actividad al manejo del dinero, a la denigrante profesión de prestamistas, que el odio transformó en usureros, y de recaudadores de impuestos.


Pero no paran aquí las insidiosas patrañas. La malevolencia sigue su siembra de falsedades. “Los judíos tienen rabo y cuernos como el mismísimo diablo”. “En las sinagogas se reúnen para tramar complots contra la seguridad del Estado”. “En la práctica de sus ritos religiosos chupan y beben la sangre de los niños, como si fuesen vampiros, y la emplean para elaborar el pan ácimo para su Pascua”.


En cuanto a los pretendidos complots que se traman en las Sinagogas, es lisa y llana inventiva. A nuestros templos han tenido y tienen libre acceso los practicantes y aún los sacerdotes de otras religiones. Muchos han hecho uso de esta libertad, comprobando que la Sinagoga es para nosotros la Casa de Dios y la dedicamos únicamente a Su servicio y mayor gloria. Está escrito: “Mi Casa es Casa de oración, abierta a todos los pueblos”.


Lo mismo se puede decir de la salvaje práctica de beber la sangre de los niños y de igual forma pueden derrumbarse cuantas calumnias nos dedican, no ya lo que nos han declarado abiertamente su enemistad, sino los que, siendo lobos disfrazados con pieles de corderos, se titulan nuestros amigos. Estos son con frecuencia los que, consciente o inconscientemente, nos infieren el mayor insulto para quien se considere un auténtico judío y lleve a gala el serlo: “No parece usted judío”.


La conspiración judía

Con el correr de los siglos y el relajamiento del fanatismo religioso y de la superstición del pueblo, surgieron en Europa ideas liberales, siendo los Enciclopedistas franceses, amén de otros escritores y filósofos – Diderot, Voltaire, Rousseau, D’Alembert, Montesquieu, entre otros, – disconformes con el “ancien régime” y sus abusos, y el rígido autoritarismo de las monarquías imperantes, los precursores de la Revolución Francesa. Los judíos que vivían en la opresión y sin derechos cívicos, acogieron este movimiento de liberación con júbilo y esperanza y no vacilaron en volcarse hacia las fuerzas liberales y democráticas.


Esto escandalizó a los aristócratas y al clero, quienes, en vez de comprender que los cambios de las estructuras sociales impuestos por obra de los Enciclopedistas y filósofos, de las teorías del “Espíritu de las Leyes” y del “Contrato Social”, eran consecuencia del nuevo orden, imputaron a los judíos la incipiente democratización de la sociedad y la consideraron como obra de éstos. Así se incrementó el antijudaísmo y nació el mito de la conspiración judía.


Según Garrido, “estas teorías conspirativas no solo se dieron en los Estados nacionales de la Europa Occidental, sino también en la Oriental, y va a pervivir una vez que la Revolución Bolchevique triunfe en Rusia, en la que participaron muchos judíos seducidos por la idea de la hermandad universal de los hombres que ofrecía el socialismo. En Occidente, el judío era visto como un ente conspirador, enemigo del Estado, que promovía una internacional socialista. En la Europa oriental, el judío era visto como un ente conspirador, enemigo del Estado, que promovía la sumisión de la revolución en función del capitalismo. Dos libelos antijudíos ampliamente difundidos como lo son Los Protocolos de los Sabios de Sión (1902) y El judío eterno (1918) sirvieron de base para la persecución política de judíos en una nueva manera de presentarse el antisemitismo.


Los avances científicos y la tecnología hicieron posible que en Europa se empezara a creer en la necesidad de construir una sociedad tecnificada, acorde con los descubrimientos y las teorías demostrables. Ideas como el darwinismo social y la eugenesia, como moldes para la construcción de la sociedad moderna, tuvieron eco en toda Europa que empezó a considerarse a sí misma como la máxima expresión de la evolución del hombre, es decir, como la raza superior. El racismo se convirtió en una disciplina pseudocientífica estudiada en las escuelas y universidades.


De allí que el nazismo adoptara sus medidas preventivas contra el judío, lo que derivó en la Shoá u Holocausto que, no solo consistió en la eliminación sistemática, programada, planificada y diseñada científicamente para acabar con todo un pueblo, sino también con su cultura, lengua, influencia y, sobre todo, su memoria, tal como lo apunta el filosofo español Reyes Mate, para quien el Holocausto no fue otra cosa sino un proyecto de olvido.


Tras la derrota del nacionalsocialismo en 1945, la revelación al mundo de los horrores de la Shoá y la creación del Estado de Israel, el antijudaísmo dejó de ser políticamente correcto en el Occidente. Más pronto de lo que cabría esperarse, el viejo sentimiento revivió, esta vez asumiendo la bandera del lado contrario de los judíos en el conflicto que se generó en el Medio Oriente con la presencia de Israel en el escenario mundial”.


La asimilación y la doble lealtad

Ser judío remite siempre a una idea de comunidad, de ser social, de pertenencia histórica a una estructura. No puede salir de esa estructura. Es su prisionero y, si lo intenta y lo consigue, otros judíos se lo reprocharán y le tildarán de judío inauténtico y los no judíos le recordarán su condición judía. Buber, en una definición más lapidaria del auténtico judío, exige la doble pertenencia al grupo, por adscripción a un pasado histórico y por mantenimiento de una fe en el futuro: “Quien no recuerde que Dios lo sacó de Egipto y quien no espere al Mesías, ha dejado de ser un verdadero judío”. (Der Preis, en la Revista de Buber: Der Jude, 1917).


La asimilación que muchos han intentado, influidos por la sociedad circundante o para parecerse a los no judíos, como defensa contra la discriminación, no les ha dado el resultado esperado. Siempre serán señalados con el dedo acusatorio.


Los judíos existen bajo el signo de la ambigüedad: Cuando no son acusados de un crimen, lo son probablemente de otro mayor. Difícilmente van a escapar a un destino marcado por el infamante sello del antijudaísmo religioso. Si creyeron que con la más ciega y entreguista de las asimilaciones evadían la maldición de las persecuciones milenarias, Hitler se apresuró a desengañarles sacándolos literalmente de su error. Y si acaso han pensado que mediante la formación en pie de igualdad con los demás, forma apenas sutil y velada de asimilarse colectivamente, iban a normalizar sus relaciones con el mundo no judío, hace tiempo que han tenido que darse cuenta de este error, que bien puede calificarse de fracaso.


Las formas del antijudaísmo. Antijudaísmo existencial y antijudaísmo positivo

De Juan Nuño (Madrid 1927 – Caracas 1995), filosofo hispano venezolano, catedrático en la Universidad Central de Venezuela (UCV), de Caracas, de Filosofía Antigua y Contemporánea, de Lógica Matemática y Filosofía de la Ciencia, tomo estas reflexiones sobre este tema:


“Como resultado del Holocausto judío a manos de los nazis, se ha formado el estereotipo de lo que se puede denominar antijudaísmo existencial. Esto es: para ciertas personas, sólo es antijudío quien mata judíos. Por lo mismo, quienes sostienen que no hay antijudaísmo en determinado país o lugar porque no se practica una política de exterminio físico masivo, revelan o ingenuidad o deficiencia de información. Puede, en principio, admitirse que son ingenuos quienes, al oír hablar de antijudaísmo piensen únicamente en la Endlosung (solución final) nazi. Cabe reconocer que, en tal caso, la supuesta ingenuidad se acompaña de un cierto esfuerzo: aceptan que los judíos tienen derecho a vivir. Bastaría, entonces, con dejarlos subsistir físicamente para borrar el estigma de aquella discriminación letal. Semejante simplificación extrema en la interpretación del antijudaísmo, hasta reducirlo a los límites de la mera existencia, equivaldría a la posición que negara la presencia del racismo en los estados sureños norteamericanos, simplemente porque no maten negros, aunque los sigan discriminando en diversas formas. Sólo al constreñir el alcance del concepto de antisemitismo a los límites del alcance de un campo de exterminio, se demuestra algo más que cierto simplismo ingenuo. Se descubre indirectamente el sentido inmediato de otro tipo de antisemitismo. Porque subyace el hecho de una variación en las formas de ser antijudío. Entre ellas, de ser tantas, se da inclusive el tipo del antijudaísmo positivo. Es el que, no siempre sin intenciones, se dedica a practicar aquellas bellas almas (regularmente, no judías) que no dejan de cantar loas al pueblo judío en forma tal que lo fetichizan, elevándolo a paradigma de todas las virtudes. Expediente angélico, no menos inhumano que el otro, destinado de hecho a privar al judío de su elemental derecho a un disfrute pleno de la condición humana, con lo que de bueno y de malo (mídase como se mida) haya en ella. A efectos de una clasificación rápida, bien pueden agruparse todos los antijudaísmos en aquellas dos modalidades apuntadas: de existencia y de esencia, diciéndolo en lenguaje especializado. El propósito de los antijudíos existenciales fue la eliminación de la existencia judía, en forma directa. Mientras que el antijudaísmo existencialista, más refinado, más encubierto, edición mejorada, a lo que aspira es a terminar con la condición judía más que con el portador de esa condición, concediendo, quizás un tanto generosamente, el derecho vagamente humano a la existencia de éste. Por lo mismo, conviene sostener que siempre que se niegue la posibilidad de conservar y propagar la identidad judía, como sus usufructuarios la quieran entender, se lleva a cabo una política antijudía que puede inclusive llegar a ser más peligrosa que la otra”.


Las fases de la judeofobia

Las fases o grados de la judeofobia se podrían resumir en las siguientes actitudes adoptadas por las sociedades gentiles hacia los judíos a través de los siglos:


  • Podéis vivir entre nosotros pero como ciudadanos de segunda categoría, con derechos restringidos, confinados en guetos, sujetos a tributos abusivos y vejaciones, discriminados y señalados con distintivos especiales. Este es el caso de los judíos en Europa en la Edad Media y en las sociedades islámicas en las que vivían con la categoría de dhimis. La tolerancia, si no es total, es una forma de discriminación.
  • No podéis vivir entre nosotros como judíos. Consecuencia: la conversión forzosa.
  • No podéis vivir entre nosotros. Consecuencia: la expulsión.
  • No podéis vivir. La solución: la Shoá, el exterminio.

 

La solución final. El Holocausto, la Shoá, el exterminio

Adolf Hittler, autor de Mein Kampf (Mi lucha), libro en el que expone sus teorías racistas, se convierte en Führer y Canciller de Alemania en 1933 y pone en práctica la llamada solución final del problema judío.


La idea de raza y la lucha racial eran elementos centrales en la ideología nazi. La sangre no aria – y sobre todo la judía – era inferior a la de la raza superior alemana. El terror del Estado nacionalsocialista estaba dirigido en contra de los judíos, considerados como la peor amenaza para la vida alemana.


Las leyes de Nüremberg convirtieron a los judíos del Tercer Reich en un colectivo de parias. Se les discriminó y vejó, se les marcó con la Estrella de David para humillarlos, se les excluyó de la vida cultural alemana y la Kristallnacht o Noche de los Cristales Rotos marcó el fin de la existencia judía en Alemania y en Austria, país que los nazis se habían anexado en 1938, en Polonia y otros países ocupados.


Con el inicio de la II Guerra Mundial, Alemania conquista Europa, establece en los países ocupados guetos para los judíos, desde donde son distribuidos y conducidos en los “trenes de la muerte” a los campos de trabajos forzados y a las cámaras de gas. Auschwitz, ubicado cerca de Oswiecim (Polonia), fue el mayor campo de concentración y exterminio de la Europa Nazi.


El pueblo judío fue diezmado.

Hoy en día, este horrendo crimen de lesa humanidad es negado o banalizado por la extrema derecha recalcitrante y racista, por la izquierda vocinglera que se autodenomina progresista, por intelectuales de ambos signos, de pensamiento retrógrado, que venden su dignidad y por regímenes teocráticos promotores de la yihad (guerra santa) y soporte de grupos terroristas.


La neojudeofobia. El odio renovado, sus formas y disfraces


Veamos ahora las manifestaciones del odio renovado con sus motivaciones ancestrales, crónicas, atávicas y las nuevas formas, actitudes hipócritas o disfraces con los que se pretenden cubrir las posiciones judeófobas de algunos sectores desvergonzados y mercenarios, apoyándose en argumentos falaces y haciendo distinciones inaceptables con una semántica que deja aún más al descubierto la frágil argumentación de cobertura de su infame conducta.


Estas afirmaciones no son exclusivamente mías. Hay muchas personas de gran relieve intelectual y moral que las proclaman. Personas honestas que, constantemente, denuncian esta degradación de humanidad en tantos seres en muchos lugares.


La neojudeofobia se disfraza actualmente de antisionismo y anti-israelismo, sin descartar del todo la “culpa universal”, el “deicidio”, la “usura”, los “chupasangre”, “dueños de la prensa, la televisión y el cine”, los judíos “líderes del capitalismo y del anticapitalismo”, etc.


El Medio Oriente e Israel, su epicentro, constituyen un punto neurálgico del planeta y, por tanto, centro de la atención internacional.


La neojudeofobia es alentada por la opinión dominante en el mundo islámico radical y por buena parte de la izquierda europea, en compañía de la extrema derecha para quienes Israel es un Estado represor que está cometiendo un genocidio contra el pueblo palestino, pueblo que no existía como tal en la terminología política y diplomática de mediados del siglo XX. Por ejemplo, la partición de palestina se votó para establecer un Estado árabe y otro judío.


Hecha esta acotación, volvamos a la aseveración ya mencionada de que Israel es un Estado represor, genocida y también ilegítimo, hijo del sionismo que es un movimiento ilegítimo. Me pregunto: ¿El pueblo judío es el único pueblo que no tiene derecho a la autodeterminación y a un movimiento de liberación nacional?


Este radical diagnóstico ofrece la base ideológica y sentimental de dos nuevos tipos de antijudaísmo: uno islámico, particularmente agresivo, y otro occidental, de origen izquierdista y liberal. El primero se traduce en actos violentos. El segundo, de alguna manera, los legitima.


Desprovista de escrúpulos, desorientada como nunca, parte de la izquierda occidental se ha volcado sobre la causa palestina con el mismo maniqueísmo combativo como lo hizo en su día en relación con la Unión Soviética, la Revolución Cubana y otros despropósitos históricos. Hasta aquí la historia de siempre. La novedad es que esa defensa indiscriminada e incondicional de los palestinos incluye elementos específicamente antijudíos. A Israel se le presenta como el judío de la propaganda nazi. Se le compara con el verdugo nazi. Los actos de defensa de Israel se comparan con el exterminio industrialmente organizado de millones de seres humanos por la bestia nazi. Esta falacia histórica hace revivir la patraña de la vieja conspiración judeomasónica, ahora judeosionista. Los “todopoderosos” judíos son culpables de todo, incluso de los atentados contra ellos mismos.


Esta judeofobia moderna no es un viejo fantasma que recorre Europa y otros continentes, sino un mutante. Ha adquirido una nueva forma, una renovada fisonomía y ha logrado una buena reputación.


Recapitulando para ir fijando las ideas, tenemos: El anti judaísmo ha vuelto a convertirse en tema en Europa y otros continentes.


Las razones de este renacer del antijudaísmo no son secretas. Han pasado algo más de seis décadas desde el Holocausto y son muchos los que se han cansado y están hartos de oír hablar de él. La presencia de comunidades numerosas y crecientes de musulmanes en Europa también desempeña un papel importante. Sería erróneo afirmar que todos los musulmanes son antijudíos furibundos, pero resultaría igualmente equivocado hacer caso omiso de un considerable potencial por parte de los islamistas jóvenes y radicales. El antijudaísmo clásico procedía de la extrema derecha. Ahora, proviene también de la izquierda. Por supuesto, el término antijudaísmo no se usa en esos círculos izquierdistas ni tampoco se confiesa que se obtiene inspiración en los famosos Protocolos de los Sabios de Sión, el libelo clásico del antijudaísmo.


Esa valiente mujer, diputada y periodista española, Pilar Rahola, refiriéndose a los europeos, dice en uno de sus excelentes artículos que “ese terrorismo lo permitimos y hasta lo justificamos. Lo cual nos retrotrae nuevamente a la historia”. Y concluye señalando cómo es el nuevo antijudaísmo:


  • El que no se horroriza de que el Mein Kampf, de Hitler o los abominables Protocolos de los Sabios de Sión sean best-sellers en el mundo árabe.
  • El que repite los viejos tópicos demonizadores de los judíos, especialmente desde planteamientos intelectuales.
  • El que se enamora de la épica totalitaria del terrorismo palestino y, llevado de un antiamericanismo patológico, se inhibe ante el peligro del integrismo islámico.
  • El que ha encontrado, en la excusa de Israel, un nuevo paraguas donde canalizar un viejo demonio.

En una conferencia que pronunció en la UNESCO, en Paris, en el año 2003, la misma Pilar Rahola se refirió al tema que nos ocupa diciendo “el antisemitismo es una expresión clásica de la extrema derecha y, por tanto, la izquierda la aborrece y la niega. El paraguas del antisionismo, sin embargo, o directamente el anti-israelismo, son mucho más cómodos de llevar, paran bien la lluvia de la crítica y permiten un disfraz intelectualmente digerible. De Martín Luther King es esta frase pronunciada en 1967 en su “Carta a un amigo antisionista”: “Los tiempos han convertido en impopular la manifestación abierta del odio a los judíos. Siendo este el caso, el antisemita busca nuevas formas y foros en donde poder instilar su veneno. Ahora lo esconde trás una nueva máscara. Ahora no odia a los judíos, solo es antisionista”. “Esta frase es más vigente que nunca, de manera que el antisionismo y la demonización feroz de Israel se han convertido en una obligación moral del pensamiento de izquierdas”. Y añade: “Estas son mis acusaciones:


  • Manipulación informativa.
  • Criminalización de los actos de Israel.
  • Cuestionamiento de la legitimidad del Estado de Israel
  • Minimización de las víctimas judías.
  • Banalización de la Shoá.
  • Indiferencia – cuando no aplauso – ante los estragos terroristas del integrismo”.

Finalizo este trabajo con la esperanzada y tal vez utópica visión de un mundo sin judeófobos en el que todos griten como aquellos camaradas de Cohn-Bendit: ¡Nous sommes tous des juifs! (¡Todos somos judíos!).


Referencias bibliográficas

  • GARRIDO, NÉSTOR. Antisemitismo en Venezuela. Informe 2011. 1° Edición. Publicación de la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela (CAIV). Caracas, marzo 2012.
  • GARZÓN SERFATY, MOISÉS. Apuntes para una historia de la judeofobia. Ediciones de la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela (CAIV). Volumen N° 7. Caracas, 2008.
  • NUÑO, JUAN. Escritos judíos. Bid & Co. Editor. Copublicación de Espacio Ana Frank y la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela (CAIV). Caracas, 2012.