Edición Nº24 - Octubre 1992
Ed. Nº24: Isaak Babel
Por Sergio Nudelstejer
El olvidado escritor judío
Con los cambios que en diferentes esferas se venían dando en la Unión Soviética en los tiempos previos a su colapso, hemos sido testigos en esos días de una cierta apertura en el ámbito literario. No hace mucho que algunos cuentos desconocidos del legendario escritor ruso-judío Isaak Emmanuílovich Bábel fueron encontrados en un archivo de Moscú. Conocido mundialmente por sus obras: Caballería Roja, Cuentos de Odesa, Relatos de 1915-1937, muchos de los originales de este autor desaparecieron con su trágica muerte. A medida que han transcurrido los años, la figura de Babel se ha ido agrandando.
En la primera mitad de los años veinte, fue el escritor más renombrado de la naciente generación de prosistas en su país. Detenido el 15 de min (k-1939 por la policía de Stalin, murió en fecha incierta en un campo de trabajos forzados de Siberia, aunque algunos de sus biógrafos señalan 1941 como el año de su muerte.
Al parecer, el gobierno de Gorbachov, deseando reivindicar la personalidad y la obra de Isaak Bábel, había designado una comisión responsabilizada de su herencia literaria, que siguiera el rastro a los materiales perdidos y pusiera en orden los archivos y la correspondencia del narrador. Según anunciaron, se habría puesto manos a la obra para preparar una edición en dos tomos de las obras escogidas de Bábel, que probablemente no alcance a satisfacer la demanda masiva de los lectores y admiradores del escritor, que suman en la ex URSS cientos de miles.
Por casi dos décadas, Isaak Bábel mantuvo un lugar en la literatura soviética como sobreviviente de un momento del élan romántico que llegó con la Revolución y pasó rápidamente. Desde la perspectiva del presente, se funde con ese grupo de brillantes escritores que incluía a Vladimir Maiakovski, Boris Pilnyak y Vsevolod Ivanov, todos los cuales fueron tanto creados como destruidos, por su fascinación con el período del lirismo exuberante de la Revolución, el derrocamiento en Octubre y la Guerra Civil. Todos los que pertenecían a este grupo fueron obligados a conformarse, o desaparecieron misteriosamente o se suicidaron. Sin embargo, de algún modo Bábel sobrevivió. El precio que pagó por su supervivencia fue trágicamente sencillo: dejó de escribir para publicación.
Algunos años después, el ininterrumpido silencio de Bábel se convirtió en un punto doloroso para los eulogistas de la literatura soviética. No pudieron constatar lo que se señalaba normalmente, porque en el caso de Bábel, él jamás estuvo bajo una condena total de índole oficial. Por el contrario, era del dominio público que mantenía amistad y tenía el apoyo de personalidades sobresalientes dentro del gobierno soviético. Por lo tanto, su silencio no podía atribuirse a causas políticas. Contrariamente, su silencio parecía ser un acto voluntario, una impresión que se vio reforzada por el anuncio que periódicamente aparecía en revistas literarias soviéticas, en el sentido que muy pronto Bábel publicaría una nueva y larga obra literaria. Desafortunadamente, esta nueva obra jamás se publicó; a decir verdad, desde 1936 desapareció por completo el nombre de Bábel de toda publicación soviética. En época más reciente la sola mención de su nombre producía un desagradable silencio en círculos soviéticos.
«En 1917 y 1918, cuando yo vivía en un pequeño pueblo de Ucrania, sucedió una cosa extraña. Todos los muchachos jóvenes que evadieron el reclutamiento para el ejército zarista, salieron de sus escondrijos y se hicieron voluntarios de las fuerzas armadas. Algunos se unieron al Ejército todavía regular de Kerensky; otros esperaron un tiempo y se unieron después entusiastamente a la Guardia Roja al principio y luego al Ejército Rojo recientemente formado. Estaban motivados por una variedad de razones. Por supuesto, había un patriotismo brotante y tentativo por el nuevo régimen el cual prometía libertad, igualdad, autonomía nacional. Pero eso no era todo. Había también un resurgimiento de violencia anteriormente reprimida, la cual ahora buscaba salida. El enojo que surgió no sólo estaba dirigido contra el «enemigo», bandas que se dedicaban a los pogromos, que acechaban al país, «opresores» capitalistas en los pueblos y las ciudades…»
Con estas palabras Bábel inicia algunas de sus memorias de la época de la revolución que le tocó vivir y más tarde narrar maravillosamente tanto en sus relatos como en sus cuentos. Bajo la protección del gran Máximo Gorki, Bábel comenzó publicando su obra a principios de 1916. Maestro del relato breve, sus historias, de una imaginación viva e impresionante, le hicieron famoso de la noche a la mañana. Activo y a la vez minucioso escritor, pulía y reescribía sus manuscritos decenas de veces, hasta lograr el texto deseado.
Los personajes de Isaak Bábel, son reales, se consumen en el fuego de su tiempo, gozan de la vida y de su vitalidad. Parece que ellos mismos ven su proeza y que son capaces de describirla a ocultas con el lenguaje más puro, más sincero, con un lenguaje directo. Diríase que algunos de sus personajes se parecen, en cierta forma, a los de Tarás Bulba, la obra de Gogol.
Sin embargo, Isaak Bábel no es un escritor que se pueda olvidar tan fácilmente. Máximo Gorki, quien como señalamos publicó sus primeros cuentos cortos en la revista Liétopis («La Crónica»), lo consideraba el mejor artista en haber logrado la madurez en ese primer entusiasmo que produjo la Revolución de Octubre, una evaluación que apoyan críticos soviéticos y europeos por igual. Más aun, la talla lograda por Bábel como artista se equipara hasta cierto punto con su importancia como símbolo. Para toda una generación de judíos en Rusia y en Europa en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, Bábel era un mito personal que había logrado una realización viviente.
Nacido y creado en el ruidoso gheto de Odesa, medio europeo y medio asiático, Bábel apareció en la escena de la literatura mundial como el prototipo de ese mundo sofocante de viejas sinagogas y antiguas callejuelas, el bajo mundo de los llamados luftmenschen que jamás antes habían tenido derechos ciudadanos completos entre las culturas reinantes.
En cierta forma, Bábel era la voz y el símbolo de la nueva emancipación que le prometía a los jóvenes, a la criatura del gheto ruso, todo lo que había ofrecido la ilustración alemana a Mendelssohn, y Heine, más tarde a Freud y Eistein; e infinitamente algunas otras libertades ya esperadas.
Es más, Bábel no era simplemente un judío escribiendo en el idioma de Turgenev y Dostoyevski (aun bajo el dominio del Zar, pocos judíos habían utilizado el ruso como medio literario); él era un genio que hablaba con una nueva inflexión, una nueva modulación de la voz y había dado expresión a una vida folclòrica que tenía raíces en la experiencia más profunda de la tierra rusa.
Bábel, el judío del gheto, rompió con esa tradición del realismo sicológico tan firmemente establecido por los maestros de la novela del siglo XIX. Inmediatamente después de la publicación de su primer libro de cuentos cortos en 1923, la literatura rusa lo reconoció como su vocero auténtico en un renacimiento de la imaginación, el cual, en esos días del nuevo régimen, parecía ser su primavera.
Qué fue lo que sucedió con esa prometida primavera, está bien claro: muy pronto se vio congelada por el control burocrático y la censura. Y no es difícil concebir el porqué Bábel se hundió en el silencio bajo ese régimen de el arte-por-edicto. Sin embargo era ya tal su prestigio, que se contaban historias sobre su persona que burlaban la censura soviética. Estas historias se hicieron muy persistentes cuando Bábel regresó a Rusia después de un viaje a París en 1934 y nuevamente en 1938, cuando su reconocido protector Máximo Gorki, falleció. Sin embargo, en todos los rumores sobre él no había nada que indicara que Bábel fuera considerado un sospechoso político.
Las últimas noticias recibidas por la esposa de Bábel, quien se quedó a residir en París, fueron mucho más serias que un rumor cualquiera. De acuerdo a su informante, a Bábel lo encarcelaron en 1939 porque cometió una indiscreción en una conversación mientras viajaba a una remota provincia de Rusia como corresponsal de prensa; que durante su encarcelamiento se contagió de tifo y murió. Después que se recibió esta noticia, la esposa de Bábel en repetidas ocasiones se presentaba al consulado soviético en París donde sólo encontró un impenetrable silencio cuando sus preguntas se hacían demasiado concretas.
Hay un factor importante que subraya el informante de la señora Bábel: que la muerte de su marido no fue el resultado de una purga planeada. Según esta versión debe considerarse como la «mala suerte» de un ciudadano soviético que se abría paso a través de las dificultades normales que prevalecían en la vida soviética en aquellos días históricos. Desde luego que los intelectuales, los escritores y periodistas siempre tienen más riesgos por su extrema visibilidad pública. Así pues, si Isaak Bábel no hubiera sido tan famoso, las posibilidades de que no hubiera desaparecido serían mucho menores. Sin embargo, la suprema ironía fue la actitud asumida por los altos niveles de la burocracia soviética cuando se les preguntó sobre la muerte de Bábel, aparentemente no planeada, de uno de los más importantes escritores de su país. Sumamente turbados por este faux pas por parte de un subalterno demasiado obediente, hicieron todo lo posible por silenciar la historia.
Isaak Bábel nació en Odesa el año 1894 y creció dentro de la atmósfera tradicional de una familia judía de clase media baja. En su obra autobiográfica que intituló El despertar, se refiere a la amargura sentida por una criatura que se veía «clavada al Talmud». La mayoría de lo escrito por él en su juventud contiene como tema recurrente su deseo y urgencia de salir del gheto. Pero este no era sólo un deseo anhelado por Bábel. Bajo las grandes tormentas sociales de fines del siglo XIX y principios del siglo XX que se estaban sucediendo en Rusia, el gheto estaba en situación particularmente expuesta a toda clase de reacciones. Toda la furia de los reaccionarios estaba dirigida a los habitantes del gheto, como si quisieran advertirles que no se atrevieran a llevar a cabo esa transformación social que tanto anhelaban. Sin embargo, en Bábel, el impulso de salir y escapar del cerrado círculo de la vida judía tomó una forma contradictoria. Aunque trataba de abandonar todas las restricciones herméticas del gheto, aún no podía librarse de su influencia. En toda su literatura encontramos ese conflicto: entre la imborrable huella de su herencia judía y su apasionado deseo de surgir y elevarse por encima de ese medio ambiente existente, lo que da un toque de tensión lírica a su prosa.
Comprendiendo este trasfondo en la obra literaria de Bábel, sería inútil hacer paralelos entre él y aquellos escritores judíos que realizaron una brillante obra literaria viviendo dentro del propio gheto. Allí en el gheto, escritores como Sholem Aleijem, Asch y muchos otros encontraron una forma muy natural de integrarse al folclore judío del gheto y describirlo tan amorosa como genialmente: sus cuentos y relatos tienen la intimidad misma de la existencia del gheto; parece que en ellos participara toda la comunidad. Isaak Bábel no podía incluirse dentro de esta concepción. Para él las paredes culturales de la vida judía se habían convertido en un obstáculo para sus propósitos.
Su deseo de aprender a nadar en el nuevo ambiente creado, de comprender a la naturaleza, de escribir una historia o cuento con tanta elegancia como Maupassant, todos estos deseos de un talentoso joven de 14 años se vieron frustrados por el gheto.
El tema central de la escapatoria en los escritos de Bábel se hace mucho más aparente cuando uno trata de comprenderlo en toda su dimensión. Es inútil acercarse a estos brillantes cuentos con una crítica literaria convencional, pues el patrón que se encuentra debajo de la ornamentada superficie de su estilo, jamás será entendido, si ese es el caso. Antes del fenómeno de Bábel con sus cuentos altamente conscientes y extrañamente ingenuos, algunos críticos de la literatura rusa no han podido hacer nada más que señalar mecánicamente una lista de cualidades: romanticismo, humor irónico, una aguda yuxtaposición de lo trágico y lo absurdo, una observación muy realista incorporada a una textura poética de palabras e imágenes; pero nadie ha pretendido encontrar el meollo del significado que forma en su escritura un todo.
El arte de Isaak Bábel, que es literalmente el producto de una huida, representa la obra acumulada e inspirada de un muy receptivo luftmensch que ha sido arrojado por una explosión política a las atractivas regiones que están más allá de las paredes del gheto. Nos ofrece algunos vistazos de esto en sus escritos autobiográficos y de aquellos años tan inquietos; primero viviendo en San Petersburgo como escritor bohemio y hambriento, habitando en un sótano y huyendo de la policía zarista porque no tenía el pasaporte requerido a todos los judíos; posteriormente involucrado en el movimiento revolucionario y en la Guerra Civil, y más tarde, lo encontramos sirviendo como soldado en el ejército de Budenny, después como propagandista bolchevique y luego empleado en una imprenta. De estos siete años nos llegan brillantes historia sobre la época revolucionaria. Mientras que escritores como Boris Pilnyak y Alexander Blok se imaginaron estos años en términos metafóricos, de una catástrofe natural, sus descripciones dan la impresión de estar compuestas por la periferia y a distancia de todo el drama. Pero es Bábel quien nos conduce al corazón de la tormenta. Sólo un ingenuo culto, con un toque de sofisticación urbana pudo haber respondido tan adecuadamente a los contrastes prodigiosos, paradójicos y extravagantes de una Rusia que se estaba sacudiendo un feudalismo, para dar un salto y entrar a la historia moderna.
En Caballería Roja, la crónica épica que escribió Bábel sobre la Guerra Civil, la naturaleza, vista a través de los ojos de un judío adquiere una perfección estilizada de ese mosaico: ríos, planicies y árboles son el trasfondo de brocado para las guerras más cruentas. El rudo dialecto de los cosacos de Budenny combinado con una jerigonza inventada por la revolución y la elocuencia litúrgica de los judíos jasídicos, le suenan como palabras de alguna canción folclòrica de la antigüedad. Está claro que el dicho de James Joyce en el sentí do de que el genio se convierte todo en «los portales del descubrimiento» se encuentra maravillosamente ilustrado por Bábel: él convirtió su desarraigo en un organizado principio de una fresca percepción de la nueva realidad.
Caballería Roja es sin duda alguna, la obra maestra de Bábel. Es uno de sus libros que se ha traducido a diversos idiomas. Contiene una serie de esbozos que a primera vista parecen desconectados entre sí, pero la verdad es que son una sutil saga. Es una novela épica. Cuando Sherwood Anderson dijo que pensaba que «la verdadera historia de la vida no es más que una historia de momentos», estaba describiendo perfectamente el enfoque estilístico y estético de las novelas de Bábel, que dependen para su impacto en la fijación del escritor en un cierto momento apasionante. En uno de sus cuentos autobiográficos, intitulado Maupassant, Bábel testifica acerca de la profunda influencia que los escritores franceses, especialmente Flaubert y el propio Maupassant tuvieron sobre él y en su sentido de la forma. Y dice Bábel: «Una frase llega al mundo mala y buena a la vez. El secreto consiste en una apenas perceptible diferencia, la palabra debe calentarse en la mano y debe dársele vuelta sólo una vez y no dos».
El razonamiento nunca habla en la obra de Bábel. Jamás hace uso del análisis lógico ni de la persuasión. Pocos escritores dependen tan completamente como él de ese fluir inmediato de la realidad para lograr sus efectos. Abrumados por sensaciones, inmersos en atmósferas, colores, voces, estamos en contacto con un universo que jamás requiere de la intervención del intelecto razonado para explicaciones. La maestría de Bábel en cuanto a lo primitivo y a la sensación de alegría y deleite sensual tiene mucho de similar con la literatura jasídica, pero en él es el éxtasis de la experiencia como tal sin la lógica religiosa del jasidismo.
Equipado tan grotescamente, Bábel se fue a la Guerra Civil, como diría Heine «como un espía de Dios» y con una gran exactitud registra los brutales episodios de la campaña polaca del Ejército Rojo en 1921. En el centro de su narración se encuentra la figura familiar del judío intelectual—el observador irónico, escéptico, «con los lentes sobre su nariz y el otoño en su corazón»—, y obviamente está describiendo al propio Bábel. Está enamorado del instìnto primitivo del cosaco, pero también está fascinado con el judío jasídico —y se libra una guerra en territorio tradicional del gheto judío—y lo muestra como un anti-héroe del espíritu para enfrentar lo primitivo del cosaco. Bábel se identifica con un comandante cosaco quien, como él dice, «veía al mundo como si fuera una pradera en el mes de mayo, una pradera por la cual paseaban mujeres y caballos». Pero también se siente atraído por los judíos. Ghedali, el negociante judío de antigüedades está diciendo lo que el propio Bábel siente cuando dice: «¿Y en dónde está esa Revolución dadora de alegrías?» Por momentos, en algunas de sus historias, el ir y venir de Bábel entre los dos grupos opuestos que son los cosacos y los judíos, parece estar destinado a decirnos y a darnos una imagen de un hombre totalmente nuevo que tuviera en sí mismo esas características que atrajeron a Bábel cuando las encontró en el judío y en el cosaco por igual. No es el salvaje natural que se manifiesta en Rousseau, ni el genio talmúdico de la religiosidad, sino el hombre nuevo y pensante que pudiera producir la revolución social el que llena a Bábel de deseos y que él caracteriza tan magníficamente en los cuentos de Caballería Roja.
Ese sentimiento de júbilo que aparece con tanta frecuencia en estas historias refleja el sentimiento dominante del judío ruso inmediatamente después de la insurrección de Octubre. De golpe ha sido liberado de la prisión zarista y ha obtenido ilimitadas posibilidades sociales. De su propia experiencia, el judío conocía los violentos contrastes, la velocidad de rayo de toda transformación, los conocía mejor que nadie en Rusia. Comparada con la emancipación alemana del siglo XIX que permitió a los judíos ascender durante un largo período de años a una esfera burguesa, la liberación rusa pareció suceder en una sola noche. No es de sorprenderse que haya dado esperanzas tan intensas al judío, más que a nadie.
Poco después de su éxito con Caballería Roja, Bábel escribió Cuentos de Odesa, un grupo de bosquejos exóticos sobre el gheto de su juventud. Aquí el héroe es el fabuloso gángster judío Benie Krik. Habiendo encontrado su verdadera voz en la Guerra Civil, Bábel regresaba a las calles y puertos de Odesa para dar vida al cosaco judío. Estas historias están basadas en cierta medida en hechos reales. Odesa era material fértil, ya que se parecía más a Marsella o Nápoles que a los pueblos del gheto judío.
En Cuentos de Odesa, el romanticismo amargo y abigarrado del mundo del hampa detesta la estabilidad del mundo de la gente bien. Vio el mundo iluminado por la guerra y las llamas y afrontó su transcurrir con valor y tranquilidad. Las arduas normas que Bábel se imponía a sí mismo, unidas a la censura de la época, restringieron su producción a una obra reducida.
Cuentos de Odesa fue también el simbólico acto final de la vida cautiva de Bábel. Sus siguientes relatos, cuentos e historias están escritas en un estilo elegante y simple que se aparta mucho de su anterior estilo, pues penetran la investigación sicológica. Tratan exclusivamente con recuerdos, no son ya los sucesos contemporáneos —como si Bábel se hubiera visto impulsado a limitarse no sólo por la censura, sino por su propia curiosidad, a retractarse en la trayectoria de su huida del gheto-.
Uno de sus cuentos más originales es Historia de mi palomar, en el que refleja sus recuerdos y vivencias de 1905. Compartiendo la existencia con sus compañeros de armas, recordaba con todo detalle las atrocidades de los pogromos que esos mismos cosacos habían desatado salvajemente en su Odesa natal, las muertes y los robos, y de repente ese pasado surge en su memoria, mientras se encuentra tal vez con muchos que participaron en aquellos ataques de terror.
Cuando todo lo que se refiere a Bábel se toma en consideración, —su escrupulosidad como escritor, los años perdidos en la política, el efecto paralizante de la burocracia— todo ello influyó en que su producción literaria no fuera muy amplia. Además en las obras ya mencionadas, existen un número de obras pequeñas, dos escenarios para el cine, que jamás fueron llevadas a la pantalla, así como una obra teatral en tres actos intitulada Ocaso. Y uno no debe ir muy lejos para encontrar las causas de su limitada producción. El propio Bábel lo señala en su cuento Maupassant, donde describe cómo su libertad artística se vio mutilada por su conciencia judía. Fuertemente atraído por la sexualidad, sus sentimientos de culpa se mezclan con los peligros del erotismo y con la práctica del arte, llenándolos del mismo elemento de riesgo. La muerte del escritor francés Maupassant en un manicomio después de una vida licenciosa y sensual, llena la imaginación del joven escritor haciéndolo pensar en que ese es el arquetipo del destino o la suerte del artista.
Aunque la actitud de Bábel hacia el arte está fincada en la literatura romántica, aún sigue siendo un análisis intuitivo de las raíces de su propio enajenamiento, ya que no cabe duda que era un artista enajenado. Su relato de Maupassant no es simplemente una historia casual, sino que, contiene un sumario retrospectivo de toda su carrera como escritor, una especie de parábola sobre lo que le sucedió a su arte. Sin embargo, usar el término enajenamiento o enajenado en Bábel sería un grave error. Pues el artista es siempre un caso especial; está en su propia naturaleza. Es encontrarse alejado. Transforma su alejamiento de la vida en un valor válido y funcional, un movimiento de los nervios antes de la ruptura ocasionada por la sociedad.
Pensando en el proceso de enajenamiento o desavenencia en este sentido especial, Henri Bergson consideraba a todos los artistas como los afortunados productos de una separación profunda. De vez en cuando — escribe en su libro La mente creativa— por un fortuito accidente, surgen hombres cuyos sentidos se adhieren menos a la vida. Cuando ven las cosas, las ven por sí mismas y les dan otra atribución. No perciben la acción sólo con una mirada; perciben por el simple hecho de percibir —por el placer de hacerlo. En cuanto a ciertos aspectos de su naturaleza, sea de su conciencia o de uno de sus sentidos, ellos nacen separados, desprendidos…»
Seguramente que Bábel era un «accidente afortunado». Pero «percibir algo sólo por el placer de hacerlo» tenía ciertas implicaciones que eventual- mente lo conducirían a oponerse a la vida judía tradicional. Aun en el puerto semi-cosmopolita de Odesa, el gheto seguía siendo un pueblo, con su estricto sistema ético, con sus propias costumbres y rituales como protección en contra del mundo extraño que los rodeaba. Todo interés en el mundo, en el amor sexual por sí mismo, en las actividades poco económicas del arte, en el placer, todo era anatema, todo era prohibido. Es en este punto, cuando Bábel se vio forzado a romper con esa manifestación de la vida judía para convertirse en un artista; el proceso de enajenamiento ya había comenzado en sus nervios y había adquirido un significado sociológico. Pero el suyo era un enajenamiento muy particular, cuya característica principal no era una auto-estima introvertida, sino más bien un interés extrovertido y ansioso por el mundo entero. Isaak Bábel fue esa clase de figura rara dentro de la literatura judía, un judío que encontró el propósito de su vida en el disfrute de un mundo cambiante en el que creía y en el de la literatura.
Siempre listo para la experiencia «mística» que el mundo pudiera ofrecerle, Bábel sufría sin embargo por dentro por su heredado sentido de lo judío y de lo ético. En sus pasajes más llenos de éxtasis, uno puede escuchar su dura crítica. Al igual que los rabinos jasídicos de tiempos modernos, él se había aprendido todos los rezos, pero el milagro de la posesión absoluta que debiera acompañarlos no ha ocurrido jamás. Y sólo el «milagro» de sucesos revolucionarios llevó su arte, su narrativa, a su máximo logro en Caballería Roja. Pero esto fue para él un éxito externo, ya que el artista, a la larga, depende sólo de sus propios poderes.
Al final, uno recuerda precisamente el último de los cuentos en Caballería Roja, aquel en que Bábel presenta el retrato de Ilya, «el último hijo, maldito y desobediente» del príncipe jasídico Rabí Motaley Bratslavsky. Usando una técnica que nos recuerda los montajes y los efectos cinematográficos de Eisenstein, Bábel comprime toda la historia de la participación judía en el movimiento revolucionario en un solo bosquejo.
Ilya, su personaje, se ha convertido en bolchevique y en soldado del Ejército Rojo, y ahora se encuentra sentado en el sueño de un vagón de tren que lleva las tropas en retirada; muriéndose de tifo, rodeado de todo el desorden lírico de su vida. En tonos elegiacos, Bábel enuméralas imágenes de la desgarrada existencia de Ilya: «… los mandatos del propagandista y los libros de recuerdos del poeta judío; juntos los retratos de Lenin y Maimónides se encuentran lado a lado, la dura calavera de Lenin al lado de la opaca seda del retrato de Maimónides. Un cairel de una mujer está dentro de un libro, y las Resoluciones del Sexto Congreso del Partido, y los márgenes del «Llamado Comunista», están repletos de versos en hebreo. Y juntos cayeron bajo una lluvia desbordante las páginas del Cantar de los Cantares y esos cartuchos…»
Y mientras que Ilya, el último príncipe de un abortado destino jasídico espera la muerte, «una Rusia monstruosa e inconcebible» camina al lado del tren. Toda la desesperación y confusión de una derrota militar suspiran por encima del moribundo cuerpo de Ilya. «Y yo —grita Bábel— que apenas si puedo contener las tempestades de mi imaginación dentro de mi cuerpo, estaba allí, cerca de mi hermano cuando él murió». Leyendo hoy esta historia, teniendo en mente el verdadero destino de Bábel, uno piensa del escritor como él pensaba de Ilya, como el último de los príncipes jasídicos, llenos de alegría del vivir y que surgieron del conflictivo pero profundamente espiritual mundo del gheto. Y sus lamentaciones por Ilya se convierten en lamentos por él mismo, por la pérdida de esa esperanza de lo maravilloso y de la perfección de la alegría que animó la búsqueda de toda su vida.
Una de las peculiaridades de Bábel, ya fuera que estuviese en Kiev, en Moscú o en San Petersburgo, era el de establecer un lugar tranquilo y secreto donde trabajar. Quienes lo conocieron cuentan que solía «esconderse» a escribir en la casa de algún amigo íntimo, a quien también confiaba copias o versiones de sus relatos. Algunos cuentos inéditos han sobrevivido gracias a esta costumbre, así como al valor y a la fe de dichos amigos; desde que el temor a las represalias fue disminuyendo en los últimos tiempos, estas personas o sus familiares han cedido los antiguos manuscritos para su publicación.
Brillantes escritores rusos como Ilya Ehrenburg, Mayakovski y Esenin, fueron amigos de Isaak Bábel. Algunos lo han descrito; Ehrenburg anotó: «Bábel, por su aspecto, a lo menos que se parecía era aun escritor… Tenía unos ojos que las gafas no podían esconder, extraordinariamente expresivos, unas veces maliciosos, otras veces tristes… Quería conocerlo todo, quería conocer hasta los más insignificantes detalles de la vida… Trabajaba despacio, sufriendo, siempre descontento consigo mismo…»
Por su parte el poeta Mayakovski describe así su encuentro con Bábel: «La última vez que lo vi caminamos juntos por una hierba corta pero muy verde; la hierba cubría la densidad y suavidad del prado ancho que bajaba hasta el río y acababa en el río negro y estrecho. Bábel marchaba cabizbajo, tranquilo, hablaba de cine; parecía muy cansado, hablaba con tranquilidad y no acertaba a ligar, a decir hasta el final lo que ya comprendía. Antes de esto había escrito el drama Ocaso, que con fuerza bíblica muestra el dolor y la razón tardía de un amor no joven. Íbamos los dos por la hierba, y suave, corría ante nosotros el río estrecho: era como una línea trazada con lápiz azul sobre un libro de contabilidad para escribir bajo la línea la palabra saldo. No éramos aún viejos, corría el año de 1937». Dos años después Bábel era detenido.
Entre 1939 y finales de la década de los 60, el nombre de Isaak Bábel fue totalmente borrado y olvidado en la Unión Soviética. Sus contemporáneos no se atrevían a mencionar su nombre y, para las nuevas generaciones, Bábel no existía, había sido suprimido de los libros de texto y de las enciclopedias.
A partir de 1969 se inició un lento y temido proceso de «rehabilitación» en el país natal de Bábel; la publicación de sus obras, aunque incompleta y poco frecuente, ha sido nuevamente reasumida. Por otra parte, merced a la paciente búsqueda llevada a cabo por algunos especialistas, se han podido rescatar varios cuentos de su época posrevolucionaria, algunos de los cuales ya han sido publicados una sola vez, en anónimos periódicos de provincia y después olvidados.
Hoy, con los nuevos aires que se respiran en la ex Unión Soviética, el nombre de Isaak Bábel ha vuelto a brillar. Sus obras posiblemente vuelvan a publicarse en los libros de texto y de literatura, para que sean conocidos por las jóvenes generaciones. Y así rehabilitarlo totalmente como hombre, como escritor y como judío, después de un olvido tan largo…
Bábel fue uno de los primeros escritores judíos asesinados por el régimen de Stalin, después seguiría la persecución de todos aquellos que desaparecieron en la oscura noche de los intelectuales y poetas judíos asesinados el año de 1952.