Coloquio

Edición Nº2 - Diciembre 2010

Ed. Nº2: El choque de cosmovisiones

Por Carlos Escudé

Introducción

El conflicto global actual se asemeja mucho a lo que Samuel Huntington profetizó en 1993 en la revista Foreign Affairs, ocho años antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001. No se trata, sin embargo, de un auténtico choque de civilizaciones, sino de un conflicto entre concepciones opuestas acerca de lo que debe ser la relación entre el individuo, el Estado, y el ámbito de lo cultural y lo religiosoEs un colosal choque de cosmovisiones que se produce en dos niveles diferentes: en el interior de Occidente, por una parte, y entre el Occidente liberal-secular y el extremismo islámico, por la otra. Como es un conflicto entre valores no negociables, sus consecuencias son más peligrosas que las que provienen de intereses geoestratégicos y económicos divergentes.

Fundamentos del neomodernismo

Para entrar en materia debemos comenzar por la dimensión intra-occidental del choque, que puede formalizarse en la siguiente díada de proposiciones contrapuestas:

“Si todos los seres humanos poseen un mismo conjunto de derechos emanados de su condición de individuos, entonces todas las culturas no son moralmente equivalentes, porque hay culturas que no reconocen, ni siquiera en principio, la vigencia de tales derechos” (en adelante Proposición A). “Si por el contrario, todas las culturas son moralmente equivalentes, entonces todos los individuos no están dotados de los mismos derechos humanos, porque hay culturas que adjudican a algunos hombres más derechos que a otros hombres y mujeres” (Proposición B).

Los intelectuales adeptos a la corrección política convencional prefieren optar por el camino fácil, afirmando simultáneamente que todos poseemos los mismos derechos y que todas las culturas son moralmente equivalentes. Sin embargo, basta con detenernos un instante en este lugar común de gente culta para comprender que las dos proposiciones son contradictorias.

Las díadas de la destrucción


Díadas de enunciados como estos sintetizan una cosmovisión y su conflicto con una concepción opuesta. La que antecede encapsula la tensión lógica entre dos grandes axiomas, ambos de origen occidental, acerca de cuál es el sujeto de derecho que debe prevalecer como razón-de-ser del orden político: el individuo o las macro-culturas de raigambre histórica que interactúan en el mundo. El primer enunciado es universalista, individualista y liberal, mientras que el segundo se ancla en el relativismo cultural. El primero tiene su origen en la Ilustración y es característico de la modernidad. El segundo representa el espíritu postmoderno del multiculturalismo, que postula la equivalencia moral entre todas las culturas, aunque sus contenidos axiomáticos a veces se traduzcan en la lapidación de mujeres acusadas de adulterio.

Existen escasas alternativas lógicas a estas dos posturas. No suman más de siete y todas están potencialmente en conflicto entre sí. El universalismo puede ser individualista y liberal, como en el caso de la Proposición A, o colectivista e historicista. En el mundo real, el principal exponente de un universalismo historicista fue el marxismo, que perdió parte de su relevancia política con el colapso de la URSS. Es una doctrina que otorga prioridad a la dialéctica que presuntamente permitirá alcanzar su utopía igualitaria, sacrificando en el camino la libertad y otros derechos individuales. Enfrentada a la Proposición A, engendró la siguiente díada de conflicto ideológico:

“Si la dialéctica histórica conduce a una lucha de clases que inexorablemente desemboca en la sociedad sin clases (que no es sino el objetivo humanista supremo), entonces los derechos individuales deben subordinarse a los intereses del proletariado, para así alcanzar el Punto Omega de la justicia distributiva” (Proposición M o Marxista).

“Si por el contrario, todos los hombres y mujeres poseen los mismos derechos esenciales, entonces un orden totalitario que pretenda anular estos derechos debe ser combatido, aunque se escude en fantasiosas leyes historicistas que supuestamente conducen a un paraíso social de la mano de la revolución” (Proposición A-2).

Esta díada de conflicto entre dos universalismos opuestos fue la fuente de la Guerra Fría. Aunque ya no es un motor de la historia, es útil recordar que el mundo estuvo a punto de estallar en una guerra nuclear apocalíptica para resolver la tensión entre un universalismo liberal y otro historicista. Cuando se contraponen en la primera línea de la competencia por el poder mundial, el conflicto inherente a estas díadas puede conducir al holocausto supremo.

Complementariamente a estas concepciones universalistas, pero opuestas entre sí, existe un conjunto de cuatro concepciones jerárquicas y particularistas (o supremaciítas). Están basadas en la supuesta superioridad de un segmento del género humano sobre los demás. Diversas cualidades han sido usadas para justificar primacías:

1) La pertenencia a una raza o pueblo ‘superior’,

2) Una fe revelada,

3) La portación de un sexo, y

4) La adscripción a un estamento social.

De estos cuatro principios particularistas, sólo uno compite por la supremacía en la actualidad. El racismo y el elitismo han sido eliminados como opciones ideológicas falsas por la historia de los últimos dos siglos, mientras que el sexismo sólo sobrevive como opción válida para algunas culturas en conjunción con las aspiraciones hegemónicas de un fundamentalismo religioso: el islámico. La dimensión ideológica de toda la historia del conflicto humano puede reducirse a estas siete grandes proposiciones trascendentes, que se derivan de tres grandes principios generativos: universalista, supremaciíta y relativista

Por otra parte, todas las doctrinas derivadas de postulados particularistas son absolutistas. En términos lógicos están opuestas tanto a la concepción relativista de la Proposición B como a las dos doctrinas universalistas que compitieron durante la Guerra Fría. Cuando las partes comprometidas en un conflicto por el poder mundial conforman una díada en que un axioma supremacía se enfrenta a uno universalista, nos encontramos frente a una conflagración potencial devastadora. La Segunda Guerra Mundial fue el resultado de la siguiente díada:

“Si existe una raza de señores, entonces todos los individuos no poseen los mismos derechos esenciales, porque los miembros de la raza superior deberán señorear sobre la humanidad entera en virtud de su adscripción étnica” (Proposición N o nazi).

“Si por el contrario, todos los individuos poseen los mismos derechos esenciales, no existe tal cosa como una raza de señores, porque el señorío de cada individuo dependerá de su capacidad, patrimonio y atributos personales” (Proposición A-3).

Fue necesario sacrificar sesenta millones de vidas humanas para zanjar la disputa entre este enunciado particularista y su contraparte universalista, eliminando así la perversa utopía nazi.

El actual choque entre el extremismo islámico y el Occidente liberal y secular deriva de una díada de características similares:
“Si el Corán es la única Escritura revelada y el medio al que acudió Dios para legislar sobre los asuntos humanos, entonces Alá debe gobernar sobre los hombres, los fieles señorear sobre los infieles y los varones regir sobre las mujeres. Todo orden alternativo subvierte el mandato divino y debe ser oportunamente derrocado” (Proposición I o islamista).

“Si, por el contrario, todos los individuos están dotados de unos mismos derechos esenciales que incluyen la libertad religiosa y la igualdad ante la ley, entonces toda doctrina que apele a métodos violentos para imponer el predominio de una fuente religiosa y una jerarquía teocrática es intrínsecamente perversa y debe ser reprimida” (Proposición A-4).

Por supuesto que el primer enunciado no es atribuible a la totalidad de los musulmanes sino sólo al minoritario segmento extremista. Pero por su capacidad de intimidación, es éste el que tiene la iniciativa en estos tiempos.

Aunque en el pasado el cristianismo aportó sus propias versiones de la Proposición I, éstas han perdido vigencia desde los tiempos de las guerras religiosas entre católicos y protestantes. Pero el fundamentalismo fanático tiene plena actualidad en poderosos segmentos del islam chiíta y wahhabita, que cuentan con incalculables fortunas provenientes del petróleo iraní y saudí para financiar el terrorismo del Hamas en Israel, el embate violento del Hezbollah en el Líbano y las madrasas que adoctrinan a la población musulmana de Europa.

Conclusiones


Por cierto, la díada de axiomas contrapuestos que hoy empaña a la política mundial es más grave que las anteriores por tres motivos:

1) Responde a un ámbito no negociable;

2) A diferencia de la Segunda Guerra Mundial, que se desencadenó antes de la invención de la bomba atómica, se presenta en una era de proliferación de armas de destrucción masiva, y

3) Viene acompañado del conflicto que, en el interior de Occidente, libra el relativismo contra el universalismo liberal.

En verdad, hoy los cultores de la relativista Proposición B son aliados tácticos del extremismo islámico, a pesar de que estratégicamente son enemigos de todos los axiomas particularistas. Obsérvese que nada hay tan radicalmente igualitario como la Proposición B, que a fuer de relativista a todo lo iguala. Y nada hay tan absolutista como la Proposición I, que pretende imponerle al mundo un orden teocrático. Sin embargo, en la actualidad se plasma una alianza implícita entre ellas.

En suma, Occidente padece de una suerte de síndrome de inmunodeficiencia cultural adquirida. Si a esto se agrega la amenaza de las armas de destrucción masiva, las perspectivas de la especie humana en su conjunto no son buenas.