Coloquio

Edición Nº19 - Marzo 2013

Ed. Nº19: Bicentenario de la derogación de la inquisición

Por Mario Eduardo Cohen

Acusados “por mover la lengua de otro modo”

El 24 de marzo de 1813 la llamada Asamblea del Año XIII adoptó en Buenos Aires una histórica decisión. Decía la norma aprobada en esta fecha: “Queda desde este día absolutamente extinguida la autoridad del Tribunal de la Inquisición…”. Esta misma decisión de derogar la Inquisición se iría tomando en los restantes países hispanoamericanos con el inicio de la independencia. 

Quedaba extinguida entre nosotros lo que Ricardo Juan Caballero llamó “la más duradera, perfecta y recia maquinaria jurídica represiva de todos los tiempos”.(1) En el mismo sentido la investigadora Anita Novinsky explicó su larga actuación  por su férrea unión con el poder político y la señaló como la mayor empresa de la corona hispánica.(2) Otro prestigioso historiador,  Bartolomé Bennassar  consideró a la Inquisición española como instrumento de  control político y control social al servicio del Estado centralista.(3) Cabe destacar que la Inquisición portuguesa  (que tuvo jurisdicción sobre Brasil) fue más activa que la española pero no ha recibido todavía estudios profundos.

En las últimas décadas han aparecido historiadores que han querido justificar y explicar el nefasto tribunal. Estos defensores se basan en el hecho de que también en otras partes de Europa hubo tribunales civiles y eclesiásticos, incluso habrían sido más sanguinarios.  Y que no fueron tantas las veces que el  Santo Oficio impuso la pena máxima (por lo menos en el período del cual se tiene estadísticas: 1540/1700). Por lo que veremos en este artículo, estos argumentos tienen poco fundamento ya que no toman en cuenta el accionar de la Inquisición, único en su tipo.  Al respecto dice Turberville: “no es que el Santo Oficio fuese peor que los tribunales seculares, sino que hubiese sido mejor. Es una horrible incongruencia que semejante sistema haya sido aplicado por ministros de Cristo y en su nombre”.(4)

Persecución

La Inquisición española se caracterizó por haber tenido una increíble capacidad de adaptación a los tiempos y a los lugares. Comenzó tímidamente con apenas dos Inquisidores en 1480 para llegar, un siglo después, a cubrir casi todos los dominios españoles con centenares de funcionarios y colaboradores; constituyendo un factor de poder en sí misma, para recién desaparecer en el siglo XIX. En las primeras etapas persiguió especialmente a los conversos judíos y conversos musulmanes, luego lo hizo con los protestantes y alumbrados, para finalmente ocuparse de combatir (sin dejar de perseguir a los ya citados) la brujería, la superstición, la bigamia, la blasfemia, “crímenes” contra el Santo Oficio, la apostasía, solicitación de sexo por parte de los sacerdotes (el confesionario es justamente una creación del siglo XVI para evitar este “pecado”) y finalmente combatió las nuevas ideas del siglo XVIII. A lo que hay que agregar una férrea prohibición a la entrada de los libros censurados.

En las primeras etapas de la América hispana, los obispos tenían jurisdicción en materia de temas de la fe. Más tarde se crearon tres tribunales que tenían competencia sobre toda la América española (y Filipinas).  Una de las sedes era México (desde 1571) que cubría el área norte; la de Cartagena (creada en 1610) que tenía jurisdicción sobre el norte de América del Sur y las islas del Caribe.  El sur de América del Sur era cubierto por el tribunal de Lima (creado en 1570).  

La Inquisición con sede en Lima  (actual Perú) tenía jurisdicción sobre el actual territorio argentino y la geografía que abarca -además del Perú- los actuales países de Bolivia, Paraguay, Chile y Uruguay.  Había juzgado en casi dos siglos y medio, más de 2.000 casos  y ejecutado (quemados vivos) a por lo menos 32 personas; 23 de las cuales acusadas de “criptojudaísmo” (entre ellos el tucumano Francisco Maldonado de Silva).

Los tres pilares

Según Anita W. Novinsky la acción de la Inquisición española se basaba en tres pilares: la Identificación con el poder —que ya hemos señalado—; la identificación con las clases bajas; su inmensa capacidad de  generar terror.(5)

Señala la misma autora que “el Tribunal de la Inquisición de la Península Ibérica utilizó la religión para legitimar un orden arbitrario sobre el que se apoyaba el sistema político de dominación. En éste no había lugar para los judíos ni los cristianos nuevos como no lo había para los musulmanes o los negros, los gitanos o los mulatos. Heterodoxos y contestatarios sufrían, por supuesto, la misma suerte”.(6)

Respecto a su alianza con las clases bajas, Anita Novinsky describe en los cristianos viejos dos tipos de actitudes. Estaban los que asistían a los Autos de Fe. Y también estaban los que los denunciaban. Éstos se sentían aliviados de algún modo, realizando una particular catarsis al hallar a un “chivo expiatorio”. Así, el más simple de los agricultores por su sola condición de “cristiano viejo” podía identificarse con los más poderosos y sentirse a la par de éstos, sirviendo a los fieles como garantía para su salvación.

Al respecto, en la literatura es suficientemente ilustrativa la obra “Peribañez y el Comendador de Ocaña”(7), fruto de la pluma de una de las grandes personalidades de las letras españolas,  Lope de Vega (1562/1635):

“Yo soy un hombre
aunque de villana casta,
limpio de sangre, y jamás
de hebrea o mora manchada”.


Eficiente metodología

La presencia de la Inquisición infundía miedo y terror. Pero su acción cotidiana se asentaba a través de un rígido sistema de amenazas y de técnicas persecutorias. Sus instrumentos —como el tristemente célebre potro— fueron precisos para la tortura y la aniquilación de los derechos humanos. Su metodología fue eficiente para posibilitar la continuidad de la estructura social del antiguo régimen.

Es también interesante reproducir aquí lo expresado por el editor y comentarista Francisco Peña, cuando publicó el “Manual de los Inquisidores” de Nicolás Eymerich, en el año 1578. Leemos allí los siguientes párrafos: “ … hay que recordar que la finalidad esencial del proceso y de la condena a muerte no es la de salvar el alma del reo, sino promover el bien público y aterrorizar al pueblo …” y, algunas líneas después, se explaya: “ … no cabe duda de que instruir y aterrorizar al pueblo, proclamando además las sentencias e imponiendo los sambenitos, es un buen método …” para agregar más adelante: “ … el secreto (del procedimiento) fomentaba el mito y con ello el temor y la intimidación”.(8)

En palabras de Bartolomé Bennassar: “el método predilecto de la Inquisición es, en mi opinión, la sutil difusión del miedo entre las capas del cuerpo social”. (9)

Debe recordarse que todas las actuaciones del Tribunal eran secretas, los testigos declaraban no públicamente y el reo no sabía de qué lo acusaban.  “El secreto fomentaba el mito y con el ello el temor y la intimación popular ante la institución”.(10)

Otro elemento que imponía miedo en la gente era la posibilidad del escarnio público y la seguridad de quedar en la miseria, ya que inmediatamente a que uno era arrestado se secuestraban sus bienes. Raramente se conseguía una apelación a sus sentencias. Por otra parte, el abogado defensor era apenas una figura decorativa.  Decía claramente el “Manual de los Inquisidores” (de 1578): “El papel del abogado es presionar al acusado para que confiese y se arrepienta, solicitar la penitencia del crimen cometido”.(11)

Nada mejor que dejar reflejadas todas estas situaciones  mediante el relato de uno de los condenados a morir quemado vivo. Se trata de las lúcidas palabras escritas por Francisco Maldonado de Silva en su segunda carta a la Sinagoga de Roma: “… el que abiertamente confiesa ser judío y no haber otro Dios verdadero que el Dios de Israel, es echado al estrago del fuego y le quitan toda su hacienda, y si acaso tiene hijos no se compadecen en absoluto de ellos; por el contrario, quedan en perpetuo oprobio. Si se convierten a los cristianos, quitados todos sus bienes, los vejan con oprobio perpetuo, pues aunque por algún tiempo corto o largo les ponen sobre los vestidos la capa que llaman de Sambenito, sin embargo el estigma de su oprobio se imprime en su sangre y en la de sus hijos de generación en generación, y no pueden ni ellos ni sus hijos desempeñar funciones públicas en los Estados de los cristianos….”.(12)

Tres tragedias

Dice al respecto la historiadora Anita Novinsky: “los judíos tuvieron dos grandes ilusiones: que al convertirse al catolicismo tendrían seguridad e igualdad, y que el Nuevo Mundo sería la tierra prometida. La conversión no los tornó iguales, no los salvó de las humillaciones, de la miseria y de la muerte.  En el Nuevo Mundo pagaron un alto precio por su desaparición como judíos”.(13)

El relato sintetizado de tres casos de criptojudíos americanos nos puede dar la dimensión humana de esta tragedia.

Durante casi dos siglos y medio rigió este nefasto tribunal en estas tierras. Unas 30 a 40 personas fueron quemadas vivas en América por profesar su judaísmo o tener costumbres judías. Fueron verdaderos mártires de la libertad de pensamiento.  Uno de ellos fue el tucumano Francisco Maldonado de Silva  (1592/1639), quemado vivo en Lima luego de doce años de estar en la cárcel de la Inquisición. El primer día ante el Tribunal de Lima dijo muy valientemente que solamente juraría por el Dios de Israel, con lo que ya se sabía condenado a la muerte. Por otro lado, mantuvo quince discusiones con capacitados hombres de la Iglesia y no pudieron convencerlo.

A lo que se agrega que su familia quedó en el oprobio y en la absoluta miseria.(14)

Además de los muy conocidos casos de Luis de Carbajal el Mozo y de Tomás Treviño de Sobremonte, nos parece oportuno describir el padecimiento de dos heroínas del criptojudaísmo mexicano, menos conocidas. Una es Justa Méndez (1576/1642). En el Auto de la Fe que se celebra en 1596, su madre es sentenciada a cárcel perpetua y confiscación de bienes, su tía es quemada viva y Justa es reconciliada. Pero su prisión y el uso del sambenito se prolongaron hasta 1599.

Toda su vida la dedicó a la difusión del judaísmo y a estar junto a los suyos. Realizó grandes esfuerzos en la tarea caritativa, la que llevaba a cabo yendo a los hospitales para acompañar las dolencias de los enfermos de origen criptojudío.

Por amenazas de muerte recibidas, se mudó de Ciudad México a Veracruz.

Durante el Gran Auto de la Fe del 11 de abril de 1649 (a casi cinco años de su muerte) se exhuman y queman sus huesos.

Otra heroína fue Juana Enriquez,apresada por la Inquisición en 1642. Llamada por los funcionarios inquisitoriales “rabina”, “pérfida”, “dogmatista” fue torturada en dos ocasiones. En el mencionado Gran Auto de la Fe del 11 de abril de 1649 hubo 109 penitentes, siendo 108 de ellos los acusados por prácticas “judaizantes”. Pero 66 de éstos habían ya muerto. Un día después golpearon con doscientos azotes a Juana Enríquez. Se sabe que partió luego como presidiaria para cumplir pena perpetua en España, aunque nunca llegó a destino. No se pudo determinar su fin. Escribió sobre ella Seymour B. Liebman que “… la influencia de Juana Enríquez fue grande durante todo el período de su vida en México. Abrió paso al judaísmo y ayudó a otros a mantener su fe…”.(15)

Cabe señalar que ninguna calle, ninguna plaza, ninguna placa, ningún colegio judío de América lleva el nombre de estos verdaderos mártires del judaísmo, grandes luchadores por la libertad de conciencia y por los derechos humanos. Los que simplemente fueron acusados por la Inquisición —en la muy gráfica expresión de Goya— “por mover la lengua de otro modo”.

Al respecto reconoce la historiadora Lucía García de Proodian —quien en general manifiesta muy poca simpatía hacia el judaísmo—: “El alma hebrea  que a través de su éxodo bimilenario por tantos pueblos y ciudades demostró tener un fermento de juvenil vitalidad, experimenta en el continente americano, durante los dos siglos que siguieron al descubrimiento, una desplegadura tan activa y polifacética como la de su contemporáneo, el cristiano viejo”.(16)

Luego agrega un párrafo en el que resalta la “inmensa vitalidad de este pueblo”, cuando se refiere al supuesto proselitismo que se ejercitaba entre los criptojudíos, afirmando que: “Nos sentimos asombrados y hasta admirados de la inmensa vitalidad de este pueblo que, en un medio tan adverso y poco propicio a sus fines, no se resignaba a permanecer en actitud pasiva, sino que, por lo contrario, se lanzaba a tomar la ofensiva tratando de llevar a filas nuevos adeptos. Sin duda, su afán proselitista constituía una poderosa corriente subterránea que iba minando vorazmente los cimientos de la heterogénea y bulliciosa sociedad colonial”.(17)

Otro historiador actual afirma sobre los criptojudíos americanos que “son judíos… solamente porque se sienten eslabones de una cadena milenaria, porque hacen parte de un linaje; disminuidos culturalmente por un presente agobiante, preservan en su diferencia volviendo la mirada hacia el pasado”.(18)

Aunque ya en 1812 las Cortes de Cádiz aprueban la disolución de la Inquisición, en España recién sería abolida en 1834. Y en el Río de la Plata la Asamblea de 1813 determina la abolición, pero todavía quedarían algunos restos. Sólo en 1820 el Libertador José de San Martín entra con sus tropas y desaloja la sede limeña de la Inquisición. Y, en México, el 10 de junio de ese año sale en libertad el último prisionero de la Inquisición en América, el descendiente de sefaradíes expulsados de Portugal, Rafael Crisanto Gil Rodríguez (alias “El Guatelmateco”), y un año después se disuelven las sedes de Cartagena como la de Portugal.

Cuando “El Guatemalteco” haya de dar esos pasos que lo proyecten hacia la luz, tres y medio siglos de cruel oscuridad quedarán para siempre en la Historia. Una historia que desgajó y desgarró a tantas y tantas víctimas por pensar, sentir y vivir con un ideal y una creencia que no era la de los carceleros y verdugos que se decían gendarmes del dogma.


 
Notas:
 
(1) Ricardo Juan Caballero: “Justicia Inquisitorial. El sistema de justicia criminal de la
Inquisición Española”. Ariel, Buenos Aires, 2003, contratapa.
 
(2) Anita Waingort Novinsky: “A Inquisiçao”. Editorial Brasilense, Sao Paulo, 1982, pp. 89 y 90.
 
(3) Bartolomé Bennassar: “Modelos de la Mentalidad Inquisitorial: Métodos de su ´Pedagogía
del Miedo´” en Ángel Alcalá y otros: “Inquisición española y mentalidad inquisitorial”. Editorial
Ariel S.A., Barcelona, pp. 174 a 182.
 
(4) Mencionado por Ricardo Juan Caballero. Op. Cit., pág 11.
 
(5) Conceptos tomados de Anita Waingort Novinsky. Op. Cit., pág 90.
 
(6) Ibídem, pág. 90.
 
(7) “Peribañez y el Comendador de Ocaña”. Ed. Altaya. Madrid, 1994. Pág. 196 (III jorn., vs.
947/950).
 
(8) “Manual de los Inquisidores” de Nicolau Eimeric y Francisco Peña. Barcelona, Muchnik
(1578), 1996, pág. 151.
 
(9) Bartolomé Bennassar. Op. Cit. Pág 175.
 
(10) Ibídem, Bartolomé Bennassar. Op. Cit. Pág 178.
 
(11) Del Manual de los Inquisidores. Op. Cit. Pág 168.
 
(12) Gunter Bohm: “Historia de los judíos en Chile”. Volumen I. Editorial Andrés Bello, 1984,
Santiago de Chile. Pág. 324.
 
(13) Anita Novinsky. “Cristianos Nuevos en Brasil. Historia y Memoria” en Sefárdica Nº 10,
CIDICSEF. Buenos Aires, 1993, pág. 70.
 
(14) Véase: Mario Eduardo Cohen. “Francisco Maldonado de Silva (Siglo XVI). Las fuentes de
su pensamiento judaico”. En Sefárdica Nº 20, agosto 2012, CIDICSEF. Buenos Aires, pp. 107/
117.
 
(15) Seymour B. Liebman. “Valerosas Criptojudías en la América Colonial”. Biblioteca Popular
Judía, Edición Congreso Judío Latinoamericano. Buenos Aires, 1973, pág.. 40.
 
(16) Lucía García de Proodian. “Los judíos en América. Sus actividades en los Virreinatos de
Nueva Castilla y Nueva Granada. S. XVII”. Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
Instituto Arias Montano. Madrid, 1966. Pág. 7.
 
(17) Lucía García de Proodian. Ibídem. Pág. 188.
 
(18) Ricardo Escobar Quevedo. “Inquisición y Judaizantes en América Española (siglos XVI/
XVII)”. Editorial Universitaria del Rosario. Bogotá, Colombia, 2008. Pág. 236.