Coloquio

Edición Nº17 - Septiembre 2012

Ed. Nº17: Los rabinos de Malvinas y el antisemitismo durante la guerra

Por Hernán Dobry

La presencia de cinco rabinos argentinos prestando asistencia espiritual a los soldados judíos desplegados en las islas Malvinas y en la costa patagónica es una paradoja que sólo la guerra pudo haber conseguido. No es para menos sólo la religión católica, tenían permitido designar capellanes para que cumplieran sus funciones en las Fuerzas Armadas, a pesar de que había soldados y suboficiales que profesaban esas fes.

Lo que torna todo esto más paradójico es que su designación se dio durante la última dictadura militar, que estaba acusada por el antisemitismo que existía en sus filas y en los centros clandestinos de detención, donde los judíos eran torturados con un sadismo especial.

La guerra todo lo pudo y los cinco religiosos lograron viajar y prestarles asistencia espiritual a los soldados judíos que se encontraban desplegados en la Patagonia. Sin embargo, el rabino Baruj Plavnick, quien estaban destinado a Puerto Argentino, nunca pudo llegar a las islas por diferentes razones, que van desde lo estratégico hasta lo discriminatorio.
Sin ir más lejos, el general de división Osvaldo García, comandante del Teatro de Operaciones Sur, se oponía a que arribaran los religiosos a Comodoro Rivadavia, escala previa para ir a las Malvinas, a pesar de que había recibido la orden del Estado Mayor Conjunto (EMC) de hacerse cargo de ellos.

Eso lo llevó a enfrentarse con su subalterno, el coronel Esteban Solís. “Me dijo: ‘No vamos a aceptar a ningún rabino que venga para acá, porque no tenemos tiempo para recibirlos ni ocuparnos de eso. En este momento, no vamos a hacer absolutamente nada de eso, de manera tal que si el Estado Mayor insiste veremos qué es lo que ocurre’”, recuerda el coronel.
Finalmente, el general recapacitó y permitió que pudieran llevar adelante su tarea. Así, Plavnick viajó a Comodoro Rivadavia el 12 de mayo, en camino hacia Puerto Argentino, seguido, el 16, por sus colegas Efraín Dines, quien debía quedarse en esa ciudad (luego fue transferido a Trelew), y Tzví Grunblatt, destinado a Río Gallegos. A principios de junio, Plavnick fue remplazado por Felipe Yafe y Grunblatt por su hermano, Natán.

El pedido de la comunidad

La idea de prestarles asistencia espiritual a los soldados judíos tuvo dos orígenes paralelos que convergieron en una sola gestión. La primera surgió del rabino Marshall Meyer en una de las reuniones que solía realizar los sábados luego del servicio de Shabat, en su departamento del barrio de Belgrano.

Allí, debatió con su Plavnick y otras personas sobre qué postura tomar frente a la recuperación de las Malvinas. Ante el apoyo de su colega a la medida del gobierno, lo instó a que viajara a asistir a los conscriptos.
Meyer se comunicó con el secretario general de la DAIA, Edgardo Gorenberg, para que buscara la forma de que un religioso fuera a las Malvinas. Al mismo tiempo, el Seminario Rabínico Latinoamericano logró que la Dirección General de Cultos le hiciera un vínculo con el EMC.

Esta inquietud sirvió para que los dirigentes comunitarios se movilizaran, al punto de que plantearon el tema en la Sesión Plenaria de la DAIA, realizada el 26 de abril. Para ese entonces, su operador político de la entidad, Bernardo Fain, ya se había reunido con el jefe del Estado Mayor Conjunto, el vicealmirante Leopoldo Suárez del Cerro, y le había pedido enviar rabinos para asistir espiritualmente a los cerca de 200 soldados judíos movilizados en el Sur y las Malvinas.
Luego de varias idas y vueltas, el marino le informó que las Fuerzas Armadas habían aceptado la petición y que los religiosos partirían para llevar adelante esta misión.

Una misión histórica

Tanto la DAIA como el Ejército desconocían cómo manejar este tema ya que era algo inédito para ambos. Por un lado, los militares habían estipulado que debían “vestir como Capellán”, pero los propios religiosos no se ponían de acuerdo en qué harían con este tema cuando llegaran a sus respectivos destinos.

Plavnick no quería usarlo por el significado que tenía el uniforme para él ya que solía visitar las cárceles junto con Meyer para prestarles asistencia espiritual a los presos políticos que estaban a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). En cambio, Grunblatt y Dines no tenían ningún problema en ponérselo.

Finalmente, decidieron no utilizarlo. Más allá de este detalle, nunca fueron considerados capellanes por las Fuerzas Armadas, a pesar de que los llamaban así en todos los documentos oficiales. Esto hubiera implicado otorgarles un sueldo, un grado militar equivalente al que recibían los curas y, luego, una pensión de por vida como retirados, algo que nunca ocurrió.
Esto no impidió que pudieran cumplir con su misión de prestarles asistencia espiritual a los soldados judíos que estaban desplegados en la Patagonia, salvo el caso de Plavnick que nunca pudo llegar a las Malvinas, como estaba previsto, por lo que debió modificar su plan original.

La tarea inconclusa

Plavnick arribó a Comodoro Rivadavia el 12 mayo con la intención de embarcarse rumbo a Puerto Argentino. Sin embargo, antes de partir, Suárez del Cerro notificó a Fain de que, en lugar de hacer el cruce en un avión de la Fuerza Aérea, lo realizaría en uno de la Cruz Roja, que debía llegar al Sur en esos días.

Esta modificación se debió a que el rabino era un civil y las aeronaves militares sólo se utilizaban para trasladar a personal castrense y equipamiento, lo que demuestra que nunca fue considerado capellán, como sus pares católicos, a pesar de que los documentos oficiales así lo expresaban.

Esto provocó que su viaje se fuera postergando sin fecha fija ya que los miembros de la Cruz Roja, que estaban en Comodoro Rivadavia, tampoco podían llegar a las Malvinas porque la Fuerza Aérea no autorizaba que el avión que los llevaría a las islas fuera hacia allí.

Las razones que aducían eran estratégicas. Por un lado, la pista de Puerto Argentino había sido bombardeada al comienzo de la guerra y los argentinos simulaban que permanecía inutilizada, por lo que si esa aeronave aterrizaba, les estarían dando una señal a los ingleses de que se encontraba operativa y podrían volver a atacarla.

Sin embargo, los miembros de la Cruz Roja, el representante de la Cancillería que los acompañaba, el embajador Federico Mirré, y los rabinos creen que la verdadera razón era que no querían que cruzara alguien que no fuera militar y que, a su regreso, contara la realidad que estaban viviendo los soldados en las Malvinas: el hambre, el maltrato de sus superiores y el frío, entre otros.

“Siempre tuve más que sospechas de que a los militares no les interesaba que fuéramos”, explica Plavnick y Yafe destaca: “Uno de los motivos por los que no querían que fuera, era que no deseaban que alguien ajeno a la comunidad militar, sin pactos prexistentes, viera lo que estaba pasando”.

Por eso, el rabino que debía cruzar a Malvinas tuvo que asentarse en Comodoro Rivadavia y su colega Dines, quien debía quedarse en la ciudad chubutense, fue trasladado a la zona de Trelew-Rawson para asistir a las tropas acantonadas allí.

Ninguno de ellos sabía que estaba cumpliendo una misión histórica que nunca más volvería a repetirse en el país.

El antisemitismo en Malvinas


Las constantes denuncias de maltratos que sufrieron los soldados durante la guerra de Malvinas en manos de sus superiores de las Fuerzas Armadas, que han aparecido en los medios en este trigésimo aniversario, han provocado que muchos otros que padecieron casos similares hayan tomado coraje no sólo para contarlo sino, también, para presentar sus denuncias ante la Justicia.

Pablo Vassel, uno de los abogados pioneros en promover las causas en los tribunales de Río Grande, Tierra del Fuego, por las torturas que recibieron los conscriptos durante el conflicto bélico, le comentó la semana pasada a Silvio Katz, uno de los querellantes, que desde que comenzó a salir en los medios de comunicación (tras la publicación del libro Los rabinos de Malvinas) relatando lo que le había ocurrido, se ha incrementado la cantidad de ex combatientes que se acercaron a narrar sus vivencias y se mostraron dispuestos a sumarse a las demandas que esperan la resolución de la Corte Suprema sobre si se trataron o no de crímenes de lesa humanidad.

Katz, quien formaba parte de Regimiento de Infantería Mecanizada 3 (RIMec 3), de la localidad bonaerense de La Tablada, es uno de los casos paradigmáticos del antisemitismo que vivieron los soldados judíos en la guerra de Malvinas, ya que fue el que mayores torturas padeció, en manos del subteniente Eduardo Flores Ardoino.

“Me castigó todos los días de mi vida en Malvinas por ser judío. Me congelaba las manos y la cabeza en el agua, me tiraba la comida adentro de la mierda y la tenía que buscar con la boca. Me trataba de puto, que todos los judíos éramos cagones y miles de bajezas más. El tipo se regodeaba de lo que me hacía, era feliz viéndome sufrir. Les decía a los demás que les hubiera pasado lo mismo si hubieran sido judíos como yo”, afirma.

Incluso, fue estaqueado vestido con una camiseta y calzoncillos durante horas con temperaturas de varios grados bajo cero por su superior quien, a su vez, obligó a todos sus compañeros a orinarlo. El que incumplía la orden corría el riesgo de padecer lo mismo.

Su testimonio público en los medios de comunicación llevó a Sigrid Roberto Kogan, del Regimiento de Infantería 1 (RI 1) de Patricios, de Buenos Aires, a atreverse a contar por primera vez en treinta años lo que había padecido en las islas y tenía borrado “selectivamente” de su memoria, en un intento por seguir adelante con su vida y dejar de cargar el peso que significaba lo que había sufrido.

Junto a su compañero Omar Morales solía escaparse a Puerto Argentino a comprar alimentos, con el dinero que recibían de sus padres, ya que en su posición no les daban de comer. En una de esas ocasiones, los descubrió un capitán quien, en seguida, le informó al teniente Ricardo Ferrer, que era su jefe, sobre lo que había ocurrido.

“Cuando nos agarró, le dijo a su soldado asistente: Tráigame los guantes que vamos a tener una sección de boxeo. Me empezó a pegar y a Morales le dio dos cachetazos. A mí, me hizo mierda por ser judío. Me caía y me pegaba, me levantaba y volvía a golpearme. Era todo con el judío que se escapó al pueblo, no con el católico – afirma Kogan -. Antes de cagarme a trompadas a mí, llamó a toda la compañía para que viera cómo me maltrataba. No quería dar un ejemplo de lo que le pasaría a un soldado si se portaba mal o se escapaba, sino demostrar lo que le estaba haciendo a un judío”.

La golpiza fue de tal magnitud que no pudo comer esa noche por los dolores que tenía en la cara, que permanecía cubierta de sangre y, especialmente, por la fractura que sufrió en la nariz. Sin embargo, prefirió quedarse en su carpa que ir a la enfermería por temor a las represalias de su jefe.

“Quedé mal, no podía comer, porque tenía la boca hecha pelota. Lo poco que nos daban no lo podía ingerir de lo golpeado que estaba. La nariz no se me curó nunca hasta el día de hoy – resalta -. A la noche, quería que igual entrara de guardia y, en ese momento, el sargento primero Juárez me perdonó y me dijo que siguiera acostado porque no podía ni levantarme del dolor”.

Esta no era la primera vez que Kogan sufría el antisemitismo ya que en otras oportunidades había preferido aguantarse los malestares que tenía en lugar de ir en busca de un médico para evitar los insultos y maltratos de Ferrer. “Aún en dolorosos momentos evité ir a la enfermería para eludir la repetida respuesta de mi jefe: ‘Judío de…’”, resalta en su diario personal escrito tras su regreso de Malvinas.

Incluso, la discriminación la venía viviendo desde el principio del conflicto ya que en el cuartel en Buenos Aires un oficial de otra compañía del RI 1 pasó con la lista de las tropas seleccionadas para ir a Puerto Argentino y notó que faltaban soldados israelitas. Tanto él como su compañero Darío Ertel debieron ocupar el lugar de otros católicos, sólo por su condición religiosa.
“Hicieron pasar a todos los soldados en el playón y empezaron a armar una lista y preguntó: ‘¿Los judíos no van a ir? ¿Quiénes son los judíos? Ertel, Kogan, un paso para acá’ – destaca -. Me dijeron: ‘Cuando nombre a Fernández, diga presente’. Entonces, yo judío, di el apellido de un católico que no había venido. No estaba en la lista original y terminé yendo a Malvinas por ser judío, sino, no me tocaba”.

Algo similar le ocurrió a Marcelo Eddi, también del RI 1, sólo que cuando estaba desplegado en Comodoro Rivadavia como parte de la reserva. El 3 de junio su unidad, la de Morteros, recibió la orden de cruzar a las islas.

“Un día nos forman a todos y dicen: ‘Van a cruzar los Morteros a Malvinas’ y a mí me sacan a un costado. El teniente primero que nos acompañaba era el hijo de Adolfo Hitler, porque era nazi, se vestía igual y se peinaba con gomina para atrás – afirma -. Entonces, se paró al lado mío y me dijo: ‘Voy a llevar todos soldados criollos, no un judío’. Le respondí: No hay problema. Lo que pasa es que acá son todos valientes, como usted. ‘A mí no me conteste, soldado’. ¿Qué va hacer? ¿Me va a pegar, a meter preso? Quédese tranquilo que cuando le tenga que dar la espalda, veremos, le dije y me gritó: ‘Judío de mierda’”.

Sin ser judío, Mario Kalbitzky, del Regimiento de Infantería 8, de Comodoro Rivadavia, también sufrió en carne propia el antisemitismo en manos del teniente coronel Hidalgo Garzón, quien por su apellido no le creía que era católico. Por eso, debió padecer todo tipo de maltratos en la colimba, algunos de los cuales se trasladaron a Malvinas.

“Me metía al calabozo todos los días y me decía que yo era judío y yo no era judío. Me jodía con mi apellido. Empezó ni bien llegó como segundo jefe del regimiento. Me llamaba y me decía: ‘Usted es judío, traidor, espía de los yanquis’. Eso de ‘espía de los yanquis’ me lo volvió a decir en Malvinas”, afirma en el testimonio que brindó para el libro Lágrimas de hielo, de Natasha Niebieskikwiat.

Todos estos maltratos y discriminación eran una herencia que los propios soldados venían arrastrando de los días del Servicio Militar Obligatorio, donde los oficiales y suboficiales se ensañaban especialmente con ellos por su condición religiosa.
Pero resultan aún más inauditos que se hayan dado en un ámbito como el que se vivía en la guerra de Malvinas, donde esos jóvenes estaban para defender una parte del territorio argentino e, incluso, a los propios militares que los estaban torturando.
Sin embargo, uno de los lugares comunes, que usaban para atacarlos era su supuesta condición de extranjeros. Para ellos, judío y argentino eran términos incompatibles entre sí, algo que sonaba por demás extraño ya que se encontraban luchando por la patria y lo hacían con el mismo orgullo que cualquiera de sus compañeros.

“A un sargento le llamaba la atención y me decía: ‘Qué raro que vos por ser judío estés combatiendo acá’. Soy argentino, no tiene nada que ver que sea judío o no. Al tipo le maravillaba como si fuese algo ajeno”, afirma Pablo Macharowski, del Grupo de Artillería Aerotransportado 4, de Córdoba, quien fuera herido en la cabeza medio de los bombardeos británicos. Claudio Szpin, del RIMec 3, concuerda. “Había una cosa de si uno era argentino o no. Era como que por el hecho de ser judío no se terminaba de ser argentino”, destaca.

En tanto, Daniel Kockziac, del Batallón Logístico 10, de la localidad bonaerense de Villa Martelli, quien se desempeñaba como médico en el Hospital de Puerto Argentino, debió padecer el ensañamiento de un cabo enfermero que lo inculpaba de ser el responsable de la muerte de Jesús.

“Me empezó a hablar mal de los judíos, de que habían matado a Cristo. Yo no le contestaba por lo que se empezó a enardecer. Me dijo: ‘Agarre su cepillo de dientes y vaya a baldear con él el pasillo’”, sostiene en Lágrimas de hielo.

Algo similar le ocurrió a Sergio Vainroj, del RIMec 3, quien debió padecer el odio del sargento Sarmiento desde que llegó a las islas, cuando nadie preveía que los ingleses iban a animarse a atacarlos.

“Cada tanto, me decían judío de mierda, y cuando no, me daban una sobrecarga de trabajo, por ejemplo, empezar a hacer un pozo de zorro y, después, taparlo y hacer otro. A los demás no se lo hacían”, señala.

Sin embargo, el maltrato se fue agudizando con el transcurrir de los días y alcanzó su punto máximo cuando comenzaron los bombardeos ingleses al punto de que, en una oportunidad, terminó en una agresión que incluyó a su compañero Szpin, quien salió a defenderlo.

“Cuando los ataques estaban ya avanzados, en junio, recibí una encomienda y el sargento me ordenó: ‘Traiga para acá’. Se la quedó él y me seguía diciendo: ‘Judío de mierda, te traen encomiendas ¿cómo puede ser que el sargento no reciba nada?’ – concluye -. Se ensañó conmigo y me ordenó que le practique una felatio. Se bajó la bragueta y me quería obligar, y yo me hice para un costado. En eso, entró Szpin y vio la escena e intentó defenderme: le pisó el pie, lo empujó y se pegaron. Entonces, se lo llevó con el capitán a decirle que se había insubordinado y que solicitaba que lo mandaran al frente, a la primera línea del combate”. Finalmente, un superior intercedió y lo dejó en su posición. Eso le salvó la vida.