Coloquio

Edición Nº27 - Octubre 1996

Ed. Nº27: La negación del holocausto

Por  Deborah Lipstadt
Traducción del inglés: Pedro J. Olschansky

y la fuerza de la razón

La negación del Holocausto constituye un ataque contra la historia y contra el conocimiento. Aunque generalmente tal práctica es emprendida por un grupo pequeño, tiene en sí potencial como para alterar dramáticamente la manera en que la verdad es transmitida de una a otra generación. 
La negación del Holocausto no debería ser considerada un mero ataque a la verdad histórica por parte de un grupo en particular. Por su esencia amenaza a todos los que creen que el conocimiento y la versación forman parte de las piedras basales que conforman nuestra civilización. Del mismo modo como el Holocausto no fue una tragedia solamente para los judíos, sino también para toda la civilización en la cual las víctimas fueron judías, así también el negar que el Holocausto sucedió, no constituye solamente una amenaza únicamente a los judíos y la historia judía, sino además para todos los que creen en la fuerza definitoria de la verdad y de la razón. La negativa del Holocausto repudia el debate racional igual que el Holocausto en sí mismo repudió los valores de la civilización. 
 
Negar el Holocausto es ciertamente una forma de antisemitismo. Y como el antisemitismo o cualquier otra forma de prejuicio, es irracional y no puede ser contrarrestado mediante las fuerzas normales y naturales de la investigación, la demostración y el debate. Los argumentos seudohistóricos que utilizan los negadores son no solamente antisemitas y antiintelectuales, sino que también constituyen, como dijo el historiador Charles Maier, “una vocinglera antropología racista”.1 
 
El intento de negar que el Holocausto sucedió abarca muchas estrategias. Se entremezcla la verdad con una falsedad vociferante. Los lectores que no están familiarizados con las tácticas de los negadores, son confundidos con facilidad. Verdades a medias —porciones de aserciones de las cuales se elimina a conveniencia la información que puede rebatir el argumento— dejan al lector con una impresión distorsionada de lo que sucedió realmente.2 
 
Documentos y testimonios que confirman al Holocausto son despreciados y desechados como si fueran maquinaciones, resultado de coerción o mentiras desfachatadas. 
 
¿Qué es lo que sostienen los negadores? Ellos comienzan planteando la presunción relativamente inocua de que la guerra es mala. Pero aunque parecen referirse a la guerra en general, de lo que están hablando es de la Segunda Guerra Mundial. Polemizan que asignar la culpa a uno de los lados es, a la postre, una empresa que no tiene sentido, porque —dicen— incluso tratándose de la Segunda Guerra Mundial, realmente no hay diferencias entre vencedores y vencidos.3 Incluso afirman que si hay que señalar culpas, no son los alemanes los que pueden ser acusados de la agresión que desató la guerra ni de atrocidades. Los verdaderos crímenes contra la civilización fueron cometidos por los estadounidenses, los rusos, los británicos y los franceses, contra Alemania. La violencia destructiva que infligieron los aliados contra los alemanes fue, en las palabras de Harry Elmer Barnes —uno de los personajes originadores de la corriente de negadores norteamericanos del Holocausto— más brutal y dolorosa que los pretendidos exterminios en las cámaras de gas.4 
 
Algunos negadores sostienen que Hitler fue un hombre de paz, empujado a la guerra por los agresivos aliados. Hitler fue un estadista cuya única falta fue haber sido “demasiado blando, generoso y honorable”.5 Fueron los alemanes las verdaderas víctimas de la guerra. Ellos sufrieron el bombardeo de Dresde, la hambruna de los años de guerra, invasiones, transferencia de poblaciones en la postguerra y brutal maltrato por parte de los ocupantes soviéticos y aliados. Según los negadores, los alemanes fueron sometidos a una venganza adicional enmascarada de falsa justicia en la parodia que fueron los Juicios de Nüremberg. Porque Alemania fue retratada por los historiadores occidentales, después de la guerra, como criminal, se convirtió en víctima de muchas de las agresiones emocionales y académicas del mundo. El haber pintado a Alemania Nazi —por obra de historiadores, políticos y periodistas— como una nación agresiva y amenazadora que perpetró salvajes ultrajes, estuvo motivado, según los negadores por intereses ideológicos, académicos y políticos. 
 
Pero es “el mito del Holocausto” lo que suscita las mayores reacciones pasionales de los negadores. La acusación de que los alemanes cometieron el crimen más infame de la historia humana es —para los negadores— la peor de las injusticias. La aceptación mundial de dicha acusación y la consiguiente ponzoña vertida contra Alemania en la postguerra, han sido tan extremos que les es imposible a los alemanes defenderse a sí mismos. Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cuando el “mito” del Holocausto fue ganando credibilidad mundial, los alemanes se enfrentaron con un conflicto “moral”. Si querían ser readmitidos en la “familia de naciones”, los alemanes tenían que “confesar” sus “malas acciones”, incluso sabiendo ellos que se trataba de acusaciones falsas. Los procesados en Nüremberg reconocieron la futilidad de tratar de convencer al mundo de que había sido engañado y que el tal Holocausto no era otra cosa que un mito. Si hubieran intentado demostrar que semejantes acusaciones eran infundadas, ello habría provocado sobre ellos una cólera todavía mayor. En consecuencia, los acusados en Nüremberg escogieron defenderse sosteniendo que no eran personalmente culpables. Como el último ejemplo de lo que los negadores sostienen que es una completa engañifa, Alemania Oriental se sintió obligada, en febrero de 1990, a proclamar un mea máxima culpa ante los judíos antes de embarcarse en planes para unificarse con Alemania Occidental. 
 
Según estos negadores, la acusación de genocidio es una invención judía. Al principio los negadores y sus cohortes trataron de presentar a los alemanes como no realmente antisemitas. Sin embargo, en años más recientes, negadores más sofisticados —incluyendo a Arthur Butz, un profesor de ingeniería eléctrica en la Northwestern University— han admitido que sí, que los nazis fueron “culpables” de expresar sentimientos antisemitas. Algunos de estos negadores incluso aceptan que los nazis sí cometieron algunas acciones antisemitas. Pero, sin embargo, también arguyen que el antisemitismo estaba justificado teniendo en cuenta el control judío sobre la Alemania de Weimar. Aunque, sostienen los negadores, el antisemitismo nazi no fue particularmente importante dado que los alemanes —sin que haya que tener en cuenta lo que decían— no tenían intención real de aniquilar a los judíos. Lo que decía era simple retórica destinada a satisfacer al público del país. Citando a la propaganda nazi casi al pie de la letra, ellos sostienen que los alemanes llevaron a cabo sus “transferencias” de poblaciones (o sea, deportaciones) para resolver problemas sociales, económicos y laborales. Los negadores reconocen que algunos judíos fueron encarcelados en lugares tales como Auschwitz, el cual —sostienen— estaba equipado con pileta de natación, salón de baile e instalaciones recreativas. Los judíos allá internados utilizaban esas amenidades para hacer que su estadía fuera agradable y cómoda.6 Por supuesto que hubo judíos que se murieron, pero esto —arguyen— fue consecuencia natural de las privaciones sufridas en tiempos de guerra. 
 
Para los negadores, los que les sucedió a los judíos trasciende la cuestión. El factor principal en el interés de los negadores, es que los judíos no fueron víctimas, sino victimarios. Los judíos han “robado” miles de millones en concepto de reparaciones; destruyeron el buen nombre de Alemania difundiendo el “mito” del Holocausto; embaucaron al mundo y ganaron la simpatía mundial por lo que clamaron les habían hecho. Perpetrando un engaño sin paralelos a la recta justicia, recurrieron descaradamente a la mentira y manipularon la simpatía internacional para “desplazar” a otro pueblo —el palestino— y posibilitar así la fundación del Estado de Israel.7 
 
Este ataque contra el Holocausto no es nuevo. Durante muchos años la negación del Holocausto fue una actividad en la que participaba un pequeño grupo de extremistas políticos y pseudohistoriadores marginales y radicalizados. Lo que argumentaban solía ser difundido en panfletos pobremente impresos, publicaciones de derecha y periódicos neonazis tales como “Spotlight”.
 
A primera impresión, parece imposible que nadie pueda o quiera tomarlos seriamente. Sus aserciones mienten a tal extremo, más allá de los límites aceptables de la disquisición académica y de la investigación histórica, que dichos escritos inicialmente lucían demasiado ridículos como para dedicarles mucha —para no decir ninguna— energía mental. Teniendo en cuenta la preponderancia de evidencias por parte de las víctimas, los testigos y los perpetradores de aquellas atrocidades, ¿a qué perder el tiempo con estos panfletos? Ningún pensador racional les dedicaría la menor atención. 
 
Además de eso, ¿qué impacto podría tener semejante gente? Puesto que conforman un grupo motivado por un extraño conglomerado de teorías conspiracionistas, delirios antisemitas y tendencias neonazis, el impulso natural de muchas personas racionales —incluidos historiadores y científicos sociales— consiste en desecharlos en forma sumaria considerándolos un grupo político marginal e irrelevante. Algunos incluso los han equiparado a los teóricos de “la Tierra plana”, merecedores a lo sumo de una mirada divertida pero no de un apropiado análisis ni de preocupación. 
 
Hay, sin embargo, una cantidad de razones apremiantes para mantener hacia ellos una guardia seria. En primer lugar, su modus operandi ha cambiado en la década pasada y se han dedicado a convencer al mundo de que están abnegadamente dedicados a un serio cometido historicista. Ahora sus libros y revistas presentan un aspecto académico, y han trabajado arduamente a fin de encontrar caminos para insinuarse a sí mismos en la arena del serio debate historiográfico y el debate consiguiente. Se han esforzado mucho para enmascarar sus “posiciones políticas” y aparentan ocuparse de genuinos emprendimientos académicos8. Generalmente concentran sus actividades en los recintos universitarios, donde tratan de estimular debates sobre la “existencia real” del Holocausto. Irónicamente es en esos ámbitos dedicados al estudio donde suelen encontrar sus terrenos más receptivos, como resulta evidente del éxito que han logrado en insertar anuncios negatorios del Holocausto en periódicos universitarios. 
 
Pero no cambiaron solamente sus estrategias, sino también sus argumentos. Han fortalecido sus vínculos con agrupaciones políticas activas, tanto en los Estados Unidos como en Europa. Aunque tales agrupaciones son pequeñas, su influencia política y poder parecen estar incrementándose con relativa rapidez. En muchos casos los grupos extremistas con los cuales se han alineado, añaden la negación del Holocausto a la mezcolanza de sentimientos extremistas, racistas y nativistas que propugnan.9 En ciertos casos, políticos arraigados han incurrido en formas de negación del Holocausto. Uno de los ejemplos más recientes e6 el del presidente croata, Franjo Tucjjman, quien escribió acerca de “testimonios emocionales y parcializados, y evaluaciones exageradas” utilizados para estimar el número de víctimas del Holocausto. También hizo una afirmación en su libro “Yermos – La verdad histórica” (“Wastelands – Historical Truth”), colocando la palabra Holocausto entre comillas.10 Es probable que a medida que Europa Oriental esté cada vez más atenazada por rivalidades nacionalistas y étnicas, que grupos —tanto étnicos como políticos— que han sido acusado de haber colaborado con el nazismo en la aniquilación de los judíos, recaerán en la estrategia de Tu4jman, vale decir, menoscabarán lo que realmente sucedió. En marzo de 1991, en ocasión de una manifestación efectuada en Eslovaquia, una turba de aproximadamente 7.000 protestadores entonaron lemas antisemitas y antichecos, portando retratos del criminal de guerra nazi eslovaco Josef Tiso, quien en vida estuvo directamente involucrado en la deportación y matanza de judíos. Estos sujetos, incidentalmente agredieron también en aquella ocasión al presidente de la República Checoslovaca, Vaclav Havel. Durante dicha manifestación, grabaciones de los discursos de Tiso fueron difundidos por radio como parte de una campaña para blanquear su desempeño durante la Segunda Guerra Mundial y facilitar su resurrección como héroe nacional eslovaco, minimizándose, o echando completamente al olvido, sus protervas actividades antisemitas. 
 
También existe el peligro, además, de suponer que, puesto que esos argumentos están tan apartados del espíritu del país en que uno vive, pueden ser simplemente ignorados. Como lo observó Colin Holmes en su análisis de la negación del Holocausto en Gran Bretaña, la forma de ver el mundo que profesan los negadores del Holocausto no son menos grotescos que la contenida en “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, un panfleto que pretende presentar pruebas de un plan secreto para imponer sobre el mundo la supremacía judía.11 En los hechos, los revisionistas han obtenido una gran medida de inspiración de “Los Protocolos”, texto que ha gozado de una vida larga y lozana pese a haberse probado hace mucho tiempo que no es sino una falsificación. 
 
Hace muchos años que el historiador alemán Theodor Mommsen advirtió que era erróneo creer en que solamente “la razón” bastaría para prevenir que el pueblo creyera en semejantes falsedades: si bastara con la simple fuerza de la razón, no habría lugar para el racismo, el antisemitismo y otras formas de prejuicio. En su desesperación Mommsen escribió que “Ud. se equivoca si cree que algo puede ser logrado por la razón. Hace años yo creía eso y protesté contra la monstruosa infamia del antisemitismo. Pero es inútil, completamente inútil”.12 
 
Pretender que el intelecto, el raciocinio, el diálogo y el razonamiento constituyen barreras contra los perniciosos intentos para negar el hecho de la aniquilación nazi de los judíos europeos, equivaldría a ignorar una de las lecciones definitivas de aquellos hechos. El debate razonado no puede enfrentar al poder mágico de la mentira expuesta indefinidamente. No hubo una base racional para las atrocidades nazis. Hubo, sí, la apelación irracional al antisemitismo. Hitler y los nazis comprendían esto y lo utilizaron para ganar poder. El pensamiento mítico y la fuerza de lo irracional poseen una extraña y compulsiva seducción. En la Alemania Nazi los intelectuales no fueron inmunes al pensamiento irracional y místico. En la actualidad, los intelectuales en Occidente se han demostrado a sí mismos ser menos propensos a sucumbir ante tales falsedades, pero han caído en la trampa de otra ilusión: algunos han apoyado la legitimidad de la negación del Holocausto en defensa de la “libertad de palabra”, la “libre investigación” y la “libertad del intelecto”.13 Hay, por cierto, una significativa diferencia entre el diálogo razonado y los argumentos antiintelectuales y seudocientíficos. 
 
Es este respeto a la “libertad de investigación” tanto como el poder del pensamiento irracional mítico, lo que puede explicar, al menos en parte, cómo los revisionistas han conseguido aliarse con diversas figuras e instituciones. Noam Chomsky es probablemente el más conocido de dichas personalidades. Chomsky redactó la introducción de uno de los libros de Robert Faurisson y en ese prefacio arguyó que las ideas de los intelectuales, por más desagradables que fueren, no pueden ser censuradas. Aunque Chomsky -a quien Alfred Kazin ha descripto como “un incauto lleno de orgullo intelectual, tan presuntuoso que es incapaz de hacer distinciones entre sociedades totalita-rias y democráticas, entre opresores y víctimas”- sea un caso único, su argumentación -la de que los revisionistas deberían ser escuchados porque su punto de vista es legítimo- sobresaltó a mucha gente, incluyendo a los que suponían estar habituados a las extravagancias de Chomsky.14 La misma postura de Chomsky ha sido recientemente voceada por dirigentes estudiantiles en varios recintos universitarios y, en ciertos casos, por presidentes de universidades. 
 
El ejemplo de Chomsky ilustra por qué los peligros del “derecho a la libre investigación” deberían ser tomados con gravedad. Incluso los supuestos protectores del ideal progresista occidental de defensa del diálogo razonado, pueden ser seducidos por la noción retorcida de que todas las afirmaciones tienen idénticos títulos para ser imparcialmente evaluadas, y no atinen a reconocer que los negadores del Holocausto no están buscando la verdad. Los argumentos presentados por los negadores están compuestos de pretensiones pseudo razonadas que están motivadas por una variedad de “ismos” incluyendo el racismo, el extremismo y el antisemitismo virulento. 
 
Si bien el preciso impacto que ejercen los negadores es difícil de evaluar, no caben dudas de que en la década transcurrida su productividad se ha incrementado, su estilo ha cambiado y, en consecuencia, la conmoción que provocan se intensificó. Sus publicaciones, incluyendo el “Journal of Historical Review”, imitan el estilo de las publicaciones académicas legítimas, con lo que confunden a los que no comprenden inmediatamente la intencionalidad de semejante esfuerzo publicístico. 
 
Tal confusión ya se ha producido en los más altos círculos del “establishment” educacional estadounidense. En 1986 un estudiante de Historia en la Universidad de Yale encaminó su tesis sobre la Luftwaffe alemana en la Guerra Civil Española, al citado “Journal of Historical Review”, el cual la publicó con agrado y le pagó al estudiante 250 dólares en concepto de honorarios de autor. La mayoría de las revistas académicas no pagan honorarios por publicar ensayos de estudiantes. El estudiante de marras reconoció luego que él no había visto la revista antes de enviarle su ensayo: simplemente había encontrado su nombre en una lista de revistas historiográficas y presumió, en base a la descripción y título, que se trataba de una publicación legítima. 
 
Fuera de los círculos académicos, los argumentos de los negadores han hallado una aceptación cómoda y rápida entre elementos extremistas antisemitas vocingleros y hostiles, tanto en Norteamérica como en Europa. Grupos extremistas neonazis han adoptado sus teorías, lo mismo que otros grupos de aparición más reciente como los “skinheads” (“cabezas rapadas”).
 
Dichos extremistas se han estado volviendo cada vez más peligrosos, a medida que han infiltrado círculos políticos legítimos sin haber abandonado genuinamente ninguno de sus prejuicios políticos ni raciales. Evidencia de esto son los logros alcanzados por David Duke, un ex “brujo” del Ku Klux Klan y negador del Holocausto, quien empero fue elegido miembro de la Le-gislatura del Estado de Louisiana y obtuvo el 40 por ciento de los votos en su intento de ganar una banca en el Senado Federal de los Estados Unidos. Aunque resultó derrotado en su pretensión de ser elegido gobernador de Louisiana, obtuvo cerca de 700.000 votos. Entonces ingresó en la campaña presidencial. Cuando se lo identificaba simplemente como un hombre de Ku Kux Klan no gozaba de mucho influjo público, pero ahora su situación ha cambiado. Dejó de lado su anterior atuendo informal y se vistió de traje con chaleco, ganando así, si no adherentes, por lo menos un público respetable pese al hecho de que hace un par de años parece comprobado que desde su despacho legislativo estaba vendiendo literatura antisemita y negatoria del Holocausto.
 
Tendencias similares son evidentes en todas partes. En Francia, por ejemplo, donde Jean-Marie Le Pen, líder del Front National de extrema derecha, ha declarado -en un intento descarado para alentar a los que niegan el Holocausto- que las cámaras de gas nazis fueron “un mero detalle” en el paso de la Historia.15 
 
Mucha gente supone que los argumentos presentados por los negadores del Holocausto son “un test”, una prueba, de la vigencia de la libertad de palabra. Hace unos pocos años, poco después de haberse publicado mi libro acerca de cómo la prensa estadounidense cubre el tópico del Holocausto,16 yo participé en una cantidad de entrevistas radiales, algunas efectuadas por teléfono. En muchas de esas ocasiones el conductor del programa me preguntó si yo estaría dispuesta a compartir un “debate” con un revisionista.17 Cuando yo me rehusaba a ello, los productores se mostraban generalmente incrédulos, incapaces de comprender por qué yo no accedía a eso. Cierto productor, quien no quería aceptar mi negativa como una decisión definitiva, me dijo así: “Yo no estoy en absoluto de acuerdo con ellos, pero ¿no se trata, después de todo, simplemente de otra «parte» a la cual nuestros oyentes deberían también oír?”. 
 
Nadie ha sido capaz todavía de mensurar adecuadamente -o en forma científica- el impacto que tiene la negación del Holocausto en los estudiantes de colegios secundarios y universitarios. Por el momento, supongo que todavía es muy limitado. En una cantidad de recintos universitarios se han producido incidentes revisionistas, incluyendo uno en la Indiana University, donde un instructor del Departamento de Historia les dijo a sus estudiantes que el Holocausto fue una estafa propagandística dirigida a forjar una mala imagen de los alemanes. Si bien esa Universidad prontamente lo separó de sus funciones por no haberse ceñido a los materiales didácticos prescriptos, algunos de sus estudiantes presentaron quejas de que dicho instructor había sido tratado injustamente. Luego de producido ese incidente, yo visité aquel “campus” y pude constatar que uno de los estudiantes defendió a su expulsado instructor, arguyendo que el mismo había traído a su clase materiales que “probaban su aserción”. 
 
En una cantidad de conversaciones informales con aquellos que colaboran en entrenar a docentes de historia y estudios sociales para impartir lecciones sobre el Holocausto, he tomado conocimiento de diversos casos en los que los maestros pensaron que el punto de vista revisionista debería ser también mencionado brevemente: como “controvertido”, sí, pero también como opinión de alguna forma válida acerca del Holocausto. Profesores también han sido encarados por alumnos que se les quejaron de que la forma en que se les enseña el Holocausto no incluye una presentación equitativa de “la otra opinión”. 
 
A aquellas personas que tienen incorporado el concepto democrático de que se debe posibilitar el diálogo entre las partes, les resulta difícil reconocer que ciertas opiniones no deben ser debatidas racionalmente, particularmente cuando tales opiniones -como es el caso de la negación del Holocausto- no están basadas en estudios racionales o genuinos. Hace muchísimos años que Thomas Jefferson sostuvo que en un debate encuadrado en la honesta procura de la verdad, deben ser toleradas todas las ideas y opiniones. Pero él añadió a esto una advertencia, la cual es especialmente aplicable a nuestra investigación: “No temamos seguir a la verdad doquiera la misma no lleve, ni a tolerar ningún error en tanto la razón tenga libertad para combatirlo18. 
 
En el caso de la negación del Holocausto, la razón es rehén de una ideología particularmente odiosa. Por supuesto que no estoy sugiriendo que se les ponga una mordaza a los negadores: ellos también tienen derecho a la libre expresión, por más detestable que es lo que dicen. Pero hay una diferencia cualitativa entre impedir que alguien ejerza su libertad de palabra, y darle plataforma para que pueda difundir su mensaje. Chomsky no les dio plataforma pero ”se ubicó cerca de ellos“ y al proceder así recomendó al público el mensaje de esa gente. 
 
El impacto de tal mensaje sobre los jóvenes es materia de una válida preocupación, puesto que frecuentemente ellos parecen ser los más permeables en prestar oídos a las afirmaciones de los revisionistas. Water Reich observó en el ”Washington Post“, hace ya una cantidad de años, que para la gente joven ”todo es discutible y nada debería ser aceptado como verdadero si no ha sido personalmente visto y experimentado19. 
 
Aunque los casos de negación a ultranza del Holocausto son causa de preocupación, hay otra consecuencia -menos tangible pero potencialmente más insidiosa- de dicha negación. Los extremistas, en todo debate, tienen una tendencia a empujar el equilibrio del debate a una posición más extremista. Por ejemplo, los que sostienen que toda forma de aborto debería ser puesta fuera de la ley, hacen que luzcan más razonables los que permitirían el aborto solamente cuando la madre es una joven adolescente víctima de incesto. Acierto grado esto es lo que los negadores han hecho y continúan haciendo en el debate legítimo acerca de varios aspectos del Holocausto. 
 
Se ha otorgado un mayor espacio a quienes exponen ideas que en otro tiempo hubieran sido rechazadas por históricamente falaces.20 La actual brega de historiadores en Alemania, en cuyo contexto el Holocausto es relativizado, debe ser advertida como un primo -aunque lejano- de la negación llana del Holocausto. En el caso mencionado, si bien los historiadores involucrados no niegan el Holocausto, profieren muchos argumentos similares a los que recurren los negadores: que fueron los aliados los que empujaron a Hitler a la guerra, o que los nazis tenían derecho a considerar a los judíos una legítima amenaza por causa de la declaración que hizo Jaim Weizmann en 1939, de que los judíos debían luchar junto a Gran Bretaña para derrotar a Alemania. Los que exponen tales puntos de vista pueden albergar diversas motivaciones pero los resultados son sorprendentemente similares: el borrado de fronteras entre hechos y ficción, y entre perseguidos y perseguidor. 
 
Quizás sea cierto que los historiadores relativistas no les tienen simpatía a los negadores del Holocausto, pero los esfuerzos combinados de unos y otros han fomentado la creación de lo que podría ser denominado “el síndrome sí, pero…”.21 Sí, hubo un Holocausto, pero ¿fueron realmente seis millones los judíos asesinados? Sí, hubo un Holocausto, pero ¿Realmente existieron las cámaras de gas? Sí, hubo un Holocausto, pero los nazis sólo trataban de defenderse de sus enemigos. Sí, hubo un Holocausto, pero la mayoría de los judíos murieron de hambre y enfermedad (como sucede en todas las guerras). Sí, hubo un Holocausto, pero los judíos lo provocaron. Sí, hubo un Holocausto, pero no fue diferente, en esencia, de lo que sucedió en muchas otras conflagraciones en las cuales resultan asesinados inocentes circunstanciales. Sí, hubo un Holocausto, al igual que también se produjeron tantas masacres horribles en el transcurso de la Historia. Pues entonces, ¿por qué oímos solamente del Holocausto? La respuesta a la pregunta planteada como colofón de todas las anteriores tiene una respuesta obvia para los negadores: debido al poder insidioso de los judíos, éstos han urdido “el mito del Holocausto” para justificar una amplia gama de males de la postguerra en las que han tenido participación. 
 
En último análisis, la técnica de “sí, pero…” despoja al Holocausto de su especificidad única y de su capacidad de ofrecer al mundo lecciones éticas, morales y políticas. He constatado que semejante actitud no se encuentra solamente en los negadores mismos, sino también en estudiantes y otras personas que no se sienten moralmente conmocionados por el Holocausto sino que lo ven simplemente como un asunto que debe ser encuadrado en su apropiado contexto cultural. Para ellos el Holocausto se reduce a una maldad entre muchas, meramente relativa. 
 
El enfoque “sí, pero…” es mucho más capcioso que la negación lisa y llana. Nutre y es nutrido por la negación del Holocausto. No sugiero con esto que los relativistas que endosan alguna forma de enfoque “sí, pero…” -tales como Ernst Nolte, el historiador principal entre los relativistas alemanes- son en realidad unos cripto-negacionistas. Lo que sí resulta claro, sin embargo, es que la negación del Holocausto otorgó al relativismo un extraño manto de respetabilidad; ha estirado los parámetros del debate de tal manera hacia uno solo de los lados, que opiniones que habrían sido consideradas históricamente insostenibles ahora hallan aceptación simplemente porque no son di-rectamente negacionistas. Desde que yo comencé a investigar la negación del Holocausto, he advertido esta actitud de “sí, pero…” tanto en ámbitos académicos como populares, en forma de preguntas que estaban antepuestas por introducciones tales como “Yo no soy un negador del Holocausto, pero ¿no cabe una duda real acerca de…?” 
 
Estos puntos suspensivos son generalmente cubiertos con la existencia real de cámaras de gas, si Hitler supo realmente de la “Solución Final”, si los judíos eran verdaderamente inocentes, u otros aspectos fundamentales del Holocausto. 
 
Hacer preguntas es perfectamente legítimo si se establecen escrupulosamente distinciones entre los hechos y lo ficticio, a fin de perfeccionar el conocimiento. La reciente discusión entre historiadores sobre el número de judíos que fueron realmente matados en Auschwitz y la subsiguiente admisión de que la cantidad de víctimas asesinadas es menor que lo que se sostuvo anteriormente, es un ejemplo de esta forma de investigación erudita. 
 
Pero los negadores sólo están interesados en remodelar la historia con el objetivo de rehabilitar a los perseguidores y demonizar a las víctimas. 
 
Aunque los relativistas no muestran simpatía por los negadores, éstos recurren a veces al enfoque “sí, pero…” para hacerse camino dentro de círculos más legitimados. El ejemplo más conspicuo de esto es el Informe Leuchter en el cual su autor, Fred Leuchter, pretende probar que en Auschwitz no había cámaras de gas, aunque se apresura en afirmar que no niega que hubo un Holocausto22; él simplemente cree que no hubieron cámaras de gas. Pero no importa esta aclaración: los negadores han elogiado su investigación y difundieron sus hallazgos. Pero, si no hubieron cámaras de gas, ¿pues entonces qué sucedió en Auschwitz, Mqjdanek, Treblinka y Sachsenhausen? ¿De qué murió allá la gente? ¿De enfermedad y hambruna? Y si no funcionaban allá métodos sistemáticos de aniquilación ¿cómo fue que tantos murieron? Negar que existieron instalaciones de cámaras de gas, lo coloca a Leuchter en el corazón mismo de la negación del Holocausto. 
 
El modus operandi de los negadores del Holocausto consiste en distorsionar la verdad. Cuando se examinan los métodos a que ellos recurren se lo hace con cierta hesitación, puesto que los lectores pueden poner en duda las acusaciones de inconsistencia dado que historiadores serios no desechan tajantemente tales aserciones. Acaso el hecho de que los eruditos en la materia les otorguen atención, sugiere que a la postre no se trataría de meros falsificadores y racistas. Y acaso examinarlos y denunciarlos también les otorga la publicidad que anhelan. Por cierto que los revisionistas son sumamente rápidos en alardear en cualquier discusión sobre sus aserciones —incluyendo las críticas que demuestran cómo citan torcidamente y distorsionan las constataciones de la investigación histórica legítima— como pruebas de que merecen una seria consideración de parte de los eruditos serios. 
 
El peligro de que, inadvertidamente, les concedamos una credibilidad que no merecen, no es la única razón para que estemos azorados acerca de la forma de tratarlos. Existe otro problema, más serio, inherente al proceso de refutar a los negadores. Incluso si la refutación está limitada a artículos y ensayos académicos, resulta posible —como ha observado el historiador francés Pierre Vidal-Naquet— que en el proceso de responderles a los negadores se califique de “escuela exterminacionista” a los que se oponen a la “escuela revisionista”, como fue el caso cuando productores de programas de radio se escandalizaron porque yo no aceptaba “hablar con la otra parte”. Esto elevaría la negación del Holocausto a la categoría de un legítimo emprendimiento ideológico.23 En los hechos, los negadores han dado recientemente en calificar de “exterminacionistas” a los que sí investigan seriamente el Holocausto. Con tal descaro, colocan la negación en contigüidad con la investigación verdaderamente seria. Esto explica el expresivo significado de la calificación de “revisionismo” que han adoptado para sí mismos.24 
 
Otro peligro fue descripto en la “New York Review of Books” hace una cantidad de años por Marshall Sahlins, quien expresó su impaciencia por los dentistas sociales que tratan de refutar algo que, debido a la existencia de pruebas abrumadoras e incontrovertibles, está aceptado universalmente como un hecho consabido. Tales procederes, observó Sahling en su momento, demuestran una real indiferencia a las fuentes históricas y siguen el patrón familiar del periodismo estadounidense empresarial dedicado a las ciencias sociales. El profesor X plantea una teoría descabellada, por ejemplo que los nazis no mataron judíos, la civilización humana procede de otro planeta y no existe canibalismo en el mundo. Puesto que los hechos evidentemente lo con-tradicen, la argumentación básica a la que recurre X consiste en la expresión, proferida en los más altos tonos de moralidad, de su profundo desprecio hacia todas las evidencias que pretenden sostener lo contrario de lo que él dice. Recurre X entonces al más refinado y analítico ataque personal contra los autores de las fuentes primarias que se daban por comprobadas y los crédulos que son tan mentecatos como para creer en ellas. Todo esto provoca que Y y Z le respondan. Ahora, X se ha convertido en “el controvertido profesor X” y su libro es cronicado con respeto por no profesionales en la materia a la que se refiere, en “Time”, “Newsweek” y el “New Yorker”. A lo que siguen apariciones de X en la radio, la televisión y las columnas de la prensa diaria.25 
 
En tales casos, los parámetros normales y aceptados de la labor académica, incluyendo el uso apropiado de las pruebas y la calidad de la investigación, son descartados. Lo que queda, según las palabras de un antropólogo eminente, es “un escándalo”. 
 
Me es dudoso que presenciemos en lo inmediato una plétora de casos de negación cruda. Pero sutilmente, y por lo tanto con más peligrosidad, teorías continuarán apareciendo. El curso de este desarrollo y la naturaleza de estas teorías, por más pseudocientíficas que sean, deberán ser analizados a fondo. 
 
No necesitamos desperdiciar tiempo ni esfuerzos contestando cada una de las afirmaciones de los negadores, ni polemizar con cada uno de ellos. Insumiría un denuedo de nunca acabar responder continuamente a los argumentos interpuestos por aquellos que con toda desaprensión falsifican descubrimientos, citan fuera de contexto y con total imperturbalidad rechazan resmas de testimonios porque contradicen lo que ellos sostienen. Al revés de los verdaderos académicos, ellos tienen muy poco, mejor dicho ningún, respeto por los datos o evidencias. Su compromiso no es con lo científico sino con una ideología, y sus “hallazgos” tienen que estar perfilados por dicha intención. 
 
Sin embargo, hay una diferencia crítica entre debate y análisis. Debatir con ellos es otorgar a su teoría el imprimátur de opinión historiográfica legítima. Es mucho mejor analizar qué es esa clase de gente y qué es lo que están tratando de conseguir. Sobre todo, resulta esencial denunciar aquella ilusión de investigación razonada que encubre en realidad finalidades extremistas. Solamente cuando la sociedad —especialmente esa porción de la sociedad dedicada al debate intelectual— comprenda plenamente qué hay detrás de las intenciones de ese grupo, podremos estar seguros de que la Historia no va a ser reconstruida ni recreada para servir a una variedad de motivaciones perniciosas ulteriores. 
 
La plausibilidad aparente de los argumentos que presentan los negadores, antes que los argumentos en sí mismos, exige una respuesta. La manera insidiosa en que la negación del Holocausto ingresa al debate general —con frecuencia disimulado como relativismo— debe ser plenamente denunciada puesto que es crucial, definitoria, para lograr una comprensión de la influencia de los negadores. No se trata simplemente de controversias arcanas entre eruditos o, en este caso, de pseudo eruditos. Como dijo el historiador Donald Kagan, el pasado y —más importante aún— la percepción que tenemos del pasado, tienen una poderosa “influencia en la forma en que actuamos para enfrentar nuestros problemas de la actualidad. Lo que los his-toriadores y otros dicen que sucedió, y lo que dicen que ello significa… hacen una gran diferencia”.26 Relativistas y negadores están bien enterados de esto. No es por casualidad que uno de los padres de la negación estadounidense del Holocausto, Harry Elmer Barnes, creía en que la Historia puede servir como “medio para una deliberada y consciente instrumentación de la trans-formación social”.27 
 
La Historia sí que importa. El ascenso de Adolf Hitler al poder fue facilitado por la forma artera en que él formuló opiniones sobre la historia alemana reciente, que excitaron a las masas. No importaba si sus interpretaciones eran distorsionadas: motivaban a mucha gente y, más importante todavía, explicaban la situación vigente. David Duke ha tratado de modificar su historia personal tanto como la historia de los Estados Unidos y su región. Lo que no le fue posible remodelar fue declarado irrelevante por él y sus seguidores. En vísperas del comido para gobernador de Louisiana, uno de sus partidarios enfatizó en una entrevista televisiva: “¿Qué tienen que ver sus opiniones sobre los judíos y los negros con esta elección?” Aunque el entrevistador no les respondió, la contestación era obvia: “Todo”. 
 
El anhelo de los negadores consiste en alcanzar sus objetivos mediante el logro de reconocimiento como legítima escuela académica y plantando semillas de duda en la joven generación. Solamente si reconocemos la amenaza que la negación del Holocausto presenta contra la razón y la procura de la verdad, expondremos a la tal negación como lo que realmente es y contribuiremos a que se niegue la mínima pizca de legitimidad a esa corriente y a sus proveedores. 
 
1 Charles Maier, The Unmasterable Past: History, Holocaust and German National Identity (Cambridge, MA 1988), pág. 64. Esto fue parte del testimonio de la defensa ofrecido en el juicio a Emest Zundel en Canadá. 
2 Como uno de tantos ejemplos, véase cómo los revisionistas han tratado al diario de Anne Frank en The Diary of Anne Frank: The Critical Edition, Ed. David Barnouw y Gerrold van der Stroom, traduct. Arnold J. Pomerans y B. M. Mooyart – Doubleday (London, 1989), págs. 91-101. 
3 Conversación con Robert Faurisson, Vichy, Francia, junio de 1989.
4 Harry Elmer Barnes, “Revisionism: a key to peace”, Rampart Journal, vol. 2, 1966, pág. 33. 
5 Harry Elmer Barnes, Revisionism and Brainwashing: A Survey of the War – Guilt Question in German after Two World Wars (edición privada, 1962), pág. 33. 
6 Esto fue parte del testimonio de la defensa ofrecido en el juicio a Emest Zundel en Canadá.
7 Conversación con Robert Faurisson, Vichy. Francia, junio de 1989. 
8 Maier, The Unmasterable Past, pág. 64. 
9 Su ingreso a la esfera académica no ha logrado mucho éxito. Obviamente que ningún historiador serio ni respetado les otorgaría crédito alguno. El único historiador que se asoció con ellos, David Irving, ha estado desde hace largo tiempo en los bordes mismos de los círculos académicos y fue, en realidad, consistentemente desechado por muchos eruditos debido a sus extrañas teorías. 
10 Robert D. Kaplan, “Croatianism: the latest Balkan ugliness”, New Republic, 25 de noviembre de 1991, pág. 16.
11 Colin Holmes, “Historical revisionism in Britain: the politics of history”, en Trends in Historical Revisionism: History as a Political Device (Londres, 1985), pág. 8. 
12 Marvin Perry, “Denying the Holocaust: history as myth and delusion”, Encore American and Worldwide News, setiembre de 1981, págs. 28-33. 
13 Su comportamiento hace recordar una declaración atribuida a Lionel Trilling: “Sus mentes están tan abiertas que los sesos se les enredan”. 
14 Alfred Kazin, “Americans right, left and indifferent: responses to the Holocaust”, en Dimensions, vol. 4, N° 1, 1988, pág. 12.
15 Us News and World Report, 28 de mayo de 1990, pág. 42; Los Angeles Times, 29 de mayo de 1990. HI, H7. 
16 Deborah Lipstadt, Beyond Belief: The American Press and the Coming of the Holocaust, 1933-1945 (Nueva York, 1986). 17 Lucy Dawidowicz tuvo una experiencia similar con el programa de Larry King; ver Dawidowicz, “Lies about the Holocaust”, Commentary, diciembre de 1980, pág. 36.
18 Dumas Malones, The Sage of Monticello: Jefferson and his Time (Boston, 1981), VI, 417-18; mi agradecimiento a David Ellenson por recordarme la aplicabilidad para esta investigación de las observaciones que dejó escritas Jefferson. 
19 Water Reich, “Denying the Holocaust: prelude to what?”, Washington Post, 3 de mayo de 1981. Esto así ha funcionado en Alemania, ver Maier, The Unmasterable Past. 
20 Esto así ha funcionado en Alemania, ver Maier, The Unmasterable Past.
21 Para un debate sobre el síndrome “sí, pero” que se manifestó durante la Segunda Guerra Mundial e impidió que muchos estadounidenses, especialmente editores, publicistas y periodistas comprendiesen las implicaciones de los informes que estaban recibiendo, ver Lipstadt, Beyond Belief, pág. 270. 
22 Fred Leuchter, The Leuchter Report: The End of a Myth, An Engineering Report on the Alleged. Execution Gas Chambers at Auschwitz, Birkenau and Majdanek, Poland, con un prefacio del Dr. Robert Faurisson (Samistad Publishers, 1988).
23 Pierre Vidal-Naquet, Democracy, vol. 1/2, abril de 1981. 
24 Su decisión de denominarse a sí mismos “revisionistas” fue claramente un designio calculado, destinado para alinearse con otras escuelas, éstas legítimas, de pensamiento historicista, como por ejemplo el revisionismo sobre la Primera Guerra Mundial. La implicación, por supuesto, es lograr que se suponga que en este tópico existen dos escuelas de pensamiento. 
25 Marshall Sahlins, New York Review of Books, 22 de marzo de 1979.
26 Donald Kagan, “The first revisionist historian”, Commentary, mayo de 1988, pág. 44. 
27 Justus D. Doenecke, “Harry Elmer Barnes: prophet of an usable past”, History Teacher, febrero de 1975, pág. 273.