Coloquio

Edición Nº27 - Agosto 1996

Ed. Nº27: La misión del arte para el próximo milenio

Por Rubén Beraja

En un acto solemne, seguido de una función especial de la Orquesta de Cámara Mayo, el presidente del Congreso Judío Latinoamericano, Dr. Rubén Beraja, recibió en el Salón Dorado del Teatro Colón de la ciudad de Buenos Aires una Distinción Internacional discernida por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y el Consejo Interamericano de Música (CIDEM), en mérito a su destacada contribución al fomento de las artes y de la cultura en Argentina y las Américas. 

El Dr. Beraja, al agradecer tan honrosa distinción, pronunció el siguiente discurso: 

 
La Organización de los Estados Americanos nos convoca hoy bajo el común denominador del amor al arte. 
 
Lo hace en un escenario donde el arte se ha difundido desde hace ocho décadas, y por su generosidad manifiesta he sido elegido protagonista central de este ejercicio que, por cierto, tiene millones de adherentes y a muchos otros protagonistas con acciones tanto o más comprometidas con el estímulo a las artes en cualquiera de sus manifestaciones. 
 
Por esa elección, por el significado de la distinción, por las palabras que expresara el estimado amigo Dr. Benno Sander, representante de la OEA en la Argentina, por la presencia de todos ustedes, les agradezco sinceramente y dejo constancia de que concibo este acto no simplemente como una cuestión personal, sino como una revalidación de una forma de pensar y actuar que tiene mucho que ver con nuestra concepción del hombre, de la sociedad, de la vida misma. 
 
Y no puede limitarse mi percepción a una distinción personal, en tanto tengo conciencia de que las buenas intenciones y mi compromiso con la actividad artística no se hubieran plasmado en acciones concretas sin el apoyo y comprensión de quienes, desde la Fundación y el Banco Mayo me acompañan desde hace tantos años, y en particular de quienes son los principales protagonistas en esta obra, que son los artistas que, con su convicción y esfuerzo, mantienen encendida la llama del arte por encima de los vientos de las crisis de la economía y de los valores. Y en este marco y en estas circunstancias quisiera ocuparles pocos minutos para compartir una reflexión acerca del arte y su significación. 
 
En una época donde los tiempos modernos, en la expresión de Charles Chaplin, han quedado relegados por otro que simplemente es calificado como posterior a aquél, donde el virtuosismo corre el riesgo de ser desplazado por lo virtual, donde lo real, en el sentido de una vida comprometida con valores paradigmáticos, pierde posiciones ante el desarrollo de la civilización de la apariencia, podemos preguntarnos qué lugar ocupa el arte en nuestra vida y cuál en su proyección social en el tiempo. 
 
Aceptando que la creación artística constituye un orden particular que expresa una metáfora singular del universo y que exterioriza el mundo interior y a veces secreto, el cual pertenece con apasionado sentimiento al que la plasma, podemos preguntarnos qué lugar puede conservar en un mundo que ha hecho de la globalización una excusa para extraviarse de su propia identidad, y de la fragmentación de la condición humana un camino lleno de incertidumbres. 
 
Con el ánimo de exponer rápidamente mis conclusiones, los dejo a ustedes con el interrogante como disparador para sus propias elaboraciones, y digo que en este complejo y acelerado final del milenio debemos invertir más tiempo, mucho más tiempo, para pensar una y otra vez qué es el hombre. 
 
¿Es acaso una ruedecilla de un engranaje mecánico o es el protagonista por esencia que, por sobre todo, procura articular un mundo de valores donde la justicia, la verdad y la armonía concedan un significado superior a nuestro efímero tránsito terrenal?
 
Apoyándonos en la última definición y volcando nuestra mirada hacia el futuro, quisiera plantear mi visión del arte en el nuevo escenario de la producción, de las relaciones económicas, de la interacción social. 
 
El desarrollo tecnológico nos ha colocado en los umbrales de un nuevo modelo, donde cada vez con mayor preocupación se plantea la cuestión de qué hacer con nuestra necesidad de trabajo, con nuestra necesidad de proyectar nuestras fuerzas creadoras, cuando la automatización y la inteligencia artificial van desplazando la mano de obra humana. 
 
Son muchos los especialistas que plantean ya la necesidad suscribir un nuevo contrato social, en aras de asegurar que aún trabajando individualmente menos horas, podamos asegurar trabajo a la gran mayoría de la gente. 
 
En ese caso plantean que el tiempo libre, el tiempo dedicado al ocio, tendrá tanta importancia como el que se le adjudicaba al tiempo laboral en la era industrial que está concluyendo. 
 
Para esa hipótesis, deseo revalidar el rol del arte para esta era de la informática y de los probables nuevos modelos de vida. 
 
Creo sinceramente que en las décadas venideras asistiremos a una notable expansión de la actividad artística, como vehículo natural para canalizar la vocación creadora del hombre, como fuente de inspiración, para preservar y reencontrar la propia identidad del individuo, como el refugio natural para que el hombre conserve su propia dimensión y aún desarrolle su capacidad afectiva. 
 
En esta visión, tengo la esperanza que la disyuntiva no sea simplemente entre tiempo para trabajar y tiempo para el ocio, sino entre el primero y tiempo para la actividad artística, donde la pasividad del espectador de este mundo de imágenes, de organizaciones virtuales, sea reemplazada por la acción creadora y protagónica de cada individuo en cualquiera de las manifestaciones del arte, concebidas como vehículo para cultivar la belleza, explorar la maravilla del sonido, la inefable expresividad de las formas, los colores, la palabra, movilizadas por el arte de amar nuestra obra, que es un camino para apreciar al Universo y a su Creador. 
 
Quiera Dios que este nuestro compromiso con el arte sirva más que para un espectáculo ú obra determinadas, y alcance para que el arte se constituya en la pasión compartida por los que creen que el hombre no sólo es parte de la Creación, sino también protagonista de ella. 
 
Para concluir, es mi esperanza que esta visión amplia del rol y la misión del arte para este próximo milenio, sea compartida por quienes tienen responsabilidades sea desde la actividad pública o privada, para incidir en un mayor apoyo a la actividad artística y contribuir, de ese modo, a construir una civilización más comprometida con lo social, lo solidario, la justicia y la armonía integral.