Coloquio

Edición Nº27 - Octubre 1996

Ed. Nº27: La experiencia judía de la Ilustración

Por Egón Friedler

¿Qué es lo que el pueblo judío le debe realmente a la Ilustración? ¿Cuán sincera fue la orientación europea hacia la Emancipación? ¿Cómo debemos revaluar hoy la caída de los muros del Gueto? ¿Qué es lo que la nueva era de la modernidad ofreció a los judíos? ¿En qué medida fue exitoso el iluminismo judío o Haskalá? Estos interrogantes figuran entre los más fascinantes de la moderna historia judía. Un análisis exhaustivo de los problemas derivados de su análisis nos llevaría demasiado tiempo. Trataremos al mes, de dar respuestas parciales.

Las consecuencias positivas de estos hechos extraordinarios que definieron el comienzo de la Modernidad, son obvios. Para los miembros de una comunidad despreciada y oprimida, el obtener la ciudadanía con plenos derechos constituyó la realización de un sueño largamente acariciado. Pero la acogida dada a los judíos por la sociedad europea no fue nada alentadora. Algunos de los filósofos más influyentes del movimiento de la Ilustración compartían los mismos prejuicios de las sociedades a las cuales querían cambiar. Voltaire, un pensador que contribuyó más que ningún otro a la destrucción de las creencias tradicionales de la sociedad europea antes de la Revolución Francesa, la creencia en el derecho divino de la monarquía, la legitimidad de los privilegios de la nobleza y la infalibilidad de la Iglesia Católica, escribió en su «Diccionario Filosófico» de 1756: «Los judíos son una nación totalmente ignorante que durante mucho años unió su avaricia despreciable y su repugnante superstición a un violento odio contra todas las demás naciones que los toleraron». Sin embargo, para demostrar sus buenos sentimientos el agudo filósofo agregó: «Con todo esto, los judíos no deben ser quemados».


Diderot, el director de la «Enciclopedia» escribió en su artículo sobre la filosofía de los judíos que «tenían todos los defectos de una nación ignorante y supersticiosa». El Barón Paul Henri Holbach fue más lejos que otros pensadores de la Ilustración en la virulencia de su antisemitismo. En su libro «El espíritu del judaísmo» (1770) escribió que Moisés fue el peor y el más dañino de todos los legisladores religiosos. El adoctrinó a los judíos en el odió a la humanidad, el parasitismo y la explotación. Del destino de las siete naciones cananeas, él infirió que el Dios de los judíos es una Divinidad sedienta de sangre que justifica los impulsos judíos a cometer genocidios. Fue un duro crítico de los profetas, del mesianismo y de todo lo judío. Por supuesto, todos los aspectos negativos del cristianismo tenían para Holbach sus raíces en el judaísmo.


En Alemania, el fundador del idealismo ético, Johann Gottlieb Fichte habló acerca de las «ridículamente infantiles concepciones de Dios» de la religión judía e incluso un humanista moderado como Johann Wolfgang von Goethe se opuso a la liberación respecto a la posición de los judíos en la sociedad alemana.


De este modo, lamentablemente, la decadencia de la vocación religiosa y de la posición de la Iglesia, no llevó a una reevaluación de la cuestión judía en Europa. En el luminoso mundo de la Modernidad, se agregó una nueva capa secular a los viejos mitos antijudíos de extracción cristiana. Por lo tanto, fue muy natural que llevara un largo tiempo y muchas batallas públicas la aplicación a los judíos de los elevados ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad y que finalmente se les acordaran plenos derechos civiles.


Pero la sociedad europea sólo estaba dispuesta a aceptar a los judíos de acuerdo a sus condiciones. Esto significaba a menudo aceptar a los judíos sin su judaísmo. Como lo dijo el conde Clermont Tonnerre en la Asamblea Nacional Francesa: «A los judíos como individuos, todo: a los judíos como nación, nada». Napoleón Bonaparte impuso sus propias reglas al famoso Sanhedrín que el convocara: los judíos debían ser patriotas ante todo y luego tenían la libertad para abrazar la religión. Sin embargo, el judaísmo seguía siendo una carga. Como lo dijo el poeta Heinrich Heine después de su ambigua conversión al cristianismo: «Compré mi pasaporte a la sociedad europea». Muchos judíos, demasiados, compraron este pasaporte, pero pronto comprendieron que habían quedado con las manos vacías: abandonaron su fe tradicional y su sentimiento de pertenencia para unirse a una sociedad que los rechazaba y los consideraba extranjeros.


Una de las ironías de la Historia es que cuando finalmente, la batalla por la Emancipación fue ganada en casi toda Europa, nació el antisemitismo moderno y racista. Y en nuestro siglo, esta ideología de odio que fue adoptada por la Alemania nazi probó ser tan destructiva si no más que el viejo antisemitismo histórico de raíz cristiana.


Pero en las últimas décadas del Siglo XVIII todavía había muchas ilusiones y una de ellas era la idea fundamental del iluminismo judío: el judaísmo y la plena integración a la sociedad europea eran plenamente compatibles. La única condición presuntamente impuesta a los judíos era familiarizarse con la cultura europea. Debía crearse un nuevo judaísmo, un judaísmo para una Edad de la Razón, de elevados ideales de fraternidad para toda la humanidad. Este intento de crear un judaísmo adaptado a los nuevos tiempos, se llamó la Haskalah, el nombre hebreo para el iluminismo. Surgió en la sociedad judía en la década del setenta del Siglo XVIII y continuó siendo influyente y teniendo vigencia, con altibajos, durante más un siglo.


No era monolítico en modo alguno. Difería de un país al otro y de una personalidad representativa a otra. Quizás incluso la palabra movimiento puede inducir a error. De hecho, fue más bien una tendencia histórica que un movimiento.


La Haskalah tuvo una influencia decisiva en la adopción por parte de los judíos de la vestimenta, el lenguaje y las costumbres de la sociedad europea. Hacía hincapié en la lealtad al moderno estado centralizado y tenía la aspiración de convertir a los judíos en personas productivas. Los judíos debían ser ciudadanos y dejar de esperar al Mesías. Al mismo tiempo, el judaísmo debía convertirse en algo respetable para los gustos europeos. El principal desafío para la Haskalah fue adaptar la vieja herencia judía a los nuevos tiempos. Y por supuesto, hubo numerosas propuestas. Vale la pena reseñar algunas de ellas.


Moisés Mendelssohn (1729-1786) de Dessau, es considerado el padre de la Haskalah. Filósofo sumamente dotado que ganó un primer premio en un concurso en el cual también participó el famoso Emmanuel Kant, trató de reconciliar al judaísmo con la filosofía racionalista. Para él no había nada en la fe judía que se opusiera a la razón: no era una religión revelada sino una legislación revelada. En su enfoque, el judaísmo se transformó en un amable asunto privado perfectamente compatible con la cultura europea. El tradujo el Pentateuco al alemán con una interpretación (Biur en hebreo) y aunque escribió muchos artículos en hebreo, sus principales obras filosóficas fueron escritas en alemán. Fue muy influyente en su tiempo y en su famosa polémica con el pastor suizo Lavater, defendió con gran dignidad su determinación de no convertirse al cristianismo y seguir siendo judío. Pero si analizamos su carrera tenemos que admitir que el hombre era más admirado que sus ideas. El no tuvo verdaderos alumnos entre otras razones por el hecho de que estableció una rígida división: su judaísmo era estricto y no admitía cambios mientras que su actitud hacia la Modernidad era liberal y abierta. Como muchos lo percibieron muy pronto era imposible separar al hombre del judío en la era de la Razón. Si bien trató de convertir el judaísmo en algo apetecible para los judíos de mentalidad moderna, él no tuvo mucho éxito. Sus seis hijos se convirtieron y se unieron a la iglesia Católica.


Si Moisés Mendelssohn fue el principal pensador de la Haskalah, Jehuda Leib Gordon (1831-1892) fue el poeta más destacado. Elogiado por Bialik como uno de los mayores creadores en idioma hebreo de todos los tiempos, también era un ingenioso y valiente periodista que luchó denodadamente contra el atraso en la vida judía. El postuló la necesidad de una reforma social y religiosa y denunció con la mayor energía las posiciones congeladas de los rabinos y de los líderes conservadores. Pero hoy en día, Gordon no es conocido ni por su lucha por una vida judía más liberal ni por su obra literaria. Es conocido sobre todo por su célebre slogan «Se un judío en tu casa y hombre fuero de ella», que para nuestra sensibilidad moderna tiene un inadmisible toque de auto-odio o al menos de un sentimiento de inferioridad. Sin embargo, Gordon estaba muy lejos de preconizar posiciones de auto-odio. Era un verdadero liberal que reclamaba una educación general universal, una reforma de las costumbres religiosas y una dedicación de los judíos a tareas productivas. Hacia el final de su vida, en la década del ochenta del Siglo XIX, cuando se desilusionó de los fracasos del liberalismo ruso, vio una salida para el judaísmo europeo en el entonces novísimo nacionalismo judío. En 1882 elogió el panfleto «Auto emancipación» de Pinsker y propuso la creación de una organización que agrupe a todos aquellos que se proponían radicarse en Palestina.


Otra personalidad dirigente de la Haskalah fue Leopold Zunz (1794-1886) quien fue uno de los fundadores y el más dedicado exponente de la Ciencia del Judaísmo (Die Wissenschaft des Judentums). Nacido en Detmold, Alemania, dedicó su larga vida a obtener respetabilidad para los estudios judíos y a aplicar a la sociedad no-judía que un enfoque crítico y erudito hacia la tradición religiosa judía podría transformarse en una ciencia. El veía en la ciencia judía una barrera contra la asimilación y la conversión al cristianismo. Al igual que Moisés Mendelssohn, él distinguía entre su enfoque filosófico y moderno hacia el judaísmo, de su actitud hacia las costumbres religiosas tradicionales. En 1843, en un artículo titulado «Tefilim» (Filacterias) él hablo de la fuerza inspiradora y edificante de los rituales judíos y subrayó que sin ellos el judaísmo sería un concepto abstracto. Esta mezcla de una visión conservadora de la tradición con un enfoque moderno, académico, del conocimiento judío, no convencido a los no-judíos y tampoco despertó mucho entusiasmo entre los judíos. De manera muy típica, este gran erudito que realizó estudios amplios y profundos acerca de la literatura religiosa judía y dejó muchos e importantes libros, no tuvo discípulos.


Si Zunz quería incorporar los valores de la tradición literaria judía religiosa a la cultura europea, Heinrich Graetz (1817-1891) aspiraba a convertir el estudio de la Historia Judía en parte orgánica de la cultura general europea. Fue el primero que hizo un estudio de gran alcance de la historia de los judíos como un pueblo que vivo desde un punto de vista judío. El describió de manera viva la lucha de los judíos por su supervivencia, su singularidad y sus constantes confrontaciones con el odio y la persecución. El vio en los valores éticos del judaísmo su mayor contribución a la civilización definiéndolo como el único verdadero portaestandarte del monoteísmo auténtico y de la racionalidad religiosa. Graetz, como otros líderes intelectuales de la Haskalah, era un judío orgulloso y replicó con dignidad a los ataques del historiador nacionalista alemán y antisemita Treitschke, que lo acuso de ser un «oriental» de habla alemana, un extraño a la cultura alemana-europea y un enemigo de la cristiandad. De hecho, Graetz se ganó un lugar único en la Historia como el primer historiador judío serio en los tiempos modernos. Pero cuando estudiamos su influencia sobre su tiempo, tenemos que reconocer que era muy limitada. El no convenció a los antisemitas de que dejen de odiar a los judíos ni pudo hacer retornar a los asimilacionistas a sus raíces judías.


Estas cuatro personalidades ampliaron de manera substancial el alcance de la cultura judía y pusieron lo mejor de sí para convertirla en parte orgánica de la cultura europea. Por supuesto, no elegimos sus nombres al azar: ellos de alguna manera representan la diversidad y la riqueza intelectual de la Haskalah. Pero para ser justos deberíamos citar muchos otros nombres importantes, de Naftali Herz Wessely a Nachman Krochmal, de Salomón Maimón a Abraham Geiger y de Isaac Baer Levinson a Peretz Smolenskin. Todos ellos desempeñaron un importante rol en un movimiento que acercó a los judíos a la corriente principal de la civilización europea. La Haskalah fue al mismo tiempo una fresca y nueva experiencia en la Historia Judía y la repetición de un viejo desafío. Lo nuevo era la necesidad de encontrar una forma de mantener un estilo de vida judía en el mundo cambiante de la modernidad; lo viejo era la necesidad de reconciliar la fe y la razón, una preocupación judía desde los días de Maimónides. Tuvo éxito la Haskalah. Es difícil dar una respuesta clara e inequívoca. La Haskalah abrió las puertas tanto para la asimilación como para todas las nuevas corrientes ideológicas en el seno del pueblo judío en el siglo XIX, incluyendo el sionismo. En cierto sentido, la Haskalah preparó el terreno para la gran aventura colectiva que finalmente cristalizó con la creación del Estado de Israel. No es posible separar la modernidad judía de la Haskalah. De alguna manera todos somos deudores intelectuales de este movimiento que tuvo que enfrentar a un período de transición decisivo en la Historia Judía. Algunas de las respuestas dadas por los principales voceros de la Haskalah pueden parecernos hoy demasiados ingenuas o inconsistentes. Pero sin su búsqueda de nuevos horizontes intelectuales para el pueblo judío, la moderna Historia Judía podría haber sido muy diferente.


Como judíos humanistas seculares en esta era post-comunista y post-moderna enfrentamos de la misma manera una difícil transición llena de desafíos en este fin de siglo. Nuestra época está tan llena de contradicciones como el siglo en el cual los judíos salieron de los ghettos y se incorporaron a la civilización europea. Enfrentamos hoy una extraña mezcla de lo viejo y lo nuevo, tanto en la humanidad en general como en la vida judía.


Algunos de los principales dilemas de la Haskalah siguen vigentes hoy en día: como conciliar la razón con la tradición, el judaísmo con la pertenencia a una sociedad no-judía, una vida judía significativa con los cambiantes moldes de conducta de la sociedad post-moderna, una actitud de amplia apertura intelectual con la fidelidad a las raíces históricas y éticas.


Por supuesto, algunos de los problemas se plantean de manera diferente en Israel y en la Diáspora. El judaísmo en el estado judío está orgánicamente ligado a la vida del país. Sin embargo, también en Israel la conciliación de las tradiciones del pasado con un estado moderno no es fácil. También en Israel algunos de los interrogantes más serios acerca de la identidad judía siguen sin resolver. Al igual que los líderes de la Haskalah debemos encontrar nuevas respuestas para viejos interrogantes. Del mismo modo que los intelectuales de la Haskalah en su tiempo debemos ser pioneros de un nuevo pensamiento y un nuevo estilo de vida judía. Como ellos debemos encontrar un nuevo judaísmo significativo, un judaísmo que sea relevante para una nueva época, la sociedad tecnológica del siglo XXI.


Sabemos lo que queremos pero tenemos que encontrar el lenguaje apropiado para explicarlo. Hay muchos que nos escucharían si pudiéramos llegar a ellos. Maimónides escribió en el siglo XII su célebre «Guía para los perplejos» y el pensador de la Haskalah, Nachman Krochmal, escribió antes de su muerte en 1840, su «Guía para los perplejos de nuestro tiempo», que fue editado póstumamente por su amigo Leopold Zunz.


Es nuestro deber histórico señalar un camino a los judíos perplejos de hoy y mañana.