Coloquio

Edición Nº56 - Diciembre 2021

Ed. Nº56: Del archivo: los judíos de la Martinica y Guadalupe (número 28, agosto de 1997)

Por Mordechai Arbell
Traducción del inglés: Pedro J. Olschanaky

Siglo XVII.

La historia judía de Martinica (Martinique) y Guadalupe (Guadeloupe) es relativamente corta: se extiende unos sesenta años. Principió con el arribo de los primeros judíos procedentes de Amsterdam, quienes vinieron en la década de 1620 para administrar intereses holandeses en las avanzadas comerciales de dicha bandera establecidas en las islas; y se cerró con la expulsión de los judíos en 1685.

Aunque de breve lapso, la presencia judía tuvo un impacto importante en la vida de Martinica y Guadalupe. Aportó importantes cambios a su estructura económica, en tanto que al mismo tiempo generó tensiones en las relaciones entre los gobernantes del territorio insular y la dirigencia espiritual católica.


En el año 1635 Armand du Plessis —el cardenal de Richelieu— fundó la «Compagnie des Isles d’Amérique» («Compañía de las Islas de América») con la intención de desarrollar la producción y el comercio de plantas tropicales. Richelieu veía en las Indias Occidentales una fuente de ingresos para la Corona y el Estado franceses. El establecimiento de esta Compañía se topó con una fiera oposición por parte de los colonos y plantadores que ya se habían establecido. Las normas promulgadas por la Compañía dictaban la recaudación de comisiones y tasas que ascendían al 20 por ciento de las ventas, así como la introducción de un impuesto a la importación de bienes a Francia, con una preferencia tarifaria general a la importación a Francia y la exportación desde dicha metrópoli.


La fundación de esta Compañía coincidió con la ocupación en 1635 de la Martinica en nombre de Francia, por Pierre Belain d’Esnambuc. Tal situación resultó de su previo y exitoso desembarco y ocupación de la isla de San Cristóbal (St. Kitts) en 1625 y el acuerdo que logró para dividirse la isla con los ingleses, iniciando el desarrollo de la plantación de tabaco y la producción de índigo (añil), lo que llevó a la fundación de la empresa francesa «Compañía de San Cristóbal». La captura de la isla de Guadalupe por parte de Francia, efectuada por Jean du Plessis, señor de Ossenville, en 1635, suscitó esperanzas a los franceses de un desarrollo —y su correspondiente provecho— a gran escala de sus posesiones insulares en América.


Tales esperanzas no se materializaron. El producto principal, el tabaco, solía ser vendido mayormente a mercados no franceses, privando así a Francia del pago de derechos de importación. Los precios mundiales del tabaco bajaban cada vez más. La «Compañía de las Islas de América» estaba perdiendo dinero. En 1649 se vio obligada a vender sus derechos a empresarios privados —»seigneurs», o señores— que fueron facultados para administrar la isla según parámetros inspirados por los sistemas inglés y holandés.


En 1649 las islas de Guadalupe y Marie Galante fueron compradas por la familia Houel; y Martinica, Santa Lucía, Grenada y las Grenadinas por el señor Dyel du Parquet, un sobrino de D’Esnambuc.


Producida la ocupación francesa de Martinica en 1635, sus nuevos poseedores encontraron allí una cantidad de judíos que habían arribado anteriormente, procedentes de Amsterdam, para desempeñarse como agentes y gerentes de las empresas holandesas establecidas en las islas. El monje dominico Jean-Baptiste du Tertre, quien llegó a Martinica en 1640 y permaneció durante dieciséis años, nos dejó la descripción de un incendio que consumió 60 depósitos holandeses1, lo que demuestra que la presencia holandesa en la isla todavía era considerable.


Los franceses no perturbaron la existencia de los judíos holandeses residentes, cuyo número no era significativo. Ellos estaban dispersos en los depósitos, plantaciones y empresas comerciales en toda la isla. Por lo que se sabe, no formaban una comunidad. Los judíos pudieron trabajar y prosperar durante veinte años bajo el dominio francés, tolerados y protegidos por los gobernadores franceses, quienes necesitaban su perspicacia comercial y financiera, y cuyos servicios requerían. Gradualmente, el éxito de los judíos suscitó celos de parte de los pobladores y mercaderes franceses, al mismo tiempo que la cantidad creciente de monjes y sacerdotes católicos que iban llegando a la colonia no podían soportar el ver judíos residiendo en un territorio francés.


La presencia judía en Martinica cambió dramáticamente cuando los portugueses ocuparon las posesiones holandesas en Brasil. Buques repletos de colonos judíos y protestantes holandeses y de otras procedencias, hicieron proa rumbo al mar Caribe, en búsqueda de posibilidades de asentamiento. El fraile Du Tertre describió como sigue la llegada de refugiados de Brasil: «Un buque de 1.400 toneladas que enfiló hacia nuestras islas, alcanzó la Martinica hacia comienzos de 1654; sus jefes desembarcaron y vinieron a presentar su homenaje a Monsieur du Parquet, solicitándole su anuencia para asentarse en la isla bajo los mismos términos y condiciones que los colonos franceses. Monsieur du Parquet estaba inclinado favorablemente a esto y se les hizo algunas promesas, pero los reverendos padres jesuitas le declararon que eso iba contra la intención del rey, y que la introducción de semejante gente en la isla, que en su mayoría estaba compuesta por judíos y otros heréticos, introduciría herejía y judaísmo, y pudieron convercerle. El decidió, apenado, rechazarlos en la forma más cortes que le fue posible».


Cuando el gobernador de Guadalupe, monsieur Houel, supo que se había rechazado la entrada de los refugiados a Martinica, se esperanzó en que los mismos vendrían a Guadalupe, que fue precisamente lo que ellos hicieron. Tertre dejó su crónica de la llegada de los refugiados: «Un gran navío colmado de habitantes de la isla de Tamarica (Brasil) y sus esclavos, ancló en la isla, y cuatro jefes de aquel buque acudieron a solicitar permiso para residir en ella con sus familias (y) sus esclavos, bajo las mismas condiciones que los demás habitantes. Monsieur Houel los recibió bien y aceptó su solicitud con gran contento. Otros navíos arribaron a la noche siguiente. Una fragata holandesa lo hizo el mismo día, otros dos grandes buques vinieron con habitantes de Paraíba (Brasil), y el miércoles siguiente un gran navío con la guarnición de Tamarica y Paraíba».


En su descripción Du Tertre nos informa que los refugiados del Brasil —cuyo número él contabilizó en un total de alrededor de 900 entre hombres libres y esclavos— vinieron con una ingente cantidad de bienes. La impresión reinante en Guadalupe era que esos refugiados de Brasil, una vez que desembarcaran, invertirían mucho oro y plata haciendo compras para instalarse.


Mientras tanto en Martinica, su gobernador —Du Parquet— advirtió que se estaba perdiendo una nada frecuente oportunidad de hacer ganancias, y además que todos los nuevos colonos se estaban instalando en Guadalupe, por lo que les mostró su enojo a los padres jesuitas, quienes a su vez alentaron a su superior que viajase a Guadalupe y convenciera a Houel de expulsar a esos forasteros procedentes de Brasil.


Tertre nos hace saber que Houel le dijo al superior de los jesuitas que se ocupara de sus propios asuntos, y aquellos holandeses se establecieron en Guadalupe. Poco después otro buque de refugiados arribó a Martinica con 300 súbditos holandeses; esta vez Monsieur du Parquet los recibió con los brazos abiertos.


De varias fuentes y documentos, resulta muy claro que, de acuerdo a los términos de la rendición de los holandeses a los portugueses en Brasil, los holandeses y los judíos podían marcharse con toda su propiedad mueble, dinero y esclavos, lo que significa que los judíos llegados a Martinica y Guadalupe poseían pertenencias.


Hubo una excepción: un grupo que partió de Brasil a bordo de la fragata «Valck» («Halcón») rumbo a Martinica, fue forzado por causa de una tempestad y vientos adversos, a echar el ancla en Jamaica (que en aquel entonces todavía era colonia española). El gobernador español retuvo al barco y arrestó a aquellos pasajeros que se habían convertido en su momento al cristianismo y luego retornaron al judaísmo, por lo que estaban sujetos a punición por parte de la Inquisición española. Los demás, fuesen holandeses o personas nacidas judías, no fueron acusados de herejía y se les permitió seguir viaje.


De acuerdo al historiador Arnold Wiznitzer, los no conversos encontraron lugar en el barco «Santa Catalina» («Santa Catherine») y finalmente llegaron a Nueva Amsterdam. Siempre según Wiznitzer, fueron esos 23 judíos los que fundaron la primigenia comunidad judía de Nueva York (la teoría de Wiznitzer ha sido disputada, y existen otras variaciones de la misma). Los que quedaron presos en Jamaica fueron objeto de una presentación oficial holandesa en España, reclamándolos como ciudadanos holandeses, a los cuales la Inquisición española no tenía capacidad legal para procesarlos y que, por todo esto, había que dejarlos en libertad. El gobierno español, entones, le envió órdenes a su gobernador en Jamaica para que liberara a aquellos detenidos, en orden de las buenas relaciones con Holanda. Pero en esa situación, aquel grupo de judíos prácticamente había quedado en la indigencia y parte de sus pertenencias habían sido confiscadas por el gobernador español. La «Valck» puso entonces proa rumbo a Martinica.


¿Qué sucedió con los esclavos? Es interesante tomar nota de la observación de Du Tertre6, de que los holandeses y judíos habían traído consigo dos clases de «salvajes brasileños»: un grupo contenía cristianos, que eran esclavos; y el otro tenía paganos, que eran hombres libres. El vocablo «salvajes» se utilizaba en aquella época para describir a los indios. Tanto como podemos seguir la historia de los asentamientos judíos en el Caribe y Guayana, en muchos lugares las autoridades, tanto británicas como holandesas o francesas, generalmente no permitían que los judíos tuviera sirvientes o esclavos cristianos. En algunos casos, los judíos incluso fueron acusados de oponerse a que fuesen bautizados los que estaban a su servicio. De esto puede deducirse que los paganos sí eran sirvientes de los judíos, y que eran tratados como hombres libres.


En cuanto a los «negros» —utilizando la palabra con la que los clasificó Tertre—, aquellos que vinieron con los refugiados de Brasil tenían libertad para trabajar los sábados para su beneficio particular, y recibieron de sus patrones terrenos en los que cultivaban patatas y mandioca, que luego vendían en el mercado libre generando ganancias personales.


Está muy claro que tal descripción se refiere a los trabajadores de los plantadores judíos: éstos no trabajaban los sábados, pero la gente que trabajada para ellos era libre de hacer sus propios negocios ese día.


El permiso otorgado a los judíos para asentarse en Martinica y Guadalupe, atrajo a algunos judíos franceses de origen español y portugués, de Bayona y Burdeos, quienes con mucha frecuencia eran parientes de los judíos que habían procedido de Brasil, con lo que se incrementó la cantidad de judíos habitantes en las islas francesas. Resulta difícil evaluar el número exacto de judíos que en 1658 vivían en Martinica y Guadalupe. Una estimación prudente puede calcularla en 300 en una población de alrededor de 5.000 blancos. Los padres jesuitas, que consideraban el asentamiento de judíos como una batalla que les había sido adversa, no descansaron en sus esfuerzos incesantes para obtener una isla «limpia de judíos».


El 2 de abril de 1658 el Consejo Soberano de la Martinica emitió un decreto «prohibiendo a los judíos ocuparse del comercio en las islas», pero debido a la intervención del gobernador —el Seigneur du Parquet— meses más tarde se promulgó otro decreto «reestableciendo el privilegio acordado a los judíos de ocuparse del comercio», cancelando el decreto previo.


Debería tomarse nota de que los padres jesuitas basaban su lucha en pro de la expulsión de los judíos, en el artículo 49 de la Carta de la «Compañía de las Islas de América», aprobada por el rey francés, que establecía que «a nadie que no sea súbdito y no pertenezca a la religión católica, apostólica y romana, le será permitido residir en las islas, colonias o asentamientos»; y el artículo 69 del contrato de la Compañía con D’Olive y Du Plessis —quienes capturaron Guadalupe— establece que «…solamente franceses y católicos pueden asentarse…».


Los judíos, inmediatamente después de instalarse, comenzaron a fundar empresas comerciales, plantaciones de caña de azúcar y fábricas de azúcar a gran escala, lo que trajo un período de prosperidad a esas islas empobrecidas y beneficios para sus regentes: Houel y Du Parquet.


Un sacerdote católico estacionado en Cayena, en la Guayana Francesa, Antoine Biet, expone en su narrativa la depresión que le causó su visita a Martinica en 1662. Vale la pena leer lo que escribió, con sus propias observaciones (traducción del francés por el autor): «Ya que los judíos poseen las principales almacenes y la mejor clase de mercancías, ellos quedan impedidos de observar su día del Sabat (que es el del mercado). Por lo que lograron transferir el día del pesaje (que es el día en que los bienes vendidos son pesados y evaluados para el pago de impuestos), el cual también era día de mercado, a los viernes. El gobernador accedió a esto… de modo que los judíos, que no son tolerados en Francia, han encontrado en una isla francesa (la manera de) practicar el judaísmo, y después del ocaso del viernes hasta el sábado a la misma hora, ellos descansan, no venden mercancía alguna a nadie. Pero profanan fácilmente el día del santo domingo y las festividades de la Iglesia, vendiéndoles a una cantidad de gente lo que necesitan, y los católicos se congregan en sus establecimientos… Los mayores y más crueles enemigos de Jesucristo, a Quien ellos crucificaron, los judíos, públicamente ejercen su religión y guardan el Sabat. Los judíos poseen depósitos en Fort St. Pierre, y en la ciudad donde anclan los navíos. Ellos son los principales comerciantes y florecen gracias a Monsieur du Parquet (el gobernador-propietario de la isla) y su esposa. Consecuentemente todos los pobladores que han preparado azúcar, tabaco, jengibre, añil y otros productos, no usan el sábado para efectuar la pesada pública».


La principal contribución judía a Martinica y Guadalupe fue en la agroindustria. Las islas francesas llegaron relativamente tarde al desarrollo de la producción azucarera. Recién después de la expulsión de los judíos de Brasil —experimentados refinadores de azúcar y comerciantes— la industria azucarera de las islas francesas comenzó a progresar: en 1661 había en Guadalupe 71 factorías de azúcar, con Martinica bastante más atrás. Sin embargo, ya en 1671 Martinica poseía 111 plantas azucareras con 6.582 trabajadores y esclavos ocupados en ellas; en 1685 eran 172 establecimientos. Esto causó que muchos plantadores dejaran de lado el tabaco para dedicarse a la caña de azúcar.


Uno de los más prominentes productores de azúcar fue Benjamín d’Acosta de Andrade, un judío nacido como converso al cristianismo, en Portugal, quien se había asentado en el Brasil holandés y llegado a Martinica en 1654. Era dueño de una de las dos más grandes industrias azucareras de Martinica, cuyo emplazamiento todavía hoy se muestra a los turistas que visitan la isla. D’Acosta de Andrade es conocido y recordado como el que estableció la primera procesadora de cacao en un territorio francés. El cultivo del cacao había comenzado en las colonias españolas americanas, pero en Martinica su procesamiento fue desarrollado, modernizado y transformado en chocolate.


Al principio, el público francés no recibió bien al chocolate, y sus impuestos aduaneros eran muy altos. Sin embargo se lo desarrolló año tras año y hacia 1684 cada vez más plantas procesadoras de cacao fueron habilitadas en Martinica, y el chocolate se volvió su exportación más importante. Sin embargo, Beiyamin d’Acosta no se pudo beneficiar de su progreso. En 1664, con las ganancias crecientes de las colonias caribeñas, Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), principal ministro de Luis XIV, formó la «Compagnie des Indes Occidentales» y centralizó los derechos de las colonias, transfiriéndolas de sus regentes-seigneurs al control directo de la Corona. De acuerdo con las nuevas reglas de la Compañía, todo el comercio debía ser traspasado a manos francesas y ser conducido únicamente con Francia. Fue así que Benjamín d’Acosta tuvo que abandonar sus establecimientos,12 que pasaron a manos de sus socios franceses.


Estas restricciones asimismo perjudicaron el floreciente comercio entre Martinica y Amsterdam, desempeñado mayormente por judíos de ambos puntos. Las limitaciones se originaban principalmente en el hecho de que la Compañía de las Indias Occidentales consideraba a los judíos como competidores. Los estrechos contactos de los judíos con Amsterdam y la isla holandesa de Curazao conducían a la desviación a puertos no franceses de una gran parte de la producción de Martinica, generando una pérdida al tesoro francés. Como también la prosperidad judía era envidiada por una gran proporción de los plantadores de Martinica y Guadalupe. Es que los judíos de Brasil no solamente poseían la experiencia sino que además tenían la capacidad de financiar sus plantas azucareras, las cuales requerían una considerable inversión inicial. La mayoría de los plantadores franceses siguieron cultivando tabaco y gradualmente se empobrecieron cada vez más. Su necesidad de dinero en efectivo los endeudaba con prestamistas judíos. También se acusaba a los judíos de invertir sus ganancias fuera de Martinica, despojando de liquidez monetaria a las islas. Fue así que una coalición integrada por los padres jesuitas con los plantadores y comerciantes franceses, accionó para limitar la vida judía y provocar la expulsión de los judíos.


La coalición logró forzar al gobernador Prouville de TVacy a dictar, en 1664, un acta que contuvo un parágrafo que establecía que «aquellos de la Nación Judía, deben comprar o vender en el día del Sabat, a menos que Su Majestad ordene otra cosa…».  El desdichado De Tracy pidió a Francia instrucciones claras al respecto, pero las recibió ambiguas, particularmente sobre que «el rey no desea que sea alterado lo que fue practicado hasta ahora por los hugonotes y los judíos…»14  El único recurso que le quedó al gobernador fue cerrar los ojos a las transgresiones contra su propio decreto. Los judíos continuaron guardando su Shabat.


En 1667 se nombró gobernador a De Baas, un hombre de cultura, tolerancia e ideas liberales, que a poco de asumir su cargo se convenció de que la presencia judía resultaba muy necesaria para el bienestar de las islas, especialmente sus cultivos e industrias. Su gestión alentó a los judíos a apelar directamente a Luis XIV —en un documento que le presentaron tres parientes de judíos de Martinica, residentes en Amsterdam15 — solicitándole en forma oficial iguales derechos comerciales que todos los demás habitantes de las islas.16 No caben dudas de que los peticionantes17 coordinaron su petitorio con el gobernador De Baas, quien le dio una positiva recomendación a su tratamiento en la metrópoli. Todo esto produjo como resultado la carta del 23 de mayo de 1671, firmada por Luis XTV y también por el jefe del Gabinete ministerial, Colbert, que dice lo siguiente: «Habiendo informado monsieur de Baas que los judíos establecidos en Martinica y otras islas han invertido considerablemente en pro del cultivo del suelo y fortalecido sus establecimientos para la utilidad pública, mediante esta Carta Yo informo que mi intención es que vosotros os encarguéis de que ellos tengan los mismo privilegios que los demás habitantes de las mencionadas islas, y les facilitéis completa libertad de conciencia, aunque adoptando las necesarias precauciones para que el ejercicio de su religión no escandalice a los católicos».


De esta carta los judíos dedujeron que podían practicar su religión a condición de no hacerlo abiertamente, lo que los alentó a solicitar a la comunidad judía portuguesa de Amsterdam un Rollo de la Torá, el cual fue recibido en 1676 por Benjamín d’Acosta de Andrade.


Los judíos de Martinica comprendieron adecuadamente la carta real. Prueba adicional de que esa era su interpretación, aparece en el diario, correspondiente al año 1671, del emisario del monarca francés a la colonia de Cayena, Lefébre de la Barre, donde éste anotó lo siguiente: «La práctica de la única religión permitida en las islas es la católica, aunque hay algunos habitantes en la región pretendiendo ser reformistas, y asimismo otros se declaran judíos en Martinica, si bien no se les permite ninguna manifestación pública de su religión».


Se han formulado teorías acerca de la existencia de una sinagoga en Martinica, habiéndose indicado diversos lugares como el sitio donde la misma habría funcionado. Sin embargo, suponemos que las preces se conducían en una residencia privada transformada en casa de oración que gradualmente se fue asentando como sinagoga improvisada.


La dichosa y tranquila existencia de los judíos de Martinica continuó hasta la muerte del gobernador De Baas en 1677. Quien lo reemplazó, el conde de Blenac, era devoto de los jesuitas y había sido confesor de Luis XIV. Su objetivo principal era la expulsión de los judíos de Martinica. Constantemente apeló a la corte en favor de la adopción de medidas contra los judíos. Su propio intendente en la isla, Begon, y parte de sus funcionarios se opusieron. Llegaron a Versailles informes contradictorios sobre los judíos. Colbert no deseaba que se cambiara el statu quo.


Una petición instigada por De Blenac fue presentada a Colbert por los sacerdotes jesuitas de la isla en 1681. En la misma se acusaba a los judíos de poseer esclavos cristianos, de blasfemar contra el nombre de Jesús, de matar a los bebés nacidos de sus esclavos cristianos para que no fueran bautizados, de observar abiertamente el Shabat, Pésaj (Pascua) y otras festividades judías, de circuncidar a sus varones recién nacidos, de preparar sus comidas según las leyes religiosas judías, etcétera, etcétera. Esta petición recomendó que los judíos fuesen tolerados únicamente con fines comerciales, que fuesen distinguidos de los demás mediante un signo exterior especial, que no fuera permitido que ningún judío arribara a Martinica con intenciones de quedarse, que no se permitiera a los judíos poseer esclavos, y que no se autorizara estar en la isla a ningún judío que se hubiera bautizado cristiano y luego retornado al judaísmo.


Advirtiendo la incitación que se estaba ejerciendo contra ellos, los judíos de Martinica comenzaron a abandonar gradualmente la isla. Guadalupe, con su historia repleta de trastornos, también fue perdiendo drásticamente su población judía.


Cuando el conde de Blenac estaba visitando Francia en 1683, lo encontró a Colbert adoleciendo de mala salud; entonces, aprovechando sus contactos personales con la corte, logró obtener la firma del rey para una orden de expulsión de los judíos de las islas, con una carta de confirmación de la recepción del petitorio de los jesuitas. Para asegurarse de que la orden sería ejecutada sin dilaciones, el rey firmó el «Código Negro» («Code Noir») en 1685. En su parágrafo primero, este documento establece que para ser «implementado en Nuestras islas, se ordena a todos Nuestros funcionarios que ahuyenten de Nuestras islas a todos los judíos que en ellas residen, y (haciéndoles) salir en el lapso de tres meses desde la publicación de la presente, y bajo pena de confiscación de toda la propiedad por incumplimiento».


Existen diversas estimaciones de cuántos judíos vivían en Martinica en tiempos de la expulsión y el «Code Noir». Se calcula que su número era menor al centenar de personas, incluyendo a las familias Pereira, Franco Athias, Molina, Letov, Barjuda, Pinheiro, d’Andrade, Luis, da Gama, Bueno, Cohén, López, Gabay, Israel, Da Costa d’Andrade, Vaz y Núñez.


La mayoría de los judíos se marcharon de Martinica rumbo a Curazao, El historiador y Gran Rabino («jajam» en jefe) de Curazao, Izak Emanuel, ha identificado a las familias Vaz, Andrade, De Molina, Da Gama, Franco Athia, Pinheiro, Pereira, da Acosta, de Andrade, residiendo en Curazao. El Rollo de la Torá (Pentateuco hebreo), junto con los ornamentos de la sinagoga improvisada, fueron llevados consigo fuera de la isla por los expulsados.


Quedan en la actualidad algunos sitios relacionados con la presencia judía en la Martinica del siglo XVII: ruinas de trapiches de los ingenios azucareros, mansiones, etcétera, especialmente en el llamado «barrio brasileño antiguo». En Guadalupe persiste una leyenda sobre cierto pescador judío denominado Pieterz, quien se dedicó al negocio pesquero en un punto de la costa tras haber venido de Brasil. Bajo la ocupación británica, en 1759 fue fundada una ciudad denominada Point-au-Pitre, ubicada precisamente en el Point de Pieterz: esta ciudad es la actual capital de Guadalupe, Guadeloupe en francés.


El Código Negro ha tenido varias interpretaciones. A veces se sostuvo que concernía iónicamente a los judíos que no fueran súbditos franceses, que no expulsaba a todos los judíos. En otras ocasiones se dedujo que los judíos podían viajar a las islas pero no residir en ellas. También se suscitó la pregunta de si a los judíos portugueses residentes en Francia en base a las «Lettres-Patents» («Cartas Patentes») firmadas por los reyes franceses, les podía ser negada la residencia en las colonias francesas. La mayoría de estos interrogantes quedaron sin respuesta debido a diferentes interpretaciones y decisiones de magistrados locales.


Podemos citar dos casos concernientes a Martinica:


El sacerdote jacobino Jean-Baptist Labat describe la llegada a Martinica, en 1699, de un miembro de la familia de Benjamín d’Acosta de Andrade, procedente de Curazao con el propósito de gestionar el pago de sumas adeudadas a su citado pariente, a quien él había heredado. Las industrias habían sido apoderadas por los socios cristianos de d’Acosta. Esta visita no cosechó resultados, puesto que los pagos le fueron rehusados.26 Sin embargo, del mero hecho de que esta visita haya tenido lugar, y de otras que también se hicieron, podemos aceptar la conclusión de que las visitas de judíos a Martinica eran posibles.


En cuanto a la cuestión de la residencia, la misma dependía de las conexiones que se tuvieran con las autoridades. David Gradis, un judío portugués de Burdeos, fundó una de las principales compañías que comerciaban con las colonias, y obtuvo permiso para que dos sobrinos suyos: Mendès y Miranda, residieran en Martinica. Esta compañía era importante, como queda dicho, y seis de sus buques arribaban a Martinica cada año. A bordo de uno de esos navíos vino Samuel Gradis, hijo de David Gradis, quien murió en Martinica en enero de 1732. Fue enterrado en el monasterio de los «Frères de la Charité», pronunciándose en la ocasión todas las preces judías apropiadas, pero sin colocarse una lápida sobre su sepultura.


Esto nos permite deducir que en 1732 había por lo menos diez judíos residiendo en Martinica, como para formar un minián (el quórum mínimo de diez judíos varones mayores de 13 años) que posibilitara efectuar una inhumación judía.


En tiempos de la Revolución Francesa, prácticamente no quedaba ninguna sería presencia judía en Martinica ni en Guadalupe.