Ideas

parte 4

Cómo combatimos el antisemitismo

Año 1938. Mientras el nazismo avanza en Europa, con la anexión de Austria, la situación de los judíos es cada vez más crítica. El antisemitismo es una cuestión de Estado. Desde la costa opuesta del Océano Atlántico, dos amigos judíos -Jerry Siegel y Joe Shusterencuentran
su respuesta a tanto odio y desolación en la forma de un personaje mítico: Superman. Los superhéroes acuden al rescate, aunque tan solo sea en la ficción.

Casi un siglo después, el antisemitismo continúa siendo una realidad. Sus formas y expresiones sin duda han mutado, pero el odio es el mismo. Y aunque Superman aún hoy inspira a millones de niños y adultos, el combate al antisemitismo ya no es cosa de superhéroes. 

¿Cómo luchamos, entonces, contra el antisemitismo? ¿Con qué herramientas contamos? En la medida que no se trata de un fenómeno estático e inmutable, las respuestas son necesariamente variadas. La existencia de cierto odio o rechazo a lo judío tampoco es excluyente de estas latitudes. Comencemos, entonces, por definir y recortar la realidad. ¿De qué hablamos cuando hablamos de antisemitismo en América Latina, y cómo hacemos para combatirlo?

Si pudiéramos catalogarlo en etapas, diríamos que el punto de partida es el prejuicio. Hablamos aquí de un antisemitismo “latente”, con un bajo nivel de manifestaciones violentas que es indirectamente proporcional a su peligro. Porque el prejuicio es el gérmen necesario, la picadura sin la cual difícilmente se alcancen los estadíos que habitan por encima de la superficie.
La RAE define al prejuicio como la “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”. Detengámonos por un momento en estas últimas tres palabras, que encierran conceptos que consideramos fundamentales comprender y diferenciar. 

El prejuicio contra los judíos, si nos aferramos a esa definición, se debe a un desconocimiento de lo que significa que una persona sea judía. Bajo esa ignorancia, durante muchos años, apuntamos en forma descalificativa a la calidad de quien ostenta esos prejuicios, pero ese es un facilismo que debemos dejar de lado, ya que parte de nuestro propio prejuicio.

Porque ese desconocimiento acerca de lo que es un judío, o de por qué existe el Estado de Israel, muchas veces se observa en gente instruida e incluso con altos logros en su especialidad. Ocurre, simplemente, que no saben lo que es un judío porque nunca tuvieron la oportunidad de interactuar con uno, o porque ni siquiera entienden en qué se diferencia un judío de una persona que profesa otras religiones, empezando por la suya propia.

Este no es el caso, sin embargo, de aquel cuyos prejuicios son fruto de la inculcación de la que fueron pasivos por acción de diseminadores de odio, ya sea por haber caído en manos de formadores con ese espíritu, o en forma autodidacta informándose a través de sus publicaciones, tanto en las redes sociales como en medios propagadores de fake news antisemitas. Estos sí, creen saber lo que es un judío, pero lo que saben fue tergiversado desde el momento en que adquirieron ese conocimiento. Quizá ese preconcepto les fuera inculcado desde la cuna, por padres que entraban en alguno de los conjuntos recién esbozados, o tal vez se toparon con ellos navegando en internet. Cualquiera sea el caso, todos parten del prejuicio.

Volvamos entonces a la definición de la RAE. En los discursos de odio en general, y en el antisemitismo en particular, el prejuicio implica desconocer o conocer mal. Por ello, debemos actuar de una forma tenaz y bajo una estrategia coordinada en dar respuesta a estos preconceptos tan dañinos, que alimentan cotidianamente la llama del antisemitismo.

Es cierto, después de todo, lo que nuestros mayores repetían: es más fácil prevenir que curar. Lo hemos vivido en carne propia los últimos dos años, en la tarea maratónica de inmunizarnos contra el COVID-19. Con ciertas licencias, podemos trazar una analogía entre los virus y el antisemitismo. Nada más pensemos que el “antisemitismo” es el virus, que se contagia a través de videos, posteos, discursos o libros, entre tantas publicaciones y material antisemita. Los lectores desprevenidos, internautas, oyentes que parten de aquel prejuicio, de pronto se “contagian”. El desconocimiento se hace mal conocimiento, aparecen los síntomas, y con el tiempo serán ellos quienes estén en condiciones de contagiar.

La labor de los médicos es curar cuando hay enfermedad. La de los científicos e investigadores, desarrollar la vacuna para prevenir la infección en primer lugar. Si entendemos el antisemitismo como un virus vivo, que existe y muta en los contagiados, debemos trabajar en un abordaje integral. Curar la enfermedad actual, y garantizar la inmunidad para las próximas generaciones. Y la clave de la vacuna no está en grandes laboratorios, si no en las manos de los individuos y las comunidades judías organizada.

Para frenar el virus del odio, la vacuna no es otra que mostrar lo que “es” una persona judía a los grupos de riesgo, aquellos cargados de prejuicios. Para ello, no hay una única fórmula.

En las dirigencias comunitarias está el adoptar aquella que mejor se adapte a la realidad de la sociedad en la que está enclavada. Pero, más allá del método utilizado, el objetivo primario es mostrar lo que “es” un judío a quien no lo sabe o en contraposición a lo que el otro “cree que sabe”. Insertos en una sociedad que demasiadas veces encuentra en la nacionalidad, el género, el cuerpo, motivo suficiente para prejuzgar. Debemos elucubrar un mensaje superador, que no solamente tienda a descargar de prejuicios al concepto de ”judío”, sino que nos permita la desestigmatización de todas las minorías.

En este camino, y a fines de llegar a la mayor cantidad de individuos, debemos salir de nuestra zona de confort y tomar protagonismo en la comunidad en general. No es necesario para ello participar de entidades multi religiosas, simplemente con poner el foco en nuestros vecinos; en nuestros colegas o en los padres de los compañeros de fútbol de nuestros hijos, podría ser suficiente para encontrar a quien enseñarle lo que “es” un judío.

Un aspecto que no podemos dejar de tomar en cuenta al diseñar herramientas para deshacer los prejuicios, es que América Latina es el continente con mayor presencia de personas de fe católica y que, a lo largo de los siglos que corrieron desde la evangelización hasta mediados del siglo pasado, era parte del dogma oficial de la Iglesia Católica la creencia de que los judíos asesinaron a Jesús, algo que recién fue desestimado de manera oficial en el Concilio Vaticano II, por medio del Nostra Aetate.

La introducción de este documento, no fue algo meramente simbólico, ya que permitió que la jerarquía católica trazara lazos con las demás religiones, entre la que se encuentra el judaísmo. Lo que a nosotros nos interesa, como destructores de prejuicios, es que se entienda que ese punto de reunión a nivel eclesiástico no solo es importante per se, sino que sea observado y luego imitado por la sociedad católica en general.

La fotografía que inmortalizó la primera visita de un Sumo Pontífice a Israel, durante el viaje realizado por Pablo VI en 1964, el retrato en 1986 del Papa Juan Pablo II en la primera visita de un Sumo Pontífice a la Sinagoga de Roma, o las fotos actuales del Papa Francisco junto a miembros de instituciones representativas del pueblo judío, son imágenes fuertes, que trascienden incluso los nombres de sus protagonistas.

 

La histórica visita de San Juan Pablo II a la Sinagoga de Roma hace 35 años - Vatican News