Coloquio

Edición Nº23 - Octubre 1990

Ed. Nº23: Antisemitismo: enfermedad infantil del marxismo

Por Leopoldo Muller Z´L

A casi 150 años de la formulación del “Manifiesto Comunista”, la figura de Marx y su doctrina siguen vigentes en el campo de la filosofía política. Su propuesta exige su aplicación a una praxis. Según sus propias palabras: “los filósofos no han hecho otra cosa que interpretar el mundo de diferentes maneras, cuando de lo que se trata es de transformarlo” (XI tesis sobre Feurbach).

 

Como se sabe Marx propuso un método de interpretación de la historia acorde al cual los eventos políticos, sociales y económicos, deben ser considerados como determinados por leyes generales del desarrollo de la historia que siguen inalterables principios dialécticos de la naturaleza. Creó también una Teoría de Política Económica cuyas nociones básicas serían: la Teoría del Valor del Trabajo, la Teoría de la Plusvalía y la Teoría de la Concentración del Capital.

Marx ofreció una Solución Ética para corregir los males por el enriquecimiento capitalista, el empobrecimiento de la clase trabajadora y su alienación. La defensa de los valores humanos, se lograría mediante el socialismo (más tarde el comunismo). Se alcanzaría una distribución más justa con la posesión exclusiva por parte del proletariado de los medios de producción y la supresión del Estado, instrumento de sujeción de la clase dirigente a cuyo servicio se halla.

Siendo la obra de Marx conjuntamente con la de Engels una serie de doctrinas complejas, expuestas en unas cuarenta obras que abarcan una concepción del universo, con estribaciones filosóficas, metafísicas, sociales e históricas, escapan a las posibilidades de su discusión aquí. Requiere el conocimiento exhaustivo de especialistas que a través de un siglo y medio han discutido, aprobado y rebatido, parte o todo lo sostenido por Marx. Sus seguidores en cambio se han guiado por sus principios, en parte, u ortodoxamente. En la actualidad, una tercera parte de la humanidad según se dice, vive acorde a esos principios, formulados y caracterizados por sus más fieles seguidores, en cuatro continentes. Las doctrinas políticas rigen por más de setenta años al quehacer del estado soviético de la URSS y de sus seguidores. De modo que los estadistas, políticos y economistas disponen ahora de medios para poner a prueba las respectivas teorías y cotejar resultados, ponderar a los diferentes sistemas por los cuales optan, con mayor o menor libertad los diferentes países.

Al concluir este siglo asistimos sin embargo a un revisionismo de este extraño producto histórico-cultural tan abarcativo, como pretendió ser desde su alumbramiento el marxismo. Cerrado y abierto simultáneamente aún en vida de su creador, no estuvo exento de diatribas y disputas violentas. El socialismo comenzó siendo utópico para ser definido por su creador como «científico». Este adjetivo citado siempre como aval; sinónimo de verdadero, no es definido sin embargo con precisión. Es científico porque sostiene haber descubierto un método por el cual se rige la Historia. Marx sostiene, como antes Hegel, haber descubierto esas leyes pero al igual que el inspirador del método dialéctico, su método es deductivo, basado en consideraciones lógicas puras, inverificables en su esencia. Por eso se trata más propiamente de una metafísica, en ambos casos.

En Hegel, es Dios quien habla, el Bíblico, más propiamente el del «Nuevo Testamento», el cristiano, que sustituye al avejentado Yahvé. Los dioses de otras creencias no hablan, Dios parece haberse convertido en Libro. En el hegeliano Marx, cuando él invierte el sistema de Hegel, la historia se convierte en libro, en una Biblia, y luego es ciencia. Ya no es Dios quien habla, sino La Historia; Marx es su voz. No su intérprete. La Historia tenía por fin, su propio método no su interpretación, como con Hegel. Este historicismo y filosofía oracular ha tenido en Popper su más lúcido analista1.

A Marx le gustaba decir que él no era marxista, pero sus seguidores tomaban a Marx por garante frente al peligro de las corrientes interpretativas, basadas en diferentes lecturas de Marx, todas científicas y verdaderas. Sin embargo, de inmediato surgieron diferentes interpretaciones dentro del marxismo, incluso con el libro en la mano, como ocurre con todo libro. El problema de todo texto es siempre la interpretación, como lo dice sabiamente J. Bergua2 «los intérpretes son para el texto, como los hongos después de la lluvia, su floración natural».

Al revés de lo que dijo Marx, sólo él fue el verdadero marxista. Lo prueban los avatares que siguieron a la grandiosa obra de Marx, que con su formidable capacidad creativa intelectual, irrumpió en un mundo plagado de incertidumbres políticas, revoluciones tecnológicas y económicas y ante tal complejidad intentó fijar leyes para siempre. El mismo creyó haberlo logrado.

Ha sido objeto de estudio de todos los marxólogos que se han ocupado del tema. A nosotros nos interesa seguirlo en su historia personal, destacar en especial la postura de Marx sobre el judaísmo y las derivaciones de ese «punto ciego en su retina» y las consecuencias que tuvo especialmente en el primer estado socialista la doctrina con respecto al judaísmo, la cuestión de las nacionalidades. Me refiero al trabajo de Marx «La Cuestión Judía» basado en el estudio homónimo de Bruno Bauer (1843) a quien el joven Marx admiraba aún en esa época. Se discute la pretensión de la emancipación política de los judíos surgida después de la Revolución Francesa y el efecto de la postura napoleónica. En su trabajo B. Bauer, notorio antisemita, plantea sus tesis resumidas así en su comienzo por Marx:3

Bruno Bauer, «La cuestión judía», Braunschweig, 1843.

«Los judíos alemanes pretenden su emancipación. ¿Qué emancipación? La emancipación ciudadana, política».

«Bruno Bauer les responde: en Alemania nadie se halla emancipado políticamente. Ni siquiera nosotros somos libres. ¿Cómo os vamos a liberar a vosotros? Los judíos sois unos egoístas, exigiendo una emancipación especial en vuestra calidad de judíos. Como alemanes tendríais que trabajar por la emancipación humana. Y la opresión y el desprecio en que se os tiene en particular, no deberíais sentirlos como excepción sino al contrario como confirmación de la regla».

Considero importante la transcripción de las opiniones de Marx cuando es él mismo quien habla sobre la cuestión judía, para poner al alcance del lector sus propias palabras, ya que él no se creía antisemita4.

«Tratemos de romper la formulación teológica de la cuestión. La cuestión de si el judío es capaz de emancipación se nos transforma en esta otra pregunta: ¿Qué elemento social específico debo ser superado para terminar con el judaísmo? En efecto, la capacidad del judío actual para emanciparse es la relación en que se halla el judaísmo con la emancipación del mundo actual. Esta relación resulta necesariamente de la posición específica del judaísmo en el actual mundo esclavizado Fijémonos en el judaísmo real y terreno; no en el judío sabático, como hace Bauer, sino en el judío de la vida corriente».

«No busquemos el secreto del judío en su religión, sino el secreto de la religión en el judío real».

«¿Cuál es la base profana del judaísmo? Las necesidades prácticas, sus intereses».

«¿Cuál es el culto profano del judío? La usura, el chalaneo. ¿Cuál es su Dios profano? El Dinero».

«Bueno, pues la emancipación del chalaneo y del dinero, o sea del judaísmo práctico, real, será la emancipación inmanente propia de nuestro tiempo».

«Una organización de la sociedad que suprimiese los presupuestos, es decir la posibilidad, de la usura, habría acabado con el judaísmo. La conciencia religiosa judía se disolvería como un jirón de niebla en el aire real que respira la sociedad. Por otra parte basta con que el judío se dio cuenta de esta nulidad de su praxis y se ponga a superarla, para que a partir de su trayectoria anterior esté trabajando ya en la emancipación humana a secas y el judaísmo se vuelva así contra la suprema expresión práctica de la enajenación del hombre por sí mismo».

«En el judaísmo encontramos presente por tanto un elemento antisocial de carácter general. Este elemento ha alcanzado su apogeo por un proceso histórico, al que los judíos han colaborado con todo empeño en el mal sentido indicado, apogeo que implica necesariamente la disolución».

«La emancipación de los judíos significa en última instancia la emancipación de la humanidad frente al judaísmo».

«El judío ya se ha emancipado a su manera judía».

«La sociedad burguesa engendra constantemente en sus propias entrañas al judaísmo».

«¿Cuál era el fundamento en sí y para sí, implícito y explícito, objetivo y consciente, de la religión judía? Las necesidades prácticas, el egoísmo».

 

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«La quimérica nacionalidad del judío es la nacionalidad del comerciante y en general del hombre del dinero».

«La ley sin pies ni cabeza del judío os sólo la caricatura religiosa de la moralidad y del derecho generales sin pies ni cabeza, de los ritos meramente formales con que se rodea el mundo del propio interés».

«También aquí la suprema situación del hombre es la situación legal, la relación con leyes que no lo afectan por ser las leyes de su propia voluntad y ser, sino porque dominan y porque su venganza recae sobre quien reniega de ellas».

«El jesuitismo judío, el mismo jesuitismo práctico que Bauer demuestra ser propio del Talmud, es la relación entre el mundo del propio interés y las leyes que lo dominan; soslayarlas hábilmente constituye el arte principal de este mundo».

«Más aún, la actividad de este mundo en el ámbito de sus leyes supone ineludiblemente la constante abolición de la ley».

«Si el judaísmo no pudo seguir desarrollándose como religión teóricamente, es porque la Weltanscnauung de las necesidades prácticas es por naturaleza corta de alcances y se agota en pocos rasgos».

 

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«El cristianismo es el judaísmo en la forma de un pensamiento sublime; el judaísmo es la aplicación utilitaria y pedestre del cristianismo. Poro esta aplicación utilitaria no pudo convertirse en algo general hasta que el cristianismo, como religión acabada, hubo completado teóricamente la enajenación del hombre de sí mismo y de la naturaleza».

«Solo entonces pudo convertirse el judaísmo en un poder universal y convertir al hombre enajenado, la naturaleza enajenada en objetos enajenables, vendibles, entregados a la esclavitud de las necesidades egoístas, del chalaneo».

«La esencia religiosa del judío ha alcanzado su realidad universal y profana en la sociedad burguesa. Ya podía ésta convencer al judío de la irrealidad de su ser religioso, que no es precisamente sino la concepción ideal de las necesidades prácticas. Por tanto no es sólo en el Pentateuco o en el Talmud donde tenemos que buscar la esencia del judío actual, sino en la sociedad actual, no como algo abstracto sino concretísimo, no sólo como limitación del judío sino como limitación judía de la sociedad».

«Tan pronto como la sociedad logre superarla realidad empírica del judaísmo, el chalaneo y sus presupuestos, el judío se habrá hecho imposible; su conciencia habrá perdido su objeto, la baso subjetiva del judaísmo —los necesidades prácticas— se habrá humanizado, el conflicto de la existencia sensible, individual del hombre como su existencia a nivel de especie, se hallará superado».

«La emancipación social del judío es la emancipación de la sociedad frente al judaísmo».

«La Cuestión Judía». Escrito de agosto a diciembre de 1843. «Anuarios Francoalemanes». París, 18445.

Es de hacer notar que esta temprana obra de Marx, escrita cuando él tenía 25 años con convicciones ya inalterables, no fue publicada hasta 1930 por el estudioso marxista David Riazanov, al frente del Instituto Marx-Engels de Moscú. Riazanov, como otros prominentes estudiosos fue muerto en las purgas stalinistas de los años ’30.

¿Qué impresión produce la lectura de éstas afirmaciones de Marx sobre un lector de 1989, que es y se cree marxista, que vivió el nacimiento del sionismo, luego la Alemania Nazi y el Holocausto, el surgimiento del Estado de Israel? Y ya anteriormente surgió del primer estado socialista en el mundo basado en una ideología marxista, con el agregado leninista, y ulteriormente la reformulación stalinista que pergeñó. La formación de la «Región Autónoma» para los judíos soviéticos en Birobidján, paralelo a la segunda aliá y constituye una «solución» stalinista en contra de las pretensiones del sionismo. En 1928 por propuesta del entonces presidente Kalinin se fórmala Región Autónoma del Birobidján. El idioma ídish fue reconocido como idioma oficial (¿para todos los judíos o solamente para los judíos de la URSS?). ¿Qué teoría política rigió la creación de este enclave? ¿Sería el reconocimiento del judaísmo como pueblo, los judíos como una nación en busca de un territorio cualquiera? ¿O sería quizás una solución socialista-científica para la «Cuestión Judía» mediante una concentración guetoizante, una «reeducación» de esos «Judíos de Marx» dentro del Estado Socialista? Ese engendro «autónomo» nunca marchó y el proyecto fue abandonado definitivamente con el mayor silencio ante su resonante fracaso. ¿Por qué ese fracaso? Probablemente haya sido un intento de contrarrestar el «peligro» de interpretaciones marxistas sionistas como las de Ber Borojov (1881-1917) cuyas interpretaciones marxistas habían creado ya una gran influencia en el movimiento sionista obrero Poalei-Sión, cuyo secretario fue desde su fundación (1907). La corriente sionista marxista borojoviana ofrecía una interpretación radicalmente diferente a la lenino-stalinista, puesto que legitima las aspiraciones nacionales del judaísmo y su concentración en Palestina aún antes de la Declaración Balfour. También significaba un total rechazo a las soluciones «territorialistas» tipo Uganda. Hay que recordar que Borojov aceptó participar en el Congreso de las Minorías convocado por Kerensky, antes del triunfo de la revolución bolchevique.

¿A qué se debía teóricamente la postura de Marx que veía al judaísmo como él lo describe?

La pregunta debe ser planteada desde adentro del marco teórico en el cual fue formulado para investigar la coherencia epistemológica de los principios básicos que lo sostienen. Hay deslizamientos de juicios previos (prejuicios) de áreas no racionales que tienen status de no «cientificidad» en la concepción determinista de la historia, de la cual su formulador no sería consciente, pero que podría impregnar otros segmentos teóricos de dudosa «cientificidad» al entrar en contradicción con sus propios postulados. En especial importa entender lo referente a la consideración que tiene en Marx la cuestión de las nacionalidades ante su afirmación de que la historia de toda sociedad existente está constituida por la lucha de clases, solamente, no de naciones. Si estas dificultades se plantean dentro de la doctrina misma de Marx, sus falencias se harán sentir luego en los seguidores al intentar aplicar su praxis, que es un reclamo de la teoría misma.

¿Cómo se compagina la afirmación de Marx de que el humanismo es un problema político y que no hay un hombre en general, pero sí hay «un judío general» tal cual acaba de describirlo él? ¿Vendría a ser el judío internacional una petición de principio y el judío «capitalista» por excelencia? Todos los judíos son capitalistas o a la inversa, ¿por qué no son judíos todos los capitalistas? Y el judío no religioso, ¿en qué resquicio de la trama teórica se insertaría?

El joven Marx, dotado ya de un poderoso intelecto, desarrolló un corpus teórico que dominará la filosofía y la acción política en la época moderna y contemporánea. Si él fue víctima de un error grueso de esa naturaleza habría que buscar la causa más profunda en su propia historia.

Considero imposible responder a estas preguntas si no consideramos siquiera someramente la historia personal de Marx, su origen y circunstancias personales, sus rasgos psicológicos que pueden haber influido en sus ideas, aunque el propio Marx hubiera negado validez a las consideraciones psicológicas individuales como determinantes de una ideología. La palabra Psicología no figura en su vocabulario. Era un racionalista irracional.

Hay muchas biografías sobre Marx. Algunas totalmente ilegibles por no ser más que una marxolatría, un endiosamiento de su figura, sin el mínimo criterio de aplicación del método analítico crítico ideado por Marx mismo. Es decir, estudiar las consideraciones materiales, sociales, económicos que determinan la conciencia («la existencia determina la conciencia» reza el dictum elemental marxista).

«Karl Marx, His Life and Environment» de Isaiah Berlín6, uno de los más lúcidos estudiosos de la Historia de las Ideas, no incurre en esos groseros enfoques sino que pone a nuestro alcance una apasionante biografía analítica en la que el fermento ideario de la época, la personalidad y las circunstancias históricas, personales y familiares, concurren a dar cuenta de las ricas y complejas circunstancias que conforman a un ser humano. Si algo ha de lamentarse es que sus agudas observaciones psicológicas sean retaceadas bajo el protector manto de no ser él un psicólogo profesional. Si bien aporta datos sobre su rechazo del judaísmo, nada dice sobre el cliché antisemita, y los lugares comunes que determinan tanta superficialidad. En un trabajo ulterior «Benjamín Disraeli and Karl Marx, Search for Identity»7 se preocupa más por las raíces psicológicas de su personalidad y sus ideas.

Resulta difícil imaginar hoy que los estudiosos marxistas no tengan en cuenta la conformación psíquica del ser humano o que piensen que es solamente producto histórico de las consideraciones determinantes de su clase social.

No es psicologismo excesivo vincular su desprecio al judaísmo, a su origen judío. Nieto de un rabino que ejerció su cargo en su ciudad natal, Karl ha querido desconocer sus orígenes, casi no hay referencias suyas sobre su origen judío. En cambio hay sarcásticas o difamantes menciones de lo judío en la primera de las tesis sobre Fuerbach, sobre «sucias manifestaciones judaicas» referidas incluso al cristianismo. Su padre se convirtió al cristianismo.

El desprecio al judaísmo y referencias a su «elemento antisocial de carácter general» que «ha alcanzado su apogeo por un proceso histórico» y las otras consideraciones superficiales sobre la religiosidad, el fetichismo del dinero, (¿del judío solamente?) son casi precursoras expresiones de un Streicher. No quedaron como conceptos personales del joven Marx. Muy pronto se ideologizan y se ecuacionan como sinónimo del capitalismo y ese «Egoísmo del Judío» devendrá en la contraseña del capitalismo. Judíos y capitalistas son «ideológicamente» intercambiables.

Este proceso psicológico mediante el cual una cosa es reprimida y luego reemerge, es llamado en el psicoanálisis «retorno de lo reprimido». Queda racionalizado y reemerge en la teoría como una verdad «científica» sobre los judíos y los cristianos, ese subproducto del judaísmo.

Compárese por ejemplo lo siguiente sobre el judaísmo: «la aplicación utilitaria y pedestre del cristianismo», la noción de enajenación y el dinero y lo que dice en sus comentarios sobre James Mili (Elements d’economie politique), donde usa por primera vez su «teoría de la enajenación» y se verá como se desliza un prejuicio originado sin duda en este autodesprecio sobre sus orígenes hasta adquirir un status de postulado «científico-teórico» que reviste como un descubrimiento y se consagra luego en su obra cumbre «El Capital».

Estos despreñadores epistemológicos se podrían poner de manifiesto en muchos otros escritos. Véase por ejemplo en el Tercer Manuscrito, «Dinero» (1844)8.

Hace un resumen de lo que Goethe y Shakespeare dicen (según Marx sobre el dinero y Marx sobre los judíos, ya que dinero y judíos se sobreponen):

«Shakespeare insiste sobre todo en dos cualidades del dinero:

1) Que es la divinidad visible, la inversión de todas las cualidades humanas y naturales, la confusión y perversión de todas las cosas, la asociación de los incompatibles.

«2) Que es la puta absoluta y celestina universal de hombres y pueblos.

«La perversión y confusión de todas las cualidades humanas y naturales, la conciliación de los incompatibles, esta fuerza divina del dinero, es la de una esencia como esencia del hombre enajenada, en acto de extrañarse y proyectarse al nivel de su especie. El dinero es la riqueza de la humanidad en forma extrañada».

«Lo que no puedo como hombre, lo que mis facultades individuales no consiguen, lo puedo con el dinero. Por lo tanto éste convierte todas y cada una de esas facultades en algo que ellas no son en sí, o sea en su contrario».


Conceptos similares están en la «Cuestión Judía» solo que allí el sujeto es el judío y no solo su símbolo: el dinero.

Marx no explica la fetichización del dinero en otras culturas, las de China y Japón por ejemplo donde no había judíos ni sus judaizados herederos cristianos.

Pero no es el propósito de este trabajo psicoanalizar a Marx. Tampoco invalidar necesariamente todos sus postulados teóricos o descubrimientos, sus teorías de economía política, etc.

Este legado teórico de Marx fermentando en el autodesprecio del judío, que era resultado del odio añejo del cristianismo, ha sido trasegado al marxismo-leninismo para hallar su máxima expresión en el reinado de Stalin. Más allá de su fatal paranoia, ha sido revestido de ideología en los procesos de Moscú, habida cuenta del alto número de judíos activos en los elencos bolcheviques. En el asesinato de Trotzky y los ulteriores vaivenes trágicos de la aniquilación trágica de la cultura judía y sus epígonos por apátridas y cosmopolitas». Esta ha sido una enfermedad de la infancia del marxismo, parafraseando a Lenin, que solo 35 años después se intenta corregir ahora.

Junto a esta ceguera, producto de una pugna psicológica no resuelta en su lucha inconsciente con el judaísmo, al cual no quiere pertenecer por ser la «raza aborrecida» en la cultura en la que se crió, como surge claramente en su discrepancia «ideológica» con su gran admirador Moisés Hess, hay otro grave agujero en su trama ideológica: el nacionalismo.

Marx veía una quimera solamente en las aspiraciones de emancipación nacional del judaísmo por dos razones. La primera, de naturaleza psicológica. La segunda, por el tributo que el autodesprecio se cobra cuando esa emoción es negada y reprimida, porque reemerge racionalizada en una formulación de naturaleza abstracta más que razonada. Y eso lo llevó a ese agujero en la trama ideológica cual la categoría que le concede al nacionalismo es el de carácter político, únicamente priorizando las consecuencias de las luchas de intereses económicos y materiales que son los únicos que hacen girar las ruedas de la historia omitiendo lo que podríamos llamar las entrañas, las encarnaduras de la historia humana en las que bullen desde su comienzo mismo, tribus, etnias, pueblos y naciones que no se conciben a sí mismos como entidades, meras entelequias. Por lo contrario desde los albores de la humanidad los grupos humanos se mueven mancomunados por el sentido de pertenencia en diferentes grupos con sus historias tejidas en torno a mitos y creencias que las amalgaman «irracionalmente» en una urdimbre que los hace sentir semejantes y unidos. Pero este pulso, el verdadero latido humano de la historia que no cabe en el tejido marxista.

Esta característica fue general en los intelectuales judíos ya «emancipados» a los cuales pertenecían los Mendelsohn hijos de Moisés que rápidamente pasaron al cristianismo, el mismo curso seguido por el padre de Marx.

Era una característica de la ya numerosa «inteligentzia» judía alemana, incluso de los reformistas judíos que adaptaron su religiosidad al influjo del protestantismo, pero querían ser «alemanes de religión judía». El pueblo judío como tal no figura como categoría científicamente aceptable. Aunque Heinrich Graetz (1817-1891) ya escribe contemporáneamente con Marx «La Historia del Pueblo Judío».

También Moisés Hess trastabilló antes de separarse de Marx, pero en éste se mantiene a lo largo de su vida y es transmitido como legado «científico» en términos teóricos puros para la pujante comente revolucionaria desde mediados del siglo pasado.

Esta falencia es tanto más llamativa porque ocurre precisamente a mediados del siglo XIX, en el cual los movimientos sociales adquieren una importancia universal. El nacionalismo adquiere un carácter determinante y partiendo del occidente de Europa se difunde a los rincones más apartados de la tierra. Será por supuesto muy lento en ciertas regiones, pero los movimientos independentistas y nacionalistas convulsionan América y Europa desde el siglo XVII y ponen en el mapa diversas naciones, que aún teniendo la misma religión y lengua, se constituyen en estados políticamente independientes y luchan duramente por su identidad nacional, y sin embargo no cabe esa entidad en el rasero teórico de Marx. Este sigue concibiendo al Estado acorde a la característica que tenía en la Edad Media, en la cual la iglesia se consideraba un Estado, una República a la cual todos pertenecían porque la religión había sido una categoría política y la herejía, como señala Hans Kohn9 era un crimen «Lesse Majestatis». Pero la Edad Moderna trajo gradualmente la calidad apolítica de la religión desde la Ilustración en adelante. En medio de las luchas nacionales que agitan a Europa hasta las revoluciones de 1848, Marx ve a la historia de otra manera. Su dinámica está constituida por el materialismo dialéctico y su consecuencia más visible es la lucha de clases. El nacionalismo, al igual que la religión, es visto solamente como medios de dominio y sujeción de una clase por otra.

Desde 1846, en la «Ideología Alemana»10 escrito por Marx y Engels, la priorización de la lucha de clases es el motor de la historia y hasta 1884, Iras la muerte de Marx, Engels su más fiel e inalterable amigo y colaborador en «El Origen de la Familia, la Propiedad y el Estado»11 no ve otra cosa y por ende no comprende los ingredientes que cohesionan a un pueblo en una nación. Por eso los proletarios del mundo desoyen el llamado universalista del «Manifiesto Comunista» publicado en 1848 en Londres, poco antes de las revoluciones nacionalistas, que los convoca para rectificar el curso de la historia. Seguramente se debe al hecho de que otras misteriosas fuerzas, no «científicas», faltan en esta invocación.

Esa falta fue advertida en la URSS en la invasión nazi en 1941, cuando se apeló precisamente al nacionalismo más ardiente que llevó al pueblo ruso a resistir frente al peligro de aniquilación. Hasta hoy llaman su epopeya «La Gran Guerra Patria», y como tal es designada hoy homologándolo a la resistencia a la invasión napoleónica de 1812 en la que el pueblo ruso, profundamente nacionalista, venció, gracias a esa misteriosa pasión inextricable.

Las necesidades humanas no son solamente las inmediatas: alimento, vivienda, sexo, procreación, sino y con la misma imperatividad está todo lo que liga al grupo a los hombres. La pertenencia y participación de un sentimiento de unión a un pasado histórico y linaje por lazos lingüísticos, raciales, tradicionales, de sendero y destino común, habitualmente ligado a un territorio. I. Berlin lo reivindica y define con sagacidad en «Nationalism»12, como fuerza de cohesión básica que estuvo presente en el hombre en toda configuración social desde la familia, el clan, la tribu en todos los avatares históricos.

Punto ciego, nacido de su prejuicio de no pertenencia, se ha ampliado quedando como un vacío, llenado luego por una «clase» en la teoría.

Marx nunca pudo ver esto en el nacionalismo ya que lo concebía tan solo como el estatismo, el dominio de una clase burguesa que usaba esas emociones tan solo para la explotación del proletariado. El nacionalismo siempre corre el riesgo de ser usado por el Estado como instrumento todopoderoso para el control de sectores de la sociedad mediante el chovinismo. En nuestra época el fascismo, nazismo y estatismo totalitario en sus versiones «socialistas» constituyen justamente la reencarnación temida por Marx contra lo cual advirtió precisamente su rival, Bakunin. (Irónicamente) no hay mayor tirano que el Estado Socialista del cual el proletariado debía apoderarse.

Hoy lo vemos con claridad, precisamente cuando los factores económicos y los intereses económicos transnacionales imponen macro-formaciones políticas, parecería revelar un movimiento centrífugo que lleva a huir del provincialismo nacional. Pero en la realidad ocurre lo contrario: del origen nacional histórico-cultural muestra la tendencia contraria centrípeta, el replegarse para la conservación de los valores étnicos, culturales, lingüísticos, etc., lo cual es más intenso que nunca frente al peligro de un cosmopolitismo cultural que amenaza barrer las características étnicas que son la verdadera amalgama de los hombres arracimados en pueblos.

España multiétnica y sus culturas autónomas, catalana, vasca, castellana, andaluza, etc., es una buena ilustración de esta autodefensa nacional aún por encima de lo económico y político. No menos visible es esa tendencia a la preservación multiétnica en Estados Unidos, al igual que en la América Hispano-Lusitana, que buscando su unidad política afirma simultáneamente la singularidad histórico-cultural de claros perfiles diferenciados en las jóvenes repúblicas multiétnicas, en especial la defensa de las culturas aborígenes como Méjico, Perú, Bolivia, etc.

Esto no es menos válido para los países socialistas.

A más de setenta años surgen reivindicaciones nacionales en estados en los que se supone que las diferencias de clase han sido suprimidas, y sin embargo estos peligrosos «brotes de nacionalismo» han aparecido desde el Tibet, Nagorno Karabaj, Kosovo, los países bálticos, Georgia, Moldavia, etc., para consternación de los ideólogos marxistas. ¿Cómo insertar este hecho en una trama teórica en la cual no cabía porque el nacionalismo era solamente un mal de un sistema y no una necesidad psicológica para la cual ni el determinismo económico ni el materialismo dialéctico ofrecen amparo?

Sin embargo Marx incorpora sin saberlo en su teoría un legado del judaísmo post-bíblico en el cual también él fue criado, cuyo deslizamiento al Corpus teórico no fue advertido por él, visible para un ojo avizor criado en la cultura judeo-cristiano. Me refiero al mesianismo salvacionista y la redención «en el final de los días». El trasegamiento es indisimulable: el del pueblo elegido. Lo fue ya para los cristianos en la proclama de la «Nueva Eclessia», que advendría tras la revelación del Nazareno y se realizaría «beajrit haiamim», al final de los días, postergando de milenio en milenio. En el profetismo de Marx es transparente el esperanzador redencionismo. El Pueblo Elegido es por supuesto el Proletariado, su término es el mismo de las religiones judeo-cristianas: no inmediato. Pero tiene de aval la inevitabilidad del triunfo que la interpretación científica de la historia asegura.

Recordemos de paso que el mesianismo surge como fe necesaria en tiempos de grave crisis nacional, tras el exilio babilónico. O sea que el mesianismo es engendrado en tiempos apocalípticos. Pero el sueño de redención del hombre es permanente.

El primer mesías de los judíos fue Ciro que ni siquiera fue judío, como reza el texto siguiente:

«Asi dice Yahvé n su ungido, Ciro:
«Lo he tomado por la diestra,
para abatir ante él a las naciones,
para desceñir los cinturones de los flancos de los reyes,
para abrir ante él las puertas;
ningún portal permanecerá cerrado.
Yo marcharé ante ti;
allanaré las asperezas del terreno,
romperé las puertas de bronce,
quebraré las barras de hierro.
Te entregaré tesoros escondidos
y riquezas bien ocultas,
a fin de que sepas que yo soy Yahvé;
que te llamo por nombre, Dios de Israel.
Por amor de Jacob, mi siervo,
y de Israel, mi elegido,
te he llamado por nombre,
te he designado cuando no me conocías…
Yo soy Yanvé; no hay ningún otro.
Fuera de mí no hay divinidad.
Te daré un cinto, aunque no me conoces.»13


¿Habrá que concluir pues que las ideologías científicas son engendradas por hombres? Entonces su corolario es que errar es humano. Habría que darle al error un lugar en la teoría. El marxismo de hoy enfrenta esa urgencia, la dialéctica de la revisión. Ya no está en su infancia, es una existencia real tan problemática como todas.


Notas

1 Karl R. Popper. «Lo Sociedad Abierta y sus Enemigos’. Ed. Paidós, Bs. As. 1957.
2 Juan Bergua. «Historia de las Religiones». Ed. Bergua. Madrid. 1964.
3 Karl Mane.»Manuscritos de París». «Escritos de los Anuarios Francoalemanes». Vol. V. Ed. Grijalbo. Bs. As. 1844.
4 Ídem.
5 Ídem.
Isaiah Berlin. «Karl Marx, His Life And Environment». Ed. Oxford University Press. 1959.
Isaiah Berlin. «Against The Current». Oxford University Press. 1981.
Karl Marx. «Manuscritos de París*. «Escritos de los Anuarios Francoalema¬nes». Vol. V. Ed. Grijalbo. Bs. As. 1844.
9 Hans Kohn. «Historia del Nacionalismo». Ed. F.C.E. 1949.
10 Ídem.
11 Engels. «El Origen de la Familia, la Propiedad y el Estado*. Ed. Lenguas Extranjeras. Moscú.
12 Isaiah Bcrlin. «Nationalism».
13 Biblia. Isaías. 45. vers. 1 al 5.