Coloquio

Edición Nº4-5 - Agosto 1980

Ed. N°4-5: Moral relativa y moral absoluta

Por Salomón Suskovich Z´L

La ley moral y el nazismo

La moral relativa

Hasta el siglo XIX se aceptaba que la ley moral es una, en todos los tiempos, lugares y circunstancias. Como decía Cicerón «no es una en Roma y una en Atenas, ni es distinta hoy de lo que será mañana», pero desde la mitad del siglo pasado, entre los más destacados teóricos de la moral se impuso la idea de la relatividad. Augusto Comte en su «Discurso sobre el Espíritu Positivo» (1844) escribió: «Lo esencial del nuevo espíritu filosófico lo constituye la necesidad de cambiar, sea donde fuere, lo absoluto por lo relativo. El mismo criterio sostuvieron John Stuart Mili (1806- 1882) Herbert Spencer (1820-1903), Carlos Darwin 11809-1882), Carlos Marx (1818-1883), F. Engels i 1820-1895) y casi todos los materialistas y positivistas.

Su tesis fundamental era que todas las acciones morales surgen de ciertas circunstancias dependientes del espacio-tiempo. Son propias sólo de un pueblo, de una época o de una clase determinada. Como decía el sociólogo Emilio Durkheim (1858-1917): «Cada pueblo tiene su moral determinada por las circunstancias en que vive. No se puede imponer otra moral, por buena que sea. No otra cosa es la moral como función de la sociedad sostenida por Levy Bruhl (1857-1939). Este escribió: «La moral de un grupo social, como su lengua, sus instituciones, nace con él, se desarrolla y evoluciona con él y no desaparece sino con él».

Con excepción de los teólogos, ésta es hasta hoy, la idea predominante en las teorías de la moral. Casi todos están convencidos que los valores morales son relativos. Es la idea directriz de toda la sociología y la psicología que se enseña en la actualidad. Después de 150 años de experiencia es tiempo de examinar los resultados que esta nueva idea ha deparado a la humanidad.

No se puede negar que las situaciones político- económicas cambian las costumbres morales. Bajo ciertas circunstancias el hombre – masa se desliga de su responsabilidad individual y se somete a la «autoridad dominante» o a la «opinión pública dominante». Si la «autoridad» le permite saquear y matar como lo hicieron los alemanes bajo el régimen nazi, como así también gran parte de los polacos, ucranianos, lituanos, letones, rumanos y otros sometidos al régimen nazi. El hecho que pacíficos campesinos y obreros sintieran como una obligación moral, el saquear y matar a inocentes niños, mujeres y ancianos, dondequiera se encontraban, debe tener una explicación.

Lo curioso es que este hecho sangriento no cambió en absoluto la conciencia moral de estos pueblos.

Con el cambio de la «autoridad dominante» cambiaron también los deberes morales de los pueblos. Los mismos asesinos de ayer hablan hoy de derechos humanos y se proclaman pacifistas y humanistas.

Muy poco conoce el mundo del infierno que los alemanes, ayudados por otros pueblos, organizaron.

Tenemos la obligación de preguntar: ¿Cuándo y cuál era su auténtica moral?, ¿La de ayer o la actual?

Si la ley moral es relativa, como lo sostienen casi todos los teóricos de la moral, entonces todo es permitido. Nuestra guía sólo es el último prejuicio.

Puede parecer extraño que se juzgue a los pueblos y no a los dirigentes. Cuando se habla de los crímenes alemanes, se habla de los crímenes nazis, como si los nazis fuesen algo extraño al pueblo alemán. Sabemos que Hitler no ocultó sus intenciones, por el contrario, las proclamó por todos los medios posibles y una mayoría abrumadora del pueblo alemán lo eligió y apoyó en todo. Existen infinidad de documentos sobre el particular. Entre éstos hay uno de un alemán, el comisario general Wilhem Kube, de la provincia de Minsk (Rusia Blanca) quien escribe a su jefe el 16 de Diciembre de 1941:

… «yo por mi parte, soy duro y estoy dispuesto a colaborar para la liquidación del problema judío, pero las personas provenientes de nuestro círculo cultural son algo distintas a las bestializadas hordas. ¿Los entregamos para ser asesinados a los lituanos y letones que también están en contra de ellos? Yo no podría hacerlo. Te ruego que tomando en cuenta el punto de vista de nuestro Reich y de nuestro partido, nos proporciones instrucciones definidas para que, en la forma más humana, se obtengan los resultados deseados».

Pese a sus escrúpulos, Wilhem Kube entregó a los judíos a las hordas voluntarias. Estos asesinos voluntarios ignoraban que también ellos correrían la misma suerte. Existen documentos donde consta que los dirigentes alemanes se proponían germanizar los territorios de ocupación donde residían polacos, letones, lituanos y otras nacionalidades. Pensaban transferir a otros lugares parte de estas poblaciones, hacer trabajar a otros y exterminar al resto.

Podría decirse que estos hechos producidos por los alemanes y los otros pueblos que participaron de estas matanzas nada tienen que ver con la moral. Lamentablemente esto no es así. No se trata de un crimen espontáneo sino de una vivencia de la sociedad que se prolongó por años. Los individuos no eran los responsables, sí lo era la sociedad. No existen los «criminales de guerra», pues toda la sociedad lo era. Como dijo Levy Bruhl: «La moral es función de la sociedad. En una sociedad corrupta, la moral tiene que ser corrupta». De ahí surge su relatividad. Por otra parte, se debe agregar el factor de las circunstancias, tan caro a los relativistas. Hoy puede decirse que las circunstancias justifican toda acción. Ha cambiado la necesidad de buscar una causa, la condición ha substituido a la causa. Si las condiciones están dadas todo está permitido.

José Ortega y Gasset fue el que mejor defendió el factor de las circunstancias. Solía decir que uno de los logros más importantes de nuestro siglo es el cambio de nuestra sensibilidad hacia las circunstancias. No se podrá decir que el hombre es una cosa y sus circunstancias son otras, pues «yo soy yo y mis circunstancias». Por cierto, Ortega y Gasset entendió por circunstancia la perspectiva vital en la que cada cual proyecta su vida. De ahí que para este filósofo, circunstancia no era causa sino proyección. Sin embargo, no está bien claro si en realidad «yo soy yo y mi circunstancias». Si así fuera no me distingo de los demás animales pues sólo ellos son idénticos a sus circunstancias y cuando no coinciden con ellas desaparecen, como lo hicieron algunas especies prehistóricas. El hombre es completamente distinto, su vocación es ser libre y contrario a toda imposición de las circunstancias. El que obedece a las circunstancias pierde la dignidad y su calidad humana. Sólo los esclavos y los animales son idénticos a sus circunstancias.

Otros pensadores justifican los actos del hombre por su condición histórica. El mismo Ortega, que gustaba de las definiciones paradójicas, decía que el hombre no tiene naturaleza, sólo historia. Si así fuera, no podría tener ni voluntad ni creatividad.

La historia o la «creatividad anónima» ya se encargaría de todo. El hombre se sumiría en una fatalidad sin porvenir y sin esperanza, pues no sería él quien determine su destino sino la historia o las circunstancias que constituyen el desarrollo histórico. El historicismo que cuenta, entre otros, con pensadores profundos como Wilhem Dilthey ha caído en el mismo relativismo.

La moral absoluta

Por absoluto se entiende lo que lleva en sí mismo la causa de su existencia. Lo absoluto es como algo perfecto, puro, simple, ilimitado e independiente. Sin embargo, no puede identificarse lo absoluto con el ser en sí. Hacerlo, conduciría fácilmente a un misticismo incontrolado, pues sólo el mito es un absoluto en sí mismo.

Es por eso que Kant definió lo absoluto como algo que está «bajo toda relación». En otros términos, lo que es bueno o verdadero bajo todas las circunstancias o condiciones. En la filosofía, muchas veces lo absoluto fue considerado el último fundamento de la realidad en el sentido ontológico.

Entendemos lo absoluto no como substancia, como un ser que no depende de ningún otro, sino como adjetivo que califica las cosas, como «verdad absoluta», «necesidad absoluta». Creemos que hay en la moral una ley que debe calificarse como absoluta. Sobre este punto existe una confusión tremenda. En general se acepta que el acto moral es algo agregado en el hombre. Por cierto no faltan pruebas. La historia de la humanidad demuestra como han cambiado los conceptos morales y el sentido común que los justifican. Sin embargo, no ha existido ni existe una moral primitiva. La historia no la conoce. Si la moral se define por ayuda mutua, puede decirse que es una obligación innata.

La poseen muchos animales. Kropotkin creía que el instinto social, innato en el hombre y en todos los animales que viven en sociedad constituye la fuente de todas las ideas éticas y de todo el desarrollo de la moral.

Lo curioso es que Kropotkin aprovecha este «instinto natural» tan caro a los materialistas y positivistas, para atacar a los metafísicos que creían en lo sobrenatural. Se esfuerza en demostrar que en general, no hay nada sobrenatural, como si la naturaleza no tuviera misterios.

En verdad, las acciones humanas son completamente distintas a las de los animales. El hombre no actúa sólo guiado por los instintos ni por los bienes, sino por los valores desconocidos por el mundo animal. Pero no puede ignorarse el hecho que la ley moral tiene sus raíces en la naturaleza. No es algo adquirido y por lo tanto no es relativa. Toda relatividad en la ley moral es corrupción de la moral.

El psicólogo y epistemólogo Jean Piaget que estudió los sentimientos morales de los niños señala que la moral de éstos se basa en el respeto que sienten por los mayores a quienes consideran autoridades máximas. Pero a partir de los siete años, los niños no soportan injusticias, aún cuando éstas provienen de sus propios padres, rechazan toda autoridad, quiere decir que para ellos la ley moral no es relativa o algo provisorio que las circunstancias pueden cambiar, sino que es absoluta y una en todo lugar y tiempo.

En nuestro tiempo apocalíptico también tenemos ejemplos de aquellos que han cumplido con la ley moral absoluta: los pocos polacos o rusos que arriesgaron sus vidas y las de sus familias al esconder durante meses y años a judíos para substraerlos de las garras de los alemanes. Tenían que alimentarlos, vestirlos y cuidarse de sus vecinos. Ellos demostraron que los deberes morales no provienen de las circunstancias sino de la estructura más profunda del ser humano.

En la filosofía contemporánea se han alzado voces como la de Max Scheller y Hartmann, en contra de las ideas destructoras que defienden la relatividad de la moral. Se sobreentiende que aquí no nos es posible analizar el problema con la amplitud que merece. Creemos que lo expuesto muestra con claridad el daño que han causado las teorías, autotituladas progresistas y humanitarias.

No obstante ello, no confundimos las teorías falsas con la barbarie. Los teóricos de la relatividad en la moral eran humanistas que buscaban por todos los medios la verdad. Los otros quemaban vivos a millones de seres inocentes. Los teólogos judíos discuten hoy, si Dios estuvo presente en Auschwitz o Treblinka. Olvidan que el Dios judío ha transferido al hombre el poder de elegir entre el bien y el mal. La gran revolución del judaísmo fue que transformó la moral heterónoma del mundo antiguo en moral autónoma.

Lo que se llama Holocausto no fue un terremoto sino que fue algo planeado y realizado por hombres, mejor aún, por un pueblo. El mismo que dio a la humanidad a Kant, con su máxima absoluta: «Obra de tal modo que uses la Humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo, y nunca sólo como un medio». Pero con otra máxima sobre el «deber ciego», anuló la anterior. Pues si el imperativo categórico que es lo mismo que el deber, es el último juez inapelable, entonces todo está permitido. El mismo Eichmann confesó que fue educado en el imperativo categórico. Con el imperativo categórico volvemos al relativismo de Protágoras. Así como el hombre es la medida de todas las cosas, así es el imperativo categórico, la medida de todas las cosas y, como los hombres, por naturaleza, son diferentes, así son diferentes sus medidas y sus deberes. El relativismo en la moral queda así consagrado, aún cuando sus teóricos creían algo distinto.

El hecho que en el corazón pudo haber surgido una monstruosidad como el nazismo nos urge a hacer una revisión de todos nuestros conceptos sobre el bien y el mal, sobre lo verdadero y lo falso. Los que pueden esclarecer este abominable fenómeno, tienen la obligación moral de hacerlo.