Ideas

parte 3

El antisemitismo en América Latina hoy

La lucha contra el antisemitismo es, probablemente, un objetivo recurrente o tema de interés de la mayor parte de las organizaciones comunitarias de la región. Aunque con variados enfoques y metodologías, a todos nos atraviesa una preocupación común por este flagelo. Juntos nos indignamos cuando una celebridad, político o líder de opinión recae en viejos estereotipos al referirse a alguien “de la cole”, compartimos fotos de pintadas con cruces esvásticas, denunciamos los cánticos antisemitas de una barra brava en un partido fútbol, y lloramos cuando un atentado se cobra la vida de una sobreviviente del Holocausto en Francia. 

Nuestra solidaridad no conoce de fronteras, y nos constituye -entre otros aspectos- como un pueblo global. El dolor se traduce, eventualmente, en mediciones, abordajes y estrategias que pretenden dar cuenta del fenómeno del antisemitismo y luchar por su erradicación. Pero para ser efectivas, estas mediciones, abordajes y estrategias deben responder a la realidad y las necesidades del lugar donde se pretenden aplicar. Y en este sentido, resulta prudente preguntarnos: ¿es el antisemitismo hoy el mismo en Estados Unidos, Europa o América Latina? ¿Acaso el dolor compartido hermana nuestras realidades? Conocimiento e instinto me llevan a afirmar que no.

Por ello, si queremos avanzar en la construcción de una estrategia efectiva para combatir el antisemitismo en América Latina, no alcanza con conceptualizar en torno a aquello que consideramos o no una afrenta, ni preguntarnos cómo debiéramos reaccionar a nivel institucional ante uno u otro hecho. Debemos contrastar esta teoría con nuestra realidad regional y ahondar en la situación actual del antisemitismo en este continente.

Y aquí me adelanto algunos párrafos para explicitar una salvedad: Latinoamérica es rica y diversa, y no damos por sentada la homogeneidad de la experiencia judía en la región. El tamaño de las comunidades, la participación de sus miembros en esferas públicas -tales como la cultura, la comunicación, o el gobierno- sin duda impactarán en ella. Sin embargo, en este artículo procuraremos encontrar puntos en común que vayan más allá de las particularidades de cada país, vinculadas a ciertas cualidades compartidas entre estas naciones.

El definir el objetivo de este artículo, e incluir adrede el concepto de actualidad, no quita que, sin profundizar ni explayarnos en demasía, debamos mencionar dos de las principales circunstancias que explican la construcción del antisemitismo en el continente.

Una de ellas, la más antigua y la que lo hace diferente desde sus orígenes al antisemitismo europeo y norteamericano, es la participación que la Iglesia Católica ha mantenido a lo largo del tiempo, en el desarrollo de la “nueva” cultura construida a partir de la evangelización militada desde los países que constituyeron en este continente sus colonias. Recuérdese que esa llegada de los exploradores europeos, se produjo en plena vigencia de la inquisición en España y Portugal. Entre aquella Iglesia Católica y la actual, no solo dista el transcurso de seis siglos, sino fundamentalmente en lo que respecta al antisemitismo, la declaración Nostra Aetate, que forma parte del Concilio Vaticano II de 1965, algo que podemos considerar como ocurrido “ayer” en la línea de tiempo recorrida desde la conquista. Ese documento, paradójicamente, al decretar que para la Iglesia Católica no fueron los judíos los asesinos de Jesús, decretó la muerte de la más letal excusa utilizada hasta entonces para fomentar el antisemitismo.

Pero, si decimos que recién en 1965 se pone fin, en forma oficial, a las interpretaciones personales de los miembros de la jerarquía eclesiástica, ¿qué se podía esperar de aquellos evangelizadores del siglo XV y XVI y de los posteriores educadores en los caminos de la fe preponderante en el continente más católico del mundo? Pues seguramente no el discurso de amor al prójimo, cuando este se trataba de una persona de la religión que para el ente rector del cristianismo continuaba siendo “pérfida”.

Sin dudas, que ni siquiera un documento, de semejante importancia y emitido por la máxima autoridad, puede cambiar aquello que se aprendió desde pequeño. Aquel argumento del asesinato de Jesús por parte de los judíos, que fuera durante siglos el caballito de batalla de los instaladores del antisemitismo, quedó grabado en el chip de la memoria de algunas personas, afortunadamente en una gran minoría, pero siguió siendo utilizado por quienes buscaron fomentar la enquiña. Y lamentablemente lo sigue siendo, a pesar del mencionado concilio, aún hasta nuestros días. Por fortuna, con el mismo énfasis, debemos reconocer que para la gran mayoría de la grey cristiana, no fue necesario esperar a que el Vaticano legalice en la Nostra Aetate, para actuar hacia los judíos con fraternidad, lejos de adoptar esos antiguos prejuicios instalados.

Sintetizando, queremos resaltar en esta primera circunstancia, que el “gran evangelizador” de los nativos del continente instaló, en la época de su máximo esplendor, esa semilla del antisemitismo en sus conquistados.

Así como explicamos aquel primer hecho que signó el antisemitismo desde épocas tan remotas, la segunda circunstancia es mucho más reciente, tanto que está sucediendo en nuestros días. Hablamos aquí de la fuerte penetración de la teocracia chiita iraní en algunas naciones del continente, principalmente en aquellas que por diversos motivos, no necesariamente ideológicos, se encuentran alineadas con Irán. Esta intervención de una nación extranjera que utiliza el pretexto de su antiimperialismo, opera en el sentido contrario. La excusa de la admisión como norte, de la teocracia iraní, en contraposición a la “dominación” occidental, más precisamente en la figura satanizada de los Estados Unidos, no es más que una falacia, ya que aquella nación ha sido y es, desde la instauración del régimen actual a fines de los años setenta, el país que encabeza el ranking no solo de aquellos en el que menos se ejerce la tolerancia, sino en el de los que más colonizó para su causa a diferentes países, a través de la coptación de sus gobiernos que parecieran inamovibles.

Cuando podemos decir que se ha apagado la llama de aquella primera colonización antisemita de Latinoamérica, la que llegara a nuestras tierras en los siglos XV y XVI, estamos en presencia de una nueva combustión en pleno desarrollo, promovida por la importación de otra ideología foránea: la teocracia iraní.

Aquellos países en los que el régimen chiita mantiene gran influencia son el trampolín desde donde, sin pausa, se diseminan por el resto del continente teorías conspirativas y negacionistas, que combinan un viejo catálogo de argumentos antisemitas con la realidad del siglo XX. Numerosos informes de inteligencia los señalan, a su vez, como el puerto de entrada a la región para células terroristas, que, aunque hoy no generen un problema de antisemitismo cotidiano, no pueden ser obviadas de este recorrido. Todo ello, quitando de este análisis los dos atentados ocurridos en la década del ‘90 en Buenos Aires contra la Embajada de Israel y la sede de la AMIA, ya que no pueden ser tildados como productos de antisemitismo locales, a pesar de que sí lo deben haber sido -aún si potenciados por la corrupción- sus conexiones locales o su posterior encubrimiento.

Finalizado este breve recorrido de los principales ingresos del antisemitismo vernáculo, y retornando a la actualidad de América Latina, todo indica que el antisemitismo de la región no ha alcanzado las dimensiones que se observan en Europa y otras regiones del mundo. En este sentido, el reverdecer del antisemitismo en países europeos, como consecuencia de la progresiva confluencia, a pesar de las diferencias ideológicas que tiene la extrema derecha y neonazismo con la extrema izquierda e islamismo radicalizado, en la crítica desmedida y demonización del Estado de Israel, mantiene tan sólo algunos puntos de contacto con la actualidad del antisemitismo en América Latina. 

Mencionamos, hacia el comienzo de este artículo, que no es posible generalizar de manera absoluta la experiencia judía en la región. Sin embargo, abordando cada caso de manera particular -pero sin perder de vista su lugar en el conjunto- tal vez sí sea posible arribar a conclusiones o lecturas regionales, con una lógica compartida. En este sentido podemos estudiar, a modo de ejemplo, cómo afecta el tamaño de una comunidad y su exposición pública a los niveles de antisemitismo.

Sería simplista, conferir que, a mayor participación pública de las comunidades en cada nación sea superior la cantidad y magnitud de las manifestaciones antisemitas que ocurren en cada país, ya que esa mayor interacción permite, a su vez, disminuir los prejuicios en contra de los judíos o del Estado de Israel, mientras que en aquellos en los que la interacción es menor, sea por cuestiones meramente estadísticas o a causa de la idiosincrasia local, los prejuicios no son combatidos. Y con el tiempo, los prejuicios pueden transformarse en manifestaciones antisemitas.

Por otra parte, también sería una falacia manifestar lo contrario. No resulta ilógico pensar que, por una cuestión cuantitativa, mientras más personas sean posibles blancos de agresiones por su carácter religioso, más probabilidades existen de que estas ocurran.

Si nos limitáramos a analizar el caso individual, desconociendo la realidad de sus vecinos, podríamos correr el riesgo de asignar un valor fáctico a cualquiera de estas afirmaciones. La lectura regional nos permite relativizar su valor, y profundizar en la búsqueda de otras cualidades propias del antisemitismo en el sur de América.

Acercándonos entonces a esta mirada transversal, una característica que podemos tener en cuenta del antisemitismo actual en América Latina es su carácter mayormente virtual, anclado especialmente en espacios de intercambio en línea, tales como redes sociales, blogs y foros de medios de comunicación. Esto no excluye, de todas formas, la existencia de grafitis y otras formas de vandalismo con expresiones antisemitas, aunque en forma aislada. Es cierto que existen incidentes de una mayor violencia, que exceden el marco virtual, pero son poco frecuentes.

Analizando, sin ánimo de ser taxativos, el origen en las últimas décadas del antisemitismo en América Latina, podemos arribar a una segunda constante regional: el mismo proviene mayoritariamente de tres grupos: los sectores conservadores nacionalistas, los grupos progresistas de izquierda y los grupos musulmanes militantes. Además, es visible que ha mutado del antisemitismo clásico, a aquél que podríamos designar el “nuevo” antisemitismo, que manifiesta una antipatía desmedida, que en muchos casos llega al odio, hacia el Estado de Israel, poniendo en duda la lealtad de los judíos que habitan Latino América hacia el país en el que nacieron y/o residen, siendo por lo contrario observados como posibles agentes de propaganda pro israelí, o incluso imaginados como instrumentos para los lunáticos planes de expansión sionista principalmente en la región Patagónica, surgidos de antiguos libelos que aún circulan y son utilizados para instalar el antisemitismo en grupos marginales proclives a aceptar como posibles tan obvias falsedades.

Otro factor que alienta las manifestaciones antisemitas a través del uso de las redes sociales, aunque en este caso también utilizando algunos medios y publicaciones, es la lectura simplista y sesgada ideológicamente acerca del papel de Israel en los distintos conflictos y crisis acaecidos en Medio Oriente. En algunos casos, reavivando estereotipos y prejuicios, y en otros llegando a trazar infames analogías entre la actuación del nazismo en contra de la población judía y las acciones que Israel se ve obligada a realizar para defenderse del grupos terroristas que intentan hacerla desaparecer del mapa.

Es de notar que el proceso de democratización que han vivido muchos países de la región ha repercutido favorablemente en la situación de las comunidades judías, y hoy la mayoría de los países de América Latina no aprueban el antisemitismo y toman medidas para proteger a la comunidad judía y a otras minorías, adoptando instrumentos jurídicos que prohíben la discriminación y la incitación al odio y protegen a las minorías. Más aún, producto de los mismos procesos la diversidad se ha convertido en eje de trabajo de numerosos gobiernos regionales, sin mayores distinciones de banderas políticas o partidarias, que trabajan con especial atención e interés en pos de la diversidad. Sin embargo, será prudente mantenerse alerta ya que, este eje plenamente democrático que hoy es mayoritario es pasible de sufrir alteraciones, como lo demuestran las distintas corrientes de ideologización que atravesaron en el último siglo y medio el continente, y que tuvieron como consecuencias variaciones en los posicionamientos globales de cada uno de los países, promoviendo esos cambios posturas diferentes hacia los judíos y el resto de las minorías.

También debemos ser conscientes de que, a pesar de la baja incidencia del antisemitismo y la libertad religiosa existente en la actualidad, todavía existen prejuicios arraigados en contra de los judíos, que los definen, entre otras características, como avaros, usureros y explotadores que controlan al mundo de los bancos y de las finanzas. Estas aseveraciones encuentran en la coyuntura -ya sea local, regional o global- la oportunidad de resignificarse y reactivar su poder de diseminación, especialmente cuando son puestos al servicio de una sociedad saturada de información falta de sustento o verificación a través de plataformas como las redes sociales. Claro ejemplo de ello fueron las teorías en torno a la pandemia de Covid-19, que atribuían su origen al pueblo judío y sus intereses económicos y de dominio mundial. Estos casos representan un increíble retorno a lo más oscuro de la edad media, y aquellas acusaciones y prejuicios que llevaron a las primeras expulsiones de los judíos de sus hogares de la diáspora.

Hemos hecho, hasta aquí y como adelantamos en los primeros párrafos, una lectura regional. Intentamos establecer las características fundamentales del antisemitismo en América Latina, sin perder de vista las diferencias inherentes a las experiencias locales. Sin embargo, el antisemitismo no es de manera alguna un fenómeno aislado y estático, sino que se encuentra en constante evolución y diálogo con un sistema mucho más
grande que sí mismo. Inserto en la vertiginosa actualidad, que a través de los avances tecnológicos e hiper conectividad volvió a esos cambios mucho más rápidos e imprevisibles, debemos asumir la existencia de factores de riesgo que pueden derivar en una nueva mutación de este virus. Y tal vez sea la misma lógica de la modernidad el principal de ellos.

Cuando dos personas de distintas geografías pero ideologías afines se encuentran en un foro; cuando a través de un simple traductor podemos consumir, desde la comodidad de nuestro hogar, el odio y la violencia diseminados en idiomas extraños de países lejanos, los límites y las fronteras se comienzan a desdibujar. Mientras que el origen de aquél antisemitismo podrá carecer de sustento local, sí lo será su impacto, incluso más dañino y violento que lo esperable para el parámetro regional. En este sentido, para muchos lectores tal vez resuene el nombre de David Fremd, judío uruguayo asesinado en Paysandú por un hombre radicalizado a través de internet. Por ello, debemos monitorear los discursos de odio en la web, comprendiendo a las redes sociales como canal de difusión de ideologías perniciosas, que se prestan a la conformación de redes nacionales e internacionales para la difusión de estas ideas, relativizando así distancias y diferencias culturales.

Tal vez entonces, conscientes de su actualidad regional pero atentos a su carácter dinámico y global, podamos anticiparnos a estos factores de riesgo, y empezar a desarrollar hoy las herramientas que necesitaremos para combatir el antisemitismo no solo en el presente, sino en el futuro. El recorte y correcto abordaje de la realidad regional es un necesario punto de partida.

En este sentido, tomando en cuenta la siempre vigente existencia de prejuicios contra los judíos, los niveles de antisemitismo en América Latina puedan crecer a futuro, alimentados por una crisis económica, social y política generalizada, así como también por una pandemia que, en determinadas personalidades y dirigentes, exige responsables y culpables.