Edición Nº43 - Marzo 2018
Ed. Nº43: Mujeres de capítulos y capitulaciones
Por Marcelo Polakoff
En estos tiempos no ser feminista queda como muy demodé. Y guay de ser misógino, porque ello es casi comparable con ser una especie de asesino serial…
Admito comprender bastante esta exagerada femenil reacción después de siglos y siglos de franca dominación machista. Ya llegaremos al equilibrio (¿llegaremos?).
Mientras tanto, no habría que desconsiderar tamaña bronca, ya que todavía hoy, entrados en el siglo XXI, hay vastos territorios planetarios donde aún la condición de la mujer como tal sigue siendo objeto justamente de eso, de ser tan sólo un objeto.

Y aunque el resto del mundo se considere a sí mismo de avanzada, posmoderno o igualitario, no está de más recordar aquí que las señoritas (ya mayores de edad) y por supuesto las señoras, tenían imposibilitada su participación eleccionaria en la mayoría de las progresistas democracias occidentales hasta hace muy pero muy pocos años. No lo repitan muy fuerte, pero en Suiza se les permitió votar a las mujeres recién en 1971, y en Portugal en 1974…
La historia de la discriminación femenina -como es claro- tiene un sinnúmero de capítulos, y me parece absolutamente necesario llegarnos hasta los primeros de ellos para darnos cuenta de que (como no podía ser de otra manera) todo comenzó en el Edén.
Si preguntara en voz alta cómo fue creada la mujer según el texto bíblico, la respuesta sería prácticamente unánime en la mayoría de los ámbitos, incluso en los más religiosos: ¡fue creada de la costilla de Adán! Pues bien, he aquí el quid de la cuestión. No es que dicha respuesta sea errónea, pero indudablemente no es la única que es correcta.
Vayamos urgentemente a la Torá. Es cierto que en el capítulo 2 está escrito entre sus versículos lo siguiente:
¿Qué se desprende de este fantástico relato? Que la creación de la mujer se da exclusivamente en función del hombre; que la mujer no es más que un apéndice secundario del varón, y que el status de la mujer debe relegarse frente al dominio de quien la define, de quien la nombra. Pareciera percibirse muy palmariamente que de no ser por él, ella no habría existido.
Pero todo capítulo segundo tiene un primero que lo antecede, y en este caso, también. Si escudriñamos entonces las palabras de apertura del Génesis nos encontraremos con un panorama totalmente distinto. Leamos parte de su texto:
Dejé el vocablo “Adam” sin traducir, del original hebreo, para entender la dificultad de esta palabra, ya que a partir de su comprensión nos acercaremos bastante a la otra respuesta correcta acerca de la creación de la mujer.
La mayoría de las traducciones colocan en lugar de “Adam” la palabra hombre, dándole así un género específico a la especie humana. Es que no hay duda alguna -si se entiende bien el hebreo- de que en este contexto ese término denota al ser humano, creado (como dice el mismo texto) masculino y femenino a la vez, como cúspide de los seis días de la Creación, que justamente con “Adam” estaban concluyendo.
Tenemos ahora frente a nosotros una creación igualitaria, a imagen y semejanza de lo divino, paralela en tiempo y forma, donde ambos -varón y hembra- son básicamente uno.
Ni una pizca de desigualdad, ni siquiera un atisbo de dominación. Una trama encantadora que destila sociedad, equivalencia y respeto mutuo. Un primer capítulo bíblico para que la mujer se vea a sus anchas, y no a un costado, segunda, como en el segundo.
Para los más escépticos, o para los que titubean suponiendo que esta forma de leer el Bereshit, el Génesis, es ya interpretación en sí misma, recomiendo avanzar unas páginas más adelante y hallar allí, en el inicio del quinto capítulo, la evidencia incontrastable de lo cierto de estos dichos:
No hace falta abundar en argumentos. Ambos fueron llamados “Adam” en el día de su creación, evidentemente el sexto día del capítulo uno.
¿Cuál es entonces la historia correcta? Pues es claro que ambas. Y es precisamente en esta doble moldura original que todo el desarrollo cultural posterior -me animaría a decir que el de toda la humanidad- va a apoyarse.
La exégesis, la ley y fundamentalmente el trato al género femenino van a ir oscilando entre uno y otro relato, lamentablemente con una obvia preferencia por el segundo capítulo.
La misma tradición judía va a conservar en su seno sendas posturas, a punto tal de encontrar en el Talmud (la obra cumbre de la sabiduría rabínica) citas tan opuestas como la que afirma “pobre de aquel que tiene hijas”, ubicada no muy lejos de aquella que sostiene que “Dios le entregó mayor entendimiento a las mujeres”.
Una de ellas (casualmente mi mujer) no hace tanto me confrontó con un maravilloso texto del Midrash, la alegoría judía, que desconocía: