Coloquio

Edición Nº23 - Octubre 1990

Ed. Nº23: H. G. Wells, o el antisemitismo de un progresista

Por Bryan Cheyette

Traducción del inglés: Pedro J. Olschansky

Título original: H. G. Wells and the Jews: Antisemitism, Socialism and English Culture

La presente monografía fue publicada inicialmente en «Patterns of Prejudice», revista del Instituto de Asuntos Judíos, de Londres.

Hay una anécdota bien conocida que fue registrada por H. G. Wells en su «Experiment in Autobiography» («Un experimento de autobiografía») respecto a un desacuerdo entre él y el novelista Joseph Conrad1. Cuando ambos observaban juntos el mar en la playa de Sandgate, Conrad le preguntó a Wells cómo él describiría en una novela una barca meciéndose en el horizonte.

Wells dice que Conrad veía a la embarcación como «una vivencia en sí misma», pero que él, Wells, sólo era capaz de describir a la barca «en relación a algo más: un relato o una tesis». Wells se esmeró en anotar que «si yo hubiera sido presionado acerca de esto, habría denotado una disposición de vincular esa historia, o tesis, a algo todavía más abarcativo, y aquello todavía a otra cosa aún más amplia, y así sucesivamente hasta relacionarla con mi filosofía y mi manera de ver el mundo». Así fueron los potenciales y las limitaciones de la visión de H. G. Wells, de modo que es posible decir que prácticamente todo lo que él escribió durante más de medio siglo de su carrera literaria y periodística, estuvo relacionado con su filosofía o forma de ver el mundo. En realidad, era cosa consabida que «el mundo» era una expresión favorita de Wells, la cual se repite en los títulos de muchos de sus libros; y muchos wellsianos han sostenido que uno de sus logros principales fue que era capaz «desde el vamos, de pensar en dimensiones globales y totalizadoras»2. Es teniendo en cuenta esta filosofía y visión del mundo que hay que comprender la actitud de Wells hacia los judíos. Pero, sin embargo, Wells debe ser también examinado como un caso relevante en el estudio del antisemitismo británico.

Al arribar a las conclusiones del presente trabajo, voy a comparar la opinión particular de Wells con la que sostuvieron algunos de sus coetáneos europeos.

* * *


Durante la primera mitad de este siglo veinte, Wells tuvo una posición dominante en las letras inglesas, y promovió una visión de un socialismo utópico y milenarista que sería implementado por una élite científica. Su concepción estaba influenciada, entre otras fuentes, por la eugenesia moderna (Nota de la Redacción de «Coloquio»: ver en «Coloquio» N°15: Antropología, eugenesia y teorías raciales en Gran Bretaña, 1900-1948″). Para Wells, tanto la ciencia como el socialismo van a reemplazar el desorden por el orden3. Esta cita ha sido tomada de «New Worlds for Old: A Plain Account of Modern Socialism» («Nuevos mundos para lo antiguo: una exposición sencilla del socialismo moderno»), obra publicada por vez primera en 1908 que fue, quizás, el tratado sobre socialismo más ampliamente leído en la era eduardiana. En dicho libro Wells se aparta tanto del marxismo revolucionario como del reformismo fabiano y, en los hechos, estimula a sus lectores que se afilien al Partido Laborista. Ha sido, sin embargo, paradoja central de la vida de Wells, el hecho de que si bien él dedicó su considerable intelecto para difundir y popularizar lo que denominó en su autobiografía «el ideal de un mundo planificado», fue incapaz de integrar por más de un período corto un grupo de planificadores socialistas o mundiales, fuesen ellos los fabianos, el Partido Laborista o la Unión Pro Liga de las Naciones.

Este firme individualismo lo llevó, en el periodo entre las dos guerras mundiales, a la formación de varias asociaciones para promover lo que denominó, en una declaración de creencias que es bien conocida, «The Open Conspiracy: Blueprints for a World Revolution» («La conspiración pública: planes para una revolución mundial») de 1928. Las asociaciones que se formaron para promover el concepto de Wells recibieron variados nombres: Sociedad H.G. Wells, La Conspiración Pública y, finalmente, Cosmópolis, la cual hasta tuvo una filial en Buenos Aires. La Conspiración Pública, o Conspiración Abierta, o Conspiración Franca de Wells imaginó el establecimiento de un mundo nuevo en el cual las formas sociales de un ordenamiento nuevo transformarían gradualmente al viejo orden en obsoleto. Para Wells, el nuevo orden postpolítico consistiría, como lo describió con agudeza, en «cierta forma de capitalismo gerencial, con un grado notable de intervención estatal, planificación en gran escala y un fuerte énfasis en la ciencia y la tecnología»4. No hay que extrañarse de que Lenin, tras reunirse con Wells, lo describió a Trotsky como alguien «incurablemente de clase media»5. Por cierto que el socialismo no marxista de Wells era decididamente elitista y antidemocrático, y no le daba lugar alguno a la lucha de clases ni al rol del proletariado en el mundo. Según la construcción de Wells, la que debía cambiar al mundo era la élite científica, una clase construida por ella misma que, cabe sospecharse, él imaginó como alternativa favorable para su propia y ambigua posición de clase en la sociedad inglesa de su época.

Si nos ponemos a considerar cómo Wells empleó el estereotipo del judío en relación a su concepción del mundo, vale la pena recordar los comentarios hechos por George Orwell en un artículo bien conocido que se publicó en 1941, titulado «Wells, Hitler and the World State» («Wells, Hitler y el Estado Mundial»). En dicho artículo, que tuvo influencia, Orwell analizó la producción literaria y periodística de Wells durante más de cuatro décadas y resaltó, en los escritos de Wells, «la supuesta antítesis entre el hombre de ciencia, quien trabaja en pro de un Estado Mundial planificado, y el reaccionario que está tratando de restaurar un pasado desordenado». Orwell resume el punto: «En un lado ciencia, orden, progreso, internacionalismo, aeroplanos, acero, concreto, higiene. De la otra parte guerra, nacionalismo, religión, monarquía, campesinos, profesores de griego, poetas, caballos. La Historia, tal como (Wells) la ve, es una serie de victorias ganadas por el hombre de ciencia sobre el hombre romántico»6. ¿Dónde Wells ubica al judío en estas antítesis? Si comenzamos a analizarlo con sus trabajos de ficción, aparecerá que los judíos están firmemente en el campo de la reacción y el desorden. El primer estereotipo de ficción que yo he encontrado, está en «The Invisible Man» («El hombre invisible») de 1897. En esta novela el científico Griffin, quien se torna en el hombre invisible, se topa con su locador judío polaco, justo en el momento de deslizarse a la invisibilidad. Con sus «anteojos alemanes de montura de plata», vistiendo «una larga levita gris» y «grasientas pantuflas», el innominado dueño de la vivienda sospecha de Griffin y, con la ayuda de sus dos hijastros «políglotas» que hablan ídish, tratan de expulsarlo. Temiendo que su locador pueda descubrir el secreto de la invisibilidad, Griffin prende fuego a la casa que habita y comienza su vida de hombre invisible7. Por cierto que Griffin es un personaje ambiguo que, a la postre, se aparta de la sociedad y hoy es recordado formando parte de la tradición «científica romántica» de la carnada de Frankenstein8. Sin embargo, esta novela resalta la distinción básica, en la novelística de Wells, entre el progreso científico y social y los valores reaccionarios del materialismo desordenado que el judío parece personificar.

La más importante obra de ficción de Wells que pintó al judío como símbolo de un orden social corrupto y degenerado es «Tono-Bungay», publicado en 1909. La novela trata de la promoción fraudulenta en la bolsa de un timo acerca de una supuesta panacea que todo lo cura, denominada «Tono- Bungay». Desde su atalaya, Wells registra en su sátira lo que él considera era el «derroche» de la Inglaterra de aquellos días. Es desde este punto de vista que «Tono-Bungay» ha sido acertadamente considerada una novel representativa de la cuestión acerca de «la condición en que se halla Inglaterra» ha sido acertadamente considerada una novel representativa de la cuestión acerca de «la condición en que se halla Inglaterra» a horcajadas entre los siglos XIX y XX9. En contraste con su filosofía optimista y percepción del mundo, la ficción wellsiana denota un diagnóstico extremadamente pesimista sobre la condición de la Inglaterra que le era contemporánea.

Tal opinión ha sido provechosamente resumida con las siguientes palabras:

La Inglaterra victoriana tardía y eduardiana es un país dedicado a lo que carece de objetivos y al derroche… En consecuencia, el capitalismo ha podido desenvolverse incontrolado, generando (lo que Wells denominó) «la plutocracia más imprevisora, sutil, exitosa y carente de objetivos que jamás haya estorbado los destinos de la Humanidad»10.


Desde esta óptica, Inglaterra —o la condición en que se hallaba Inglaterra— es acertadamente considerada el personaje central de «Tono-Bungay»; país que, a su vez, es mostrado como un «organismo» sujeto al decaimiento, el desorden y la enfermedad. En el corazón simbólico de esta Inglaterra carcomida hay una familia de plutócratas judíos apellidada Lichtenstein, que vive en la Mansión Bladesover, donde el héroe de la novela transcurrió su niñez. Los Lichtenstein son símbolo de cambio y modernismo, pero de un modernismo falso que impide que Inglaterra progrese en una forma ordenada y racional. Citando el texto mismo de la novela:

«Los Lichtenstein y los quo son como olios no contienen perspectiva alguna de cualquier fresca revitalización del reino. Yo no creo en su inteligencia ni en su poder, nada nuevo hay en ellos al respecto, nada creativo ni rejuvenecedor. Nada más que un instinto desordenado para la adquisición de cosas. Y la prevalencia de ellos y de los que son como ellos es, apenas, una fase en el amplio y lento decaimiento del gran organismo social que es Inglaterra. Ellos no hubieran podido edificar Bladesover, tampoco pueden reemplazarla. Lo único que pudieron hacer fue asaltarla y medrar en ella, como saprófitos»11.


De tal guisa Wells anuncia el tema principal de su novela: «el amplio y lento decaimiento… de Inglaterra», y también la función específica de los prevalecientes Lichtenstein, quienes contribuyen a este decaimiento mediante su «desordenado instinto de adquisición». El judío representa el desorden puesto que sólo es capaz de actuar racialmente. En términos wellsianos, el judío es un saprófito, es decir, un organismo que prospera en la podredumbre. Bladesover, por la otra parte, es el símbolo del orden y la dignidad. Según las propias palabras de la novela «ella ilumina a Inglaterra; se ha convertido en todo lo que es espacioso, digno, de boato y verdaderamente conservador en la vida inglesa».

Al comienzo de la novela, Wells describe a los Lichtenstein como «pseudomorfos» (literalmente, una forma falsa o engañadora; un cristal u otro cuerpo que consiste en un mineral aunque tiene la propiedad de otro). Es esta cualidad «pseudomórfica» la que definiría el rol de los Lichtenstein:

«La Mansión Bladesover está ahora dispuesta para sir Ruben Lichtenstein, y lo ha estado desde que la vieja lady Drew murió… Fue curioso tomar nota de las pequeñas diferencias producidas por esta sustitución. Para tomar una imagen de la época en que yo me abocaba a la mineralogía, esos judíos no forman parte de la gente bien inglesa, sino que son «seudomórficos» entre la gente bien. Son personas muy inteligentes los judíos, pero no tan inteligentes como para ocultar lo inteligentes que son».


El reemplazo de una aristocracia declinante basada en la sangre y la tierra, con una plutocracia judía basada en la riqueza y la adquisición material sin raíces, es un tópico común del antisemitismo europeo moderno. El énfasis particular de Wells incide en las consecuencias de una falsa evolución de la sociedad inglesa que él asocia con la ascensión del plutócrata judío a las cúspides de la sociedad. Esta degenerada sociedad inglesa es representada, sobre todo, por Londres, a la que acusa de «un proceso tumoral de crecimiento», y es lo opuesto simbólico a la Bladesover rural. La «antigua dignidad aristocrática» de Bladesover ha sido reemplazada por «actores y actrices, prestamistas y judíos, descarados aventureros financieros» que, con obvia ironía, contribuyen a promover un curalotodo fraudulento. Londres es ahora, significativamente, «una ciudad de Bladesovers (ocupada por los Lichtenstein), la capital de un reino de Bladosóvera, todos ellos muy agitados y muchos ya en declinación, ocupados en lo parasitario, insidiosamente reemplazados por extranjeros, elementos nada simpáticos e irresponsables. Y al mismo tiempo gobernando un imperio advenedizo y mezclado quo abarca la cuarta parte de esta primorosa Tierra».

Tal es la manera en que Wells hace uso del plutócrata judío como símbolo cultural de una sociedad capitalista corrupta y decadente.

En «The New Machiavelli» («El nuevo Maquiavelo»), publicada en 1911, Wells incorpora la figura del «excesivamente correcto Lewis», personaje inspirado en Herbert Samuel, ministro de Gabinete del gobierno del partido Liberal quien fue uno de los protagonistas judíos del escándalo Marconi (1911- 1914), equivalente del escándalo de Panamá que sacudió a Francia en la década de 1890, y otros escándalos financieros supuestamente judíos12. El escándalo Marconi, según una reciente biografía de Wells, lo desilusionó profundamente. Además Wells, según parece, apoyó a Hillaire Belloc en su campaña contra Herbert Samuel13. En «The New Machiavelli» Lewis está caracterizado como «un representante brillante de su raza, capaz, industrioso e invariablemente carente de inspiración», quien habla en nombre de «un mandato del país», expresión que le es «sacrosanta para su sistema de simulaciones». Inevitablemente, Lewis es contrastado con Remington, el ideal de Wells en esa novela, quien rechaza el tal «sistema de simulaciones» en aras de «una forma práctica de eugenesia» a la que le gustaría incorporar a la política inglesa. Para Remington «toda mejora es provisional, salvo el mejoramiento de la raza», indicando así que, en la visión wellsiana, «el darwinismo social tenía que tomarse en un sustituto de las causas reales de la «declinación racial», o sea la pobreza y la desigualdad»14. El elemento «racial» judío de esta novela fue, en consecuencia, relegado a la cuestión más amplia de la reproducción eugenésica. Para Wells, la asimilación racial de los judíos era apenas uno más de los elementos propuestos por su programa eugenésico15.

En realidad no fue hasta la publicación de «Marriage» («Casamiento») en 191216, que Wells examinó plenamente la «cuestión judía» en una obra de ficción. Creo que lo hizo reaccionando al escándalo Marconi, que comenzó en 1911 y, como ya lo he señalado, generó la desilusión de Wells con el progreso liberal. «Marriage» es, sin embargo, una de las peores novelas de Wells, mayormente por causa de que se trata, explícitamente, de una novela de polémica concerniente al «inevitable desperdicio» producido por la boda de dos personas motivadas por fuerzas opuestas17. Marjorie es la apasionada materialista, en tanto que su esposo, Trafford, está dedicado a los ideales de la ciencia. Como resultado de los gastos excesivos en que incurre Marjorie, Trafford se ve obligado a —en las palabras utilizadas por la propia novela— «prostituir» su genio científico a Solomonson, un empresario judío que sugiere que Trafford trabaje para él durante un lapso corto a fin de satisfacer las apetencias materiales de su esposa. Sin embargo, para Wells, las consecuencias del «matrimonio» forzado de Trafford con Solomonson son deplorables: «Al servidor de la ciencia no le preocupan consecuencias personales: se ocupa de la clarificación incesante del conocimiento. Los asuntos humanos que su actividad cambia, las riquezas que él genera o destruye, no le inquietan. Una vez que esos asuntos cobran peso en él, se tornan dominantes, pues entonces él ha perdido su honor de hombre de ciencia». Trafford pierde su «honor» por ingresar al mundo materialista degenerado de los Solomonson judíos, que obran con «efecto de encantamiento» sobre Trafford, abatido por la pobreza; algo así como el efecto hipnótico de Svengali, de George Du Maurier, sobre Trilby18. Solomonson no parece hacer dinero de una forma racional sino, por el contrarío, poseía «la inexplicable alquimia de una mente que destila oro del comercio del mundo, acumulando riquezas como si le creciera una barba». Así es la habilidad racial judía de acumular desordenadamente riquezas. A más de esto, si bien Solomonson es retratado como miembro de la clase alta, muestra ser —igualmente que los Lichtenstein de «Tono-Bungay»— un «pseudomorfo». Es capaz de «abandonar su orientalismo» y convertirse en todo un inglés o, ambivalentemente, recaer incontrolablemente en lo «oriental» cuando persuade a Trafford que trabaje con él: «Mi querido amigo, positivamente Ud. no debe hacerlo». Así chilla Solomonson, y abre sus dedos y encorva los hombros y así, a pesar de todas las buenas escuelas y universidades que frecuentó, se desbarranca de nuevo en su orientalidad original: «¿Es que Ud. no ve todo lo que está perdiendo con su actitud?», le chilla Solomonson a Trañord. Wells muestra al lector que detrás del caballero judío ambivalente o pseudomorfo, está el agudo chillido del «oriental», el anverso racial del judío.

Solamente cuando Trafford se percata de que, a la postre, ha «desperdiciado» su genio científico, recién entonces puede comprender cabalmente la natura antiutópica del mundo parasitario de Solomonson:

«Me he metido en esta estúpida brega para ganar dinero… y me siento como debe sentirse una mujer que ha practicado exitosamente la prostitución. Me he prostituido. Me siento como se siente alguien que está quebrado y enfermo… Los negocios y la prostitución son la misma cosa. Todo comercio es una suerte de prostitución, toda la prostitución es una suerte de comercio. ¿Por qué debería uno vender su mente más de lo que vende su cuerpo?»


He aquí la analogía sexual que subyace en esta novela. En este punto es hecha explícita por primera vez. Si puede tomarse a Trafford como representativo del futuro utópico de Inglaterra, entonces Wells está evocando los temores sexuales que prevalecían en el antisemitismo británico y europeo durante el paso del siglo XIX al siglo XX, de que los judíos estaban «prostituyendo» a la sociedad en aras de sus propios fines. El héroe de Wells, desde este enfoque, podría ser descripto como un individuo «caído» o «enfermo». Pero esta era la «lógica» de un estereotipo que podía recurrir al judío como símbolo cultural de los males del capitalismo moderno.

Esta novela eduardiana de Wells demuestra a las claras que su identificación, en una obra de ficción, de la imagen del judío con los males de la sociedad contemporánea, lo ubica en la tradición del antisemitismo europeo. Esto resulta ser especialmente así si consideramos la relación entre el socialismo y el antisemitismo que prevaleció en la sociedad europea y británica por aquellos años. Teniendo en cuenta la dicotomía en la mente de Wells entre el hombre de ciencia progresista que trabaja en pos de un Estado Mundial planificado, y el reaccionario que está tratando de restaurar un pasado desordenado —o que se esfuerza en impedir el logro del Estado Mundial—, resulta claro, a través de su ficción literaria, de cuál lado de la cerca divisoria están ubicados, para él, los judíos. No obstante esto, resulta algo crudo equiparar a Wells con la moderna tradición europea de hostilidad antijudía, ateniéndonos solamente a su producción literaria de ficción. Como muchos críticos literarios lo han señalado, el espíritu de desesperación que vemos en la primera ficción científica de Wells y en la ficción eduardiana, contrasta agudamente con su visión «cinética» de la utopía que definió a ésta como «un estado esperanzado que conduce a una larga ascensión de etapas»19. En estos términos, Wells creía en la erradicación del mal en los seres humanos mediante una evolución ordenada, científica y socialista. Es, por tanto, interesante tomar nota de cómo un Wells más «esperanzado» —en relación a su utopismo evolutivo— percibía más adelante a los judíos.

Ciertamente que su referencia más importante —y más optimista— en términos de su amplio utopismo, se halla en «Anticipations» («Anticipaciones»), publicada en 1902. Cerca del final de esta importante obra suya, Wells se pregunta cómo la utópica Nueva República va a tratar a las que él denomina «razas inferiores»20. Inmediatamente responde que «ciertamente que no como razas, en absoluto», sino que «en un Estado Mundial, con un idioma común y un gobierno común… la eficiencia será la prueba». Pasa a aseverar en particular que:

«… el judío también… será tratado como todos los demás hombres. Se dice que el judío es, incurablemente, un parásito del aparato crediticio. Si hay parásitos en el aparato crediticio, esta es una razón para que la Legislatura proceda a limpiar el aparato crediticio, pero no es razón para propinar al judío un tratamiento especial. Si los judíos adolecen de cierta tendencia incurable al parasitismo social, y nosotros tornamos el parasitismo social en una imposibilidad, pues habremos abolido al judío; y si él no ha sido lo que se le acusa, pues no hay necesidad de abolir al judío. Con mucha mayor probabilidad, nos daremos cuenta que lo que hemos eliminado es el picapleitos caucásico.»


O sea que en el contexto del Estado Mundial por él anticipado, el parasitismo social de los Lichtenstein y Solomonson sería abolido; y los judíos que no fuesen parásitos sociales serán permitidos de seguir existiendo. Desde este punto de vista, lo que motiva a Wells no es una hostilidad irracional contra los judíos, sino una ambivalencia característica de las actitudes hacia los judíos en una cultura progresista*. Wells continúa declarando que el judío es:

«… un remanente y legado del medievalismo, un sentimentalismo quizá, pero no un complotador furtivo contra el actual progreso de cosas. El fue el progresista* del Medioevo: su pertinaz existencia fue un mentís a las pretensiones católicas durante todos los días de su dominio, y en la actualidad refuta a todos nuestros ruidosos nacionalismos y esboza en sus dispersas simpatías la venida del Estado Mundial… El judío probablemente va a perder mucho de su particularismo, se casará con gentiles y dejará de ser un elemento físico distinto en los asuntos humanos dentro de un siglo, más o menos. Pero confió en que gran parte de su tradición moral nunca morirá…»


Esta es, con seguridad, una declaración extraordinaria. Wells identifica la dispersión de los judíos con el internacionalismo idealista del Estado Mundial del porvenir, en abrumador contraste con sus anteriores, y negativas, asociaciones entre los judíos y el parasitismo social, el materialismo y el nacionalismo. Más aún, coloca en la base de los cimientos de su potencial utopía a la tradición moral del judaísmo. Pero, a decir verdad, Wells supone que cuando eso llegue, la mayoría de los judíos ya se habrán asimilado. Con todo, demuestra una interesante identificación con las «dispersas simpatías» de la diáspora judía hacia el futuro Estado utópico, identificación que merece ser considerada más detenidamente.

Su «Outline of History» («Esquema de la Historia»), publicado en Londres en 1920, da al lector un panorama importante acerca de la comentada ambivalencia de Wells. Al considerar el rol del judaísmo en la era cristiana primitiva, Wells arguye que «la idea judía era, y sigue siendo, una curiosa combinación de envergadura teológica y patriotismo racial intenso. Los judíos aguardaban un salvador especial, un Mesías, quien iba a redimir a la humanidad… y a la postre poner al mundo entero bajo el benevolente, aunque firme, talón judío». Vale la pena hacer notar en este pasaje cómo el autor pasa al tiempo gramatical presente, lo que indica que para Wells el tópico tenía relevancia contemporánea. Más adelante, en esta misma obra, Wells hace la distinción entre las tradiciones judías que denomina «amplia» y «estrecha». Son los saduceos, en su opinión, los que fueron los judíos «amplios» y por lo tanto «dispuestos a asimilarse… y así compartir a Dios y Su promesa con toda la humanidad». En contraste con esta tradición, los fariseos fueron los judíos «arrogantes y estrechos, sumamente ortodoxos… intensamente patrióticos y exclusivistas». Mediante su asimilación física a los «griegos y pueblos helénicos que los rodeaban», los judíos «amplios» se convirtieron a sí mismos en «una luz universal para la humanidad», en tanto que los particularistas judíos farisaicos, al permanecer solos consigo mismos, han «persistido como pueblo». No hace falta decir que fue el cristianismo, de acuerdo a Wells, lo que liberó «la idea judía» de su «codiciosa y exclusivista estrechez» y reenfocó los aspectos amplios de la tradición judía en la humanidad como un todo. Es claro el sentido de esta interpretación del judaísmo. Los judíos que se asimilan físicamente tienen la posibilidad de transmitirla tradición moral universalista del judaísmo; y los que retienen su judaicidad son fanáticos, farisaicos y egoístas, y persisten hasta el día de hoy en su forma de particularismo racial21 Wells podía, así, asociar la tradición universalista del judaísmo con su concepción de un Estado Mundial. Pero, de la misma manera, podía asociar la tradición exclusivista del judaísmo con el mundo degenerado contemporáneo, considerándola —como lo demuestro más adelante— una fuerza que puede impedir el logro de un Estado Mundial.

En una larga variedad de textos de las décadas del veinte al cuarenta, Wells iba a popularizar —recurriendo a estereotipos cada vez más crudos— su oposición al particularismo judío, y urgiría a los judíos que se asimilaran físicamente a la corriente principal. Para Wells el sionismo era la corporización del particularismo judío e iba a considerarlo como una de las principales fuerzas hostiles al Estado Mundial. Aunque más adelante, en los años que mediaron entre las dos guerras mundiales, Wells se convertiría en un notorio antisionista, no siempre fue hostil al sionismo. En el año 1905, cuando Israel Zangwill le pidió que apoyara la idea de un hogar nacional judío (el cual no necesariamente debía estar en Palestina), Wells le contestó que «La Organización Territorialista Judía cuenta con mi simpatía —en abstracto— y el proyecto me parece sano y practicable». Pero luego se forjó la convicción de que los judíos eran «suficientemente ricos, suficientemente capaces y suficientemente poderosos como para salvarse a sí mismos» por lo que a él no le cabía brindar ninguna ayuda particular22. En noviembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, le preguntó públicamente a Zangwill «qué es lo que impide que los judíos tengan a Palestina y restauren una verdadera Judea». Sin embargo Zangwill, en 1921, con la publicación de su «The Voice of Jerusalem» («La voz de Jerusalem»), atacó lo que consideraba, por parte de Wells, un «prejuicio consciente contra el judaísmo y un prejuicio inconsciente en favor del cristianismo». Desde 1914 en adelante se hicieron cada vez más evidentes los desacuerdos públicos de Wells con Zangwill. Rememorando la larga amistad que había tenido con Zangwill, Wells escribió en los años treinta que aquél era «un buen amigo» pero «fundamentalmente antagónico» a su concepción del mundo23.

La aspereza del debate público entre Wells y Zangwill durante los años de entreguerras, no hay duda que reflejó la creciente oposición de Wells al sionismo, que culminó en una chorrera de escritos antisionistas en los treinta y cuarenta. La primera gran elaboración literaria del antisionismo de Wells puede hallarse en su «The Shape of Things to Come: The Ultimate Revolution» («Lo que vendrá»). En este libro él predijo una nueva guerra mundial que iba a durar veinticinco años principiando en 1940, la cual sumiría al mundo en la barbarie, período que eventualmente sería resuelto en el año 2059 con la formación de un Estado Mundial. En contraste con «Anticipations» («Anticipaciones»), su obra anterior de predicción, Wells no considera aquí que la dispersión de los judíos prefigura un Estado Mundial. En «Lo que vendrá» arguye que:

«Debió haberse supuesto que un pueblo tan ampliamente disperso, hubiera desarrollo una mentalidad cosmopolita y formado una adecuada organización vinculante para atender a muchos propósitos de orden mundial. Pero su cultura especial de aislamiento era tan intensa que no lo hicieron; ni siquiera parecieron estar ansiosos de intentarlo. Después de la (predicha) Guerra Mundial los judíos ortodoxos desempeñaron un rol muy pobre en los primeros intentos de formular un Estado Mundial, estando mucho más preocupados en la prosecución de un sueño denominado sionismo… Solamente un psicoanalista podría emprender la explicación de para qué ellos querían al Estado Sionista, cuyo concepto enfatizaba su testaruda y voluntaria separación del cuerpo principal de la humanidad. Esta idea irritaba al mundo contra olios, de manera sutil e irremediable.»


Al mantenerse a sí mismos como «un pueblo aparte» los judíos son proyectados como «un irritativo perpetuo para los estadistas, una ruptura de la solidaridad colectiva en todas partes… Nunca era posible decir cuándo un judío era un ciudadano o apenas eso: un judío… Doquiera que ellos evidenciaban sus peculiaridades, suscitaban amargos resentimientos», continúa adelante este texto wellsiano. Pero con todo, Wells predice que entre los años 1940 y 2059, en tres generaciones, esta «cultura anticuada y obstinada desapareció. Ella y su Estado Sionista, su comida kosher, la Ley y todas sus demás galas resultaron completamente sumergidas en el seno de la comunidad humana… y a los judíos se les enseñó la verdad sobre su raza». Con la llegada del Estado Mundial, los judíos «incluso si lo hubieran deseado… ya no podían ser peculiares». He aquí la declaración más clara hecha por Wells mismo acerca de la oposición entre la presencia física de los judíos y su propio enfoque personal universalista. El judío farisaico, el judío racial y el judío sionista son conjuntamente fusionados por Wells en la retorta del estereotipo negativo de la particularidad judía cual uno de los principales irritativos que se oponen al Estado Mundial. Los judíos únicamente pueden ayudar al Estado Mundial si previamente se asimilan físicamente. Pero si retienen una identidad particular y no desaparecen a través de la asimilación, los judíos están condenados a generar un amargo resentimiento en su contra.

Fue esta convicción de Wells de que los judíos son, en realidad, responsables del antisemitismo contemporáneo, lo que lo empujó a desarrollar semejante teoría en su «The Anatomy of Frustration» («La anatomía de la frustración»), publicada en 1936,24 basada en el texto filosófico de Robert Burton, del siglo XVIII, «The Anatomy of Melancholy» («La anatomía de la melancolía»). Este trabajo se refiere al pseudo diario personal de un protagonista wellsiano, William Burroughs Steel, quien examina las «frustraciones» de esos días que habían impedido el logro de un Estado Mundial. Una de tales frustraciones, la «Frustración por causa del Conflicto de Obsesiones Culturales», examina las «razones» de la persecución de los judíos en la Alemania Nazi contemporánea. Una vez más, la «tradición de adquirir y acaparar» de los judíos, «el parasitismo esencial del micelio (sic) judío en los organismos sociales y culturales en cuyo seno habita» [Nota del Traductor: «micelio» es un término botánico: se refiere a los hongos]. Y, por sobre todo, «el sionismo y el particularismo cultural» son calificados como «un desatino y una desgracia (para los propios judíos y) para la humanidad». Wells arguye que fueron estos factores los que generaron el ataque nazi contra el judío. El prestigioso periódico judío británico «The Jewish Chronicle» condenó a «The Anatomy of Frustration»; en reacción a dicha crítica, Wells escribió una carta inquiriendo si los judíos «carecen de gratitud». Expresó que el «haberme percatado de la vasta cuantía de la habilidad semita, acerca de la cual hemos escrito, es lo que me empuja a protestar contra todo intento deliberado de acorralaría nuevamente en un ghetto peculiar (como en Palestina) y desviarla del servicio a la humanidad»25. De acuerdo a su opinión, si los judíos se volcaban a dedicarse al «servicio humano» y se asimilaban físicamente, entonces disponían de enormes poderes para hacer el bien. Por eso el particularismo judío era una malignidad de marca mayor que impedía la creación de un Estado Mundial. Los estereotipos de Wells sobre los judíos y el sionismo demostraron gráficamente esta creencia suya.

Hacia finales de la década de 1930 y durante la Segunda Guerra Mundial, Wells reflejó, y quizá también promovió, el pronunciado antisemitismo que se desarrolló en aquel período en Inglaterra. En tres extensos trabajos periodísticos y en una novela, publicados entre 1939 y 1942, Wells volvió a elaborar repetidamente este tema de que los judíos, al haberse apartado de su moral universalista, causaron la «intolerancia de parte de los gentiles», la cual —sostuvo— es la reacción al «culto del Pueblo Elegido»26. Resulta interesante verificar que el ejemplo principal que da Wells de la causa de esta «intolerancia» es la Declaración Balfour de 1917, cuando «Zangwill y sus portavoces judíos demostraron, en la forma más esmerada y enérgica, que les importaba un ardite los problemas… de cualquier otro pueblo, sino solamente los suyos propios»27. Arguye Wells que «ningún pueblo del mundo se ha infectado con la fiebre del nacionalismo irracional, que ha sido endémica en el mundo desde 1918, en forma tan aguda como los judíos». Esta afirmación es, por cierto, extraordinaria a la luz del ascenso del nacional-socialismo en Alemania en aquellos días. Y continuaba Wells:

«Los judíos no son el único pueblo que ha sido educado para considerarse peculiar y elegido. Los alemanes, por ejemplo, han producido un paralelo muy adecuado a) sionismo con su teoría nórdica. También ellos, según parece, son un pueblo elegido. También ellos deben preservarse a sí mismo heroicamente puros. Yo croo que el actual evangelio nazi está realmente inspirado en el Antiguo Testamento.»28


O sea que tres décadas antes de que «la conspiración nazi-sionista» se convirtió en un tema clave de la propaganda soviética y entre algunos elementos de la extrema izquierda, Wells estaba escribiendo ampliamente acerca de la similaridad entre nazismo, judaísmo y sionismo. Para él, esto constituía una extensión del estereotipo negativo del particularismo judío que, según su opinión, ha sido la causa primera del antisemitismo. Al rehusarse a asimilarse, los judíos se han comportado racialmente —según la terminología wellsiana—, lo que hizo que la masa del pueblo judío no haya podido actuar en pro del bien común: esta es la causa real del antisemitismo.

Lo que resulta singularmente perturbador en algunas de las declaraciones hechas por Wells en 1939, antes de la guerra y durante la misma, es que en una cantidad de ocasiones predijo lo que denominó «el brutal y cruel exterminio» de los judíos.29 Incluso después que Jan Karski se reunió con él en noviembre de 1942, con un testigo ocular de lo que sucedía en el campo de exterminio de Belzec, Wells apenas fue capaz de replicar que «hay que emprender una investigación muy sería acerca de la cuestión de por qué el antisemitismo surge en todo país en el cual los judíos residen»30. Esta reacción es un eco del ejercicio periodístico de Wells en ese período. Pero por otra parte en su «Experiment in Autobiography», publicado en 1934, Wells había sostenido, desde su «punto de vista cosmopolita», que «la cuestión judía es una cuestión que no debería existir», puesto que no era pasible «de ser considerada por sí misma, o de cualquier otro modo, salvo como parte del problema humano general»31. Para Wells, Hitler y el nazismo —los cuales hay que decirlo, él condenó en términos generales— eran apenas una mácula en la inevitable marcha de la historia en pos de la paz mundial y un Estado Mundial. Al parecer, hacia los años cuarenta, también adjudicó a los judíos un rol transitorio semejante.

Durante su vida Wells condenó a la mayoría de las formas de particularismo nacional, religioso, racial y cultural. En sus «Anticipations», por ejemplo, sostuvo que «estos enjambres de gente negra, castaña, blanca, tostada y amarilla», deberían «irse» en el contexto de un Estado Mundial eugenésicamente «eficiente»: «Puesto que han fracasado en forjar personalidades sanas, vigorosas y distintivas para el gran mundo del futuro, su participación consiste en perecer y desaparecer»32. Es en este marco de semejantes visiones totalitarias —inspiradas por el darwinismo social— que Wells clamaba por el fin del particularismo judío mediante la asimilación, deteniéndose así un poquito antes de solicitar la aniquilación física también de los judíos.

El antisemitismo de Wells y la cultura inglesa: Algunas conclusiones

Por más estrecho y mezquino, no-progresista*, que haya sido su particular concepción del mundo, el antisemitismo de Wells debería ser considerado en el contexto del antisemitismo dentro del progresismo* que saturó la cultura inglesa desde el siglo dieciocho en adelante. Al referirse a la cultura alemana de mediados del siglo diecinueve, Jacob Katz definió esta forma de antisemitismo —que ha sido denominada «el antisemitismo de la tolerancia»33 — como «el deseo de que los judíos se adapten a las normas de la cultura dominante», lo cual «es razón suficiente para presentar una imagen negativa del judío y sugerir que éste desaparezca de la faz de la tierra mediante su asimilación»34.

La idea de que el judío negativo puede desaparecer a través de su proceso de asimilación, dio por resultado dos estereotipos relacionados entre sí. Los judíos eran representados siendo tanto un símbolo de los valores de la cultura dominante como el símbolo de lo negativo opuesto a esos mismos valores. La percepción de Wells, en esencia, consistió en construir una imagen negativa del judío y argüir luego que únicamente con su aceptación de los valores universales del socialismo, los judíos podrían hacer su contribución a la humanidad como un todo. Esta trascendencia idealizada del particularismo judío refleja las tradicionales expectativas cristianas respecto a los judíos, tal como Wells mismo lo indica en su «Esquema de la Historia». En este contexto cuasi religioso, el que se asimilen los judíos puede acarrear connotaciones utópicas. El socialismo de Wells no es único en esto. El socialista utópico francés Charles Fourier, de la primera mitad del siglo diecinueve, pudo al mismo tiempo estereotipar a los judíos como un grupo social parasitario y al mismo tiempo asignar a los judíos «un rol pionero en llevar adelante el programa de progreso social»35. Incluso podría argüirse que en la temprana asociación que trazó Karl Marx entre el judaísmo y lo que Robert Wistrich ha denominado «el comercialismo del mundo cristiano como un todo», está implícita una forma de trascendencia personal que asocia la desaparición del judaísmo —y por ende del capitalismo— con el logro de un mundo distinto y utópico o, según el lenguaje de Marx, la «autoemancipación» de la humanidad»36.

En el contexto de una enunciación progresista* del antisemitismo, le fue ciertamente posible a Wells, cuando fue presionado por Alfred Keer, negar que él era un antisemita, asegurar que poseía muchos amigos judíos y condenar vigorosamente al nazismo y al fanatismo racista.  El vocabulario racial de Wells estuvo similarmente elaborado con vocablos progresistas*. Si bien su estereotipo de los judíos pretendía que los mismos constituyen un grupo biológico, Wells creía —al revés del concepto nazi de que los judíos son una antirraza inasimilable— que ellos pueden y deben ser asimilados a la corriente principal. Por otra parte Wells, como ya se ha recordado, también estereotipaba a los judíos en términos raciales positivos y elogiaba su «vasta riqueza de habilidad semítica». Piénsese sólo en Disraelli, por su importante legado Victoriano de representaciones raciales positivas de los judíos. Teniendo esto en cuenta, no cabe desestimar el hecho de que Wells adscribía ahincadamente sus conceptos racistas a los judíos individuales. En su «Esquema de la Historia» describió el «mercantilismo racial judío» de Karl Marx. Más aún, en la década de 1940, escribió que el «odio» contenido en el Manifiesto Comunista no hubiera sido posible si Marx no hubiera sido «hijo de rabino»38. Y todo esto pese a que Marx, por cierto, fue exactamente el prototipo de judío asimilado y universalista que Wells, en otras ocasiones, anhelaba como tipo ideal.

Según opinión de Orwell, es difícil «que alguien que haya escrito libros entre 1900 y 1920… en idioma inglés, haya influido a la juventud tanto como lo hizo Wells»39. Por esto mismo, la influencia en el público que tuvieron los escritos de Wells sobre los judíos —especialmente en las décadas del treinta y del cuarenta— no debería ser menospreciada. Fuentes dedicadas a la observación de la opinión pública masiva se refieren a la influencia de H. G. Wells durante la guerra. Según dichas fuentes, el particularismo racial de los judíos y el supuesto rechazo de los judíos a asimilarse, fueron considerados por muchos la causa real del antisemitismo reinante tanto en Inglaterra como en la Alemania Nazi. Y coincidentemente con la postura de Wells, eso no impidió que en Inglaterra se haya condenado la persecución de los judíos por parte de los nazis, pero —dicho sea con las propias palabras empleadas por los informes de los Mass Observation Surveys (Servicios de Observación de las Masas)— «está en manos de los judíos mismos contrarrestar el antisemitismo»40. Las opiniones de Wells fueron citadas con simpatía durante la Segunda Guerra Mundial por una amplia variedad de fuentes, incluyendo a Amold Leese en «The Fascist» y Walter Holmes en el izquierdista «Daily Worker»41. Resulta interesante que cuando esas opiniones wellsianas fueron publicadas en los Estados Unidos, suscitaron abundantes protestas públicas, incluyendo un artículo de la mismísima Eleanor Roosevelt titulado «Mr Wells is wrong» (El Sr. Wells está equivocado»)42.  Resulta muy significativo que el general Sikorski, comandante en jefe del gobierno polaco en el exilio, citó lo escrito por Wells al replicar lo expuesto por una delegación del Congreso Judío Mundial, en 1942, respecto a las atrocidades nazis. Después de hacerse eco de las posiciones sustentadas por Wells, Sikorski pretendió que hacer una referencia específica a la persecución de los judíos en Europa era «equivalente al reconocimiento implícito de las teorías raciales que todos nosotros rechazamos»43. Esta fue la más extrema consecuencia de una estructuración progresista del antisemitismo que dio como resultado que los judíos, en su hora más negra, fueron puestos ante la siguiente disyuntiva: Gran Bretaña podía considerarlos como meros ciudadanos de Estados existentes sin otra particularidad nacional, o bien elementos adherentes a las categorizaciones raciales nazis.

Aquellos de la izquierda que hoy en día estereotipan a los judíos y al sionismo exclusivamente en términos negativos siguen creyendo que los judíos deberían trascender su particularismo cultural, religioso y natural, y asimilarse a una mayoría universalista. En mi opinión es por esto que, desde el punto de vista de este antisemitismo de progresistas*, puede comprenderse por qué, una vez más se considera que los judíos, en tanto sigan judíos, son un gran obstáculo en el camino hacia el progreso.

 

Notas

Nota del autor: Quiero expresar mi gratitud a Tony Kushner, cuya ayuda ha sido detallada más arriba, y expresar mi reconocimiento a Lionel Rochan: su «H. G. Wells and the Jews’, publicado en el Jewish Monthly de setiembre de 1950 es un punto de partida esencial para el tópico de que treta el presente trabajo. También le estoy especialmente agradecido al Oxford Centre for Postgradual Hebrew Studies por la cálida hospitalidad que me brindó durante la etapa final de preparación del presente trabajo, el cual fue originalmente concebido como una exposición mía en un simposio sobre el antisemitismo moderno que fue organizado en dicho Oxford Centre por David Sorkin.
1 Londres 1934.
2 Bernard Bergonzi, H. G. Wells (1866-1946), en The Politics of Twentieth-Century Novelists por G. A. Panichos, cd. (Nueva York 1971, pág. 3).
3 H. G. Wells, New Worlds for Old: A Plain Account of Modem Socialism (Londres, edición revisada, 1913, pág. 23).
Bergonzi, pág. 9. Ver también W. W. Wegar, H. G. Wells and the World State (Londres 1961).
5 H. G. Wells, Experiment in Autobiography, volumen 1 (Londres 1934, pág. 95).
6 Horizon (agosto de 1941) en The Collected Essays, Journalism and Letters of George Orwell, volumen 2 (Londres 1970).
7 Londres 1959, págs. 147-153.
8 Bernard Bergonzi, The Early H. G. Wells (Manchester 1961, pág. 120).
9 ‘David Lodge, Tono-Bungay and the Condition of England’ B. Bergonzi (ed.) H. G. Wells, A Collection of Critical Essays (Londres 1976), ha relacionado convincentemente Tono-Bungay con The Condition of England, de C. F. G. Masterman (Londres 1909).
10 Lodge, págs. 115-116.
11 Tono-Bungay (Londres 1972, pág. 52). Resulta interesante tomar nota de la similitud entre los estereotipos judíos de Wells y los de T. S. Eliot una década más tarde. Para un debate sobre el tema, ver Jewish Stereotyping in English literature and Society, 1874-1925: A Study in Semitism, por Bryan Cheyotto (en preparación).
12 H. G. Wells, The New Machiavelli (Londres 1970). Para referencias al personaje de Lewis y al escándalo Marconi, ver Colin Holmes, Anti-Semitism in British Society, 1876-1939 (Londres 1979), págs. 73 y otras).
13 David C. Smith, H. G. Wells: Desperately Mortal (Yale 1986), pág. 231.
14 Patricia Stubbs, Women and Fiction: Feminism in the Novel, 1880-1920 (Brighton 1979), pág. 188.
15 Para un esquema de este programa ver Anticipations de H. G. Wells (Londres 1902), págs. 315 y 316.
16 H. G. Wells, Marriage (Londres, sin fecha de publicación).
17 R. D. Haynes, H. G. Wells: Discoverer of the Future (Londres 1980), pág. 116.
18  (Londres 1984.) Para un debate reciente acerca de Du Maurier y el estereotipo judío sexualizado en la literatura victoriana, ver ‘Jews and Jewesses in Victorian fiction from religious stereotype to ethnic hazard’ («Judíos y judías en la ficción victoriana; del estereotipo religioso a] peligro étnico») en Patterns of Prejudice’, vol. 21, N°2, verano boreal de 1987, págs. 25 a 34.
19 Richard Gerber, Utopian Fantasy (Londres 1955), pág. 10.
20 Anticipations, pág. 315.
* Se ha traducido como «progresista» el vocablo inglés «liberal» utilizado en el original. En el léxico político estas acepciones son equivalentes. En América Latina el vocablo «liberal» es utilizado actualmente para referirse a otra comente política, que no se identifica con el pensamiento de izquierda, como sí ocurre con su empleo en inglés – Nota del Traductor.
21 Steven Bay me, ‘Jewish Leadership and Anti-Semitism in Britain, 1898-1918’ (tesis doctoral inédita, Universidad de Columbia, 1977), pág. 107.
22 Jewish Chronicle, 30 de marzo de 1906, pág. 33.
23 Smith, págs. 230, 236 y 548; Jewish Chronicle del 13 de noviembre de 1914; The Voice of Jerusalem (Londres 1921), pág. 55; carta inédita de Israel Zangwill y H. G. Wells a Joseph Leflwich del 1 de setiembre de 1936, Archivo Sionista Central, Jerusalem, NA 330/14.
24 H. G. Wells, The Anatomy of Frustration; A Modem Synthesis (Londres 1936).
25 Jewish Chronicle, junio de 1936. Ver también Wells, A Short History of the World (Londres 1922), pág. 75, donde se repiten tales opiniones.
26 The Fate of Homo Sapiens (Londres 1939), pág. 133. Esto fue reeditado en 1942 bajo el título de The Outlook for Homo Sapiens. Ver también la novela de Wells, You Can’t Be Too Careful: A Sample of Life (1950-1) (Londres 1941 ) para una repetición de estas opiniones.
27 H. G. Wells, Travels of a Republican Radical in Search of Hot Water (Londres 1939) págs. 54 y 55. Ver también, para constatar observaciones similares, The Fate of Homo Sapiens, pág. 129.
28 Travels of a Republican Radical, pág. 59. Ver también The Anatomy of Frustration, págs. 181 y 182 y The Fate of Homo Sapiens, pág. 129, para constatar opiniones similares.
29 Travels of a Republican Radical, pág. 36.
30 Evocado por Jan Karski en el programa Messenger form Poland, Canal 4 de televisión, Londres, 25 de mayo de 1987, producido por Martin Smith.
31 Experiment in Autobiography, volumen I, pág. 353.
32 Anticipations, pág. 317.
33 Bill Williams, The anti-semitism of tolerance: middle-class Manchester and the Jews, 1870-1900″, en City, Class and Culture, A. J. Kidd y K. R. V. Roberts (eds.), (Mánchester 1985).
34 Jacob Katz, From Prejudice to Destruction: Antisemitsm 1700-1933 (Massachusetts 1980), pág. 203. Para un tratamiento integral del tema ver ‘Jewish stereotyping and English Literature 1875-1925 por Bryan Cheyctte, en Traditions of Intolerance (Manchester, en preparación), T. Kushner y K. Lunn (eds.).
35 Katz, pág. 122.
36 Robert Wistrich, Socialism and the Jews (Oxford 1982), págs. 27 y 28. Para una extensión de este tópico, ver Cheyette, cap. 9.
37 Jewish Chronicle del 5 de marzo de 1937. Ver The wrong approach to a non- Jewish writer’ por Joseph Leftwich en Jewish Monthly de enero de 1951, para una defensa de Wells en estos parámetros.
38 H. G. Wells, The New World Order (Londres 1940), pág. 48.
39 Orwell, pág. 171.
40 M-OA: FR1669L, abril de 1943. Le estoy agradecido a Tony Kushner por estas referencias. Ver también los Mass Observation Surveys de octubre de 1940 y marzo de 1943: ambos registraron el acuerdo vigente con el análisis hecho por H. G. Wells de la «cuestión judía».
41 Fascist, N° 24, setiembre de 1939, y el Daily Worker del 30 de junio de 1944. Para más referencias acerca del impacto que tuvieron las ideas de Wells durante la Segunda Guerra Mundial, ver «British Anti-Semitism in the Second World War», tesis doctoral inédita (Universidad de Sheffield, 1986), pág. 359, por Tony Kushner.
42 Para referencias a las protestas que suscitó la publicación en los Estados Unidos de Travels of a Republican Radical, ver la edición londinense de este libro correspondiente a 1931, págs. 62 a 67.
43 Bernard Wasscrstcin, Britain and the Jews of Europe 1939-1945 (Oxford 1979), pág. 165; y Kushner, págs. 326 y 327, y pág. 359.
44 Para un debate detallado sobro esto tópico ver Wasserstein, capítulo 4.