Coloquio

Edición Nº20 - Octubre 1989

Ed. Nº20: H. Leivik, el poeta de su pueblo

Por Melej Frydman

Traducción del ídish: Biniómen Edelstein

Todas las poesías y citas poéticas incluidas en el texto fueron traducidas del original ídish en versión libre – B.E.

 

En la campiña de Bielorrusia, una región atravesada por bosques y rodeada de ellos, entre campesinos pobrísimos y una población judía en permanente peligro de pogromos, vino al mundo, en 1888, en Ihumen, no lejos de Minsk, quien sería uno de los más grandes poetas contemporáneos judíos, H. Léivik, como es conocido por su pueblo. Sus verdaderos nombre y apellido fueron Léivik Halper. 

Era el mayor de nueve hermanos. Su muy sufrida madre comenzaba en las madrugadas su pesada tarea de panadera. Horneaba panes que durante el día vendía en el mercado. Su padre, un talmid jójem (versado y erudito en judaica) trataba de ayudar a su sacrificada esposa a engrosar la magra parnóse (subsistencia) enseñando a muchachas de humilde condición escribir cartas a sus respectivos novios en un estilo pomposo, entonces en boga, que invariablemente comenzaban así: “A mí altamente estimado y bienamado prometido…” Esta humillante tarea lo tenía descontento, malhumorado y estaba casi siempre con el ceño fruncido. Y he aquí cómo, en uno de sus primeros versos, Léivik pinta su hogar:
 
Cuatro paredes desnudas,
En las ventanas los vidrios quebrados, 
Un horno panadero enharinado
Y rayos solares cual doradas palomas 
Bailotean en el piso de tierra, en las mañanas.
 
A la edad de apenas diez años el pequeño Léivik, ya consciente de la vida esforzada y penosa de sus progenitores, comenzaba a meditar acerca del sentido de los sufrimientos de la especie humana. Más adelante, siendo ya seminarista en la ieshíve (seminario rabínico) del pueblo de Berézene, experimentaba la penosa necesidad de esn teg, o sea concurrir en determinados días a distintas familias que se ofrecían voluntariamente a servir almuerzos, generalmente no dema-siado abundantes, a los estudiantes que les fueran asignados por el rosh ieshíve (rector de la academia). Y allí, en la ieshíve, reclinado sobre viejos folios de textos sagrados, se le apareció desde aquellas páginas la imagen de aquel obrero zapatero de Vilna, el bundista (perteneciente a un determinado movimiento socialista judío) Hirsh Lékert quien, indignado y ofendido en su condición humana, disparó varios tiros contra el gobernador de la nombrada ciudad, el sátrapa zarista von Wahl, quien había ordenado azotar a obreros judíos arrestados cuando participaban en una marcha organizada por ese partido popular y judío, conmemorativa del Primero de Mayo.
 
Fue entonces que Léivik se topó por primera vez con el nombre del Bund, el cual de inmediato sintió como propio, puesto que lo consideró el verdadero defensor de las masas judías pobres y oprimidas, vengador de los vejados y azotados. Los dramáticos acontecimientos que le ocurrieron en su vida contribuyeron también a su fervorosa adhesión al Bund: su propio arresto y consiguiente paso por varias cárceles zaristas, y su posterior condena a marchar encadenado a su confinamiento en Siberia. Más adelante, tras la peligrosa y accidentada huida de Siberia, le tocó experimentar en los Estados Unidos la dura lucha por la subsistencia. Trabajaba allá ora en fábricas, ora como pintor de paredes y colocador de papeles pintados en domicilios particulares. En las noches escribía sus poesías. Por causa del trabajo pesado e insalubre, contrajo la tuberculosis, debiendo ser internado en un sanatorio de Denver. Sensible como era al dolor humano, sufrió hondamente la Shoá, o sea el Holocausto, el exterminio de los judíos europeos a manos de los nazis. Asimismo, más adelante, vibró profundamente con el feliz advenimiento del Estado de Israel. Estos dos acontecimientos fueron, a partir de entonces, los dos hitos de la vida y la creación del poeta.
 
Mas, ¿cómo se explica que Léivik, ya desde el comienzo de su iniciación poética, se haya destacado tanto y cobrado tanta fama e influencia? Se explica porque su encendida verba y sus inspirados versos quemaban como latigazos azotando al cuerpo humano. Pero el poeta no solamente penaba por la injusticia; clamaba por la justicia y la exigía. Se condolía cuando un preso negaba un pedazo de pan a un compañero hambriento. Exigía conciencias limpias como el único camino conducente a la Verdad. Y a la Verdad se llega únicamente a través de la elevación espiritual y la liberación del hombre. Pensaba que los hechos elevados y las acciones éticas son cual rayos de luz, semejantes a los que irradiaba el profeta Moisés, cuyos Mandamientos condujeron a los pueblos al deseo y la voluntad de ser más humanos. Precisamente esta idea, la de humanización, le inspiró esta su temprana poesía, intitulada “Tras el Cerrojo”:
 
Allá en la lejanía
Está el vais vedado
De azul y plata sus montañas
Que ningún pie aún ha hollado.
 
Estos versos tempranos, reveladores de su temperamento poético, ya señalan el rumbo al cual el poeta se encamina. Y así, mientras intenta transitar el país vedado (soñado), queda momentáneamente desplazado al país de los azotados donde, a causa de los látigos de los crueles carceleros, al joven poeta se le revela la cruda realidad, y ésta le hace reflexionar: ¿Quién es, en verdad, la víctima: el Torturador o el Torturado?
 
Porque también por el Torturador el poeta siente pena, que así la expresa en uno de sus versos:
 
Carcelero, ve y duerme, 
De mi puerta quita tu vista, 
Puesto que para el descanso la noche 
Es para mí tanto como para ti. 
Tu fusil en el rincón apoya 
Y reclina tu cabeza sobre la mesa. 
Tras un día de constante andar 
Doloridos tus pies están.
 
 
H. Leivik
 
Aun siendo el poeta un preso solitario, tirado en un catre de la oscura celda infestada de alimañas y ratas, se conduele -sin embargo- de la suerte de su carcelero, puesto que también éste, detrás de la puerta, es otra víctima del régimen zarista. Las dolorosas vivencias padecidas en las cárceles siberianas dejan huellas imborrables en la sensible alma del poeta. Por un lado los sufrimientos humanos: azotes, degradaciones, penas y desgracias. Por primera vez, también le ha tocado presenciar cómo se llevan gente condenada a la horca. Pero a la vez, en la cárcel se topó con el crudo egoísmo humano. Nunca podrá olvidar a aquel preso político que, habiéndole llegado de regalo un ganso, titubea si compartirlo con los compañeros. Pero el hambre, que genera egoísmo, vence. Se vuelve hacia la pared y consume, él solo, el apetitoso regalo. Esta escena, que hubo de repetirse durante varios días, fue penosa y vergonzante, puesto que revela que la bestia todavía mora en los humanos. Pero al mismo tiempo, y en contraste con la escena anterior, había también conmovedoras muestras de fraternal solidaridad en la prisión. En las largas marchas por los helados caminos siberianos, el poeta llegó, agotado, a un lugar fijado para un descanso. Tiritando todos sus miembros por el severo frío, con sus ropas mojadas, tendido en el suelo, sintió la voz amiga de otro prisionero, quien le ofreció una camisa seca, tras lo cual desapareció sigilosamente en la oscuridad de la noche. Este gesto solidario lo ha conmovido y también consolado. Léivik es un poeta visionario; su sueño y anhelo de un mundo redimido se percibe en toda su producción literaria.
 
Este anhelo libertario trasciende los límites de su propio pueblo y lo hace extensivo al mundo circundante. Cuando a hora queda se hojean las páginas poéticas de Léivik, se percibe en los claros versos sentimientos de pesar, ocaso y nostalgia, pero que también trasuntan y expresan una fe honrada y cristalina. En sus versos siberianos el poeta revela sus hondas vivencias de los años de exilio y cárceles, en los que conoció el mundo circundante y buceó en su propio interior personal. Atravesando las inmensas y heladas estepas siberianas con su carro y caballo, llevó consigo al mundo la imagen del Hombre, del Mundo y del sentido de su propio Ser.
 
Gran parte de la generación judía de entre ambas guerras mundiales, en los territorios de la antigua Rusia zarista, se educó y formó sobre los dolientes y sufrientes versos de Léivik. Esta generación percibió en sus visionarios versos la lux sagrada de los mártires que ofrendaron su libertad y sus vidas en aras de la libertad y las vidas de los demás. En las manifestaciones obreras de los festejos del Primero de Mayo, solíamos declamar algunos de los versos siberianos de Léivik, como por ejemplo:
 
En los ríos siberianos
Alguien encontrará,
De mi balsa hundida un madero,
Y en el bosque
Trozos de mi cinto ensangrentado,
Y en la nieve
Heladas huellas de mis pisadas.
 
En los caminos siberianos 
Un botón se encontrará, 
Un cordón de mis zapatos rotos, 
De mi cinto un cuero. 
De jarra de barro un trozo
Y del Sagrado Libro una hoja.
 
O este otro:
 
Salpicada de sangre mi ropa,
Apenas mis pies arrastrando,
Con purificado amor
A una casita llego.
Delante de su umbral me desplomo,
Pero con esfuerzo me levanto
Y mi camino prosigo.
 
Estos recuerdos del exilio siberiano, la lucha del hombre por su dignidad, su constante sueño y añoranza de la Libertad y la Redención, constituyen los hitos y los momentos principales en la obra del gran poeta.
 
A continuación de sus primeros versos siberianos, escribió su sorprendente gran obra dramática “Der Góilem” (“El Robot Androide”), en la que profundiza los problemas de la Redención, del Redentor y de su Negador. Léivik publicó esta obra en 1918, plena época de guerra y pogromos, con la intención de reflejar en ella el estado de ánimo de las masas judías en aquel tiempo. El marco de la obra dramática “El Gólem” es la difundida leyenda popular judía que cuenta que el Gran Rabino Moreinu HaRav Rabí Líva, más conocido por su sigla de Maharal, afamado como santo varón que residió en Praga, Bohemia, en el siglo XVI. El Maharal creo, de barro, una tosca figura humana de exageradas proporciones y puso en sus manos un hacha, con la misión de cuidar y defender a la comunidad judía de los constantes ataques de los dzm (los gentiles, los no judíos) y para que, al mismo tiempo, se vengase de las humillaciones y depredaciones sufridas. Pero ¿qué ha pasado luego? Vemos, por un lado, al santo rabí, el Maharal, quien profundamente conmovido por las incesantes persecuciones a su grey, soñaba con un medio de acortar el Galut (exilio, sometimiento) y acercar la fecha de la Redención del pueblo judío. Quería liberar al Mesías quien, conforme a la leyenda, yace encadenado en las puertas de Roma. Y por el otro lado nos muestra cómo la creación del Maharal, el gólem, comienza a cobrar conciencia de su extraordinaria fuerza física e intenta levantar el hacha contra su propio hacedor. La figura del gólem de Léivik se torna un símbolo y cobra la dimensión del drama de nuestro tiempo. Las legendarias figuras del gólem y de su autor, el Maharal, estuvieron para Léivik ligadas y emparentadas con las visiones de los profetas bíblicos que anidan en los corazones y mentes del pueblo judío en su tan vieja aspiración de realizar la Redención del Mundo en el cual, finalmente, impere la justicia para el pueblo judío y los demás pueblos del universo. El Maharal, el guía espiritual del antiguo ghetto de Praga, quería salvaguardar a su grey de los pogromos, de las falsas acusaciones de presunto uso de sangre cristiana para fines rituales judíos, y también de humillaciones y extorsiones. Anhelaba vehementemente una Justicia Superior. Pero lamentablemente el gólem, con su hacha, se convirtió impensadamente -en la versión de Léivik- en un símbolo de nuestra complicada realidad actual. Y aquí vemos enfrentados por un lado al espiritual plasmador del gólem, el Maharal, y por el otro lado a la fuerza bruta representada por el gólem, su propia obra. El Maharal quedó consternado frente a la salvaje fuerza bruta que él mismo creó; esa fuerza ciega pronta para aniquilar tanto al malvado asesino como también a la víctima de éste. La visión de Léivik penetró profundo y lejos, como es dable ver en la triste realidad de nuestros días. El hacha, arma mortífera con la que se pretende redimir a la Humanidad y solucionar todos los problemas sociales, alcanzó también a los que crearon el hacha.
 
Luego de la obra dramática “El Gólem”, como símbolo mítico del Redentor de la Humanidad, Léivik escribió, a guisa de segunda parte, el drama “La Comedia de la Redención”. En esta obra tienen cabida todos sus pensamientos, sueños e ideales. Su preocupación por el Individuo y por las Masas, su temor porque la Libertad conquistada no se convierta en Esclavitud, de que el Libertador no se ensoberbezca con su Poder, como efectivamente ocurre en el drama. El gólem, el supuesto Salvador, se da cuenta que ni él, ni su hacha, pueden ni deben ser el Redentor, ya que él, el gólem, sería sólo el predecesor del Mesías hijo de David, el verdadero Redentor. La mitología judía cree que con antelación al Verdadero Mesías, debe hacer su aparición el Mesías hijo de José; el Falso Mesías, el cual, en su afán de retener el poder conquistado, ordena prender y encarcelar al verdadero Mesías hijo de David. Por orden del hijo de José, el verdugo somete a tormentos al hijo de David. Con su ansia de seguir conservando el poder para sí, el hijo de José, el Falso Mesías, aleja la verdadera Redención. El dilema que se le presenta al Verdadero Mesías es cómo redimir a la Humanidad con manos limpias, sin derramar sangre. Bajo la fuerte presión del pueblo, y luego de profundas meditaciones y dudas, el Hijo de David deber aniquilar al Hijo de José -el Falso Mesías- para posibilitar el advenimiento de la Redención Verdadera. Pero incluso así la Redención no es posible por causa del derramamiento de sangre cometido por el Hijo de David cuyas manos ya no son limpias. Este es un drama universal, actual y de todos los tiempos.
 
En uno de sus artículos comentando su “La Comedia de la Redención”, Léivik revela su propósito de escribir la tercera parte de la misma, en la que el Redentor debía ser sometido él mismo al temor de una muerte violenta, de ser asesinado. Con esto terminaría el drama y daría comienzo el poema de la Humanidad: vivir mancomunados la epopeya, sin dramas, sin derramamientos de sangre. El poeta fantasea cómo todos estarían sentados rodeando largas mesas. Con las copas en alto, llenas de vino puro de uvas -de la vid de la tierra-, sin sangre, cantarían himnos a la Alegría, a la Libertad, al Amor y a la Unión para una Vida Nueva.
 
Las dudas del poeta acerca de la Liberación de la Humanidad, de un mundo justo y exento de males, lo lleva a meditar y profundizar en la evolución histórica del pueblo judío. La última parte de su trilogía, el poema dramático “El Maharam de Rotenburg” (“Maharam” es la sigla hebrea de Morénu Ha Ráv Rabí Meir [“Nuestro Eminente Maestro el Rabino Meir”], quien vivió entre 1220 y 1293). La acción se desarrolla en una época horrenda para los judíos en Europa Occidental. Es el siglo XIII, centuria de persecuciones, opresiones y ataques de las hordas que acompañaban las expediciones de los Caballeros Cruzados. Rabí Meir residía en Worms, Alemania. En su alma albergaba permanentemente, como una fijación, el cuadro indeleble y estremecedor de las veinticuatro carretas cargadas de rollos de la Torá y folios del Talmud en fatídica procesión hacia la plaza central de París, donde por orden real fueron arrojados a una hoguera y consumidos por las llamas en medio de un delirante regocijo del salvaje populacho.
 
Con esta imborrable escena vuelve rabí Meir a su hogar en Worms, donde asume el puesto de rabino y conductor espiritual de esa comunidad. Por causa de las constantes y crueles persecuciones, la permanencia de los judíos en Worms se torna insoportable. Resuelven abandonar sigilosamente el lugar en busca de algún nuevo asentamiento en la Tierra de Israel o en Europa oriental, donde las autoridades les permitan residir. Pero al monarca de Worms, Rodolfo I, no le conviene la emigración de sus súbditos judíos puesto que, exacciones mediante, son una fuente de ingresos a su tesoro. Manda espías y delatores para impedir el éxodo, y la mayoría se ven obligados a regresar. Entre los muchos aprehendidos, queda detenido y arrojado a la cárcel el ya septuagenario rabí Meir. Para ponerlo en libertad el soberano exige a la comunidad judía un fuerte rescate. La misma y otras comunidades están dispuestas a reunir la suma exigida para liberar al venerado rabí Meir, pero éste lo prohíbe terminantemente a fin de no sentar un precedente y evitar otras futuras detenciones y exacciones de rescate. Y rabí Meir les dice a los delegados de su comunidad:
 
“Volved en paz a vuestros hogares, llevad al pueblo fe y esperanza, ciudad A prestigio de la Casa de Israel. Puesto que la esperanza es fe y la fe es redención, ¡los ocasos se tornan comienzos de nuevos y elevados mundos!”
 
Siete años permaneció y padeció rabí Meir en la cárcel de Ensinheim, Alsacia Superior, donde expiró en 1293.
 
Observemos cómo en sus tres poemas dramáticos se diluyen y esfuman las diferencias entre distintas épocas, y en cualquiera de ellas se evidencia marcadamente el oscurantismo del entorno externo en contraste con la Luz que brilla en el ghetto. Probablemente Léivik escribió el poema “El Maharal” bajo la impresión de los pogromos antijudíos ocurridos mientras lo estaba gestando. Al poeta lo atormentaba el entorno. ¿Por qué? ¿Por qué las persecuciones ininterrumpidas? ¿Por qué él mismo no estuvo en Treblinka, el campo nazi de exterminio? El poeta imagina a los prisioneros de los campos nazis de concentración, trasladados al histórico ghetto de Maguncia, en el siglo XIII, cuando los Cruzados, en el curso de su expedición para rescatar su Santo Sepulcro, exterminaban comunidades judías enteras. Y ahora, estos mismos prisioneros judíos de los campos de concentración, se ven nuevamente frente a renovados pogromos. Léivik, incluso estando tan compenetrado del pensamiento, sentir y tradición judíos, luchó también por la libertad universal. Con el valor y la dignidad que lo caracterizaban, enfrentó a sus ocasionales jueces, declarándoles:
 
“¡Hago todo lo que está a mi alcance para que desaparezca la sociedad zarista con sus secuaces, incluidos ustedes!”
 
Esta manifestación le valió una deportación de por vida a Siberia. Más adelante, tras sufrir tantas penas y vejaciones, el poeta quedó horrorizado cuando comprobó los resultados y consecuencias de la Revolución Rusa de 1917. Léivik expresa con franqueza sus sentimientos y pensamientos, sin compromisos. Nunca teme decir la verdad, por cruda o amarga que sea, tanto a los demás como a sí mismo. Proclama que en el andar hacia la Redención hemos cometido un grave error: nos hemos olvidado del Hombre; y concluye que la solución para la humanidad es avanzar con sentido humanista, so riesgo de que el azotado pueda convertirse en azotador.
 
La noticia del aniquilamiento de la intelectualidad judía por el brutal régimen stalinista, provoca en el poeta su ira hacia la Unión Soviética. A través de innumerables artículos, conferencias y poesías, expresa su protesta contra el incalificable asesinato de los intelectuales judíos en el país de los soviets. Este abominable crimen -sostiene Léivik- es el comienzo de un vertiginoso ocaso de la cultura judía en aquel país. Y así lo manifiesta en el Congreso Fundacional del ICUF (Federación de Sociedades de Cultura Judía, izquierdistas) convocado en 1937, en París.
 
“He aquí las butacas vacías en espera de los delegados de Rusia, a quienes el Soviet impidió participar en este Congreso. Cabe observar que este Congreso fue organizado por comunistas judíos no residentes en Rusia, con la adhesión de escritores y activistas culturales procomunistas”.
 
Lo mismo durante el proceso contra el activista Slansky, que presenta marcados ribetes antisemitas. Léivik traza una comparación entre los verdugos de antaño que ejecutaban con la cara oculta, v la desenmascarada actitud staliniana que hizo una virtud de las horcas y ejecuciones.
 
Merece también destacarse otra valiente actitud muy propia de Léivik. Fue en los días cuando Julius y Ethel Rosenberg fueron condenados a la ejecución en la silla eléctrica bajo la acusación de haber revelado secretos atómicos a la Unión Soviética. Léivik, en tina carta abierta dirigida al entonces presidente Eisenhower, pidió clemencia y perdón para los condenados, aún si estos fueran culpables, porque sus hijos necesitaban de ellos y porque estos condenados ya habían pagado su supuesta culpa en la antesala de la muerte.
 
Esta carta de Léivik causó mucha impresión en aquel tiempo. Es reveladora de la personalidad ética del poeta, va que solamente él. Léivik, pudo formular así su pensamiento y su clamor por la santidad de la vida. Y Léivik se pregunta: Si por doquier hay pogromos y opresores ¿cuál es la salida, la solución, y dónde hallar un salvador? Léivik no tenía respuesta. Su corazón sangraba, se sentía muy solo. Al término de la Segunda Guerra Mundial fue de los primeros en acudir a los campamentos de sobrevivientes judíos organizados en Alemania, para llevarles su reconfortador mensaje de consuelo y augurios de una nueva vida. Y allí, entre los salvados milagrosamente de la Catástrofe, nació su drama “Un casamiento en Fornwald”. La esencia y el espíritu del drama es el consuelo para la continuación de las vidas truncadas. Cabe suponer que precisamente en esto es donde el poeta encontró la respuesta que buscaba y que antes no había encontrado: aue, pese a los malvados, la vida continuará. Su anhelo y esperanza de la redención es originado no solamente por su compasión por las atormentadas víctimas. El poeta pena también por los victimarios, porque éstos, aparte de malditos, también son desgraciados, y deben ser rescatados de su odio. A través de todas sus obras se observa y trasluce la preocupación y la insatisfacción del autor porque el malvado haya recibido o reciba su merecida condena. Para Léivik la justicia tardía carece de sentido, ya que ésta viene cuando la víctima ya ha muerto. Está claro que nos sentimos contentos cuando, al final del episodio, leemos que triunfó la justicia. Pero a Léivik este final feliz no lo satisface, y en una de sus poesías canta:
 
Sueña nuevamente, oh gran profeta, 
Aparece otra vez delante de la destruida pared 
Donde él que allí está sentado y cansado 
Te llama. 
No te fijes.
Él se lamenta por el niño 
Que yace allí, carbonizado. 
Un lobo con una oveja 
Juntos morar deben
Y un niño debe con sus manitas guiarlos.
 En tanto, ahora, oh profeta,
A su madre consolar debes, 
Porque llora y rellora a su niño carbonizado. 
La madre emerge de los bunkers abismales 
Con sus brazos moviendo. 
A tí te clama
¡El Fin de los Días acerca, oh profeta, 
y al carbonizado niño que aquí yace, 
resucítalo!
 
Al leer esta rogativa se percibe el temblor en los labios del poeta; y las palabras de estos versos buscan y encuentran el camino a nuestros corazones. Aquí residen el misterio y la fuerza de la verba del poeta.
 
A través de todas las obras de Léivik percibimos, como una constante, su sueño de un Mesías, asociado a la idea de la liberación del pueblo, la libertad del hombre y de la humanidad entera. Jerusalem, la ciudad santa, yacente en ruinas, simboliza el galut, la dispersión y el sometimiento del pueblo judío. Por el dolor que siente por la destrucción de Jerusalem, el poeta así canta:
 
Por tu destrucción, oh Jerusalem 
Por el fuego y humo consumida, 
Dolorido y angustiado estoy. 
Un eterno sueño serás 
Para el Pueblo de Israel.
 
Paralelamente con su dolor por la destruida Jerusalem, que simboliza la Justicia Superior, Léivik pena también por la suerte del mundo, tambaleante – precisamente- a consecuencia de la destrucción de Jerusalem. El Holocausto -la aniquilación de los judíos en Europa- es análogo o equivalente a la destrucción de la Ciudad Santa, Jerusalem. También lo es un pogromo en un pueblito de Bielorrusia, o el llanto de una criatura separada del pecho de su madre, el motivo tantas veces repetido a través de la larga historia del pueblo judío. Y el poeta lo expresa así:
Por el desierto marchan las tribus, Ya despiertas, ya soñando: 
 
Y ya tres mil años ha
Que de Egipto los hebreos salieron.
Y entre ellos también yo marcho 
Con todas las tribus a la par.
 
Para Léivik no sólo el Sinaí es un desierto, también lo son la cultura de genocidios y la civilización de asesinatos. La marcha de la humanidad y de la historia universal no puede darse por concluida mientras que en algún lejano rincón del mundo haya un solo ser humano torturado y vejado. En el mar de tantas penas y desgracias humanas, Léivik halló un consuelo en el advenimiento del Estado de Israel.
 
Entre los tantos cánticos que dedicó al resurgimiento de la independencia y a la belleza de la Tierra de Israel, merecen citarse los siguientes versos:
 
En tu tierra, oh Jerusalem, 
Enmudecido agradablemente quedo.
 Para mis palabras aprisionadas 
La puerta abro.
De repente, absorto me quedo y digo: 
«¿Es aquí donde el profeta Isaías 
sus pies posaba? »
«Sí, sí», el silencio de la noche responde
Y yo, perplejo, a llamar comienzo: 
«¡Venid, regresad, fieles palabras mías, 
Ayudadme a callar la suerte
De estar en la tierra Que Isaías pisaba!».
 
Y también estos otros, dedicados a la Guerra de la Independencia e intitulados “Dos copas de plata”:
 
Dos copas de plata 
Para la madre, en recuerdo 
De dos hijos caídos. 
De diecisiete la edad de uno
Y de veinte el otro.
En verde primaveral envueltos los dos 
Por la gloria de Israel a morir prontos; 
Mas añora ¡ay! con fina escritura sus nombres 
En dos copas grabados están. 
En las noches del Séder, 
Cuando los hogares Elias visita 
Para santificar a la grey judía 
Por los detractores mancillada, 
Que deguste el profeta no las lágrimas maternales; 
Que de las dos copas santificadas 
El vino pruebe.
Y penen todos por la suerte de la madre. 
Beber el vino y no las lágrimas
De las copas santificadas.
 
Léivik se regocija por el advenimiento del Estado de Israel, pero no tolera la actitud de menosprecio de algunos factores de poder israelíes hacia los judíos galúticos, diaspóricos, por no integrarse éstos masivamente al Estado judío renacido. En la Conferencia Ideológica reunida en Jerusalem en el año 1957, Léivik pronunció un discurso del cual rescatamos a continuación algunos párrafos:
 
“Personalmente, yo ya estoy cansado de los conflictos entre los sostenedores y los detractores de nuestros dos idiomas nacionales y sus culturas, el ídish y el hebreo. Pero declarar que con el ídish el judío diaspórico iba solamente a las cámaras de gas, eso es una barbaridad y además es faltar a la verdad. Lo cierto es que el ídish era la lengua de las barricadas, de los luchadores del ghetto de varsovia y de los demos ghettos. El ídish era el idioma del Baal Shem Tov (el fundador del movimiento jasídico), del rabí Léivi Berdíchever (eminente rabí jasídico, autor de famosas parálalas). Y aunque fuera cierto lo que estos maliciosos factores propagan intencionalmente, ¡caca de rodillas ante este ídish, debéis posternaros delante de este judío galútico! ¡El galut, la diáspora, no es lindo por cierto, inclusive es feo, pero el judío en el galut irradiaba belleza! ¡También las cárceles son oscuras y feas, pero los presos -más si son inocentes- no son feos!”
 
Y en cuanto a la cuestión del ídish como idioma, hizo la siguiente formulación:
 
“¡Me siento demasiado orgulloso como para pedir a los judíos respeto por el ídish!”
 
Esta declaración de Léivik impresionó mucho a los presentes. A continuación marcó la diferencia entre llevar un rebaño al matadero y la marcha de heroicos soldados al Sinaí. Al resumir todos estos problemas, el poeta concluyó exclamando:
 
“¡Basta ya de Holocaustos e Inmolaciones! Seamos, entre nosotros mismos, vivientes y amantes Abrahams, vivientes y amantes Isaacs, y vivientes y amantes Jacobs. Esta es mi plegaria, hoy, aquí, en este suelo de Jerusalem, a pocos pasos del monte Moriáh (el sitio bíblico, identificado con el Monte del Templo, donde Isaac fue amarrado por Abraham para ser sacrificado). ¡Sí, esta es hoy mi única plegaria! ¡Actualmente cada uno de nosotros debería rezar esta plegaria y vivirla, para conocer y saber la conducta que debemos observar con nuestros semejantes!”
 
En el año 1936 tuvo lugar en Buenos Aires el XIV Congreso del Pen Club Internacional. Léivik fue el delegado del Pen Club Idish de Nueva York, a la vez que el poeta Saúl Chernijovsky participó como delegado del Pen Club Hebreo de la Tierra de Israel. Es interesante citar un fragmento de la crónica sobre la conferencia que en dicho congreso pronunció el poeta Léivik, publicada en el diario en ídish “Di Presse” de Buenos Aires el 11 de setiembre de 1936:
 
“Ante numerosas delegaciones de los Pen Clubes de diversos países que colmaron el salón principal de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires, comenzó su discurso H. Léivik. La aparición del poeta en el podio, con su majestuosa cabellera blanca, fue saludada entusiastamente no sólo por el público judío, sino por absolutamente todos los presentes. Su discurso lo pronunció en inglés. Comenzó hablando despacio, elevando gradualmente su voz. Su magnetismo personal y su patetismo han cautivado al público. Por su boca hablaron las masas de judíos esparcidos por todo el mundo. De entrada manifestó que hubiera preferido hablar en ídish, aún sabiendo que muy pocos le entenderían. Eso haría no por mero capricho, sino para reafirmar que uno de los fines del Pen Club Internacional es la solidaridad y el reconocimiento de todas las culturas, en especial las lenguas y culturas de todas las minorías étnicas. Aquí, en este congreso, deberían reinar una atmósfera fraternal entre todas las lenguas y consideración y respeto por todas las culturas, mayoritarias y minoritarias. Nuestros oídos deben percibir aquí los sonidos de todas as lenguas oprimidas, escuchar y alegrarnos por haber alcanzado un alto grado de solidaridad. El sueño de toda la humanidad y sus culturas, es alcanzar la paz y la amistad entre los hombres y las naciones. En el estado actual de la cultura universal, resulta penoso que muy pocos de entre ustedes sepan algo de la verdadera esencia de la vida judía y de su literatura. Lamentablemente, el mundo conoce sólo los nombres de algunos banqueros judíos, pero no los nombres de los poetas, novelistas y pensadores judíos. Es de lamentar que en Europa, la palabra es usada como un manto para tapar fines aviesos, como el derramamiento de sangre, infundadas teorías fascistas y chauvinistas, discordias y conflictos. La literatura contempla impávi-da cómo el hitlerismo quema sus mejores obras, y calla. «Yo expreso mi enérgica protesta -dijo- contra bs delegados del Pen Club Polaco, porque ellos ignoraron nuestro clamor y protesta por la opresión de la cultura judía en Polonia. Yo demando al Congreso de los Pen Club que cumpla con su deber y cometido, que respete las conciencias y devuelva la dignidad a las literaturas del mundo. ¡Debéis cumplir con este deber, delegados al presente congreso!».
 
“Finalizada la vibrante alocución de Léivik, hubo estruendosos y prolongados aplausos. Como reacción a los silbidos de tres delegados fascistas, el público manifestó su conmovedora solidaridad con el orador, volviendo a aplaudirlo entusiastamente durante cinco minutos ininterrumpidos”.
 
El discurso de Léivik fue una valiente y digna manifestación por el ídish, por la cultura judía, por la vida y contra pogromos y derramamientos de sangre. Se puede aseverar que las expresiones del poeta ante aquel congreso, en Buenos Aires, pueden considerarse como una victoria de las masas judías. El pueblo judío observará y guardará fielmente los pensamientos, ideales y postulados de su gran poeta H. Léivik, y los transmitirá a las futuras generaciones como un legado. De este modo quedará perpetuada la memoria de uno de los más grandes, queridos y constructivos poetas del pueblo judío: H. Léivik.