Coloquio

Edición Nº23 - Octubre 1990

Ed. N°23: Educación judía o la inaguración del alma: Hacia una educación distinta

Por Daniel Ben Rafael Stawsky

«Estoy de acuerdo en que la función de la escuela sea educar, mas de ninguna manera domesticar (…) Odio la escuela. Tú no le imaginas cuánto odio yo ese lugar. Primeramente, la atmósfera represiva que allí impera, los maestros, tan parecidos a comandantes de ejercito (…) Todos los alumnos aprenden allí como animales domésticos (…) Ahogan lodo talento y no permiten a ningún alumno desarrollarse de acuerdo con sus aptitudes, posibilidades y personalidad».

Estas palabras, pronunciadas por el niño Albert Einstein de siete años a su hermana Maia de cinco, no expresan sólo un descontento y una protesta para con el sistema escolar (el mismo que aún hoy, luego de casi un siglo después, persiste), sino también una meditación acerca de la función y el objeto mismo de la educación.

Mi amigo, el escritor Moshéh Benarroch, manifestó en una ocasión, en público, la siguiente apreciación: «No tengo la más mínima duda de que los niños no necesitan de ninguna escuela; al contrario, ésta los arruina», reafirmando de esta manera su fe en la percepción autodidacta e individual del niño1, y en la trasmisión de padre a hijo y de sabio a discípulo, fenómeno que logró evitar durante milenios la masificación (tanto de ideas, como de esquemas y sistemas) a la cual está expuesto el niño de nuestra era.

Esto último no es nuevo en absoluto; por el contrario, hay quienes se han manifestado en contra de toda educación y formación normativa del ser, e incluso contra toda trasmisión de escalas de valores. Todo esto depende, es claro, de nuestra concepción general de vida (qué es la vida, para qué vivimos, cuál es el objeto y finalidad de la existencia, cómo vivir, etc.) y de la cultura o civilización a la cual circunscribimos nuestro juicio.

II

Cada cultura posee y desarrolla, a lo largo de su existencia, no sólo una concepción propia del fenómeno educativo, sino asimismo una definición del mismo. Esto se da tanto en función de grupo particular, como en sus diversas interrelaciones con las demás culturas vecinas, estableciendo una dialéctica de simbiosis y oposiciones. Vale la pena observar cómo estas concepciones primarias definen el comportamiento y tradición social de cada civilización en su pasaje por la historia, dejando secuelas e influencias en las otras.

En el mundo griego, la educación (y su ciencia) llevaba el nombre de «paydeya» cuyo significado era «liderar» y «adiestrar». El «paydagogos» en la Grecia antigua era literalmente un siervo de la familia que acompañaba a los niños en su camino a la escuela y los cuidaba. Mas la pedagogía no terminaba camino a la escuela sino todo lo contrario. A este problema dedicaron su estudio y su pluma prácticamente todos los filósofos griegos. Aristóteles, en su Ética Nicomaquea, escribe que «la pedagogía liberal es aquella destinada a los seres libres»2. Podríamos agregar que no es libre sino quien es consciente de sus fuerzas y límites reales, ya que no existe quien elija libremente por desconocimiento, en tanto limite éste su pensamiento y su accionar3. Mas a Aristóteles volveremos más adelante y en forma más profunda, por ser el formador y elaborador del pensamiento educativo moderno, debido a la importancia vital de sus categorías, tópicos y definiciones en la formación del pensamiento occidental, y por el alcance e influencia de la metodología del Estagirita en nuestros días.

La definición latina de la educación, por el contrario, es menos extrema que la griega, ya que no «adiestra» ni «lidera» (presumiendo un maestro que todo lo sabe y al que debemos imitar o seguir). La educación, para el mundo latino, es, etimológicamente, «initatio» y «dedicatio» lo cual revela una concepción casi opuesta del fenómeno educativo y de la percepción latina del educando, que oscila entre la «initationis» a cierta sabiduría o conocimiento y el «dedicare» o profundización en él. La pregunta es, si esta pedagogía, que no «adiestraba» sino «iniciaba», no «lideraba» sino «dedicaba», dejaba también un espacio para permitir al «alumno desarrollarse de acuerdo con sus aptitudes», como lo pidiera el moderno Einstein.

Quizás debamos, antes de intentar una respuesta, buscar y ahondar en las raíces culturales que dieran cauce a la pregunta del niño Einstein, lo cual nos conduce inevitablemente a la definición hebrea del fenómeno pedagógico.

III

El vocablo hebreo que designa desde siempre a la educación, es «Hinuj» literalmente inauguración y estreno, en este caso de las potencias innatas del niño. El verbo Latinó es extensible a todo lo que se potencia para ser aplicado por primera vez, y se utiliza para denominar la inauguración de un campo de siembra y de una casa habitable4, de un árbol y de una parcela de tierra, y de todo aquello que da frutos, tanto orgánicos y materiales como intelectuales y espirituales. Más allá de la esencia de la educación hebrea y de su tabla de valores trasmitidos al «inaugurado» (por ej.: amor a la sabiduría, a la justicia, a la modestia, a la noción de la Unidad, al cumplimiento de un sistema armónico disciplinario de vida; todo esto dentro del área del comportamiento existencial trasmitido, al cual volveremos más adelante), nos interrogamos acerca de su sistema de trasmisión general, o a la falta del mismo eventualmente.

En el libro de los Proverbios (Mishléy) XXII 6, leemos lo siguiente: «Educa al joven de acuerdo a su propio camino; aun cuando viejo no se apartará de él». Y en una traducción más ajustada y literal: «Inaugura al joven por boca de su propio camino; aun si envejeciera no se apartará de él». ¿Hemos leído bien? El sistema de educación es «inaugurar» la conciencia del joven o niño en la existencia de «su propio camino» (el cual ignora, por el momento, el maestro o «inaugurador») «por boca» (»Al-Py’), es decir, con su propia formulación lingüística, con su propia definición semántica. Esto último implica algo realmente temerario: el alumno receptor decide el método y el caudal al maestro emisor del conocimiento, la calidad y la cantidad, el qué y el cómo y el cuánto, obligando al maestro a aprender un nuevo método ante cada caso y cada alumno. Esto último convertiría al maestro a su vez en discípulo y receptor, creando en el binomio maestro-discípulo (emisor-receptor) una responsabilidad y una dialéctica de relación totalmente diferente, ya de forma como de contenido5.

De ello inferimos dos fenómenos:

A)    El receptor-educando del mensaje educativo, impone el ritmo y forma e índole al emisor-educador. Se da el ejemplo de la bombilla de luz, la cual paradójicamente es la que «impone» la frecuencia, el caudal y la velocidad de recepción de luz eléctrica a la usina central que la emite; la bombilla de sesenta watios receptará solo esa frecuencia y solo esa irradiará y proyectará sobre el plano. El emisor-educador (trasmisor de la luz del conocimiento) comprende esto último al conocer la índole del receptor-educando, su caudal de recepción, sus necesidades, su alma, en tanto también él es receptor y discípulo en relación a la luz que pasa a través suyo.

B)    No hay una metodología general, no existe un sistema único de educación para todos los maestros y para todos los alumnos. Cada instrumento, cada discípulo, cada individuo, para ser inaugurado-educado en su propio camino y en su propia forma, necesita de una comprensión profunda y esencial de la índole de su alma y de su rol en este mundo por parte del inaugurador- educador. Esto implica, dentro del ámbito de la trasmisión judaica consciente y sensible (jamás masificante), la ruptura de las metodologías dogmáticas normativas e implica, asimismo, la unificación de las potencias intelectuales y emocionales, obligando a ambas partes a una ejercitación constante de la conciencia del acto de trasmisión y recepción. Tal dialéctica consciente creó, a lo largo de los siglos, una relación correlativa en la cual tanto maestro como discípulo aprenden y aportan y, lo que no es menos importante, son inaugurados en una nueva dinámica de potenciación constante durante el acto de trasmisión de conocimiento.

IV

La aplicación de este sistema no sistemático crearía, a lo largo de la historia del pueblo de Israel, una «Psicología del aprendizaje» y de la relación trasmisión-recepción, convirtiendo el acto muchas veces mecánico de educar en un hecho activo que abarca y nutre, en la profundización de nuestras inauguraciones, a todos los estratos del ser (físicos, emocionales, psicológicos, intelectuales, perceptivos y mentales) en una sola forma de conciencia que es a su vez conocimiento. Es decir: aquí la forma de receptar y trasmitir conocimiento, es conocimiento vital en sí, y es también eso aquello que debíamos receptar y trasmitir para llegar a una conciencia personal y general de nuestra relación con lo existente.

Así también es entendida por la Tradición, la misma relación entre el Creador y Su Creación, y entre ésta y nosotros mismos. El Creador es Fuente Objetiva de toda Creación, tomándose este acto como trasmisión (ya sea de energía creadora, como de luz y de conocimiento revelado por Sus Leyes); mas por el acto de las plegarías elevadas por Sus creaturas humanas, el Creador se convierte en receptor. Idéntica situación pasa a darse con las relaciones entre los elementos naturales (el fuego, el aire, la tierra, el agua), en la interrelación de los cuatro reinos de la Creación (el reino mineral, el vegetal, el animal y el humano), y entre los hombres. De allí, que cada uno de nuestros momentos sea un instante de contacto, de inauguración a una nueva relación de recepción y trasmisión constante.

La forma es aquí el contenido y viceversa. Mas su aplicación eleva problemas ya que no siempre puede darse el caso de la relación individual y del contacto personal entre maestro y discípulo en nuestra sociedad. Este modelo de trasmisión unitiva e integrativa requiere, indefectiblemente, un código lingüístico semántico unitivo e integrativo en su concepción de lo existente. Este último, modelo y código a la vez, está resumido en la nomenclatura del Alfabeto Hebraico, como veremos más adelante.
Nos proponemos la tarea de echar luz sobre el sistema educativo occidental imperante, basado en la filosofía categórica y multíplice de Aristóteles de Estágira, y la de sumergirnos en el aporte de un conocimiento integral basado en la visión unitiva del universo, formulada como código primario en la nomenclatura referencial de las veintidós letras del Alfabeto Hebreo, llave de la iniciación hebraica.

El recordado Jorge Luis Borges solía decir que sólo hay dos civilizaciones: la helénica y la hebrea. Maimónides el sabio, hubiera agregado ochocientos años antes, que de nuestra lúcida elección depende el futuro de nuestros hijos.

V

Aristóteles el Estagirita, junto con Platón de Atenas máximo filósofo griego por influencia y extensión sobre toda la civilización occidental, logró en su obra filosófica dividir a la realidad en categorías, en tópicos, en temas. Esta separación genérica de la realidad y del pensamiento es, en nuestros tiempos, algo aceptado apriorísticamente, en forma tácita, a ciegas. La afirmación de que exista por un lado la ciencia, área del conocimiento empírico, experimental, y por otro el arte, la «poyesis», creación meramente estética e ‘imitación de la realidad», responde únicamente a las pautas impuestas arbitrariamente por la civilización griega desde Aristóteles de Estágira en adelante.

Antes y luego en otras civilizaciones6 (hacemos notar aquí solamente la hebrea, la china y la hindú entre otras) no existía tal dicotomía entre ciencia y arte, entre investigación y creación, entre conocimiento medible aplicado y revelación objetiva. Por el contrario, para estas culturas sólo existía un único conocimiento objetivo, trasmitido por los iniciados de generación en generación, de corte cósmico-metafísico y cuya aplicación concreta en la realidad visible procedía de la proyección y representación de aquellos principios y leyes cósmicas generales en este plano. Lo invisible y lo visible del universo7 conformaban una totalidad indivisible, en tanto lo segundo era manifestación de lo primero. No había diferencia alguna entre lo expuesto por los números y lo representado en las formas pictóricas y literarias, entre el uso de medidas exactas para la arquitectura y el de las de la cosmobiología para las curaciones medicinales: todo ello emanaba de un mismo conocimiento trasmitido y una sola sabiduría aplicada en diversos planos de la existencia. El objeto y razón del conocimiento distaban totalmente de los de las ciencias y las artes contemporáneas, circunscritos éstos a los intereses y necesidades de sus cultores. No había, como en el caso de la ciencia moderna, especulación matemática ni teorización hipotética en el proceso de investigación, sino conocimiento objetivo trasmisible; no existía, como en el caso de las artes modernas, la especulación y experimentación «espontánea» de las formas en los escritos, melodías y pinturas, sino la representación ordenada y consciente basada en el conocimiento de los símbolos cósmicos generales de la Tradición Primordial.

La gama de filósofos-científicos que precedieron al pensamiento aristotélico en occidente mismo, también basaban su trasmisión de modo unitivo: Heráclito el Oscuro redactó su aforístico conocimiento en hexámetros poéticos; Pitágoras lo hizo en fórmulas que expresaban correlaciones profundas entre las tablas musicales y cromáticas y las de la astronomía planetaria; Platón llegó a redactar sus primeras obras filosóficas en diálogos. Idéntica actitud del pensamiento tomaban, como ya señalamos, las filosofías orientales, parte de las mediterráneas, y las extremo y medio orientales.

Hoy en día, en la gran mayoría de las escuelas y universidades de occidente, se aplica tácitamente la absurda y milenaria escisión entre la sección científica «real» y la artístico «humanística», como si éstas se hallasen realmente divididas en nuestra mente y respondiesen a necesidades opuestas del ser pensante. De allí la pobreza conceptual y el dogmatismo ciego de la mayoría de los egresados del «Liceo»8 y la «Universidad»9 occidentales: o eres «realista» (así se lo llama) y entonces no tienes nada de «lo humano» y te hallas falto de toda noción simbólica y abstracta, o eres «humanístico», es decir alguien totalmente inepto para captar el pensamiento metódico, sistemático y científico, alguien totalmente alejado de «la realidad». En resumidas cuentas: la legitimación definitiva de la separación entre el intelecto y el espíritu, la reducción del universo en áreas y zonas incomunicadas, anti-renacentismo con diploma y cátedra académica10.

Esta perversión intelectual (básica y evidente para quien adolezca de pensamiento integral y unitivo) separa y deforma desde entonces el mundo del niño, del adolescente en formación, y luego finalmente da sus frutos en el hombre en crisis de nuestro tiempo. Mas este fenómeno ya milenario tampoco termina allí. Ya que en el área científica se produce una nueva escisión. Aristóteles separa el conocimiento del cuerpo y del alma, tomando luego los fenómenos orgánicos con un bisturí, separadamente, y categoriza: los denomina «Química», «Biología», «Física», etc. Desde entonces y a través de sus incontables discípulos, el hombre ha continuado dividiendo, especializando, hasta perder toda noción y perspectiva del entorno general. En el caso de la medicina aplicada, por ejemplo, se ha abandonado el concepto de la causa real originaria de la enfermedad (que no es más que la manifestación externa de la causa que diera origen al mal o dolencia), a tal punto que los médicos especializados no sólo desconocen totalmente de dónde proviene la enfermedad que se manifiesta en su área de especialización, sino que aclaran efusivamente que ello no es competencia suya en absoluto y que no tiene por qué entrar en áreas que no les corresponden11. Creemos que es evidente que el hombre no es sólo su cuerpo y su organismo físico, sino que, por el contrarío, su estructura está conformada de múltiples estratos que deberíamos tomar en consideración a la hora de efectuar cualquier prognosis o diagnóstico sobre él. Más aún: sabemos que la desconexión inconsciente entre estos estratos del ser, es la causa de las enfermedades y los desequilibrios que aquejan al hombre, manifestándose en uno u otro de los estratos del ser12.

Este desconocimiento impregna toda una civilización, dando su resultado social y su perpetuación a nivel educativo. Al desconocer el sistema objetivo general de nuestra existencia y sus leyes implícitas de funcionamiento (y la finalidad del mismo), al dejar de ver al hombre como un todo y a la Creación que lo contiene como un sistema integral en contacto e interrelación con éste, toda la comprensión posterior es meramente experimental y especulativa, quedando, en el mejor de los casos, a medio camino. Las reacciones de los jugos gástricos (fenómeno denominado «Química» por Aristóteles) son estudiadas separadamente de las leyes del sistema orgánico general (esto es: Biología, Aristóteles dixit) y de la dirección energética de los procesos internos y externos a todo cuerpo (Física); y cuando se los intenta unir (léase Biofísica, Bioquímica, etc.), debido a las inmensas limitaciones del pensamiento categórico aristotélico a la hora de su aplicación concreta, aun continúa faltando la perspectiva y el conocimiento de la raíz objetiva del sistema general de la Creación y de su finalidad, manifestándose esto en todos los órdenes de la existencia humana. Esto ocurre, como ya hemos notado, no solamente dentro del ámbito científico sino en todas las áreas del pensamiento de corte occidental, del cual mama el niño desde que nace hasta que muere, adoptando y eternizando una visión de mundo atomizada que conduce al hombre a actuar y pensar disgregadamente y sin conciencia alguna de sus acciones y efectos sobre las mismas, sin responsabilidad ante la relación íntima existente entre sus actos y la consecuencia mediata e inmediata de éstos13.

Difícil es reconocerlo, pero aunque pocos lo saben y son conscientes de ello, esta división nombrada, esas «categorías» o «materias», «tópicos» y «especializaciones» que nombramos anteriormente, no son naturales como muchos piensan, ni existieron siempre en el lenguaje del hombre. Son simplemente un invento experimental y especulativo de la limitación de Aristóteles y su Likeo y Escuela, que no logra abarcar el conjunto de la realidad mediante un código unitivo del conocimiento, que le permita percibirla como un todo sin categorizar cada fenómeno separada y desconectadamente, tal como la presentaba la mitología politeísta de su pueblo antes de él14.

Más grave aún es su particularización de lo «estético» y lo «ético», separadamente, dando pie filosófico a la corriente griega ya generalizada que no basaba su civilización en el comportamiento humano sabio (que implica lo bueno, correcto, verdadero y bello en esa sola palabra), sino en la estética, es decir la forma exterior de la realidad, ya escindida de toda responsabilidad humana. Si es «bello», si «queda bien», funciona; las consecuencias humanas y objetivas no son importantes. Esto persiste hasta el día de hoy, y de esa fisura histórica surge el comportamiento del mundo occidental, desde los esclavistas imperios griegos y romanos hasta los dos grandes imperios de nuestra actualidad con toda su corrupción y ceguera.

A corto y largo plazo, no hay duda de que todo esto es educación pura. De ella maman nuestros hijos y de ella sufre el hombre como individuo y como civilización hace ya más de dos mil cuatrocientos años, esclavo de un filósofo que no ha leído y siervo de un sistema cuyos mecanismos desconoce.

La revisión y elucidación conscientes de los génesis fundacionales de una cultura son indispensables para su salud y futuro, ya que éstos definen su desarrollo posterior. Es necesario saber que todo el sistema educativo occidental imperante (desde la primaría hasta el ámbito académico, científico y post-universitario, con todas sus consecuencias sociológicas y psicológicas) está basado en Aristóteles y su Escuela. Por otra parte, todo el sistema político de gobiernos occidentales15 está basado en Platón y su Escuela16. Ambos, como ya hemos recordado, pretendieron elevar a su sociedad del paganismo politeísta idolátrico imperante, e influidos por un mundo helénico incapaz de percepción práctica de la unidad, insumieron a toda una civilización en el paganismo intelectual, en la polilatría de los conceptos, dentro de los cuales permanece sumergida la cultura occidental desde entonces.

Es necesario y fundamental saber y comprender que este sistema no es el único (ni el único válido, como lo pretenden muchos), y que tampoco está basado en una «lógica» de la naturaleza. Es preciso comprender que existen otros sistemas de pensamiento y existencia (tanto a nivel educativo como meta-político) además del imperante, a pesar de que la mayoría de nuestros contemporáneos los desconozcan y crean (pues de creer se trata aquí, ya que basan su creencia en el desconocimiento) que no hay más que lo presentado y desarrollado por el pensamiento griego occidental, aplicado sin resultado positivo alguno hasta el hastío, en bancarrota ya desde sus mismos comienzos, metamorfosis categórica de otras culturas igualmente politeístas en su pensamiento y comportamiento básicos, como la caldea, la babilónica, la fenicia y la egipcia, de la que tanto mamaran los filósofos griegos.

Frente a todo ello, nos hallamos ante el aporte aún no asimilado de un conocimiento integral basado en la visión unitiva del universo, que no separa ni disgrega al ser en física y metafísica, en materia y espíritu (categorizaciones que fueron aceptadas por parte del cristianismo posterior), en ética y estética, ni lo divide en cajones separados e incomunicados, sino que por el contrario presenta un código vital objetivo, dinámico y creativo de la realidad, formulado como códice primario y cosmológico.

Este último está, desde el origen mismo de la Sabiduría Tradicional Primordial, cifrado como Código Unitivo de la Creación en la nomenclatura referencial de nuestro lenguaje mismo: el Alfabeto Hebreo.

VI

El sistema simbólico integral del Alefato Hebreo milenario incluye y abarca, en su codificación sintetizada en principios generales, todos los lenguajes de la sabiduría humana. Los iniciados en la ciencia hebrea de los valores simbólicos contenidos en estos veintidós signos, tanto fundamentales como fundacionales17, han heredado una forma meditativa de escrutarlos y estudiarlos, que los hace concentrar todo el conocimiento sintetizado en ellos en ese solo lenguaje. Este revela una cosmobiología de la existencia vital y del comportamiento del hombre y del de su entorno, de las relaciones de cada ente consigo mismo, con la Creación que lo rodea y abarca, y con las creaturas semejantes que son influidas por él y que lo influyen. Pero no solamente eso. ¿Por qué cosmobiología, por qué nomenclatura referencial e integral de todo lo existente?
Lo primero que estudia el niño hebreo, desde su más temprana edad, son los veintidós signos del Alfabeto, que aprende a repetir y amar, hallando en ellos todas las consonancias. Así, el niño aprende que cada letra posee su valor numérico no arbitrario (los números también tienen significado), es decir un álgebra, que cada letra posee una forma o figura particular simbólica, es decir una geometría semántica, simbólica y significativa; que cada letra equivale a una nota o sonido musical, estableciendo un código sonoro significante, una escala musical-, que a cada letra corresponde un color determinado, de lo que resulta un código lingüístico-visual, una tabla cromática; que cada letra representa una sefyráh (potencia o centro energético del hombre), así como un nervio, una articulación, un miembro corporal, una médula y un órgano sensorial determinados; que así como cada uno de los veintidós signos posee una fonética o pronunciación determinadas, ello implica que cada uno de ellos represente un índice respiratorio diferente18, estableciendo con esto un sistema orgánico-lingüístico que adjudica un significado y origen cósmicos a lo corpóreo; que cada una de esas letras corresponde a un día de la semana del año solar y del mes mensual, así como a uno de los planetas, de lo que resulta su correlación también astral y cosmogónica. A su vez, la Tradición establece que para cada influencia astral cosmogónica, existe una acción de iniciación, un «precepto de contención» (Mitzvót Lo Ta’asséh), los cuales llegan a trescientos sesenta y cinco, como los días del año solar y las articulaciones del hombre, precisamente, cuya aplicación logra entre otras cosas la neutralización y la trascendencia de la dependencia astral. Cada letra es, así, una iniciación correspondiente a un determinado nivel agrado de conciencia. De allí que cada una de ellas defina un estrato respiratorio diferente (la letra ‘Ayin, por ejemplo, es respirada desde el estómago guturalmente, la Héh desde el esternóq y el piexo solar, la Alef desde uno de los centros mentales más elevados, etc.), estableciendo una cosmobiología que es conocimiento integral de la quintaesencia de la Creación representada por el hombre, quien refleja en su comportamiento «biológico» ciclos cósmicos y macrocósmicos19. Esto es lo que mama el niño hebreo cuando es iniciado en el aprendizaje de los veintidós signos del Alefato Hebreo en su forma debida, incluyendo en su estudio todos los lenguajes implícitos en su código general, tal como hemos visto, más su sistema de aplicación consciente en todos los estratos nombrados. También es necesario entender la importancia del conocimiento lingüístico en todas las etapas educativas del niño, ya que toda aplicación de este código primario (lo primero que aprende el ser es un lenguaje para relacionarse consigo mismo y con el mundo) pasa indefectiblemente por el lenguaje, es decir: por estos mismos veintidós signos desarrollados y activados luego por las iniciaciones o preceptos correspondientes20.

VII

El lenguaje y su estructura objetiva es aquí conocimiento imprescindible, ya que no sólo es el factor que nos diferencia del animal y del resto de la Creación física, sino que abarca el pensamiento y el sistema corporal, glandular y parasimpático, incluyendo y fusionando todas las potencias del sistema humano. Para el hebreo hablar es respirar en voz alta21. Si esto, que ocurre constantemente, en todo momento y espacio y en forma natural, comienza a activarse de modo consciente, desde el conocimiento integral mismo de todos los códigos correlativos ya nombrados, entonces es posible comprender activamente, desde el mismo comportamiento diario que genera las actividades más simples y frecuentes, la interrelación existente en todo y la unidad fundamental del sistema dentro del cual existimos como parte importante del mismo, y de sus leyes objetivas, las cuales conforman tanto la realidad exterior como interior nuestra22.

Para aclarar la relación existente entre este conocimiento y el código de las veintidós letras del Alefato Hebraico, presentamos la Tabla siguiente:

Tabla del alfabeto hebreo Consonantes
Su equivalente semántico

Letra Alef. Valor numérico 1. Loira madre. Aire, Soplo, Ley, Corazón, Unidad, Infinitud, Inmaterialidad, Esencia, Origen.
Loira Bet Valor numérico 2. Luna, sabiduría, ojo derecho, dualidad, dialéctica, casa, diferenciación, duplicidad.
Letra Guimel. Valor numérico 3. Marte, oído derecho, crecimiento, caridad, canalización material.
Letra Dálet. Valor numérico 4. Sol, simiente, narina derecha, tierra, gravedad, 4 vientos y 4 puntos cardinales, puerta.
Letra Hé. Valor numérico 6. Aries, contacto parlante, pierna derecha, ánima, respiración, divinidad.
Letra Vav. Valor numérico 6. Tauro, reflexión, riñón derecho, ciclo cósmico, especialidad, oscilación, columna, canal.
Letra Záin. Valor numérico 7. Géminis, andar, pierna izquierda, Shabat, reposo, confluencia, principio masculino.
Letra Jet. Valor numérico 8. Cáncer, visión, mano derecha, separación, individualización, poder de decisión (bien y mal).
Letra Tet. Valor numérico 9. Leo, profundidad, riñón izquierdo, cordón umbilical.
Letra Yod. Valor numérico 10. Virgo, acción, mano izquierda, partícula atómica primaria, futuro, concentración de potencias.
Loira Caf. Valor numérico 20. Venus, semejanza, ojo izquierdo, palma, instrumento, cobertura.
Letra Lámed. Valor numérico 30. Balanza, unión sexual, bilis, actividad, impulso, estudio, infinitivo.
Letra Mem. Valor numérico 40. Letra Madre, agua, fusiona el principio masculino y femenino, actividad conductiva y engendradora.
Letra Xun. Valor numérico 50. Escorpio, olfato, cerebelo, descendencia, pasividad perceptiva, memoria y entendimiento.
Letra Sámej. Valor numérico 60. Sagitario, sueno, matriz, secreto, condenación, soporte, proximidad.
Letra Ayin. Valor numérico 70. Capricornio, ira, hígado, ojo, fuerza, especialidad, pensamiento plástico.
Letra Péh. Valor numérico 80. Mercurio, gobierno, oído izquierdo, boca, reflejo espiralado de la Luz, amplitud.
Letra Tzady. Valor numérico 90. Acuario, Celos, estómago, Justicia, justo, receptividad.
Letra Kof. Valor numérico 100. Piscis, risa, bazo, sabiduría oculta, organización.
Letra Resh. Valor numérico 200. Saturno, Paz, narina izquierda, movimiento, curvatura.
Letra Shin. Valor numérico 300. Letra Madre, fuego y ciclos, cabeza, raíz, fusión ígnea.
Letra Tav. Valor numérico 400. Gracia, Juicio, boca, densidad, exterioridad, manifestación material.

El Séfer Yetziráh (Libro de la Formación, texto capital de la kabaláh hebrea) enseña que de las «Tres Letras Madres» (Álef, Mém, Shyn) nacen todas las demás letras, tanto a nivel formal, fonético y exterior, como elemental y cósmico.

El sistema fonético hebreo no comprende vocales en sus letras; en cambio incluye posteriormente 6 signos vocales, con sus variaciones y conjunciones, que se agregan a las 22 letras consonantes y a las 5 finales Gas letras Jáf, Mém, Nú, Péh y Tzády cambian de forma al finalizar una palabra, convirtiéndose en «finales»), conformando los «32 Signos de la Sabiduría», número que al ser escrito en letras hebreas da el significado «Léb», corazón, donde reside la verdadera Sabiduría.

Estos 5 sonidos, con sus variaciones y conjunciones entre ellos, se agregan a las 22 letras consonantes por sobre o debajo de ellas, dándole su sonido, abierto, cerrado o cesurado.

Loe signos fonéticos hebreos poseen también un equivalente semántico y significados particulares dados tanto por el sonido como por la forma gráfica de los mismos. Ver Séfer Ráb Pialym del Caón de Vilna; Séfer IlaOakyr; Séfer Kósh Milyn (cap. «HaNckudót») del Rab Abraham Ytzhjak HaCohén Kúk; Séfer Yetziráh y Zohar23.

Esta nomenclatura general nos presenta un código ya integrado a la lengua diaria, que nos ofrece dentro de él no sólo un lenguaje unidimensional, sino también una matemática, un álgebra, una geometría, una tabla cromática, una regla musical-respiratoria, una biología, una física, una química, una nomenclatura de desarrollo trascendente para los cinco (o más…) sentidos, un ciclo de los días semanales, mensuales y anuales, una astronomía y una cosmogonía referenciales desde lo lingüístico (que revelan su funcionamiento en el funcionamiento mismo de la estructura de la lengua y en la interrelación de sus signos), un sistema respiratorio y también, uniendo y fusionando todos estos lenguajes correlativos (son uno solo, indivisible); la superación espiritual de los niveles de conciencia del individuo y de su sociedad, todo esto logrado mediante una educación que apunta a la conciencia del hambre en todos sus grados, basados en el conocimiento activo de un código integral y unitivo de la realidad objetiva.

Este tesoro de conocimiento es susceptible de ser aplicado y explotado. Puede ser trasmitido en las mismas escuelas y liceos, así como en las diversas academias y universidades. Pero para ello es necesario comenzar por nosotros mismos, por el interior de nuestros seres y familias, ya que su aplicación modificaría la estructura misma de toda la pedagogía actual, ya sea en su metodología como en su contenido, dicotomía ésta que quedaría virtualmente disuelta mediante su correcta aplicación.

VIII

Haremos aquí una nueva tabla, a fin de ejemplificar en forma particularizada lo que percibiría el niño en una primera impresión. Tomaremos el ejemplo de la primera letra del Alefato Hebreo, la Alef:

LETRA: «ALEF»\
INDICE NUMERICO: Uno (1).
COLOR: Transparente.
NOTA MUSICAL: «Sólah», que significa «espacio de silencio» o «cesura» entre dos notas sonoras manifiestas.
PRONUNCIACION FONETICA: Muda.
INDICE RESPIRATORIO: Mental, central meditativo, no físico.
FORMA GEOMETRICA: Posee un Eje central, desde el cual se prolongan 4 extremidades hacia los 4 puntos cardinales, dejando espacio entre ellos.
ACCION Y MOVIMIENTO: El punto central que conforma el Eje, emite desde allí, un movimiento circular giratorio quo hace posible la manifestación espacial.
SEMANTICA: Alef proviene de Aluf, «Principal», de «Principio» Coneral de todas las cosas manifiestas. El resto de las letras está incluido en ella y proviene de la Alef.
ALTURA Y PROYECCION: Llena todo el «pentagrama» o espacio de escritura, tocándolo con sus 4 extremidades. No así la Yód, que llena sólo parte, o la Lamed, que se extiende más allá.

La Tabla sintetiza, por supuesto en demasía, el conocimiento ya de por sí sintetizado en la letra misma, de lo que intentamos trasmitir aquí. Es necesario el conocimiento del código general y la particularización de cada uno de los signos con su consiguiente significado y estructura, para luego proceder a la combinación correcta de los mismos.

Valga decir, que de esta manera el niño, al conocer íntimamente cada letra, aprende jugando, no sólo asimilando pasivamente una información (que ya de por sí es «conocimiento de la forma»), sino dinamizando con su inventiva e imaginación un código integral con el cual él aprende a ver la realidad como un todo y a utilizarla conscientemente, con alegría, sensatez y respeto.

El niño jugaría, de esta manera activamente, aprendiendo por ejemplo, que un color suena con determinado sonido y corresponde a determinado número, forma geométrica, planeta, índice respiratorio, elemento, miembro y órgano de su cuerpo, etc., todo ello desde la base de un simple «juego» de veintidós signos coloridos y sonoros, profundamente estimulantes. Así, desde este código general, integrado a su propio lenguaje, el niño sería educado para relacionarse de modo familiar con todo lo que atañe al universo y a la Creación, sobre todo si tomamos en cuenta de que todos esos elementos tienen una correlación interna y persisten dentro suyo.

A estos veintidós signos primordiales se les agregarían, más adelante, avanzando en el estudio y familiarización de las primeras letras, tres grados más que complementan nuestra nomenclatura general:

1.    Siete «coronas» musicales, denominadas Taquyn, que hacen las veces áe notas generales, altas y bajas.
2.    Veintiséis acentos sonoros largos y cortos, denominados Ta’amym, controlando la potencia de la voz.
3.    Diez puntos vocales abiertos y cerrados, denominados Nekudót, que generan la dirección del sonido, implícito en las letras mismas, que comprenden asimismo cinco «finales» o de terminación, en el caso de la Cáf, la Mém, la Nán, la Péh y la Tzády.

Esto último establece, por medio de un código fonético-musical elaborado en base a la estructura misma de nuestro lenguaje (en el cual el instrumento es el hombre mismo), un sistema contrapuntístico-armónico de la conciencia, una «Escala de Jacob» sonora de la evolución de los «escaños» y «gradas» de nuestra conciencia, en la cual cada uno de sus peldaños constituye para nosotros una iniciación ascendente. El niño activaría este universo jugando, paulatinamente, enhebrando y fusionando colores y voces y sonidos y notas y respiraciones y estrellas y números y formas y figuras y componentes químicos y biológicos y órganos y miembros corporales alrededor de un sólo eje lingüístico que ya conoce por su uso diario, unificando de esta manera su mundo interior con el exterior y haciendo familiares sus leyes y procesos.

Esto último lograría la integración unitiva de todas las potencias latentes y manifiestas en el universo mental del niño. Su aplicación y ejercitación tendría para él un significado no sólo técnico ni meramente automático (o dogmático…), ya que hasta para efectuar una ecuación matemática, al hacerlo con letras cuyo valor implícito es también numérico, nos daría un resultado-frase cuyo significante estaría indicándonos más de un ritmo matemático y cuyo producto a la vez literario y algebraico (palabras o frases y valores abstractos) aguardarían los niños ansiosamente. Ello ayudaría más adelante, por ejemplo, a la medicina occidental anquilosada de trasplantes y «antibióticos», a comprender mejor desde una referencia integral objetiva al cuerpo del hombre como un todo en consonancia con sus influencias y confluencias vitales, con sus causas y raíces. Ello es extensivo, asimismo, para todas las «materias» o ramas del Árbol de la Sabiduría.

Esto, que ha sido presentado a grandes rasgos y en forma sintetizada y reducida, deberá ser ampliado y desarrollado por la práctica educativa diaria, cotejando crítica y conscientemente sus consecuencias paulatinas. La praxis concreta es desde siempre para nosotros el único índice válido, la resultante objetiva del «examen de la realidad».

Antes de emprender o criticar una empresa, debemos saber a ciencia cierta hacia dónde nos conduce, cuál es la meta de la misma y cuáles son sus frutos reales. El interrogante inmediato que intentamos dilucidar, desde esta perspectiva de la educación unitiva, es para qué ser «liderado» y «adiestrado», como lo quería el dogmatismo heleno, para qué fin ser «iniciado» y «dedicado», como lo imponía la concepción latina, o por el contrario «inaugurado», como lo preconiza desde hace ya milenios, generación tras generación, el pensamiento integral hebreo, en constante dinamismo y desarrollo.

Una actitud crítica, consciente y responsable, por parte de los padres del niño a punto de ser introducido en determinada corriente educativa (la que decidirá en definitiva su futura concepción de vida), es la interrogación sin concesiones acerca de la raíz y la finalidad de la misma. Ante las posibilidades presentadas, estos padres deberán tener claro, antes de decidir racionalmente, los puntos que siguen:

1.    A qué nos conducen ambas concepciones educativas.
2.    Cuáles son sus objetivos y finalidades.
3.    Cuáles son sus consecuencias directas e indirectas, a corto y largo alcance.
4.    Dirección y alcance prácticos de ambos caminos pedagógicos.
5.    Hacia dónde dirigimos, lideramos y adiestramos, iniciamos y dedicamos, o inauguramos a nuestros propios hijos.

Notas

1 Al respecto de la concepción autodidacta, el poeta y escritor español Antonio Machado, nos dijo lo siguiente: «So dice que vivimos en un país de autodidactos. Autodidacto so llama al quo aprendo algo sin maestro. Sin maestro, por revelación interior o por reflexión autoinspectiva, pudimos aprender muchas cosas, de las cuales cada día vamos sabiendo menos. En cambio, hemos aprendido mal muchas otras que los maestros nos hubieran enseñado bien. Desconfiad de los autodidactos, sobro todo cuando se jactan de serlo». Machado se refiere aquí a los verdaderos maestros, portadores de real sabiduría y conocimiento. Ver «Juan de Mairena», Alianza Editorial, Madrid, 1981, pg. 86, V., en el ap. «Apuntes tomados al oído por discípulos de Mairena».
2 Aristóteles hace aquí referencia literal a la sociedad helénica de su época, conformada por un ochenta por ciento de esclavos (quienes evidentemente no podían acceder a ningún tipo de educación por no estar catalogados entre «los seres libres»), y referencia conceptual a su definición del «ser libre» intelectualmente. Ver allí.
3 Al respecto nos refiere el Talmud de Babilonia el ejemplo o mashál de las dos habitaciones, una obscura y la otra iluminada. En la primera una persona desconoce sus límites, y por lo tanto se golpea contra las paredes al querer salir por la puerta, quo tampoco ve; por lo tanto, esto desconocimiento limita su libertad de acción y le hace daño física, emocional y espiritualmente Todo lo contrario ocurre con la habitación iluminada: el conocimiento de sus confines le confiere libertad de acción y amplitud de espíritu.
4 Ver Deuteronomio XX 5.
5 Ante la concepción griega y latina occidental verticalista, la dialéctica hebrea educacional establece relación de Or (Luz) y Cly (Receptáculo, instrumento, vasija) para el binomio maestro-discípulo. La luz, para manifestarse, necesita de un receptáculo que contenga y dé forma a esa luz; de esta manera, la luz debe «estudiar» al receptáculo para convenir la forma de trasmisión luminosa, convirtiéndose en receptora, a la vez que el mismo receptáculo enseña y trasmite algo a la luz que lo nutre. Ver Zohar Boroshyt III: «El Universo visible depende de las relaciones entre Or y Oly».
6 Recordamos aquí la famosa aseveración helena, que consideraba como «civilización» solamente la suya, en tanto que todos aquellos pueblos y naciones quo desconocían la lengua griega oran denominados «bárbaros». Idéntica actitud loma más tarde el Imperio Romano. Asimismo, la civilización occidental actual hereda esta soberbia y continúa distinguiendo entre pueblos «civilizados» (occidentales, por supuesto) y «bárbaros» (el resto). Lo que es incomprensible y no entra en el marco de sus propias reglas y definiciones, es imputado.
7 Es necesario notar aquí quo tanto «lo invisible» como «lo visible» son categorías eminentemente subjetivas y totalmente relativas al escrutador del fenómeno en cuestión. Lo quo es «invisible» u «oculto» a determinado individuo, no lo os para su semejante, y viceversa. El acceso a la sabiduría y a los diversos grados de conciencia, dependen exclusivamente del nivel de conocimiento individual y general de personas y pueblos respectivamente. Al respecto, léase mi ensayo Los Cuatro Estratos De Iniciación Al Pardés HaHojmáh O Prado De La Sabiduría, donde se aclara: «Sód, cuarto nivel del Prado de la Sabiduría o PaRDéS HaHojmáh, es el Secreto, la Causa Original de todo lo manifiesto. Sin embargo, sabemos que la noción de lo «secreto» es eminentemente relativa, ya que lo que ha sido revelado ya no es secreto y sólo continúa siéndolo para aquellos que no lo saben o no han sido partícipes de su divulgación. Dos personas hablan en baja voz, una le dice a otra algo al oído, y una tercera observa desde afuera. Para los dos primeros ya no es secreto, para la tercera aún lo es. Mas quienes lo saben callan, y ello de-fine (pone fin, frontera) a «lo secreto». Ver más adelante.
8 Interesante es recordar que este «Liceo» proviene directamente del primer «Likeo», fundado por el mismo Aristóteles hace aproximadamente dos mil cuatrocientos años.
9 También la palabra «Universidad» es de origen y corte griego, y surge durante la misma época.
10 Asimismo, el vocablo «Academia» proviene de la Akademeya griega fundada por Platón, lo cual confirma la estructura y base griegas de todos los centros de estudio occidentales.
11 Idéntica actitud se da hoy día, salvo honrosas excepciones, en todas las áreas del pensamiento occidental, ya sea en el caso de la filosofía, las ciencias o las artes.
12 El Talmud de Babilonia expresa repetidamente, en varios de sus tratados y muchas de sus páginas, la correlación espiritual de causa-efecto de cada una de las enfermedades y manifestaciones de desequilibrio orgánico y psicofísico. Al respecto se establece allí la distinción entre Holéy Néfesh y Holéy Rúah; los primeros serían, en traducción somera, «enfermos psicofísicos», y los segundos «enfermos emocionales», estableciendo las causas de desconexión que generan la manifestación de la misma, en el primer caso, a nivel físico-orgánico, y en el segundo, a nivel de desequilibrio emocional. En líneas generales, sintetizando en demasía, podríamos distinguir a grandes rasgos entre tres de los estratos de la estructura humana de acuerdo con la Tradición hebrea consciente, de la siguiente forma y bajo su nombre original: Néfesh, el estrato motriz del hombre, centro de los impulsos c instintos múltiples; RUah, su nivel emocional, de índole dual; y la Neshamáh, su conciencia, el «alma» del ser, estrato unitivo y luminoso, parte integral del Origen. La desconexión entre estos tres estratos del hombre produce el desequilibrio, el malestar, y por último se manifiesta en la «dolencia» física o «enfermedad».
13 Al respecto refiere la tradición hebrea, que el hombre debe mantener siempre el control y el equilibrio, el contacto y la armonía consciente entre su pensamiento, palabra y acción. Este trinomio fundamental que abarca todas las manifestaciones humanas implica que, en caso de su conexión equilibrada y consciente, tendremos un individuo o una sociedad armónicos; caso contrario, al no existir conexión ni relación armónica entre el pensamiento y la palabra, y entre éstos y su acción correspondiente, la resultante será un individuo o una sociedad enfermos, desequilibrados, vale decir «sin equilibrio entre sus estratos conformantes y sus manifestaciones». El Talmud de Babilonia refiere que «quien piensa una cosa, dice otra y hace una tercera, está desconectado en su interior y del Origen de sus facultades, y debe ser considerado como enfermo». Un individuo o una sociedad que respondan a este diagnóstico no tienen, evidentemente, responsabilidad consciente de sus pensamientos, palabras y acciones; se impone aquí, ante una «civilización» de tales características, el cuidado y la cura.
14 Aquí notamos el hecho de que tanto Platón como Aristóteles intentaron destronara! politeísmo mitológico primitivo de los primeros helenos, suplantándolo en sus obras por la polilatría de los conceptos. Así, la base atomizada, polarizada y multíplice de la realidad, se mantuvo y se mantiene en el pensamiento occidental hasta el día de hoy, sin salir de los conceptos ya fijados y sin cuestionarlos, dándoles prácticamente un carácter «sagrado», cuya «veneración» es indiscutible y tácita para su pensamiento, a modo de «dogma» general.
15 La noción de «lo político» es de origen y definición netamente griegos. «Política» proviene de Polis, ciudad, en tanto «Política» es «el gobierno de la ciudad», cuyo estudio los griegos consideraban como fundamental y objetivo práctico de su pensamiento. Asimismo Aristóteles defino al hombre como «un animal político», reduciéndolo a lo social y obviando el resto.
16 Léase «La República» y últimos «Diálogos» de este autor.
17 Las letras hebreas son consideradas por la Tradición como «principios fundacionales de toda la manifestación concreta posterior». Sus signos originales, a nivel cosmológico, son principios preatómicos y premoleculares de la energía y la materia, conformando con sus combinaciones cósmicas primarias el elemento mismo con el cual fuera creada la materia posterior en formación. Con estos signos primarios «formó el Creador los principales elementos y luego toda la Creación hasta su forma visible» actual. Léase en mi Sacrificio y Piedra del Silencio (1988, Edit. Fundación P. Rielo), págs. 197-8,220-22 y 234-6, donde se aclara lo siguiente: «El Alfa-Beto (o Alfa-Zeto) hebraico, es considerado como Código fundacional y prc-atómico de la Creación elemental del Creador. De acuerdo con el Zóhar Bereshyt I, el Universo fue creado por medio de la emanación de las letras hebreas primarias, originales, que contienen los elementos constituyentes y las potencias inefables en ellas concentradas de las que se sirvió el Creador, de acuerdo a la Toráh escrita, ELOHYM se sirve de la manifestación parlante («Maamarym» – expresiones macro lingüísticas, y «Kryót» * llamamientos, evocaciones sonoras) de aquel código para expresar y crear el mundo. Su reintegración será también por intermedio de Su respiración de este código original hacia adentro (retornando los elementos de Su Creación hacia Sí Mismo c integrándolos a la Fuente Original), representada simbólicamente por el Día (o milenio) Séptimo, el Shabát eterno. Así, las Diez Ondas de Luz sonora, emanadas energéticamente al comienzo de este ciclo dando lugar al Cosmos, serán devueltas a su Origen Unisilente, mediante la intensa velocidad sonora de aquella Luz, ya purificada y re-unida, para volver a congregarse en el Uno Origina], quo lodo lo abarca y anida». La noción de lo lingüístico en la Tradición hebrea, es por otra parte fundamental en la misma, c implica una base cosmológica. «Palabra» y «Cosa» están comprendidas en un mismo vocablo, «Dabár», estableciendo que la palabra que denomina a lo concreto, es la verdadera esencia de la «cosa» concreta, y que conforma su manifestación exterior, tal como acluara en la Creación del Cosmos, exteriorizándose. Ver Séfer Yetzyráh (Libro de la Formación) I- IX 42, Zóhar Bereshyt I-IV, y Séfer HaBahyr CXUII, XVII, XVIII y LXX.
18 Ver mi ensayo Algunas Consideraciones Acerca De La Respiración y El Conocimiento De La Lengua Hebrea.
19 De allí inferimos que para la Tradición Hebrea consciente, no existe a nivel cosmológico la «ley del accidente» o lo fortuito o la «casualidad». Por el contrario, la Tradición trasmite el conocimiento de que todo está íntimamente relacionado con todo en base a leyes cósmicas generales, de las cuales el hombre, al armonizarse con ellas por intermedio de determinadas acciones o preceptos conscientes, es partícipe y socio activo. El hombre no es entonces (como preconiza parle del pensamiento occidental) «un accidente biológico» o un simio dolado de intelecto sin ninguna causa, sino un Homo Spiritus que puede y debe llegar a la conciencia trascendente de su propio lugar y rol preponderante dentro del Cuerpo de la Creación.
20 Acerca de los preceptos nombrados, léase mi artículo Comentario Sobre Un Párrafo de Pirkéy Abót, de donde extraemos lo siguiente: «La Toráh nos indica que debemos cumplir con 613 prescripciones, las cuales están integradas por 248 preceptos positivos, de «acción», y por 365 «contenciones», principios de «no-acción». Maimónides, en su Prólogo a Mishnáh, nos aclara que los 248 preceptos activos son equivalentes a los miembros y órganos que integran el cuerpo humano, y los 365 preceptos de contención equivalen a las articulaciones del mismo, como asimismo a los días del año solar, estableciendo relación directa entre ambos y revelando una cosmobiología referencial. Ambas equivalencias implican un concepto espacial, ya que el cuerpo y sus órganos ocupan un espacio definido, y un concepto temporal, la ordenación anual. El ser judío es educado de esta manera a dominar y sublimar ese espacio, o sea su cuerpo y su naturaleza física, por medio de acciones acordes, preceptos positivos, de acción coordinada y consciente; en cambio para lo temporal nos encontramos con «contenciones» de nuestra energía, impidiéndose así incidir y efectuar todo cambio en el tiempo, elemento conformante de lo espacial (…). Los preceptos positivos alientan la corrección del estrato espacial-humano, en tanto que los preceptos pasivos impiden la destrucción de la estructura cósmico-temporal, incitando a una corrección interna por medio de nuestra contención. Ambos tipos de preceptos buscan la compensación energética y el equilibrio entre ambas fuerzas y potencias del hombre». Citamos también, de mi ensayo Los Cuatro Estratos De Iniciación Al Pardés HaHojmáh, o Prado De La Sabiduría, lo siguiente: «Este adiestramiento individual (…) se logra solamente mediante la activación del sistema de disciplina espiritual consciente basado en los 613 preceptos iMitzvót) de conexión de la Toráh. Milzuáh, precepto, orden sagrada, significa asimismo «unión», «conexión», ya que proviene del vocablo Tzavtáh, que implica «orden de unificación». Los 363 MiUvót Lo-Ta’asséh o «Preceptos de Contención», correlativos a los días del año solar, de índole temporal, y a las articulaciones del cuerpo humano, contienen la energía del hombre, desconectándola de aquellas aplicaciones que no dan fruto positivo y de las influencias negativas que pueden mermar en su comportamiento y estado de ser, asimismo neutralizan las fuerzas nocivas o auxiliares de la Creación, las cuales interrumpen el contacto directo y fluido con la Fuente Unitiva, como en el caso de las influencias de la luna, las estrellas y los planetas, situando de este modo al hombre fuera de la dependencia de los mismos (…) Por medio de la contención de la energía y de la no-noción, se retiene y conserva la Luz o Energía para proceder a aplicarla y maní Testarla de modo consciente y armónico. Los 243 MiUvót Ta’asséh o «Preceptos de Manifestación o Acción», correlativos a los miembros y órganos del cuerpo humano, de índole espacial, manifiestan, activan y conectan la energía del hombre haciéndola explícita, dando frutos positivos en todos sus estratos de aplicación. Estas «Ordenes de Manifestación» son complementarios a las de «Contención», actuando como contrapeso de equilibrio para el aparato consciente del hombre y educándolo a contener y aplicar su energía controladamente. Su objetivo es unir todo el sistema del ser en la elevación y aplicación consciente de una acción dirigida hacia la Fuente y Origen de todo, el Kadósh BarújHU, convirtiendo al hombre en socio consciente activo de la Creación del Creador y en Instrumento o Vasija de Su Luz (…)». Sigue.
21 Véase nota N°18.
22 Para la Toráh, el hombre es quintaesencia (ya que reúne y contiene los cuatro elementos primarios) de la Creación, y microcosmos del Cosmos, portando en su interior las mismas leyes condensadas del funcionamiento cósmico general.
23 Ver en mi Sacrificio y Piedra del Silencio (1988, Edit. Fundación F. Rielo, Madrid, España), págs. 247-250.