Coloquio

Edición Nº53 - Marzo 2021

Ed. Nº53: Turquía: el retorno de la resistencia social

Por Manuel Férez

En 2015, Efe Can Gürcan y Efe Peker publicaron Challenging Neoliberalism at Turkey’s Gezi Park, en el que analizan los eventos del 31 de mayo de 2013 cuando lo que empezó como una protesta ambientalista pública contra la demolición del parque Gezi de Estambul se transformó en una serie de protestas antigubernamentales a escala nacional de una intensidad nunca antes vista en la República de Turquía. 

La obra está dedicada a la memoria de Berkin Elvan (15 años), Ali Ismail Korkmaz (19), Ethem Sarisülük (27), Abdullah Cömert (22), Mehmet Ayvalitas (20), Ahmet Atakan (22), Medeni Yildirim (18) y a los demás ciudadanos turcos asesinados por las fuerzas policiales durante este periodo central en la memoria colectiva turca moderna, y sin el cual no se entiende en su totalidad lo que está ocurriendo en los primeros meses de 2021, pues hay un hilo conductor entre las protestas sociales de Gezi y las que se registran ahora relacionadas a la Universidad del Bósforo (Bogaziçi en turco).

 

Los efectos desencadenados por las protestas del parque Gezi, ubicado en Taksim, que dejaron un saldo de once personas asesinadas y tres mil detenidos, se rememoran estos días en que el gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha decidido combatir las expresiones estudiantiles de la Universidad del Bósforo de la manera en que los países autoritarios lo hacen: con violencia y represión policial, ligadas a una descalificación y desdén hacia las mismas que solo tienen los embriagados de poder.
 
La disputa por el espacio público
 
La vida política y las aspiraciones democráticas de la sociedad turca (esa misma sociedad tan abandonada en muchos análisis sobre Turquía que se centran exclusivamente en la clase política del país) cambiaron para siempre después de 2013, pues millones de ciudadanos anónimos desafiaron a su régimen y tomaron las calles de varias ciudades, formando lo que el profesor Senem Zeybekoglu Sadri ha denominado “la formación de un nuevo tipo de esfera política” que integra a una variedad de actores públicos, como lo demuestra la comuna de Gezi, reclamada, creada, habitada y autogestionada por ciudadanos. Para Zeybekoglu Sadri, la apropiación del espacio urbano público, simbolizado en el parque Gezi, por parte de la sociedad turca significa una nueva forma de pensar arquitectónicamente la ciudad. Para esta reflexión, el simbolismo de Gezi está en la politización de la sociedad turca más allá de los límites tradicionales de los partidos políticos que han sido desbordados tanto en Turquía como en otras partes del mundo, y que apuntan a otra forma (quizá complementaria a la partidista) de hacer política y que incluye reclamar espacios públicos, como Gezi en 2013, pero también universitarios, como lo es en 2021 la lucha por la autonomía universitaria de Bósforo.
 
Cuando las fuerzas policiales “recuperaron” el parque Gezi, el 16 de junio de 2013, la disidencia y el despertar social ya habían logrado su objetivo de mostrar a los ciudadanos de Turquía que si el sistema político y mediático está dominado y controlado en gran parte por Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), hay otro lugar en el que el poder puede ser cuestionado y confrontado: el espacio público, que permite tanto la solidaridad entre diferentes grupos sociales con demandas particulares como la visibilización internacional de dichos reclamos.
 
Si bien el aún polémico intento de golpe de Estado en 2016 permitió al gobierno de Erdogan criminalizar las protestas sociales y silenciar a disidentes bajo el pretexto de luchar contra el terrorismo, en realidad el efecto Gezi no desapareció del corazón de amplios sectores universitarios del país. Prueba de ello fue el movimiento Hocama Dokunma (No toques a mi profesor) iniciado en febrero de 2017 como protesta estudiantil a la persecución, intimidación y acoso que sufrían los académicos participantes de la iniciativa “Académicos por la paz”, que, en enero de 2016 publicó una declaración en la que llamaba al gobierno a cesar la violencia, los abusos y las violaciones a los derechos humanos en las ciudades del sureste del país, donde se concentra la población kurda. El régimen respondió con despidos y arrestos bajo los cargos de terrorismo (mismos cargos imputados a los manifestantes de Gezi y que hoy enfrentan los de Bósforo).
 
Freedom House califica a Turquía bajo el rubro “no libre”, haciendo énfasis en que, en los últimos 5 años, coincidiendo con el frustrado golpe de Estado de 2016, el gobierno turco ha desatado una violenta represión contra aquellos que percibe como oponentes políticos y amenazas al liderazgo de Erdogan, como lo demuestran los cambios constitucionales adoptados en 2017 que concentran más poder en manos del Presidente. Si bien Erdogan se ha mostrado como un político potente, ya se han revelado los puntos débiles de su partido AKP en términos electorales, como lo demuestra la victoria de la oposición en las elecciones locales de 2019, y que tiene a partidos de oposición gobernando ciudades como Estambul y Ankara. Si bien la derrota fue del AKP y no directamente de Erdogan, en 2019 se exhibió la dependencia que tiene el partido del liderazgo carismático del Presidente.
 
El mayor símbolo de la intimidación y la represión política en Turquía es el encarcelamiento de Selahattin Demirtas, líder del Partido Democrático de los Pueblos, de orientación kurda y de izquierda, en noviembre de 2016. Junto a Demirtas languidecen en prisión opositores y críticos de Erdogan, como Osman Kavala, un filántropo acusado de apoyar las protestas del parque Gezi, y Canan Kaftancioglu, política del Partido Republicano del Pueblo que fue detenida bajo los cargos de “insultar al Presidente y distribuir propaganda terrorista”. Tristemente, la represión gubernamental no solo continúa, sino que se ha exacerbado, como lo demuestran los comentarios de Erdogan, quien acusa a los estudiantes y los académicos críticos de ser terroristas, agentes del extranjero y traidores a la nación turca, lo que es un burdo intento por parte del Presidente de denigrar a los manifestantes y minimizar sus proclamas a los ojos de su base electoral, que tiende a ser más conservadora y nacionalista.
 
El embate a la academia independiente
 
El nombramiento, por decreto presidencial emitido por Erdogan, de Melih Bulu, como Rector de la prestigiosa Universidad del Bósforo, el 1 de enero de 2021, desató una fuerte protesta de estudiantes y académicos 3 días después del autoritario nombramiento. Esta decisión autoritaria se enmarca en una acometida gubernamental contra la libertad académica en el país que ya lleva varios años. 
 
Bulu, un miembro de larga data del AKP, ha sido cuestionado por sus magros resultados académicos (incluidas acusaciones de plagio), sus pobres habilidades administrativas y su cerrazón para dialogar con los profesores y los estudiantes que cuestionan sus credenciales para acceder al puesto de rector. Los estudiantes del Bósforo se manifestaron masivamente el 4 de enero de 2021, y, 2 días después, llevaron a cabo una marcha de protesta apoyada por varios de sus profesores que se plantaron frente al edificio de la rectoría, dándole la espalda al mismo en señal de desaprobación por la designación de Bulu.
 
Las autoridades turcas han lidiado con la protesta universitaria de la manera en que los Estados autoritarios proceden: deteniendo a muchos estudiantes y acusándolos de tener “vínculos con grupos terroristas” (otra vieja práctica común en algunos países autoritarios del Medio Oriente). El portal Duvar, uno de los pocos medios de comunicación independientes que resisten al asedio gubernamental en Turquía, entrevistó a algunos académicos del Bósforo sobre la represión académica en el país. La mayoría de las reflexiones de los académicos entrevistados coinciden en que las intentonas gubernamentales por controlar los espacios universitarios hunden sus raíces en el golpe de Estado de 1980 y en el régimen militar que lo sucedió. Zeynep Gambetti, profesora asociada de Teoría Política, recuerda que la Universidad del Bósforo fue la primera institución del país en rebelarse contra esta arremetida gubernamental cuando, en 1992, la universidad decidió llevar a cabo elecciones para elegir a sus representantes académicos. La independencia en la elección de sus rectores y presidentes de facultades duraría hasta 2016, cuando el gobierno turco impuso las nominaciones directas y no democráticas en todas las universidades del país.
 
Hay que recordar que el 15 de julio de 2016 se registró un fallido y aún polémico intento de golpe de Estado en Turquía. La intentona golpista generó un ambiente social y político que ha permitido al gobierno de Erdogan purgar de voces críticas a los espacios mediáticos, políticos y universitarios bajo el lema de combatir el terrorismo. Políticos, periodistas, estudiantes y académicos críticos con el régimen, hoy languidecen en prisiones del país o se encuentran desempleados, mientras que otros han emprendido el camino del exilio. 
 
Para dimensionar la purga en el sistema universitario turco, basta decir que, para febrero de 2017, más de 5000 académicos habían sido despedidos de sus universidades. Lo anterior se enmarca en un proceso que había llevado a 125.000 personas a perder sus trabajos y a 40.000 ciudadanos arrestados. 
 
Para el régimen de Erdogan, la purga en el país, desatada después del fracasado golpe de Estado en el que murieron 250 personas, es necesaria para limpiar las instituciones turcas de conspiradores, terroristas y simpatizantes de estos. En la narrativa oficial turca, el culpable principal del golpe fallido es el clérigo Fethullah Gulen, un líder religioso autoexiliado en Estados Unidos y exaliado político de Erdogan, que controla un movimiento denominado Hizmet (Servicio en turco), el cual controlaba una amplia red de escuelas no solo en Turquía sino a nivel mundial, y cuyos fines últimos son poco claros y polémicos.
 
El 11 de enero de 2016 se publicó la declaración “No seremos parte de este crimen”, firmada por 1128 académicos de Turquía y otros países, y por la cual se denunciaban los abusos y las violaciones a los derechos humanos que el Estado turco cometía en las ciudades kurdas del sureste del país desde 2015. La declaración condenaba los toques de queda, ataques a civiles y pueblos con artillería pesada, y llamaba al gobierno a, por un lado, reconocer estas graves violaciones a los derechos humanos y, por el otro, a retomar el proceso de paz que había sido interrumpido después de las elecciones de junio de 2015. La gran mayoría de los académicos turcos que firmaron la declaración, también conocida como “Académicos por la paz”, fueron despedidos de sus puestos y varios de ellos enfrentaron cargos de terrorismo.
 
En una victoria que resultó ser pírrica a mediano plazo, la Corte Constitucional turca juzgó que la detención de diez académicos detenidos bajo el cargo de “diseminar propaganda a favor de una organización terrorista”, al haber firmado la petición antes señalada, violaba el derecho a la libertad de expresión que se garantiza en el artículo 26 de la Constitución. A pesar de este precedente, esos académicos han tenido muchas dificultades para conseguir volver a los espacios académicos formales turcos, por lo que algunos han emigrado.
 
La lucha persiste… pero hace falta hacer más
 
Desde su inicio en febrero de 2017, el movimiento estudiantil Hocama Dokunma advertía que el gobierno turco estaba despidiendo académicos críticos, confiscando sus pasaportes y prohibiendo que ocuparan cualquier cargo público. Por medio de cinco decretos estatutarios oficiales se cerraron más de quince universidades, lo que afectó a más de 65.000 estudiantes y 2800 académicos. 
 
En varias universidades del mundo se llevaron a cabo manifestaciones de apoyo al movimiento Hocama Dokunma. El 24 de febrero de 2017 organicé y participé, junto con otros académicos mexicanos, una conferencia realizada en la Universidad del Valle de México en la que analizamos la situación de la libertad académica en Turquía. Desgraciadamente, la academia latinoamericana en general, y la mexicana en particular, se ha mostrado indiferente a la situación que sus colegas turcos atraviesan, lo que es una prueba más del egoísmo, individualismo, cobardía y complicidad dominante en la academia latinoamericana.
 
Para Seda Altug, otra académica turca entrevistada por Duvar, las intervenciones políticas en el espacio académico turco se originan en el periodo de construcción del Estado y la nación turca de las décadas de 1920 y 1930, durante las cuales el régimen purgó a 151 profesores de la Universidad de Estambul por “no cumplir” con las políticas del partido en el poder. Ahora, lo experimentado en Turquía desde 2016, no es otra cosa que una nueva ola de “degeneración académica en las universidades turcas”, por la cual la academia del país ha perdido a sus mentes más críticas dando paso a una generación de “académicos” afines al régimen que mantienen sus puestos de trabajo callando ante las injusticias y los abusos de poder, autocensurándose.
 
El 3 de febrero de 2021, varios portales de internet independientes reportaban que cuatro estudiantes de la Universidad del Bósforo habían sido detenidos por el Departamento de Seguridad y Lucha contra los Cibercrímenes, acusados de “provocar al público” con sus mensajes en redes sociales (Twitter en particular), en los que exigían la liberación de sus amigos detenidos por protestar. Estos cuatro jóvenes forman parte de las más de 134 personas detenidas en relación con las protestas estudiantiles. El mismo día, el presidente Erdogan manifestaba en un discurso público que “en este país ya no se experimentará ni sufrirá un incidente como el de Gezi en Taksim” y que su gobierno “no aceptará a estos jóvenes como parte del país (en referencia a los manifestantes de Bósforo), pues son miembros de organizaciones terroristas”. Erdogan ha pedido que los jóvenes muestren respeto y lealtad a las fuerzas policiales, mismas que arrestan e intimidan a estudiantes. Lo anterior ha desencadenado muestras de “microresistencias” promocionadas en las redes sociales, entre las que destacan los hashtags #BogaziçiDireniyor (Bósforo resiste) y #AsagiBakmayacagiz (no miraremos hacia abajo, una expresión que en español podría asemejarse a “no agacharemos la cabeza”).
 
Paradójicamente, las expresiones de Erdogan muestran su debilidad ante el fenómeno, pues se confirma que las manifestaciones populares y los actos de resistencia registrados tanto en el parque Gezi como en la Universidad del Bósforo son una amenaza a su forma de gobierno, que han trascendido los espacios públicos y universitarios para transformarse en signos de carácter nacional que refuerzan la acción política directa y van más allá de la estructura partidista tradicional. Es en estos espacios y manifestaciones sociales se pueden detectar insatisfacciones, reclamos y deseos ciudadanos ignorados. El lema de Gezi, “En todas partes está Taksim, en todas partes hay resistencia”, se conecta con las protestas de la Universidad del Bósforo no solo en el nivel simbólico, sino también en la forma de expresar desacuerdo a un gobierno cada vez más autoritario.
 
Una lucha solidaria
 
Las movilizaciones sociales del mundo árabe, que en 2021 cumplen una década, las protestas de 2009 contra el fraude electoral en Irán, así como las manifestaciones populares en Israel, demuestran que hay un patrón interesante en el Medio Oriente moderno: el reclamo y la resistencia popular en el espacio público. Podremos analizar en la reflexión académica los logros y las limitantes de dichas movilizaciones, pero es indudable que, ante el anquilosamiento y el envejecimiento de los liderazgos políticos tradicionales, así como la imposibilidad de los regímenes políticos de la zona a reformarse de manera que permita la participación política de sus sociedades, la plaza pública es un termómetro mucho más fidedigno de las tensiones sociales que el mero ejercicio electoral, y debemos estar más atentos a dichas manifestaciones.
 
Algo profundo pasa entre los jóvenes universitarios turcos que preocupa a Erdogan y su élite, por lo que no han dudado en reprimir, negar y criminalizar dichas expresiones estudiantiles. Es una pena que la academia latinoamericana se haya mostrado indolente y sin solidaridad hacia esos colegas turcos que luchan por la democracia y contra el autoritarismo del poderoso cuando hay muchas conexiones y similitudes entre las manifestaciones sociales de Santiago, Ciudad de México, Buenos Aires con las de Estambul, Cairo, Tel Aviv y Teherán. Si se visibilizaran en nuestro continente, entenderíamos que lo que los estudiantes de Bósforo y los indignados de Gezi buscan no es diferente a lo que nosotros en Latinoamérica queremos.
 
Mientras los estudiantes y académicos de Bósforo dan quizá la última batalla por la libertad de expresión e investigación en Turquía, el mundo académico latinoamericano mira para otro lado y calla. 
 
Malos vientos soplan para aquellos que luchamos por una academia libre, independiente y crítica con el poder pues lo  que pasa hoy en Turquía pronto lo experimentaremos, sino es que ya lo vivimos, en nuestros países, y no habrá nadie que hable por nosotros. Solo una academia independiente, valiente y sin oscuras complicidades con gobiernos autoritarios puede reflexionar libremente sobre los reclamos sociales que llenan las plazas, los parques y las universidades de varios países del Medio Oriente y Latinoamérica.