Coloquio

Edición Nº50 - Septiembre 2019

Ed. Nº50: Alef, última revista cultural argentina ídish-castellano: voces y silencios

Por Susana Poch

Pocos la recuerdan hoy. Nadie escribió acerca de ella. No está en la Biblioteca Nacional Argentina ni en la Hemeroteca del Congreso. La Biblioteca del “Centro Marc Turkow” de Buenos Aires sólo tiene uno de los tres números de la “Revista Mensual Independiente Alef”  que fueron publicados en Buenos Aires entre Agosto y Diciembre de 19612  como revista ilustrada bilingüe idish-castellano. No figura en el “Catálogo de Revistas Culturales argentinas 1890-2007” de Horacio Tarcus ni en la “Bibliografía Temática sobre judaísmo argentino (Revistas judeo argentinas)” editada por el Centro de Documentacion e Información sobre Judaísmo “Mark Turkow”, por no cumplir con el doble requisito de haberse publicado por un lapso mayor de un año y un mínimo de 10 números editados.
Tengo en mis manos la colección completa gracias a la generosidad de Perla Sneh, hija de Simja Sneh, el director  de Alef  junto con Aron Yurkevich3.
 
Pocos la recuerdan. Pero hoy la recupero en mi ya no tan solitaria lectura.
 
Recupero la pasión de Alef y su creencia en la palabra y en la escritura como una forma de lucha y resistencia. Recupero la terca convicción de Sneh y de Yurkevich, de que era posible crear el vehículo de un cambio en el terreno de la producción periodística y cultural judeo argentina, dirigido a los jóvenes. También recupero, en sus editoriales y notas, los límites que les impuso la  realidad económica de la Argentina de comienzos de los años 60 (huelgas, devaluaciones, préstamos del Fondo Monetario Internacional, entrega del petróleo) que devoró sus sueños y sus voces.
 
En los silencios que amenazaban a esas voces y en la voluntad de evitar los peligros que las acechaban, se inscribieron  las palabras en ídish y en español  de los únicos tres números de Alef”, como un último quijotesco intento de enfrentar a una temida e inevitable transformación por un lado lingüística y generacional y, por el otro,  económica y de política cultural.
 
Pero, sobre todo, son las palabras en ídish y en español las que, articuladas en una encrucijada de lenguas, representan hoy una escritura desgarrada en aquel momento por la realista percepción de la tensión que se vivía en el ámbito educacional judío, en 1961. Tensión entre permanencia y cambio, signada por la transmisión intergeneracional del ídish y sus paradojas.  Esta escritura es, al mismo tiempo, utópica en su intento por diseñar un punto de fuga que le diese alguna perspectiva a una ruptura cultural que Alef no puede dejar de percibir con temor y preocupación.
 
Alef no fue la primera revista bilingüe idish-castellano de la Argentina. Pero tengo para mí que fue la útima.
La unidad y la multiplicidad:
 
“Alef, Alef, no obstante que me serviré de la letra Bet para realizar la creación del mundo, tú tendrás tu compensación, ya que serás la primera de todas las letras y yo no encontraré la unidad sino en ti; tú serás la base de todos los cálculos, de todos los actos que se realicen en el mundo, y no se podrá encontrar la unidad en ninguna parte si no es en la letra Alef.” [Zohar I, 2b-3b]
Por supuesto, no fue Alef  el instrumento de la creación del mundo periodístico judío en la Argentina. Entre 1898, año de aparición del primer periódico judío en el país, y 1989, Alejandro Dujovne ha identificado 337 publicaciones judías de todo tipo.
 
¿Qué se propone Alef? ¿Para qué, para quién una revista nueva?
 
Sin duda alguna, como toda revista que surge, apunta a producir un nuevo acto. Inédito, original. Aspira a crear un acto lingüístico, de escritura, cultural  y político que dé cuenta de la unidad y de lo diverso del mundo judío,  argentino e israelí.  La unidad de una comunidad imaginaria que muestra grietas en su identidad.
 
Bajo la aparente unidad simbólica que evocan el nombre Alef y una enunciación en singular “Revista mensual ilustrada independiente”, se oculta lo múltiple, la complejidad. En su diagramación abigarrada con una diversidad de tipografías, fotos, viñetas, avisos, aparecen la acumulación, la yuxtaposición, el pegamento de sus materiales. Una lectura lineal permitiría leerla como un enfilage, como si una lógica de sentido enhebrara artículos, notas, ilustraciones, autores. Sin embargo, se impone un  tejido polifónico de voces, un entramado de textos; diálogos entre lenguas, escrituras, imágenes, imaginarios, contextos.
 
Su mismo formato, aparentemente unitario, expresa icónicamente lo múltiple. El “cuerpo físico” de la revista da cuenta de esta complejidad. A simple vista, se presenta como una sola publicación. Pero son dos los cuerpos que corresponden a dos publicaciones casi independientes. Como un Jano bifronte, ese dios de los inicios, las transiciones y los finales.
 
Los tres números tienen, en el sentido de lectura del ídish, una portada, con una foto “israelí” y 20 páginas en ídish. En el sentido de lectura en castellano: una tapa con una ilustración de tema argentino y 20 páginas en castellano. En el centro, una doble página,  “El mundo en imágenes/ Di velt in bilder”, que une ambos cuerpos, que están encuadernados juntos. En esta doble página, las fotos que allí aparecen son las únicas imágenes que comparten los epígrafes en ambas lenguas.
 
Pero a poco que comparo y analizo los textos que se publican en ambos idiomas y los que no se traducen,  se van perfilando trazos de comunidades, de públicos diversos a los que Alef interpela cambiando no sólo sus estrategias comunicativas sino también su agenda, los enfoques y los discursos, las imágenes, los contenidos y los espacios imaginarios que cada comunidad habita.
 
Entonces, puedo acercarme a múltiples revistas: 1) Alef bilingüe, tal como es la propuesta original enunciada en el primer editorial, con una mayoría de artículos y notas comunes traducidas a y de ambas lenguas; 2) Alef sólo en español, con textos que no se traducen al ídish; 3) Alef sólo en ídish con textos que no se traducen al español; 4) Alef como lenguaje visual y su diálogo con la escritura; 5) Alef como totalidad, como una metarevista, un corpus complejo, más allá de la suma o correlación de sus textos e imágenes.
 
Cada una de ellas, con su propia retórica, modalidad y recursos da cuenta de distintas representaciones porque cada una propone una mirada sobre la realidad en la cual el problema del presente y del futuro se configura discursivamente de manera diferente.
 
En este trabajo abordaré solamente algunos aspectos del complejo entramado que teje la escritura bilingüe de Alef (trilingüe, si incluímosel lenguaje visual)4 y dejaré de lado el análisis multimodal y teórico.
Alef bilingüe:
 
Las revistas culturales judías, en español, en ídish o bilingües, desde los años ’20 y hasta fines de los ’50 se propusieron en la Argentina construir puentes, bisagras lingüístico-culturales que apuntaban a dos aspectos: la integración y la legitimación. Como bien señala Ruth Feierstein, entendían la traducción como un medio de conocer y hacernos conocer. Esta “bigamia cultural” se proponía llevar el mundo cultural ídish hacia el afuera a través de la traducción y la distribución de los tesoros del ídish y, por otra parte, traer el universo cultural del afuera hacia el interior del ídish, demostrando que la filosofía, la literatura, el pensamiento europeo podían ser expresados en una lengua que, no sólo era judía sino también europea.
 
Por otra parte, si bien la mayoría absoluta de los escritores y colaboradores de estas revistas eran ashkenazíes, legitimaban su uso del español por pertenencia histórica a Sefarad, reivindicando la genealogía judía e hispánica.
 
Se trataba de reivindicar el “derecho de dos lenguas”.  
 
El primer número de Alef pareciera insertarse en esta línea abierta por  algunas  de esas revistas culturales…
 
En este número se publican 27 textos en español, 26 en ídish y se traducen 17. Se trata de mantener una arquitectura equilibrada y armónica. Tan armónica como la vieja utopía de la integración.
 
Sin embargo, en el segundo y tercer número (el último)  se produce un giro, un deslizamiento, resultado de una encuesta realizada, dirigida a recabar la opinión de sus lectores.  
 
“La mayoría de los que contestaron la encuesta creen que nuestro primer número contenía demasiadas traducciones, por cuya razón las hemos limitado en el número que el lector tiene en sus manos.”
 
El espacio de intersección, de encuentro, se estrecha. De 28 textos en español y 26 en ídish, en los próximos dos números serán bilingües sólo 8 en cada uno.
 
La necesidad de traducir y traducirse no se proyecta ya hacia los “otros”  ni proviene del exterior sino que surge en el seno mismo del “nosotros” y el centro de la preocupación ya no es integrarse sino comprender qué  se perdió en el proceso de integración y que Alef se impone rescatar: el absoluto derecho de la lengua ídish.
 
El segundo deslizamiento, y no menos importante que el primero, señala una frontera que las traducciones ídish-español y viceversa ya no cruzan: la literatura.
 
Poesía, narrativa, crónicas ficcionales, humor, ensayos escritos en español no son vertidos al ídish. Tampoco se traducen los textos literarios publicados en ídish, excepto dos de Simja Sneh. Uno se titula  “Diálogo con un compañero muerto. A la memoria de Berl Grynberg”. Pero solamente el lector en ídish puede llegar a saber (o tal vez ya lo sabe), leyendo una nota sobre literatura ídish de Jacobo Botoshansky (que no se traduce), que Berl Grynberg fue un escritor que publicó seis libros. El otro texto de Sneh, ”“El tabernáculo abierto”, es una desgarradora descripción de una impactante fotografía en la que una mujer, encorvada y tres niños son vistos de espaldas, caminando. La foto, que sólo aparece en la sección en  ídish, tiene un epígrafe en ídish, que no se traduce y que dice “Inútiles para el trabajo – En camino a la cámara de gas”.  
 
En este aparente encuentro bilingüe,  algunas cosas que se dicen en ídish se callan en español. De esta manera, la literatura que  Alef publica va diseñando para su público espacios  de escrituras en español y en ídish que mantienen su especificidad lingüística y sus territorios irremediablemente separados. Escrituras que no son atravesadas mutuamente por las palabras de uno y de otro. La profunda traducción poética se repliega y sólo es posible traducir en la superficie, porque las palabras no se dejan penetrar.   
 
De este modo, la intersección de lenguas que construye Alef bilingüe se hace cada vez más limitada y enmarcada; se parece a  una estrecha ventana a través de la cual es posible mirar, cada vez más pequeño, el punto de fuga  que, durante casi 30 años, las revistas literarias trataron de dibujar entre ambas lenguas. Las palabras, cada vez más lejanas, restauran antiguos silencios y opacidades.  
 
No sólo no es posible “cotejar” el bilingüismo poético “in praesentia”  sino que, al obturar la traducción literaria, tampoco nos es dado percibir ese vínculo imaginado e íntimo que poseen las lenguas, diría Benjamin,  el que trae consigo la convergencia particular de sentidos, de estilos, de voces y que va más allá del nivel referencial.  
 
Alef bilingüe se mantiene en el nivel de la traducción referencial, de “mensajes”, de “contenidos” o de “información”.  Editoriales, la huelga ferroviaria, noticias de Israel, información cultural, una nota sobre Hemingway, el centenario de Rabindranath Tagore, los programas judíos en la televisión argentina, el problema educativo en la Argentina, misceláneas y, por supuesto, todo el material relacionado a la Shoáh y al Juicio a Eichmann.
 
Si las revistas culturales son trazos de espacios imaginarios y territoriales, representaciones de comunidades, donde la revista es un elemento más que da cuenta con la palabra de los modos posibles de pensar, de ordenar las acciones y de actuar como sostiene Stedile Luna, el espacio que diseña Alef bilingüe es, sin duda, el de un  territorio compartido ídish-español que se achicó y  que se aleja de la hipótesis de la traducción como medio de integración.
 
Pero creo que, sobre todo, el espacio cada vez más acotado de las traducciones representa la marca de un deseo utópico y una mirada desesperada al mismo tiempo. Utópico, en tanto aspira a que no fuese necesaria la traducción puesto que el lector ideal de Alef tendría la clave de acceso a ambas lenguas. Pero desesperado, porque la lucidez lo lleva a ver que en la realidad de su presente esa  juventud judía a la que Alef apela ya se distanció del ídish. En Alef, ambas escrituras, cada una de ellas, lucha por su singularidad y por el poder. Ya no se trata de legitimar el derecho a la lengua española (que en 1961 ya está legitimado) sino de no perder el poder de la palabra ídish. De esta manera, de la “bigamia lingüística” al “divorcio lingüístico” hay un solo paso.
Alef en español:
 
Si tuviera que definir a Alef  en español con una figura retórica, elegiría la hipérbole.
 
Es hiperbólica y desmesurada en la multiplicidad de problemas y temas que abarca, y que aspira abarcar, según formula en su primer editorial:  “temas judíos y generales; juicios políticos, ensayos, cuentos, poemas, crónicas, toda suerte de actualidades y misceláneas. Letras, arte, cine, teatro… El mundo entero es su ámbito de referencias aunque el foco central se dirige a la Argentina, Israel y el mundo judío”.
 
De Argentina recoge graves problemas políticos como el endeudamiento con el FMI (me parecía estar leyendo artículos escritos en Argentina hace tan solo unos meses…), la educación  y  las violentas acciones antisemitas de Tacuara, una organización de extrema derecha.  Una sección está escrita por jóvenes, cuyas voces se centran en fortalecer el ideario sionista y su realización. Teatro, libros que se publican, homenajes a Heine, Sarmiento,  Freud, Vicente Barbieri, personajes que dibujan un mosaico cultural barroco.
 
Son solamente tres los argentinos no judíos que escriben en Alef: Carlos Alberto Erro (sociólogo), Juan Antonio Solari (ex diputado socialista) y Luis Emilio Soto (periodista y crítico literario).
 
Israel ocupa gran parte del espacio en castellano dedicado a noticias generales y muy heterogéneas: el Palmaj, un homenaje  a Ben Gurion,  una crónica sobre la conquista de Lydda. Un único cuento de Samuel Yosef Agnon, “Rabi Katriel, el intercesor de la comunidad”, trae al español un ligero perfume de la literatura israelí.  Israel y el judaísmo son el sol alrededor del cual gira toda mención a Europa, Estados Unidos, África, la URSS.
 
América Latina es una gran ausencia, un inquietante silencio en esta ecléctica  hipérbole. La volcánica América Latina de los inicios de la década del ‘60, Nuestra América, no tiene voz en Alef, excepto  en un reportaje de avanzada que realiza Sneh  a la escritora brasileña Carolina María de Jesús (1914-1977), olvidada escritora del hambre, autora de Quarto de despejo.5 Tampoco  tienen voz, en estos números, ni la literatura ni las comunidades judías latinoamericanas.
 
La juventud es, sin duda alguna, el público que Alef  trata de cautivar cediéndole espacios de escritura y de opinión con una coincidencia ideológica muy fuerte: la realización judía sólo puede darse en Israel a través de los movimientos jalutzianos.
 
Una revista es, por definición, una escritura en colaboración, donde la noción de “autor” se entrelaza con cuestiones no solamente literarias sino también sociales y económicas; con modos de circulación, de valoración, de apropiación de los discursos.
 
Los colaboradores judeo argentinos que escriben en Alef español representan  a los escritores que aspiraban, desde la década del ‘10, a ser fundadores de una discursividad. Aspiraban a que su palabra tuviese cierto estatuto en la cultura argentina. Lucharon para ser reconocidos como “autores” y para lograr hacer de su escritura su medio de subsistencia. Trabajaron duramente para construir discursos que se pudieran insertar en una tradición textual y para que su palabra fuese recibida y aceptada. Lucharon en duras batallas en el campo intelectual judío y argentino y conquistaron lugares de reconocimiento. Todos escriben en Davar, la revista cultural judía en español de más renombre del momento, dirigida por Bernardo Verbitzky, y colaboran también en diarios y revistas nacionales considerados de prestigio por la mayoría de la comunidad cultural judía identificada con la tradición liberal  argentina a la que valoran y admiran. Se celebran mutuamente, se entrecruzan en intensas y múltiples actividades culturales. Tejen redes de afinidades, una “hermandad intelectual”. No cabe duda alguna de que sus colaboraciones desinteresadas tienen la finalidad de validar y aportar prestigio a Alef en su búsqueda del reconocimiento y de las suscripciones que necesita para existir (y que no logra reunir).
 
Si la Revista Sur de Victoria Ocampo y la Academia de Letras representan el “Parnaso Argentino”, Davar y todos los que escriben allí, y que en 1961 colaboran con Alef — Bernardo Ezequiel Koremblit, Bernardo Verbitzky, Augusto Guibourg, Simja Sneh, César Tiempo, Máximo Yagupsky, entre otros— son los “consagrados” escritores del “Parnaso” de la literatura y la cultura judeo argentina que Davar representa.
 
Conforman el “canon” de la literatura judeo argentina. Algunos quedaron en las márgenes de este canon, como Bernardo Kordon, los escritores de letras de tangos judíos o Jevel Katz y su “cocoliche” ídish (spanídish), por ejemplo. También están fuera del centro, en los años ’60,  aquellos identificados con una izquierda argentina o latinoamericanista y que no se asumen como judíos o que no se reconocen como sionistas.
 
Alguna vez estos nombres del “Parnaso judeo argentino”, reconocidos por la crítica, representaron una suerte de “vanguardia”. Sin embargo, el entramado de su escritura me transmite hoy una sensación de un antiguo bordado. Algunos insisten en mantener viva una lengua española muchas veces arcaica y envejecida, reiterada en los hispanismos anacrónicos de César Tiempo. O en los sonetos con ecos de Lope de Vega o de Quevedo de Clara Lifschitz de Ottolenghi, a quien no reconozco. Y esto forma parte de otra tensión que la revista Alef expresa: la identidad de los colaboradores, que permite trazar un mapa de figuras “famosas” que se entrelazan y se cruzan con seudónimos o meras iniciales; con voces hoy anónimas, desconocidas, irreconocibles, marginadas u olvidadas.
 
Los colaboradores-escritores de Alef mantienen un modelo de escritura, de procedimientos que siento agotado. La lengua castellana no palpita  sino que sobrevive, convencional. La poesía relega al nivel lexical  o al “tema”, la experiencia vital de la escritura.
 
Está ausente el voseo, ese modo peculiar del habla del Río de la Plata (compartido con algunos países y regiones de Centroamérica) que conjuga las segundas personas de los verbos singular y plural de un modo diferente a como se hace en el castellano “normal” o “culto”, y que da una cadencia diferente a la frase.
 
Creo que esta “hermandad intelectual” tal vez no percibía, en 1961, que se avecinaban tiempos nuevos en el idioma de los argentinos, en el periodismo, en la literatura, con una generación de escritores jóvenes que propondrán nuevas formas discursivas, nuevos interrogantes, problemas, contradicciones y disensos; que expresarán de otra manera la literatura judía y la argentina. Ya están en el escenario David Viñas, Noé Jitrik,  Andrés Rivera, Alejandra Pizarnik, entre otros.. Ya falta poco para que Germán Rozenmacher, Mario Szichman, Mario Goloboff, Ricardo Feierstein y muchos más  entren en escena.  
 
Unos años más y, en 1968, Simja Sneh habrá de crear y dirigir  “Raíces,. La revista judía para el hombre de nuestro tiempo”. Una revista solamente en español que tuvo una larga y exitosa permanencia, muy diferente a la de Alef.   
Alef en ídish:
 
Me acerco a Alef en ídish. La lengua está ahí, pero hoy tengo menos acceso a ella. Hace más de cincuenta años que no leo, no escribo, no hablo ídish.  Diría Edgardo Dobry, se tornó, para mí, “escritura indescifrable”.
 
Regreso a la lengua con una leve sensación de remordimiento, porque yo  pertenecí a la generación de jóvenes capaz de descifrarla desde el interior mismo de una comunidad trilingüe. Yo pertenecí a la generación de jóvenes maestros que asumíamos la responsabilidad de transmitirla.
 
Alef fue escrita, entre otros, también para mí. Y yo la ignoré. No recuerdo haberla leído. Ni siquiera recuerdo haberla visto en mi casa o en el Seminario para Maestros donde estudiaba, a pesar de que mi padre colaboró con el diseño gráfico y realizó viñetas de humor crítico político, en ídish, publicadas en los tres números.
 
En el silencio de mi lectura y atravesada por mi historia compruebo que Alef en ídish establece un diálogo, una complicidad diferente con sus lectores, jóvenes y no tan jóvenes, pero todos ubicados “adentro”;  todos poseedores de la clave, de la llave que torna a la lengua “descifrable”.
 
Desde esa pertenencia, desde la seguridad que da el no ser comprendidos por el afuera, se distancia del proyecto traductor que mencioné antes y regresa a la lengua que se habla para que los extraños (o los niños) no entiendan qué se está diciendo.   
 
De esta manera, Alef se vuelve campo de batalla en ídish.  Son muy duras las críticas al aparato de la vida comunitaria — las instituciones, las organizaciones, inclusive los órganos periodísticos —y a las medidas que adoptan. Son fuertes las objeciones a sus dirigentes, devorados por el ascenso social y económico que los alejó del ideario progresista y de la masa trabajadora.  Se pone en evidencia que la formación de una “intelligentsia ídish” joven en Argentina  no es tan exitosa como sus forjadores habían soñado. Por un lado, debido al decaimiento de los niveles de enseñanza y aprendizaje, que el Vaad Hajinuj (Consejo de Educación) denuncia y del que se hacen eco las directivas de los seminarios de maestros. (Alef recoge esta señal de peligro con relativa preocupación porque entre el temor y la esperanza, opta por la esperanza).  Pero, por otra parte, por la paradoja de formar una “intelligentsia” y educarla en ídish, en Argentina; pero insistiendo, al mismo tiempo, en que esta juventud, que debería hacerse cargo de la transmisión intergeneracional del ídish, sólo alcanzará su plena realización, en hebreo, en Israel. Inevitablemente, en ese desplazamiento hacia el que se alentaba a los jóvenes, se habría de perder un valioso capital simbólico que había costado mucho acumular.
 
Por eso, Alef se congratula por la aparición en Argentina del primer periódico en hebreo, Tzohar, elaborado por un grupo de jóvenes maestros, trilingües.6 Y, al mismo tiempo, se pelea con esta publicación en un artículo titulado “Tzohar y su sombra”, cuestionándola severamente por un comentario que Tzohar hace sobre el diario Di Presse y que el autor de la nota  de Alef, (claramente un seudónimo) califica de “absurdo” (absurd), “insolente” (jutzpá), un “mamarracho” o “malformación” (farkriplung).
 
El periódico Tzohar no tuvo larga vida. El director y muchos de sus colaboradores emigraron a Israel cierto tiempo después.7
 
En el segundo número de Alef, en la sección “Fun iugnt tzu iugnt” que en castellano se titula con una larga perífrasis “Los jóvenes hablan de los problemas de la juventud”, se publican dos poemas en ídish que no se traducen al español.
 
Su autor, Yehuda Hirschfeld (1943-2009), tiene en ese momento, 18 años. Estudia en la Midrashá (Estudios Superiores). También forma parte de los redactores de Tzohar.  
 
La redacción de la revista Alef celebra la escritura de este joven autor en ídish:

“Con gran satisfacción ofrecemos a nuestros lectores estos dos poemas de nuestro joven colaborador, Yehuda Hirschfeld, hijo del conocido actor y pedagogo Zalmen Hirschfeld. El contenido de estos poemas resulta más elocuente que un artículo y, en sí mismos, poseen todas las señales de un auténtico talento poético, del que mucho puede esperarse.»8

Yehuda emigró a Israel en 1962. Allí publicó poesía en hebreo en algunas revistas y una breve colección de poemas, también en hebreo, bajo el título Be-kajol (In Blue).9 Traducía poesía del hebreo al español y viceversa. En ídish no volvió a escribir.

 
Sin duda, Alef sostiene la  utópica esperanza de supervivencia del “ídish loshn”, encarnada en una joven “intelligentsia” surgida de la educación superior judía. Y, por ende, de su propia supervivencia. Pero no lee o no puede leer el desgarrado y desgarrador dolor que significó para una parte de esa generación, heredera del ídish, renunciar a su “derecho de lengua”, sumergidos en la paradoja de ser educados en instituciones que los formaban para mantener la lengua del ayer pero que los proyectaba a un futuro donde habrían de abandonarla, indefectiblemente. La paradoja de verse impulsados a renunciar a una lengua por los mismos que les enseñaron a amarla . La paradoja de ser herederos de la memoria y del olvido. De la palabra  y del silencio.  Del “dolor del joven judío que habla castellano al mismo tiempo que aún siente en idish y anhela vivir en hebreo (la negrita es mía)”, como dice otro joven escritor en Tzohar .
 

Para terminar mi exposición, prefiero cederle la voz a Yehuda Hirschfeld  y a sus dos únicos poemas en ídish en Alef.

Llegué tarde…

Hay poetas que van por delante
de la generación
en que nacieron,
yo llegué tarde a la mía.
Y hoy mi gran dolor,
la raíz de mi furia,
es que el canto del ayer
haya sido ahogado en sangre… ha sido ahogado en sangre
Entonaba la generación su canto, el último,
y el mío lo acompaña como una lágrima.
Mi canto es vacilante, vagabundo.
Llamo a todas las puertas,
nadie responde.
Con inmensa pena cuento
en el cielo, las estrellas
de anocheceres pasados.
Llegué tarde…

Mi cantar en ídish (Mi cantar judío)

Quisiera ahora hermanos,
plantar una flor
en la tumba
de cada son poético
que un poeta – recorrida ya la ancha vía –
haya escrito en ídish, mi lengua.
Porque yo, hijo de de una generación
que ha olvidado
lo que significa cantar en ídish,
o qué es un canto en ídish,
oigo voces que me llaman
desde ese amado idioma fraternal.
Y me resulta extraño, inconcebible
que lo hagan en la lengua de esa lejana patria,
desde las distantes orillas
donde el puente ya está cortado…

¡Con qué bravura cayeron mis hermanos!
Entonando cada cuál
y hasta el último instante,
su canto único, inmortal.

También Alef, con bravura, cantó hasta el último instante. Y aún es posible escuchar, desde este recobrado puente de lejanas orillas, sus voces y sus silencios.

 
 
Notas
 

1 Trabajo presentado en el Coloquio Internacional “Traces et ratures de la mémoire juive dans le récit contemporain”, realizado en la Université de Lorraine – Metz (Francia) el 14-15 de marzo 2019.
2 Agradezco a su Directora, Lic.Ana Weinstein y al Lic. Gabriel Feldman por su inestimable y valiosa colaboración que me permitió, además, localizar un ejemplar de “Tzohar”, periódico en hebreo al cual me referiré más adelante. También a Silvia Hansman y Ezequiel Semo, de la Biblioteca de la Fundación Iwo de Bs.As.
3 No tengo información alguna acerca de A. Yurkevich, así como de muchos de los colaboradores de Alef, algunos con nombre y otros, anónimos;  varios con seudónimos o meras iniciales. Esto forma parte de otra tensión que la revista expresa: los silencios que se entretejen con las voces. Los nombres conocidos de los directores y colaboradores permiten, sin embargo, trazar una trayectoria intelectual y política marcada por la presencia de algunas de las figuras centrales de la vida política y cultural judía, argentina,  judíaargentina, israelí e internacional tanto como por voces anónimas, irreconocibles hoy u olvidadas .
4 En realidad, multilingüe, si consideramos el léxico hebreo que el ídish ha incorporado así como eslavo y de otras lenguas. La predominancia de uno u otro permitiría un abordaje de los textos con diferentes enfoques, que tampoco encaré en este trabajo.
Sneh se adelantó en 50 años a la nota que, sobre esta escritora, publicó Página 12, en 2010 y que no menciona a Alef.
6 El director era Akiva Kononovich; el editor, Yaacov Rubel; y el consejo de redacción estaba integrado por Yaacov Glaserman, Menajem Bronfman y Yosef Kaplan. 
No tengo el dato exacto del últimoi número de Tzohar.
8 La excelente traducción de este texto y de los poemas de Yehuda Hirschfeld fue realizada por la traductora Varda Fiszbein, a quien afradezco se generosa colaboración.
9 Mi profundo agradecimiento al prof. Yosef Kaplan por  la información  personal acerca de Yehuda Ofer, (Hirschfeld), por el ejemplar de “Be-kajol” que me envió y por haberme regalado la emoción de sus poemas.

Bibliografía
 
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