Coloquio

Edición Nº38 - Marzo 2017

Ed. Nº38: Racismo y antisemitismo: conceptos a revisar

Por Diana Wang

Las palabras racismo y antisemitismo son parte del habla popular. Aunque, como veremos, científicamente inapropiadas, también son usadas por intelectuales, juristas y académicos. Estos conceptos derivan de la teoría racial, superchería pretendidamente científica instalada y aceptada como si fuera verdadera. Veamos a continuación cómo ha sido la cronología del proceso de su creación, el nombre de sus autores, los años de sus publicaciones y los contextos políticos y sociales que los alojaron y permitieron crecer.

Gobineau: Desigualdad de las razas humanas.

El filósofo francés Arthur de Gobineau fue el primero en hablar de razas entre los seres humanos en su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas publicado en 1853. En el siglo XIX el buen europeo, que tomaba como patrón universal su propia imagen, colonizaba y sometía a las poblaciones nativas de África (después de varios siglos de hacerlo con las americanas). El choque al ver personas de tan diferentes culturas, tecnologías y especialmente aspectos físicos fue muy poderoso. Esa gente no se veía “normal”, parecían inferiores e incapaces, no del todo humanos. La repartición y expoliación de África, requirió de la deshumanización de sus poblaciones y si algún reparo moral existía, esta teoría de la desigualdad racial tranquilizaba las conciencias y permitía al civilizado europeo seguir cometiendo tropelías. “No son humanos como nosotros” se decían “somos superiores, tenemos derecho a decidir sobre sus vidas y destinos”.


Firminsin: Igualdad de las razas humanas.

El antropólogo haitiano Anténor Firminsin se opuso a esta propuesta de diferenciación e inferioridad racial. Nativo de Haití, el primer país en abolir la esclavitud a comienzos del siglo XIX, publicó en 1885 De la igualdad de las razas humanas. Pero no tuvo suerte, fue ignorado por los académicos europeos que precisaban seguir justificando la esclavización y colonización de las razas inferiores.


Renan: Arios y semitas, origen de los términos.

Ernest Renan, francés como Gobineau, publicó en 1885 la Historia general y sistema comparado de las lenguas semíticas. Se hizo la pregunta de por qué algunas culturas sobrevivían mientras otras desaparecían y propuso la hipótesis de que tenía que ver con las lenguas que hablaban. Los pueblos que hablaban lenguas semíticas (árabe, hebreo, arameo, lenguas cananeas y etiópicas entre otras) tenían tener un desarrollo inferior y tendían a desaparecer, a diferencia de los pueblos que hablaban lenguas arias (sánscrito, hindi-urdu, romaní, lenguas dárdicas, y las antecesoras del latín y el griego entre otras) que eran los más desarrollados y los que constituyeron la civilización occidental; concluyó que eran superiores. No solo estableció que los que hablaban lenguas semíticas eran inferiores sino que consideró que, por el bien de la civilización, no debían mezclarse con personas que hablaban las lenguas superiores, las arias.


Marr: Informe sobre antisemitismo.

La tesis de Renan sumó un elemento esencial y solo hacía falta que alguien se atreviera a reunirlos e investirlos de un ropaje científico digerible. Esa tarea la hizo Wilhelm Marr, periodista alemán, que usó la palabra antisemitismo en 1873 y en 1879 lo confirmó en el panfleto Informe sobre Antisemitismo. El concepto fue creado gracias a un gran salto conceptual, una traslación desde la lingüística hacia la biología. Transformó a los pueblos que hablaban lenguas semíticas o arias en pueblos que eran semíticos o arios. Ya no se trataba de idiomas sino de personas. Este pase de magia fue recibido con beneplácito por el histórico judeófobo europeo y corrió como reguero de pólvora. Fue una “noticia deseada” que se acopló tan bien al espíritu de la época y a las necesidades que el libro fue reeditado y traducido muchas veces y sus ideas avaladas por intelectuales y académicos. Y si personas tan autorizadas lo creían así, el ciudadano de a pie no podía más que tomarlas por ciertas y hacerlas suyas. Que se tratara de una transpolación científica sin asidero alguno no fue una consideración digna de atención para nadie.


Drumont: La Francia Judía.

Edouard Drumont se basó en el concepto de Marr y publicó en 1886 en La Francia judía, ensayo de historia contemporánea que el pueblo judío era una raza inferior que se proponía dominar y someter a la raza aria y que por ello debía ser combatido. Ocho años después, en 1894, durante una seria crisis política del gobierno francés, el juicio a Dreyfus fogoneado por el texto de Drumont, estimuló una ola judeófoba que redireccionó con éxito el descontento popular hacia los judíos.


Policía zarista: Los Protocolos de los Sabios de Sion.


La utilidad del procedimiento de culpar a los judíos atrajo a otros gobiernos en problemas. En Rusia los reclamos y las protestas sociales fueron desviados por la policía zarista con la publicación en 1902 de Los protocolos de los sabios de Sión. Este panfleto sumó a la idea de la supuesta ansia de poder, la de la conspiración judía internacional enunciada por Drumont y la ilustró con lo que se fraguó como documento verdadero. Sin embargo, su texto original no se refería a los judíos sino que era un refrito tomado de dos fuentes: del Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly, una sátira burlona publicada en 1864 ante las ambiciones de Napoleón II, y de la novela de Hermann Goedsche, Biarritz, de 1868, especialmente su capítulo El cementerio judío de Praga y el consejo de representantes de las doce tribus de Israel. Los Protocolos se publicaron y difundieron como un falso documento de la conspiración y el afán de poder y conquista del pueblo judío.


Ford: El judío internacional.

Atribuido a Henry Ford retomaba en 1920 las ideas de los Protocolos y afirmaba que el supuesto poder de los judíos generaba todos los males del mundo. Integraba las tradicionales acusaciones antijudías -el deicidio, los rituales demoníacos, la usura, la explotación- a las más nuevas basadas en la teoría racial y la conspiración internacional. Recién terminada la Primera Guerra Mundial estas ideas avaladas por el padre de la producción industrial en cadena tuvieron un éxito mundial inmediato.


Hitler: Mi lucha.

Nada nuevo bajo el sol se publicó en 1925 en Mi lucha, el libro que Hitler escribiera en prisión luego de un intento fallido de tomar el poder. Resumía y exponía negro sobre blanco y sin disimulo alguno todas las ideas anteriores como científicamente ciertas.


Alborozo y alivio.

Los Protocolos, los libros de Ford y de Hitler, fueron recibidos, cobijados y difundidos por el mundo occidental con alborozo y alivio. ¿Por qué alivio? ¿Por qué alborozo? Porque si la “perfidia judía” era un tema genético, una cuestión biológica, estaba en la sangre, era personal e inmodificable, cada judío era portador y transmisor de un gen maligno y peligroso. Ya no se trataba de un religión o una cultura, sino que era personal e inmodificable. El odio ancestral tenía una justificación científica: “¡Es cierto!”, se decían, “¡los judíos no son deicidas y usureros porque son miembros de un pueblo satánico, lo son porque está en su sangre, es una cuestión biológica! Y si es una cuestión biológica no hay conversión que lo modifique porque son así genéticamente, son malos por nacimiento”. Podía aligerarse cualquier molestia en las almas piadosas que durante siglos venían sospechando de los judíos, que no los querían cerca y que unos años después permitirían y aceptarían su deportación y asesinato. Era ciertamente una noticia recibida con beneplácito, regada, difundida, aceptada, mejorada y entronizada como una “verdad” incontrovertible.


La teoría racial.

Sin embargo las razas no existen entre los humanos, la raza humana es una sola, sin divisiones ni sub-razas, las particularidades entre sus miembros -color de la piel, forma de ojos, tamaño de narices- son superficiales. El Proyecto de Secuenciación del Genoma Humano determinó que los genes que determinan la apariencia física son el 0,01% del total, un reflejo mínimo de nuestra composición biológica. Las diferencias físicas que observamos no reflejan distinciones raciales, son solo una información sobre los orígenes y las migraciones de nuestra especie. Se encontraron más variaciones genéticas dentro de un mismo grupo étnico que entre miembros de grupos diferentes. Sin embargo se sigue hablando de semitas y arios como categorías raciales con tanto peso de verdad que académicos, pensadores, políticos y comunicadores, tanto judíos como no judíos, las usan como si fueran pertinentes.


Racismo y antisemitismo se siguen tomando como palabras válidas y apropiadas, instaladas de manera firme y portadoras de una tal potencia que las vuelve un atajo simbólico difícil de romper. Probablemente el estado de sospecha con que el mundo sigue mirando al judío no se ha modificado lo suficiente como para que estas palabrejas se pongan en cuestión y se revise su utilización.


Decir racismo y decir antisemitismo es validar las ideas que conducen a la Shoá. Las palabras que usamos no son inocentes ni inocuas, cada vez que las decimos subrayamos y confirmamos su origen espúrio y su significado desvalorizante, discriminatorio y asesino. Tal vez se podría decir discriminación negativa en lugar de racismo, y judeofobia en lugar de antisemitismo, o que se encuentre alguna otra forma de decirlo que no tergiverse los hechos. Será un largo camino, porque son palabras y conceptos que han calado muy hondo en el imaginario popular. Pero es nuestra obligación trabajar sobre ello para modificarlo.