Coloquio

Edición Nº34 - Mayo 2016

Ed. Nº34: Una mirada sobre los fanatismos

Por Diana Paulozky
Desde mi lugar de psicoanalista me interesa provocar un debate sobre algunos temas que nos inquietan en tanto comunidad judía, como el de las posiciones extremas, los fanatismos. 
 
De hecho Freud, siempre tuvo una posición muy clara y hasta visionaria al respecto. Si bien se declaraba con orgullo, profundamente judío, nunca abonó ningún fanatismo. En todo caso asumía la actitud de un judío espinosista propiciando la crítica y el espíritu libre.
Propiciando el análisis y los cuestionamientos del ser humano, Freud siempre puso en valor la identidad judía. Lo que seguro no fue nunca, es dogmático y hasta podríamos decir que tenía un cierto desprecio por los dogmas, o por quienes no se atrevían a cuestionar sus propias creencias. Su pensamiento ponía a trabajar los contrarios. “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”- escribió. Y junto a los ideales de la cultura judía de su época, siempre tuvo presente sus propios descubrimientos como la pulsión de muerte, el culto del odio, y una cierta tendencia al sufrimiento.
 
Lo que quiero subrayar es que Freud siempre tuvo en cuenta la Otredad, lo Otro, como condición de que el pensamiento crítico avance, y por ende, la sociedad en todos sus aspectos. Introdujo la duda en el corazón de la racionalidad y hasta se introdujo en lo irracional, para argumentar sobre sus descubrimientos racionales. En suma, borró las barreras entre el amor y el odio, entre lo racional y su contrario, entre el sadismo y el masoquismo, etc.
 
Para llegar al conocimiento de un concepto, debemos empezar por su contrario, como condición del crecimiento cultural. 
 
La Otredad. Fundamentalmente lo que quiero destacar es que para ser uno, necesitamos de la otredad, de lo otro, de la diferencia. Incluso es interesante encontrar que en el origen de la fraternidad siempre encontramos la segregación como principal causante, o al menos la segregación como condición de la fraternidad. Lo que hace a una comunidad, lo que la constituye, es el trabajo de lo uno, lo común, pero siempre separados del resto, enfatizando la diferencia. El acento que ponemos en la comunidad, es marcar los bordes, los límites que la distinguen. Es, podemos decir, estar separados-juntos, del resto.
 
Lo que cambia, es lo que hacemos con ese borde. ¿Cómo nos situamos? ¿Cómo lo construimos? ¿Segregando a su vez? ¿Provocando más odio? ¿Remarcando las diferencias? Lo importante es al menos hacernos cargo que, de esa posición, de cómo nos situemos en ese borde intangible, dependerán muchas de las consecuencias que más tarde debemos soportar.
 
Freud y el fanatismo. Es interesante la carta que S. Freud le escribe el 26 de febrero de 1930, hace 86 años! a Albert Einstein en la que ratifica su orgullo por ser judío y por pertenecer a la Universidad de Jerusalem, como miembro del Consejo administrativo. En esa carta, Freud ratifica su profunda pertenencia al pueblo y a la cultura judía y agrega respecto al sionismo, su solidaridad sin compartir lo que él llama: “extravagancias sagradas”. Y le aclara enfáticamente su desprecio por toda forma de fanatismo. Pensaba y teorizaba que toda posición extrema genera más extremismos y agudiza nuevos fanatismos, posición a la que, sin duda, adhiero.
 
A la invitación que le hace Chaim Koffler, miembro vienes del Keren Hayesod, Freud le responde con argumentos de peso de por qué no sería él, la persona indicada para hablar sobre la causa judía en Palestina. Dice así: “Tengo sin duda, los mejores sentimientos de simpatía por los esfuerzos realizados, estoy orgulloso de nuestra Universidad de Jerusalem y la prosperidad de los establecimientos de nuestros colonos me llena de Júbilo. Pero, por otro lado, no creo que Palestina pueda jamás llegar a ser un Estado judío, ni que el mundo cristiano, como el mundo islámico, puedan estar algún día dispuestos a confiar sus Santos Lugares a la custodia de los judíos (…) También admito, con pesar, que el fanatismo poco realista, de nuestros compatriotas, tiene su parte de responsabilidad en el despertar la desconfianza de los árabes”. 
 
Quiero subrayar la parte de responsabilidad que Freud asigna a los fanatismos como condición necesaria en la animosidad provocada. Constatamos así, la anticipación visionaria sobre la problemática judío-palestina y del conflicto que aún hoy subsiste y que parece insoluble. 
 
El psicoanálisis, desde su creador, se opone a cualquier forma de fanatismo. La historia ha demostrado como el fanático se convierte en ese monstruo estragante, que ciegamente mata, destruye y convierte al otro en su fatal enemigo. Necesita de ese otro para alimentarse. Confunde fe con obsesión. Es de hecho una patología perversa en el sentido más profundo, que no acepta, en su rigidez, ninguna lógica ajena a la propia. Y más aún, diremos que no tiene ninguna mirada a lo particular del otro, sino que cada uno forma parte de un todo enemigo al que hay que aniquilar.
 
Lamentablemente no necesitamos recurrir a los conocidos ejemplos de la inquisición o la Shoá, el peor engranaje de la muerte, como horrorosos ejemplos. Hoy, a los atentados del 11 de septiembre, y de los recientes de Paris, Bélgica, Budapest…se suman los de nuestro país. 
 
¿Por qué gana la insensatez a la racionalidad? ¿Por qué la masificación irracional a lo particular del ser humano?
 
El psicoanálisis está en el campo opuesto de cualquier extremismo, y tiene una mirada particular en la que la lógica de cada sujeto importa como tal. Esto no impide que también podamos analizar la época en que vivimos. Más aún, diremos que es necesario reflexionar sobre el grado de responsabilidad de cada uno, haciéndonos cargo de la subjetividad de nuestro tiempo. Sabemos que hay actos imperdonables, no sólo para no olvidar, sino que no admiten perdón. Pero eso no excluye que podamos pensar sus causas y sus resortes. Y fundamentalmente prever sus consecuencias. Así, por ejemplo, nos preguntamos ¿por qué el aumento del Islam en Europa? ¿Qué relación hay entre la segregación de algunos pueblos para luego ser captados por el terrorismo? ¿Se interesa la ONU y tantas entidades por el bien común, por los que quedan al margen de la historia? 
 
Es notable las similitudes que existen entre la infancia de Hitler y de Stalin. Ambos marginales, rechazados, presos del maltrato paterno, alimentados por el odio. Es verdad que no todos llegan a ser Hitler, pero también es cierto que un canalla nunca actúa solo. Es verdad que para matar seis millones hace falta miles de adherentes…y que esta ciega adhesión a lo peor, no es sin relación a la falta de sentido de un vivir sin ideales. No es sin relación a la problemática económica que los deja fuera de todo sistema. 
 
Entonces digo, que si la comunidad se hace una en relación a lo otro, a la otredad, es necesario no dejar de tener en cuenta al otro. El encierro entre los iguales, en un mundo que no acepte la diferencia, corre el riesgo de la implosión. 
 
La ingenuidad de Freud. Es verdad que Freud creía tanto en la importancia de su descubrimiento para la humanidad, que no logró dimensionar la ferocidad del nazismo. Suponía que los hombres de ciencia y de su capacidad, eran intocables. ¡Sabemos cuánto se equivocó sobre una maquinaria de la muerte que no tenía límites ni distinciones! Ningún intelectual puede negar que Freud cambió las coordenadas de su época. Sin embargo no pudo medir que mientras él creaba una teoría de la subjetividad, del uno por uno; Mientras él apuntaba, insisto , en una teoría sobre el sujeto, para la perversidad del nazismo, él era sólo un judío más y entraba en la masificación, en el horroroso borramiento de toda marca individual.
 
Es un hecho que la ingenuidad no es un mal menor. ¡Fue la princesa Marie Bonaparte quien lo salvó llevándolo a Londres mientras mataban a su familia! Pero esa es otra historia. Solo lo pongo de ejemplo para enfatizar que no podemos permitirnos ninguna ingenuidad y mucho menos subestimar al otro, mientras nos encerramos en nuestras propias creencias.
 
La sabiduría incomprendida de Hannah Arendt. El otro ejemplo que toca el hueso de nuestra comunidad, es el de esta gran pensadora de La Condición Humana, título de uno de sus libros. No es mi intención analizar la grandeza de su obra. Simplemente tomar el detalle de como la susceptibilidad, no sin motivos, de su propio pueblo, despreció su concepto de “Banalidad del mal”. 
 
La razón de tanto rechazo fue que la emoción pudo más que el profundo análisis que sus conceptos requerían. Las polémicas apreciaciones que Hannah hizo sobre el juicio de Eichmann, desataron nuevos odios dirigidos a ella. ¿Por qué? Porque es necesario que el odio tenga un destinatario. Simplemente Hannah pudo diferenciar que Eichmann no estaba a la altura del lugar que se le daba, porque era alguien que no tenía la capacidad de pensar, que era un simple y mediocre burócrata que respondía ciega y obedientemente a un mandato.
 
No dijo que era inocente. Dijo que Eichmann no pensaba. Enfatizó y sus libros lo prueban, que pensar a diferencia del cálculo, responde a una lucha de opuestos y a una decisión del ser. El rechazo que ella misma sufrió tuvo como causa cierto fanatismo, la ceguera que produce la negación de la diferencia, aunque sea de conceptos. Y esa, la no aceptación de la diferencia, también es un mal.