Coloquio

Edición Nº32 - Septiembre 2015

Ed. Nº32: La intervención militar rusa en Siria y los ataques terroristas en París

Por Atilio Molteni
I. La guerra civil que comenzó en Siria en 2011 tiene un importante componente externo. Por un lado, el Gobierno de Al-Assad en su lucha contra los rebeldes y los jihadistas cuenta con la ayuda del eje chiita auspiciado por Irán, y con el apoyo económico, diplomático y militar de Rusia. Por su parte, sus oponentes se benefician de una asistencia encubierta resultado de cuatro acciones, que no están interconectadas entre sí, porque responden a diferentes intereses y a distintas concepciones de cuál debe ser el orden regional:
1) la acción de los países sunnitas encabezados por Arabia Saudita, junto a los Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Egipto, Catar, Kuwait, y Bahréin, ayudan a quienes luchan contra el Gobierno sirio y buscan la caída de Al-Assad; 2) la de Turquía en favor de los Hermanos Musulmanes y otros grupos afines, también tiene el mismo objetivo, pero su preocupación fundamental es el fortalecimiento de los kurdos sirios. 3) la de Estados Unidos y otros países que integran la Coalición, participan en la guerra aérea contra Estado Islámico (EI), pero también favorecen a los grupos moderados sunnitas con armas, entrenamiento y dinero, y tratan de buscar una salida negociada del conflicto condicionando a Al-Assad, sin actuar militarmente contra sus tropas, y; 4) la de Israel, que no interviene en la guerra civil pero responde a los ataques de las fuerzas sirias y de los miembros del Hezbolá desplegados en Siria, reacciona ante acciones de fuerzas iraníes tendientes a crear un segundo frente en las Alturas del Golán y actúa contra la transferencia de armamentos originados en Teherán, que pueden alterar la relación de fuerzas con esta organización y son un peligro para su seguridad. 
 
II. Un nuevo desarrollo cambió la situación geopolítica existente en Siria e Iraq. En septiembre de 2015, la Federación Rusa escaló el conflicto al desplegar una fuerza expedicionaria en las provincias de Latakia y Tartus, a lo largo de la costa del Mediterráneo, y en el aeropuerto Bassel Al-Assad al sur de la ciudad de Latakia (y luego en tres más), que comenzaron a ser utilizados para acciones militares por numerosos aviones y helicópteros y protegidos por misiles, tanques y artillería. Esta acción táctica sin precedentes, indicó que el presidente Vladimir Putin está dispuesto a desempeñar un papel activo en el Levante, defender su presencia en la costa del Mediterráneo y preservar a Al-Assad en el poder ante el avance de las fuerzas opositoras y, alternativamente, si se concreta un proceso diplomático efectivo, asegurar una posición sólida de Moscú en las negociaciones. 
 
La presencia rusa también estaría vinculada con la actividad terrorista de jihadistas en el Cáucaso del Norte, y por el hecho que forman parte de EI centenares de rusos y otros individuos provenientes de países que integraban la URSS. Al mismo tiempo, trata de desviar la atención del caso ucraniano, presentándose como un líder con el cual Occidente debe negociar, reforzar su posición política interna -con esta acción llegó a niveles del 80 y 90% de apoyo, no obstante sus problemas económicos e institucionales-. Esta intervención fue vista con alarma en Washington, pero reaccionó con moderación como ya ocurrió en los casos de la anexión de Crimea en 2014 y en su apoyo a la insurgencia en Ucrania de Este.
 
La acción de Putin tiene riesgos pues por primera vez desde su retiro de Afganistán, está actuando en Medio Oriente donde no puede argumentar que constituye su “patio trasero”, en el único país de la región donde continúa teniendo real influencia. En los hechos inició una acción militar directa contra los sunnitas que son la mayoría en Siria, de los cuales veinte millones habitan su propio territorio (muy concentrados en el Cáucaso), lo que puede tener consecuencias internas y, por ejemplo, agravar el terrorismo en Chechenia y Daguestán. De allí que los clérigos de Arabia Saudita acusaron a la Federación Rusa de convertirse en “un cruzado ortodoxo”, motivados por la preocupación que su intervención otorgue mayores posibilidades a los chiitas en Medio Oriente, encabezados por Irán. 
 
El 15 de septiembre Putin defendió el apoyo a Siria, describiéndolo como una ayuda ante la agresión terrorista y alegó que, sin ella, la crisis migratoria a Europa sería peor. Por otro lado, días después llegó a un entendimiento para compartir inteligencia sobre EI con Irán, Iraq y Siria, acontecimiento que sorprendió nuevamente a las autoridades norteamericanas. El día 30 de septiembre, los aviones y helicópteros rusos comenzaron sus operaciones atacando el norte de la ciudad de Homs, que se encuentra bajo el control de grupos rebeldes y donde no hay efectivos de EI. En los días siguientes las acciones rusas fueron ampliando sus objetivos, incluyendo el disparo de misiles crucero “Kalibr” desde buques en el Mar Caspio, a centenares de kilómetros de distancia. Sus operaciones exclusivamente aéreas (alrededor de 50 diarias), comprendieron algunas zonas controladas por EI, pero el objetivo principal han sido otras fuerzas rebeldes, situación que fue aprovechada por el ejército sirio que, con una nueva vitalidad y con la colaboración de efectivos iraníes y del Hezbolá, avanzó en el norte de Latakia, en la llanura de Sahl al-Ghab, al norte de Hama y en Alepo, lo que provocó que miles de personas huyan de dichas zonas.
 
Estados Unidos y la Federación Rusa comparten la opinión de la peligrosidad de EI, pero tienen una visión distinta sobre Siria: Putin coopera con su Gobierno y sus fuerzas armadas, que según su criterio pelean cara a cara contra el terrorismo, ocultando que su principal objetivo es la oposición doméstica y no EI. En cambio, el presidente Obama afirma que Al-Assad creó las condiciones que fueron aprovechadas por EI, y que el Gobierno sirio y sus aliados no pueden pacificar a la mayoría de la población, brutalizada por el empleo de armas químicas y bombardeos indiscriminados. Su retórica se basa en “la paciencia estratégica y la persistencia”, luchar contra EI y lograr una transición administrada sin Al-Assad y un Gobierno inclusivo. Criticó a quienes en Medio Oriente y en el partido Republicano pretenden que envíe miles de tropas a la región. En cambio, afirmó estar preparado para trabajar diplomáticamente y apoyar a las fuerzas moderadas para convencer a los rusos e iraníes para que presionen a Al-Assad, sin insertarse en una campaña militar en Siria. 
 
Sus oponentes republicanos la interpretan como una forma de parálisis que es utilizada por Putin, a su criterio un estratega que explota las debilidades de Obama, quien al evitar acciones más asertivas agrava las consecuencias políticas del Acuerdo Nuclear con Irán, que dio lugar a divisiones partidarias y cuestionamientos de sus aliados regionales. En síntesis, para sus opositores el prestigio de Estados Unidos se está degradando ante Rusia, que con iniciativa incrementa sus operaciones militares en conjunción con Irán, que tienen objetivos comunes, pero ellos pueden divergir cuando se decida el futuro político de Siria.
 
Ante la prudencia de Obama, la escalada rusa sigue un curso diferente, al considerarla una posibilidad para actuar, fundada en el sentido de oportunidad que tiene Putin y su falta de temor a enfrentar riesgos. El 20 de octubre de 2015, Al-Assad viajó a Moscú para entrevistarse con el presidente Putin. Posteriormente, el Kremlin afirmó que el resultado positivo de las operaciones militares establecería las bases para organizar un entendimiento de largo plazo, basado en un acuerdo político que comprenda a todas las fuerzas políticas y a los grupos étnicos y religiosos. Putin dijo que sólo el pueblo sirio debe tener la voz decisiva, pero para él la negociación debe desarrollarse con la oposición que denominan “patriótica”: grupos desarmados que se encuentran en Damasco y son tolerados por el Gobierno sirio. Esta acción demuestra que, sobre la base de su presencia militar, la Federación Rusa está decidida a ejercer su influencia, aprovechando el hecho que tiene aliados en el terreno -Irán y Hezbolá-, y puede condicionar a Al-Assad. Pero los estrategas occidentales entienden que su capacidad se limita a evitar avances de los rebeldes, o consolidar un mini-Estado en las zonas alauitas, pero sin tratar de reconquistar la totalidad del territorio sirio, salvo que comprometa un número muy importante de fuerzas terrestres, lo que hasta ahora no parece dispuesto a hacer.
 
III. El presidente Obama anticipó que el Acuerdo Nuclear podía crear un ambiente propicio para un avance diplomático, y afirmó que los problemas de Siria debían resolverse con participación de los rusos, de los iraníes, de los turcos y de los países del Golfo, es decir, las principales potencias con intereses en ese país. Fue la primera vez que su Administración mencionó la eventual participación de Teherán en las negociaciones. En su discurso ante el 70 período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, reiteró que una estabilidad durable solo podía alcanzarse cuando el pueblo sirio llegue a un acuerdo para vivir pacíficamente, y afirmó que su país estaba dispuesto a trabajar con cualquier nación, pero que se debía reconocer que después de tantos derramamientos de sangre no se podía volver al estatus quo anterior a la guerra.
 
El 23 de octubre de 2015, el secretario Kerry aceptó la propuesta rusa de buscar un enfoque común e iniciar un nuevo proceso diplomático, en una reunión en Viena con su ministro de relaciones exteriores (a los cuales luego se agregaron los de Turquía y Arabia Saudita). Una reunión ampliada tuvo lugar una semana después, en la cual a los participantes originales se unieron los representantes de la ONU, la UE y por la región: la Liga Árabe, Egipto, Irán, Iraq, Jordania, Omán, Catar, UAE y Líbano; por Europa, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido, y finalmente, China, pero no participaron ni el Gobierno ni las fuerzas de la oposición. Su objetivo fue resucitar el Comunicado de Ginebra de 2012.
El 14 de noviembre, un día después de los sangrientos actos terroristas de París, los participantes (del ahora denominado Grupo de Apoyo Internacional para Siria) se volvieron a reunir en Viena. La decisión fue confiar a la ONU la tarea de reactivar las negociaciones entre el Gobierno Sirio y la oposición, con el objetivo del 1 de enero próximo y aplicando una declaración de principios acordada, la creación de un Gobierno de transición en seis meses (que deberá ser creíble, inclusivo y no sectario y deberá redactar una nueva Constitución), la convocatoria a elecciones dentro del plazo de 18 meses bajo la supervisión de la ONU. No hicieron ninguna mención de Al-Assad o de su reemplazo, tema sobre el cual existen grandes divergencias.
 
En síntesis, el problema central consiste en determinar si dejará el poder, si Rusia e Irán serán interlocutores efectivos, superar el enfrentamiento por proxis entre Irán y Arabia Saudita (que está en el corazón del conflicto pues representan las posiciones de chiitas y sunnitas, respectivamente), determinar cuáles serán las facciones con las cuales se podrá dialogar -Moscú y Washington tienen su propia lista de candidatos-, definir una estrategia para organizar un Gobierno multisectorial, y derrotar al EI y a otros jihadistas como Al-Nusra, que son un enemigo común, mientras se llega a un acuerdo sobre un cese del fuego entre el Gobierno y las facciones restantes, a ser gestionado por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
 
Puede decirse que actualmente Estados Unidos y la Federación Rusa combinan la acción militar y la diplomacia para llegar a una transición política, pero este proceso está condicionado por un conjunto de problemas muy difíciles de resolver, que son políticos, humanitarios, y consecuencia de la radicalización de la población siria, en un país dividido étnicamente donde los sunnitas son la mayoría y no controlan el poder, en manos de Al-Assad y de los alauitas que son una minoría, y donde los kurdos han extendido su territorio, en un Estado fragmentado y muy lesionado económicamente por la guerra civil y la intervención extranjera.
 
La realidad actual se caracteriza también por violaciones masivas de los derechos humanos por ambos bandos, la presencia de organizaciones que controlan parte del territorio como Al-Nusra y EI que no pueden ser parte de una negociación, y están empeñadas en crear un Estado Islámico fundamentalista. Son vulnerables, pero también lo es el Gobierno central, pues aunque Al-Assad no esté vencido militarmente, su situación estratégica se mantiene gracias a la colaboración de fuerzas iraníes, del Hezbolá y de la Federación Rusa. Para Teherán la subsistencia del régimen es muy importante pues su caída significaría la desaparición de un Gobierno muy propicio a sus intereses, que además le otorga seguridades que Hezbolá continuará desplegando miles de cohetes hacia Israel y que no se pueda formar ningún Gobierno en el Líbano sin su consentimiento. 
 
IV. El 13 de noviembre una serie de ataques terroristas golpearon a Francia y cambiaron la situación existente. Su presidente François Hollande lo llamó el episodio más sangriento desde la II Guerra Mundial y la calificó como una “declaración de guerra”. Habrían sido organizados por el belga-marroquí Abdelhamid Abaaoud y protagonizados por musulmanes franceses (siete murieron en la acción), algunos con antecedentes de haber luchado junto a EI, que tomó la responsabilidad por estos actos sanguinarios y clamó en forma amenazante “sólo es el comienzo”. Sus objetivos pueden haber sido: vengarse de la acción militar de Francia que participa en la coalición contra el califato, lesionar el sentido de seguridad de Francia –y de Occidente en general– demostrando que sus acciones no se limitan al Medio Oriente, alentar la islamofobia y atraer a nuevos reclutas a sus filas. Estos actos terroristas agravaron los problemas derivados del éxodo de refugiados hacia Europa y las tensiones entre los musulmanes y lo que no lo son.
 
El presidente francés respondió duramente y prometió una réplica intensa: solicitó al Parlamento la extensión de un estado de emergencia y enmiendas a la Constitución sobre “poderes excepcionales” y “estado de sitio” para mejorar la capacidad para luchar contra el terrorismo, comenzó una intensa búsqueda policial de presuntos terroristas en Francia y Bélgica (el 18 de noviembre en una acción policial en París murió el principal responsable y otros ocho fueron detenidos), solicitó la ayuda de sus socios europeos, amplió su cooperación de inteligencia con Estados Unidos y aumentó su acción aérea contra EI atacando reiteradamente a la ciudad de Raffa en Siria, coordinando sus acciones con Moscú, otro de los países dramáticamente afectados por las recientes acciones de EI.
 
Por su parte, el 16 de noviembre en la Cumbre del G20 el presidente Obama enfrentó un creciente escepticismo acerca de sus acciones para enfrentar a EI. Sin embargo, el ataque terrorista parisino no modificó sus puntos de vista sobre la manera de enfrentar a esta organización, pues reiteró que su plan consiste en debilitarlo y contenerlo por acciones aéreas y asistir a las fuerzas locales. Negó la posibilidad de ir más allá, aclarando que si su ejército se desplegara sobre Mosul, Raqqa o Ramadi, temporariamente vencería a EI, pero sería una repetición de experiencias negativas ya vividas (guerras impopulares que no aseguran un resultado). A su criterio, la victoria ante los grupos terroristas, requiere que las poblaciones locales rechacen su ideología, salvo que Estados Unidos esté preparado a ocupar permanentemente a los países involucrados. Rechazó que haya desestimado a EI, subrayando que su amenaza no es su sofisticación ni las características de sus armas, sino su ideología criminal y su decisión de morir por ella. Argumentó que la acción militar de Estados Unidos y sus socios debe ser parte de una estrategia más amplia desplegada por mucho tiempo, y que los países musulmanes no deben permitir que las mezquitas, los imanes y los grupos para militares apoyen al extremismo y una perversión virulenta del islam, mientras los musulmanes moderados necesitan redoblar los esfuerzos, para que prevalezca una visión del islam más tolerante e inclusiva. También criticó la posición republicana contraria al ingreso de refugiados sirios en Estados Unidos, pues significaría igualar el tema de los refugiados con el terrorismo.
 
Es indudable que lo ocurrido en Francia hace necesario reforzar la lucha contra el terrorismo islámico y prevenir sus ataques, y actuar eficazmente contra EI, no porque se esté luchando contra el islam en una guerra de civilizaciones sino por la necesidad de vencer a un actor no estatal, que trata de presentarse como un Estado interpretando un culto de la muerte en acciones asimétricas, aprovechando la existencia en Medio Oriente de Estados fracasados, de un enfrentamiento creciente entre el radicalismo sunnita y el radicalismo chiita, y donde Irán y Rusia tienen sus propios intereses geopolíticos.
 
Un arreglo diplomático en Siria sería un paso adecuado. Pero es un proceso difícil porque no existe una sociedad civil propiamente dicha, ni partidos políticos organizados, ni una cultura ni instituciones democráticas que permitan una convivencia pacífica entre sus habitantes, consecuencia de haber estado por decenas de años bajo una dictadura absoluta y un Gobierno totalmente corrupto. Además, un proceso de pacificación va a necesitar la presencia de fuerzas multilaterales en el terreno, separando preventivamente a las partes en pugna y asegurando el cumplimiento de lo acordado. Puede decirse que el problema central se vincula más que con la respuesta acerca de quién va a tener el poder en Siria, con el interrogante de si va a existir un país para ser gobernado.