Coloquio

Edición Nº3 - Enero 2011

Ed. Nº3: Ciento cinco años de relatividad

Por Abraham Skorka

Acerca del diálogo ente la religiosidad y la ciencia

En 1905 publicó Albert Einstein (1879-1955) en los famosos Annalen der Physik una serie de artículos decisivos que  ayudaron a cimentar las nuevas ideas y concepciones en las teorías fundamentales de la física del siglo XX. Por un lado, con sus estudios de los movimientos brownianos y de la difusión en líquidos, aportó elementos sustanciales a la demostración de la composición molecular de los mismos. 

Luego sugirió una concepción heurística (término utilizado por Einstein en el título de su trabajo, que significa: solución no rigurosa pero instigadora de nuevos avances) acerca de la composición cuántica de la luz, explicando el efecto fotoeléctrico mediante la suposición de que la luz se halla constituida por fotones, por el cual recibió el premio Nobel en 1921. Por  último, dos trabajos en los que desarrolló la teoría de la relatividad restringida y una de sus inmediatas consecuencias, que la masa es energía y la velocidad de la luz al cuadrado la constante que relaciona entre ambas, sugiriendo la medición en sustancias radiactivas para comprobar la validez de esta fórmula.

La relatividad del tiempo y del espacio sugerida por Ernst Mach (Die Mechnik in ihrer Entwicklung – historisch kritisch dargestellt, 1883) e intuida por Jules Henry Poincaré (Les principes de la physique mathématique, 1904), recibió una expresión matemática y presentación conceptual magistral en los trabajos de Einstein. Unos años más tarde desarrolló la teoría general de la relatividad con cuyas fórmulas se cimentó la cosmología relativista. 

Por primera vez en la historia, encarar filosóficamente el tiempo y el espacio demandaba enfrentarse a los conceptos de medición, interferencia del observador en las mediciones, la simultaneidad de los acontecimientos y, por último, a las enmarañadas fórmulas tensoriales.

El espacio y el tiempo comenzaron a ser los componentes de una nueva geometría, ya no tan simple como la de Euclides a la que estábamos (estamos) acostumbrados, sino la de Riemann.

Las fórmulas permitían especular acerca de la forma del universo y de sus características. Se pudo comenzar a escudriñar en todo el cosmos para arrancarle algunos de sus secretos. Einstein mismo reveló que se hallaba a la búsqueda de los planos del Arquitecto de la gran creación.

Tanto expertos como el simple espectador letrado que se va enterando someramente de los avances de la ciencia quedaron extasiados con esta teoría. Comenzaron a proliferar los libros que trataron de explicarla en términos sencillos, ilustres genios (el propio Einstein, Bertrand Rusell, Max Born, etc.) así como meros aficionados dieron sus aportes al respecto. Pero, tal como expuso magistralmente Ernesto Sabato (que antes de dedicarse a las letras transitó por la Física), una vez desnudada la teoría de su aparato matemático para su divulgación, deja de ser la relatividad (Uno y el Universo, Ed. Seix Barral, 1995, página 38). Son las ecuaciones las que nos brindan el verdadero mensaje, ¡pero lo hacen de un modo tan sutil, tan abstracto! Es como si Einstein, cual uno de los místicos de antaño, le hubiese arrancado un secreto al Creador. Pero al igual que en los textos cabalísticos, lo metafórico supera lo simplemente comprensible. El sentido común se vio avasallado por esta teoría y por la Mecánica Cuántica. La simple visión mecanicista de la naturaleza, desarrollada magistralmente en los siglos XVIII y XIX, había recibido un sustancial embate y nuevas cosmovisiones debían buscarse.     

Al mismo tiempo, como suele suceder con todas las cosas, la fantasía y la inexactitud superaron a la realidad. Se propaló la idea que la hipótesis subyacente en la teoría era que todo es relativo. Error craso y grosero, ya que lo que la misma pretende es justamente hallar la expresión matemática absoluta de los fenómenos físicos.

Por otro lado, Phillip Lennard (1862-1947), quien recibió el premio Nobel en Física de 1905 por sus estudios en los rayos catódicos, se opuso furibundamente a la teoría. Sus argumentos se sustentaban más en su ponzoña antisemita que en razones científicas. Miembro activo del partido nazi y nombrado Jefe de los Físicos arios cuando los mismos se hallaban en el poder, solía presentar a la Relatividad como el más destacado ejemplo de la Física Judía, antítesis de la Física Aria. 

¿Cómo percibía el propio Einstein el valor de la ciencia? En su artículo «Ciencia y Religión» (Cuestiones Cuánticas, Ed. Kairós, Barcelona, 1994), escribió: «El conocimiento objetivo nos proporciona instrumentos poderosos para alcanzar determinados fines, pero el último fin en sí mismo, y el anhelo de alcanzarlo, deben provenir de otra fuente. . . Pero el puro pensar no nos sirve para orientarnos en lo relativo a los fines últimos y fundamentales. Precisamente, la función más importante que tiene que cumplir la religión en la vida del hombre consiste, en mi opinión, en ayudar al individuo a clarificar esos fines y valores fundamentales, y arraigarlos en su vida emocional.» Si bien su credo no acepta un Dios personal, sino uno semejante al concebido por Spinoza, entiende el valor de las grandes tradiciones espirituales en la formación de los valores éticos del hombre, aquellas que le dan su sublime característica humana. En tal sentido escribe en el artículo arriba citado: «Los supremos principios en que se fundan nuestras aspiraciones y opiniones nos vienen dados en la tradición religiosa judeo-cristiana. La meta que propone es tan elevada que, en nuestra debilidad, sólo de un modo inadecuado podemos alcanzarla, pero ofrece un fundamento seguro a nuestras aspiraciones y valores.»

El manuscrito del trabajo más importante de Einstein (Die Grundlage der allgemainen Relativitätstheorie, Annalen der Physik, 49, 1916), en el que expone por primera vez en forma sistemática la teoría general de la relatividad, fue donado por su autor a la Universidad Hebrea de Jerusalén en 1925, en ocasión de su inauguración. En uno de los lugares más representativos de la búsqueda humana de su Creador se guarda uno de los manuscritos más importantes que testimonian los logros de la búsqueda humana por comprender el orden y esencia de la naturaleza. Esto nos remite nuevamente a Sábato, en el libro antes mencionado: «Uno se embarca hacia tierras lejanas, o busca el conocimiento de hombres, o indaga la naturaleza, o busca a Dios; después se advierte que el fantasma que perseguía era Uno mismo.»