Coloquio

Edición Nº26 - Octubre 1994

Ed. Nº26: Una novela borgeana y muy judía

Por Leonardo Senkman

Es notable que la literatura de jóvenes escritores como Gustavo Perednik aborda la memoria como acto generador del relato, y como materia misma que les provee un acceso a lo que vamos a llamar enseguida la materia histórica de su ficción. En efecto, “Lémej” se abre con un acto de memoria y de tortura, que irá repitiéndose en cada una de sus tres partes, especialmente en la tercera. 

Hasta hace muy pocos años, uno de los procedimientos narrativos de las jóvenes generaciones literarias en castellano, era el abordaje acerca del presente de los países latinoamericanos, sus problemas y conflictos de identidad, los tan remanidos dilemas que surgían de las realidades políticas, económicas y sociales, y hete aquí que desde hace muy pocos años, hay una pléyade de escritores de la que Gustavo Perednik forma parte, quienes empiezan a preocuparse por el problema de la memoria. No solamente la memoria para recuperar aquel universo desconocido (cuya recuperación es necesaria a fin de entender y ser partícipe de nuestro propio presente) sino esa memoria que le da sentido a una historia que resulta desfigurada e incomprensible. 
 
Con esta introducción vale destacar otro aspecto, que constituye un rasgo genuinamente representativo de la propuesta narrativa de Gustavo Daniel Perednik. 
 
Literatura e historia 
 
Los altercados entre ficción e historia son muy antiguos en el devenir de la literatura. En ellos, la historia aparecía a veces como materia gris y objetiva, como la realidad que debía forjarse con imaginación supuestamente propia de la literatura. Lo literario se definía siempre como lo imaginativo para oponerlo a la historia, entendida como objetividad de datos, de fechas, de circunstancias, y a veces también de personajes y de héroes. 
 
Se decía de este altercado que los verdaderos escritores escribían a pesar de la opacidad de la historia, y que triunfaron sólo cuando eran talentosos narradores, dramaturgos o poetas. La opacidad de aquella historia era dejada en una situación de subordinación, y vencía el fulgor de la imaginación. 
 
Con “Lémej”, vemos que esta supuesta antinomia entre ficción e historia no es tal. Porque si existe una materia a partir de la cual cobra sentido e inteligibilidad la novela de Perednik, esa materia es la historia. 
 
La historia, que se transforma en ficticia en la medida en que vamos avanzando en las tres partes de la obra, y sobre todo en la última parte. Ahora bien, este proceso de ficcionalizar la historia no es un juego de palabras, sino una realidad en la que se encabalga, de una forma muy talentosa, el conocimiento del pasado histórico que exhibe Perednik y que con justicia le ha valido los elogios de María Angélica Bosco y de Jaime Barylko. 
 
Ese conocimiento nutre las páginas de “Lémej” con una propuesta narrativa que no apunta a la reproducción objetiva de la realidad, ni a la recreación objetiva de lo que fue, sino a la invención imaginativa de lo que será. 
 
Desde este punto de vista disiento con mis dos mentados colegas, para quienes el aspecto más interesante de la última novela de Gustavo Perednik está en la recreación de la Viena de la era Guillermina de fin de siglo. Yo creo que la historicidad de “Lémej”, o lo más interesante de la idea de ficcionalizar la historia, está precisamente en las cartas del nazi condenado, escritas en primera persona. No existe allí ninguna pretensión consciente de reproducir todo un período histórico pero, sin embargo, a fuerza de talento narrativo, éste surge con una transparencia ejemplar por medio de cartas de un hijo a su padre. 
 
Entre Borges y Apelfeld
 
Se encuentra acá otra de las características destacables de “Lémej”, que puede sintetizarse en que estamos frente a una novela borgeana. Perednik había mostrado en otros obras suyas la enorme deuda que tiene con el gran maestro Jorge Luis Borges. Esta novela confirma que Borges sigue influyendo, en el mejor sentido de la palabra, en narradores para quienes la historia podría formar parte también de la literatura fantástica, y de la metafísica y la especulación en el sentido más abstracto. 
 
Hablamos de una novela especulativa, en la que desde la historia se especula para desentrañar el futuro, pero donde el ánima que le da vida es la historia que padecen los judíos. Porque “Lémej” es, sin vueltas, una novela muy judía. De judía no tiene solamente el título, ni sólo las peripecias de los protagonistas, tanto víctimas como victimarios, sino que se trata en efecto de un libro que no puede ser leído en otra clave que en clave judía. 
 
Me atrevo a sugerir que hay un cuento que Perednik intentó desarrollar en “Lémej”, un cuento de Borges que creo que está en la marca del acto generativo de su espléndida novela. Me refiero a “Deutsches Requiem”. En él el relator, como se recordará, es un personaje condenado después de terminada la guerra, un verdugo a quien al alba van a fusilar, y evoca a su víctima, David Jerusalem. Para el nazi condenado, el judío, el gran poeta David Jerusalem, forma parte constitutiva de sí mismo. De la misma manera, la Viena judía es constitutiva para la Alemania prusiana que va a invadirla en el Anschluss del año 1938. 
 
Esa es la gran metáfora que de algún modo hallo homóloga entre el personaje que va agonizando en “Deutsches Requiem” y el tratamiento que de Hans von Dóhnanyi hace Perednik. En cuanto a los dos Hans de “Lémej”, están en una dupla permanente que, como señalara María Angélica Bosco, tienen mucho de oposición, pero también tienen mucho de semejanza y de atracción. 
 
Hay una parte del cuento de Borges donde se dice que el mundo está enfermo de judaísmo, el mundo tal como lo percibían los nazis. Pero al mismo tiempo estaban atraídos por ese judaísmo que van a destruir y exterminar. 
 
Este juego diabólico y dialéctico de atracción y rechazo, de amor y de muerte, se da también en “Lémej” entre el nazismo alemán y los judíos de la Viena de fin del siglo pasado y de principios de éste. Viena, constituida tanto por los grandes artistas como por los científicos que son evocados por Perednik con sus nombres y apellidos. Tal como lo ha señalado Robert Wistrich en su libro sobre la Viena judía entre ambas guerras mundiales, resultaría imposible pensar Viena, la Viena capital del arte y de la ciencia, sin judíos. 
 
Además, como está tan bien planteado en esta novela de Gustavo Perednik, la atracción y rechazo de los nazis por los judíos también se revierte como una reacción simétrica, pero inversa, entre ciertos judíos asimilados, que se niegan, que en la Viena de aquellos años se rechazaron. Hay muchos músicos, escritores, grandes periodistas, quienes están muy bien evocados en este libro como para que se deba abundar en sus nombres. Eran judíos que buscaban pasar inadvertidos y deseaban ser fagocitados por aquel mundo que consideraban el gran mundo y el espíritu de la época. 
 
En este juego de oposiciones, no solamente entre los nazis y los judíos, sino entre los judíos que buscaban ser devorados por los nazis, existe un movimiento, una andanada, un ritmo muy interesante en la estrategia narrativa de Gustavo Perednik, en su planteo y en la resolución ficticia de su novela. 
 
Debe señalarse otro autor que también ha influido en Perednik, además del Borges argentino, y es el israelí Aaron Apelfeld. Apelfeld es uno de los escritores más importantes acerca del Holocausto en la literatura contemporánea israelí, para quien es más importante describir lo que ocurrió antes de Auschwitz, que describir lo que pasó en las cámaras letales. La Viena de la era guillermina o la República de Weimar, son más importantes que, según sus propias palabras, los momentos en que los judíos son llevados en los transportes ferroviarios a su destino final. 
 
En esta voluntad de Perednik por rastrear el mal, el mal de la ciencia, de las artes, de la psiquiatría, de la vida civilizada como estaba planteada entre ambas guerras mundiales, y todavía mucho antes hacia fines del siglo pasado, aquí se encuentra uno de los secretos que atrapa en la lectura de esta novela. “Lémej” culmina por cierto con la destrucción y con el nazismo, y con el Holocausto judío, pero las raíces de ambos están muchísimos años atrás. 
 
Hurgar en ciénagas
 
Finalmente, cabe señalar que esta novela no pudo haber sido escrita sino por alguien que eventualmente viviera en Israel, como Gustavo Perednik. Como intelectual argentino radicado en Israel, también siento la posibilidad de ver el proceso histórico vivencialmente. En “Lémej”, tanto los personajes judíos como los personajes nazis logran ser planteados a partir de un distanciamiento, que es simultáneamente temporal y geográfico, el de un autor que intenta describir la historia de seres humanos desde una perspectiva muy particular. 
 
En mi carácter de historiador me ha interesado este distanciamiento que tuvo lugar en algunos escritores que viven fuera de la Argentina, y que producen desde París, Washington, Madrid, y también Jerusalem. Estos escritores producen novelas, cuentos o relatos, y logran una densidad y al mismo tiempo una transparencia que a veces cala en ciertas comarcas y zonas muy hondas. Esta profundidad no acontece sólo porque sean escritas desde una distancia de miles de kilómetros, sino porque precisamente buscan ser templadas por la distancia y por el tiempo para hablar de temas sumamente fuertes, y muy cercanos. 
 
En “Lémej”, un buen ejemplo de ello son las alusiones que tiene la novela a los nazis que se refugiaron en Tucumán en aquellos días. Nada menos que Adolf Eichmann llegó por primera vez a la Argentina por vía de Tucumán en 1950. Esta característica es aludida en “Lémej” muy sutilmente. Ignoro si Perednik así se lo propuso, pero a aquellos que conocemos la historia de los que llegaron a la Argentina prófugos de la justicia, nos resultan sumamente interesantes las alusiones en “Lémej”, nada estentóreas ni vibrantes, pero patentes en la recepción de las cartas que he mencionado, que el hijo Hans von Dóhnanyi envía a su padre Ernó. 
 
En la Argentina, por supuesto, no se escondieron exclusivamente criminales de guerra, sino asimismo científicos y profesores, y técnicos nazis que hallaron refugio inclusive en la Universidad Nacional de Tucumán. Claro que en ella no solamente los nazis hallaron refugio. Por ejemplo, el profesor Rodolfo Mondolfo, de bendita memoria, estudió, enseñó e investigó en Tucumán. Pero no es menos cierto que entre treinta y cinco y cuarenta nazis también vivieron y se escondieron en esa provincia. 
 
Por lo tanto celebro que esta novela intenta valientemente hablar de estas cosas sin caer en el panfletismo de otros textos y de otras películas. Celebro en segundo término que “Lémej” sea un aporte al conocimiento de uno de los procesos históricos que más daño ha provocado al mundo, y no solamente a los judíos. Me refiero a la ideología del nacionalsocialismo y a su desarrollo. Y finalmente, celebro que un autor como Perednik se internó en esas ciénagas del pensamiento, puesto que creo que una de sus virtudes como narrador y como pensador es su capacidad para entender hasta la médula a quienes nos odian y a quienes nos desearon la muerte. 
 
Desde esta perspectiva, es conmovedor en la novela el intento de Perednik de demostrar hasta qué punto, oh paradoja, los nazis necesitaron apropiarse del judaísmo y de los sueños de los judíos, y de su ciencia, la Torá, para llevar a cabo su propio designio maligno. En efecto, vale destacar las escenas en las que en el Beit Midrash se encuentran Meir Friedman con Hans Hórbiger, cuando este personaje quiere estudiar la sabiduría judía con una gran obsesión, como si los judíos tuviesen en sus textos la cifra que les permitiría entender y descifrar el mundo. Se trata de uno de los momentos más intensos y más perturbadores de la novela de Perednik, que mucho he disfrutado.