Coloquio

Edición Nº25 - Octubre 1993

Ed. Nº25: La educación judía familiar: un tema vital

Por Leo Davids

Traducción del inglés: Pedro J. Olschansky

Una de las razones por las cuales la instrucción escolar no equivale a la educación, sino que es una preparación, o un fundamento, para poder educarse, estriba en que en la escuela nos hacen seguir un programa de estudios impuesto por las autoridades que controlan lo que debería enseñarse en base a la tradición y las convenciones; pero esto posiblemente tiene poco que ver con el conocimiento concreto que se necesita más tarde para vivir con sabiduría y ética.1 Esta distinción es importante cuando se considera qué debería enseñarse en base a su utilidad para la adopción de decisiones en la vida real, antes que ser influidos solamente por el contenido histórico o la política de los programas de estudios.

Uno de los elementos que ayudan a esta aseveración es el valor educativo del Bar Mitzvá y del Bat Mitzvá. Si las sinagogas lo permitieran, muchos padres se prepararían para el ingreso de sus hijos e hijas a la adolescencia judía mediante arduos esfuerzos efectuados con el imprentero de las invitaciones, el florista y, sobre todo, el concesionario de la fiesta, dejando la educación judaica del o de la joven en el grado más bajo de prioridad, proveyéndole así el mínimo grado de educación posible para que su hijo o hija desempeñe un “show” aceptable para los invitados. Pero loe dirigentes sinagogales no son estúpidos. Ellos saben perfectamente que tal estafa vacía de contenidos tiene que ser impedida mediante métodos firmes que no permitan que tales minimalistas se salgan con la suya. Es así que las congregaciones sinagogales suelen exigir cursar por lo menos cuatro años en sus escuelas judías antes de aceptar que él o la joven efectúen su ceremonia de Bar o Bat Mitzvá. Pese al refunfuñamiento de los implicados, esta norma da resultados.2 De esta manera el Bar y el Bat Mitzvá se convierten en algo más que un mero acontecimiento festivo, mostrando algo de importancia real para la transición del o de la joven en su paso por la vi da en pos de ser un judío, o una judía, consciente que, de alguna manera fue iniciada/iniciada en el antiguo conocimiento.

Después del Bar Mitzvá, a veces al finalizar el colegio secundario, la mayoría de los jóvenes judíos “se esfuman” por un lapso de alrededor de dos décadas, dedicados a las exigencias de la instrucción universitaria y los comienzos de su carrera profesional. Es entonces cuando reaparecen y se muestran nuevamente interesados en la comunidad judía, o son accesibles por la misma, puesto que ahora tienen hijos en edad escolar. La única excepción a este “alejamiento ocupacional” es la época del casamiento, ya que la mayoría de la gente desea una ceremonia religiosa. ¿Qué sugiere esto en lo que concierne al aprovechamiento estratégico de esta oportunidad única para atraer, o servir, a la mayoría de los judíos entre los 20 y 30 años, o en los primeros años de su treintena?

Pasemos, pues, a considerar al matrimonio como el proceso dinámico que opera en la vida judía a nivel personal (no tanto comunitario), más que como un acontecimiento que sucede apenas en la ceremonia de la boda. Nuestra supervivencia como grupo depende de que haya alguna estabilidad hogareña en lo que atañe a la sucesión efectiva de valores, actitudes y conocimientos judaicos a cada generación que se va sucediendo. Pero acaece que tenemos grandes dudas en la actualidad tanto acerca de la estabilidad o durabilidad de las familias judías, como de la sociabilización efectiva de nuestros hijos en el seno del Pacto Judío. Los problemas se presentan en todas partes y nos sentimos espantados ante la asimilación, el matrimonio exogámico sin conversión, el “irse” de la juventud.3 Y esto viene sucediendo pese a gastos masivos (y estadísticas impresionantes) sobre logros educativos en el quehacer escolar, sean el sistema educativo general como el nuestro: el específicamente judaico. Nosotros sabemos trigonometría, historia del arte y literatura inglesa. Quizás hasta sabemos Tanqj y Talmud. ¿Pero sabemos cómo ser cónyuges, o progenitores, judíos efectivos? ¿Quién enseña esto?

Nuestra línea de pensamiento pasa ahora a exponer juntos los siguientes tópicos, de la manera que se pasa a enumerar:

1) La instrucción escolar es deficiente o incompleta si solamente nos apresta para recibir más instrucción escolar o eventualmente nos prepara para desempeñarnos en el mercado laboral, pero no para nuestra vida personal en familia;

2) La educación religiosa tiene que ser aplicada y no apenas teórica, de tal modo que ella guíe las opciones que debamos adoptar en nuestra vida diaria, las decisiones que delineen nuestras vidas y logros;

3) Tal como el valor perdurable del Bar y del Bat Mitzvá dependen de la preparación del mismo, de lo que uno aprende de judaísmo en los años preadolescentes (con el paulatino acercamiento del Sheló Lishmá al Gran D£a de la ceremonia), igualmente la boda judía construirá nuestro futuro colectivo solamente si se la prepara para eso, si conduce a constituir un sólido hogar judío erigido sobre el conocimiento y la habilidad, la pericia para comunicarse y relacionarse con el cónyuge y los hijos, con una firme decisión de compromiso con la supervivencia de un pueblo judío vital y comprometido, y con la práctica judía;

4) En una época anterior, más simple, la preparación para el matrimonio se efectuaba informalmente, simplemente mediante la observación de cómo hacían los demás judíos y prestando atención al folklore relevante. ¡Pero hoy en día, esta actitud simplemente no da resultado!4

Si dejamos la educación de nuestra vida de familia en manos de los expertos de la televisión, de los colegios secundarios no judíos o de los clubes sociales y deportivos no judíos, pues seremos lamentablemente decepcionados. La instrucción que ellos nos puedan dar quizás resulte útil para afirmar la vida hogareña de una familia no judía, pero ciertamente que no va a fortalecer nuestra capacidad para mantener judías a nuestras familias. Los mensajes generales sobre el matrimonio y cómo ser buenos padres que uno puede recibir de los medios masivos de comunicación social o de las instituciones de la sociedad general, no toman sus parámetros precisamente de Jerusalem. De modo que si estamos interesados en promover la continuidad judía, debemos dar a los nuestros Educación para la Vida Familiar Judía tomada de nuestras propias fuentes y ofrecerla en todas nuestras instituciones, sean escolares, socio-deportivas, etc., etc.5  Esta es una misión harto central y delicada para nosotros como para ser dejada en manos de otros. Debe ser imprescindiblemente una tarea emprendida desde nuestro propio punto de vista y en apoyo de nuestros propios objetivos, o la Educación para la Vida Familiar Judía puede llegar a ser un elemento capaz de debilitar más todavía la vida judía y por ende constituir una amenaza adicional a nuestro porvenir colectivo.

La Educación para la Vida Familiar Judía no es apenas un sueño hermoso, sino que ha estado operándose durante muchos años si bien a pequeña escala. Los programas descriptos en el volumen de Alper, en la nota al pie de página N°5, y otros llevados a cabo en muchos otros lugares, han demostrado la viabilidad de muchos enfoques prácticos al respecto. Con estos mismos objetivos puede hacerse muchísimo más.

Hasta las últimas décadas, la necesidad de una Educación para la Vida Familiar Judía nunca ha sido tan grande ni tan obvia. Ahora, nuestra existencia futura quizás dependa de afrontar apropiadamente este desafío. Los programas de estudios judíos no deben enseñar solamente sobre, digamos, Maimórvides, sino también sobre el matrimonio en la vida cotidiana; no solamente cómo celebrar la festividad de Pesaj sino cómo ser padres adecuados. Ningún otro podrá hacer esta tarea por nosotros, sino que ella está destinada “para nosotros y nuestros hijos, para siempre…” (Deuteronomio XXIX:28)

 


Citas

1 Ver S. Matz ner-Bekerman, The Jewish Child: Halakhic Perspectives, Nueva York: Ktav, 1984, capítulos 8y 18; Jewish Education Worldwide, editado por H. S. Himmelfarb y S. Delia Pérgola, Lanham (Md.): University Press of America, 1989, págs. 3 y 4; Paul Bergevin, A Philosophy for Adult Education, Nueva York: Seabury Press, 1967, págs. 8 a 11 y 161.
2 Una revisión histórica de tales parámetros educacionales y su impacto, puede encontrarse en Stuart Schoenfeld, «Folk Judaism, Elite Judaism and the Role of the Bar-Mitzvah in the Development of the Synagogue and Jewish School in America» en Contemporary Jewry vol 9, N°1 (Otoño/Invierno 1987-88), págs. 67 a 85, especialmente en las págs. 72 a 78; ver los atinados comentarios al respecto de un educador veterano en H. H. Donin, To Raise a Jewish Child, Nueva York: Basic Books, 1977, págs. 113a 116.
3 Aunque estos desafíos no necesitan ser aquí documentados, cabría con todo recomendar otro enfoque sobre el tema en Highlights of the CFJ National Jewish Population Survey, por A. Kosmin y otros, Nueva York: Council of Jewish Federations, 1991. Se trata de un informe estremecedor.
4 Véase S.R. Laycock,Famí/yLwíng and Sex Education (segunda edición)Toronto: Mil-Mac Publications, 1978 (reimpreso), páginas 25,37 a 39,132 a 134; L. Davids, «The Canadian Jewish Population Picture: Today and Tomorrow», en Canadian Jewry Today: Who’s Who editada por E. Y. Lipsitz, Downsview, Ontario: JESL Educational Products, 1989, págs. 52 a 59.
5 «Introduction» de J. P. Alper, editor, a Learning Together: A Sourcebook on Jewish Family Education, Denver (Colorado): Alternatives in Religious Education, 1987, especialmente las páginas 1 a 7. También verlos repetidos llamados en pro de una adecuada Educación para la Vida Familiar Judía en D. Blankenhorn, S. Bayme y J. M. EIshtain, Rebuilding the Nest, Milwaukee (Wisconsin): Family Service America, 1990, en las págs. 112 y 113, y 256. Mi contribución a la colección Alper que se acaba de citar es el capítulo 36, páginas 309 a 312; se describe allí el programa para parejas casadas en el que he estado involucrado desde 1970, el cual está patrocinado por las sinagogas ortodoxas de Toronto.