Coloquio

Edición Nº24 - Octubre 1992

Ed. Nº24: Itzjok Leibush Peretz

Por Iosef Okrutny Z’L

Traducción del idisch: Gerszon Rawin.

A los 75 años de su muerte

Toda una literatura ha sido creada ya sobre Peretz. Año tras año es frecuente fundamentar nuevamente la grandiosidad de su significado, resaltar su obra —y la fuente es de no agotar—. La personalidad de I.L. Peretz es tan rica y a la vez tan variada en imágenes, que no es posible encuadrarla en tales o cuales significados. Así como el rayo solar no es estático, no es rígida la penetrante luz del espíritu de Peretz. 

 Sí es admisible, diríamos, todo lo contrario: su espíritu no cesa de pulsar, no cesa de vibrar. No sólo al Peretz al gran artífice de la prosa y al dramaturgo debemos volver una y otra vez. En estas circunstancias se trata del Peretz como vate cuestionador en sus cuentos y en su poemario dramático. Tampoco es de olvidar a Peretz como peculiar publicista. Todo lo contrario: debemos recordarlo con más frecuencia, más aún teniendo en cuenta que es un caso único en la literatura idish. Y Peretz el lector, Peretz el exigente, combativo hombre público, nos eleva también espiritualmente —aún hoy—en el desierto de nuestros tiempos anti-humanos y anti-judíos.

Años y años volveremos a dirigirnos a Peretz y será él una fuente refrescante para nuestras impredecibles y elementales fuerzas sociales y morales. Porque de Peretz tenemos siempre para aprender. La personalidad de Peretz no puede ser encuadrada en medida estereotipada alguna. Fue guía en su generación y es también ejemplo válido como mentor para las generaciones venideras.

En todos los planos de su creatividad es Itzjok Léibusch Peretz la personalidad combativa. Hasta el artista en él es combativo, movido por una inquietud incesante. Cuestiones de judaísmo, de vida judía entre los pueblos del mundo; los males en el campo de la justicia social presentes en la masiva pobreza y en la represión política, dominan su mente y su ánimo. Es sombría también la atmósfera en los tiempos de Peretz. El cuerpo y alma judíos están cubiertos de nubarrones por doquier; las borrascas los abofetean con alas de maldad. El absolutismo zarista, conformado por una salvaje camarilla imbuida de odio antijudío, hace que los golpes recibidos sean más feroces. Dominan en el ambiente el grupo de los «Cien Negros», están en curso la difamación del «crimen ritual «y el boicot, y es en esta obscuridad que se pone de pie el renacimiento nacional y cultural entre los judíos oprimidos. ¡Nos quieren ahogar en sangre y nos fortalecemos como pueblo, obligados por la necesidad! Surge el iluminismo por una parte, levanta su cabeza la asimilación por la otra y en este medio hacen oír su voz las masas judías. En la plenitud del medio exterior cambiante se enciende la llama del combate contra el oscurantismo imperante entre los judíos y la lucha también con el arrogante y rastrero servilismo. Lo esencial en Peretz es la lucha con el oscurantismo; combate con la fuerza de sus nobles y persuasivos medios.

Tampoco es de negar: distintos estados de ánimo movilizan y aguzan su mente, alumbran su corazón; así como son capaces también de abatirlo. Y Peretz lucha con sus contradicciones interiores. Por supuesto, Peretz lo observa todo. Peretz siente en profundidad; Peretz es «todo oídos» por lo que le sucede a la judería en general, y el compromiso lo reclama.

Peretz, el artista multifacético de la vida y la creación, debe ser estudiado, investigado y no hay que cesarla profundización de su obra y de su nada común individualidad intelectual.

Inició su creación en idioma polaco y en ruso; escribió en hebreo, debutando, como escritor, en hebreo. Pero el idioma idisch se transformó para Peretz en un ideal, debido a su amor por el pueblo que se ahogaba en la nebulosidad de la ignorancia. Al comienzo significó para él el camino común del Huminista (maskil), cuyo anhelo es ilustración, educación para el pueblo: más tarde se transformó para Peretz en una idea esclarecida: Idisch es un idioma nacional, el idioma del pueblo que tampoco debe olvidar el idioma de su libro sagrado, el hebreo. Peretz lo explica en muchísimas de sus exposiciones públicas escritas y orales.

Por cierto en sus comienzos Peretz el escritor fue un «Meshorer» (poeta hebreo); uno de los «Baalei Asefot» (su compañero en esta senda fue su suegro Gabriel Iehudo Lyjtenfeld). Juntos publicaron en 1877 un librito «Sipurim Veshirim Shonim». Y cuando pasa a escribir en idisch, no lo hace «por el pueblo que habla «yargón del yargonen land»», le confiesa en una carta a Scholem Aleijem en 1888. Se trata todavía del Itzjok Leibusch Peretz del pequeño «shtetl» (pueblo) aun cuando ya entonces asoma en él la chispa del futuro maestro. Es entonces, como más tarde, que incluso pensando en el lector, piensa en el lector «de mayor nivel». Podemos decir que fue y siguió siendo un individualista, aun cuando Peretz el pragmático no perdió nunca de vista a las masas y sus necesidades en todo lo relativo a educación y literatura.

Es cierto que cuando Peretz estaba alejado todavía del ambiente literario, no sustentaba una posición iluminista frente al idisch:

«No tengo el derecho de acusar a aquellos que abandonan nuestros idiomas (en plural: idiomas), porque no toda persona tiene la gracia de ser patriota y dedicar su tiempo al amor por el pueblo; y si una persona se ve obligada a desarrollar sus conocimientos en otro idioma, estamos muy lejos de exigirle que se haga de tiempo y tenga posibilidades de leer en idisch. Si pretendemos del pueblo que conozca su idioma, en tanto que los santurrones lo conocen porque todas sus necesidades están cubiertas por este idioma, tenemos que preparar el idioma de manera que satisfaga también todas las necesidades del iluminista… Según el conocimiento de las ciencias, en estos tiempos, es muy fácil comenzar a preparar para el pueblo los libros de ciencia en todos sus dominios y ramas. Si mi condición económica me lo permitiera (mis ingresos han mermado mucho y no me alcanzan para vivir), me procuraría libros hebreos y lo materializaría. Hace tiempo comencé a escribir tales obras y me siento especialmente preparado para proveer libros sobre psicología, o sociología y quizás también física». Esta opinión respecto del idisch responde al año 1888. Es entonces todavía fuerte su posición en favor del hebreo, en tanto que en 1886 tenía una clara posición positiva hacia el idisch; posición que está expresada en su poema hebreo «Beneguinat Hazman» (Cantos de nuestro tiempo) publicado en el «Haasif». Dice este poema: «Escritores, hermanos míos, no tomen a mal si el idioma de Beri y Schmerl me es caro y no tildo con desprecio su idioma como el idioma del tartamudeo. De sus bocas escucho el idioma de mi pueblo… el idioma de los judíos de la diàspora, el idioma que es eterno testimonio de la sangre derramada, de atrocidades y catástrofes… en el idioma están ocultas las lágrimas de nuestros padres, el grito de dolor de muchas generaciones: el veneno y la amargura de la historia». Un espíritu de incesante inquietud tiene lugar en el alma de Peretz y esta inquietud moviliza tempestuosamente sus humores, sacude su ánimo. Si se trata de principios, Peretz se mantiene firme como el acero; se habla aquí de principios éticos y de justicia. A este nivel Peretz es todo prédica, exigente y arrollador. En lo individual es todo poeta, casi siempre sujeto a su estado de ánimo, que es por naturaleza cambiante, variable. Peretz es puro pathos, y cuando encuentra el camino hacia el idisch lo reconoce como el idioma incuestionable del pueblo y su única lengua; aún en los momentos más íntimos reclama el reconocimiento del idisch. Lo hace también en «A la dama del mar», que llama la atención a todos los investigadores de Peretz (¿A quién se refiere? ¿Qué significó en su vida íntima?) y se lo reprocha en su carta (verano 1911): «¿Por qué no el idisch?». Desde lejos le escribía en idisch y por lo visto ella le contestaba en polaco. Dicho sea de paso, que su evolución en favor del idisch Peretz la experimentó con suma rapidez. Ya en 1889 formuló claramente su programa respecto del idisch con estas palabras:

«No veo al yargón como una herramienta de segunda y tampoco como una intermediación pasajera. Quiero que se convierta en un idioma y para ello debemos acrecentar, multiplicar sus tesoros y agregar en cada instante nuevos vocablos para que el escritor no diga: me es estrecho este ámbito». Que el ámbito del idioma idisch no era estrecho lo demostró raudamente el mismo Peretz con su enjundioso arte al expresar profundas vivencias y grandes ideas que tomaron forma en sus «Cuentos populares «y «Jasidisch» (Jasídicos): rico en colorido idiomático y fecundo en pensamiento apareció Peretz investido del idioma popular y el pueblo lo recibió con cariño sincero y con gratitud.

Que Peretz fue y es la corporización del amor por el idioma materno, el idisch, lo demuestran no sólo sus creaciones en este idioma, sino también su histórica intervención en la «Conferencia del idioma» de Chernovitz en el año 1908. «Ya no queremos seguir desintegrándonos y sacrificando un trozo a cada Moloch: Un pueblo judío; su idioma es el idisch».

Largo tiempo resonó cual trueno el multifacético programa de Peretz respecto del idioma del pueblo judío. Exigió todos los derechos para este idioma y su voz resuena aun hoy claramente en nuestro tiempo, la voz de Peretz como el legítimo oficiante.
Itzjok Leibusch Peretz tuvo su influencia en una época rica en contenido: rica en cuanto al surgir de la cultura laica judía y «rica» en cuanto al florecimiento de la asimilación y de la opresión nacional del pueblo judío por parte del régimen zarista. Las masas judías clamaban por liberarse del oscurantismo reaccionario. Los supuestamente elegidos, los serviles, los contrarios, tendían a que sean los Kejol Hagoim (como todos los pueblos) y para lograrlo hacían lo imposible.

El temperamento de Peretz tuvo un gran campo para la lucha contra los males acumulados que oprimían al pueblo. Su espíritu abrió un horizonte de amplio vuelo. El publicista I.L. Peretz hacía escuchar su voz clamando y advirtiendo contraías iniquidades que se manifestaban ensoberbecidas en los propios medios comunitarios.

El vulgo judío de Rusia y Polonia era entonces empujado a vivir en el oscurantismo. La «Delegación Judía» de San Petersburgo hizo lo imposible y finalmente logró de parte del ministro Vite una declaración que trajera una mejora para todos los ciudadanos. Lo que significó una pequeña apertura para los «supuestos privilegios» y por ende también para los judíos. La dirigencia judía ya había sido engañada múltiples veces y tampoco en esta oportunidad se dio crédito alguno a las promesas —de mejorías y consuelos— por parte de los poderosos zaristas. Con desprecio y desdén se recibieron en los medios judíos las nuevas promesas por parte de los sátrapas zaristas. Peretz se hizo oír entonces con estas palabras:

«Respecto a la situación judía, el «Manifiesto» de Vite es ambiguo… El gobierno tenderá a igualar en sus derechos a todos los habitantes del Imperio. No está fijado el tiempo para hacerlo efectivo, y el ministro Vite, como sabemos por los periódicos, está atorado de trabajo y luego tiene puertas abiertas para la prensa, puertas abiertas para toda la gama de delegaciones ¡casi no duerme…! ¿No suena acaso como si estuviera por llegar el Mesías? ¿Pero, cuándo? ¿Y resolver, ha de resolver la Duma y lo hará seguramente como antes la legislatura polaca; ha de decir: por cierto los judíos merecen la igualdad de derechos, pero se los deben ganar, gratis se bebe el agua y eso tan sólo en los pequeños villorios? Las patillas rituales están cortadas, las barbas las llevan también los rusos, lo mismo que las largas levitas. ¿Debe solicitarse entonces que los judíos recen también en ruso?».


De esta manera meditaba Peretz, en voz alta, respecto de los beneficios que los judíos podrían recibir de las promesas zaristas:
«Ríos de sangre de judíos fueron el resultado de los pogroms en Rusia; en Polonia se espera algo parecido». El movimiento libertario que acababa de nacer recorre las calles en manifestación, con banderas, con lemas. Hay una supuesta comunión entre judíos y polacos; pero Peretz, el verdadero patriota polaco, les tiene poca fe a las masas polacas. Su corazón está abierto a los reales estados de ánimo de la calle. «Se escucha el canto de una manifestación de masas —dice Peretz en sus impresiones—, aparece una bandera roja, se oye un grito: «¡a sacarse las gorras!» y el hombre-masa, por cariño, por alegría y con frecuencia tan sólo por el hábito de obedecer, levanta las manos hacia la gorra y si es cristiano escucha tras suyo: «¡No se saquen las gorras, es una bandera judía, un canto judío!». Y uno de los soplones se acerca a su compañero y le pregunta: «¿Y si atacamos?». «No, somos muy pocos», es la respuesta».

Esto es lo que Peretz escuchó, y el testimonio de Peretz nos es creíble. Peretz, el clásico de la literatura idisch, es aquí el cronista fiel de su tiempo borrascoso, enturbiado por gobernantes insensatos. Este es Peretz, el publicista que clama, que exige. Y necesidades conoció muchas, la necesidad literal de pan, necesidades de libertad espiritual. Palmo a palmo luchó como noble guardián, el vigía que no se aislaba de la sufriente masa popular. Y dice:

 

«Con vosotros está m i corazón. Saciado ha de estar el hambre y luminosa deberá ser su alma. Por sobre todo tiene que ser libre… y cuando mordéis el puño, ruego a Dios porque os afile los dientes y cuando avanzáis para destruir a la vieja Sodoma, mi alma está con vosotros».


Así, de esta manera Peretz combate a nuestra asimilación, a su manera brega por una auténtica literatura idisch, enfila sus dardos contra la prensa bribona y arde de dolor por cuanto el pueblo, su pueblo, es odiado por aquellos hacia los que tiende su hermandad. Pero Peretz, el espiritual literato judío lucha también con sus propias contradicciones interiores.

Peretz, el artista judío, es un capítulo aparte, un gran capítulo que debemos estudiar aun, profundizar en él y aprender del mismo por largo tiempo.