Coloquio

Edición Nº24 - Octubre 1992

Ed. Nº24: El rumbo filosófico de "Davke"

Por Salomón Suskovich Z´L

Traducción del ídish: Biniomen Edelstein

La filosofía es un campo tan amplio, con tantos rumbos, que resulta difícil determinar cuál es el correcto. Los pueblos que poseen una tradición filosófica, ya tienen un camino trazado. Los alemanes se han destacado por su postura idealista, los ingleses por su empirismo, los franceses por su espiritualismo (que contempla al espíritu como la realidad más pura), y los norteamericanos por su pragmatismo. Los que se oponen a las ideas aceptadas o imperantes, también tienen contra quién o contra qué rebelarse. Las ideas falsas sirven como un punto de partida en grado no menor que las ideas correctas. Los judíos no tenían una tradición filosófica (acerca de esto ver más adelante). No había de quién aprender y a quién oponerse. Tuvimos que comenzar desde el principio.

Por cierto que en la literatura judía había ensayistas brillantes que escribían sobre temas filosóficos. Pero, mayormente, eran breves esbozos de ideas, que en ocasiones se distinguían por su agudeza y belleza. Nunca intentaron abarcar un tema filosófico a fondo y exhaustivamente. Había en ellos más poesía que fundamentación. Las ideas esenciales eran tan sólo visiones, fantasías o aproximaciones. Una feliz excepción fue solamente el Dr. Jaim Zhitlovsky.

Davke, al comienzo, se propuso (muy modestamente), llenar este vacío. En el artículo programático publicado en el N°1 de Davke, aparecido en junio de 1949, ni siquiera se mencionó la palabra filosofía. Nos hemos empeñado en aquel entonces en combatir el estado de resignación o desesperanza que dominaba el ánimo y el pensamiento judíos. Y también luchamos contra el llamado a renunciar al mundo, que equivalía al renunciamiento a la emancipación, al iluminismo y al laicismo. Nosotros, por el contrario, hemos prometido bregar por la emancipación, por el esclarecimiento y el secularismo, porque el mundo, la libertad y la verdad, pertenecen también al pueblo judío en grado no menor que a los demás pueblos. Y de ahí, la denominación de nuestra revista: Precisamente, Davke.

Sin embargo, y no obstante nuestra modestia o reticencia, enunciamos ahí la metodología que usaríamos. Es nuestro deseo —escribíamos— que el pensamiento libre inspire no sólo sofismas y sutilezas ingeniosas, o un lenguaje florido, sino la demostración concreta y datos concretos. Por lo que Davke primordialmente iba a estar dedicada al ensayo fundamentado.

Con «demostración concreta» y «ensayo fundamentado» hemos aludido al método puro, que se basa únicamente en la observación y en la experiencia. Aludimos también a la reducción fenomenológica, como lo exigía Edmund Husserl, en el sentido de aislar los fenómenos y las manifestaciones del entorno y captar su esencia. Pero, principalmente, hemos querido subrayar nuestra oposición a toda postura irracional o mística.

Es de imaginarse la pesada tarea que habíamos asumido ya que ¿dónde tenemos los judíos una ensayística fundamentada? En la crítica literaria esto todavía era posible, pero en el universo de las ideas puras, salvo dos o tres excepciones, ni señal hubo de ella. Sin embargo, y no obstante esto, hasta hoy no nos hemos desviado del propósito que nos habíamos fijado.

Cuando apareció el primer número de Davke, un amigo mío, erudito en la literatura del Iluminismo judío (Hascalá), me reprochó por no haber yo manifestado mi visión sobre el mundo y mi adhesión a una determinada corriente o escuela filosófica. Le contesté que, una determinada visión del mundo no es pertinente a la filosofía, porque también un borracho en una taberna tiene su «visión del mundo», y en cuanto a sostener una doctrina o corriente filosófica determinada no quiero comprometerme con ninguna denominación, puesto que para mí es suficiente con un ensayo bien documentado sobre una idea. Por bellas que puedan ser las ideas o los ideales, si carecen de una debida fundamentación, pertenecen más bien a la literatura pero no a la filosofía. Fuimos inducidos a esto por el positivismo lógico, que sostiene que una proposición sólo tiene sentido cuando es pasible de verificación. Con la salvedad de que lo que se da en llamar «verificación», para mí significa «fundamentación». Yo sigo sosteniéndolo hasta el presente.

Este método nos ha obligado a asumir una postura crítica hacia los problemas tratados. Nos hemos esforzado en separar «la poesía de la verdad», el lenguaje florido de la idea pura, e investigar sólo lo concreto o, mejor dicho, buscar únicamente lo concreto. Esto nos ayudó a evitar lo panegírico y a ser, hasta donde sea posible, analítico. Lo cual fue muy especialmente difícil llevar a cabo en relación a pensadores glorificados, a los cuales hemos dedicado números especiales, tales como Filón de Alejandría, Saadia Gaón, Rambam, Iehuda Haleví, Salomón ibn Gabirol, Jasdai Kreshkash, Iehuda Abrabanel, Baruj Spinoza(dos números), Salomón Maimón, Moisés Mendelssohn, Najman Krojmal, Hermán Cohén, Ilenri Bergson, Albert Einstein, Sigmund Freud y Ernst Cassirer.

Nos hemos esforzado en aplicar en toda ocasión en análisis crítico y siempre mostrar también el otro lado de la moneda. Y, conforme a la definición de un amigo, nosotros «demolemos lo que edificamos»…

No suponemos que sea posible un criterio objetivo, pero estamos persuadidos de que la aspiración a la objetividad, es lo máximo que el pensamiento humano puede alcanzar. El hombre comienza su existencia humana mediante la objetivización de sí mismo y de su entorno. Con esto, corta vínculos con el mundo animal: inicia su paso al mundo de la ideas, hasta que queda totalmente dominado por las mismas y ya no reconoce más a los objetos sino a la idea de los mismos; para esto es absolutamente necesaria la objetivización o, mejor dicho, la Verdad Objetiva.

Los números especiales, dedicados a los pensadores judíos, fueron fundamentales para la existencia de Davke. Estos nos ayudaron a concentrarnos en temas especiales y poder realizar nuestro ideal de «ensayos fundamentados». Por cierto que no somos nosotros los que debemos hablar de la importancia de esas ediciones para el pensamiento judío, pero tenemos la certeza y la conciencia de que aquellas publicaciones ocuparían un honroso lugar en cualquier pueblo y su respectiva literatura.

Pero no nos hemos quedado en esto. Una de las tareas de la filosofía fue la de purificar y clarificar conceptos. El primero que lo emprendió fue Sócrates, quien combatía los conceptos falsos y buscaba definiciones claras. En el pueblo judío fue el Rambam (Maimóniaes) quien puso tanta energía para aclarar y esclarecer el justo significado de las palabras y de los conceptos. Y también nosotros -modestamente- nos hemos propuesto la tarea de purificar y aclarar conceptos. De ahí los números especiales de Davke dedicados a los conceptos de la ética, la estética, la metafísica, el alma, la verdad, la historia, la lengua, la libertad, la filosofía, la crisis y (en el número presente) el concepto del Hombre.

No nos hemos satisfecho sólo con los esfuerzos para aclarar y buscar definiciones. También nos ocupamos de brindar la biografía de las definiciones que los conceptos tenían en la filosofía. En consecuencia de ello, tuvimos que ofrecer la historia de cada concepto, de cómo se lo usó y de cómo fue definido. Nosotros lo llamamos «Las teorías más importantes». Esto requería una constante búsqueda e investigación. No siempre logramos conseguir el material necesario, pero no hemos escatimado esfuerzos. Y tampoco aquí no nos hemos desviado de nuestra norma de rechazar la «poesía» y buscar solamente la pura y concreta idea.

Los trabajos publicados, firmados por S.M. Estrin, hacen de introducción a los temas tratados en cada edición de Davke. Estos trabajos sintéticos confieren el carácter específico que Davke ostenta. Dichos trabajos no deben ser considerados como un artículo más, puesto que, en realidad, son trabajos de investigación con una tendencia definida. Se caracterizan por ser concretos, esenciales, e informativos, a la vez que analíticos. Habitualmente son precedidos por una introducción general donde se da el significado del concepto a ser tratado. A continuación siguen los capítulos en los que se investiga la génesis y desarrollo del concepto. La mayoría de estos conceptos se remontan en el tiempo a través de dos mil años, a Grecia, porque siempre debemos comenzar remitiéndonos a los pensadores griegos.

Está por demás afirmar que la finalidad principal fue mostrar el desarrollo de las ideas judías. En las ediciones dedicadas a los conceptos incorporábamos también artículos con la interpretación judía de los respectivos conceptos. De este modo tuvimos artículos sobre «La metafísica de la historia judía», «La filosofía y la lengua judías», «El concepto judío de la verdad», «El libre albedrío en la visión judía del mundo», «Las crisis de las ideologías entre los judíos» y algunos otros.

Consideramos, sin embargo, que nuestro aporte más importante al pensamiento judío, consiste en el hecho de haber incluido el «mito judío» en la esfera del universo de las ideas. Por consiguiente hemos dedicado un número especial al libro del Génesis, del Pentateuco, cuyo contenido era considerado por el Iluminismo judío como una serie de mitos y de leyendas huecas, en tanto que nosotros, hemos considerado sus ideas, como si las mismas fueran puras premisas teóricas. Nosotros consideramos a los mitos algo propio de la naturaleza humana, al igual que lo son la lengua y las fantasías.

En el N° 31 de Davke, publicamos un ensayo que titulamos «¿Existe una filosofía judía?» (el mismo ensayo se imprimió también en la revista «Judaism» de Nueva York). En este ensayo he procurado demostrar que únicamente la filosofía tradicional, con sus prejuicios, puede no admitir que existe una filosofía judía; pero a la luz del positivismo lógico, el modo judío de pensares tan auténtico como el griego.

En el mencionado ensayo, yo escribí: «Nuestra tesis es que no hay diferencia entre las bases de una premisa razonada y las bases de una premisa religiosa. Ambas son conjeturas metafísicas. Así, por ejemplo, se da que la premisa de Platón de que «los objetos son copias de las ideas», como asimismo la premisa bíblica «el hombre fue creado a la imagen de Dios», están construidas sobre una base común». Yo avancé aún más. En el mencionado ensayo escribí que, debido a que el pensamiento judío se ocupaba de fundamentales intereses vitales, ha podido obviar el constructivismo ficticio, como asimismo el convencionalismo perjudicial que ocupan, todavía hasta la actualidad, un importante lugar en la filosofía. Arribé a esta conclusión también gracias a la aspiración de hallar las bases fundamentales de las ideas. Y podría decirse que a esta conclusión llegué gracias al principio de la fundamentación y de la demostración concreta.

Otro problema, que me parecía vital, era: ¿Qué debemos entender como secularismo? Ya en el primer número de Davke publiqué un trabajo de envergadura, bajo el título de «Un intento para una teoría del laicismo». En el mismo indiqué que el individuo está siendo dominado por dos formas vitales. Una es la forma trascendental, por la cual el hombre busca apoyo fuera de sí mismo, y la otra, la inmanente, por la que el hombre procura apoyo en su experiencia propia y directa.

La forma trascendental de la vida, lo hace dependiente de las fuerzas externas, de Dios o de un líder, en el cual debe depositar su confianza. Por la forma inmanente, el individuo depende de sí mismo, de la propia necesidad, como una causa inherente al mismo. Resumiendo: por un lado está la vida religiosa, basada en la fe o en la creencia, y por el otro lado, la vida laica, basada en las leyes naturales panteístas.

Pero también en esto los judíos son distintos. El judaísmo no se basa precisamente, o solamente, en la fe en Dios. Ya Moisés Mendelssohn demostró que en ninguna parte de la Torá hay indicio de pena o castigo por no creer en Dios. De acuerdo a la tradición judía, Dios mismo dijo: «que me abandonen a Mí, pero que sigan observando Mi Torá.» El judaísmo, desde su principio, está luchando, combatiendo al paganismo; es una sorda lucha contra toda fe ciega. Nuestros sabios siempre nos prevenían contra creencias que se oponen a la razón.

Para todos los pueblos, la religión es un asunto privado de cada individuo. ¡Si quieres, cree! ¡Si no quieres, no creas! Esto no es causa suficiente para dejar de ser inglés o francés. En cambio, para los judíos, sólo el creer en Dios es asunto privado de cada individuo. Si quieres, cree, y si no quieres, no creas: esto es asunto tuyo, ¡pero debes comportarte como un judío! Porque también tú tienes la obligación de soportar la carga del judaísmo. Porque, en su esencia, el judaísmo no es una religión, sino un modo particular o específico de vivir. El judío secular, laico, que se considera ateo, está no menos obligado a observar las formas nacionales judías de vivir, como lo está el judío religioso. De esto se deduce como perfectamente natural que también el judío laico acepta las tres bases fundamentales del judaísmo, que son: la circuncisión, el casamiento por el rito mosaico y el entierro en cementerio judío.

La cuestión es, ¿qué lo obliga a respetar estos tres preceptos? ¿En qué consiste la sustancia judía? También para esta cuestión busqué una respuesta. En Davke N° 58 y 59 escribí: Un judío vive en dos mundos: uno biológico, ligado a un lugar y a un tiempo, y el otro, metafísico, ubicado fuera de un lugar y de un tiempo. Un judío no nace apenas en un día y lugar determinados como figura en su pasaporte oficial. Una criatura judía comienza a contar su edad a partir de cuando nació el primer judío. Y todo lo que desde entonces aconteció con los judíos, también aconteció con él.

Generalmente se dice que los judíos existen sólo en el tiempo y no en un determinado lugar. Hay en ello una gran verdad, pero depende de cómo se entiende el tiempo judío. El tiempo judío no solamente es histórico, que perdura o cambia. El tiempo judío es como un mito, que no tiene ni un antes ni un después, y en el cual las fronteras entre el ayer, el hoy y el mañana están borradas, y donde se vive en varias épocas simultáneamente.

Los cultores del Iluminismo judío reprochaban siempre la actitud de los eruditos judíos que no otorgaban importancia a las crónicas y porque no intentaban —como ya lo dijera el filósofo Najman Krojmal— poner orden en el enredo y la confusión de los tiempos cronológicos. Los iluministas no han comprendido que los judíos no precisaban de tal orden secuencial. Por el contrario, si los judíos se hubieran atenido ceñidamente a la secuencia de los tiempos cronológicos, se les había embotado su memoria histórica. Para los judíos, los acontecimientos históricos nunca pertenecían al pasado: siempre eran contemporáneos. El Éxodo de Egipto, los Diez Mandamientos dados en el Sinaí, la destrucción de Jerusalén, la expulsión de España, los pogroms de los cosacos en 1648, son siempre actuales para ellos. Los judíos siempre vivieron simultáneamente en todas las épocas. Este es el concepto judío del tiempo. Esta es la sustancia judía o, como se la denomina hoy, «arma secreta», que hace que los judíos sean el único pueblo que demostró que pueden vivir con y en la eternidad. Porque el pueblo judío es eterno. Porque los valores en los que se basa son absolutos y eternos.

Yo he hecho el intento de fundamentar esta eternidad en mi libro «Las dos fuentes de la Moral». Cuando se dice «valores eternos y absolutos», hay razón para pensar que el que asilo enuncia es un místico o un irresponsable. Porque hoy todo el mundo sabe —y también la ciencia—que todo es relativo, que todo cambia. ¿Cómo es posible, entonces, hablar de valores eternos y absolutos? La respuesta a esta cuestión me costó años de intensa búsqueda. Creo que he logrado fundamentarla (léase mi trabajo «Qué es el Hombre'» en este mismo número de Davke).

Para mí queda en claro, que la humanidad puede subsistir solamente si cree que existen Leyes Morales absolutas que no se pueden trasgredir. Que existe una Verdad Absoluta que no se puede negar. Que existe una Libertad Absoluta que no soporta cadenas. Que existe una Justicia Absoluta, que no se doblega ante ningún derecho escrito. Porque ella es la Justicia Suprema. Porque en cualquier lugar y en cualquier tiempo se debe tener el derecho a recurrir y a valerse del Derecho. Lo antedicho, es también propio y análogo del rumbo filosófico de Davke.