Coloquio

Edición Nº7 - Mayo 2011

Ed. Nº7: De los pueblos y su condición de elegidos

Por Gustavo Perednik

Pocos conceptos judaicos fueron tan tergiversados como el de «pueblo elegido». Desconocedores del judaísmo lo agitaron durante siglos para denunciar de los judíos una supuesta intrínseca soberbia o racismo, y aun hoy en día, la noción de elección es abusada por algunos medios cuando promueven que la peregrina idea de ser elegidos ha generado agresividad en el gobierno israelí.

Recordemos como antecedente al respecto que, en plena Guerra de Yom Kipur de 1973, el embajador soviético en las Naciones Unidas, Yakov Malik, se quejó de que «los sionistas se han presentado con la absurda ideología del Pueblo Elegido». Como es bien sabido, el concepto bíblico de Pueblo Elegido no tiene nada que ver con el sionismo.
También en esto, la mitología medieval que había demonizado a la religión judía, fue desplazada en la modernidad contra el sionismo y el Estado judío.

Por ello cabe informar perseverantemente que la metamorfosis del concepto de «pueblo elegido» hacia un eufemismo que otorgaría a los judíos privilegios o superioridad racial, es sólo producto de una mala intención que oculta los cuatro antecedentes fundamentales al respecto.

El primero, es que las fuentes judías no plantean dichos privilegios. Al contrario, el más criticado de la Biblia de Israel, es el pueblo que la escribe. Y ello porque su elección implica sólo responsabilidades adicionales, y no derechos sobre nadie. La  enseñanza fundamental de la elección es la autocrítica y no la autoglorificación.

El segundo dato velado, es que quien espeta a los judíos arrogarse una elección favorecida, nunca los cita a ellos mismos, sino que exterioriza sus propios estereotipos acerca de cómo los judíos son o se comportan. Las pocas veces que los judíos esgrimen la idea de la elección es simplemente para enfatizar su responsabilidad ética.

La tercera noticia que se saltea es que la elección no tiene nada que ver con el racismo, ya que los judíos son de todas las razas y colores, e individuos de todas las etnias pueden convertirse al judaísmo. Más aún, quien quisiera rastrear las fuentes del antirracismo a su fuente inspiradora, llegaría a los profetas de Israel, y quien hurgase  su primera formulación explícita, descubriría que en el Talmud, por primera vez hace casi dos milenios, se explica que el primer hombre Adán fue uno y único para que nadie jamás pueda aducir frente a su prójimo un linaje superior.

El cuarto dato que se omite olímpicamente acerca del concepto de elección es que éste es, en otras tradiciones (cristiana, islámica, drusa, etc.), mucho más rígido que el israelita, y sin embargo la invectiva se descarga exclusivamente contra la versión más leve del mismo, la judaica.

El cristianismo y el Islam originales se atribuyen la verdad universal que virtualmente no deja lugar para la salvación sino a sus fieles. El cristianismo nunca renegó del concepto de la elección. Lo aceptó sin reservas en su versión original, o bien lo corrigió con el dogma de que la elección había pasado a la Iglesia, «el nuevo Israel, el Israel del espíritu». Por ello llama la atención que quienes escarnecen a los judíos con la ridiculización de la elección, no reparan en que es una idea tan judaica como cristiana o islámica, y por lo tanto podría ser dardo para burlarse casi del mundo entero.
Más aún: precisamente el judaísmo facilita el entorno de pluralidad de religiones, al no exigir del prójimo que se convierta a su religión para ser salvo. Esta flexibilidad se debe precisamente a la tergiversada noción de pueblo elegido.

La afirmación de que el pueblo judío fue designado para cumplir con la Torá y transmitirla, ha obrado históricamente como una barrera contra los más diversos imperialismos que bregaron por someter a todos los pueblos a una misma norma. Así es que los judíos debieron enfrentarse a diversos imperios totalitarios: en la temprana antigüedad, al egipcio, al asirio y al babilónico; más tarde, al griego y al romano; en la época moderna, al alemán, al ruso, al panárabe, al islamista.
En la visión bíblica, la transgresión de los imperios diversos es su intento de homogeneizar a los seres humanos. A partir de este conato se termina o bien en la sumisión a los más poderosos, como en la sociedad esclavista cuyo castigo arquetípico fue el Diluvio, o bien en una civilización tecnocrática que se atribuye poderes sobrehumanos, en la imagen de la torre de Babel.
En la liturgia judía no sólo se rechaza todo dominio, sino que se hace gala de un humilde origen: el de un pueblo de esclavos que deciden liberarse de la opresión. Su lucha liberadora se dirige contra todo avasallamiento que fuerce a los seres humanos a una misma categoría. La elección del pueblo judío es el inevitable corolario de esa contienda.

La elección como humanismo

Cada persona es particular, cada pueblo es único, y no están todos destinados en bloque a creer lo mismo y obrar de igual modo. Cada persona y cada pueblo encontrará ergo su forma de espiritualidad, y entenderá su rol en la historia de una manera que le es única y singular. En ese contexto, Israel fue elegido para conservar la Torá, sintetizada en los Diez Mandamientos. Y respeta los senderos de fe de otras naciones y grupos.

Los relatos del Génesis son una concatenación de elecciones: Abel y no Caín, Abraham y no Nimrod, Isaac y no Ismael, Jacob y no Esaú. El Éxodo lo lleva a términos nacionales: los esclavos israelitas y no la realeza egipcia. Con todo, la elección de uno no implicaba necesariamente la desaparición del otro. Se trataba de otorgarle al elegido un papel central para que con él pudiera hacer su contribución a todos. «Por ti serán bendecidas todas las familias de la Tierra» se le promete a Abraham, el primer patriarca.  Abraham se siente elegido, pero no para someter, sino para llevar a cabo una labor ética que traiga bendición a todos, no a él exclusivamente.

El Pacto de Israel señala el rechazo de dos excesos, etapas en la evolución de la fe. En un extremo, el tribalismo, que supone que cada nación tiene su dios, como dicta la cosmovisión pagana. En el otro extremo, el universalismo, que, aunque parece fraterno cuando plantea una misma divinidad para todos los hombres, concluye implacable cuando establece un solo posible camino para servir a ese Dios, sea el de la revelación o el de la razón.

El hombre es plural. Tiene muchas sendas a su disposición, y formará muchas naciones que contribuyen con su color específico a la policromía humana, y conocerá muchas religiones que forjan un mosaico que debería ser de mutuo respeto y enriquecimiento, y no de «salvación» por la espada o guerras curiosamente «santas».
En una sola ocasión ordena la Torá amar al prójimo (un precepto del que a veces se despoja a la Biblia hebrea), y en contraste, establece una categoría especial del prójimo, el extranjero, para el que se advierte acerca del buen trato que merece, no ya una vez, sino decenas . El cariño hacia el extranjero deriva precisamente de la responsabilidad que acarrea el concepto de Pueblo Elegido.