Coloquio

Edición Nº28 - Agosto 1997

Ed. N°28: Reflexiones sobre la realidad judía contemporánea

Por Rubén Beraja
Texto de la disertación que el presidente del Congreso Judío Latinoamericano, Dr. Rubén Beraja, pronunció en la Universidad Hebrea de Jerusalem en junio de 1997.
1. Señoras y señores, estimados amigos: es ésta una singular oportunidad para exponer ante un auditorio calificado, algunas reflexiones personales acerca de la realidad judía contemporánea. 
 
Debo reconocer que considero un verdadero privilegio esta circunstancia, dado que no es frecuente para un judío latinoamericano intercambiar su visión con prestigiosos académicos israelíes. 
 
Probablemente actividades como ésta contribuyan a construir de manera más sólida y efectiva una corriente de pensamiento de doble vía, que ayude a consolidar el conocimiento y las relaciones entre los judíos israelíes y los judíos de Latinoamérica, acerca de lo cual no resulta exagerado sostener que existe una brecha con tendencia a crecer, la cual constituye una proyección desfavorable para quienes nos preocupamos por una auténtica y activa integración más allá de las distancias geográficas y de las particularidades culturales. 
 
2. Pasando concretamente al tema previsto, es razonable preguntarse cuál es la situación del pueblo judío en su conjunto, en este final del segundo milenio del calendario gregoriano. 
 
En primer lugar podríamos detenernos en una lectura del perfil externo del sujeto en análisis y encontraríamos algunas circunstancias destacables por su importancia, por su magnitud, por su trascendencia histórica y por su proyección hacia el futuro. 
 
El retorno a la tierra de Israel de un vasto sector del pueblo judío y la constitución de un Estado-Nación, constituye la nota saliente de ese panorama en tanto representa un hito sin antecedentes en los casi veinte siglos precedentes y tiene un efecto impactante no sólo en los que personalmente protagonizan esa epopeya, sino en todas las comunidades judías del mundo que de una u otra forma han quedado incluidas, comprendidas, transformadas por el renacimiento nacional judío. 
 
Volviendo nuestra mirada hacia otro hecho prominente, debemos detenernos en la comunidad judía estadounidense que por su número, su desarrollo, el vigor de sus derechos en el conjunto de la sociedad y la libertad con que expresan su identidad, se ha convertido en la larga historia de la dispersión en una comunidad paradigmática, más allá de las falencias y debilidades que son propias de su realidad. 
 
Abarcando el resto de las comunidades judías, el hecho más significativo del presente es el grado de libertad con que en general y en distintas medidas, pueden desarrollar su vida propia, en sociedades abiertas y en una interacción fluida con el resto de la sociedad en cada país, representando este fenómeno una circunstancia que difícilmente se dio en otro momento de la diáspora, es decir, que prácticamente no exista comunidad alguna sometida a opresión, persecuciones o ataques. 
 
Si nos detuviéramos en esta lectura del perfil externo de nuestra realidad, obviamente podríamos llegar a conclusiones erradas, en tanto estaríamos tentados a interpretar que el conjunto antes descripto muestra una realidad ideal que alentaría a prever un futuro aún mejor. 
 
Para no caer en errores o en una visión parcial, resulta entonces necesario tratar de penetrar en la realidad interior del pueblo judío e intentar interpretar en cortos trazos qué es lo que podemos advertir. 
 
En mi visión, creo razonable exponer como primer punto de este análisis el hecho que aún después de más de 50 años de finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Shoá (el Holocausto) constituye la experiencia más traumática de nuestro tiempo y ha sellado con su trágica impronta a las generaciones que la vivieron y a las que la han sucedido hasta ahora. 
 
El debilitamiento de los valores, costumbres, vivencias y tradiciones que por siglos constituyeron el núcleo de la identidad judía, representa el otro factor que incide fuertemente en la realidad interior de nuestro pueblo, generando en vastos sectores una tendencia centrífuga que va trasladando de manera paulatina y creciente a esos grupos fuera del marco judío, sin que ello implique necesariamente la renuncia formal a la condición de tal, pero ineludiblemente debilitando su capacidad transmisora en relación a las nuevas generaciones, convirtiéndose a menudo de ese modo en eslabones estériles de la cadena de continuidad. 
 
El fenómeno antes citado tiene en Israel distinta manifestación en tanto el factor nacional suplanta los vacíos generados por la tendencia antes citada, sirviendo al mismo fin el desarrollo vivencial en un marco mayoritariamente judío; pero aún así son muchos los analistas que expresan su preocupación por el florecimiento de una identidad israelí que va proyectándose muchas veces con pocos rasgos en común con lo que hasta ahora en la Golá (la dispersión de los judíos en el mundo) se reconoce como identidad judía. 
 
A su vez, en Israel y en el mundo los judíos comprometidos con el rito y al observancia de los mandamientos llamados religiosos protagonizan una crisis de diversidad, diferenciación y por momentos de confrontación que marcan otro accidente llamativo en esta definición del perfil interno del judaísmo contemporáneo, comparable con la que a su vez está planteada —en este caso con más intensidad en Israel— entre los sectores religiosos y los no religiosos. 
 
A lo expuesto debemos añadir la fuerte implicancia de que el nacimiento y desarrollo del Estado de Israel hayan estado marcados hasta ahora por la amenaza bélica, por la imposibilidad de convivir en paz con sus vecinos, marcando de ese modo de manera dramática y en muchos momentos trágica, esta página contemporánea y sellando con rasgos propios de esa circunstancia a toda la sociedad israelí, afectando aspectos fundamentales en el plano social, político, psicológico y cultural del nuevo Estado. 
 
En la conjunción de los escenarios antes descriptos se nos muestra una realidad global contradictoria, con hechos extraordinariamente positivos y otros a su vez extraordinariamente negativos, generando su coexistencia corrientes de sentido inverso que a menudo colisionan entre sí, neutralizándose unas a otras y demandando, como resultado de ello, un sobresfuerzo y una sobredosis de energía para alcanzar resultados que en otras condiciones se obtendrían con mucha mayor facilidad. 
 
Buscando un denominador común para calificar nuestro presente, podemos afirmar que desde el punto de vista histórico nos encontramos como pueblo en una etapa de transición, de profundos cambios, que abarcan los más variados aspectos de nuestra condición. 
 
La Golá, en su versión de exilio forzoso, con sus códigos defensivos y el desarraigo propio de un pueblo errante sin opción de dejar de serlo, ha dejado de existir. 
 
La identidad judía reflejada durante siglos en una estructura cultural sacralizada, ha sobrepasado esos límites y aún a riesgo de su debilitamiento ha tomado las más diversas y sorprendentes formas. 
 
La ilusión de siglos —por momentos melancólica y por otros esperanzada— “Leshaná Habáa Beyerushcuaim”, El Año Próximo en Jerusalem— es hoy una posibilidad concreta que demanda y produce cambios en las conductas, en tanto ya resulta más difícil intentar transferir la responsabilidad de convertir la ilusión en realidad. 
 
El nuevo y joven Estado de Israel y su multifacética sociedad, se encuentran buscando las definiciones y caracterizaciones que devienen sólo con el transcurso de los años. Muchas de las tensiones, confrontaciones, dificultades que vive la sociedad israelí no pueden menos que considerarse naturales desde el punto de vista sociológico, atento la complejidad del proceso protagonizado por olim (judíos de la dispersión que se arraigan en Israel) de los más diversos orígenes, con diferentes estados y estadios culturales, con parámetros morales y religiosos diferentes y con experiencias individuales y colectivas también distintas. 
 
Teniendo en cuenta los contrapuntos señalados, insisto que a pesar de las serias tensiones internas que vive Israel, debiera llamar la atención que no sean mayores aún y ello permitiría, a la vez, manejar esos conflictos con mayor perspectiva histórica. Volviendo a los judíos de la Golá, resulta dificultoso describir en pocas líneas el proceso de cambio a que se encuentran expuestos. La existencia de un Estado Judío, es un fenómeno impactante, transformador, con incidencia creciente en los patrones de conducta, modelos de pensamiento, ejes articuladores, paradigmas, del modelo judío acuñado en diecinueve siglos de exilio. 
 
Para todos los judíos de la Golá, aún los que se declaran no sionistas, el Estado de Israel se ha convertido en un catalizador, en un acelerante, en un transformador de su geografía política, de su psicología individual y grupal, de su articulación con el mundo no judío y a su vez con el resto de los judíos.
 
Aún una comunidad autosuficiente y celosa por remarcar su autonomía cultural y política, y su poderío, como la estadounidense, resulta perfectamente aplicable al efecto antes señalado. 
 
Es verdad que, en mi opinión, muchos no han asimilado todos los efectos de esa circunstancia, ni han comprendido que son sujetos o conjuntos sociales en vía de transformación. 
 
Tampoco los israelíes aparecen muy dispuestos a asumir un rol activo en ese proceso transformador de los judíos del mundo. Es verdad que probablemente tampoco tengan tiempo o espacio mental para ocuparse de los otros, pero en mi sensación siento que no ha habido, especialmente en el plano dirigencial, dedicación alguna a esto que considero el núcleo de nuestras perplejidades presentes. 
 
Se escuchan debates, polémicas, proyectos acerca de la modificación de estructuras institucionales, de la vigencia de la Sojnut (la Agencia Judía), de la eliminación de departamentos, pero hay muy poco espacio para analizar lo que nos está sucediendo como personas, como sociedades, y tratar de interpretar nuestra singular experiencia histórica y asumir y prepararnos para las consecuencias. 
 
Tratando de encontrar un parangón histórico, salvadas las circunstancias políticas, sociales y culturales, quizá debiéramos remontarnos a la experiencia del retorno del Exilio Babilónico para tener una aproximación, y sólo eso, al fenómeno que estamos viviendo en el presente, que por sus inconmensurables consecuencias escapa a nuestra capacidad para enmarcarlo o delimitarlo. 
 
Podría decirse que el pueblo judío se encuentra sujeto hoy a un doble movimiento parecido —figuradamente— al del globo terráqueo: traslación y rotación en acción simultánea, que van transformando nuestra propia percepción, nuestra percepción del mundo, nuestro sentido de realidad, nuestro esquema de valores. 
 
3. La experiencia histórica enseña que los pueblos, cuando se ven sometidos a profundas fuerzas transformadoras, entran en crisis y todos sabemos que ello implica dos opciones: amenaza u oportunidad. 
 
Ya expuse precedentemente aspectos de nuestra realidad que dan sustento al concepto de que estamos viviendo nuestra propia crisis. 
 
En la Golá en general —y esto se encuentra respaldado por opiniones académicas de muy respetables figuras de esta misma Universidad Hebrea de Jerusalem— la crisis se vive como amenaza. 
 
Son pocos los que se atreven a preguntarse cuál será el estado de su comunidad para el año 2020. Y cuando responden a ese interrogante —los dirigentes— casi en forma unánime visualizan un futuro desalentador, con la pérdida de vastos sectores comunitarios, reservando una luz de esperanza para aquellos grupos que hagan aliá o para los sectores cerrados sobre sí mismos en base a la estricta observancia religiosa. 
 
Insisto en el concepto “cerrados sobre sí mismos” porque pudiera ser el rasgo diferencial más notorio con relación al resto, siendo su convicción religiosa la base de esa política social. 
 
Volviendo a nuestros interrogantes, resulta lógico preguntarnos también cual será el modelo, los valores, el perfil de la sociedad israelí para ese mismo tiempo, es decir, el 2020. En este caso, conozco que las respuestas pueden ser mucho más variadas, diversas y contradictorias, pero creo que todos coincidiríamos en afirmar que con el devenir de un proceso de paz que —a pesar de sus contratiempos— se hubiera consolidado, la sociedad israelí del 2020 representaría la mayoría del pueblo judío, por efecto de la aliá en esos años y como consecuencia de la disminución emergente de la asimilación en la Golá. 
 
En este caso el concepto de crisis pone el acento en la oportunidad, que emerge naturalmente de la fuerza impulsora de la nueva realidad nacional en construcción. 
 
Otro interrogante lógico: cuáles serán el vínculo, la relaciones, entre los judíos del mundo y la sociedad y el Estado israelíes en el 2020. Si proyectamos las condiciones actualmente predominantes creo que en este campo también debemos hablar de amenazas. En veinte años más, de no modificarse las condiciones actuales se podrían recoger frutos amargos, de cuyo cultivo muchos seríamos corresponsables y los intereses de nuestro pueblo van a ser el principal afectado. 
 
Está claro que me he abstenido de incursionar en detalle sobre el devenir de la sociedad israelí, donde el entrecruzamiento de fuerzas, corrientes e intereses, tiene matices de un jeroglífico muy difícil de descifrar desde afuera.
 
Pero a pesar de ello, deseo detenerme en un aspecto en particular: el lugar que el Estado-Nación como institución, como valor, como logro histórico, ocuparía para ese entonces. 
 
No es exagerado sostener que después de casi 2000 años de opresión política, el anhelo de tener un Estado propio como marco de autonomía nacional, de libertad política, de desarrollo cultural propio, de realización del propio destino, alcanzó una categoría superlativa y una idealización extrema. Todo ello era la reacción natural a las carencias sufridas y a los anhelos postergados. 
 
Sin embargo, creo que el transcurso del tiempo y siempre viendo con optimismo la consolidación de un estado de paz en la región, promoverá un equilibrio relativo entre la sociedad civil y el Estado, llevando a un mayor desarrollo de las instituciones no gubernamentales y a un reposicionamiento del rol del Estado en sí mismo. 
 
Esta referencia expresa con relación a este tópico, encierra una preocupación personal al respecto, en tanto advierto que la burocracia estatal o paraestatal israelí tiene las mismas cargas e inconvenientes que la burocracia de otros Estados y que la veneración del Estado, en sí mismo, por sí mismo, como un fin autónomo, puede llevar a olvidar que cualquier Estado, inclusive Israel, es un instrumento para la libertad, la realización y la felicidad de los pueblos. 
 
4. Pasando a la exposición de algunas propuestas en base a la reseña precedentemente expuesta, me permito recordar lo que identifiqué como el denominador común de nuestro tiempo: la etapa de transición que atravesamos y nos atraviesa, y la consecuente crisis. 
 
Nuestras vivencias como un pueblo no fueron fáciles en el pasado y menos en este siglo. Aún en el contexto de hechos positivos la aceleración de los mismos, el impacto, en nuevas experiencias, generan condiciones que no siempre son las ideales o las mejores para afrontar la realidad. 
 
Quizá ello explique o justifique las debilidades organizacionales, las falencias en materia de planeamiento, la coordinación de esfuerzos, la irracionalidad de los procesos comunitarios, etc. 
 
Probablemente aquellas circunstancias sirvan menos para explicar la abulia, la falta de iniciativas trascendentes y estructurales, que en general domina a la vida judía en la Golá. 
 
Pienso que las épocas de transformación y de crisis requieren como condición básica fundamental un alto nivel de creatividad de parte de aquellos que tienen roles protagónicos. 
 
Creatividad para hilvanar la historia con el presente, el presente con un futuro programado; para recrear paradigmas integradores, vínculos renovados, ideas que prendan en las nuevas generaciones, proyectos que, en el marco de la libertad en que viven hoy los judíos, los lleven a elegir la continuidad en lugar de la ruptura. 
 
Creatividad para enlazar el nuevo fenómeno nacional israelí con las antiguas estructuras de la Golá. 
 
Creatividad para crear condiciones que nos permitan superar las amenazas y atrapar las oportunidades que nuestra realidad presente nos ofrece. 
 
En esta demanda, creo que los intelectuales y los académicos tienen un papel fundamental en tanto en sus disciplinas representan a menudo la vanguardia del pensamiento como contenido y como método. 
 
Luego creo que debemos incorporar el planeamiento estratégico a corto, mediano y largo plazo, local, regional, continental y universal, a fin de desarrollar programas con objetivos y metas definidas para tratar de orientar los procesos en lugar de comentar resignadamente la marcha descontrolada de los mismos, para modificar las tendencias negativas. 
 
5. Abriendo paso a una nueva era: Debilitado el sionismo como ideología motorizadora y descartadas las situaciones de emergencia que puedan dar lugar a cambios en la situación general planteada, considero que están dadas las condiciones para el comienzo de una nueva etapa en el desarrollo del pueblo judío como tal y de la identidad personal de sus integrantes. 
 
Más allá de los perfiles rígidos que les corresponden a aquellos que adhieren a los preceptos sacralizados, existe un vasto sector de la población en el mundo y en Israel ajenos a ese círculo y que están a la búsqueda de concepciones, de respuestas, para los interrogantes que plantea un mundo no solamente globalizado en lo económico sino también en lo cultural, donde las sociedades abiertas implican un intercambio permanente que en general se produce en desmedro de las minorías o de las contraculturas. 
 
El gran desafío que nos ofrece el tiempo presente es cómo transformar el invalorable don, derecho, de la libertad en una fuerza creadora, movilizadora, orientada racionalmente con objetivos y metas acordados en función de una ideología coherente que interprete los reales sentimientos e intereses de las nuevas generaciones. 
 
Es común decir, que vivimos a nivel mundial la era de la inteligencia, la era del conocimiento y eso vale también para los judíos que como individuos o como grupo se involucran y destacan en vastos sectores de la ciencia, de la tecnología y de las artes. 
 
Sin embargo, hay poco desarrollo, menor dedicación y escasa oferta para generar una movilización en el seno de nuestro pueblo y —ahora en particular me estoy refiriendo a las comunidades en la Golá— para involucrarlos en el conocimiento profundo, renovado y enriquecedor de los valores y particularidades de una ciencia judaica, entendiendo por tal el conjunto de conocimientos que en lenguaje y métodos modernos introduzca a la gente en los conocimientos históricos, en los valores morales, éticos, religiosos y les permita construir una identidad judía a partir de las nuevas realidades que este singular período de nuestra historia nos ofrece. 
 
Resulta indudable que el mundo judío tan denso y rico de la Europa anterior a la Shoá, ha perdido vigencia con la destrucción de sus protagonistas; que el que se ha desarrollado en los Estados Unidos y por extensión en el resto del mundo occidental, carece de las fuerzas suficientes para enfrentar los desafíos de sociedades secularizadas y abiertas; y que el sionismo en su formulación original no alcanza para las comunidades establecidas en la Golá como elemento de continuidad. 
 
Asimismo, considero que en circunstancias como las presentes se requiere una alta dosis de coraje y creatividad —como lo dije anteriormente— para traducir el pasado, su lenguaje y sus valores a nuevas formulaciones que tengan vigencia presente y proyección hacia el futuro. 
 
En el contexto antes descripto le otorgo a las Universidades un rol fundamental, en tanto debieran constituirse en centros de estudio e investigación en ciencias judaicas, promoviendo a través de una oferta inteligentemente diseñada, variada, flexible, la participación de judíos —en particular de la Golá, pero no exclusivamente— y generando un nuevo modo de articulación entre el saber y el ser. 
 
Ha quedado demostrado que las iniciativas surgidas de organismos meramente ideológicos no han alcanzado los mejores resultados; más aún, con el tiempo esas actividades han quedado cargadas más de burocracia y sectarismo que de búsqueda de la verdad y el conocimiento, y en ello quizá encontremos la explicación del desinterés de los sectores intelectualmente más ricos de las comunidades para participar en ellos. 
 
Al hablar de Universidades pensaba en primer lugar en las israelíes, pero también las Universidades judías en el mundo pueden y deben desarrollar un rol similar, en articulación con las primeras, en lo que considero que constituirá una modificación del eje participativo de los miembros de las comunidades en la vida interna y en la construcción de una identidad judía, moderna, enriquecida y renovada, siempre a partir de sus propias raíces históricas. 
 
El introducirnos en la era del conocimiento, en el campo de lo específicamente judaico puede constituir la respuesta más simple j a la vez más audaz a los desafíos de nuestra coyuntura, en la que predomina como síntoma general un desconocimiento del núcleo y de la esencia del judaísmo y donde la ignorancia ocupa el lugar que le correspondería al saber. 
 
La capacidad movilizadora de un proyecto de este tipo tendría efectos multiplicadores en todas las capas de la vida judía, abarcando lo israelí y a las comunidades del mundo e involucrándolos en marcos de aprendizaje comunes y consecuentemente en valores, principios y concepciones comunes, es decir, una común identidad. 
 
Común identidad no como reacción defensiva frente a la Shoá, las persecuciones, el antisemitismo, la amenaza bélica, sino a partir del conocimiento, fuente inagotable de nuevos desarrollos y verdadero test de fortaleza y vigencia para un pueblo. 
 
El conocimiento a partir de las fuentes de nuestros profetas, de nuestros sabios, de la riqueza de nuestra historia, vinculado todo ello con el estudio de las corrientes ideológicas sionistas en todos sus matices, resignificándolas en función de las nuevas realidades y de los desafíos que nuestro pueblo enfrenta, a los cuales ya me he referido anteriormente. 
 
Se trata de profundizar en el estudio histórico, sociológico, filosófico y político, sin estereotipos ni slogans vacuos, sino con la vocación de indagar sin sectarismos, de extraer el significativo aporte que todas estas fuentes han brindado a la civilización judía.
 
La puesta en práctica de un programa común basado en lo anteriormente expresado abriría en Israel una corriente intensa de turismo cultural, donde sus participantes incluirían cursos, ciclos, seminarios, como factor esencial de su viaje y redundaría en un conocimiento recíproco que no puede más que enriquecer los resultados perseguidos. 
 
6. Concluyendo y quedando abierto para responder a las preguntas o al debate que eventualmente se planteare, considero agotado el tiempo de las letanías por las riquezas culturales perdidas, considero insuficiente el limitarnos a comentar las carencias de nuestro presente y creo inapropiado resignarnos a los pronósticos que los especialistas proyectan en relación a nuestro futuro. 
 
Creo que este es el momento para la acción, para el cambio, para la construcción de una nueva era, para modificar a partir de nuestra propia acción el devenir de los acontecimientos y para transformar las amenazas de esta época de transición en oportunidades inigualables para sumar al renacimiento político de Israel, el renacimiento cultural que nuestros ricos yacimientos históricos sustentan con fuerza singular, multiplicada por nuestras circunstancias presentes. 
 
Hace cien años Theodor Herzl expresaba: “Si lo queréis, no será un sueño”. Parafraseándolo me atrevo a decir que si lo soñamos con capacidad ejecutiva, será una realidad esta búsqueda de una nueva identidad rica, plena, fuerte y atractiva, como para ser elegida no por un mandato externo sino fundamentalmente como un ejercicio de libertad de cada individuo.