Coloquio

Edición Nº28 - Agosto 1997

Ed. Nº28: Quinientos años de la expulsión de los judíos de Portugal

Por Joseph Eskenazi Pernidji
Traducción del portugués: Pedro J. Olschansky

1496-1996

Vengo de un país cuya formación mucho debe a aquellos portugueses que, como los «judíos de la sinagoga», o —en su gran mayoría— como «cristianos nuevos», trabajaron y batallaron para su progreso, prosperidad y maduración intelectual.

Los sucesos que hoy se conmemoran tienen para mí un significado muy especial. Me siento embargado por una intensa emoción, tanto por ser brasileño como por ser judío, cuyos orígenes portugueses siempre estuvieron presentes en mi historia familiar.

Son raíces maternas afincadas en la Évora del siglo XVI, que brotaron y se ramificaron en el Imperio Otomano, más precisamente en Salónica.

Mis antepasados rezaron sus oraciones en la sinagoga denominada «De Évora», en tierras de Macedonia.

Resulta extraordinario que a pesar de las vicisitudes, de los recuerdos dolorosos de la expulsión, de la violencia de las conversiones, de la sangre derramada y del hedor acre de las hogueras inquisitoriales, preservo en el fondo del alma dulces evocaciones de la vida en Portugal, conservadas pese al transcurso de todos estos siglos.

Sea por la influencia en el lenguaje familiar, por el ritual de las costumbres hogareñas, por los cancioneros romancescos, en estos judíos expulsados y empecinados quedaron impresas en la memoria visiones de otro Portugal.

De un Portugal dulce y tierno, del Tajo y del Duero, de las sierras de Tras-os-Montes, de las playas de Algarve, de los cantares y los olivares, del perfume de las flores y el sabor de los frutos.

Son rememoraciones de abuelos y bisabuelos que poblaron mi infancia, transmitidas a través de generaciones, y a las que debo la irresistible atracción por las tierras y la gente de Portugal.

Más aún, incluso hoy en día yo pertenezco a una congregación judía de Río de Janeiro en cuyos estatutos consta que su liturgia religiosa obedece al rito portugués.

Ruego a todos ustedes que me perdonen esta disgresión personal, aunque considero que ella es en sí misma prueba concluyente del reencuentro que ahora se efectúa.

El edicto de expulsión de los judíos de diciembre de 1496, sus consecuencias, las indecisiones del rey don Manoel, las conversiones forzosas, el establecimiento de la Inquisición, las leyes de pureza de sangre, crearon una clase nueva de portugueses: los cristianos nuevos. Esos que fueron llamados «Gente de la Nación» («Gente da Nafáo»).

Su desenvolvimiento, su diáspora, su destino, nos pone delante de una de las páginas más fascinantes de la historia de los pueblos, que se abre en un escenario inagotable en el cual se movieron los actores de una epopeya extraordinaria.

En lo que se refiere al Brasil, ellos estuvieron presentes desde el Descubrimiento, participaron en su desarrollo y con su ingenio y capacidad fueron un factor decisivo en los ciclos económicos del palo brasil y del azúcar, estableciéndose en el país en gran número desde los principios del período colonial y durante el período holandés. A pesar de las prohibiciones existentes, acudieron al Brasil movidos por esa gran aventura, por su deseo de generarse un patrimonio y también de situarse lo más lejos posible de los tribunales de la Inquisición.

En tiempos del dominio holandés, dada su relativa libertad religiosa, numerosos judíos portugueses procedentes de Amsterdam fueron a Pernambuco y allá fundaron la primera comunidad judía de las Américas, precisamente en Recife, denominada «Tzur Israel». Construyeron la primera sinagoga y el primer rabino que oró en las tierras vírgenes del nuevo continente fue el portugués Isaac Aboab da Fonseca.

Se sabe de ellos y una vasta documentación al respecto quedó registrada y asentada. Pero sobre los cristianos nuevos, la integración de los mismos en las sociedades locales, su rol, su comportamiento, su cantidad, las informaciones siempre han sido escasas. Tenemos en el siglo XVI las «visitaciones» del Santo Oficio a Bahía y Pernambuco, y las denuncias efectuadas en dicho marco nos aportan alguna noticia sobre aquella gente.

En el terreno de las actividades intelectuales, sabemos que grandes nombres jalonaron las sucesivas épocas: Bento Tteixeira Pinto, autor de la «Prosopopéia»; Antonio Fernandes Brandáo con sus «Diálogos sobre a grandeza do Brasil»; y el desdichado Antonio José da Silva, «El Judío», con sus «Óperas» que abrieron las puertas del teatro brasileño.

El testimonio del padre Antonio Vieira ayuda a trazar el perfil de los cristianos nuevos, retratado en sus magníficos sermones y vasta correspondencia en vehementes epístolas en defensa de la «Gente da Napáo», que es la denominación genérica que se daba a los cristianos nuevos, en referencia a la nación hebrea. Así fueron conocidos en los cuatros rincones del mundo; y durante los siglos XVII y XVIII los vocablos «judío» y «portugués» muchas veces se confundían en el ámbito económico y comercial.

La explicación es simple: en el continente europeo los portugueses expatriados, los que vivían fuera de Portugal, eran en su vasta mayoría cristianos nuevos o judíos militantes.

En el Brasil, la verdadera contribución social, económica y demográfica aportada por los cristianos nuevos en el período colonial, comienza a ser develada, aunque apenas vamos conociendo la punta del ovillo. Se trata de la historia que queda por ser contada.

Sin ser un erudito ni historiador, aunque sí como hombre apasionado por la búsqueda de sus raíces portuguesas que desde hace más de cincuenta años se dedica a la lectura, a descubrir historias y documentos, a visitar muchos países en procura de vestigios, marca, señales, y con emociones vividas en cada encuentro con el pasado, yo creo, firmemente, que la mayor, diàspora de los judíos portugueses se concentró en el Brasil, y que una parte significativa de la población brasileña de origen portugués tiene, aquí o allí, una gota de sangre judía.

Donde no accede el académico, se permite al escritor dar libertad a su imaginación para juntar las piezas del rompecabezas, si bien dentro de los límites impuestos por los hechos y la documentación concreta.

¿Adónde estarán los Lopes, los Fonseca, los Cardoso, los Rodrigues, los Pinto, los Mendes, los Gomes, los Costa, los Castro, o los Nuñes, una pléyade incontable de apellidos de cristianos nuevos que figuran como denunciados por judaísmo en los tribunales de la Inquisición, y que se diseminaron al mundo?

Sin duda que en los primeros siglos de esta diàspora mantuvieron estrechas relaciones. ¿Cuáles lazos unieron a los Pinto del Brasil con los de Portugal, Amsterdam, Hamburgo, Salónica?

¿Cómo se relacionaron primos o hermanos llevados por el destino, uno de ellos, sabio rabino, a enseñar el Talmud en Fez, Marruecos, y otro, prelado católico, a dictar su catecismo en Minas Gerais, Brasil?

¿Los Castro que se bañaban en las márgenes del Capiberibe, en Recife, tuvieron relaciones, mantuvieron correspondencia epistolar, con los Castro que contemplaban el Cuerno de Oro en el Bósforo, Constantinopla, o con los que transitaban las estrechas callejuelas de Castoria, en la Macedonia griega?

¿Y en tanto en Italia, en Ferrara una gran dama judía portuguesa, doña Gracia Mendes, patrocinaba las artes, no podría otra mujer, otra Mendes, proveniente de una parentela de Flandes, estar entregada a los quehaceres domésticos en un ingenio azucarero de Pernambuco perteneciente a su marido, un Nunes o un Simóes?

Si podemos distinguir a esos judíos portugueses en los tiempos de antaño, en el Brasil y en Portugal, y también hoy día, sea por sus apellidos, sea por su militancia judía, ellos están como testigos ante la Historia, en el mundo anglosajón, Holanda, Francia, Italia, los países balcánicos, el norte de África, Israel, dirigiendo comunidades y ocupando posiciones destacadas en las letras, las artes, la economía, la política.

Cardoso, Peixoto, Carvalho, Mendes, Pereira, son algunos de los apelativos reveladores.

En Brasil y Portugal, entre tanto, después del decreto de Pombal que prohibió hacer distinciones entre cristianos nuevos y viejos, les perdimos los trazos. Aquellos que se integraron, en gran número, a la amplia sociedad cristiana, a pesar de alguno u otro resquicio curioso o folclòrico desaparecieron de los registros y no hay forma de indagar de dónde vinieron.

Pero en sus apellidos y en las trazas preservadas en los procesos que allá en Brasil quedaron archivados en la Ibrre do Tombo, queda grabada una gran historia. Saltan a la luz del día, palpitan de vida, nos traen el drama del sufrimiento, de la existencia cotidiana, las costumbres, con escenas reales, palpables, que se pueden visualizar, entremezclando abogados, médicos, magistrados, prelados, militares, escritores, simples labradores, curtidores de cuero, albañiles, ebanistas, una multitud de rostros haciendo el Brasil.

Que las sombras del pasado que ennegrecieron la historia de los judíos en Portugal, no puedan ser olvidadas ni se apaguen de la memoria, que no se desvanezcan en este encuentro después de cinco siglos, para que surja la luz del entendimiento, del amor y de la fraternidad.

A los que mantuvieron su fe en lo íntimo de sus almas, en la tibieza de sus hogares, arrastrando obstáculos y vicisitudes, vaya nuestro emocionado homenaje de correligionarios que admiran y al mismo tiempo se asombran por su tenacidad, constancia y persistencia.

Y aquellos con los que convivieron, de otras religiones, otras creencias, que no vean en ellos el producto de una mera obstinación ni de un deseo de mantenerse apartados, sino la prueba viva de que sus almas no se quebrantaron ante la intolerancia y la violencia.

Y que los lamentos y gritos de dolor que se levantan de la Consolacam das Tribulacoes de Israel, del judío Samuel Usque, que se tornó un clásico del idioma portugués del mil seiscientos, y cuyo eco resuena hasta nuestros días, sean amainados en este diciembre de 1996 por la calidez de la amistad y por el fraterno deseo de este Portugal que, a través de su pueblo y de sus principales representantes, busca reencontrarse con los hermanos que otrora quiso expulsar de su seno.