Coloquio

Edición Nº29 - Abril 1998

Ed. Nº29: Primo Levi, entre el horror, la palabra o el silencio

Por Sergio Nudelstejer

En abril de 1987 conocimos la triste noticia del suicidio del escritor Primo Levi. Cuando un escritor se suicida, es difícil no reinterpretar sus libros a la luz de su acto final. Y la tentación es particularmente fuerte en el caso de Primo Levi, ya que gran parte de su obra surgió de sus propias experiencias en Auschwitz. El calor y sentido humano de sus escritos lo habían convertido en un símbolo para sus lectores; en el símbolo del triunfo de la razón sobre la barbarie del genocidio. Sin embargo, para algunos su muerte violenta cuestionaba ese símbolo. En ciertos casos el suicidio de un autor se ve como la conclusión lógica de todo lo que ha escritor o como una contradicción irónica, más que resultado de una tormenta puramente personal.

Primo Levi emergió como uno de los intelectos más incisivos y más francos entre aquellos que experimentaron el dolor del Holocausto y sobrevivieron para narrar todo ello. Sería difícil encontrar a alguien que pudiera exponer el alma y el sufrimiento del hombre perseguido, con mayor elocuencia. Italiano por nacimiento, de familia judía asentada en Piamonte después de la expulsión de España en 1492, y químico de profesión, Levi nació en Turín, una de las más industrializadas ciudades de Italia, el 31 de julio de 1919, hijo de un exitoso ingeniero electrónico. Creció durante los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial en una relativa comodidad que entonces conocía la clase media y en un tiempo en que aquel país no apoyaba ninguna segregación ni persecución.

Se matriculó en la Universidad de Turín en 1937 para obtener su maestría en química. Debido a que entró a la universidad un año antes de la promulgación de las leyes raciales fascistas que, junto con otras restricciones, prohibían que los israelitas en Italia atendieran las escuelas públicas, le permitieron terminar sus estudios. Se graduó con honores el año 1941, pero en su diploma aparecía la frase “di razza ebraica”. Esta fue su primera experiencia personal frente a la discriminación debido a sus orígenes. Como lo revelarían el tiempo y las experiencias posteriores, esta discriminación finalmente fue el catalizador para que Levi emergiera como una de las voces más poderosas y claras que enfrentaron la indignidad, la humillación, la vergüenza y la culpa duradera asociada con la persecución. Fue en 1943, ya durante la guerra, cuando Primo Levi se unió a un grupo de partigiani, que tanto él como sus compañeros esperaban que eventualmente se afiliaría al movimiento de resistencia llamado “Justicia y Libertad”. Pero al término de ese año fue capturado por la milicia fascista y enviado a un campo de detención en Fossoli. Allí estuvo un par de semanas. El 21 de febrero de 1944 se anunció que todos los judíos de ese campo saldrían al día siguiente con destino desconocido. Les dijeron que se prepararan para un largo viaje. Al día siguiente, 650 personas fueron empujadas en 12 vagones y supieron entonces a dónde iban: Auschwitz.

Al llegar, los niños, los viejos y la mayoría de las mujeres fueron “tragados por la noche”. Noventa y seis hombres y 29 mujeres fueron enviados a los campos de concentración de Monowitz-Buna, Birkenau y Auschwitz respectivamente; el resto llevados a las cámaras de gas. De las 125 personas enviadas a los campos de detención, sólo tres regresaron a Italia. Una de esas tres fue Primo Levi. Años después, cuando él ya se había adaptado nuevamente a una vida normal, se sentó a escribir las memorias sobre los 20 meses que pasó en el infierno.

Sus dos primeras obras Si esto es un hombre y La tregua, describen el descenso del hombre al infierno. El primero de los libros, a pesar de su tema, no es una obra desalentadora. Primo Levi no titubea en narrarnos los más increíbles detalles de esa crueldad nacida de la “mística de la esterilidad”, pero tampoco la presenta en tonos oscuros para hacer resaltar su punto de vista personal. Paradójicamente, lo que brota del libro es un sentido del valor del hombre, de la búsqueda de la dignidad mantenida a toda costa: “…Y por primera vez nos percatamos que a nuestro idioma le faltan palabras para expresar esta ofensa: la demolición del hombre. En sólo un momento, con una casi profética intuición, se nos reveló la realidad: habíamos tocado fondo. Ya no es posible sumirse más abajo que esto; ninguna condición humana es más miserable que ésta, ni se puede concebir. Ya nada nos pertenece; se han llevado nuestra ropa, nuestros zapatos y hasta nuestro cabello; si hablamos no nos escuchan, y si escuchan no comprenden. Se llevaron hasta nuestro nombre; y si queremos conservarlo, tendremos que encontrar en nosotros mismos la fuerza para hacerlo, para lograr que tras el nombre algo de nosotros, de nosotros como éramos, aún permanezca”. Primo Levi se convirtió en el prisionero 174517, número que le fue tatuado en el brazo.

Los dos primeros volúmenes de memorias de Levi representan una especie de “Ilíada” y “Odisea” del alma. Lo curioso es que aunque pasaron casi veinte años entre uno y el otro, no existe separación alguna en la continuidad tonal. Resulta embarazoso hablar de belleza literaria cuando se trata de una narración del crimen más grande de todos los tiempos —pero Primo Levi no hizo sino testimoniar relatando su propia vivencia en Auschwitz, en un estilo que le era propio, con un talento del que hubiera sido absurdo prescindir—.

En Si esto es un hombre (1947), la forma y la estructura, utilizando palabras del propio autor, eran de importancia secundaria para registrar sucesos de manera directa y a modo de que jamás fuera olvidado. En sus primeros intentos por explorar el fenómeno de la sobrevivencia, Levi escri-bió principalmente, desde un punto de vista objetivo, desde un punto de vista basado en hechos reales al relatar lo que fue el llegar al campo de concentración, de cómo obtenía uno comida o cómo le asignaban el trabajo, y cómo era uno elegido ya sea para vivir o para morir.

En La tregua, narra el larguísimo periplo que lo llevó de regreso desde Rusia a Italia. Es el libro del retorno, una odisea de la Europa entre la guerra y la paz escrita en 1963. Comienza con la apocalíptica aparición, en un Auschwitz ya abandonado por los nazis, de cuatro jinetes que, recortados contra un cielo de nieve y con ametralladoras caladas, observan cómo Primo Levi y un camarada del campo entierran a un amigo en la fosa común. Son jinetes del Ejército Rojo.

El estilo sobrio, personal, en las obras de Levi, reflejan una mente guiada por el razonamiento y el profundo respeto a la palabra escrita. A través de su énfasis en la claridad, su enfoque desapasionado, y sus correctas observaciones (agudizadas por su disciplina científica), dejó respuestas emocionales a su lectores. Y eso lo hizo, debido a su talento, y no porque le faltara pasión, dolor o frustración. Se dignificó a sí mismo y a los lectores al permitir que los hechos hablaran por sí mismos, y que el lector pudiera experimentarlos e interpretarlos dentro de su propio marco emocional. Como testigo y sobreviviente, jamás se vio influenciado o corrompido por el odio o por la necesidad de venganza. Tampoco trató de provocar odio o una sed de revancha. Su magnanimidad y su integridad moral le dan un mayor valor a sus relatos y trágicas vivencias. Parece un milagro que persona de tan sensitivo temperamento y de tan fino equilibrio intelectual hubiera emergido de la pesadilla de la destrucción y la barbarie, y a la vez preservara la sensibilidad y la mente inquisidora del alumno de química que era antes de la guerra, mante-niendo la sabiduría y la dureza de un sobreviviente que ha visto más de la vida y la muerte que la generalidad de los hombres.

En uno de sus textos expresó: “Hasta el momento en que escribo esto, y a pesar de los horrores de Hiroshima y Nagasaki, la vergüenza de los gulags, la inutilidad de la guerra de Vietnam, el genocidio de Camboya, los ”desaparecidos“ de Argentina y muchas más atrocidades de las estúpidas guerras que hemos presenciado, el sistema del campo de concentración y exterminio sigue siendo único tanto en extensión como en efectividad. En ningún otro lugar o momento ha podido uno ver o vivir un fenómeno tan inesperado y complejo; jamás se han extinguido tantas vidas humanas en un lapso de tiempo tan corto y con una combinación tan lúcida de ingeniosidad técnica, fanatismo y crueldad”.

Este autor tuvo gran admiración por el conocido filósofo y escritor del siglo XVI François Rabelais, a quien mencionaba como “mon maître”. Obtuvo de Rabelais su creencia en que el estado de miseria y sufrimiento podía y debía también contener el potencial para un mundo mejor. Por lo tanto, si el elemento científico pudiera combinarse con el elemento humano, emergería cohesión y armonía y una nueva voz podría ser creada. Fue precisamente con estos conceptos que Levi encontró su propia “nueva voz”, para describirnos una etapa de su existencia que ha marcado dolorosamente a nuestro siglo.

Como escritor, Primo Levi pasó a ser de simple testigo del Holocausto a un gran novelista. Luego de los dos primeros volúmenes ya mencionados, hizo uso de sus conocimientos y talentos para producir: Historias naturales (1967), por el cual obtuvo el Premio Bagutta; Vicio de forma (1971), El sistema periódico (1975), que le valió el Premio Prato; La llave a Estella (1979), ganadora del Premio Strega; Momentos de liberación (1981) y Si ahora no, ¿cuándo? (1982) por la que le otorgaron el Premio Capiello y el Premio Viareggio. Además le otorgaron el Premio Capiello y el Premio Viareggio. También es autor de una obra de poesía, Shemá, y una colección de narraciones breves que integran uno de sus más impresionantes libros: Los hundidos y los salvados (1986).

Su obra Momentos de liberación nos recuerda en cierta forma la novela de Soljenitsyn Un día en la vida de Iván Denisovich, porque ilustra acerca de esa clase de cualidades especiales que necesitan los seres humanos para hacer posible cualquier tipo de sobrevivencia en campos de detención.

El último libro escrito por Levi, Los hundidos y los salvados, arroja luz en relación a su forma de actuar. Mientras Si esto es un hombre. La tregua y El sistema periódico son libros de esperanza, Los hundidos y los salvados es una oscura meditación sobre el significado del exterminio nazi visto a 40 años de distancia. En este libro recuerda cómo los soldados nazis atormentaban a sus prisioneros diciéndoles que incluso si por un milagro lograban salvarse quedando con vida, nadie les creería si llegan a relatar lo acontecido.

En Los hundidos y los salvados Primo Levi describe lo tremendamente difícil que resulta vivir teniendo siempre presentes las memorias del Holocausto. El suicidio es, precisamente, la mayor preocupación de ésta obra. Muchos de los sobrevivientes terminan suicidándose. Le dedica todo un capítulo al filósofo belga Jean Améry, quien había estado en Auschwitz con Levi y que se suicidó en 1978. Señala el propio Primo Levi que cualquier suicidio “está abierto a una constelación de interpretaciones”, pero que él considera que en el caso específico de los sobrevivientes, el origen yace en sus propias y personales experiencias. Para los que vivieron aquella trágica época, “el período de encarcelamiento sin importar cuan largo fuera, es el centro de su existencia por entero”. Y en un pasaje que cita de Améry, Levi nos deja una clave aclaratoria de su propia muerte: “Aquel que ha sido torturado permanece torturado. Aquel que ha sufrido tormentos ya no puede encontrar su lugar en el mundo. La fe en la humanidad —resquebrajada con el primer golpe y luego demolida por la tortura—ya jamás se puede recobrar”.

Pero mientras Jean Améry era un hombre que trataba de desquitarse, de tomar represalias en contra de la violencia, Levi se describe a sí mismo como “una persona incapaz de responder a un golpe con otro golpe”. Respondió a la violencia de Auschwitz dando a conocer la tragedia y su significado. Agudamente sensible al sufrimiento de otros, sentía culpa por no haber podido hacer más por aquellos que a su alrededor sufrieron y murieron en aquella oscura época.

Primo Levi se suicida el 11 de abril de 1987 arrojándose desde el cuarto piso de su casa, rodando por todas las escaleras hasta encontrar la muerte.

Durante un viaje a Italia tuve el privilegio de conocer a este brillante escritor. Fue en jimio de 1986. El propio Primo Levi fue quien abrió la puerta de su departamento en Turín y me invitó a pasar a la sala. Todo el nerviosismo que había sentido esa mañana al saber que iba a conocer al autor a quien había leído tiempo atrás, se disipó. Era un hombre pequeño, con un mechón de cabellos blancos y lentes gruesos. Su mirada inquisitiva y su agradable sonrisa hicieron el tono de nuestra conversación ameno, aunque su contenido serio.

Después de media hora, Levi se levantó para preparar un café y tuve suficiente tiempo para mirar a mi alrededor. La sala en su departamento en el cuarto piso, estaba amueblada con sillas y sofás de “fin de siglo” y con azulejos fríos de piedra en las paredes. Levi, a decir verdad, había nacido en ese mismo departamento el año 1919, y quizá ya pertenecía a su familia por generaciones. Las fotografías en las paredes, las pequeñas estatuas y esculturas en las mesas, el color de los muebles eran todos muy discretos. Y mi atención se enfocó al escritorio de Levi, que daba a una ventana doble entre dos firmes libreros, precisamente detrás de esa mesa de trabajo. Un librero estaba dedicado por completo a obras sobre el Holocausto en todos los idiomas europeos modernos, incluyendo tales como el yidish y el hebreo. El otro librero tenía un entrepaño que guardaba los libros favoritos del escritor. El único elemento incongruente en esa habitación era la computadora sobre el escritorio: era de plástico, mientras todo lo demás era madera, piedra y lino.

Cuando Primo Levi rodó por las escaleras del edificio, nueve meses después de nuestra entrevista, el mundo quedó impresionado. El informe policíaco lo consideró un suicidio, pero muchos de los que lo conocieron y trataron de tiempo atrás, no aceptaron tal veredicto —a decir verdad, rechazaron esa tesis a voz en cuello—. Recuerdo el pasamanos en la escalera. Y recuerdo también el gran entusiasmo de Levi al hablar de su obra y los proyectos que aún tenía. Todos los que lo conocieron han dado testimonio de cómo odiaba él el gesto grandilocuente. Y se han preguntado si no sería posible que Levi, quien recién había pasado por una cirugía menor, aún estuviera medicándose y sufrió un mareo momentáneo al llamar al conserje que recién le había subido el correo, y entonces habría perdido el equilibrio y cayó accidentalmente por las escaleras.

Sea suicidio o accidente, la muerte de Primo Levi significa que una poderosa voz fue silenciada demasiado prematuramente.

Ya en los año 50, después de una nueva edición de su obra Si esto es un hombre, Levi fue aclamado como un escritor de una superlativa literatura del Holocausto. Con sus testimonios subsecuentes y su poesía, ocupó su lugar entre los maestros de las letras italianas contemporáneas. No me cabe duda que con el paso del tiempo, y cuando sus obras se conozcan más, Primo Levi será considerado uno de los grandes autores de la literatura del siglo XX.

Su muerte ha sido, sin duda, una gran pérdida. Mientras vivía, era inspirador pensar que se encontraba trabajando en otro libro más. Sin él — por lo menos para quien piensa en la vida activa de la mente— el mundo se ha convertido en un lugar oscuro. El mayor consuelo que queda es la noción de que, cuando un gran escritor muere, tenemos y siempre tendremos la presencia vigorosa de su obra.

Primo Levi nos ha legado una obra significativa que merece ser leída y conocida. En sus libros no todo es negro y tenebroso, aunque el tono de la narrativa se asemeja a una alegoría en la que aparecen esos millones de fantasmas que acosan, sufren y rondan en cada frase de sus libros. A la vez, no omite de su historia el débil brillo de luz que aparece en raras ocasiones por entre toda la maldad que conoció y vivió. Su humanismo era puro, no contaminado, estaba totalmente fuera de este mundo de negaciones. Y su suicidio es como una fuerte campanada que resuena para despertar las conciencias dormidas y aletargadas.

Cada día lo recordamos con respeto.