Coloquio

Edición Nº27 - Octubre 1996

Ed. Nº27: Filosofía, ajedrez y judaísmo

Por Gustavo Perednik

La casualidad rebasada.
Ajedrez e Historia.
Ajedrez y teoría.
Ajedrez y judeofobia.
Ajedrez y Filosofía.
El más grande.
“Oker Harim” frente a “Sinai”.
Ajedrez y Psicología.
Ajedrez y Matemáticas.
Ajedrez y Talmud.

Este artículo se basa en la tesis que el autor presentó el 13 de julio de 1993 en Natania, ante los ajedrecistas que participaron en la Macabiada que se desarrolló en Israel, una audiencia que incluía maestros internacionales y comentaristas de renombre. Partes de la misma han sido publicadas en el diario “La Prensa” de Buenos Aires, del 3 de diciembre de 1994 y en el periódico “Comunidades” de dicha capital, del 2 de diciembre de 1994.

 

El campeón mundial Garry Kasparov (nacido Weinstein)1 se mantiene en la cima del ajedrez por más de una década y es considerado el más activo de cuantos campeones hubo en cuanto a organización de torneos. Kasparov se ve a sí mismo como un portaestandarte de la democratización de Europa Oriental, y como un transformador del mundo del ajedrez al profesionalismo.

No sólo su intensa actividad lo trajo a Tel Aviv cuando se colocó la piedra fundacional de la Academia Internacional de Ajedrez, sino también su condición de judío. El campeón vino especialmente invitado para el evento y, después de su didáctica partida contra el intendente de Tel Aviv, Roni Milo, declaró festivamente que “en efecto, la Academia es una necesidad en esta ciudad”. Mejor suerte que Milo tuvo el ex-refíisenik Natan Shcharansky, una de las figuras más populares del país y símbolo del sionismo moderno, quien en simultáneas logró hacer tablas con Kasparov. Shcharansky, que es un eximio ajedrecista desde la edad de ocho años,2 se permitió otra humorada al desafiar a Kasparov: “Camarada: el que pierde se queda en Israel”.

La explicación de por qué de entre todos los países del mundo es Israel la localidad de la Academia, se debe parcialmente al fortalecimiento del ajedrez local debido a la gran inmigración rusa de los últimos años. Somos felices testigos en Israel de una verdadera revolución ajedrecística. En los últimos cinco años Israel ha ascendido de ser un país de promedio bueno (entre la segunda docena de naciones del mundo) a ocupar el quinto lugar en el ranking mundial, después de Rusia, Yugoslavia, Inglaterra y Hungría. Además, en el último lustro los grandes maestros israelíes han pasado de cinco a veinte, los clubes de ajedrez se han quintuplicado (ya superan el centenar) y junto a ellos, desde 1993 más de cien escuelas y centros comunitarios ofrecen cursos de ajedrez.3

Pero además de la reciente inmigración, no puede soslayarse que los judíos tienen y han tenido una relación muy especial con el juego-ciencia. Esa relación no debería atribuirse a la mera coincidencia. El maestro internacional Conel H. Alexander, quien fuera campeón británico y corresponsal ajedrecístico del “Sunday Times”, solía decir que el mundo del ajedrez podía dividirse en cuatro grupos de talento decreciente: los judíos rusos, los rusos no-judíos, los judíos no-rusos y los no-rusos no-judíos.4 En mi propia experiencia como director de diversas instituciones educativas, no me canso de recibir en ellas siempre a un número importante de ajedrecistas, incluso campeones de sus respectivos países de origen.5

La casualidad rebasada

Entre los grandes maestros del siglo y entre los más destacados teóricos, predominan los judíos. Basta con recordar una interminable nómina de nombres que incluye a Boleslavski, Bronstein, Fine, Geller, Janowsky, Kashdan, Liberzon, Mieses, Reshevsky, Schlechter, Stein, Tal, Tartakover y casi todos a los que se refiere en este artículo.

Los campeones que más perduraron fueron judíos. El máximo de ellos, Emanuel Lasker, es considerado el ajedrecista más cabal de todos los tiempos. Hijo de jazán y nieto de rabino, combinó el ajedrez con su brilante carrera de filósofo y matemático, las tres ¿ciencias? tan afines. Lasker será motivo de un apartado en este artículo.

La presencia desproporcionada de judíos salta a la luz si a los antedichos agregamos los campeones que precedieron al actual Kasparov, como Korchnoi, Spassky o Fischer, este último consagrado a los quince años el maestro internacional más joven de todos los tiempos, hasta que fue superado por la “joven maravilla”, Judit Polgar, la judía húngara que hoy tiene 19 años y bate todos los récords.

Entre los latinoamericanos, recordemos a Julio Kaplan, Julio Bolbochán y Miguel Najdorf. Este último comparte con George Koltanowski dos notables suertes: una es que se salvaron del Holocausto gracias a que ambos estuvieron en Buenos Aires en un torneo que se llevaba a cabo en el momento de estallar la Segunda Guerra, y ergo no regresaron a Europa. Otra, es que ambos, como muchos otros judíos, se especializaron en partidas simultáneas a ciegas y lograron en ese terreno maravillosas proezas de la mente humana.6 Uno de los más recordados en esta especialidad es Gyula Breyer, quien obtuvo el récord de simultáneas a ciegas jugando veinticinco en el Torneo de Berlín de 1920. Murió al año siguiente a los 28 años de edad.

Najdorf jugó cuarenta y cinco en 19477 y Koltanowski superó a todos en 1960 cuando jugó cincuenta y seis simultáneas a ciegas, de las que ganó cincuenta, después de casi diez horas de juego.8

A judíos se debe la creación de las principales escuelas de pensamiento ajedrecístico. La llamada moderna, de Wilhelm Steinitz, concede importancia capital a la seguridad, la corrección analítica de cada movimiento, y el desarrollo orgánico de trabaos. La hipermoderna, de Richard Reti, sostiene que el centro no debe ser ocupado materialmente en la apertura.9

Muchas de las mejores revistas de ajedrez son dirigidas por judíos, como la “Chess Review” de los EE.UU. fundada por Israel Horowitz. Tácticas universalizadas fueron inventadas por judíos como Ernst Falkbeer, creador de los contragambitos (que son sacrificios de piezas que las negras hacen en la apertura a fin de ganar tiempo o espacio); uno de ellos recibe el nombre bíblico de Ben-Oni.10

Judíos fueron promotores incansables del juego, como Ignaz von Kolisch, ajedrecista que, asociado a la banca Rotschild, se dedicó a becar a grandes maestros y financiar torneos. Judíos batieron récords de ajedrez, como la partida más larga que se conoce, entre Hermann Pilnik (Argentina) y Moshe Czerniak (Israel) que llegó al movimiento 191 y duró veinte horas.
Esta notable preeminencia, empero, no tendría por qué indicar alguna relación entre el ajedrez y el judaísmo como civilización. Sin embargo, el juego-ciencia requiere una forma de pensamiento muy especial, quizá similar al que destila la tradición de Israel. Grandes maestros internacionales no sólo fueron judíos sino que se educaron en el mundo talmúdico de las ieshivot, como Chajes, Aron Nimzovitch, Samuel Reshevsky y Akiva Rubinstein. Nos proponemos revisar la posibilidad de este vínculo entre ajedrez y judaísmo.11

Ajedrez e historia

Las opiniones más autorizadas sostienen que el ajedrez era conocido por los hindúes en el siglo VI bajo el nombre sánscrito de ‘chaturanga’ (las cuatro “angas” o miembros del ejército)12 del que deriva su nombre castellano. De la India llegó a Persia, de allí a Arabia y luego, sin que se sepa exactamente cómo ni cuándo, a Europa Central y Occidental.

Su antigüedad entre los judíos, no ha sido dilucidada, más el Midrash exagera cuando describe al mismísimo rey Salomón jugando al ajedrez con su consejero Benaiá Ben Iehoiadá.13

Como el Talmud fue clausurado en el siglo V y sólo a fines de ese siglo los persas transmitieron el juego, se descarta que la mención talmúdica del juego de “nardeshir” (Ketubot 61b) aluda al ajedrez, como parece sostener Rashi,14  el exégeta clásico de las fuentes judaicas.15

Dos eruditos se encargaron de refutar la identificación del “nardeshir” con el ajedrez. Franz Delitzsch en 1840, y el padre de la bibliografía judía, Moritz Steinschneider, quien en 1873 dejó sentado que el primer judío en recomendar el juego fue un tal Ali del siglo IX, hijo del rabí Saúl de Taberistán.16  A pesar de una prohibición clerical,17  una leyenda refiere que quien jugó al ajedrez fue el llamado Papa judío.

Esta leyenda se inspiró en el recuerdo del antipapa Anacleto II (1090- 1138) quien durante su reinado en Roma fue combatido por tener un tatarabuelo judío. Voltaire lo llamó socarronamente “el Papa judío”. Según narra la leyenda, a Simón bar Isaac, poeta litúrgico de Alemania del siglo décimo, le secuestraron a su hijo Eljanan mientras él estaba en la sinagoga de Maguncia, de la que era rabino. Eljanán fue educado cristianamente y su talento le permitió llegar a ser cardenal, y más tarde Papa, bajo el nombre de Andreas. Recordando repentinamente su origen, proclamó un edicto de persecución contra los judíos de Maguncia, en la esperanza de que su padre, en su rol de líder de la comunidad, viajara a Roma para pedirle clemencia.

Así ocurrió, según el relato. Durante una partida de ajedrez, juego muy popular entre los judíos alemanes de esa época, el Papa Andreas se revela ante su atónito progenitor. Andreas huye de Roma y retorna a su fe israelita.18

Leyendas a un lado, el siglo XII parece apoyar la solidez de la relación con el judaísmo. Maimónides se refiere al juego en su comentario a la Mishná,19  Judah Halevy concluye su “Cuzari” con el ajedrez,20  y su íntimo amigo Abraham Ibn Ezra, quien fuera uno de los más prolíficos creadores del medioevo judaico, redactó el reglamento de ajedrez existente más antiguo que se conoce, bajo el título de Haruzim. El “Sefer Hajasidim” recomienda el juego en el siglo XIII, y en 1575 los rabinos de Cremona declararon que “todos los juegos son malos y causan problemas, a excepción del ajedrez”.

Moisés Mendelssohn y Gotthold Lessing mantuvieron una amistad que tuvo gran influencia en la Emancipación judía, y que nació frente al tablero. En 1837 redacta la primera enciclopedia de ajedrez un judío francés, Aron Alexandre, y un par de años después uno de los nuevos educadores iluministas, Jacob Einchenbaum, quien también era matemático, escribe Bobre la partida un extenso poema hebreo al que denominó “Ha-kerav” (La Batalla). Consiste en nada menos que ochenta estrofas rimadas de seis versos dodecasílabos cada una. Esa combinación de matemático-literario- ajedrecista de Einchenbaum se dio también en otros grandes competidores judíos, como Louis Zangwill.

Sobre las matemáticas nos extenderemos más adelante pero, como vemos, también en las artes los judíos incluyeron el ajedrez. En pintura, el húngaro Isidor Kaufmann, quien cobrara notoriedad al pintar la vida cotidiana en el shtetl, produjo un conocido cuadro en el que muestra la presencia del ajedrez entre los judíos ortodoxos de Galitzia.21

En literatura, cabe recordar la novela de Stefan Zewig “El jugador de ajedrez”, en la que describe al niño prodigio Mirko Chentovich, quien supuestamente personifica al serbio Milorad Boschich.

Ajedrez y teoría

En cuanto al siglo XX, no sería exagerado afirmar que la mayor parte de la doctrina ajedrecística es creación de judíos.22  Todo comienza con el mentado Wilhelm Steinitz, quien demostró que las exigencias del juego cerrado son diferentes de las del abierto, y que en el primer caso es asequible un desarrollo más lento.

Su estrategia, a la que se la denominó “del puercoespín”, generó la ulterior formulación de una teoría del centro, tarea a la que se abocó Siegbert Tarrasch.23

El credo de Tarrasch fue a su turno cuestionado en sus puntos fundamentales por Arón Nimzowitsch, quien en 1913 publica sus primeros artículos y después de la Segunda Guerra da a conocer sus obras “Mi sistema” y otras en las que explica sus ideas de “centralización”, “sobreprotección” o defensa prematura, y “proceso homeopático”.

A Nimzowitsch se le considera, junto con el mentado Retí, pionero de la escuela hipermoderna que hemos aludido. Su originalidad en el tablero fue equiparada con las contribuciones de contemporáneos suyos en los terrenos de la música como Stravinsky, y de la pintura, como Duchamp.24

Tartakower y Bogoljubow son otros exponentes hipermodernos, quienes en la práctica se esfuerzan en distensionar el centro, a veces sin avanzar en lo más mínimo los peones centrales, hasta tanto piezas mayores no han sido colocadas en posiciones de distante control. El ya mencionado judío húngaro Gyula Breyer llevó el hipermodernismo al extremo cuando sentenció: “Después de P4R, el juego de las blancas está en la última agonía”.25

Cabe resumir con Julio Ganzo las cuatro etapas de consolidación del ajedrez moderno: la psicológica de Lasker, la científica de Tarrasch, la posicional de Casablanca y la energética de Breyer.26  Tres de ese cuarteto fueron judíos.

Ajedrez y judeofobia

No faltó quien viera en el apego de los judíos por el juego, una desgracia. Y fue un gran campeón mundial. El ruso Alexander Alekhine (o Aliojin) alcanzó en Buenos Aires el título de campeón mundial que mantuvo durante casi dos décadas, y falleció frente a un tablero después de haber dedicado a él toda su vida.27  Se le atribuye la defensa que lleva su nombre, aunque él no fuera el creador.28

De lo que si Alekhine fue autor de una serie de notas antisemitas tituladas “El ajedrez ario y el ajedrez judío” publicadas nada menos que durante la Segunda Guerra Mundial, mientras ajedrecistas colegas y amigos suyos como Landau y Przepiorka, morían en los campos de la muerte por ser judíos. En su tesis, Alekhine pretende caracterizar una forma especial de los judíos de jugar ajedrez, contrapuesta al “ajedrez ario”.

El texto de Alekhine trae a la memoria la infamia que en 1850 publicara Richard Wagner bajo el título de “El judaísmo en la música”, en la que el genio negaba la posibilidad de cultura o de creatividad a los judíos.

En absurdo paralelo, Alekhine se propuso explicar cómo el “modo judío de jugar al ajedrez” se caracteriza por el oportunismo, la defensa a ultranza y la ganancia material a toda costa.

Durante el primer Torneo Internacional en Londres29  en junio de 1851, el alemán Adolf Anderssen había derrotado a su colega matemático el judío Lionel Kieseritzky, asiduo del café de la Régence. Una partida de ese torneo, por su belleza insuperada fue denominada “La Inmortal”.30 Según el esquema de Alekhine, aquella victoria marcó el triunfo del “ajedrez ario” por sobre la sinuosidad judía que dominaría el siglo posterior.

Alekhine comenzaba con la siguiente pregunta: “¿Se puede esperar que después de la muerte de Lasker —el segundo y muy probablemente el último campeón mundial de ajedrez de origen judío— encuentra al fin el ajedrez ario su camino, después de haberse extraviado por influencia del pensamiento defensivo judío?”31

Para Alekhine, el ario es un ajedrez agresivo, que considera que la defensa es válida únicamente como la consecuencia de un error previo. El ajedrez judío, por el contrarío, admite la idea de la defensa pura y considera legítimo vencer con este procedimiento. Por ejemplo la mentada teoría de la “sobreprotección” de Arón Nimzowitch es para Alekhine “una idea puramente judía, que disuade el ánimo agresivo; es miedo a la lucha, dudas acerca de la propia fuerza espiritual —realmente un triste cuadro de autodestrucción intelectual”.

La primera mitad del siglo es descripta como “un período de decadencia del ajedrez, cuando la escuela vienesa dominaba la escena ajedrecista mundial, fundada por el judío Max Weiss y propagada por el trío Schlechter- Kaufmann-Fahndrich. Su secreto no radicaba en las victorias sino en el no perder”.

Son despreciados los mejores ajedrecistas del mundo, los judíos contemporáneos de Alekhine como Salomón Flohr, Reuben Fine, Reshevsky y Botvinnik. Del cubano Jose Raúl Qapablanca, cuyo título mundial fuera arrebatado en 1927 por Alekhine, sentencia éste que se “judaizó en Nueva York”.

El triste final de Alekhine fue que se refugió en España en 1945 y como consecuencia de su nazismo le fue retirada la invitación a participar en el “Torneo de la Victoria” de Londres. Redactó entonces una carta lacrimosa en la que negaba haber sido el autor de esos artículos, aunque la autoría fue definitivamente probada.32  El maestro judío rusofrancés Osip Bernstein hizo público que el campeón del mundo “no sólo era un colaboracionista despiadado de los nazis, sino también un hombre de la peor calaña”.33

Dejando de lado el absurdo de sus libelos, no debe caerse tampoco en otro extremo, que es negar, a pesar de tanta evidencia, toda relación entre el ajedrez y el judaísmo. Tal vez tenga que ver con un tipo especial de pensamiento, el talmúdico. Para acercarnos a ello, comencemos con el pensamiento en general.

Ajedrez y Filosofía

Es lamentablemente que la disciplina filosófica casi no se haya ocupado del juego de ajedrez, aun cuando varías facetas del mismo podrían ser materia de estudio del filósofo.

La idea del error, por ejemplo, dispone en el ajedrez de un atractivo laboratorio que permite ensayar la pregunta de cuál es la dimensión ontològica de errar, cuál es, en suma, el profundo significado de equivocarse. De ese ensayo podremos deducir a qué nos referimos cuando hablamos de errores, si acaso a un desvío de la verdad, o quizás a una diferencia entre lo posible y la perfección ideal. Otro judío, el maestro internacional Savielli Tartakower, lo sintetizó en su epigrama: “los errores están todos allí, listos para ser cometidos”.

Dos filósofos judíos adicionales podrían ejemplificar sus respectivas escuelas con el tablero de ajedrez. Me refiero a Salomon Maimón (1754-1800) y a Henri Bergson (1859-1941).

El último, contrapone su concepto de durée al tiempo matemático “todo transcurrido”, que es parecido al que permite el llamado análisis post-mortem de la partida. En cuanto a Salomon Maimón, por medio de su sistema podemos aproximarnos a la pregunta de qué tipo de verdades son las del ajedrez.

Maimón nació en Lituania, hijo de rabino. En una de sus estadías en Berlín estudió la “Crítica de la razón pura” de Kant y escribió sobre ella un ensayo que le valió el sumo elogio del autor. Kant consideró a Maimón como “el que mejor comprendió su doctrina”.

En rigor, los dos tipos de verdades kantianas, las a-priori (que anteceden a la experiencia de nuestros sentidos) y las a-posteriori (que son resultado de dicha experiencia) no dejan lugar suficiente para un tipo especial de verdad que es la ajedrecística.

La verdad de los escaques parece ser del tipo a-priori, como las matemáticas, es decir un conocimiento al que podemos alcanzar por el razonamiento puro y sin necesidad de la experiencia. Es posible jugar al ajedrez con la imaginación y sin siquiera abrir los ojos y llegar a conclusiones acerca de sus verdades. Ello explica que personas ciegas hayan llegado a ser grandes ajedrecistas.

Pero por otro lado, descubrimos que los juicios del ajedrez cobran vigencia solamente cuando la partida es conocida en su totalidad. Es difícil saber si un juicio es cierto en una situación determinada, sino sólo cuando se lo mira en retrospectiva desde la partida ya finalizada. Es decir, que los trebejos proponen verdades que son válidas cuando pueden identificarse en un universo de datos que las preceden y suceden. Sólo en ese universo concluido, una jugada puede ser definida como brillante, mediocre o deficiente.

En este marco cabe traer el concepto acuñado por Maimón, de la “ley de determinabilidad”, por medio de la cual trató de agregar a las dos kantianas un tercer tipo de verdades, puesto que según Maimón la síntesis de la que habla Kant en la “Crítica” no alcanza para un conocimiento general y necesario.34

En todo caso, el ajedrez sigue fascinado desde el aspecto filosófico. Y ésta es, claro, sólo una cara más, puesto que ya se han escrito libros sobre la psicología del jugador de ajedrez, sobre los aspectos de computadoras, matemáticos o artísticos. En cuanto a los filosóficos, uno de los pocos investigadores que se han ocupado de estas cuestiones es José Benardete, de la Universidad de Syracuse, y llega a conclusiones pesimistas acerca del futuro de la Filosofía del Ajedrez.35

El más grande

Con todo, otro filósofo al que cabe referirnos es Arthur Schopenhauer, y ello fundamentalmente porque Emanuel Lasker, el ajedrecista máximo, es considerado su discípulo. Laskes, al investigar cuáles son los principios en los que se basa la partida, entendió que aun más que una pugna intelectual, el núcleo del juego-ciencia es una lucha entre dos albedríos. En esa lid germina la filosofía del equilibrio, paralelizable a la idea schopenhaueriana de Voluntad y de lucha entre voluntades. La principal obra filosófica de Lasker se titula en efecto “Kampf” (lucha).

Lasker supo armonizar dos escuelas ajedrecistas contrapuestas. Por un lado asumió como propias las leyes objetivas que definiera su maestro Wilhelm Steinitz, quien lo precediera como campeón mundial (cada uno lo fue durante más de un cuarto de siglo). Steinitz partió de la premisa de que no hay combinación posible sin superioridad posicional, y propuso como objetivo del juego precisamente el logro de esa medra por medio de la acumulación sistemática de pequeñas ventajas. El ajedrez se transformaba en una ciencia.

Por otra parte, Lasker valoró también la eficacia de la perspectiva subjetiva que encarnara el gran maestro ruso del siglo pasado, Mikhail Tbhigorin. Mientras los pupularizadores del ajedrez lo consideran dócil al orden, la lógica, la exactitud, el cálculo, y otras cualidades comparables, Tchigorin asumió que el ajedrez puede ser, y frecuentemente es, tan irracional como la vida misma.

El ajedrez posee un aspecto incierto que probablemente lo hace perdurar como un ejercicio mental fascinante. Con frecuencia se eligen jugadas inferiores, y ello es debido en general a la incapacidad física de la mente de prever con precisión que habrá de suceder. En contraste con su apariencia, el juego es pletòrico de desorden, imperfección, desatinos, inexactitudes, acontecimientos fortuitos, consecuencias impredecibles.

Steinitz también había sido consciente de esta faceta del juego, pero bregó con todas sus fuerzas por imponer orden en lo irracional. Tchigorin por el contrario se fue al otro extremo y prefirió rendirse ante lo irracional. Si como dijimos el ajedrez de Steinitz era ciencia, el de Tbhigorin fue arte.

En cuanto a Lasker, continuador de ambos, para él nunca fue tan importante la fidelidad del jugador a una ley general sin ningún desvío, sino por el contrario, el mérito es buscar aquellas características únicas que tiene cada posición específica que son capaces de eximirla de la ley general en cuestión. Por ello su escuela fue por momentos definida como “anárquica”.

Oker Harim frente a Sinai

Hay alguien que encarnó más que ninguno la oposición ideológica a Lasker en el tablero de ajedrez: el ya aludido Siegbert Tarrash, reivindicador de la ciencia. La confrontación entre ese dúo constituye tal contraste de ideas que recuerda a la tensión que plasmaron en la música Mozart y Haydn, en la psicología Freud y Jung, o en filosofia Hegel y Kierkegaard.

En cuanto a nuestra dupla, su poderosa lucha de ideas tuvo como lid los escaques, especialmente cuando se enfrentaron en Londres en 1908, match que fue seguido con un interés gigantesco. Las victorias aplastantes de Lasker frente a un jugador tan científico como Tarrasch son el mejor ejemplo de la relatividad psicológica en el ajedrez.

Para Tarrasch no había posibilidad de real error en el ajedrez. Desde su punto de vista, hacía falta explicar esa categoría especial que llamamos errores, y para ello acunó el término ‘Amaurosis Schacchistica’, “ofuscación o ceguera ajedrecística”,36 que intentaba caracterizar los descuidos o traspiés inexplicables de los grandes maestros. Para Lasker no hizo falta distinguirlos, porque esos traspiés eran parte natural e inevitable del juego.

Así definió Lasker la diferencia entre ambos gigantes del tablero: “El doctor Tarrasch es un pensador, amigo de la compleja y profunda teoría…. admira una idea por su profundidad; yo la admiro por su eficacia… yo creo en la fuerza”.37

Ambos se dedicaron a analizar las debilidades, pero mientras Tarrasch (como antes que él lo hiciera Steinitz) se concentró en la explotación técnica de las flaquezas del adversario, Lasker por su parte se interesó por las sendas imprevisibles al alcance del hombre para defender esas debilidades cuando son propias. Tal empresa requiere una mente abierta y serena, un gran autocontrol y confianza en sí mismo, y permanente habilidad para acomodar la visión de uno a la situación cambiante del tablero.

No es casual que Fred Reinfeld en su “Apreciación” sobre Lasker reconociera en éste una virtud por sobre los demás maestros, y es que supo insistir como ninguno en el parecido que hay entre el ajedrez y la vida. Como lo expresara Borges en su hermoso poema: También el jugador es prisionero/ …de otro tablero/de negras noches y de blancos días./Dios mueve al jugador, y éste, la pieza./…38

Hay una contraposición de conceptos talmúdicos muy ilustrativa, la del “Sinai” (erudito) frente al “Oker Harim” (perspicaz). Rashi los explica39 cuando se aplican respectivamente a dos rabíes, Iosi y Rába, el primero de los cuales era un sabio conocedor de todos los textos, y el segundo un sutil desentrañador de los misterios ínsitos en esos textos.40 Esta dicotomía tiene aplicación en las mentadas escuelas de ajedrez, y los dos judíos que la encarnan son justamente el dogmático Tarrasch frente al flexible Lasker. Mientras el primero irradiaba conocimientos, el último irradiaba sabiduría.

Un común denominador sí tuvieron: ambos fueron despojados de patria, de patrimonio, de gloria y de lugar de trabajo por “esos salvajes embriagados de sangre”, como Lasker denominara a los nazis. Lasker vio cómo sus libros eran quemados en las plazas públicas con la “literatura judía”. Así fueron consumidos por el fuego ediciones no sólo de la mencionada “Lucha”, sino también de sus libros posteriores como “La concepción del mundo” (1913) y “Filosofía de lo inasequible” (1918). Por su parte Tarrasch, cuyo único hijo diera su vida por la patria alemana durante la Primera Guerra, sintió “sobre su tullido cuerpo el dolor de ser expulsado de su club, de ser excluido de los circuitos sociales y de leer su nombre en las listas de médicos proscriptos”.41

Ajedrez y Psicología

Cabe recordar aquí que Tarrasch fue el principal de los entrevistados en una investigación que se llevó a cabo entre ajedrecistas en 1892.42 Todo había comenzado en agosto de ese año cuando Alfred Binet, el famoso inventor de los tests de inteligencia, publicó en la revista de ajedrez “La Stratégie” un cuestionario en el que solicitaba ajedrecistas que se prestaran para ser estudiados con el objeto de detectar las peculiaridades de su mentalidad. Respondieron maestros de Francia, Inglaterra, España y Alemania, a quienes Binet les escribió cartas. Se interesó especialmente por el tyedrez a ciegas, sobre el que llegó a la conclusión de que la memoria que estaba en juego en él era la visual “abstracta”.43 Tarrasch, dijimos, fue el que respondió más acabadamente el cuestionario.44

El estudio también buscaba la relación entre las matemáticas y el ajedrez. Hay quienes sostuvieron que el 90% de los mejores jugadores poseen excelentes condiciones para el cálculo mental. Por ejemplo Ernst Jones relaciona el ajedrez tanto con las matemáticas (porque ambos requieren imaginación y también exactitud) como con la música (por sus requerimientos de imagen sensorial). Recordemos a dos ajedrecistas pianistas como Hermán Zukertort (1842-88), maestro polaco quien también fue doctor en medicina y poligloto, y a Mark Taimanov (n. 1926) varias veces campeón de la URSS.

En cuanto a las matemáticas, sus conclusiones son que un ajedrecista que no tiene cierto talento en ese campo sufre ulteriormente las consecuencias en el tablero. Aquí disintió el continuador del estudio de Binet, el holandés Adriaan de Groot, quien condujo una variedad de experimentos con ajedrecistas de diferentes niveles. En su libro “Pensamiento y elección en el ajedrez” aportó como novedad que la relación entre ajedrez y matemáticas es menor de lo que habitualmente se supone.

Según el estudio de De Groot, los mejores maestros no eran superiores en cuanto a habilidad para memorizar, ni siquiera en su capacidad de prever combinaciones posibles. Su superioridad radicaba en sus poderes superiores de selección, integración y coordinación.45

Lo que hace del ajedrez una disciplina especialísima que, como decía Lasker, refleja la vida humana, es esa combinación maravillosa de ciencia, arte y técnica. Por lo menos dos tipos de análisis se combinan en el ajedrez: el matemático, propio de los finales, y el abstracto, paradigmático en los medio-juegos. Como complemento de ambos tenemos la apertura, en la que el énfasis es puesto en el estilo, en los gustos, y también en la psicología del jugador.

Lasker supo armonizar todas esas áreas. Por ello, mientras en la mayoría de los tratados de ajedrez predomina la información técnica, el ya clásico Manual de Lasker se detiene más que cualquier otro en los aspectos de menor pureza ajedrecística, aquellos que por medio del tablero pueden explicar ciertas facetas de la naturaleza humana. Si de psicología hablamos, recordemos que muchos psicólogos han aprendido del ajedrez. El propio Sigmund Freud trazó un paralelo entre el ajedrez y la terapia psicoanalítica. Así escribía Freud en 1913: “Quienquiera espera aprender el noble juego de ajedrez de libros, descubrirá rápidamente que solamente las aperturas y los finales admiten una presentación sistemática exhaustiva; por el contrario, la infinita variedad de movimientos que se desarrollan después de la apertura imposibilitan una presentación como ésa. Este vacío en el aprendizaje puede ser llenado solamente con un estudio diligente de partidas libradas por los grandes maestros. Las normas que puede establecerse para la práctica del tratamiento psicoanalítico son pasibles de limitaciones similares”.

Por su parte el psicoanalista y educador judeonorteamericano Bruno Bettelheim46 en una de sus últimas obras utiliza el ajedrez como símil para la educación de los niños.47

Lasker coincidía con Freud y con Bettelheim en esa inducción ajedrecística, y suponía que las reglas generales en base de las cuales es posible planificar la partida, son reglas que sintetizan la experiencia de miles de jugadores. Sin su método inductivo, suponía, el ajedrez “volvería a hundirse en el caos bruto del mundo físico”.

Ajedrez y Matemáticas

Acerca de esta particular humanidad ínsita en el ajedrez, ya para 1966 Penrose saca conclusiones del contraste entre hombre y computadora, y escribe cuáles serían las permanentes ventajas del jugador humano por sobre la máquina. Esas virtudes pueden aplicarse a Lasker, y básicamente son que el jugador humano tiende a analizar jugadas que involucran sacrificios en la esperanza de recuperar por vía de otras ventajas. En palabras de Lasker: “aparentemente hay en el hombre un poder misterioso para prever las necesidades del futuro y sacrificarse por ellas”.

Misterio a un lado, la savia científica de la que Lasker no se privó en ningún momento fue la de las matemáticas. No casualmente la primera biografía de Lasker fue prologada por nada menos que Albert Einstein. Uno de los defectos de su última biografía31 es justamente que no aprovecha las tres carreras paralelas de Lasker para ilustrar al lector sobre su grandeza.

Las matemáticas se parecen al ajedrez en la teoría de finales, especialmente en los de reyes y peones. Pero en cuanto a las aperturas, Lasker sostenía que, fuera de algunos preceptos que son simples aplicaciones del sentido común, no queda otra cosa que pura estadística de variantes jugadas con diversa fortuna.

La proximidad del ajedrez a las matemáticas no hacen de él un ámbito más cerrado, sino que, muy por el contrario, nos muestra cómo las posibilidades del tablero son asombrosamente interminables. Se calcula que los dos primeros movimientos de cada jugador se pueden hacer de casi 200.000 maneras diferentes que conducen a más de 70.000 posibles posiciones. Para efectuar las diez primeras jugadas, existen 170 octillones de maneras. El número aproximado de diferentes partidas posibles es de 2.5 x 10 a la 116, un número astronómicamente mayor que el número de átomos que componen el universo. Para agotar todas las posibilidades del juego de ajedrez, en suma, se necesitarían todos los seres humanos de la Tierra, jugando sin parar, durante una jugada por minuto… durante 217 billones de años. ¿Cabe acaso el temor de que las computadoras agoten el ajedrez?

Ajedrez y Talmud

Para volver a nuestro tema central, digamos que se han buscado motivos para la ajedrofilia judaica. En su libro “Psicología del ajedrez”, W. R. Hartston y P. C. Watson concluyen que el talento ajedrecístico puede haberse desarrollado entre los judíos como necesidad de destacarse en aquellas actividades que les no habían sido vedadas.48 Gerald Abrahams por su parte enumeró cuatro explicaciones,49 a saber: 1) los judíos producen, más que cualquier otro grupo, al intelectual puro. 2) aman el estudio y el aprendizaje. 3) son perseverantes. 4) las migraciones y el cosmopolitismo los dotaron de una predisposición para los idiomas, incluido este peculiar idioma que es el ajedrez.

En términos generales, sobran argumentos para defender la enseñanza del ajedrez. El más elemental es aquel que lo propone simplemente como una actividad lúdica que acompaña un sano entretenimiento.

El estudio llevado en Moscú en 192550 llega a la conclusión de que el ajedrez es un excelente entrenamiento para la mente como medio de mejorar la habilidad de pensar lógicamente. Y si es cierto que “mens sana in corpore sano”, la idea inversa también merece atención. Un excelente manual sobre la pedagogía del ajedrez, “Caissita”, enumera los argumentos fundamentales en favor de tal enseñanza. Uno de sus cuatro coautores, Sergio Bluer, especializado en la enseñanza del juego en las escuelas primarías, se radicó eventualmente en Israel.51

Amén de los argumentos educacionales básicos, hay otros que podrían exponerse en el contexto del estudio del Talmud, tan central en la educación judía raigal. Los siguientes son siete aspectos paralelos entre el estudio talmúdico y el del ajedrez.

A) La indispensabilidad del estudio. En el ajedrez hay en efecto un premio al estudio previo, puesto que el conocimiento de la teoría es una herramienta utilísima durante la partida. Tanto el Talmud como el ajedrez requieren de un estudio concentrado, de horas, debido a problemas que, por complicarse, demoran en regresar a su nudo gordiano, o no regresan nunca. Por ello ambas actividades aumentan la capacidad de concentración.

B) La memoria. Tanto el Talmud como el ajedrez consolidan no sólo el pensamiento reflexivo sino también la necesidad de memorizar ciertas situaciones. Pueden ser problemas casuísticos o posiciones intrincadas, pero lo fundamental es que hay ciertos casos que deben ser mantenidos en la memoria para poder aplicarse cuando la discusión del momento lo requiere. Además, se necesita una memoria entrenada porque el análisis retrospectivo es una necesidad tanto en el ajedrez como en la derivación de las leyes talmúdicas, puesto que siempre es de peso la pregunta de “cómo se llegó” a un punto determinado del razonamiento, o de la partida.

C) La comprensión visual, es otros componente. Durante las Macabiadas mencionadas al comienzo, con Yuri Averbach comparamos una página talmúdica y sus exégesis, con una partida acompañada de todos sus comentarios. El tablero en una situación determinada, al igual que el “daf guemará”, requieren ser retenidos sin modificaciones por el ojo erudito.

CH) La centralidad de la rígida ley: la Torá en el caso del Talmud y las reglas de juego en el ajedrez, son el límite del debate. En ambos casos ayudan a enseñar al educando incorporar normas sociales de conducta.

La motivación de hacer una buena partida es, en ese sentido, tan válida como la competencia en sí. La necesidad de llegar a un veredicto legal que defina un aspecto de la discusión talmúdica, no es más importante que mantener un nivel de compromiso en la discusión en sí.

D)    La importancia del debate. En ambos casos (Talmud y ajedrez) debe incrementarse la colaboración con los semejantes y la participación democrática en el análisis de la realidad. Se trata de un juego democrático en el que late especialmente una lucha de ideas.

E)    La necesidad de inteligencia atrevida. En ajedrez hay una programación y un proyecto permanentes. Siempre se piensa en jugadas hacia adelante, y esto se renueva todo el tiempo. En el Talmud, todo esquema legal puede ser probado al aplicarse a situaciones que no se recuerdan explícitamente, y que deben ser imaginadas. Este procedimiento desarrolla la agilidad mental.

F)    Un pensamiento antiautoritario y original, que en ambos casos incentiva la confianza en sí mismo, fomenta el análisis de los propios errores y el desarrollo de un pensamiento y análisis críticos. En contraste con el aparente rigor de los escaques, siempre la novedad tiene preeminencia. En cada situación, nunca está dada la última palabra.

Hay una publicación que ejemplifica esta faceta del ajedrez, y es el “Sahovsky Informator”, una prestigiosa publicación bianual y políglota editada en Belgrado.52 Allí se compendian centenares de partidas y en cada caso se destaca la letra “N” cuando quiere señalarse una “novedad” teórica del juego.

Este paralelismo puede ayudar a explicar las razones del casamiento judaico-ajedrecístico y a desarrollarlo en el futuro. En suma, la fundación de una Academia de Ajedrez debe ser recibida con júbilo, sobre todo porque su creación se produce en Israel, un país que debería entenderse, después de todo, como su marco más natural. Y aventuremos que su programa de estudios, además de la aventura del tablero en sí, abarcará muchas disciplinas auxiliares. Seguramente habrá un área en la que se estudie el rol del ajedrez en la literatura,53 otra que se concentre en las matemáticas; no ha de ser soslayada la filosofía. Hacemos votos para que tampoco falte la indispensable página del Talmud.


Notas

1 Kasparov se llamaba Gary Weinstein, pero al fallecer su padre, adoptó por motivos políticos el apellido de soltera de su madre. Ver Nigel Davies en el diario israelí «Jerusalem Post” del 24/2/95, pág. 12, en donde se informa que Leonard Barden, el columnista ajedrecístico del prestigioso diario británico «The Guardian», predijo que Weinstein llegaría a ser campeón mundial cuando éste era sólo un niño.
2 Ver «Schcharansky», Martín Gilbert, Macmillan, London, 1986, p. 32. Schcharansky comenzó su relación con su esposa, jugando al ajedrez.
3 «Las ganancias del tablero» por Tom Sawicki, «The Jerusalem Report», Jerusalem, 4/5/95, pág. 20.
4 «Mucha riqueza y poca gloria» por Nick Kopaloff, Jerusalem Post, 28/4/95, pág. 12.
5 Hace ya quince años redacté una lista sobre el tema para la revista del Centro Hebreo Ioná; ver «Kol Ioná», N°14, pág. 4, del 23/11/80.
6 La de Najdorf está detallada en un capítulo sobre el tema del libro «Ajedrología» de Julio Ganzo, Gd. Ricardo Aguilera, Madrid 1971, págs. 151-162. La hazaña de Koltanowski aún no se había producido, pero fue oportunamente incorporada al Libro Guiness de récords.
7 En la Galería Prestes Maia de Sao Paulo, Brasil, 1947. Ganó treinta y seis de ellas.
8 Fue el 13/12/1960 en el hotel Fairmot de San Francisco, California.
9 Según los hipermodernos el centro debería ser controlado a distancia mediante el desarrollo de peones en el flanco de la dama y la salida del AR en fianchetto.
10 El Ben-Oni (que consiste en 1. P4D, P4AD) fue analizado en 1825 por Reingnaum, quien lo denominó así en homenaje a la matriarca Raquel.
11 En Mar del Plata, abril de 1950.
12 En este origen coinciden las dos «Historias del ajedrez», la del orientalista británico Duncan Forbes (1860) y la de H. J. R. Murray (1913).
13 El Midrash del rey Salomón en «Leyendas de los judíos», Louis Ginsberg, 4, 172-173.
14 La voz ‘ashkuki’ que emplea Rashi en su exégesis, sigue siendo una voz válida para designar al juego en hebreo y se relaciona la denominación francesa de hoy, «echecs».
15 El primer europeo que menciona el ajedrez después de Rashi, es Moisés Sephardi, en España del siglo XI, quien fuera bautizado como Petrus Alfonsi. En su «Disciplina Clericalis» incluye el ajedrez en los siete «logros» («probitates») de un caballero.
16 En cuanto a prohibiciones de la religión judía, aparentemente el único halajista que se opuso al ajedrez fue Elijah de Vidas en 1712 («Shebet Musar», capítulo 42).
17 Tuve oportunidad de conversar sobre el tema con uno de los más abarcadores estudiosos del tema, el londinense Victor Keats, quien sigue publicando información inédita pertinente. En su último libro incluye un capítulo sobre el ajedrez en la época talmúdica.
18 Una de las fuentes de la leyenda es el Maase Buj, cuentos en ídish compilados a fines del s. XVI. Una versión más melodramática hace que Andreas convoque a los cardenales, anatemice el cristianismo y se arroje al vacio. Ver nuestro «Hebreo soy», Ed. Milá, Bs. As., 989, tomo II, pág. 551.
19 Sanhédrin II 3.
20 Capitulo 5:20, principio sexto.
21 Se llama «Los jugadores de ajedrez», y en él se ve un par de judíos volcados al tablero. El cuadro se encuentra en la Colección William Margulies de Londres. La fuerza creativa de Kaufmann (1853-1921) se originó en el descubrimiento de la vida contidiana en el shtetl.
22 Una vez más especificamos nuestro siglo, conscientes de que la preponderancia judía no es paralela en los dos siglos pasados. Así durante el siglo XVIII el gran cristalizador de la doctrina es François Philidor y sus seguidores, autodenominados «Les Amateurs», quienes se reunían en el Café de la Régence. En 1775 pubicaron su doctrina, que señalaba la importancia de los peones como unidades de combate. Durante el XIX los grandes del tablero son Deschapelles, La Bourdonnais y Staunton, y el teórico por excelencia es Paul Morphy, campeón mundial entre 1858 y 1863. Morphy innovó al sostener la postergación del ataque hasta que se completa el desarrollo de las piezas.
23 Este mostró formas de apresurar el ritmo steinitziano y abrir líneas para el ataque, sin desmedro de las ventajas posicionales.
24 Ver Anthony Saidy «La batalla de las ideas en ajedrez», Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1972, pág. 31.
25 Ibidem.
26 «Ajedrología», op. cit., pág. 42.
27 Alekhine murió el 25/3/46 en un hotel de Estoril, Portugal, frente al tablero.
28 La Defensa Alekhine consiste en 1. P4R, C3AR. Es considerada muy audaz puesto que desafía los cánones ortodoxos. En rigor fue inventada por el austríaco Johann Allgaier (1763-1823). Éste fue el ajedrecista oculto en una máquina que operaba el fiasco de un supuesto «autómata» que jugaba al ajedrez y al que denominaron «El Turco». Como dato anecdótico cabe recordar que «El Turco» derrotó a Napoleón Bonaparte.
29 En la segunda mitad del siglo pasado Londres era considerada la Meca del ajedrez, en donde los mejores ajedrecistas a presentararse. Ver Yuri Averbach, «Lecturas de Ajedrez», ed. Martínez Roca, Barcelona, 1981, pág. 31.
30 El hombre se lo dio el judío Falkbeer en la revista «Wiener Schachzeitung»,1855.
31 Los tres artículos aparecieron en el «Pariser Zeitung» a partir del 21/3/41. Para su versión castellana, ver Lincoln R. Maiztegui Casas, en la revista «Jaque» de Madrid, 1992.
32 El biógrafo de Alekhine, Pablo Morán, en «Agonía de un genio» se muestra escéptico acerca de que el campeón haya en efecto sido el autor de esos artículos. Años más tarde Morán llegó a la conclusión de que sí fueron de Alekhine.
33 Miguel Angel Nepomuceno, «Lasker: el difícil camino hacia la gloria». Ediciones Eseuve, Madrid, 1991, pág. 200.
34  Ello se debe a que la síntesis no llega propiamente a unificar conceptos del entendimiento con las intuiciones. Sensibilidad y entendimiento siguen siendo heterogéneos entre sí.
35 Ver «Toward a Philosophy of Chess», de José Benardete, en «Philosophie Exchange», verano de 1979, 2.52-63. Otro filósofo que trae Benardete es Ludwing Wittgenstein.
36 Algunas de las más memorables «lagunas» se presentan en el segundo capítulo de la mentada «Ajedrología», «El error», págs. 17-38. Ver un análisis del fenómeno en Alexis Suetín, «El laboratorio del ajedrecista», Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1974, págs. 20-24.
37 Nepomuceno, op. cit., pág. 90.
38 «Ajedrez», Jorge Luis Borges, Obras Completas, Emecé, Buenos Aires, 1974, pág. 813. No son infrecuentes las alusiones de Borges al ajedrez. No es casual que en la obra suya que más ha sido objeto de análisis filosófico, «Pierre Menard, autor del Quijote», Borges ironiza sobre «un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de la torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación» (ibid., pág. 445).
39 Talmud de Babilonia, Horaiot 14a.
40 En el tratado de Berajot se nos dice que en caso de opción entre las dos virtudes, debe preferirse la erudición.
41 Nepomueno, op. cit., pág. 196.
42  El estudio se llamó «Psychologie des Grands Calculateurs et Joueurs d’Echecs», París, Hachette, 1894.
43 Jonathan Penrose: «The Psychology of Chess», New Society, Australia, diciembre de 1996, p. 967-68. Penrose fue campeón de ajedrez y profesor de psicología.
44 Otros entrevistados fueron Formstreicher (especializado en problemas), Schabeisky (quien se había quedado ciego seis años antes del experimento de Binet), Sittenfeld, Goetz y David Forsyth (1857-1909), autor del sistema de notación que lleva su nombre.
45 Ver «Thought and Choice in Chess», La Haya, Mouton, 1946 (traducido en 1965). También «Human Intelligence», H. J. Butcher (ed.), London, Methuen & Co, 1968, p. 25, y «Thinking about Thiking», Joan Wynn Reeves, George Braziller, New York, 1965, pp. 205-216.
46 Bettelheim fue prisionero de Dachau y de Buchenwald, y el pionero en técnicas para chicos perturbados. Asimismo fue un estudioso de la educación de los niños en el kibutz.
47 Ver «A Good Enough Parent», Vintage Books, New York, 1988, págs. 5-6 y 245-247.
48 Nick Kopaloff, op. cit.
49 Geraid Abrahams: «Not Only Chess» (1974).
50 Lo llevaron a cabo Djakow, Petrowski y Rudik, basándose en los jugadores de los torneos de Moscú.
51  Ver «Caissita», Ed. Mephisto/IADA, Bs. As., 1989, pág. 11, autores: Gustavo Aguila, Sergio Bluer, Marisa Calello y Marcelo Reides. Con Bluer discutí estos temas en Jerusalem.
52 El director del «Informator» es el gran maestro internacional A Matanovic. Las explicaciones vienen dadas en ruso, serbiocroata, inglés, francés, alemán, español e italiano.
53 Además de los mencionados Borges y Zweig, obras importantes de Lewis Carroll, Shakespeare, Poe y Unamuno se refieren al ajedrez, aunque no siempre en términos elogiosos.