Coloquio

Edición Nº27 - Octubre 1996

Ed. Nº27: ¿Es necesario hablar?, o la cuestión del sentido

Por Albert Memmi
Traducción del francés: Redacción de Coloquio

El estreno de “La lista de Schindler”, film de Spielberg sobre el genocidio de los judíos, ha reanimado en todas partes dentro del mundo judío una dolorosa controversia. Más allá del interés estético de la obra, nos encontramos con el problema del sentido que, decididamente, obsesiona a muchos de nuestros contemporáneos. La discusión recae principalmente, me parece, sobre dos puntos: ¿Se puede hablar del Holocausto? ¿Tenemos el derecho a hablar? 

Una doble respuesta negativa es exigida, con una vehemencia comprensible, por un cierto número de personas representadas por Claude Lanzman, autor de “Shoah”; sería imposible traducir en palabras, y más todavía en imágenes, un tamaño cataclismo; incluso sería escandaloso intentarlo, todavía más en una obra de arte: se atenuaría forzosamente el horror. Comprendiendo y respetando las emociones de las víctimas y de sus allegados, no estoy seguro de que este bloqueo de toda tentativa de explicación, sea razonable, ni del punto de vista pragmático, ni mismo moralmente. 
 
Sin haberme internado demasiado en un dominio trastornante, sugerí, en un estudio sobre el racismo, que los campos nazis de la muerte eran el resultado del proceso de negativización y después de reducción a la nada de los judíos y de las otras víctimas del nazismo, a semejanza, mutatis mutandis por cierto, de la reducción progresiva a la nada del colonizado y de la mayoría de los dominados. Esto me fue reprochado. Era la época en que el filósofo Adorno afirmaba ingenuamente que no se podía más vivir y pensar “como antes”, no existiría más el derecho a hacer poesía…
 
Nos sentimos legítimamente llenos de horror por la crueldad de los nazis. Pero ¿ha visitado usted alguna vez el Museo de las Torturas en Los Ángeles? ¿Se imagina lo que sufrirían los crucificados en el imperio romano o los empalados en la época de los sultanes? Los verdugos chinos despedazaban a los supliciados músculo por músculo hasta el esqueleto. Los hombres no han esperado a los nazis para refinarse en el horror. 
 
“¡No es la misma cosa! ¡Nunca se ha visto tal amplitud en el crimen! ¡Una empresa tan sistemática! ¡Utilizando medios industriales!” Estos tres caracteres van evidentemente juntos. Sin embargo existen otras tentativas comparables en el curso de la historia. Stalin diezmó a millones de rusos (¿Veinte millones?); las ejecuciones en masa eran probablemente costumbre en China. En cuanto a la totalización (todo judío, simplemente porque es judío, debe ser masacrado; por lo tanto todos los judíos sin excepción deben ser aniquilados), se encuentra el mismo mecanismo casi siempre en las condiciones de las dominaciones, incluso en las más benignas: todo colonizado significa en el fondo todos los colonizados; la mujer significa a menudo todas las mujeres, etc. Por supuesto todavía la especificidad del exterminio de los judíos permanece: debían ser destruidos como pueblo; pero si se cambia de categoría nos encontramos con la generalización, por lo tanto con la misma tentativa de tratamiento global. El costado técnico moderno del nazismo acrece el horror, desde luego; pero toda época utiliza los medios técnicos de que dispone; los romanos erigieron millares de cruces para diezmar a los partidarios de Espartaco: era la técnica más avanzada que conocían. Los revolucionarios franceses del siglo XVIII (!) dispararon con cañones sobre sus conciudadanos maniatados. Los gases de combate, las bombas cada vez más perfeccionadas hasta llegar a la bomba atómica, confirman esta utilización sistemática. Los nazis naturalmente, si se puede decir así, utilizaron las conquistas de la ciencia alemana. 
 
Nada de todo esto, repitámoslo, atenúa en nada la inmensidad y la crueldad del genocidio judío y habrá que considerar cada hecho en su singularidad. Pero el estudio comparativo de cada uno podría quizás esclarecer los otros. Se prefería creer que la conducta de los nazis era no solamente inédita en la historia de la humanidad, sino que estaba desprovista de todo sentido. Citado por “Téléram”, Levinas declara que “El único sentido de Auschwitz es que no tiene sentido”.
 
No disponemos de trabajos decisivos sobre este tema, pero comienzan felizmente a ver la luz: escombros enteros de este alucinante campo de ruinas son poco a poco despejados. Ya vemos más claro sobre tal o cual punto. Por ejemplo, contrariamente a lo que se querría creer, los hombres que bajo el pretexto racial han servido a esta empresa de destrucción de grupos hu-manos enteros, no eran todos monstruos o locos; eran a menudo “hombres ordinarios”, según la expresión del autor anglosajón Christopher Browning. Algunos sufrieron, se sintieron conmovidos, y hubo los que rehusaron, pero la mayoría se habituó a su rol no habitual de verdugos. Raúl Hillberg ha relatado hechos aparentemente absurdos: el Estado alemán facturaba a los nazis el precio de transporte de los deportados hacia los campos de la muerte. Se sabe ahora que el Estado francés hacía lo mismo… hasta la frontera. La administración tiene en todas partes las mismas reglas, a veces hasta lo absurdo. 
 
La policía holandesa, en un país que por lo demás se comportó admirablemente, aportó su concurso a los alemanes en la caza de judíos, a ejemplo de una parte notoria de la policía francesa. Son verdades muy desagradables sobre nuestra especie, pero son verdades que debemos considerar si queremos reconstituir un día un fresco suficiente de este horrible pasado con el fin de extraer eventualmente una lección útil para el futuro. 
 
Esfuerzo inútil, nos dicen, porque, hechas todas las consideraciones, esto permanece ininteligible. Veamos a Hillberg: después de su inmenso trabajo de puesta a punto, se cuida sin embargo de concluir. Nos encontramos aquí ante el difícil y turbador problema de la singularidad, que no es por otra parte exclusivo del genocidio de los judíos. Notemos por de pronto que la singularidad no significa necesariamente que un hecho sea ininteligible ni incomparable. Un hecho, un suceso, puede ser singular y al mismo tiempo comparable y objeto de estudio. La singularidad significa simplemente que, más allá de los parecidos con otros fenómenos del mismo género, existen trazos específicos de los cuales hay que dar cuenta. El genocidio de los judíos presenta sin ninguna duda una terrible singularidad. ¿En qué consiste? 
 
Es tiempo de distinguir aquí entre lo que las víctimas sufrieron y lo que los verdugos les hicieron sufrir. 
 
La concepción y organización por los nazis del exterminio total y sin recurso de los judíos, causa estupefacción, en el sentido fuerte del término. Pero ¿debemos concluir que todo esto proviene de una especie de demencia (Hitler estaba loco, el pueblo alemán lo siguió en su locura)? Incluso el delirio tiene un sentido, que nos es necesario descifrar pedazo por pedazo. ¿Las Cruzadas estaban menos “locas”? ¿Y la Inquisición? ¿Y la esclavitud? ¿Y el stalinismo? ¿Basta con decir también que Stalin estaba loco? No queremos admitir que es posible que seres humanos razonablemente se hayan así comportado. ¿No podemos suponer que nos encontramos más bien delante de lo irracional? (una mezcla de lo irracional y de lo pérfido: la utilización del judío como chivo expiatorio es a la vez absurda e innegablemente un hallazgo eficaz de cara a tantos pueblos ya hostiles). 
 
Mismo el carácter inmoral o amoral del nazismo debe reexaminarse. Nuestro horror al nazismo venía también, yo mismo lo he sostenido, de la supresión de toda moral, erigida en filosofía. Esto no es del todo exacto. Los nazis rompieron con la universalidad de la moral en beneficio de una moral tribal. 
 
¡Alemania por encima de todo! Al precio, si es necesario, de la destrucción de todos los otros humanos. Una lección más a retener: a esto llevaría un retorno al tribalismo realmente aplicado. Por otra parte, no rompieron totalmente con la moral universal porque intentaron ocultar sus crímenes; lo sabemos ahora. 
 
Del lado de las víctimas: Los sufrimientos de las víctimas judías y de las otras son largamente inenarrables. ¿Qué significa esta imposibilidad de decir? ¿Qué las palabras serían impotentes para dar cuenta? Sin ninguna duda. Notemos sin embargo que todo sufrimiento es incomunicable, incluido un parto, un cólico nefrítico y además toda emoción. Sí, ¿pero los sufrimientos de los judíos fueron más allá de todo lo que se ha podido ver en el curso de la historia? ¿Es posible que, así como existe un éxtasis del placer y de la felicidad, exista un estado de sufrimiento tan fuerte que la víctima llegue a una especie de éxtasis del sufrimiento, hecho de desatadura física, de la presencia punzante de la muerte, de una lucha de todos los instantes, por no importa qué medios, para la supervivencia, tanto como de lo implacable del verdugo? Nos reencontramos en suma con el problema de la singularidad. Y si es así, más vale, para todo el mundo, tratar de hablar; salvo si, evidentemente, hablar fuese intolerable para las ex-víctimas. 
 
No estoy seguro por fin que este tabú, porque es un tabú, sea benéfico para la salud de los sobrevivientes, para la conciencia colectiva de los judíos y de las otras víctimas, para la Humanidad. Bettelheim señalaba el intenso sentimiento de culpabilidad de los hijos de deportados frente al silencio que los envolvía. Por el contrario habría que hacer todo para que se conozca to-dos los días más de lo que pasó; no hay duda que el film de Spielberg contribuye para esto a su manera. Después de todo, el papel del arte, de la poesía, es sugerir lo que no puede ser dicho claramente, sin llegar a hacerlo nunca en forma total. 
 
¿O entonces habría que suponer que esta tesis de lo absolutamente ininteligible se reúne curiosamente con la de la elección, una especie de elección a la inversa, una fatalidad negativa del destino judío o la de ese famoso “silencio de Dios” en el que se encontraría enterrado cierto “sentido absoluto” prohibido a nuestros ojos humanos? De donde derivaría la doble interdicción absoluta: “¡No se puede…!”, “¡No se debe…!”; lo que bien representa el doble carácter de lo sagrado. 
 
Ver sobre este tema otras opiniones en la colección de ”Coloquio“: ”El Holocausto fue un suceso histórico singular“ por Natán Rotenstreich (N°18); ”Por qué el Holocausto“ por Saúl Friedlander, comentario bibliográfico de Nora Katz, N°4-5; ”Tendencias en la investigación del Holocausto“ por Yehuda Bauer, N» 7; ”Un análisis actual del Holocausto“ por Alice y Roy Eckardt, N°1; ”El Holocausto y la generación actual“ por John P. Fox, N° 10; ”El genocidio y las ciencias sociales“ por Michael Freeman, N°16; ”De la Noche de Cristal a la Solución Final“ por Gerhart M. Riegner, N°20.